RUNELA TRAIL 71 KM Y 3900 +
MERINDAD DE VALDEPORRES (BURGOS)
5 DE MAYO DE 2018
Y una semana después de correr en la III edición de
la CxM Villa de Casares que, dicho sea de paso, me sirvió como una estupenda preparación
para la nueva ultra que afrontaba, Runela Trail, en la provincia de Burgos. De un tiempo a esta parte me estoy dando
cuenta que este tipo de ultras de distancia intermedia, entre 50 a 80 kilómetros
aproximadamente, me vienen bastante bien.
En ellas empleas entre 10
a 15 horas, sufres y disfrutas, pero no acabas tan machacado
y apenas si corres unas pocas horas en horario nocturno. Y esta carrera es un buen ejemplo de ese tipo
de ultras. Además, en las últimas de
larga distancia siempre he acabado vomitando y con muy mal cuerpo mientras que
en éstas finalizo bastante entero. Ni
que decir tiene que estoy tratando de buscar una solución a esas malas
sensaciones que llevo padeciendo en las últimas ultras “largas” a partir de las
15 a 20
horas de carrera. Tal vez, una de las
razones, creo, es que apenas como sólido, a diferencia de las primeras ultras
donde daba buena cuenta de todo tipo de bocadillos y platos de pasta. En próximas crónicas, la Scenic Trail de 113 km y 7800 + y en el
Grand Trail Courmayeur de 105
km. y 7000 + ya contaré las vicisitudes que atravesé.
En fin, me recuperé bien del
esfuerzo de los 20 Km.
de la Cxm Villa de Casares del día 28 de abril y el jueves por la tarde, 3 de
mayo, salí en dirección a Coria con intención de pasar la noche, ver a mis
padres y que el camino no se me hiciera demasiado pesado, amén de pasar varias
horas por Burgos para conocer su catedral y castillo.
El viernes por la tarde, tras una corta
visita turística a la monumental Burgos, con bastante frío, por cierto, me
dirigí a la comarca de las Merindades, al norte de la provincia, zona bastante
despoblada aunque con unos paisajes muy hermosos. Como siempre los viajes de ida los llevo
peor que los de vuelta. Tal vez sean los
nervios o por la incertidumbre de lo que me voy a encontrar.
El hotel, mejor dicho, hostal, lo había reservado en
un pequeño pueblecito, Cilleruelo de Bezana, a unos 8 o 9 kilómetros de
Pedrosa de Valdeporres, localidad donde se encontraba el Ayuntamiento de la
Merindad de Valdeporres y lugar de salida y finalización de la Runela Trail.

Se me olvidaba comentar el tema de
las zapatillas. Como dije en la crónica
de la Cxm Villa de Casares, destrocé la puntera de una de las Hoka Stinson y
luego solo contaba con tres días hábiles antes de partir hacia Burgos. Lo primero que hice fue una búsqueda por
Internet para decidir que zapatillas comprar.
Tras comprobar que mi número (32 cm,) para las Hoka Stinson no estaba en
stock (al menos aquel día), al igual que las Mafate Speed 2 y viendo como las
Hoka Speedgoat no acababan de convencerme, decidí aventurarme a cambiar de
marca y como había oído hablar bien de las Altra, pues, al final opté por pedir
las “Olympus 2.5 con Zero Drop”. Lo
bueno es que el lunes o el martes, ya no recuerdo bien, lleve la Hoka Stinson a
un zapatero que tenemos en la Avenida Europa, en Málaga, por la barriada de San
Andrés, Zapatería Vallejo, que por el módico precio de 5 euros me arregló la
rotura y las dejó perfectas … pero el pedido ya estaba hecho y en esos días
también recibí las Olympus… En definitiva,
en la Runela Trail utilizaría de nuevo las Hoka Stinson, buenas zapatillas con
gran amortiguación y con las que me siento muy cómodo. Ya comentaré en la siguiente crónica que ha
sido de las Altra Olympus.
Tras alojarme en el hostal de
Cilleruelo de Bezana y descansar un rato, después del largo viaje, cogí de
nuevo el coche para acercarme a Pedrosa de Valdeporres, a unos 8 kilómetros
aproximadamente, a recoger el dorsal en el pabellón del pueblo (la bolsa del
corredor está bastante bien, con morcilla de Burgos, incluida). Esta es la tercera edición de esta carrera y
en este 2018 estaba patrocinado por la Diputación de Burgos, contando además
con la inestimable “colaboración” del gran Depa para animar al personal. En el momento de la inscripción, en
invierno, me planteé inscribirme en otra más corta que había en Galicia en las
mismas fechas, pero bueno, al final me decanté por ésta, carrera de la que ya
había visto videos y cuyo lugar y precio de inscripción resultaban muy
atractivos.

De vuelta al hostal, tocaba la
logística y los preparativos. Todo bien,
salvo por un pequeño detalle. No funcionó la calefacción del hostal y la
temperatura nocturna en el exterior bajó de los cero grados. Aunque me arropé
con lo que había dormí bastante mal. Al
sonar el despertador, me costó levantarme, aún más vestirme y salir del hostal.
¿Quién me manda venir aquí?- me decía.
En fin, en esos momentos uno no tiene la mejor de las caras y cuesta
sobreponerse y vencer las justificadas excusas mentales que a uno se le pasan
por la cabeza. Al salir a la calle para
coger el coche, cubierto de escarcha, todavía de noche, la temperatura era de
un grado bajo cero, es decir, mucho frío y más incomodidades.
En seguida llego a Pedrosa de
Valdeporres y la suerte me sonríe encontrando un buen aparcamiento y una
cafetería abierta a esas horas de la mañana, sobre las 6,20 horas, regentada
por una señora. Aproveché para ir al
baño y tomarme una sabrosa taza de café con leche, bien cargado (me sentó de
lujo) y entablé un pequeña conversación con dos voluntarios que luego me
saludarían antes de llegar a Puentedey.
Comienza a despuntar el día y los
corredores ultiman sus preparativos. En
el arco de meta no hay casi nadie. Los 100 corredores, aproximadamente, que van
a salir a disputar la ultra de 71
km. están dentro del pabellón, resguardándose de la
gélida mañana. Yo hago lo mismo.
Observo, no conozco a nadie. Hago
algunos estiramientos para entrar en calor.
En los últimos minutos, justo antes
de las 7 de la mañana, todos nos aventuramos a colocarnos detrás del arco de
salida mientras las palabras del animador, Depa, nos van despertando. Nervios, retoques de última hora,
comprobación del gps, en fin, lo habitual.
Veo bastantes “máquinas” y muchos corredores vascos. De hecho, pasa junto a mi lado una gran
corredora como es Silvia Trigueros.
Recuerdo unas palabras del simpático Depa que me hicieron bastante
gracia. Venía a decir que antes la
gente, los espectadores aplaudían y animaban pero que ahora se dedicaban a hacer
fotos con los móviles, fotos que no iban a ver nunca. ¿Cuánta razón?
Y sin más, entre aplausos, petardos
y fuegos artificiales…. si… ¡fuegos artificiales!:…. como diría aquél – no
hemos escatimado en gastos; arranca la Runela Trail en su versión larga. Allá vamos.
En seguida entramos en sendero con mucha hierba y piedra mojada y que,
junto al barro y al agua, será la tónica habitual durante los primeros 20 kilómetros. Salgo con guantes y el impermeable puesto,
debajo de la camiseta de TRM y los manguitos.
Como digo, hace mucho frío.
Los primeros kilómetros pican hacia
arriba pero se puede correr bastante. Pasamos por el primer pueblo, Cidad y a partir de ahí el camino se
transforma en sendero y toca afrontar la primera subida, el Alto de la Maza.
En la subida nos empiezan a calentar los primeros rayos de sol y al poco tiempo
ya sobra casi todo, en especial, guantes y chaqueta.
A lo largo de estos primeros kilómetros me han
adelantado bastantes corredores, a pesar de que llevo un buen ritmo (para mi). No obstante, en la subida cojo una buena
cadencia de ascensión que mantengo hasta las praderas de la cima desde las que
se divisan unas vistas espectaculares del pantano de Reinosa, en el curso alto
del río Ebro. Y ahora toca una primera bajada con mucho
barro y hojarasca donde hay que andarse con cuidado para llegar al primer
avituallamiento en Ahedo de las Pueblas,
sobre el kilómetro 11. Como siempre, cargo los bidones flexibles,
bebo algo de refresco de cola y poco más.
Afrontamos ahora una nueva subida al Alto de la
Zarzosa. La primera parte de la
subida, lo que sería La Sardinera es bastante cómoda, por carril, hasta
llegar a un descanso donde la pendiente
y el terreno se complican. De hecho
durante estos kilómetros avanzar se convierte en algo bastante complicado con
mucho barro, piedra resbaladiza, raíces, riachuelos, etc. Me da lo mismo si es en subida como en bajada
porque apenas se puede correr y hay que andar con mucho cuidado para no
partirse la crisma o un tobillo. De
este tramo, recuerdo que lo hice con un chaval (más de 40 años) y dos chicas,
hasta que una de ellas se escapó. Hay
tramos de bosque y tramos de pradera pero el terreno embarrado y lleno de
charcos no varía. Este camino es el de las
Varias y marcha paralelo al río Nela.
Sobre el kilómetro 21
conseguimos llegar al segundo avituallamiento, Las Varias, cubiertos de lodo y bastante cansado. Los voluntarios nos animan y comprenden el
esfuerzo realizado. El avituallamiento
está bastante surtido y como un poco de todo. Por este punto ya llevo 3 horas y
23 minutos de carrera.

A partir de este avituallamiento toca afrontar la
subida más larga de la ultra, el Cotero.
La primera parte es por sendero cenagoso hasta que tomamos un amplio
carril de tierra compacta por el que la subida se hace mucho más cómoda. Avanzo solo, flanqueado por molinos
gigantes, pero con la referencia de una pareja por delante y un grupo numeroso
por detrás. En la cuneta del carril hay algunos
neveros. El último trecho vuelve a ser
sendero de barro, charcos y nieve y también piedras y a partir de ahí empieza
una primera bajada por un camino resquebrajado, de un color negruzco y (de ahí
lo del avituallamiento petróleo) con mucho barro. Recuerdo que adelanté a un corredor que iba
bastante tocado en esta bajada. Y tras
varios kilómetros llegamos al siguiente avituallamiento, una carpa en medio de
una explanada, Petróleo, kilómetro 31,
donde doy buena cuenta de una botella de bebida isotónica Powerade.
En este avituallamiento entablo cierta relación con
otro ultrero vasco, bastante curtido, tal vez perteneciente a la categoría +50,
que se mueve con bastante soltura y que en más de una ocasión me indicará la
siguiente y lejana montaña que deberemos subir… ¡hasta allí! ¡Casi mejor que no me lo digas! – pienso.

Después de este avituallamiento viene una corta
subida y a partir de ahí, la gran bajada de unos cuatro kilómetros hasta llegar
a la base de vida del Túnel de la Engaña, sobre el kilómetro 36,5 La bajada es
muy chula y disfruto bastante. Hay tramos
de nieve, algunos neveros donde te introduces hasta las rodillas, otros de
barro, otros de sendero limpio, algún arroyo, un poco de todo, pero en general
se puede correr. Nos encauzan entre
enormes monolitos de piedra, en algunos apenas si podemos pasar de perfil. En los primeros kilómetros me acoplo al
ritmo de otro corredor y cuando el camino se vuelve más fácil, aprieto y lo
dejo atrás. En todo momento me voy
ayudando de los bastones y sólo cuando el camino es más llevadero, los elevo
siempre con las puntas hacia arriba.
Y por fin llego al siguiente avituallamiento, base de
vida de la ultra, kilómetro 36, el Túnel
de la Engaña, por donde transito con un tiempo de 5 horas y 56 minutos. Como la crónica la escribo pasados más de
dos meses, apenas si recuerdo que comí en aquel avituallamiento. Si recuerdo
que probé una especie de “donuts” de chocolate pequeños que me sentaron muy
bien y que también comí en el avituallamiento de Puentedey, kilómetro 55. Como siempre, trato de perder el menor tiempo
posible. Vengo a una carrera, no a
comer- siempre me digo.

Una vez atravesado el Túnel de la Engaña empieza una
nueva subida que, personalmente, se me hizo bastante amena y fácil, la Cruz
de Colladío. Me encontraba con
fuerza y tiraba bien. Luego una larga bajada por carril en la que me adelanta
una chica pero que sirve para espolearme y aguantarle el ritmo en toda la
bajada. La chica corre bastante, todo
ahí que decirlo. Y como siempre, tras
una bajada, la organización nos conduce en ligera subida por sendero a través
de varias frondosas paradas. Pierdo de
vista a la chica, que me deja atrás. Cruzamos una carretera comarcal, donde un
nutrido grupo de voluntarios nos anima, tal vez porque saben de la dureza de la
siguiente subida, la del Ventanón, tal vez la más conocida y emblemática
de esta ultra. Y en efecto, el ascenso
es muy pronunciado, por un sendero zigzagueante, donde los bastones son de gran
ayuda. Y como siempre, con paciencia,
paso a paso, cruzamos el gigantesco arco de piedra donde la organización nos
regala con unas cuantas fotos de nuestro paso.
Decir que en esta subida se vuelve a pegar a mi lado el corredor vasco y
juntos corremos por terreno fácil en un suave descenso camino del siguiente avituallamiento,
Ventanón-La Muela, kilómetro 45. Aprovecho para beber otra botella de
bebida isotónica Powerade. No llega a
hacer un calor sofocante pero la temperatura ha subido unos cuantos grados
desde las 7 de la mañana. De todos
modos, no nos podemos quejar. Ha quedado
un día espléndido y firmaría correr todas las ultras con esas condiciones.

Cargo los bidones flexibles y salimos hacia el
siguiente repecho, La Muela de Dulla (1143 m.) que se divisa
perfectamente y que el corredor vasco se encarga de señalarme. ¡Maldita sea! Es
una especie de meseta elevada donde no se llega atisbar el sendero por el que
se realiza la ascensión final. Sin
embargo, una vez superado el primer tramo duro y vertical, el resto no es demasiado
largo aunque si con algún paso peligroso donde tienes que ir pegado a la pared de
roca y no mirar el precipicio y al final subir por una escalera metálica… si, por una escalera, donde un amable voluntario
nos da la mano y, sobre todo, ayuda con los bastones.
Una vez arriba, estamos en la parte alta de una
enorme meseta de piedra, en la Merindad de Sotoscueva, y toca de nuevo
correr. La vereda no está muy marcada al
principio por que todo es zona kárstica. Luego
el camino gira a la izquierda, culebrea y se dirige buscando un riachuelo con
bastante agua mientras la vereda, juguetona, cruza y vuelve a cruzar el
riachuelo siendo difícil, a veces, no mojarse los pies. A lo largo de estos kilómetros, corriendo en paralelo
al caudaloso arroyo, saltando de una orilla a la otra, casi sin molestias, siento
que voy disfrutando de una plácida sensación de libertad, como “de sentirme
bien conmigo mismo” y con lo que hago. Siempre digo que, en las ultras, lo que
más hago es sufrir pero hay veces, momentos, pasajes, determinados senderos en
los que sientes un gran “subidón” de endorfinas y sólo por esos instantes que
luego se transforman en imborrables recuerdos, creo que merece la pena seguir
compitiendo en esto del trail running.

Desde que dejé el último avituallamiento, Ventanón-La Muela, kilómetro 45, voy, “viajo”
sólo. Tan solo me encuentro con algunos
grupos de senderistas que suben por el cauce del riachuelo y que se apartan
para dejarme paso y algunos también para animarme. El descenso se hace largo pero no
importa. El paisaje, el riachuelo, los
árboles, el camino, todo invita a disfrutar de la carrera. Al final, este precioso descenso acaba en
otro pueblecito de la comarca, Quintanilla de Valdebodres.
Tras atravesar el pueblo avanzamos un tramo por
carretera. Me adelanta un vehículo de la
organización. Me saludan. Son los voluntarios de la cafetería en
Pedrosa de Valdeporres momentos antes del inicio de la ultra.
Seguimos avanzando por un camino paralelo a la
carretera para dirigirnos a un punto turístico de la zona, la Cascada de la
Mea. El sendero se adentra en la roca y pasa por detrás de la enorme
cascada. Luego hay un tramo dificultoso al abrigo de la roca y vuelta a correr
camino de Puentedey donde tras un largo paseo por todo el pueblo, acabamos
pasando por el enorme y espectacular arco excavado por las aguas del río Nela y
que es otro de los emblemas de la Runela Trail y, por supuesto, del pueblo y la
comarca.

Llego al avituallamiento de Puentedey, kilómetro 55, en 9
horas y 8 minutos. Devoro unos
cuantos dulces de chocolate, cargo los bidones flexibles y vuelta a empezar con
otra subida, el alto de Rojo. La
subida es cómoda pero los kilómetros y el calor me provocan un leve “pajarón”
durante unos cuantos kilómetros. Aún
así, consigo superar a un corredor que, por la pinta, parece extranjero. Una vez superada la cota, viene una bajada de
casi 5 kilómetros
en la que vuelvo a disfrutar. Es el típico sendero sombrío, con hojarasca, como
si corrieras por una superficie acolchada y además, con el desnivel
adecuado. No encuentro a ningún
corredor hasta llegar al último avituallamiento, Villavés, kilómetro 63, donde apenas si paro a pesar de las
recomendaciones de los voluntarios para que probara bocado.
Y cada vez queda menos, los kilómetros van cayendo
sin darme cuenta. Tras una pequeña subida, una bajada muy pronunciada por
carril hasta llegar a otra carretera comarcal donde previamente hay que cruzar
por las habitaciones de una casa abandonada.
Ya en la carretera y guiado por los voluntarios,
cruzamos un puente, dejamos a un lado el pueblo de Quintanabaldo y
empezamos la última subida de la Runela Trail.
Cuando me quiero dar cuenta, otra vez el corredor vasco lo tengo detrás,
¡una fiera!. Le dejo pasar. Esta última subida es corta pero con unos
repechos de aupa. En lo alto de una
roca, tres voluntarios nos animan. Con
sonrisas forzadas seguimos subiendo.

Al llegar arriba se abre una gran planicie y el
descenso casi se convierte en un falso llano durante varios kilómetros. Ya si que voy cansado y con el resuello
acelerado, como casi siempre. No obstante, pienso que tal vez en esta carrera,
al sentirme mejor, he llevado un ritmo superior al habitual. En fin, no quiero dejar de correr y aunque el
corredor vasco se me ha escapado, siento la meta cerca y pienso que ahí que
hacer un último esfuerzo y no dejarme llevar como otras veces. Ya se empieza a divisar el pueblo de Pedrosa
de Valdeporres pero antes nos hacen dar un gran rodeo a la falda de un
barranco. Si tuviera fuerzas sería una
gozada correr por los vericuetos de la vereda junto al enorme barranco pero mi
mente y mi cuerpo ya solo piensan en terminar.
Abandono el sendero para enfilar una enorme recta.
Por delante veo a un corredor pero no es el vasco. Creo que lo puedo adelantar. Y con ese objetivo en mente y con la alegría
de estar a pocos metros de la meta, incremento el ritmo y lo adelanto. Entro en las calles de Pedrosa de Valdeporres
y en seguida enfilo la calle en dirección a meta. Y bastante entero atravieso el arco de
llegada con un tiempo de 11 horas y 47 minutos, en el puesto 50 de la general
masculina de un total de 82 corredores que finalizaron. A diferencia de otras carreras, el speaker
(ya no estaba Depa) hizo especial énfasis con el reconocimiento de los allí
congregados. Muy buen recibimiento. Decir
que en la categoría femenina finalizaron 6 corredoras, de ellas 5 consiguieron
mejor tiempo.

Al terminar me entregan una “toallita” finisher. Tal vez, esto, a mi modo de ver, es lo único
“criticable”. En fin, sobre gustos… pero
creo que una bonita medalla de metal o metacrilato….es un recuerdo para toda la
vida. De hecho, aunque muchas carreras
te regalan las prendas finisher, opino, que no hay nada mejor que una trabajada
medalla… o hebilla, como entregan en algunas carreras anglosajonas. De hecho, una de las grandes carreras a nivel
mundial como la UTMB, debería aprender de esas hebillas o medallas de otras
tantas carreras … y no será por el precio de la inscripción …
Una vez recibida la toallita entro en el pabellón
donde se percibe una gran algarabía de corredores y familiares junto con muchos
voluntarios. En seguida me ofrecen
morcilla de Burgos … . El gran Depa me saluda y por allí veo a Sonia Trigueros
departiendo con los voluntarios. En fin,
me siento exultante, a gusto conmigo mismo; como y bebo algo mientras observo a
los demás corredores y a los nuevos que van llegando…
Me quedo un buen rato en el pabellón hasta que, ya
algo acartonado, decido despedirme y dar las gracias a unos cuantos voluntarios
(carrera muy recomendable, muchos voluntarios, organización y balizaje) para
coger el coche y ducharme, ya en el hostal, descansar bien, para afrontar, al
día siguiente, el largo viaje de cruzar casi toda la península (volví a hacer
otra pequeña parada en Burgos).
Y ya a pensar en la siguiente prueba, en Suiza, la
Scenic Trail, con sus 113 km
y 7400 +, pero antes me había puesto un entrenamiento con la Media Maratón
Bosques del Sur.