25- 27 AGOSTO 2017

"Esos locos que corren. Yo los conozco. Los he visto muchas veces. Son raros. Algunos salen temprano a la mañana y se empeñan en ganarle al sol. Otros se insolan al mediodía, se cansan a la tarde o intentan que no los atropelle un camión por la noche. Están locos. En verano corren, trotan, transpiran, se deshidratan y finalmente se cansan... sólo para disfrutar del descanso."
2017 - III ULTRA-TRAIL COTE D'AZUR MERCANTOUR 25- 27 AGOSTO 2017 (143 KM y 10400 +)
Este año no pudo ser y el sorteo de la UTMB, a principios de enero de 2017, para participar en las míticas
Llegué a Niza el jueves 26 de agosto, creo que más o menos recuperado del esfuerzo de la Ehunmilak. Hice turismo ese mismo día visitando la zona comercial y
La carrera comenzaba a las 17 horas del día 25 de agosto a las afueras de Niza, en mitad del campo. El año anterior arrancó desde el Paseo Marítimo de Niza de forma neutralizada. Este año, por las razones por todos conocidas, decidieron llevar a los corredores bastante lejos.
En primer lugar, cogí la línea del tranvía hasta la parada “Comte du Falicon”, junto al estadio de fútbol, para después tomar, ya en compañía de los demás corredores, una lanzadera puesta por la organización que nos conducía hasta la zona de salida, Aire Saint Michel.
Llegué pronto a la zona de salida y pude descansar a la sombra de los árboles durante casi una hora, tras grabar alguna toma con una mini-cámara deportiva. Es otra forma de conseguir fotos y vídeos de cada carrera, a modo de recuerdo de cada evento. En la salida, repartidos por la arboleda no se veían demasiados corredores. Al final, la organización hablaba de algo más de 400 “corremontañeros”. En los folletos informativos de
Antes de seguir con la crónica, hago un pequeño inciso en cuanto a la preparación realizada durante el verano. No me machaqué demasiado. Casi todos los entrenamientos fueron en Sierra Nevada, en altura. Por otra parte y visto que durante
Volviendo al inicio de la carrera. Como siempre los últimos minutos son momentos de nervios. Tras los prolegómenos de rigor, el speaker de turno, obviamente todo en francés, y la música de
Después de los primeros
En este avituallamiento tienen una amplia carpa donde ya hay corredores descansando, otros recibiendo masajes y otros comiendo. Tras dar una vuelta por las viandas existentes me decanto por un plato de macarrones con queso y tomate que me sabe a gloria, al menos, al comerlo, pero que, a la larga, parece que me provocaron malestar estomacal que acabó desembocando en varias vomiteras.
Vuelvo a reiniciar la marcha y como es en bajada, en seguida me animo y vuelvo a correr durante unos cuantos kilómetros por una senda, a veces carril, en otras por sendero, a veces muy corrible, en otras con atención, vigilando las rocas y la piedra suelta. En poco tiempo me planto en el fondo del valle, en el río, y de nuevo empezamos un nuevo ascenso. Ya voy más tocado y el cambio de terreno me cuesta. Aminoro la marcha, trato de recuperar el resuello y mentalizarme que ahora vienen muchos kilómetros de subida y que hay que tomarlos con tranquilidad. No consigo acompasar la respiración. Siento como si me faltara oxígeno y me veo obligado a respirar por la boca. Aún así, enlazo con un grupo y tras un control en una pedanía donde hay una fuente pública de agua potable, en la que todos nos refrescamos y utilizamos para recargar bidones, sigo el ascenso en dirección al siguiente avituallamiento: Utelle en el kilómetro 44. Si la anterior subida se me hizo larga, esta fue un auténtico calvario, al menos, desde un punto de vista mental. Como casi siempre trato de ir a mi ritmo aunque casi siempre hay algún grupo de corredores que consigue sobrepasarme. Es un sendero con bastante piedra y con cuestas empinadas. Al menos, la noche es hermosa y mi sufrimiento se compensa con algún vistazo al cielo estrellado. A los problemas de respiración, en estos kilómetros de interminable subida empiezo a sentir ciertas molestias estomacales.
Al llegar a lo alto de un pico, sobre el kilómetro 37, se escuchaban voces, el sonido de algún instrumento musical de viento, tal vez un cuerno, así como el sonido de cencerros junto con los gritos de ánimo al paso de los corredores. Estos ruidos animan en el silencio de la noche y a mí personalmente, me espabilan y me ayudan a seguir y ver la fuente de donde llegan esos ruidos lejanos. Con ese acompañamiento, comienza una suave bajada muy trotable, feliz, creyendo que el siguiente avituallamiento estaba próximo pero no era así. De nuevo frente a uno se presenta esa columna vertical de luces, como pequeñas luciérnagas esparcidas por el monte que buscan la escapatoria conducidos por incontables balizas.
Al final, subimos al Col d,Ambellarte, en el kilómetro 39 donde nos jalean los voluntarios alegres y ruidosos y atravesamos el Sanctuaire de
Ya desde estos primeros kilómetros percibo que la ultra está siendo muy dura, que hay mucho desnivel y bastante pronunciado, y que las bajadas, salvo alguna fácil, la mayoría son técnicas. Todo ello repercute para que el tiempo de carrera en atravesar los mismos kilómetros se vaya alargando.
En el Sanctuaire Madone d’Utelle llego seco y siguiendo la estela de varios corredores que se están avituallando en una carpa. Al acercarme, una voluntaria en francés, directamente nos echa y no nos deja acercarnos a tomar, aunque sea, un vaso de refresco de cola. Por lo visto, es una carpa de voluntarios. Me parece muy bien pero veo, fastidiado, como a otros corredores si los dejan. No me parece bien. Como dice el refrán, o todos moros o todos cristianos. En fin, por no ponerme a discutir para que, además, no me entiendan, decido seguir el camino y hacer el esfuerzo de recorrer 4 o
Alcanzo este avituallamiento exhausto y con 9 horas en las piernas. Busco algo fresco pero no tienen nada. Creo que es un fallo que debería corregir la organización para próximas ediciones. Cargo bidones y bebo refresco de cola pero a sorbos. De la bebida isotónica paso por que la tienen en un gran barreño donde un corredor se está sirviendo metiendo las zarpas hasta el codo.
El pueblo está muy ambientado. Hay bastantes lugareños. Entre las viandas hay unos enormes racimos de uvas. Decido comer algunas. ¡A ver como me sientan!
Sin tenerlo muy claro, por las malas sensaciones que presiento se avecinan, reemprendo la marcha, con una nueva subida brutal y encarando un nuevo pico: Brèche du Brec d'Utelle (
Al poco de iniciar la subida mi cuerpo dice basta. Necesito parar y bajar el ritmo. No voy bien. Paro unos minutos y reinicio la ascensión. Tampoco puedo detenerme demasiado porque corro el riesgo de enfriarme. Me adelantan corredores. Algunos no me dicen nada. Otros me preguntan en francés por mi estado. Muy bien, les digo. ¿Qué les voy a decir?
Así, de este modo, con la respiración por la boca, tratando de absorber la mayor cantidad de oxígeno, con numerosas paradas, consigo realizar la ascensión al dichoso pico. Luego viene un tramo corto pero bastante técnico hasta que el sendero empieza a llanear. Y es en este momento cuando, de forma inesperada, siento nauseas y empiezo a vomitar sin parar, hasta 4 o 5 veces. ¡Qué mal lo paso! Lo echo todo. Es la primera vez que me ocurre en una carrera y desconozco como me va a afectar. Sigo caminando y como la vereda serpentea en descenso, trato de correr pero el cuerpo no responde. No tengo una pizca de fuerzas y llevo la respiración acelerada. Me vuelvo a parar y me siento en la hierba. Descanso unos minutos. Me reincorporo y decido tomarme un gel, a ver si me entono y cojo fuerzas. Lo bueno de haber vomitado es que me ha aliviado cierta pesadez de estómago y a los pocos minutos, empiezo a encontrarme bastante mejor, hasta el punto de que empiezo a correr por el sendero que durante unos 4 o 5 kilometros llanea y permite trotar.
Empiezo a recuperar la confianza perdida y me siento más animado. Enlazo con un nutrido grupo de corredores y a buen ritmo iniciamos la subida al Col d,Andrion buscando el siguiente avituallamiento en el kilómetro 55.
Recuerdo que en ese avituallamiento iba buscando tomar algún caldo pero lo que había no me apetecía demasiado. Además, a veces cuesta hacerse entender con algunos voluntarios por el tema del idioma. Casi no sabía qué llevarme a la boca pero algo debía comer. Al final, empecé a comer fruta, sobre todo, naranjas y algún trozo de plátano.
Por este punto de control el tiempo en carrera se dispara a las 12 horas y media. La madrugada va avanzando y son más de las 5,30 de la mañana. Falta menos para que amanezca- me digo.
Trato de animarme y reanudo la marcha pero siento que el estómago sigue sin ir bien. Tras un tramo de carril en descenso, se inicia otra fuerte subida camino del Mont Tournairet con una altitud
Y de nuevo el cuerpo, sin previo aviso, me hace girar a la izquierda y de nuevo, vomito otras 4 o 5 veces. Creo que algo que he comido no estaba en buen estado. ¿Habrá sido el tómate que le eché a los macarrones en el avituallamiento de Levens, en el kilómetro 30? En cierto modo, siento como una liberación y enseguida vuelvo a encontrarme algo mejor. Amanece y me quito el frontal. Un peso menos.
Sigo avanzando y vuelvo a quedarme sin agua. Una cuestión que si se puede alabar a esta Ultra es la gran cantidad de voluntarios que te vas encontrando, generalmente en grupo de dos. Además, cuenta con muchos puntos de control cada pocos kilómetros, con sus tiendas de campaña y sus sacos de dormir. Siempre que puedo, aprovecho para pedirles un vaso de agua y salvo en dos ocasiones, siempre accedieron amablemente a ello. Durante estos kilómetros me voy planteando qué hacer al llegar a Roquebillière, si seguir o abandonar.
Corono el Mont Tournairet y empieza una nueva bajada técnica muy pronunciada campo a través, un auténtico rompe articulaciones, con cuidado de no resbalarme y de no torcerme un tobillo. Es una bajada que se me hizo muy larga. Más abajo se fue abriendo un sendero pero con mucha piedra y muy roto y con gran desnivel. Luego había que cruzar tramos de grandes piedras. Había que olvidarse de correr. Bajar con cuidado y apoyándome en los bastones. Ni que decir tiene que los paisajes eran espectaculares pero uno andaba demasiado concentrado en busca de la siguiente pisada. Definitivamente esta ultra estaba siendo más dura de lo que pensaba.
Con el calor de la mañana llego al bonito pueblo de Roquebillière, kilómetro 70 en casi 17 horas, y en el puesto 77, punto intermedio de la ultra y segunda base de vida de la carrera en la que te entregaban la mochila, previamente depositada al recoger el dorsal. Se utilizaba el pabellón deportivo del pueblo, muy bien acondicionado, y situado junto al río, con nutrida presencia de familiares en las gradas. Había posibilidad de recibir un masaje, duchas y cambiarse de ropa. Como un poco de pasta con queso pero sin tomate y una barrita de las mías y tomo un vaso de café sólo con azúcar. Solicito un masaje pero al ver tanto corredor esperando, desisto. En algunos avituallamientos el idioma es un pequeño contratiempo. No descarto para próximas aventuras en el extranjero, el aprendizaje de un pequeño vocabulario “montañero-ultrero” del idioma del país donde se realice la ultra.
Me embadurno bien los pies para el tema de las ampollas, las partes nobles y me cambio de calcetines. Aproveho también para quitarme las rodilleras. La de la derecha, tras más de 17 horas me estaba haciendo daño. Aún así, vuelvo a colocármela y decido seguir con ella; y después de unos 25 minutos aproximadamente, arranco la segunda parte de
Justo en la salida del pabellón había un corredor desvistiéndose y al pasar a su lado, de improviso, perdió el conocimiento cayendo a plomo. En seguida, varios voluntarios acudieron a socorrerlo. Creo que luego se lo llevaron en helicóptero. ¡Ojalá no fuera nada!
Y del valle volvemos a ascender hacia las montañas. Atravieso el pueblo de Belvedere en compañía de otros dos corredores. Allí nos encontramos con un avituallamiento improvisado, con refresco de cola fresquita y el agua de una fuente “regentado” por un entrañable caballero de avanzada edad. Nos mojamos bien para aliviarnos del calor y a seguir.
De esta subida, de gran dureza, destacar que voy mejor, voy controlando mejor la respiración, sudo en abundancia e incluso adelanto a varios corredores pero empiezo a padecer un pequeño contratiempo: los calcetines se bajan y cada cierto tiempo tengo que parar y ajustarlos. Un incordio que sobrellevaré hasta meta en todas las subidas. También hace mucho calor y aunque voy racionando el agua, veo que no me llega. Llegó a un control, kilómetro 79, Croix de Suolcle, pidiendo agua pero los dos voluntarios, bien instalados en su tienda de campaña, me dicen que la que tienen es para ellos.
Seguimos subiendo las empinadas cuestas por senderos, a veces inexistentes, y en otras ocasiones, muy roto. Me cruzo con un chaval que está entrenando. Más tarde lo vuelvo a ver. Le pido agua. Creo que me ve tan desesperado que al llegar a la carretera, va a su coche y nos ofrece un refresco caliente que comparto con otro corredor. Algo es algo. Luego habla con otras dos chicas de otro coche y al momento aparecen con una nevera portátil y nos ofrecen a varios corredores lo que contiene, esto es, batido de chocolate, refresco de cola y agua fresquita. Tomo un vaso de batido que, por fortuna, me sienta bien.
Y sigo el ascenso, siguiendo, a lo lejos, los pasos de otro corredor que utilizo como referencia hasta conseguir pasar el siguiente alto: Crête Serre de Crapeiroule. La bajada, aunque técnica y por un estrecho sendero la hago más animado y al trote. Luego más relajado, camino por un carril paralelo al río disfrutando de los paisajes y siguiendo la estela del otro corredor y tras 20 horas y 41 minutos alcanzo el siguiente avituallamiento: Relais des Merveilles. Gordolasque en el kilómetro 85, en el puesto 66 de
Este avituallamiento está junto a un Bar-Merendero al lado del río, con mucho césped. Está bastante ambientado. Son aproximadamente las 14 horas del sábado. El sol se está replegando y la temperatura es más suave. Descanso un rato. Gracias a una voluntaria que acude a la cocina del merendero, puedo tomarme varios refrescos de cola con hielo que me saben a gloria. Como un poco de queso, cargo bidones y retomo la aventura.
El inicio del nuevo tramo me lo tomo con mucha tranquilidad. Avanzo andando por asfalto, siguiendo las balizas para que me muestren el nuevo sendero infernal que debemos tomar. Y en efecto, como me temía, la nueva ascensión tiene una pendiente “inhumana”. Toca otra vez armarse de paciencia, regular la respiración y subir, subir paso a paso, avanzar siempre, subir sin pensar demasiado en nada, porque con estos esfuerzos, si empezamos a darle vueltas a la cabeza, lo único que conseguimos es abrir la puerta al pesimismo, a la desesperación y a los pensamientos negativos, a la imposibilidad de conseguirlo. Ya he visto a más de un corredor que ha desistido de seguir subiendo y se ha dado la vuelta para retirarse en el anterior punto de control.
En esta etapa se sube a
Poco a poco el cielo se ha ido cubriendo de nubes. Al principio no resultaban amenazantes pero con el paso de los minutos, empieza a soplar un fuerte viento, baja la temperatura y empieza a llover. Varios corredores, en la distancia, delante y detrás se paran para ponerse el impermeable. Estas circunstancias me estimulan, me alivian de tanto calor y empiezo a sentirme mejor, con más energía para intentar atacar la cima que corono a las 16,15 del sábado, en el puesto 67. Son momentos de felicidad, en las alturas, en el páramo, disfrutando de unas vistas maravillosas, más o menos recuperado de las "vomitonas" y con ganas de afrontar el descenso. En la cima, una tienda de campaña fuertemente amarrada y como voluntarios, un padre y su hijo pequeño, tal vez de
La bajada tiene dos partes. En una primera el sendero es trotable, con poco desnivel, aunque bastante estrecho. Corro todo lo que puedo, siguiendo a dos corredores jóvenes. En el siguiente punto de control, me saluda una voluntaria española que vive por allí. ¡Qué alegría! Me ofrece agua y me da muchos ánimos.
La otra parte de la bajada es más pronunciada y llena de piedras sueltas. No se puede correr, al menos en mi caso. Bajar con cuidado, utilizando los bastones y navegar entre la arena, las piedras sueltas y las rocas puntiagudas. En este tramo de
El cielo se ha despejado y vuelve a hacer calor. El avituallamiento es una pequeña carpa en un carril, al lado de la carretera. Hay algunos corredores y todos con cara más o menos desencajadas. También hay familiares, esposas e hijos, alentando al corredor. Decido comer algo. Me hago un pequeño bocadillo con queso y salami y un vaso de refresco de cola mientras vigilo que algún niño no me tire o me rompa los bastones. Cargo los soft flash y a seguir en carrera.
El siguiente tramo es algo más suave. Son
Tras el descenso hay un llano por una vereda sombría, ya no sólo porque se cierne el atardecer, sino porque la exhuberancia del bosque apenas si deja pasar la luz. Es un senda de tierra compacta y bastante trotable pero como me encuentro muy cansado, decido hacerla andando rápido, empujándome con los bastones. A veces me rebelo y pruebo a correr pero desisto. Como no consigo arrancar, no queda otra opción que seguir andando rápido y mentalmente, esos kilómetros fáciles, se me hacen eternos. Y es en este tramo tan sombreado y frondoso y en el que me tengo que parar para colocarme el frontal cuando se me hace de noche, llegando al siguiente avituallamiento en 29 horas y 43 minutos. En realidad llegué mucho antes pero estos tiempos siempre son tomados al salir del avituallamiento.
A este avituallamiento llego entre los aplausos de la gente, reconociendo el esfuerzo realizado. Son varias carpas que acogen varias zonas, la de descanso por si el corredor quiere dormir un rato y descansar, una zona de masajes, y otra para que los corredores puedan sentarse y comer y beber mientras les asisten y ayudan sus entrenadores, cuando no los familiares y amigos. La verdad que entro bastante reventado y algo acelerado, siendo el foco de todas las miradas y recibiendo aplausos de bienvenida. Incluso un voluntario me quiere quitar los bastones para que me mueva libre por las carpas. Le digo que no hace falta. Al tratarse de la tercera y última base de vida, decido aprovecharla con la idea de descansar un rato, una hora aproximadamente, y darme un pequeño masaje, pero cometo un grave error. Cansado de tanta agua y refresco de cola, pregunto si hay algo diferente. En ese preciso momento, observo una botella diferente. ¡Parece zumo! Pregunto si puedo servirme y al echar el viscoso líquido en un vaso de plástico, miro la etiqueta y leo, ¡en francés, claro!: sirope de grosella. Me comentan que lo suyo es combinarlo con agua y eso hago. Me bebo el vaso y reconozco que aquello estaba bueno pero fue mi perdición porque, de nuevo, se activaron todos los problemas estomacales.
En fin, lo dicho, sudoroso, lleno de polvo y barro, algo atrofiado y literalmente exhausto por el cansancio, me subo a una mesa de madera y no a una camilla confortable y ahí me dan un masaje de unos quince minutos en gemelos, cuadriceps e isquiotibiales. Luego me tumbo un rato en unas hamacas de estilo militar, con una manta de supervivencia. No me duermo pero al menos descanso algo. Al cabo de una hora me despierta la voluntaria, tal como habíamos acordado.
Al incorporarme, entumecido, paso unos malos momentos. Me he enfriado y, al malestar general, vienen los temblores provocados por el frío. Apenas si como algo por que no me encuentro bien y nada me apetece.
Al salir del avituallamiento, los voluntarios me hacen un pequeño control. Me preguntan si estoy bien. Creo que debería tener la cara pálida porque insistieron varias veces. Les digo que todo perfecto. ¿Qué les voy a decir? Justo al salir y cruzar el puente, volví a vomitar, otras 4 o 5 veces. Me quedé regular, sin fuerzas pero como el tramo era fácil, por asfalto, seguí andando. Varias veces pensé en darme la vuelta y dejarlo pero pensaba que no había hecho una preparación, un viaje a Niza, a los Alpes Marítimos, a
Inicio una primera ascensión que se me hace interminable. Realizo incontables paradas. Me pasan algunos corredores que en seguida pierdo en la distancia. No me encuentro bien y voy penando. Sigo parándome. Trato de distraer la mente divisando las luces del valle y arriba, las de las estrellas. Cruzo otro punto de control, ya de madrugada, con su tienda de campaña y su hoguera, en el que el voluntario es un “chavalín” de unos 12 o 13 años, no más. Supongo que su padre o su madre no andarían muy lejos. Pasadas varias horas, ya en plena aurora, en lucha contra mi mente y mi cuerpo, logró superar la primera ascensión, toda ella casi en solitario. Por suerte, disfrutamos de una noche agradable con el cielo estrellado. Después del ascenso, el terreno se suaviza e intento correr pero no voy. Me tumbo un rato en una roca grande, al lado del sendero, a intentar descansar, pero lo único que consigo es quedarme frío. Este enfriamiento, supongo, me provoca que se active un dolor en la articulación de la rodilla derecha (pata de ganso), dolor que ya no me abandonará hasta finalizar la carrera. A veces el nuevo dolor se hace insoportable y ya no sé que es peor si el malestar general o la articulación lateral de la rodilla derecha.
Es también en este tramo cuando de nuevo vuelvo a vomitar otras tantas veces pero creo que lo único que llegué a expulsar es bilis porque el estómago estaba vacío. ¿En la hora que tomé aquel sirope de grosella? En fin, como diría el refrán, “a perro flaco todo son pulgas”.
En esas circunstancias llego a un refugio de montaña del que veo salir a un corredor. Al fondo, en mitad de un descampado, un helicóptero de la organización está a punto de despegar. Al salir el corredor que se encontraba en la cabaña, aprovecho para acercarme a la voluntaria y le pregunto si me puede dar algo de comer o beber. Me dice que no, que sólo están para la seguridad de los corredores. Todo esto entendiéndonos chapurreando palabras en francés, italiano y español. Entonces le digo que me encuentro bastante mal, que no paro de vomitar y que me duele la rodilla.
Me hace pasar a la diminuta y acogedora casa de madera, auténtico refugio de montaña, con su chimenea y su candil. Me prepara un té caliente y hablamos un poco. Me dice que tenemos que esperar a la enfermera, que está en el helicóptero. Luego entra otro voluntario. Hablan en francés y a mi se dirigen en italiano. Todo me parece encantadoramente surrealista. El té caliente me sienta fenomenal. Vuelve la enfermera y me toma la tensión y me mide el azúcar en sangre. Los resultados indican que todo parece ir bien. Luego me aplica una pomada analgésica sobre el lateral de la rodilla. Me pregunta si puedo continuar en carrera. Entiendo que si me hace esa pregunta es porque cree que estoy en condiciones de seguir. Además, pienso, y me pregunto: ¿qué iba a hacer allí, viendo pasar corredores, durante horas y horas? Se que al día siguiente me iba a arrepentir. Le digo que si, que voy a intentar continuar, por lo menos, con la intención de llegar al siguiente avituallamiento. Ahí ya decidiré qué hacer.
Hago en este punto un pequeño paréntesis en la narración de
Vuelvo a la narración. Como digo, todas las paradas en una ultra cuando las cosas no van bien, siempre son bienvenidas, y a veces un rato de charla, unas palabras de ánimo, el fulgor de un recuerdo, una bebida caliente, pueden hacerte resurgir. En mi caso, salgo del refugio de montaña con ánimos renovados, algo mejor del estómago pero con un fuerte dolor de rodillas. Sin embargo ese euforia se diluye pronto. Después de unos primeros minutos de optimismo vuelve la auténtica realidad de mi estado. Afronto la subida al Mont Archas con una altitud de 2526m, con numerosas paradas, sobrellevando una respiración acelerada, un dolor en la rodilla “in crescendo” y un malestar general, y preocupado, viendo el perfil, por la segura y muy inclinada bajada técnica que me esperaba. Y así fue, no estaba equivocado. Otro descenso campo a través, parecido al del Mont Tournairet, pero más prolongada. Se trata de una nueva bajada con un desnivel muy pronunciado (casi para hacerla rodando), larga y salpicada de socavones y surcos, tierra y vegetación baja, sin atisbo de una senda que encamine nuestras pisadas y en los que las únicas guías son las balizas que, por cierto, a veces cuesta divisar. Intento bajar con sumo cuidado, pendiente de no caerme, de no resbalar y concentrado en no tropezar o doblarme un tobillo y en comprobar que sigo el camino correcto. Me pasan varios corredores. También tuve que hacer varias paradas en el descenso porque el cuerpo no me respondía. Algún corredor, al pasar a mi vera me pregunta, en francés, como voy. Cuando nos miramos, mi cara lo dice todo. Sigue su camino y yo vuelvo a levantarme para seguir avanzando. Sentía que me faltaba oxígeno y el dolor en el lateral de la rodilla derecha me estaba fustigando sin tregua. Para rematar el momento, se me apaga el frontal de forma inesperada. Menos mal que llevo uno de repuesto y puedo seguir sin mayor problema.
Y así, en esas circunstancias voy haciendo esos duros kilómetros hasta que un sendero definido comienza a abrirse camino en el bosque. Al cabo de cierto tiempo comienzo a vislumbrar las luces y el ruido de los generadores del avituallamiento de Vallon d,Anduébis, una carpa a
Los corredores siguen pasando. La claridad del día avanza. Apenas si he dormido pero, al menos ha servido para que mi cuerpo descanse. Los corredores tumbados en los cartones han seguido su camino y nuevos corredores ocupan sus sitios, se tumban y tratan de dormir algo.
Necesito comer algo si quiero terminar la carrera. Me preparo un pequeño bocadillo con salami y queso y un vaso de café. Parece que mi estómago lo acepta bien. Tengo frío y el cuerpo algo entumecido pero me levanto, cargo los bidones flexibles de agua y despidiéndome de los voluntarios, emprendo la marcha y la dura subida al Mont Pépoiri, con una altitud de
La subida es a través de un sendero inexistente, con mucha pendiente, paralelo al bosque y bordeando una gran mole de piedra. En seguida, el sol empieza a calentar y a sobrarme toda la ropa. Subo a un ritmo lento pero constante y casi sin paradas. Intento controlar la respiración. Aún así, adelanto a varios corredores. Dejamos atrás un enorme refugio de montaña que parece abandonado. Las vistas son espectaculares. A la izquierda se distingue el Mont Archas y la pronunciada ladera que bajamos en la madrugada. El Mont Pépoiri ni siquiera se divisa. Una vez atravesado una pequeña y verde planicie donde una pareja de voluntarios, muy jóvenes, nos escanean el dorsal, seguimos ya en zona de alta montaña y terminamos de bordear la gran mole de piedra. Todo es un páramo de piedra y rocas y en lo alto, ya si se distingue el vértice geodésico del Mont Pépoiri. Y por fin, corono el punto más alto de la ultra y ahora viene una larga bajada. Los primeros tramos son técnicos, luego suaviza. Ahora si que puedo decir que la Ultra la he conseguido pero todavía me quedan unas cuantas horas de sufrimiento. Apenas si puedo correr. Siento un cansancio extremo pero ya voy descendiendo a ritmo rápido, con mucho calor. Un grupo de montañeros disfrutan de la mañana, junto a su tienda. Me animan y me ofrecen agua. Se la acepto y sigo mi camino. Otro punto de control y sigo bajando ya por carril mientras disfruto de unas preciosas vistas, con el pueblo, creo que de Saint-Martin-Vésubie, en el fondo del valle, buscando con la vista La Colmiane. Troto a ratos pero prefiero parar. El dolor en el lateral de la derecha rodilla sigue molestando. Nos cruzamos con muchos senderistas y gente entrenando. El día es espléndido.
Y en ese estado llego al último avituallamiento, la estación de invierno de Valdeblore La Colmiane, kilómetro 133, en 43 horas y 24 minutos, sobre las 12:25 horas de la mañana del domingo en el puesto 147. Un nutrido grupo de voluntarios, casi adolescentes, nos atienden. Como queso y jamón cocido, bebo algo de refresco de cola, relleno los bidones de líquido y al cabo de cinco minutos, salgo para afrontar los últimos
Sobre las 14,30 del domingo, después de 45 horas y 32 minutos, superados casi
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