"Esos locos que corren. Yo los conozco. Los he visto muchas veces. Son raros. Algunos salen temprano a la mañana y se empeñan en ganarle al sol. Otros se insolan al mediodía, se cansan a la tarde o intentan que no los atropelle un camión por la noche. Están locos. En verano corren, trotan, transpiran, se deshidratan y finalmente se cansan... sólo para disfrutar del descanso."
▼
RETOS PERSONALES:
▼
CRÓNICAS ULTRA TRAILS 2020
▼
CRÓNICAS ULTRA TRAILS 2019
▼
CRÓNICAS ULTRA TRAILS 2018
▼
CRÓNICAS ULTRA TRAILS 2017
▼
CRÓNICA ULTRA TRAILS 2016
▼
CRÓNICAS ULTRA TRAILS 2014-15
▼
miércoles, 4 de octubre de 2017
III Ultra-Trail Côte d'Azur Mercantour 25, 26 y 27 de agosto 2017
Este
año no pudo ser y el sorteo de la UTMB, a principios de enero de 2017, para
participar en las míticas 100
millas rodeando el Mont Blanc 2017 debería aplazarse
para el 2018, siempre que la suerte nos acompañe en el próximo sorteo. Desde ese momento estuve barajando diversas
carreras con un desnivel y distancia similar para sustituir a la
UTMB. Por
esas fechas me acabé decantando por alguna de las siguientes: L'Échappée Belle, por la
referida ULTRA-TRAIL COTE D'AZUR MERCANTOUR
o realizar la primera edición del TOT DRET (la pequeña del Tor Des
Geants). Al final, sobre el mes de
marzo, opté por la que consideré menos fuerte o más fácil sobre el papel, aunque
después de terminarla, mi opinión ha girado 160 grados.
Llegué a Niza el jueves 26 de agosto,
creo que más o menos recuperado del esfuerzo de la Ehunmilak. Hice turismo ese mismo día visitando la zona
comercial y la Plaza Masena,
el centro histórico y la zona del castillo, luego recogida de dorsales el
jueves por la tarde, descanso y listo para afrontar lo que me esperaba: 143 kilómetros
y 10.000 +.
La carrera comenzaba a las 17 horas
del día 25 de agosto a las afueras de Niza, en mitad del campo. El año anterior arrancó desde el Paseo
Marítimo de Niza de forma neutralizada.
Este año, por las razones por todos conocidas, decidieron llevar a los
corredores bastante lejos.
En primer lugar, cogí la línea del
tranvía hasta la parada “Comte du Falicon”, junto al estadio de fútbol, para
después tomar, ya en compañía de los demás corredores, una lanzadera puesta por
la organización que nos conducía hasta la zona de salida, Aire Saint Michel.
Llegué pronto a la zona de salida y
pude descansar a la sombra de los árboles durante casi una hora, tras grabar
alguna toma con una mini-cámara deportiva.
Es otra forma de conseguir fotos y vídeos de cada carrera, a modo de
recuerdo de cada evento. En la salida,
repartidos por la arboleda no se veían demasiados corredores. Al final, la organización hablaba de algo más
de 400 “corremontañeros”. En los
folletos informativos de la
Ultra me quedé sorprendido cuando los dos años anteriores, el
51% de los corredores no la había terminado.
Un porcentaje bastante alto para una ultra que transcurre por zonas
montañosas donde no azota con tanta fuerza las inclemencias
meteorológicas. Esto ya me puso sobre
aviso que lo que me venía encima no iba a ser nada fácil.
Antes de seguir con la crónica, hago
un pequeño inciso en cuanto a la preparación realizada durante el verano. No me machaqué demasiado. Casi todos los entrenamientos fueron en
Sierra Nevada, en altura. Por otra
parte y visto que durante la
Ehunmilak sufrí dolores en los tendones rotulianos de ambas
rodillas, decidí probar unas rodilleras y utilizarlas solo en carrera, en
previsión de que llegaran a reproducirse esas molestias en el tendón rotuliano. El problema es que no es lo mismo un
entrenamiento de 5 o 7 horas que continuar con las rodilleras puestas durante
30 o 40 horas.
Volviendo al inicio de la carrera. Como
siempre los últimos minutos son momentos de nervios. Tras los prolegómenos de
rigor, el speaker de turno, obviamente todo en francés, y la música de la Conquista del Paraíso se
dio el pistoletazo de salida a la Ultra. Salí muy relajado grabando
con la mini-cámara. La vereda enseguida
empieza a subir por una zona bastante técnica con mucha tierra y polvo. La gente congregada nos anima. Hace bastante calor y sudo en abundancia. La respiración se acelera y trato de no
cebarme. Me pasan corredores. Se asciende la primera tachuela, el Mont Chauve (Altitud 690 m.) y
comienza la primera de las múltiples bajadas técnicas con mucha piedra suelta y
arenilla. Llego al primer
avituallamiento, Tourrette Levens, en una hora y 15 minutos. Más que un avituallamiento, lo
que hay es una fuente con agua y muchos garrafones. Eso sí, mucha gente, sobre todo familiares,
animando a los corredores. Apenas si paro para beber un poco de agua y
comenzamos una segunda subida por un bosque de pinos, acompañado por la música
de Bob Marley que llegaba desde un chalet lejano, y con algún tramo con una
fuerte pendiente en dirección al kilómetro 14 donde se encuentra el
segundo avituallamiento: Ruines de chateauneuf. El
último kilómetro es por asfalto y en bajada.
Por ahora voy bien y el cuerpo responde.
En el avituallamiento bebo refresco de cola, como plátano y algún dulce
y reanudo la marcha. Hay también unos extraños
aperitivos salados de queso y jamón. Por
este punto transito en 2 horas y 38 minutos en el puesto 114 de la
carrera. De vez en cuando extraigo la
cámara y hago alguna pequeña grabación pero con cuidado de no tropezarme ni
clavarle los bastones al que va delante o detrás.
Después de
los primeros 14
kilómetros siento que la carrera se complica. El sendero en línea ascendente está salpicado
de muchísimas piedras lo que entorpece la subida. Empieza a soplar algo de viento y poco a
poco va anocheciendo. Durante algunos
kilómetros la Ultra
discurre por un estrecho sendero con mucha vegetación. Me siento fuerte y corro
con alegría. Luego la pendiente se vuelve a elevar y la noche se va cerniendo
sobre las montañas. Algunos corredores empiezan a tener los primeros
problemas. El grupo con el que iba me ha
dejado atrás y voy solo. De ir bien paso
en pocos minutos a estar tocado mentalmente.
Este tramo se me hace bastante largo, tanto física como, sobre todo, psíquicamente. Con el paso de los minutos voy recobrando la
moral y consigo enlazar con un grupo de tres corredores, ya noche cerrada. Adelantamos a otros, alguno ya medio hundido y
con visos de retirarse en el próximo avituallamiento, cubierto con la manta de
supervivencia. Al fondo se ven las luces
de la civilización y por un tiempo el sendero crestea buscando un nuevo pico:Férion, tour de guet, con una altitud de 1412 m. Me he quedado sin agua antes de llegar a la
cima y lo paso regular. En lo alto hay
varios voluntarios. Todavía les queda
una garrafa con agua que aprovecho para rellenar, al menos, uno de los bidones
y así empiezo una nueva bajada, al principio por carril, pero enseguida se
introduce en un peligroso sendero con mucha tierra. Bajo con cuidado, ayudándome de los bastones y
tratando de que no se resientan demasiado las rodillas, hasta que el sendero se
hace más llevadero y vuelvo a correr camino de la primera base de vida:el pueblo deLevens en el kilómetro 30,ya con 5 horas y 48 minutos de carrera, y mejorando
bastante, en el puesto 70 de carrera.
Llego seco y lo primero que hago es beber agua y cargar los bidones con
agua sin gas. Al menos en Francia, en
los puestos de avituallamiento suelen poner bastante agua con gas. Hay que tratar de hacerse entender para
decirles que lo que uno quiere es agua normal.
Con algunos voluntarios cuesta un poco, con otros es más fácil. Además, el agua con gas está caliente. Creo que uno de los aspectos a mejorar por
esta Ultra es la de una mayor variedad de líquidos para que los corredores se
hidraten y que, por supuesto, estos estén fríos.
En este avituallamiento tienen una
amplia carpa donde ya hay corredores descansando, otros recibiendo masajes y
otros comiendo. Tras dar una vuelta por
las viandas existentes me decanto por un plato de macarrones con queso y tomate que me sabe a gloria, al menos, al
comerlo, pero que, a la larga, parece que me provocaron malestar estomacal que
acabó desembocando en varias vomiteras.
Vuelvo a reiniciar la marcha y como
es en bajada, en seguida me animo y vuelvo a correr durante unos cuantos
kilómetros por una senda, a veces carril, en otras por sendero, a veces muy
corrible, en otras con atención, vigilando las rocas y la piedra suelta. En poco tiempo me planto en el fondo del
valle, en el río, y de nuevo empezamos un nuevo ascenso. Ya voy más tocado y el cambio de terreno me
cuesta. Aminoro la marcha, trato de
recuperar el resuello y mentalizarme que ahora vienen muchos kilómetros de
subida y que hay que tomarlos con tranquilidad. No consigo acompasar la respiración. Siento como si me faltara oxígeno y me veo
obligado a respirar por la boca. Aún así, enlazo con un grupo y tras un control
en una pedanía donde hay una fuente pública de agua potable, en la que todos
nos refrescamos y utilizamos para recargar bidones, sigo el ascenso en
dirección al siguiente avituallamiento: Utelle en el kilómetro 44. Si la
anterior subida se me hizo larga, esta fue un auténtico calvario, al menos,
desde un punto de vista mental. Como
casi siempre trato de ir a mi ritmo aunque casi siempre hay algún grupo de
corredores que consigue sobrepasarme.
Es un sendero con bastante piedra y con cuestas empinadas. Al menos, la noche es hermosa y mi
sufrimiento se compensa con algún vistazo al cielo estrellado. A los problemas de respiración, en estos
kilómetros de interminable subida empiezo a sentir ciertas molestias
estomacales.
Al llegar a lo alto de un pico, sobre el
kilómetro 37, se escuchaban voces, el sonido de algún instrumento musical de
viento, tal vez un cuerno, así como el sonido de cencerros junto con los gritos
de ánimo al paso de los corredores. Estos
ruidos animan en el silencio de la noche y a mí personalmente, me espabilan y
me ayudan a seguir y ver la fuente de donde llegan esos ruidos lejanos. Con ese
acompañamiento, comienza una suave bajada muy trotable, feliz, creyendo que el
siguiente avituallamiento estaba próximo pero no era así. De nuevo frente a uno se presenta esa columna
vertical de luces, como pequeñas luciérnagas esparcidas por el monte que buscan
la escapatoria conducidos por incontables balizas.
Al final, subimos al Col d,Ambellarte, en el kilómetro 39 donde
nos jalean los voluntarios alegres y ruidosos y atravesamos el Sanctuaire de la Madone d’Utelle (altitud 1.180m) sobre la 1 de la madrugada, en el puesto 75 y con
más de 8 horas de carrera.
Ya
desde estos primeros kilómetros percibo que la ultra está siendo muy dura, que
hay mucho desnivel y bastante pronunciado, y que las bajadas, salvo alguna
fácil, la mayoría son técnicas. Todo
ello repercute para que el tiempo de carrera en atravesar los mismos kilómetros
se vaya alargando.
En
el Sanctuaire Madone d’Utelle llego seco y siguiendo la estela de varios
corredores que se están avituallando en una carpa. Al acercarme, una voluntaria en francés, directamente
nos echa y no nos deja acercarnos a tomar, aunque sea, un vaso de refresco de
cola. Por lo visto, es una carpa de
voluntarios. Me parece muy bien pero veo,
fastidiado, como a otros corredores si los dejan. No me parece bien. Como dice el refrán, o todos moros o todos
cristianos. En fin, por no ponerme a
discutir para que, además, no me entiendan, decido seguir el camino y hacer el
esfuerzo de recorrer 4 o 5
kilómetros más, sin una gota de agua, hasta el pueblo de
Utelle donde está el siguiente avituallamiento: kilómetro 44.
Alcanzo
este avituallamiento exhausto y con 9 horas en las piernas. Busco algo fresco pero no tienen nada. Creo
que es un fallo que debería corregir la organización para próximas
ediciones. Cargo bidones y bebo refresco
de cola pero a sorbos. De la bebida
isotónica paso por que la tienen en un gran barreño donde un corredor se está
sirviendo metiendo las zarpas hasta el codo.
El
pueblo está muy ambientado. Hay
bastantes lugareños. Entre las viandas
hay unos enormes racimos de uvas. Decido
comer algunas. ¡A ver como me sientan!
Sin
tenerlo muy claro, por las malas sensaciones que presiento se avecinan, reemprendo
la marcha, con una nueva subida brutal y encarando un nuevo pico: Brèche du Brec d'Utelle (1550 metros de altitud).
Al
poco de iniciar la subida mi cuerpo dice basta.
Necesito parar y bajar el ritmo.
No voy bien. Paro unos minutos y
reinicio la ascensión. Tampoco
puedo detenerme demasiado porque corro el riesgo de enfriarme. Me adelantan corredores. Algunos no me dicen nada. Otros me preguntan
en francés por mi estado. Muy bien, les
digo. ¿Qué les voy a decir?
Así,
de este modo, con la respiración por la boca, tratando de absorber la mayor
cantidad de oxígeno, con numerosas paradas, consigo realizar la ascensión al
dichoso pico. Luego viene un tramo corto
pero bastante técnico hasta que el sendero empieza a llanear. Y es en este momento cuando, de forma
inesperada, siento nauseas y empiezo a vomitar sin parar, hasta 4 o 5 veces.
¡Qué mal lo paso! Lo echo todo. Es la primera vez que me ocurre en una carrera
y desconozco como me va a afectar. Sigo caminando y como la vereda serpentea en
descenso, trato de correr pero el cuerpo no responde. No tengo una pizca de fuerzas y llevo la
respiración acelerada. Me vuelvo a parar
y me siento en la hierba. Descanso unos
minutos. Me reincorporo y decido tomarme
un gel, a ver si me entono y cojo fuerzas.
Lo bueno de haber vomitado es que me ha aliviado cierta pesadez de
estómago y a los pocos minutos, empiezo a encontrarme bastante mejor, hasta el
punto de que empiezo a correr por el sendero que durante unos 4 o 5 kilometros
llanea y permite trotar.
Empiezo
a recuperar la confianza perdida y me siento más animado. Enlazo con un nutrido grupo de corredores y a
buen ritmo iniciamos la subida al Col d,Andrion buscando el siguiente avituallamiento en el kilómetro
55.
Recuerdo
que en ese avituallamiento iba buscando tomar algún caldo pero lo que había no
me apetecía demasiado. Además, a veces
cuesta hacerse entender con algunos voluntarios por el tema del idioma. Casi no
sabía qué llevarme a la boca pero algo debía comer. Al final, empecé a comer fruta, sobre todo,
naranjas y algún trozo de plátano.
Por
este punto de control el tiempo en carrera se dispara a las 12 horas y media. La madrugada va avanzando y son más de las
5,30 de la mañana. Falta menos para que amanezca- me digo.
Trato
de animarme y reanudo la marcha pero siento que el estómago sigue sin ir bien. Tras
un tramo de carril en descenso, se inicia otra fuerte subida camino del Mont
Tournairet con una altitud 2086 m. Transito por un sendero muy bonito, con zona
de helechos, hierbas altas, en un hermoso bosque mientras el alba va iniciando
su lento nacimiento.
Y
de nuevo el cuerpo, sin previo aviso, me hace girar a la izquierda y de nuevo,
vomito otras 4 o 5 veces. Creo que algo
que he comido no estaba en buen estado. ¿Habrá sido el tómate que le eché a los
macarrones en el avituallamiento de Levens, en el kilómetro 30? En cierto modo,
siento como una liberación y enseguida vuelvo a encontrarme algo mejor. Amanece y me quito el frontal. Un peso menos.
Sigo
avanzando y vuelvo a quedarme sin agua. Una cuestión que si se puede alabar a
esta Ultra es la gran cantidad de voluntarios que te vas encontrando,
generalmente en grupo de dos. Además,
cuenta con muchos puntos de control cada pocos kilómetros, con sus tiendas de
campaña y sus sacos de dormir. Siempre que puedo, aprovecho para pedirles un
vaso de agua y salvo en dos ocasiones, siempre accedieron amablemente a ello. Durante estos kilómetros me voy planteando
qué hacer al llegar a Roquebillière, si seguir o abandonar.
Corono
el Mont Tournairet y empieza una nueva bajada técnica muy pronunciada campo a través, un
auténtico rompe articulaciones, con cuidado de no resbalarme y de no torcerme
un tobillo. Es una bajada que se me
hizo muy larga. Más abajo se fue
abriendo un sendero pero con mucha piedra y muy roto y con gran desnivel. Luego había que cruzar tramos de grandes
piedras. Había que olvidarse de correr. Bajar con cuidado y apoyándome en los
bastones. Ni que decir tiene que los
paisajes eran espectaculares pero uno andaba demasiado concentrado en busca de
la siguiente pisada. Definitivamente esta ultra estaba siendo más
dura de lo que pensaba.
Con
el calor de la mañana llego al bonito pueblo de Roquebillière, kilómetro
70 en casi 17
horas, y en el puesto 77, punto intermedio de la ultra y
segunda base de vida de la carrera en la que te entregaban la mochila,
previamente depositada al recoger el dorsal.
Se utilizaba el pabellón deportivo del pueblo, muy bien acondicionado, y
situado junto al río, con nutrida presencia de familiares en las gradas. Había
posibilidad de recibir un masaje, duchas y cambiarse de ropa. Como un poco de pasta con queso pero sin
tomate y una barrita de las mías y tomo un vaso de café sólo con azúcar. Solicito
un masaje pero al ver tanto corredor esperando, desisto. En algunos avituallamientos el idioma es un
pequeño contratiempo. No descarto para
próximas aventuras en el extranjero, el aprendizaje de un pequeño vocabulario
“montañero-ultrero” del idioma del país donde se realice la ultra.
Me
embadurno bien los pies para el tema de las ampollas, las partes nobles y me
cambio de calcetines. Aproveho también
para quitarme las rodilleras. La de la derecha, tras más de 17 horas me estaba
haciendo daño. Aún así, vuelvo a
colocármela y decido seguir con ella; y después
de unos 25 minutos aproximadamente, arranco la segunda parte de la UT Mercantour con el
sol pegando con fuerza, ya sobre las 11 de la mañana. A diferencia de la Ehunmilak, donde en el
punto intermedio (Tolosa) ya sufría de dolores en los tendones rotulianos de
ambas rodillas, en la UT Mercantour,
las rodillas ya iban fatigadas pero sin dolores.
Justo
en la salida del pabellón había un corredor desvistiéndose y al pasar a su
lado, de improviso, perdió el conocimiento cayendo a plomo. En seguida, varios voluntarios acudieron a
socorrerlo. Creo que luego se lo
llevaron en helicóptero. ¡Ojalá no fuera
nada!
Y
del valle volvemos a ascender hacia las montañas. Atravieso el pueblo de Belvedere en
compañía de otros dos corredores. Allí
nos encontramos con un avituallamiento improvisado, con refresco de cola
fresquita y el agua de una fuente “regentado” por un entrañable caballero de
avanzada edad. Nos mojamos bien para
aliviarnos del calor y a seguir.
De
esta subida, de gran dureza, destacar que voy mejor, voy controlando mejor la
respiración, sudo en abundancia e incluso adelanto a varios corredores pero
empiezo a padecer un pequeño contratiempo: los calcetines se bajan y cada
cierto tiempo tengo que parar y ajustarlos.
Un incordio que sobrellevaré hasta meta en todas las subidas. También hace mucho calor y aunque voy
racionando el agua, veo que no me llega.
Llegó a un control, kilómetro
79, Croix de Suolcle, pidiendo agua pero los dos voluntarios, bien
instalados en su tienda de campaña, me dicen que la que tienen es para ellos.
Seguimos
subiendo las empinadas cuestas por senderos, a veces inexistentes, y en otras
ocasiones, muy roto. Me cruzo con un
chaval que está entrenando. Más tarde lo
vuelvo a ver. Le pido agua. Creo que me ve tan desesperado que al llegar
a la carretera, va a su coche y nos ofrece un refresco caliente que comparto
con otro corredor. Algo es algo. Luego habla con otras dos chicas de otro
coche y al momento aparecen con una nevera portátil y nos ofrecen a varios
corredores lo que contiene, esto es, batido de chocolate, refresco de cola y
agua fresquita. Tomo un vaso de batido
que, por fortuna, me sienta bien.
Y
sigo el ascenso, siguiendo, a lo lejos, los pasos de otro corredor que utilizo
como referencia hasta conseguir pasar el siguiente alto: Crête Serre de
Crapeiroule. La bajada, aunque
técnica y por un estrecho sendero la hago más animado y al trote. Luego más relajado, camino por un carril
paralelo al río disfrutando de los paisajes y siguiendo la estela del otro
corredor y tras 20 horas y 41 minutos alcanzo el siguiente avituallamiento: Relais
des Merveilles. Gordolasque en el kilómetro 85, en el puesto 66 de la Ultra. No está mal la
clasificación a pesar de todos los problemas que he ido sufriendo.
Este
avituallamiento está junto a un Bar-Merendero al lado del río, con mucho
césped. Está bastante ambientado. Son aproximadamente las 14 horas del
sábado. El sol se está replegando y la
temperatura es más suave. Descanso un rato. Gracias a una voluntaria que acude
a la cocina del merendero, puedo tomarme varios refrescos de cola con hielo que
me saben a gloria. Como un poco de
queso, cargo bidones y retomo la aventura.
El
inicio del nuevo tramo me lo tomo con mucha tranquilidad. Avanzo andando por asfalto, siguiendo las
balizas para que me muestren el nuevo sendero infernal que debemos tomar. Y en efecto, como me temía, la nueva
ascensión tiene una pendiente “inhumana”. Toca otra vez armarse de paciencia,
regular la respiración y subir, subir paso a paso, avanzar siempre, subir sin
pensar demasiado en nada, porque con estos esfuerzos, si empezamos a darle
vueltas a la cabeza, lo único que conseguimos es abrir la puerta al pesimismo,
a la desesperación y a los pensamientos negativos, a la imposibilidad de
conseguirlo. Ya he visto a más de un
corredor que ha desistido de seguir subiendo y se ha dado la vuelta para
retirarse en el anterior punto de control.
En
esta etapa se sube a la Cime de la valette de Prals con una altitud de 2496 m. Tengo que realizar varias paradas para
recuperar la respiración. Casi todos los corredores hacen lo mismo. La subida lleva tiempo y pronto empieza a
escasearme el agua … y las fuerzas. Al
dejar la zona boscosa, tropiezo con una pequeña casita de pastores, y el ruido
del agua fresca y clara cayendo por una manguera. El agua está fresquita y aunque tengo dudas
si beber o no, ya que el entorno está rodeado de excrementos de cabra, al final
lo hago. Este será el primero de muchos
en el que tengo que beber y creo que los problemas estomacales que fui
padeciendo a lo largo de la carrera no se debieron a beber el agua de las
montañas.
Poco
a poco el cielo se ha ido cubriendo de nubes.
Al principio no resultaban amenazantes pero con el paso de los minutos,
empieza a soplar un fuerte viento, baja la temperatura y empieza a llover. Varios corredores, en la distancia, delante
y detrás se paran para ponerse el impermeable. Estas circunstancias me
estimulan, me alivian de tanto calor y empiezo a sentirme mejor, con más
energía para intentar atacar la cima que corono a las 16,15 del sábado, en el
puesto 67. Son momentos de felicidad,
en las alturas, en el páramo, disfrutando de unas vistas maravillosas, más o menos recuperado
de las "vomitonas" y con ganas de afrontar el descenso. En la cima, una tienda de campaña
fuertemente amarrada y como voluntarios, un padre y su hijo pequeño, tal vez de
10 a 12
años aproximadamente me reciben y me pasan el escaner por el dorsal.
La
bajada tiene dos partes. En una primera
el sendero es trotable, con poco desnivel, aunque bastante estrecho. Corro todo lo que puedo, siguiendo a dos
corredores jóvenes. En el siguiente
punto de control, me saluda una voluntaria española que vive por allí. ¡Qué alegría! Me ofrece agua y me da muchos ánimos.
La
otra parte de la bajada es más pronunciada y llena de piedras sueltas. No se puede correr, al menos en mi caso.
Bajar con cuidado, utilizando los bastones y navegar entre la arena, las
piedras sueltas y las rocas puntiagudas.
En este tramo de 12
kilómetros entre Relais des Merveilles.
Gordolasque (kilómetro 85) y el siguiente avituallamiento Route de la Madone (Valon
Madone de Fenestre) (kilómetro
97) apenas si me
pasa algún corredor. De hecho, transito
por este punto en el puesto 65, pasadas las 5 de la tarde y con 24 horas y 36
minutos de carrera.
El
cielo se ha despejado y vuelve a hacer calor.
El avituallamiento es una pequeña carpa en un carril, al lado de la
carretera. Hay algunos corredores y todos
con cara más o menos desencajadas. También hay familiares, esposas e hijos,
alentando al corredor. Decido comer
algo. Me hago un pequeño bocadillo con queso y salami y un vaso de refresco de
cola mientras vigilo que algún niño no me tire o me rompa los bastones. Cargo
los soft flash y a seguir en carrera.
El
siguiente tramo es algo más suave. Son 11 kilómetros hasta Le
Boreon. La subida es también muy pronunciada por zona
boscosa, con alguna que otra fuente por el camino y con los corredores muy
distanciados unos de otros. Realizo
varias paradas para recuperar y tras franquear una nueva cima, cima du
Pisset, con 2233 de altitud y el consiguiente paso por otro punto de
control con la pareja de voluntarios de turno, encaro otra nueva bajada por una
vereda rota y con muchos surcos, en la que, a tramos, se puede correr, hasta
que llego a la parte técnica de piedra suelta donde hay que descender con mucha
precaución, ayudándome, como siempre, de mis inseparables bastones.
Tras
el descenso hay un llano por una vereda sombría, ya no sólo porque se cierne el
atardecer, sino porque la exhuberancia del bosque apenas si deja pasar la
luz. Es un senda de tierra compacta y
bastante trotable pero como me encuentro muy cansado, decido hacerla andando
rápido, empujándome con los bastones. A
veces me rebelo y pruebo a correr pero desisto.
Como no consigo arrancar, no queda otra opción que seguir andando rápido
y mentalmente, esos kilómetros fáciles, se me hacen eternos. Y es en este tramo tan sombreado y frondoso y
en el que me tengo que parar para colocarme el frontal cuando se me hace de
noche, llegando al siguiente avituallamiento en 29 horas y 43 minutos. En
realidad llegué mucho antes pero estos tiempos siempre son tomados al salir del
avituallamiento.
A
este avituallamiento llego entre los aplausos de la gente, reconociendo el
esfuerzo realizado. Son varias carpas
que acogen varias zonas, la de descanso por si el corredor quiere dormir un
rato y descansar, una zona de masajes, y otra para que los corredores puedan sentarse y comer y beber mientras les asisten y ayudan
sus entrenadores, cuando no los familiares y amigos. La verdad que entro bastante reventado y
algo acelerado, siendo el foco de todas las miradas y recibiendo aplausos de
bienvenida. Incluso un voluntario me
quiere quitar los bastones para que me mueva libre por las carpas. Le digo que no hace falta. Al tratarse de la
tercera y última base de vida, decido aprovecharla con la idea de descansar un
rato, una hora aproximadamente, y darme un pequeño masaje, pero cometo un grave
error. Cansado de tanta agua y refresco de cola, pregunto si hay algo
diferente. En ese preciso momento,
observo una botella diferente. ¡Parece zumo!
Pregunto si puedo servirme y al echar el viscoso líquido en un vaso de
plástico, miro la etiqueta y leo, ¡en francés, claro!: sirope de grosella. Me comentan que lo suyo es combinarlo con
agua y eso hago. Me bebo el vaso y
reconozco que aquello estaba bueno pero fue mi perdición porque, de nuevo, se
activaron todos los problemas estomacales.
En
fin, lo dicho, sudoroso, lleno de polvo y barro, algo atrofiado y literalmente
exhausto por el cansancio, me subo a una mesa de madera y no a una camilla
confortable y ahí me dan un masaje de unos quince minutos en gemelos,
cuadriceps e isquiotibiales. Luego me tumbo un rato en unas hamacas de
estilo militar, con una manta de supervivencia.
No me duermo pero al menos descanso algo. Al cabo de una hora me despierta la
voluntaria, tal como habíamos acordado.
Al
incorporarme, entumecido, paso unos malos momentos. Me he enfriado y, al malestar general, vienen
los temblores provocados por el frío.
Apenas si como algo por que no me encuentro bien y nada me apetece.
Al
salir del avituallamiento, los voluntarios me hacen un pequeño control. Me
preguntan si estoy bien. Creo que
debería tener la cara pálida porque insistieron varias veces. Les digo que todo perfecto. ¿Qué les voy a
decir? Justo al salir y cruzar el puente, volví a vomitar, otras 4 o 5
veces. Me quedé regular, sin fuerzas
pero como el tramo era fácil, por asfalto, seguí andando. Varias veces pensé en darme la vuelta y
dejarlo pero pensaba que no había hecho una preparación, un viaje a Niza, a los
Alpes Marítimos, a la
Ultra Trail Mercantour, a esta nueva aventura para desistir
tan fácilmente. El problema es que, a
pesar de haber vomitado no me encontraba bien.
Tenía el cuerpo cortado, sin fuerzas y con evidente malestar. Son aproximadamente las 11 de la noche y con
más de 30 horas de carrera. A los pocos
kilómetros voy entrando en calor y ya me sobra la chaqueta impermeable. Dejo el asfalto y volvemos a los senderos de
montaña, a esas sendas empinadas donde el efecto palanca de los bastones es
fundamental. Me cruzo con otro
voluntario, muy amable, al que le pido un vaso de agua, que me sirve con sumo
gusto. Vuelvo a incidir que esta Ultra
tiene repartido infinidad de voluntarios cada pocos kilómetros, en algunos hay
punto de control donde te toman el tiempo, en otros no. Salvo alguno, la mayoría me saludaban con una
sonrisa, advirtiéndome de lo que fuera menester e indicándome el camino a
seguir.
Inicio
una primera ascensión que se me hace interminable. Realizo incontables paradas. Me pasan algunos corredores que en seguida
pierdo en la distancia. No me encuentro
bien y voy penando. Sigo parándome.
Trato de distraer la mente divisando las luces del valle y arriba, las
de las estrellas. Cruzo otro punto de
control, ya de madrugada, con su tienda de campaña y su hoguera, en el que el
voluntario es un “chavalín” de unos 12 o 13 años, no más. Supongo que su padre o su madre no andarían
muy lejos. Pasadas varias horas, ya en
plena aurora, en lucha contra mi mente y mi cuerpo, logró superar la primera
ascensión, toda ella casi en solitario. Por suerte, disfrutamos de una noche
agradable con el cielo estrellado. Después
del ascenso, el terreno se suaviza e intento correr pero no voy. Me tumbo un rato en una roca grande, al lado
del sendero, a intentar descansar, pero lo único que consigo es quedarme frío. Este enfriamiento, supongo, me provoca que se
active un dolor en la articulación de la rodilla derecha (pata de ganso), dolor
que ya no me abandonará hasta finalizar la carrera. A veces el nuevo dolor se hace insoportable y
ya no sé que es peor si el malestar general o la articulación lateral de la
rodilla derecha.
Es
también en este tramo cuando de nuevo vuelvo a vomitar otras tantas veces pero
creo que lo único que llegué a expulsar es bilis porque el estómago estaba
vacío. ¿En la hora que tomé aquel sirope
de grosella? En fin, como diría el refrán, “a perro flaco todo son pulgas”.
En
esas circunstancias llego a un refugio
de montaña del que veo salir a un corredor.
Al fondo, en mitad de un descampado, un helicóptero de la organización está
a punto de despegar. Al salir el
corredor que se encontraba en la cabaña, aprovecho para acercarme a la
voluntaria y le pregunto si me puede dar algo de comer o beber. Me dice que no, que sólo están para la
seguridad de los corredores. Todo esto
entendiéndonos chapurreando palabras en francés, italiano y español. Entonces le digo que me encuentro bastante
mal, que no paro de vomitar y que me duele la rodilla.
Me
hace pasar a la diminuta y acogedora casa de madera, auténtico refugio de
montaña, con su chimenea y su candil. Me
prepara un té caliente y hablamos un poco.
Me dice que tenemos que esperar a la enfermera, que está en el
helicóptero. Luego entra otro
voluntario. Hablan en francés y a mi se dirigen en italiano. Todo me parece encantadoramente
surrealista. El té caliente me sienta
fenomenal. Vuelve la enfermera y me toma
la tensión y me mide el azúcar en sangre.
Los resultados indican que todo parece ir bien. Luego me aplica una pomada analgésica sobre
el lateral de la rodilla. Me pregunta si
puedo continuar en carrera. Entiendo que
si me hace esa pregunta es porque cree que estoy en condiciones de seguir. Además, pienso, y me pregunto: ¿qué iba a
hacer allí, viendo pasar corredores, durante horas y horas? Se que al día siguiente me iba a
arrepentir. Le digo que si, que voy a
intentar continuar, por lo menos, con la intención de llegar al siguiente
avituallamiento. Ahí ya decidiré qué hacer.
Hago
en este punto un pequeño paréntesis en la narración de la UT Mercantour. Creo que este modo de proceder en una ultra
cuando las fuerzas o algún malestar o dolor nos lastran y la mente nos mueve a
abandonar, puede servir como uno de los pocos, o tal vez el único consejo que
puedo dar a cualquier corredor “popular” de una ultra, es decir, no rendirse
tan fácilmente siempre que la salud no esté en verdadero riesgo. No entregarse a la desesperación y al
abatimiento y no actuar en caliente.
Siempre intentar llegar al próximo punto de control y/o avituallamiento,
sin entregar el dorsal al primer voluntario que veas. A pesar del sufrimiento y la fatiga, tratar
de reflexionar, dejar pasar el tiempo, descansar en la medida en que se pueda,
para ver si el cuerpo y/o la mente se recuperan y se cambia de opinión. Pasadas las horas que te puedes permitir,
según los tiempos de corte para poder finalizar la ultra, es cuando hay que
sopesar si puedes y quieres o si solo quieres pero verdaderamente no puedes.
¿Tú decides? ¿Seguir sufriendo unas cuantas horas más o no?
Vuelvo
a la narración. Como digo, todas las paradas en una ultra cuando las cosas no
van bien, siempre son bienvenidas, y a veces un rato de charla, unas palabras
de ánimo, el fulgor de un recuerdo, una bebida caliente, pueden hacerte
resurgir. En mi caso, salgo del refugio
de montaña con ánimos renovados, algo mejor del estómago pero con un fuerte
dolor de rodillas. Sin embargo ese
euforia se diluye pronto. Después de unos primeros minutos de optimismo vuelve
la auténtica realidad de mi estado.
Afronto la subida al Mont Archas con una altitud de 2526m, con numerosas
paradas, sobrellevando una respiración
acelerada, un dolor en la rodilla “in
crescendo” y un malestar general, y preocupado, viendo el perfil, por la
segura y muy inclinada bajada técnica que me esperaba. Y así fue, no estaba equivocado. Otro descenso campo a través, parecido al del
Mont Tournairet,pero más prolongada. Se trata de una nueva bajada con un desnivel muy
pronunciado (casi para hacerla rodando), larga y salpicada de socavones y
surcos, tierra y vegetación baja, sin atisbo de una senda que encamine nuestras
pisadas y en los que las únicas guías son las balizas que, por cierto, a veces
cuesta divisar. Intento bajar con sumo cuidado, pendiente de no caerme, de no
resbalar y concentrado en no tropezar o doblarme un tobillo y en comprobar que
sigo el camino correcto. Me pasan
varios corredores. También tuve que hacer varias paradas en el descenso porque
el cuerpo no me respondía. Algún
corredor, al pasar a mi vera me pregunta, en francés, como voy. Cuando nos miramos, mi cara lo dice
todo. Sigue su camino y yo vuelvo a
levantarme para seguir avanzando. Sentía
que me faltaba oxígeno y el dolor en el lateral de la rodilla derecha me estaba
fustigando sin tregua. Para rematar el
momento, se me apaga el frontal de forma inesperada. Menos mal que llevo uno de repuesto y puedo
seguir sin mayor problema.
Y
así, en esas circunstancias voy haciendo esos duros kilómetros hasta que un
sendero definido comienza a abrirse camino en el bosque. Al cabo de cierto tiempo comienzo a
vislumbrar las luces y el ruido de los generadores del avituallamiento de Vallon
d,Anduébis, una carpa a 1500 metros de altitud,
en un descampado, en medio de altas montañas y sobre el kilómetro 120. Son las 5 de la madrugada aproximadamente y
hace fresco. Llego muy tocado, tanto
física como mentalmente. No tengo ganas de comer. No acabo de recuperarme de esa sensación de
malestar general pero albergo la posibilidad de que puedo continuar. Voy con
bastante tiempo sobre el corte en ese punto kilométrico y tal vez, si consigo
descansar pueda recuperarme. Para nada me importa el puesto y el tiempo, mi
único objetivo es acabarla y apenas me quedan 23 kilómetros. En un apartado de la carpa hay 3 o 4
corredores tumbados en cartones y arropados con las mantas de
supervivencia. Hablo con la voluntaria
de ese avituallamiento y le digo si es posible que me haga un hueco para poder
dormir un rato. La voluntaria me prepara
el hueco pero ya no quedan cartones.
Utiliza una manta de supervivencia para protegerme del suelo y otra
manta de supervivencia para resguardarme del frío. En este tramo, de apenas 13 kilómetros, he tardado la friolera de más de
6 horas, lo que muestra el lento avance realizado en este intervalo. Puede que haya sido uno de los peores
momentos que he pasado en una ultra.
Los
corredores siguen pasando. La claridad
del día avanza. Apenas si he dormido
pero, al menos ha servido para que mi cuerpo descanse. Los corredores tumbados en los cartones han
seguido su camino y nuevos corredores ocupan sus sitios, se tumban y tratan de
dormir algo.
Necesito
comer algo si quiero terminar la carrera.
Me preparo un pequeño bocadillo con salami y queso y un vaso de
café. Parece que mi estómago lo acepta
bien. Tengo frío y el cuerpo algo entumecido
pero me levanto, cargo los bidones flexibles de agua y despidiéndome de los
voluntarios, emprendo la marcha y la dura subida al Mont
Pépoiri, con una altitud
de 2674 metros. Son las 7 de la mañana del domingo y llevo
en carrera unas 38 horas y obviamente, he bajado muchos puestos, hasta el 150,
pero tal como lo estoy pasando, me sentiré feliz si consigo terminarla.
La
subida es a través de un sendero inexistente, con mucha pendiente, paralelo al
bosque y bordeando una gran mole de piedra. En seguida, el sol empieza a calentar y a
sobrarme toda la ropa. Subo a un ritmo lento pero constante y casi sin
paradas. Intento controlar la
respiración. Aún así, adelanto a varios
corredores. Dejamos atrás un enorme
refugio de montaña que parece abandonado.
Las vistas son espectaculares. A la izquierda se distingue el Mont
Archasy la
pronunciada ladera que bajamos en la madrugada.
El Mont Pépoiri ni siquiera se divisa.Una vez atravesado una pequeña y
verde planicie donde una pareja de voluntarios, muy jóvenes, nos escanean el
dorsal, seguimos ya en zona de alta montaña y terminamos de bordear la gran
mole de piedra. Todo es un páramo de
piedra y rocas y en lo alto, ya si se distingue el vértice geodésico del Mont
Pépoiri. Y por fin, corono el punto más alto de la ultra y
ahora viene una larga bajada. Los primeros tramos son técnicos, luego
suaviza. Ahora si que puedo decir que la
Ultra la he conseguido pero todavía me quedan unas cuantas horas de
sufrimiento. Apenas si puedo
correr. Siento un cansancio extremo pero
ya voy descendiendo a ritmo rápido, con mucho calor. Un grupo de montañeros disfrutan de la
mañana, junto a su tienda. Me animan y
me ofrecen agua. Se la acepto y sigo mi
camino. Otro punto de control y sigo
bajando ya por carril mientras disfruto de unas preciosas vistas, con el
pueblo, creo que de Saint-Martin-Vésubie, en el fondo del valle, buscando
con la vista La Colmiane. Troto a ratos pero prefiero parar. El dolor en el lateral de la derecha rodilla
sigue molestando. Nos cruzamos con muchos senderistas y gente entrenando. El día es espléndido.
Y en
ese estado llego al último avituallamiento, la estación de invierno de Valdeblore
La Colmiane, kilómetro 133, en 43 horas y 24 minutos, sobre las 12:25 horas de la mañana del domingo
en el puesto 147. Un nutrido grupo de
voluntarios, casi adolescentes, nos atienden.
Como queso y jamón cocido, bebo algo de refresco de cola, relleno los
bidones de líquido y al cabo de cinco minutos, salgo para afrontar los últimos 10 kilómetros. El calor sigue apretando. Tras una subida por carril, cruzando la zona
de las pistas de esquí, la carrera se adentra por un sendero boscoso. En
seguida, una pléyade de corredores me sobrepasan a buen ritmo. Es el trail de 25 kilómetros. Me incitan a correr pero me entra la
risa. Algunos nos reconocen de la ultra
y nos animan. Cruzamos el pequeño
pueblecito de Venanson y giramos a la izquierda buscando la ansiada
meta: Saint-Martin-Vésubie.
Sobre las 14,30 del domingo, después de 45
horas y 32 minutos, superados casi145 kilómetros y
10400 de desnivel positivo, consigo llegar a meta. Como siempre el mismo ritual, pliegue de bastones
y despliegue de la bandera de mi club, Trail Running Málaga. Al final, puesto 147 de 204 finisher de más
de 400 corredores que partieron de Niza en esta dura Ultra. Otra más a la saca y tras un largo descanso
espero, a finales de septiembre, poder afrontar la Long Trail Sierra de Segura
en Santiago-Pontones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario