TRANSGRANCANARIA HG (125 Km y 7000 +)
23 y 24 de febrero de 2018
Con mayor optimismo que en otras
carreras afrontaba el primer reto serio del año 2018: la Transgrancanaria HG de
125 km.
y 7500 + según la organización, aunque, según mi reloj gps, al finalizar la
carrera, el desnivel no alcanzó los 6900 y según la página web de livetrail no
llega a los 6600 +.
Como siempre, los días previos transcurren
con algo de nervios. Son días de
comprobar el material que uno va a llevar durante la carrera y todo lo que debe
incluir en la maleta. El jueves 22, por la tarde, cogimos el vuelo hacia la
isla de Gran Canaria y después de algo de estrés, sobre todo por el tema del
vehículo de alquiler, conseguimos llegar, sobre las 22 horas de la noche, hora
local, al apartamento que habíamos reservado en la población de Arinaga, a
media distancia entre el aeropuerto y Maspalomas, lugar de finalización de la
ultra.
Esta es la segunda vez que me presento en la isla
para correr una ultra. La vez anterior
fue en febrero de 2016 para correr la Advanced
de 81 kilómetros
que, en aquella ocasión, salía desde Moya-Fontanales. Al igual que en febrero de 2016, ahora
también me encuentro físicamente mejor que en otras épocas del año. Había hecho mucho entrenamiento por asfalto,
volviendo a coger algo de velocidad y tras el trail Sierra de Aguas, pude
realizar un buen entrenamiento de 33 kilómetros por los montes de Málaga, que
además me sirvió para probar mis nuevas zapatillas, la Hoka Stinson ATR 4 y
mejorando la marca que tenía sobre ese recorrido en más de 20 minutos.
Al día siguiente, viernes, momento
para la feria del corredor y recogida de dorsal, nº 379 y vuelta al apartamento
para descansar e ir preparando la logística de la carrera. En el pabellón de la feria del corredor,
Expomeloneras, coincidí con dos corredores malagueños, dos ultreros del club
Trazacaminos, José Antonio Ruiz Jiménez y Jesús González Clu. A José Antonio ya lo conocía. Aunque en la carrera no llegamos a vernos,
coincidimos en el UTMB 2016.
La tarde previa a una ultra de esas
que salen entre las 10 y las 12 de la noche se me hace eterna. Aproveché para dar un paseo por Arinaga por
la mañana y comprar bebida isotónica de marca blanca de un supermercado. Grave error del que dejo testimonio. Aunque parezca una tontería, hasta las
isotónicas las tienes que haber probado antes en algún entrenamiento para
comprobar si te sientan bien o no. Esta
isotónica me estuvo repitiendo durante casi 30 kilómetros. Esta visto que en una ultra debes cuidar hasta
el más mínimo detalle porque cualquier fallo te puede lastrar o condicionar a
lo largo de tantos kilómetros y tantas horas.
Tal y como iba diciendo, la longevidad de aquellas
horas se acentuó cuando a media mañana, el día se volvió plomizo y empezó a llover
con fuerza y así se tiró casi toda la tarde.
Menos mal que hoy día tenemos las redes sociales y las aplicaciones
móviles y siempre ayudan a entretenerte un rato. Poco a poco fueron pasando las horas y sobre
las 18,30 cogí el coche y me dirigí al pabellón de Maspalomas donde nos
esperaban los autobuses.

Ya en el pabellón, faltando todavía
bastante tiempo, un nutrido grupo de corredores se distribuía por los
aledaños. Había mucho nivel y mucho
corredor extranjero. Según la propia
organización, de los 1020 corredores de la Transgrancanaria HG,
había unos 183 corredores canarios, unos 153 del resto de España y los demás,
684, extranjeros. En cierto modo, tiene
una explicación plausible. En estas
fechas no suele haber muchas carreras por Europa pero si la tercera prueba del
Ultra Trail Word Tour se organiza en una isla que te asegura buen tiempo y
facilidad de comunicación, incluso para pasar unos días de vacaciones, el éxito
está medio asegurado mientras la fiebre del trail running se mantenga y la
organización responda.
Sobre las 20 horas, la “guagua” de
turno nos trasladó a Las Palmas de Gran Canaria, a la playa de las Canteras,
desde donde salía la carrera. Nada más
salir del autobús, aproveché para tomarme un café y abrigarme porque la temperatura
era bastante fresca. Después del café,
hice un recorrido por el paseo. Había un
desfile de carnaval, música y bastante gente congregada en el paseo marítimo,
amén de todos los corredores que iban llegando. Como era muy temprano y hacía fresco, volví
a entrar en otro restaurante y allí me topé con los dos ultreros del Club Trazacaminos. Me invitaron a que me quedara con ellos y eso
hice. Allí, haciendo tiempo, charlamos
un poco de todo.

Sobre las 22,30 los corredores
empezaron a moverse y a dirigirse al arco de salida. Por nuestro nivel, nos colocaron en el cajón
de salida número 2. De fondo se
escuchaban los speaker, como no y como casi siempre, el gran Depa, animando al
personal y entrevistando y presentando a los élites, tanto masculinos como
femeninos, de la tercera prueba del circuito del Ultra Trail World Tour
2018. Mientras, aprovecho para comprobar
que el Garmin Foretrex 401 está en perfecto funcionamiento y hago algunas fotos
y videos con la minicámara. Al final,
decidí salir con el impermeable puesto, el Salomon Bonatti, que ya tiene unas
cuantas ultras a sus espaldas y que no me quité hasta el último
avituallamiento, en Ayagaures.
Faltando pocos minutos un nutrido
coro canario entonó una canción muy entrañable, al estilo de Los Sabandeños,
sobre el amor hacia esas islas. Luego,
la arenga motivacional de la Transgrancanaria y por fin, con nervio y ansía,
se dio el pistoletazo de salida a la
Ultra desde la playa de las Canteras.
Todo el mundo salió despavorido,
corriendo a unos ritmos muy rápidos por la arena de la playa. Mi nivel no da para tanto y esto acaba de
empezar, pienso, por lo que más vale controlar la respiración y guardar fuerzas
para más adelante. Tras varios
kilómetros por la playa (3 km.),
seguimos circunvalando el paseo, primero por la acera y luego ya por
asfalto. Poco a poco, las luces rojas de
los primeros corredores comienzan a elevarse, tomando primero un carril
asfaltado y luego ya, de tierra compacta, para empezar a subir por las primeras
estribaciones camino del primer avituallamiento, Las Arucas en el punto
kilométrico 16 aproximadamente, y atravesando sucesivamente, Santidad Alta, los Giles y el Barrio de Los
Castillos. Las sensaciones son
buenas, a pesar de que la isotónica de marca blanca no me está sentando nada
bien. La temperatura es agradable y
aunque algunas zonas todavía están mojadas por la lluvia, se puede correr sin
riesgo. De estos primeros kilómetros,
recuerdo, sobre todo, un largo tramo por un sendero por el cauce de un río
lleno de piedras donde se hacía difícil correr y también el gran ambiente que
había en los puntos donde el sendero coincidía con alguna carretera y en los
que familiares y aficionados se congregaban para animarnos.

En una hora y 59 minutos paso
por el primer control y avituallamiento, Las
Arucas, sobre el kilómetro 16,6,
en el puesto 499. Apenas si recuerdo
este avituallamiento y mucho menos lo que comí.
Con buenas sensaciones seguimos corriendo y avanzando en desnivel y
kilómetros con un cielo despejado y el hermoso semblante pálido de la luna en
el horizonte. Y sin mucho que contar
llegamos al siguiente avituallamiento, el pueblo de Teror, en el kilómetro 27,3,
tras un descenso muy chulo por un sendero dentro de un parque botánico (Finca
Osorio). El tiempo invertido en ese
kilómetro se iba a las 3 horas y 35 minutos y ascendía hasta la posición
455. En este avituallamiento, en la
plaza del pueblo, había mucha animación y voluntarios disfrazados que te
ayudaban a rellenar los bidones con agua.
Recuerdo que comí algo de chocolate, plátano y algún dulce y por
supuesto, un vaso de refresco de cola.
De estas primeras horas de ultra
nocturna, destacar dos ascensos con bastante barro y hierba mojada que
resultaban bastante exigentes debido a su verticalidad, uno, creo, antes de
llegar a Teror y el otro, antes de Fontanales.
También que había muchos tramos de asfalto, sobre todo en subida y
alguna que otra bajada pero por ahora iba bastante contento por que los dolores
se hacían bastante soportables. Como
siempre, había tramos que los gemelos se me cargaban algo más de la cuenta,
pero todo dentro de lo normal. La bebida isotónica me seguía repitiendo un poco
pero sin molestias estomacales. Por lo
demás la temperatura resultaba muy agradable, al menos, en movimiento y aunque
había llovido, el terreno, salvo zonas concretas, no estaba demasiado
embarrado.
Con 5 horas y 49 minutos llego al
siguiente punto de control, Moya-Fontanales,
en el kilómetro 39 y en el puesto 419.
Seguimos mejorando. Ya son
aproximadamente las 5 de la mañana y aunque algo cansado, todo marcha bastante
bien. En este pueblo, en 2016 era el
lugar de salida de la Ultra
Advanced.
El avituallamiento está dentro de un
local. Hay de todo. Al final se me apetece un sándwich de jamón y
queso. Relleno bidones y vuelvo a la
carrera para afrontar, a mi modo de ver, el tramo más duro de la Transgrancanaria
2018, desde Moya-Fontanales, kilómetro 39, hasta el kilómetro 51 en la
Presa Los Pérez.
Durante los primeros kilómetros se
avanza rápido por asfalto. Atravesamos Las Rosadas y Valleseco, para posteriormente, dirigirnos
a Pinos de Gáldar, Fagajesto y finalmente, la presa Los Pérez. Voy con la respiración controlada y me
dejo llevar corriendo fácil por el asfalto, adelantando a unos cuantos
corredores, lo que siempre anima. Todo
se complica cuando dejamos el asfalto y nos conducen por un sinuoso sendero muy
técnico y en un continuo zigzag y que, debido a la lluvia, se encuentra
bastante embarrado y peligroso. En esta
bajada nos juntamos unos 4 o 5 corredores, alguno bastante hablador, y con
cuidado pero sin pausa, realizamos el descenso.
No da tiempo a ver nada ya que todavía no ha llegado el amanecer y
además, todos vamos concentrados en el barro, las enormes y resbaladizas piedras
en medio del sendero y la hierba.
Al llegar al riachuelo de turno,
comienza la subida, igualmente con mucho barro y bastante empinada. Justo cuando iniciamos la subida, a nuestra
izquierda, todavía de noche se abre una montaña adornada con guirnaldas en un
escalonado zigzag, son los frontales de los corredores que van delante y que
están realizando una nueva y brutal subida, una vez pasado el punto de control
de la presa de los Pérez, en el kilómetro 51.
Aquí empiezo a mostrar los primeros síntomas de flaqueza. Me cuesta respirar y el cansancio va haciendo
mella en mi cuerpo. Tal vez, esté
subiendo por encima de mis posibilidades, lo cierto es que en esta dura subida
me dejo llevar y unos cuantos corredores me sobrepasan con relativa
facilidad. También reconozco que,
moralmente, me hundió un poco la visión de esa dura subida que había que
afrontar después.
Pero como todo en la vida, ni lo
bueno ni lo malo dura eternamente y todo depende al final, del punto de vista
desde el que se contemple, lo cierto es que, tras dejar el sendero y coger un
poco de aire, me animé bastante, sobre todo, porque la luz del día empezaba a
despuntar y ahora el recorrido transitaba por un carril cómodo en dirección al kilómetro 51, siguiente punto de
control y avituallamiento, Presa de los
Pérez. Por este punto transito sobre las 7 de la
mañana en el puesto 393 (seguimos mejorando en la clasificación) y con algo más
de 8 horas de carrera.
El avituallamiento es una carpa al
final de la presa. La temperatura, a
estas horas de la mañana es bastante baja.
Hace bastante frío y apetece tomar algo caliente. Estando en el avituallamiento me encuentro
una cara conocida: Javier Portales al que saludo con sincera alegría. Este encuentro supone reforzar los ánimos ya
que él es más rápido que yo y si en el kilómetro 50 vamos a la par, creo que es
una buena señal.
Como suele ocurrirme en todas las
ultras, pasados varios avituallamientos, uno ya no sabe qué comer. Muchas cosas no entran por la vista, a pesar
de que todos los avituallamientos estaban muy bien surtidos, y luego, está el
pensamiento de si eso o lo otro me sentará bien. En fin, entre que no tenía el estómago en
estado óptimo y no quería forzar, decidí tomarme dos vasos de café sólo con
sacarina. Creo que me sentaron bastante
bien pero …
En fin, salí pitando de allí. Me despedí de Javier Portales. Ya me adelantarás dentro de un rato – le
dije. Y comenzamos la ardua subida en
zigzag por un enorme bosque de pino. De
nuevo, siento la respiración entrecortada, la falta de oxígeno y como, uno tras
otro, me van pasando varios corredores.
A mitad de la subida me asusto un poco porque, literalmente, me quedo
sin un gramo de fuerza. Trato de
tomármelo con calma. Decido parar y
sacar una barrita de chocolate de la marca Ettix. Está bastante buena y a los pocos minutos me
reanimo. Aprovechando el adelantamiento
de un corredor, me uno a él y seguimos juntos la dura ascensión por el pinar
hasta coronar el pico de la
Bandera, punto más alto de la zona de Tamadaba. Poco a poco voy incrementando el ritmo y me
voy encontrando mejor. La bajada no es
demasiado técnica y corro a buen ritmo en la frondosidad del pinar. Cada vez estoy más animado. Las Hoka Stinson 4 ATR son bastante cómodas
dejándome llevar en el descenso a Artenara.
Al llegar al pueblo de Artenara
(kilómetro 63,5) vuelvo a encontrarme con Javier Portales que me adelanta y
casi los dos entramos a la par en el avituallamiento. Aunque llevo la mini-cámara, apenas he
grabado nada. No obstante, las vistas
son espectaculares con las colosales piedras de Roque Nublo al fondo y decido
grabar esos momentos por las calles de Artenara. Desde mi punto de vista, los pueblos de
Tejeda y Artenara y las vistas que se tienen desde esos lugares, tal vez sean
lo mejor y más destacado de esta gran Ultra.

Por este punto ya llevo casi once
horas de carrera. Son las 10 de la
mañana y hace un día espléndido. Sigo
mejorando posiciones en la carrera, puesto 375.
Sin darme cuenta, en el avituallamiento
de Artenara cometo un grave error y es comer un plato de paella que en realidad
no me apetecía. Bueno, tampoco es que
comiera mucho pero si lo suficiente para que me sentara mal. Aproveché también para comer unas tortitas
recién hechas. Este avituallamiento es
un local y está repleto de corredores.
No quiero parar demasiado, como casi siempre, y a los pocos minutos
salgo a seguir haciendo kilómetros.
Busco con la mirada a Javi Portales, para despedirme, pero no lo veo.
En seguida, empezamos otra dura
subida, de las de clavar bastones. Se
trata del ascenso a la Cruz
de Tejeda. El día comienza a nublarse y
según vamos remontando, el terreno se presenta cada vez más embarrado. La niebla nos va envolviendo cada vez más. El sol deja paso al frío. Justo debajo de nosotros, el pueblo de
Tejeda se levanta impasible debajo de la montaña. Parece que está muy cerca pero la situación
es engañosa. Aún son unos cuantos
kilómetros los que nos esperan, tanto de subida como de bajada. En este tramo entablo conversación un canario
que está ayudando a un amigo. Este
chaval está en modo entrenamiento, no compite y por supuesto, no lleva
dorsal. Supongo que no se aprovechará de
los avituallamientos ni de los servicios de la organización. De hecho me comenta que se está preparando
para otra ultra futura a celebrar en la zona de Tamadaba y Agaete. El amigo avanza renqueante. Esta subida la realizo con más alegría, sin
sentirme tan fatigado y controlando mejor la respiración o esa es la sensación
que percibo una vez concluida la ultra. Lástima que la niebla no nos deje ver nada. Es una zona de barrancos y acantilados espectaculares.
Al coronar la Cruz de Tejeda, me siento
mejor y realizo unos kilómetros de llaneo bastante rápidos por sendero cómodo.
Dejo a lo efímeros compañeros de fatiga y empiezo el descenso. Adelanto a varios corredores y cada vez me
voy animando más y así, sin parar, realizó el largo descenso hasta el bonito
pueblo de Tejeda (kilómetro 75),
llegando al avituallamiento sobre las 12 de la mañana con más de trece horas de
carrera.
La rápida bajada me pasa factura al
llegar al avituallamiento. Me tiemblan
las piernas y me noto excesivamente cansado.
A veces, pienso, que casi es mejor no parar. Pero este es lo que tienen este tipo de
carreras. Tan pronto te sientes muy bien
físicamente y eufórico y a los pocos minutos estás hundido física y
mentalmente. Lo cierto es que en el
avituallamiento de Tejeda empiezo a no sentirme bien. Aprovecho para comer algo. Poco, creo que tal vez un trozo de
queso. Me siento y dejo pasar unos
minutos hasta que va remitiendo el temblor de piernas y el típico hormigueo en
los gemelos. Sin embargo, las molestias
estomacales se acrecientan. Son las 12
de la mañana del sábado 24 de febrero y ya llevo 12 horas de carrera y 75 kilómetros cuando
salgo del avituallamiento de Tejeda.

Salgo con muy malas sensaciones
hasta el punto de que no puedo correr, a pesar de que al principio hay un tramo
de asfalto en bajada. Lo hago andando,
sabiendo la dura ascensión que se avecina, la del Roque Nublo. Siento ganas de vomitar y cada vez hace más
calor. Además, la primera parte de la
subida no está al abrigo de ninguna sombra. Son momentos de impulso mental, de no escuchar
las voces que me aconsejan otra cosa, de seguir hacia delante. A partir de
Tejeda, el recorrido es exacto al que hice en el 2016, en la Transgrancanaria Advanced.
Y
empiezo a subir por el tortuoso sendero.
Mi respiración vuelve a ser entrecortada. Me pasan varios corredores y apenas si tengo
fuerzas. Tras un primer tramo de subida,
ésta se suaviza por una zona de asfalto.
Y como estaba viendo, suelto lastre vomitando varias veces. Varios corredores me ven y me preguntan. Les digo que, a pesar de todo, “voy bien”. Un corredor extranjero se para y me ofrece un
caramelo. Le doy las gracias y sigue su
camino. Lo extraigo del envoltorio donde
acierto a leer: “ginger” y sin
pensármelo me lo meto en la boca. Tiene
un sabor raro y picante. Pero como tiene
azúcar, parece que algo me revitaliza.
Al terminar la carrera, busqué lo que significa “ginger”. Lo que me ofreció fue un caramelo de jengibre
y que supuestamente, facilitan, entre otras cosas, la digestión.
Ya fuera por el caramelo o por el
hecho de vomitar, parece que mi cuerpo algo se entonó. Uno de los corredores que me adelantó llevaba
un ritmo más asequible y traté de seguirle.
Y así, siguiendo su estela fuimos bordeando el barranco y entrando en el
bosque, donde al cobijo de cierta sombra se hacía más liviana la
ascensión. Incluso, alcanzamos al
corredor extranjero que me había ofrecido el caramelo. Cada vez voy encontrándome mejor, siempre en
sentido relativo, tras 80
kilómetros ultra.
Dejó atrás a mis acompañantes y alcanzo la base de la gran roca. Estoy en lo alto de la última subida, la del
Roque Nublo pero todavía quedan unos cuantos kilómetros hasta el
avituallamiento de Garañón. No obstante,
el punto de control está en la roca (Roque
Nublo, kilómetro 82) por donde transito con 15 horas de carrera en el
puesto 375. Después de coronar la
subida, viene un corto descenso con algunos tramos técnicos. Vuelvo a correr. Salimos del sendero para cruzar un puente
encharcado y vuelta a subir. Y en medio
de la arboleda, en los Llanos de la Pez, a 1700 metros de altitud,
se yergue el campamento del Garañón, de uno de cuyos edificios, tal vez el
utilizado como comedor, entran y salen los corredores. Sigo bastante cansando pero entrando con
mejores sensaciones que en el avituallamiento de Tejeda. Este es el punto intermedio donde tenemos a
nuestra disposición las mochilas. Llevo
varias cosas en ella, barritas, algún zumo y un batido proteico. Me siento un rato. ¿Qué hacer? ¿Qué tomar? Apenas si como algo
de lo que nos ofrece el generoso avituallamiento. Entiendo que lo mejor es
tomar algo de líquido. Y decido tomarme
el batido proteico y un zumo. Pero no
acierto y cometo mi segundo error. Al
poco de tomármelo, me encuentro peor.
Como me tiemblan bastante los gemelos y sigo muy cansado, decido parar
unos minutos más y aprovecho para que una fisioterapeuta me de una descarga en
los gemelos.
Transcurrida una media hora
aproximadamente vuelvo a salir a la carrera.
Salgo con el cuerpo cortado. Hace
bastante frío y me encuentro mal del estómago.
Un corredor trata de darme conversación pero sintiéndolo mucho, no puede
ser. Voy regular. No puedo correr, apenas andar. Y, de nuevo, vuelvo a vomitar, en esta
ocasión, por 5 o 6 veces. Lo echo
todo. Sobre todo, los restos de la
paella que apenas he digerido. Creo que
esta vez, ningún corredor me observa.
Casi mejor. Trato de recuperarme
del mal momento. Sigo avanzando. Vuelvo a entrar en calor y empezamos la
bajada en dirección al pueblo de Tunte y poco a poco, sin forzar demasiado,
recupero, más mal que bien, el trote.
Hay demasiada agua y barro y el descenso no es, precisamente, de lo más “disfrutón”. Me siguen pasando corredores. Al llegar al carril de piedras, parecido a
una especie de calzada romana y tramo bastante fotografiado en la
Transgrancanaria, me animo un poco más y sigo corriendo, apoyándome en los
cuadriceps y en los bastones para no caerme.
Vuelvo a adelantar a varios corredores, que siempre ayuda
moralmente.
Después del tramo de la calzada romana, el descenso
se adentra en un camino escalonado bastante corrible y avanzo rápido. Son unos cuántos kilómetros que, a pesar de
las molestias, los hago en poco tiempo.
Al llegar a las calles de Tunte, vuelvo a encontrarme peor y de nuevo,
el estómago se rebela y vuelvo a vomitar otras cuántas veces pero ya no tengo
nada en su interior. Nauseas y más
nauseas. Y en ese estado, andando y con
arcadas, llego al avituallamiento de Tunte,
en el kilómetro 98, sobre las 5 de la tarde, tras 17 horas de carrera y con
mi mejor clasificación, en el puesto 369.
Apenas si paro.
No tomo nada, salvo dos vasos de refresco de cola. Relleno los bidones de plástico con agua y
sigo avanzando.
Vuelvo a encontrarme peor. Me cuesta mucho subir. Siento nauseas continuamente y mi cuerpo me
dice que ya no puedo correr más. Es como
si me rebotara el estómago. Una
sensación muy desagradable. Toca andar
lo más rápido posible. Y en ese estado
realizo un largo tramo de carril en llano hasta una nueva subida, también por
carril. Mantengo posiciones aunque en
la subida me adelanta algún corredor. Diferente será en el descenso donde me
adelantarán bastantes más.
Al iniciar la bajada y antes de entrar en el sendero,
vuelvo a vomitar. No hay nada en el
estomago y sólo son continuas arcadas, arcadas que sentiré de modo continuo
casi hasta meta. La bajada empieza por carril pero en seguida, la ultra nos
bifurca por un sendero con algunos tramos técnicos y otros no tanto, pero en mi
caso, y visto como me siento, opto por lo más sensato y decido no correr pero
si, al menos, bajar caminando lo más rápido que pueda, ayudándome de los
bastones. Un corredor se pega detrás de
mí y ambos, durante algo más de una hora, completamos el largo descenso camino
de Ayagaures, kilómetro 110. Durante
estos kilómetros tropezamos con un corredor que tan pronto va muy lento como se
pone a correr. Me doy cuenta que no es
de la ultra sino de la Advanced y con
este corredor coincidiré mas adelante.

Llegando a Ayagaures anochece. Me colocó el frontal y caminando rápido
completo los últimos kilómetros hasta el avituallamiento. Durante todo este tiempo sigo con problemas
estomacales, con nauseas y sin poder ingerir ningún tipo de alimento desde hace
bastantes horas. Solo agua. Creo que puedo acabar deshidratándome puesto
que tampoco me atrevo a tomar pastillas de sales. Por el avituallamiento de Ayagaures, kilómetro 110, transito en
el puesto 392 y con casi 20 horas de carrera.
Son las 20 horas y 44 de la noche del sábado 24 de febrero.
El avituallamiento está repleto de voluntarios y
familiares. Pregunto por algún médico, a
ver si me pueden ayudar con algún medicamento, sobre todo, para que me corten
las nauseas. Me llevan a la “carpa médica”
y me comentan que lo único que tienen para cortarlo es Primperan
inyectable. Me preguntan si soy alérgico
al Primperan. Les digo que nunca me he
tomado ni me han puesto ese medicamento.
Y al final, me lo ponen. Me
comentan que lo ideal es reposar unos cinco minutos, como mínimo, y luego
reponer líquidos y sales para evitar la deshidratación. Les hago caso.
Tras un tiempo prudencial me levanto y observo lo que
hay en el avituallamiento. Tal vez un
caldo me vendría bien pero no me atrevo.
Luego, no hay más líquidos que el isotónico y el refresco de cola. No hay infusiones.
Y sé que ahora viene un largo trecho por un camino
pedregoso, encastrado entre barrancos.
Lo único que me consuela es que la meta está más cerca y que, aunque
tarde, creo que lo voy a conseguir, a pesar de todo.
Salgo del avituallamiento entre los ánimos de la
gente y reanudo la marcha lo más rápido que puedo. Enseguida, toca una nueva subida en la que me
ayudo de los bastones mientras mi respiración se acelera. Las nauseas no se marchan y los problemas
estomacales continúan. Creo que el primperan no me está haciendo mucho
efecto. Estando en estas situaciones me
adelanta el corredor de la Advanced.
Al ir a un ritmo parejo, entablamos algo de conversación. Me cuenta las vicisitudes de la carrera y que
va el último en la Advanced y que
casi lo echan del avituallamiento de Garañón.
Desde que empezó la carrera, la temperatura ha sido
baja y en ningún momento he tenido necesidad de quitarme el impermeable pero al
entrar en calor, con la nueva subida, empieza a sobrarme todo. Y aprovechando que mi compañero de la Advanced se toma un respiro para
desembarazarse del impermeable, hago yo lo mismo. Y estando en esa situación, me adelanta Javi
Portales. Nos saludamos y nos deseamos suerte.
Le veo que sube bastante rápido y al poco pierdo la estela de su
frontal.
Como el chaval de la Advanced tarda más de la cuenta, me anima a que siga yo solo. Que
no le espere, que ya me cogerá. Le hago
caso y reanudo la marcha. Sigo con las
nauseas de vez en cuando y al poco una chica rubia de baja estatura se pone a
mi vera y me pregunta si voy bien. Le
digo claramente que no, pero que voy a intentar terminarla. Que ya son muchas
horas sin comer nada, puesto que todo lo que entra lo vomito y que voy algo o
tal vez, bastante deshidratado. Hablamos
durante un rato y al poco me dice que lleva un Powerade y sin pedírselo, lo comparte conmigo. Le doy las gracias. Le pregunto como tiene un
Powerade y me dice que su marido le
está haciendo la asistencia y se lo acaba de ofrecer, creo que en
Ayagaures. Me cuenta que ha estado
entrenando concienzudamente para esta ultra, utilizando muchos fines de semana
para entrenar, sin poder compartirlos con su marido y sus hijos y que se siente
muy apenada porque no le ha dedicado ese tiempo a su familia y porque no le
está saliendo la carrera que ella esperaba.
Aún así, al acabar la subida se echa a correr, a intentar terminarla por
debajo de las 24 horas. Nos despedimos y
le doy las gracias por la bebida isotónica.
En mi caso, mi cuerpo no me permite muchas florituras y avanzo caminando
lo más rápido que puedo pero el cansancio, la deshidratación y la continua
sensación de volver a vomitar en cualquier momento me van haciendo mella.
Realizo el rápido descenso por un camino muy quebrado
y lleno de piedras y arena. El compañero
de la Advanced me adelante en esta
bajada y ya no lo vuelvo a ver. Luego
viene el largo tramo llano del arroyo seco: juncos, piedras y más piedras. Ni que decir tiene que se me hace
eterno. Además, me quedo sin agua. Tengo que hacer varias paradas, sentarme en
una piedra y descansar unos minutos. No
voy a bajar de las 24 horas, por lo que me da lo mismo 10 minutos arriba que 10
minutos abajo. Estoy como loco por salir
de este último tramo. De hecho, tal vez
será una tontería al escribirlo pero en esos momentos, uno de los pensamientos
que me animan es disfrutar de la contemplación de la noria próxima al cauce del
río, ya en Maspalomas.
Me siguen pasando más
corredores. Algunos me dan ánimos pero
los kilómetros, cuando vas andando en una ultra, son interminables. El reloj gps parece que no quiere pasar al
siguiente kilómetro. En algún tramo se
pone a chispear. Casi mejor. Se me está quedando la boca seca y
mentalmente voy tocado, deseando salir de la oscuridad y encontrar, al menos,
las luces de la civilización. Y si, al
final, todo llega. Salgo del oscuro
barranco y vuelvo a encontrarme con familiares a los que pido, por favor, un
vaso de agua, que prestos me ofrecen.
Les comento de forma somera como voy.
Uno de ellos me entrega una botella de agua pero no se la acepto. Les
doy las gracias y creo que en el estado en el que voy, puedo llegar a meta.
Pero la meta y los kilómetros se
resisten y éstos se hacen interminables.
De hecho, vuelvo a hacer alguna que otra corta parada, sentándome en
alguna piedra del camino. Al menos, ya
estoy rodeado de civilización y eso siempre ayuda. Al fin vislumbro la añorada noria y en
seguida llego al último avituallamiento, Parque
Sur, kilómetro 124, casi a las 23 horas de la noche, tocado pero no
hundido. Me ofrecen un pincho de pollo
que, en otro momento, no lo dudaría, pero que en mi estado…
En fin, descanso unos minutos y
vuelvo para hacer los últimos kilómetros.
A los pocos minutos me voy acercando a un corredor renqueante. Según me aproximo me doy cuenta que es Javi
Portales. Nos saludamos. Me dice que va muy mal, que apenas puede
andar y que lleva una rodilla hinchada pero quiere terminarla como sea. Yo
también le cuento mis penas y me ofrezco a acompañarle en estos últimos
kilómetros pero me dice que va más lento y que está haciendo continuas paradas
para estiramientos y que le están esperando en meta. Supongo que la querrá terminar a su
aire.
Me despido y cada uno sigue su camino, pero ya la
meta está próxima y al menos, en esta Transgrancanaria 2018, a pesar de los
kilómetros, los desniveles y demás circunstancias de carrera, tanto Javi
Portales, como el que escribe, somos conscientes de que la vamos a terminar.
Y sobre las 23 horas y 37 minutos, con 24 horas y 37 minutos de carrera, en el
puesto 431, extiendo los brazos en la línea de meta de la Trangrancanaria HG
2018. Como siempre digo, “reto superado”.
Al llegar a meta, saludo y charlo de forma entrañable
con dos grandes corredores y mejores personas, Silvia Marfil y Antonio
Moreno. Me dan la enhorabuena y les
cuento las vicisitudes de la ultra y ellos me cuentan las suyas en la Advanced de 65 kilómetros en la
que Antonio Moreno ha conseguido trofeo en su categoría.
Estando en esta charla llega a meta Javi Portales, al
que felicitan y abrazan. También le doy la enhorabuena pero creo que es su
momento y tras saludarlos, me despido de ellos.
Y como en el 2016, trato de acelerar la recuperación
con un buen masaje. Luego, medio rendido,
con molestias varias y con falta de sueño, pero con una sonrisa de
satisfacción, me dirijo al coche para retornar a mi apartamento en
Arinaga. Y eso es todo, otra dura ultra
a la saca, en la que tal vez, si no hubiera sufrido los problemas estomacales,
creo que habría mejorado bastante, tanto en tiempo como en clasificación. Sin
duda, volveré.