CRÓNICA PRIMERA EDICIÓN CIEN MILLAS BANDOLERAS
166 km
y 6500 +
(3,4 y 5
de marzo de 2017)
“Cuando la
montaña se vuelve infierno”
Por tercera vez afrontaba la Ultra de Bandoleros, este
año con la novedad de alcanzar la simbólica cifra de las 100 millas . Era una
ocasión especial de volver a territorio Bandoleros, a la meseta del Simancón y
a la Sierra de
Grazalema. Recuerdo que me inscribí el 1
de noviembre de 2016, festividad de Todos los Santos, en un día de senderismo,
subiendo el Pico del Grajo y a través del móvil.
Como la sierra de Grazalema es una
zona con una alta pluviometría, la cuestión de la climatología resulta
especialmente relevante, más si cabe, por las zonas bastante técnicas y
peligrosas por donde transita la carrera. Y una semana antes, ya pude comprobar
como para esos días, 3 y 4 de marzo, daban lluvia, viento y fuertes bajadas de
temperaturas.
Tenía muy claro que el tema del material
iba a resultar de vital importancia. Más
vale que me sobrara que no echarlo de menos en plena carrera. Me puse manos a la obra, sobre todo, en dos
aspectos: guantes y chaqueta impermeable y transpirable. Sobre los guantes, tras buscar algo
impermeable de forma rápida, opté por los típicos guantes de fregar como medio
para impermeabilizar (emulando a los guantes que nos venden en el UTMB) y
debajo unos guantes térmicos pero la solución no me convencía, de hecho, me
costaba ponérmelos. Me acordé de que
tengo unos guantes gruesos para la nieve y aunque pesan, decidí llevarlos. Creo que fue todo un acierto aunque para mi
desgracia, están hechos para la nieve y no para una lluvia interminable.
En cuanto a la chaqueta impermeable,
y descartada mi Salomón Bonnatti roja que de impermeable ya no le queda nada,
la única solución era comprar una nueva, barata pero fiable. Tras buscar por Internet me fui dos tardes
antes de la carrera al centro de Málaga en busca de la chaqueta. Y por suerte, en la tienda Irontriath pude
comprar, a muy buen precio, una buena chaqueta, marca Marmot que durante la
carrera me respondió con solvencia, aguantando las 24 horas seguidas de
lluvia. El único inconveniente es el
tema de la capucha que no lograba ajustármela bien.
Por lo que se refiere a la
preparación, sigo con la misma rutina de los últimos meses, más gimnasio y bicicleta
que correr. Como máximo dos veces a la
semana y siempre acabando con molestias en la ingle izquierda y por supuesto,
con la limitación de la tendinopatía en los isquiotibiales de la misma pierna,
molestia que ya ha cumplido dos años en febrero, justo después de la
Cxm Sierra Blanca 2015, es decir, lo que se
dice crónica. Además, en las últimas
carreras, a partir de cierta distancia, había sufrido fuertes dolores en los
gemelos y de hecho, el día antes de la
Ultra acudí de “urgencias” a un masajista para que me hiciera
una leve descarga de los mismos.
Me tomé el viernes de vacaciones y
tras preparar la logística de carrera los días previos, cogí el coche y me
encaminé hacia Prado del Rey. La idea es
que me hubiera acompañado mi familia pero entre el resfriado de mi mujer y el
mal tiempo que se pronosticaba, lo descartamos.
¡Lástima!, no iba a poder contar con su apoyo moral en Grazalema. ¡Otra vez será!
En el viaje en coche, a partir de
Ronda, empezó a caer una ligera llovizna y pasando El Gastor, la llovizna tornó
en un fuerte aguacero y además, soplando
un gélido viento. El cielo, sembrado de
nubes bajas con unos colores bastante amenazantes, no daba la esperanza de que
se fuera a abrir en bastantes horas. En
fin, unas ganas locas de salir a correr por el monte.
En Prado del Rey los niños salían
del colegio mientras caía un fuerte aguacero junto a un intenso viento. Aparqué al lado del Instituto y esperé hasta
que amainara. Sentía frío y me encontraba con el cuerpo casi cortado, incluso
con temblores. Aguardé en el coche durante un buen rato pero viendo que el mal
tiempo iba para largo, me puse el chubasquero y haciendo de tripas corazón, acudí
a recoger el dorsal. Hacía frío. La
organización ha puesto una gran carpa en la plaza. Allí, saludé a varios
compañeros, recogí el dorsal nº 44 y vuelta al coche.
En el Instituto, esperando a que nos
permitieran entrar en el gimnasio (suelo duro) para preparar nuestro colchón
hinchable y para poder cambiarnos, charlé con dos compañeros de mi club, dos
máquinas totalmente sincronizadas: Bulla y Nono. Espero que nos veamos y podamos compartir
muchas más carreras, pues eso será buena señal para ellos y para mi. Por, de pronto, creo que nos volveremos a ver
de nuevo en julio de 2017 en el País Vasco, disfrutando y sufriendo en la EHUNMILAK (170 km y 11000 +).
Me voy dando cuenta, cada vez más,
que en muchas de estas carreras-aventuras siempre somos los mismos o al menos,
parte. Entre estos, pude conocer y
charlar con otro crack, Francisco Berben, que iba acompañado de otro fenómeno,
Mark Woolley. También estaba por allí
otro ilustre, Fali Coleta, al que no tengo el gusto de conocer.
Otra decisión clave para que pudiera
terminar la carrera fue el cambio de ropa.
Cuando ya estaba preparado, salí al coche, a la intemperie y aunque ya
iba con la chaqueta sentía mucho frío. ¿Qué sería cuando estuviera por la zona
del Simancón con ventisca y posiblemente, nieve? A la vuelta al gimnasio, me desvestí y me puse
una camiseta térmica gruesa y la malla-pantalón térmico. Creo que estas cuatro acciones: guantes
gruesos, chaqueta Marmot y camiseta y pantalón térmico me permitieron afrontar
y sobrevivir en la Ultra ,
sin pasarlo demasiado mal.
Tras dejar las dos mochilas para
utilizar en carrera, Villaluenga y Ronda, saludé un chaval que conocí en una
carrera (Cxm del Zenete) en Jerez del Marquesado, cerca de Guadix. Se llama Oscar y pertenece al club Marea
Naranja. Juntos entramos en el corralito
y al poco, tras la foto de rigor, conseguí ver y saludar de nuevo a los
Antonios (Nono y Bulla), también a Gustavo, todos del TRAIL RUNNING MALAGA y a
Manu, creo que del Jarapalos Trail. No
llegué ver a Paco Marfil. Por suerte,
el tiempo nos permitió una salida sin lluvia.
Se había despejado el cielo y relucía un tímido sol que nos duró hasta
el primer cortafuegos, pasado el avituallamiento en El Bosque.
Faltando varios minutos para los
trabucazos del inicio de la prueba, pedí ayuda a Gustavo para configurar el
garmin foretrex 401 y estando en esos menesteres se inició la Ultra.
Los primeros metros los hice andando hasta que puse el
reloj en estado óptimo. Tras dar la
vuelta a la plaza de Prado del Rey tomamos rumbo hacia el Bosque, sobre el
kilómetro 11 por un carril salpicado de charcos y barro pero apto para
correr.
A diferencia de los años 2014 y
2015, el nuevo recorrido hasta El Bosque
transita íntegramente por carril. Son 11 kilómetros llanos
con ligera bajada al principio. A mitad
de recorrido volví a encontrarme con Gustavo.
Me molestaba más de lo normal la tendinopatía de los isquiotibiales de
la pierna izquierda, por lo que decidí aminorar el ritmo y hacer varias
paradas. Esto acababa de empezar – me
digo. Vamos a ir tranquilo – pienso.
Llego al Bosque tras una hora y 10
minutos en el puesto 169 de carrera. Como algo en el avituallamiento donde nos
anima un crack, finisher de la
UTMB , como Juanjo Montesinos y es entonces, cuando empieza lo
bueno. Trato de buscar mi ritmo, sin
cebarme en ningún corredor. El sendero
está embarrado y hay que clavar bien los bastones. Me colocó detrás de una pareja y avanzo. Al cabo de cierto tiempo empieza a llover
pero es muy liviana. Anochece. La nueva distancia del ultra de Bandoleros,
para llegar a las 100
millas , ha incorporado nuevos senderos que se concentran
en estos primeros kilómetros. Tras la
ascensión, hay un tramo de descenso por un sendero estrecho pero bien marcado
con mucha vegetación. En una curva, se
me va el pie y me resbalo. Se trata de
una caída sin consecuencia y sigo corriendo.
Al poco me vuelvo a encontrar con Gustavo. Me cuenta que ha estado a punto de abandonar
la carrera en El Bosque por un fuerte dolor en la rodilla pero que era demasiado
pronto. Sigue con molestias. Le sobrepaso y bajo la tenue lluvia llegamos
al avituallamiento de líquido y chocolate que han colocado sobre el kilómetro
19. Todo bien y vuelta a un nuevo
ascenso por sendero. Mientras avanzamos
se empieza a escuchar que hay una bajada muy peligrosa y luego llega una subida
por cortafuegos con un desnivel brutal. Y, en efecto, al llegar a ese tramo de
bajada, con el paso de los corredores, la lluvia, el fuerte desnivel, aquello
ya no es un sendero, es un tobogán de barro.
Bajamos todos con cuidado pero mis Mafate Speed ya no tienen mucho agarre
y también uno que no tiene mucha habilidad y a las primeras de cambio sufro una
nueva caída. Me vuelve a pasar
Gustavo. Al poco tiempo, en otro tramo,
en un despiste, vuelvo a sufrir otra caída, la tercera. Aquí me hago algo de
daño en la muñeca pero sin más daños colaterales. Bueno, algo más embarrado de la cuenta, con
la preocupación propia del lugar por el que transitamos, empiezo la subida del
cortafuego. Al principio, me pongo un
poco nervioso porque entre el desnivel y la lluvia, intentar subir por donde
otros han pisado hace imposible la subida.
Tras varios amagos, decido ir más campo a través y pisar todo lo que
pueda en la hierba, arbustos, etc. y así, zigzagueando y evitando el barro en
todo momentom consigo coronar la dura subida.
La lluvia sigue apretando y la visibilidad con el frontal no es la mejor
pero volvemos a correr por un bonito sendero.
Me coloco detrás de un chaval a cierta distancia, con un ritmo semejante
y juntos hacemos unos cuantos kilómetros hasta el siguiente avituallamiento, Llanos del Campo, sobre el kilómetro 25. Hasta aquí siempre voy rodeado de muchos
corredores. Pasado este avituallamiento
empiezo a ir más en solitario.
Recuerdo que al alcanzar el
avituallamiento de Llanos del Campo, otro corredor detrás de mí, llegó y acto
seguido, con clara determinación, entregó el dorsal alegando molestias en el
tobillo. Bueno, tras un poco de
isotónica y algo sólido, empezamos la subida al Puerto Boyar. La lluvia arrecia y cada vez hace más
frío. Son algo más de 6 kilómetros ya
conocidos que se hacen duros. El sendero
es un barrizal, todo cubierto de charcos que al principio se tratan de esquivar
pero llega un momento que ya te da igual.
La lluvia sigue apretando. Trato
de colocarme la capucha pero me tapa el frontal y entonces si que no veo nada. Además,
la lluvia reduce la visibilidad. Hace
frío y empiezo a notar como las manos se me entumecen. De esta guisa llego al siguiente
avituallamiento, Puerto Boyar, en el
kilómetro 33. La aglomeración de corredores en este punto
es fácilmente explicable. Llueve con
fuerza, hace frío, el espacio techado es bastante reducido y creo que muchos
corredores se están pensando seguir o no seguir, puesto que ahora viene uno de
los tramos más duros, largos y técnicos de la carrera hasta llegar a
Villaluenga del Rosario. En este punto,
veo como un grupo de corredores decide no seguir, que no merece la pena, que no
han venido a esto. La verdad es que es para pensárselo más de dos veces. A mi favor, que conozco el tramo y que llegados
a Villaluenga hay bastantes kilómetros “fáciles”
En puerto Boyar, los voluntarios
ayudan en lo que pueden. Como puedo me
abro un poco de hueco, dejo los bastones y como, no recuerdo bien, un bocadillo
de jamón de pavo, cargo los bidones y decido ponerme los guantes gruesos para
la nieve. Al tener las manos mojadas y
ateridas de frío, soy incapaz de ponérmelos.
Menos mal que dos voluntarios me ayudan en estos menesteres y tras
varios intentos, no sin esfuerzo, lo conseguimos. Toca volver a la carga entre el frío y el
fuerte aguacero.
Salgo y veo ya varios coches
cargados de corredores que han decidido abandonar. Lo segundo que distingo es la entrada al
sendero, totalmente inundada. Somos
varios los que empezamos la ascensión y eso anima. Sin embargo, el sendero, en
forma de peldaños, en algunas partes ya es una cascada de agua, con enormes
charcos, algunos vadeables y otros no.
Mucho barro y muchas piedras embarradas pero como es subida se puede avanzar
sin mucho peligro. Poco a poco, se va difuminando
el grupo y cada uno va subiendo como puede.
En la bajada todo se complica. Me ayudo mucho de los bastones en algunos
tramos más complicados y con mucha concentración realizo una primera bajada. La lluvia sigue sin dar tregua. En los años
anteriores, la organización nos hacía un control sorpresa pero este año no hay
nadie. Las condiciones no invitan a
ello. Cada vez hace más frío. Adelanto a un corredor que va totalmente
cubierto con un enorme chubasquero de color caqui. Va lento pero seguro. Llega la subida al Simancón y apenas si
distingo delante de mí un frontal. Trato
de acelerar el ritmo y llegar a su vera.
Lo consigo. Por ahora los guantes
me están ayudando y poco a poco las manos van entrando en calor. El resto del cuerpo, gracias a las mallas y
camiseta térmica están bien. En la
subida empiezo a encontrarme con bastante nieve. La atención todavía debe ser mayor porque el
peligro de un resbalón se incrementa.
El corredor con el que estaba haciendo la ascensión se para. Decido
seguir. Al poco tiempo me quedo
totalmente sólo, oscuridad delante y oscuridad detrás, y cada vez con más
nieve. La subida al Simancón es dura
pero paso a paso lo conseguimos. En la
parte alta sopla mucho viento, a veces, la fuerza me detiene y sencillamente no
puedo ni avanzar. También hay que estar muy pendiente de las balizas y no
perderse porque en esta zona el sendero se difumina bastante. Trato de seguir las pisadas aunque en algunas
zonas de piedra apenas si hay rastro. A
veces tengo que para para comprobar que hay alguna baliza más adelante y que no
estoy perdido. Ni que decir tiene que se
me agolpan bastantes pensamientos negativos, sobre todo lo que podría ocurrir
en caso de una caída o cuanto tardarían en rescatarme o donde podría refugiarme
o qué hacer en caso de perderme.
Tras un tiempo que se me hace eterno
comienzo con mucho cuidado la bajada del Simancón con bastante nieve. El viento sigue soplando con fuerza y muchas
veces cuesta avanzar pero todo se va superando.
Sigo teniendo problemas con la capucha y a veces el viento y la lluvia
me dificultan la visión. Son ya varias
horas por esta zona y sigo solo. Poco a
poco, según desciendo, el viento va amainando.
Cada vez me queda menos para llegar a Villaluenga, aunque antes hay que
atravesar el peligroso barranco final.
Por un momento me pierdo. En ese
instante, al volver la vista atrás veo un gran número de frontales. Vuelvo a encontrar la baliza y aminoro el
ritmo para acoplarme con el grupo que viene detrás. Subimos el último repecho, ya dentro del
grupo de corredores. El viento vuelve a
bufar con mucha fuerza. Los corredores
de este grupo llevan buen ritmo y en la bajada del barranco me dejan
atrás. Prefiero ir más lento y seguro. Esta bajada, por el precipicio de Villaluenga
del Rosario es muy peligrosa en condiciones normales. Con el viento, la lluvia,
el barro y lo resbaladizo de las piedras la bajada puede ser muy peligrosa. Una caída, un mal paso, un resbalón … mejor
no pararse a pensar. En fin, sigo
descendiendo. Me ayudo de los bastones y cuando me resulta demasiado peligroso,
opto sin pensarlo por la opción más segura, es decir, “culo al suelo” y
agarrándome donde buenamente puedo.
Por fin, consigo llegar al siguiente
punto de control y avituallamiento, Villaluenga
del Rosario, en el kilómetro 45, tras 9 horas y 39 minutos, a las 3 y 43 de la madrugada en el puesto
144. Nada más entrar un médico de la
organización me pregunta si me encuentro bien.
Le digo que si. A mi alrededor,
muchos corredores, unos ateridos de frío, otros, tal vez, con alguna contusión
por caída, otros tomando un caldito calentito, otros sacudiéndose el barro de
las zapatillas o cambiándose de ropa y otros, creo, que se están pensando en
seguir o no seguir.
Me tomo mi tiempo para comer alguna
barrita, algún dulce y llenar los bidones de agua. Creo que he pasado el tramo más inhóspito y
técnico y si el tiempo amaina, lo que viene ahora, puede ser mucho más
llevadero. Salgo de Villaluenga y junto
con un grupo de tres realizamos una dura subida por carril de cemento. Luego se paran y en la bajada hacia los
Llanos del Republicano, aprieto el ritmo hasta llegar a la base del Puerto del
Correo. Me noto con fuerzas y sin muchas
molestias y empiezo la ascensión.
Adelanto a un corredor. En la cima del Puerto del Correo, me alcanzan
los tres de la salida y juntos nos encaminamos hacia los Llanos de Libar. Este tramo de carril tiene mucho barro y hay
zonas donde es inevitable volverse a mojar los pies. Sigue lloviendo y correr se vuelve muy
dificultoso. Trato de correr por la zona
de hierba.
Llegando al avituallamiento del
refugio de Los llanos de Líbar vuelvo a cruzarme con Gustavo. Charlamos.
Me comenta que va fastidiado de la cintilla, que no puede correr y que está
sopesando retirarse. Comentamos que la
carrera está siendo muy “heavy” y así, charlando mientras no cesa de llover,
entramos en el Refugio de los Llanos de
Líbar. Apenas si paramos. Comemos algo y volvemos al camino. Ahora viene la mejor zona para mi, zona fácil
por carril de arenilla, sin barro, tramo en el que si tienes fuerzas puedes
avanzar bastante y recortar tiempo y distancia.
Durante un rato sigo con Gustavo andando y charlando. Me dice que no puede correr y reflexiona
diciendo que tiene que aprender a retirarse.
Me pregunta, sobre lo qué haría yo.
Bueno, en la UTMB ,
está el ejemplo, es decir, pensarlo mucho antes de entregar el dorsal. Le digo que si puede seguir andando que la
intente terminar, que hay tiempo pero tampoco quiero condicionarlo con mi
opinión. Supongo que en ese tramo fue
pensando qué hacer hasta llegar a Montejaque.
En otra parte del recorrido,
hubiera seguido con Gustavo y más en una carrera en estas condiciones, pero era
bajada por carril, me sentía con fuerza y tenía que aprovechar este tramo para
recuperar tiempo. Al fin y al cabo,
estamos en una carrera.
Me despido de Gustavo y vuelvo a
correr con ganas, primero en bajada y luego en llano. Comienzo a adelantar corredores, sigue
lloviendo con fuerza y al cabo de un rato largo consigo llegar al siguiente
punto de control en Montejaque
(kilómetro 58). Allí me tomo dos tazas de cacao y unos dulces,
y vuelta a la carrera. Por Montejaque
paso a las 6 y 43 de la mañana. El
tiempo en carrera sube a las 12 horas y 41 minutos.
Subo a la ermita del mismo nombre y
en la bajada apenas si puedo correr debido al barro acumulado. Busco las zonas donde no me patinen las
zapatillas y trato de mantener el equilibrio, siempre ayudado de los bastones. En
este tramo me amanece pero a diferencia de otras ultras, no hay alegría en ese
amanecer. El cielo está oscuro y muy
nublado y obviamente, sigue lloviendo. A
ritmo lento, corriendo a veces, pero sin buscar riesgos para evitar una caída
bajo a la zona de las vías del tren donde comienza el asfalto y una fuerte
subida camino a Ronda, pero al menos es por asfalto y se puede andar más
rápido. Durante este tramo, mantuve en
el horizonte la referencia de un chaval con un impermeable amarillo e
igualmente, por detrás, otro corredor que me utilizaba de referencia. Por
este tramo, junto con la lluvia pertinaz y el galopante frío, el viento se sumó
a la fiesta.
En la subida a Ronda, me encontré
con un corredor. Si llevaba dorsal, lo
llevaba camuflado pero por como me miró y como iba, creo que era de la carrera
y que estaba atajando o a lo mejor, lo estaba haciendo sin darse cuenta. En el año 2015, al empezar la bajada de la
cuesta del cachondeo, la organización tenía un punto de control. Este año no se encontraba o al menos, no lo
vi. Si se ha quitado, creo que ese
control debería mantenerse ahí, para evitar las posibles picarescas de algunos.
Llego a Ronda (kilómetro 66) empapado y con bastante frío. Aún así, el pantalón térmico me aguanta,
igual que el chubasquero Marmott, que me están salvado la carrera. El problema con el chubasquero es la capucha,
que soy incapaz de colocarla bien y más que ayudar, me estorba, por lo que
prefiero no llevarlo aunque suponga llevar la cabeza calada.
Los guantes de nieve están mojados
pero me siguen sirviendo ya que me aportan calor en las manos. Me los quito y los escurro. Las
zapatillas y los pies están encharcados pero no siento molestias de ampollas o
uñas negras.
En Ronda avanzo un poquito hasta el
puesto 79 de carrera, en 14 horas y 14 minutos.
Son las 8 y cuarto de la mañana.
Decido no utilizar la mochila
intermedia que la organización nos traslada a este punto. Aparte porque supone perder bastante tiempo,
porque, en mi caso, pienso, que no me iba a servir de mucho, ya que una vez
cambiado, al salir, me iba a empapar igualmente en pocos minutos.
Allí saludo a otros dos compañeros
de mi club, Nono y Bulla. Tras tomar un leche con cacao y algunos dulces, a
modo de desayuno, lo normal es que hubiera salido pero prefiero seguir
acompañado. Tampoco es que vaya muy
sobrado y dadas las condiciones, no tiene sentido ir delante para que al poco
me tiempo me sobrepasen. Vistas las
condiciones de la carrera, lo único que me interesa es terminar.
Espero un rato más. A Bulla lo veo bastante entero pero Nono no
para de tiritar.
Al cabo de varios minutos, salen mis
compañeros del TRM, Nono y Bulla. Como desconozco
el ritmo que van a llevar y al no querer representar ninguna rémora en su carrera,
prefiero que salgan ellos antes y si soy capaz de cogerlos es que puedo
aguantarles, por lo menos, durante algún tiempo. Si veo que no puedo, prefiero seguir a mi
aire.
El recorrido por las calles de Ronda
es un infierno. Hace mucho frío y viento
y llueve de forma inmisericorde. Al llegar a la bajada de la cuesta del
cachondeo se paran a “evacuar líquidos”.
Me paro y me quedo con ellos. Nos
hacemos alguna foto con el tajo de Ronda al fondo y seguimos en carrera juntos
mientras vamos charlando y animándonos mutuamente.
En este tramo de vuelta en dirección
al siguiente avituallamiento, Benaoján, nos encontramos con Gustavo que sigue
en carrera. Nos hacemos la foto de rigor
(foto para el recuerdo). Nos cuenta que
entregó el dorsal pero visto que no le recogían para llevarlo devuelta a Prado
del Rey, decidió seguir hasta Ronda y la organización le permitió, de nuevo,
recoger el dorsal y volver a la carrera.
Se le veía bastante motivado.
Un poco después topamos con otro
máquina, Javier Portales, pero, a diferencia de Gustavo, le ví más pálido y con
menos ganas. De hecho, se retiraría
posteriormente, creo que en Benaoján.
En este tramo nos llueve
muchísimo. Son muchos kilómetros por
pista llena de charcos. Juntos vamos
haciendo caco (caminar-correr). Por este
tramo noto que se empiezan a cargar en demasía los gemelos y también la
cintilla de la pierna derecha. El dolor
en la inserción de los isquiotibiales de la pierna izquierda ha pasado a un
segundo plano. Nos van pasando algunos corredores. Ni que decir tiene que los pies y las
zapatillas van encharcadas. La subida previa a Benaoján ya va formando
un buen regato de agua.
Recuerdo que al llegar al avituallamiento
de Benaoján (kilómetro 79), la
lluvia se había transformado en un fuerte aguacero que no daba tregua. En Benaoján, mejoro hasta el puesto 63. Son ya las 10:43 de la mañana y un tiempo de
16 horas y 41 minutos en carrera.
Aquí, Nono y Bulla se toman su
tiempo. Hablan por teléfono, se cambian
de ropa, etc. mientras algunos corredores llegan y siguen su curso. Aprovecho el tiempo para tomar varios
calditos y un poco de queso y para quitarme zapatillas y escurrir calcetines y
por supuesto, los guantes, que pesan unos cuántos kilos más. Supongo
que será por la fricción pero al quitarme las zapatillas, sale hasta humo. Ni que decir tiene que los pies son la parte
que más está sufriendo. Tienen un
aspecto blanquecino y las uñas, por momentos, van adquiriendo un tono morado. Llevan
demasiadas horas a remojo y poco a poco se van reblandeciendo. También alguna incipiente llaga comienza a
hacer acto de presencia junto con las molestias y dolores varios, propios de
los kilómetros ya acumulados. También en
este punto de control, al intentar cambiar las pilas al garmin foretrex, el gps
me dio error y a partir de ese momento perdí ese entretenimiento que te va
indicando la hora, distancia, ascensión y tiempo empleado. Creía que le había entrado agua pero al
llegar a casa pude comprobar que el gps está en perfecto estado.
En mi caso, mi logística es más bien
escasa y aparte de no llevar mucho recambio, prefiero no parar demasiado y
salvo circunstancias de fuerza mayor y mientras no tenga demasiadas molestias,
intentar seguir con lo que tengo.
Tras media hora aproximadamente de
parada en el punto de control de Benaoján, con el fuerte aguacero acechante,
volvemos a la carrera.
Este tramo hasta el siguiente
avituallamiento, Jimera de Líbar, es un tramo de sendero que discurre paralelo
a las vías del tren y al río. En
condiciones normales es bastante corrible pero en esta ocasión, hay demasiado
barro y charcos aunque no será nada con lo que nos encontraremos de camino a
Cortés de la Frontera. Por este tramo, nos vamos
dando ánimos, Bulla grava algún vídeo y a ratos corremos y a ratos caminamos,
según la pendiente. Por lo general, prefiero
ir atrás y dejar a ellos que impongan el ritmo.
A veces se paran y me coloco delante por espacio de algún tiempo. De este modo, con la lluvia como fiel
acompañante, llegamos a Jimera de Líbar
(kilómetro 88), tras un duro repecho con mucho barro y senderos convertidos
en improvisadas cascadas, llegamos sobre las 12,52 de la mañana del sábado,
tras 18:50 horas en carrera. En mi caso,
sufro un retroceso y subo al puesto 70.
El avituallamiento en este punto es
una carpa demasiado concurrida por la lluvia. Hay de todo. No recuerdo
exactamente lo que comí pero si que estaba bien surtido, como casi todos. Aquí paramos poco tiempo.
A la salida de Jimera hay un tramo
de descenso. Recuerdo que llevaba la
cara acartonada por el frío y que me costaba hablar. Del avituallamiento salimos un grupo bastante
grande que al cabo de unos quinientos metros se fue difuminando, cada uno a su
ritmo. Yo me rezago, tal vez
voluntariamente. El chaparrón por esta
zona es bastante intenso y trato de ajustarme el gorro pero no hay manera. Hay mucho barro y lo que queda de sendero
está bastante resbaladizo, más en bajada.
De vez en cuando, Bulla o Nono se giran buscándome. Me animan. Los mantengo a la vista. Esto es una carrera y entiendo que si tienen
más fuerza, lo suyo es que tiren pero por esta zona es difícil progresar. Todo está encharcado, los senderos son
arroyos. Los cuadriceps comienzan a
cargarse.
Tal vez, este tramo sea el más duro
por la lluvia. En lo que antes eran
senderos, ahora hay arroyos y a su vez, estos senderos son franqueados por
otros con un caudal más grande.
Cruzarlos supone meter las piernas, muchas veces por encima de las
rodillas, en un agua helada, pero no hay otra opción, mientras la lluvia no nos
abandona en ningún momento.
Me siguen pasando algunos corredores
y vuelvo a reagruparme con Nono y Bulla.
Comentamos que aquello es todo menos una carrera. Se llega a hablar de la posibilidad de
abandonar. Hay que entender que son
muchas horas de mal tiempo, de kilómetros de barro, de agua, de lluvia, de
frío, de viento, nieve y granizo y que la mente comienza a flaquear y sabemos
que todavía la meta queda muy lejos.
Este tramo se nos hace a todos muy largo, tanto física como mentalmente.
Por esta zona, en dirección a Cortés
de la Frontera ,
no se puede correr, amen de que las fuerzas, al menos las mías, están bajo
mínimos. Tras unos cuántos kilómetros
de intransitables senderos y otros cuántos de carril llenos de barro, entramos
en otro tramo donde el carril, ya de arenilla, tiende hacía arriba. Me duele la cintilla y siento bastante
cargados los cuadriceps. Noto molestias
varias en los pies, cada vez más entumecidos y mientras la pertinaz lluvia
sigue cayendo sin piedad.
Tras bajar trotando por asfalto
hacia la Estación
de Cortés de la Frontera ,
Cañada Real del Tesoro, viene una fuerte subida hasta Cortés. En esta subida, Nono y Bulla tiran con fuerza
y yo me rezago por lo que trato de subir sin cebarme. Aún así, adelanto a varios corredores. Mi respiración se acelera y doy todo lo que
puedo.
En el avituallamiento de Cortés de la Frontera (Kilómetro 100),
situado en una de las plazas del pueblo, puedo sentarme y descansar un
rato. Por este punto transitamos en la
posición 73 de carrera. Son más de las 3
de la tarde del sábado y el tiempo en carrera asciende a las 21 horas y 38
minutos. Bulla y Nono, con su
espectacular logística, vuelven a cambiarse. Lo tienen todo muy controlado y perfectamente organizado.
A mi solo me da para quitarme los calcetines y escurrirlos y lo mismo con los
guantes que pesan unos cuántos kilos más.
Trato de entrar en calor. A pesar de los guantes, tengo las manos y los
pies con bastante frío. Me alimento lo mejor que puedo, cargo agua y tras unos
15 o 20 minutos, salimos los tres.
Como veo que ellos tienen más
fuerzas, prefiero que me vayan dejando.
Esto es una carrera y no quiero suponer una dificultad añadida. No
obstante, ellos se giran varias veces y me animan a seguir, pero no puedo
llevar su ritmo de subida. Aquí,
prácticamente se disuelve nuestro agrupamiento temporal y vuelvo a continuar
solo en esta épica ultra, sin duda la más dura de todas las que he hecho hasta
la fecha (con permiso de la UTMB
2016). En esta subida, por un continuo
sendero en zigzag parece que la lluvia nos da una tregua. Me acoplo a un grupo de 3, entre ellos una
chica, llamada Cristina, con bastante experiencia en ultras, que trata de
animar a otro corredor. No paran de
charlar y esa charla también me sirve para mantener la concentración y los
ánimos. Antes de llegar a la zona de “las
lagunas” de los Llanos de Libar, sufro la cuarta y última caída-resbalón de la
carrera, un buen rodillazo, pero sin consecuencias. Ese tramo vuelve a ser muy técnico, con
mucho barro, hierba mojada y piedras de todas las formas y tamaños. Trato de buscar zonas no demasiado pisadas
para evitar más resbalones. Me duelen
los cuadriceps, el cansancio me va haciendo mella y en los pies siento varias
ampollas que se disputan la supremacía en cuanto al daño que me pueden hacer. Además, al tener los pies tan reblandecidos
por el agua, cada golpe o patada contra una piedra es un suplicio y el daño es mucho
mayor. Una de esas patadas me provoca un
fuerte dolor en el dedo gordo del pie derecho.
Atravieso los Llanos de Libar
siguiendo los pasos de la chica y su grupo, lo que supone cruzar varios ríos
efímeros y alguna que otra laguna, tramos de 7 u 8 metros de agua hasta la
rodilla o más, teniendo bastante cuidado en mirar donde se pisa y en que la
corriente no te tumbe.
Vuelvo a subir y bajar el Puerto del
Correo y tras atravesar nuevos arroyos, por fín, alcanzo una zona limpia de
carril en los Llanos del Republicano. En
esta subida, me encuentro mejor y trato de dar alcance a varios grupos que, en
las zonas técnicas me han dejado atrás.
En la bajada a Villaluenga, me pongo a correr, no sin dolor, y les doy
alcance y los supero, llegando bastante bien de moral al avituallamiento de Villaluenga del Rosario (kilómetro 110),
por segunda vez, donde nos recibe un nutrido grupo de personas que nos animan.
En el avituallamiento no cabe un
alfiler. Mucha gente, muchos voluntarios y muchísimos corredores, todos
calados. En este punto coincidimos por
primera con la Bandolerita ,
la “carrera corta” que ha salido el sábado a media mañana, lo que explica
también la aglomeración de corredores. Trato
de buscar con la mirada a Nono y Bulla pero no los localizo. Como buenamente puedo, consigo un asiento, me
cambio de calcetines, tomo algo de pasta y un batido recuperador y cargo agua. La verdad que esto que resumo en una línea
daría para escribir un pequeño relato, sobre todo, por lo que transmiten las
miradas de unos y otros. Allí saludo a
una campeona como Silvia Marfil y a su padre, Paco Marfil, otro campeón, al que
se agradecen las muestras de ánimo y ayuda que recibo. En Villaluenga, en su segundo paso, transito
en la posición 69 en 25 horas y 18 minutos.
Antes de salir, vuelvo a echar una
mirada al numeroso grupo de corredores del avituallamiento sin ver a Nono y
Bulla, más que nada para saludarlos porque en seguida me iban a dejar
atrás. Están mucho más fuertes que yo y
tienen más destreza en las zonas técnicas.
En fin, con ánimos renovados porque cada vez me queda menos, retomo las
balizas del último tramo duro y técnico de carrera, unos 12 kilómetros , en
dirección a Grazalema. Ya es de noche
cuando emprendo el camino, sobre las 7,30 de la tarde, y enciendo el
frontal. Tengo bastante frío y varios
temblores me sacuden el cuerpo. Decido
apretar el ritmo para entrar en calor.
Esto es muy duro! – pienso. Por
lo menos, ya no llueve.
La subida es muy técnica y
empinada. Apenas si puedo andar. Voy con cuidado para evitar un posible
acalambramiento. En algunos repechos me
ayudo de las manos. Todo está cubierto
de charcos y barro y aunque es en subida, hay que tener cuidado con lo
resbaladizo del terreno. Hay mucho fango
rojizo y la luz del frontal rebota sobre la roca mojada. Mientras vamos subiendo, nos adelantan muchos
corredores de la
Bandolerita e igualmente nos cruzamos con otros que bajan en
dirección a Villaluenga. Es una zona muy
técnica con un trasiego de corredores enorme.
Nos saludamos mutuamente y muchos nos dan la enhorabuena por la proeza
de continuar en carrera. Realizo esta
subida junto a un corredor de la larga, bastante animoso, hasta que le dejo ir
para no cebarme ya que su ritmo era superior al mío. El resto de este duro tramo lo realizo
andando todo lo rápido que puedo. Apenas
intento correr ya que me duelen bastante los cuadriceps y ambas cintillas, sin
olvidar ampollas varias y algunos dedos maltrechos. La
noche sigue avanzando y el sendero, sinuoso, atraviesa el bosque mientras sigo
avanzando, sin mirar atrás, pero ya sin el trasiego de corredores. Es un momento bonito, son 3 o 4 kilómetros en
soledad, en el silencio de la noche, únicamente acompañado por mi respiración y
la cadencia de las pisadas.
Llego a Grazalema (kilómetro 124) sobre las 11 y cuarto de la noche del
sábado, mejorando bastante mi posición, en el puesto 58 y ya con 29 horas y 11
minutos de carrera. Repongo algo mis
maltrechas fuerzas con varios vasos de leche con cacao y algunos dulces. Es lo que me entra en esos momentos.
Reanudo la marcha en dirección a
Benamahoma.
Por las calle de Grazalema saludo a
mis dos compañeros de fatiga, Nono y Bulla, que bajan corriendo en dirección al
avituallamiento que acabo de dejar.
El cielo se ha despejado y la subida
a Puerto Boyar la realizo sintiendo que las fuerzas están muy mermadas. No obstante, me siento con ánimos por seguir
luchando y tener cada vez más cerca la meta.
Es un tramo por un sendero limpio y muy bien acondicionado para los
senderistas, atravesando varios puentes de madera y tras esa subida, los
kilómetros restantes son ya en bajada o en llano pero, al menos, apenas ya no hay
más desnivel, salvo algunas tachuelas finales.
Al llegar al Puerto Boyar comienza
la bajada. El barro y las piedras la han
convertido en intransitable y bastante peligrosa. Bajo despacio y evitando una nueva
caída. Comienzan a adelantarme algunos
corredores de la corta y supongo que por esta zona me pasaron Nono y Bulla,
aunque ni yo me di cuenta ni ellos se percataron. En algunos tramo corro pero es difícil
mantener el equilibrio y la concentración después de tantos kilómetros, de
noche, con el cansancio acumulado, con dolores de todas las intensidades y con
tantas piedras y barro. Mi objetivo es
llegar – me digo. Antes de alcanzar el
pueblo de Benamahora adelanto a un corredor con un impermeable rojo que va
mucho más tocado que yo pero que parece no rendirse.
En el avituallamiento de Benamahoma, me siento durante unos
minutos. La hija de una voluntaria me sirve un café. Está demasiado caliente y sólo puedo con la
mitad. Como algo, cargo bidones y a por
otros pocos kilómetros en dirección a El Bosque. En este tramo se me agota la luz del frontal
y lo cambio por el otro. Ahora viene el laberinto y la humedad del río
Majaceite. Escaleras para arriba,
escaleras para abajo, ahora cruzo por este puente a la izquierda, ahora lo
cruzo por este otro puente a la derecha. Por un momento me extravío y ya no se
si voy en la dirección correcta. Varios
corredores que vienen detrás encuentran en seguida el camino y la continuación
de las balizas. Les sigo. Algunos escalones, bastante elevados, me cuesta
subirlos. El dolor de cuadriceps y las
dos cintillas me atormentan por momentos pero hay que seguir. Me siguen
adelantando corredores de la carrera corta, pero creo que ya ninguno de la
larga. Tras el laberinto del río, otros
tantos kilómetros de carril amplio me
conducen al bonito pueblo de El Bosque.
–Qué poco me queda – me digo.
Esto ya está casi hecho – me voy dando ánimos.
Último avituallamiento de la Ultra , El Bosque (kilómetro 150).
Por este punto paso en 33 horas y 37 minutos, en el puesto 58. Son las cuatro menos veinte de la madrugada
del domingo 5 de marzo. Allí nos
reciben varios voluntarios disfrazados con muchas ganas de fiesta. Nos animan.
Me río. Ni siquiera aprovecho
para descansar y sentarme sino que en pocos minutos vuelvo a salir. ¡Qué dolor de piernas llevo!
Salgo del Bosque buscando el largo
tramo que todavía nos queda hasta Prado del Rey. La carrera nos vuelve a conducir al río
Majaceite. En el 2015, este tramo se me
hizo muy duro por la humedad. Esta vez
no me afecta tanto. Voy sólo. Ningún frontal delante, ninguna luz
atrás. Dejo el sendero del río y tomo un
carril amplio en continua ascensión pero sin barro. Ando todo lo rápido que puedo. La proximidad de la meta me insufla renovadas
fuerzas. Parece que no tengo tanto dolor
y las ampollas son algo del pasado. Al final descubres que todo es mental – me
digo. ¿Hasta donde está el límite de uno
mismo? ¿Cuánto es capaz el cuerpo humano de aguantar el sufrimiento? Supongo que hasta donde a cada individuo, le
deja la fuerza física, pero sobre todo, la fuerza mental y la voluntad. Entre
estas y otras cuestiones voy reflexionando en esta subida, entreteniendo la
mente y apartándola del dolor.
Abandono el carril y retomo otro, ya
en bajada, mucho más fatigoso. Trato de
correr pero está muy resbaladizo y cubierto de barro. Me ayudo de los bastones
para no caer y sigo avanzado. Son unos
cuantos kilómetros de fango. Vuelvo a
buscar la hierba para caminar mejor. A
pocos kilómetros de la meta adelanto a varios corredores de la corta. Uno de
ellos me pregunta dónde está la meta, qué si queda mucho. Entro en el asfalto de los últimos
kilómetros, adelanto a otro grupo de la carrera corta. Se dan cuenta que soy de la larga y me dan la
enhorabuena a su manera. Emprendo la fuerte y dura subida final a Prado del
Rey. Subo rápido, con todas mis
fuerzas. Giro a la derecha y me pongo a
trotar por la alfombra roja de la meta.
Saco mi bandera de Trail Running Málaga, pliego bastones y con el puño
cerrado del brazo derecho en alto finalizo la primera y durísima ultra de
Bandoleros, en la distancia de 100 millas , en un tiempo de 36 horas y 13
minutos, en el puesto 56, a
las 6 y cuarto de la madrugada del domingo.