lunes, 5 de diciembre de 2016

VI HARIA EXTREME LANZAROTE (102 KM. y 3200 +) 19 NOVIEMBRE DE 2016

VI HARIA EXTREME LANZAROTE (102 KM. Y 3200 +)
19 DE NOVIEMBRE DE 2016

Han pasado más de dos semanas desde que conseguí terminar la Haria Extreme de Lanzarote y al final me he puesto a escribir la crónica de la última prueba de la Spain Ultra Cup 2016.

  Me ha costado, todo hay que decirlo.  Hay veces que me resulta más fácil sentarme y teclear y recordar lo vivido que en otras.  Y mira que esta carrera no defrauda por la espectacularidad de sus paisajes. Supongo que también se deberá a las sensaciones que uno ha padecido durante la carrera y que, a veces, intenta contar a los demás pero que en otras, piensa uno, ¡que más da!  Si lo único que he hecho ha sido luchar contra uno mismo para no abandonar y poder llegar a meta aunque sea de forma agónica.


En fin, con la intención de recordar estas vivencias que, con el tiempo, tienden a olvidarse y casi desparecer, y también para que aquellos corredores que tengan a bien leer esta experiencia y con ello tengan un mayor conocimiento y sepan algo más de esta ultra, aquí dejo una breve historia de mi calvario por la Extreme de Lanzarote.


Bueno, para empezar diré que esta ha sido la carrera en la que más turismo he hecho, salvo el año pasado en la UTMB.  Llegué el jueves, alquilé un coche y esa misma tarde me acomodé en el hotel, en Costa Teguise, visisté el entorno, hice una pequeña compra y por último, me dirigí  a Haria a recoger el dorsal.

Al día siguiente, prácticamente me recorrí buena parte de la isla y quedé gratamente impresionado por su espectacularidad.  Pude ver, in situ, algunos tramos de la carrera bordeando un sinfín de volcanes, el lugar de la salida, el echadero de camellos, el Parque Nacional de Timanfaya, el Parque Natural de los volcanes, etc.  Paré en varias bodegas.  Hacia un sol radiante y se disfrutaba sentado, tomando un café y viendo tanto volcán.   Por todos lados mucho turista extranjero y también mucha bicicleta de carretera y de triatlón.  Supongo que el efecto del Ironman de Lanzarote tendrá su influencia.  Eso sí, la vegetación en la isla es nula. Algunas palmeras desperdigadas, los viñedos y poco más.  Son paisajes de un tono entre grisáceo y amarillento, desérticos, lo cual no quiere decir que sean feos, todo lo contrario.
Lo que si que quiero destacar es que las carreteras están muy bien y no hay excesivo tráfico. Sitio ideal para pasar una semana de entrenamiento haciendo ciclismo y también trail.
En cuanto a la carrera, si advertí que la mayoría de los senderos contaban con mucha arena y eso, a la larga, iba a suponer un desgaste mayor de lo normal.  No es como correr por la playa pero en algunos tramos…casi.

En fin, de regreso al hotel y tras comer algo, como siempre, a preparar la logística, dorsal, etc.  Puse el despertador a las 3 de la mañana.  Sin embargo, no llegué a pegar ojo por culpa de los vecinos de habitación. Es anecdótico pero lo cuento.   Durante el día ya escuchaba una musiquita de transistor de los años 60, por lo menos.  ¿Dónde vendrá esa música?  En una de las salidas inspeccionando el hotel, me doy cuenta que junto a mi terraza están sentados 2 parejas de extranjeros octogenarios, con el pelo canoso y más bien, con aspecto de fumadores empedernidos y, claro, uno de ellos llevaba el “maldito” transistor. 
Me acuesto pronto y durante hora y media o más tengo que aguantar el espectáculo musical del hotel para entretener a la clientela.  Mi habitación estaba cerca del hall del hotel y del bar.  Hasta ahí, ¡soportable!.  Cuando creía que había terminado, empezó la musiquita del transistor.   Al principio, tratas de dormir con ella pero empiezas a dar vueltas y más vueltas y nada… ¡qué no hubo manera!  No soy de los de protestar demasiado pero tenía la sensación de que la música iba a más.   La cuestión es que llegado un momento me harté y propiné varios golpes fuertes en la pared, a ver si se daban por aludidos, pero nada…

Opté por vestirme y llegar a recepción para quejarme de la música de los vecinos.  Era la 1,30 de la madrugada.  El de recepción me acompañó y llamó a la puerta de la habitación de los guiris.  Yo entré en la mía.  Creo que llamó a la puerta por espacio de 5 minutos, cada vez más fuerte y los guiris sin abrir y la música seguía sonando.   No sé porque no abrieron, puesto que escuchar, se escuchaba.  A todo esto, el de recepción, “un poco mosca”, volvió a su puesto y les llamó por teléfono.  Lo cogieron y por fin, cesó la música pero empezó la tos.  Supongo que el guiri no lo hizo con esa intención, pienso, pero la hora siguiente se la tiró tosiendo y yo sin dormir ni media hora.  En fin, historias para no dormir.  Al final me levanté.  No hizo falta que sonara el despertador.  Me fastidió pero al rato, una vez vestido y ya en el coche conduciendo hacia Haria, casi ni me volví a acordar. 

Sobre las 4,15 de la mañana ya estaba en la Plaza de la Iglesia de Haria, esperando para que nos recogiera el autobús para llevarnos al otro extremo de la isla.  En seguida, se llenó de corredores.  Saludé a Mayayo, al que le pedí que me hiciera una foto con la bandera de Trail Running Málaga.  Ya en el autobús, la directora de la carrera nos deseó mucha “mierda” y nos advirtió que la carrera, a partir del risco de Famara era otra bien distinta y que guardásemos fuerzas. ¡Cuánta razón!

Sobre las 6 de la mañana el autobús nos soltó en el “echadero de camellos”, Parque de Timanfaya, lugar con aspecto marciano donde los camellos cargan a los turistas y los suben por las dunas. 
Todavía era de noche y hacía bastante frío, por lo que muchos corredores, yo entre ellos, decidimos acercarnos a los servicios públicos para resguardarnos.  Ni que decir tiene que aquello “petó” de corredores.  Alguna incluso, sacaba la manta térmica para resguardarse.  ¡No era para tanto¡

Según se acercaba la hora nos dirigimos a la zona de arena, flanqueado por dos centenares de camellos.  Justo estaba amaneciendo y la llanura de piedra volcánica que se nos abría ante nosotros con los primeros rayos de sol, nos invitaba a correrla.   Y así salí, demasiado rápido.   Los primeros 4 kilómetros de llanura volcánica a 5 minutos el kilómetro.  Como siempre, mi dolor en los isquiotibiales de la pierna izquierda.  Ya es una molestia crónica que la voy tratando pero persiste.  Casi siempre me deja correr pero cuanto más alargo la zancada, más me duele, es decir, que llevo bastante tiempo que lo de entrenar series “va a ser que no”, aunque antes, cuando no tenía esa lesión, tampoco es que lo hiciera muy a menudo.  Supongo que soy uno de esos corredores que no quieren salir de su “zona de confort”.


 En fin, los primeros kilómetros como siempre son también de tanteo corporal.  Ninguna molestia por aquí, ninguna molestias por allí.  Parece que voy bien.  Si que es verdad que desde el principio notaba cierta pesadez de estómago pero muy liviano. Toca disfrutar, ahora que tengo fuerzas y, claro, lo típico.  Te unes a un grupo, te fijas en varios y tratas de mantener su ritmo.   Pero bueno, como llevaba bien la respiración y las piernas respondían, seguí a ese ritmo.   Atravesamos el pequeño pueblo de Uga y tras un tramo de asfalto, empieza la arena y los senderos de un aspecto negruzco, lo que viene siendo arena volcánica. Como es algo novedoso, gusta. Eso sí esta arena, como todas, cuando te quieres dar cuenta ya te ha entrado en las zapatillas. Como el desnivel no es muy elevado, salvo algún repecho, casi todo lo hago corriendo.  Subimos varios montes y de repente, estás al otro lado de la isla, avistando al fondo Puerto del Carmen y Arrecife y más al fondo, Costa Teguise.  La verdad es que la isla es pequeña pero encantadora. Tras bajada por carril otra subida fuerte con mucha arena.  Por ahora me encuentro bien.  Ya he bajado el ritmo y llevo bien la respiración.   Asciendo por arena y bajo por arena, entre los viñedos y las oquedades constructivas del lugar.  Bajamos a la carretera y justo en una de las bodegas donde había estado el día anterior, está el primer avituallamiento, La Gería, kilómetro 13,6.  Apenas si paro.  Un trozo de plátano y un vaso de isotónica.   A partir de ahora, toca correr mucho por llano, entre las plantaciones de los viñedos y los volcanes que jalonan todos estos parajes.  Del día anterior recuerdo el nombre de varios de ellos: montaña colorada, montaña negra y montaña del cuervo.  Son pequeños volcanes, la mayoría entraron en erupción en Lanzarote entre 1730 y 1736.  Bordeamos estos volcanes.  Me sigue entrando arena en las zapatillas y a veces me molesta pero decido no parar.  Durante los primeros kilómetros mantengo el ritmo de una chica que va bastante sobrada y un italiano, el cual se paró varias veces a sacudirse las “bambas”. 

Dejamos atrás la zona de los volcanes y entramos en otra inmensa llanura, rodeada por piedra volcánica camino del siguiente avituallamiento, Mancha Blanca.  No paro de correr.  Son carriles con arena y piedras.  No es un terreno técnico aunque antes de llegar a Mancha Blanca si que nos metieron por un sendero con algún tramo algo más complicado.

Por Mancha Blanca, paso en el puesto 88 de la clasificación y con 2 horas y 50 minutos.  Ya son las 10 de la mañana.



Pasado el avituallamiento de Mancha Blanca, kilómetro 27, donde paré unos minutos para comer varias barritas de Overtims, refresco de cola, isotónico y algún plátano, emprendemos una ligera subida por sendero pedregoso, una nueva bajada y otra subida y de repente, aparece ante nosotros una inmensa llanura y al fondo los acantilados de Famara y la isla de la Graciosa.  ¡Grandioso!  Por esta zona sopla bastante viento en contra y en algunos tramos el carril también cuenta con bastante arena, por lo que con ambos obstáculos correr se vuelve más duro si cabe.  Ya son más de 30 kilómetros en las piernas y el cansancio empieza a hacer acto de presencia pero el paisaje lo calma todo.   Por estos lares, voy solo, algún corredor a más de 200 metros por delante y otros, a lo lejos, por detrás, inmerso en mis pensamientos. 
Poco a poco, me voy animando porque adelanto a varios corredores mientras nos encaminamos hacia la zona costera.   Nuevo avituallamiento, Soo, otro pueblo blanco típico de la isla, en el kilómetro 38.   Como sandía, refresco de cola, queso y jamón.
Comí varios trozos de sandia pero tampoco en exceso.  Lo digo porque a partir del kilómetro 65 me empezó a doler la tripa pero bueno, ya llegaremos a ese punto.  Aquí coincido con otro italiano, Giorgo Zanninello, un veterano bastante dicharachero venido de la zona de los dolomitas.  

Vuelvo a salir rápido por sendero pedregoso en una zona bastante desértica y abandonada.  Adelanto a un chico con un pantalón rosa y empieza una nueva bajada, está vez más pronunciada en dirección a la costa.  Como siempre, la arena que nos acompaña y martiriza.  Hace mucho viento y el bramido de las olas al chocar contra las piedras negras nos acompaña durante un buen rato.   La pesadez de estómago se incrementa y con ello también el sufrimiento.   La molestia en los isquiotibiales de la pierna izquierda no me quiere dejar.  En otras carreras, el dolor me abandona a los 15 o 20 kilómetros.  Esta vez no.   Cada vez nos vamos acercando a los gigantescos acantilados y al fondo, la isla de la Graciosa.  Sigo corriendo. 
Giorgio y otro corredor al que luego conoceré, me adelantan justo al llegar al avituallamiento de Caleta de Famara, kilómetro 48, un pueblecito pesquero con una playa que te deja sin palabras.  De las que nos gustan a todos, de arena fina en la que te puedes adentrar sin que apenas te cubra, con esas olas que se esparcen mansamente en la arena. Hay bastante gente tomando el sol y bañándose, otros haciendo surf.  Si aquello no es el paraíso, pienso que le falta poco y más desde nuestra perspectiva, corredores cansados y sudorosos trotando por la arena de la playa con una pedazo subida en ciernes y cuando más calienta el sol. 
Por este punto de control subo hasta el puesto 79 y con cinco horas y 29 minutos de carrera.
En el avituallamiento coincido de nuevo con el italiano que va alegrando y animando a la gente, tan pronto te pinta un corazón en la playa con los bastones y se lo dedica a una pareja, como da un brinco o un giro y saluda al primero que se le pone a tiro como si lo conociera de toda la vida. ¡Todo un personaje!

Al llegar a este avituallamiento ya me doy cuenta que algo me pasa.  No voy bien del estómago y voy más cansado de la cuenta.  Me está repitiendo la sandía.
Empieza la subida al Risco de Famara.   Hay un primer tramo de asfalto, paralelo a una urbanización.  Vamos en fila de a uno.  Aquí entablo relación con un madrileño, militar, de unos 39 años, destinado desde hace más de 10 en Fuerteventura.  Creo que me dijo que era sargento.  Es bastante hablador y en poco tiempo nos vamos contando, de forma resumida, nuestras vidas así como alguna que otra carrerilla.   La subida es bastante técnica.  Me empiezo a sentir más fatigado de la cuenta.  Será el calor o que no me he hidratado bien, lo cierto es que al problema estomacal se unen calambres en los gemelos.  Durante la subida recibo varios amagos.   A pesar de ser unos 600 metros de desnivel positivo, parece la subida de la UTMB, la de Tete aux vents ¡qué dura!  En la subida nos adelanta una chica con unas enormes coletas y juntos, los tres, realizamos la ascensión, ora charlando, ora en silencio. Esta chica comentó que la Haria Extreme era su quinta ultra, junto con otras 29 carreras más por montaña hechas en 2016.   A la postre, al día siguiente subiría al escenario de Los “jameos” del agua, creo, que como segunda en la Copa Ultra de la Federación Canaria.

Al llegar arriba, se bordea parte del acantilado por un senderito que en algunos sitios se estrecha y a un lado hay una caída de más de 400 metros.  Por si las moscas, aquí, ni un tropiezo.  A lo lejos ya queda el pueblecito pesquero de Famara y su preciosa playa.  Llegando arriba los tres (el militar y la canaria Ultrera de enomes coletas) somos alcanzados, de nuevo, por el italiano Giorgio.  

En este tramo de llaneo bajo algo el ritmo.  Los calambres en los gemelos remiten o eso creía pero el problema estomacal se acrecienta.  Al llegar al avituallamiento de Lomo Cumplido, kilómetro 56 es cuando me doy cuenta que el estómago se me está cerrando. Me obligo a comer algo.  Como un poco de queso y jamón pero no me entra la bebida isotónica.  Bebo un vaso de refresco de cola y poco más.   Allí dejo a mis compañeros de fatigas, dos de ellos bien asistidos por sus parejas mientras el italiano se zampa un bocadillo de jamón y queso.   

Ahora toca bajada por una zona, a veces técnica, otras veces no, algún tramo con mucha piedra y arena y otros senderos más limpios.  La parte alta tiene algo de vegetación, arbustos del tipo tabaiba y poco más.   Apenas si hay árboles.  Es siempre un paisaje típico canario, es decir, bastante desértico.

Lo cierto es que en estos kilómetros hemos cruzado la isla de norte a sur.  Ya en la zona sur de la isla, entramos por el pueblecito de Mala y empezamos a bordear la costa por un sendero bastante técnico, con mucha piedra donde cuesta correr.  Algunos tramos están bastante cerrados por restos volcánicos.  Hay que tener cuidado de no tropezarse.  Sigue haciendo bastante viento y las horas van pasando y el cansancio se va acumulando.  Algunos tramos los hago andando, en otros me esfuerzo en correr.  Me alcanza la canaria de las grandes coletas y al poco también el italiano y el militar que me saludan muy sonrientes.   Creo que estos dos se han caído en gracia y la van a hacer juntos. ¡Me parece muy bien.!
Por mi parte, siento que no voy bien.
Llegamos al siguiente avituallamiento, el pueblo de Arrieta, kilómetro 65, en una carpa en medio de la playa. 

La verdad que la carrera está bien organizada y con un balizaje aceptable. Ni una queja por los muchos voluntarios, la mayoría chicos y chicas jóvenes, pero en cuanto a los avituallamientos creo que hubiese venido bien más variedad.  En todos había lo mismo, sandía, melón, naranja, y queso y jamón cocido sólo en algunos y de bebidas, siempre las mismas, isotónica de Overtims, agua y refresco de cola.  Eché de menos algo de café, algún caldito, chocolate, carne de membrillo, etc.  Pero bueno, es lo que había.

Supuestamente, aquí daban un plato de pasta.  Pero lo que hay es pasta en forma de caracoles sin nada, ¡a palo seco!.  Bueno, un compañero de fatigas me dice que hay orégano.  ¡Va a ser que no!.   Busco acomodo en una silla y me siento a comer los caracoles.  Siento como los gemelos y los cuadriceps me tiemblan.  Creo que voy “un poco deshidratado” pero soy incapaz de tomar isotónico.  Lo único que me entra es refresco de cola y tampoco mucho y algo de agua.

A pesar de todo, por este punto sigo mejorando y ya estoy en el puesto 71.  Obviamente, esto ni lo sé y casi ni me interesa durante la carrera pero ya que la organización, cuenta con live trail siempre resulta interesante consultar las estadísticas y los tiempos de paso.  Lo dicho, por este punto el tiempo de carrera se ha disparado a 8 horas y 35 minutos y son ya casi las 16 horas de la tarde.

Tras salir del pueblo de Arrieta me digo que tengo que tratar de solucionar los problemas estomacales y por lo que veo, ya todo va a ser avanzar en modo sufrimiento pero hay que ser finisher.  A los problemas estomacales, se ha unido un cierto dolor de tripa que, no sé porqué, achaco a la sandía. En varios avituallamientos he comido sandía y por la razón que sea no me ha sentado nada bien.   El problema estomacal que voy lastrando desde Famara me está complicando la carrera.
Aunque después de la carrera es lo primero que se olvida, cuando uno ya lleva tantas horas y el cansancio te hace mella, cada paso, el esfuerzo de cada zancada se multiplica y personalmente, el dolor muscular se torna punzante y a veces resulta duro soportarlo.

Volvemos a subir por una zona con muchas piedras y alguna que otra cavidad.  Empiezo a sentir nuevos amagos de calambres y en efecto, en una de esas zancadas para salvar un elevado escalón, siento el latigazo en la pierna derecha.  La contracción es bastante fuerte, incluso llega a contracturarse parte de los cuadriceps de esa misma pierna.  Intento disimular el dolor cuando me adelantan dos corredores.  Les digo que estoy bien, que se me ha subido un gemelo.  ¡Qué dolor!  No sé ni como ponerme.  Poco a poco va pasando.

Más mal que bien consigo recuperarme y continuar el ascenso.  Al llegar arriba, varias familias nos animan efusivamente.   Sigo vivo pero mentalmente algo tocado.  Ahora la carrera se torna más fácil.  Son tramos de sube y baja, por carril entre fincas privadas con muros de piedra autóctona.  Algunos tramos los hago corriendo a trote y cuando hay cierto desnivel los hago andando. 

Por esta zona entablo relación con un holandés gigante de avanzada edad, como mínimo, más de 50 años.  Me adelanta pero como entramos en una zona de asfalto en bajada, me dejó llevar y troto junto a él más de un kilómetro.  Me pregunta de donde soy, etc.  El es de Amsterdam pero como él no habla español y yo no hablo inglés la conversación no da para mucho.
Lo que si me hizo gracia es que, de repente le veo sacando de la mochila patatas fritas.  Me ofrece y le digo que no.  Gracias.
-          ¡Patatas fritas!, le digo mientras le miro con una sonrisa.
-          Si, patatas fritas holandesas.

Al final avanza a un ritmo superior al mío y vuelvo a quedarme solo.  Me doy cuenta que estamos pasando muy cerca de Haria pero el camino tuerce a la derecha, de nuevo, a la costa, en busca del pueblo de Orzola.  Ya está empezando a caer la tarde y de vez en cuando comienza a refrescar.  Sigo con los problemas estomacales.  De hecho llevo una barrita de avena que no quiero ni probar, amén de varios geles.   Estoy deseando llegar al avituallamiento y cuando llego no pruebo bocado. 

Antes de llegar al siguiente punto de control, nos sacan del carril y nos meten por una zona muy pedregosa, con piedras de todos los tamaños y colores, donde cuesta avanzar, donde apenas si se distingue el sendero.  Por suerte, lo hice de día porque de noche salir indemne de ahí, sin un esguince de tobillo o algo peor, es digno de admiración.  Claro, lo de Extreme tenía que salir por algún sitio.  Hay que darle salsa a la carrera.   Es un tramo complicado donde hay que estar muy concentrado para saber donde pisas.

Consigo salir y en pocos kilómetros de bajada, otra vez corriendo, llego al avituallamiento de Orzola.  En esta bajada coincides con los que suben y nos damos ánimos mutuamente.  Ya es de noche.  Me coloco el frontal.  Allí coincido de nuevo con el holandés.  Una alegría.  Sigo fatal, con el estomago cerrado. No me apetece comer nada, a los sumo un vaso de refresco de cola.   Ahora tenemos que hacer cinco kilómetros más, dos kilómetros y medio hasta el pueblo de Orzola y otros 2 y medio hasta llegar de nuevo al mismo avituallamiento.

Decir que a diferencia de los demás, aquí solamente hay una voluntaria, muy amable por cierto, que no para de trabajar. Preparando la bebida isotónica, cortando sandía, plátano, trozos de naranja y a todos indicándonos que tenemos que seguir hacia abajo, llegar al pueblo y volver.  

Salimos juntos el holandés y el que escribe.  Sigo regular pero me consuelo pensando que los kilómetros siguen avanzando.  Seguimos el cauce seco del arroyo.  Es un tramo bastante peligroso y técnico hasta que llegamos al tramo asfaltado del pueblo.  Corremos por el paseo marítimo y giramos a la izquierda para volver sobre nuestros propios pasos, a través de un sendero flanqueado por arbustos bajos.

Cada vez refresca más.  Muy cerca se escucha el choque impetuoso de las olas rompiendo contra la costa.   A pesar de lo mal que voy, sigo corriendo y mantengo el ritmo del holandés.

A causa de tanto arbusto el de Amsterdam no ve una piedra y se da un buen rodillazo.  Exclama algo en inglés. Se para, sangra un poco pero no es grave.  Me paro y le pregunto si está bien. 

Seguimos juntos.  Ahora toca perderse.  No vemos las balizas.  Atravesamos una zona con varios muros, campo a través.  Por suerte, volvemos a dar con la señalización de carrera.  Al poco tiempo, estamos de nuevo con la voluntaria del avituallamiento de Orzola.  Y aquí es donde digo basta.  La voy a terminar pero no puedo dar una carrera más.  Con el estómago cerrado y casi sin comer nada, medio deshidratado, tarde o temprano, me iba a pasar factura.

Siento un ligero mareo y decido sentarme.  El holandés se sigue avituallando y se marcha.  Unas chicas me animan diciendo que ya me queda poco.  Les digo que no me encuentro muy bien.  También siento un poco de ansia.  Tal vez vomitar me podría aliviar o ponerlo todavía peor.  ¡Con lo que a mí me gusta la sandía!

De todos modos, tampoco puedo estar mucho tiempo sentado por que los gemelos y cuadriceps comienzan a latir y además, notaba que me estaba enfriando bastante rápido.

Tras unos cinco minutos, vuelvo a ponerme en marcha.  Ahora toca subida.  Mientras avanzo charlo un rato con uno de Bilbao pero en seguida me deja.  No puedo llevar su ritmo.  Aún así, en esta subida, todavía los hay que empiezan a bajar. Nos saludamos y nos damos ánimos.

La boca se me vuelve pastosa.  Lo dicho, destemplado, deshidratado y con un enfriamiento en el estómago, pasándolo realmente mal empiezo a subir la cuesta hacia el Mirador del Río.   Me tomo un gel y bebo agua.   De vez en cuando lanzo un grito al aire en mitad de la noche, tal vez para desahogarme, tal vez como un modo de liberación.  No lo sé.  Voy sólo y hace bastante viento y frío.  Ningún frontal por delante y uno por detrás.  A mediación de la subida me adelanta. Por suerte la subida no es técnica y aunque con esfuerzo y mucho padecimiento y algún que otro grito, llego al penúltimo avituallamiento, mirador del Río, kilómetro 88.  Ya son 13 horas y 22 minutos de carrera y casi las 9 de la noche.

Una voluntaria me pregunta si me rellena los softs flask.  Le digo que “voy regular” y que me quiero sentar un rato.   En el avituallamiento hay fruta y dátiles y como siempre, isotónico, refresco de cola y agua.  Pregunto si hay caldo caliente.  No.  Pido a ver si tienen un réflex.  Tampoco. Bueno, ¡qué se le va a hacer!  De todos modos, agradecer a los voluntarios que se esforzaron en buscar el réflex.

Lo dicho, con el malestar en el estómago no me apetece nada.  Otro vaso de refresco de cola. Me empiezo a enfriar y me pongo el impermeable. Las piernas me tiemblan y el cuerpo está aterido. Al cabo de varios minutos, al intentar levantarme me doy cuenta que apenas si puedo caminar.  Tengo las dos piernas acalambradas y siento por todo el cuerpo un fuerte entumecimiento provocado por todo un poco, la deshidratación, el cansancio, el dolor de tripa, etc.   Vuelvo a ser consciente de lo mal que estoy.

Le pregunto a uno de los voluntarios como es el terreno que me queda, a ver si me anima.  Todo lo contario.  Se muestra muy realista. Me dice que la subida de Guinate es muy dura y que si voy contracturado lo voy a pasar mal.  Me hago al cuerpo. ¡Vaya!  Creo que me estaba insinuando que me retirara.

Comienzo el descenso, primero por asfalto, luego por sendero.  Sólo pienso en llegar a meta, comer algo caliente, una ducha y descansar.  La bajada es por un acantilado, en un continuo zigzag.  En el fondo oscuro del acantilado resuena el chocar de las olas contra la costa.  Hay que tener cuidado porque hay mucha piedra suelta de todos los tamaños y también mucha arena y algunos “escalones” pueden resultar traicioneros y más en el estado en el que bajo.  Un mal paso y … mejor ni pensarlo. ¡Si es Extreme!  Bajo con cuidado.  La adrenalina provocada por la peligrosa bajada “diluyen” en cierto modo el “acalambramiento”.    A pesar de ir lento, apenas si me pasa alguien.  Al terminar el descenso me adelanta un grupo de corredores.  Nos damos ánimos mutuamente.  ¡Ya está hecho!- me dicen.  Giramos a la izquierda y allí, en lo alto se divisan los frontales que suben por Guinate. ¡Hasta allí hay que subir!

Trato de controlar la respiración.  Si consigo subir, la carrera es mía.  Un voluntario me avisa que la subida es bastante dura.  Que no me agobie, que voy con mucho tiempo de sobra.   Sus palabras me reconfortan.  Lento pero con paso firme es lo que extraigo de su comentario.

La subida es muy dura y vertical.  Al principio hay mucha piedrecilla redondeada y cuesta avanzar, pero cuando llegamos a la parte de roca maciza, me doy cuenta que estamos casi ante una pared, eso sí, con muchos salientes y agarraderas pero que prácticamente hay que escalar.   Como siempre, al final el cuerpo humano es más fuerte de lo que parece.  Ni contracturas ni nada, es como si todo me hubiera desaparecido como por arte de magia.

Pienso, la pared hay que subirla como sea.  Junto a tres corredores y como dijo uno de ellos, “esto se sube a cuatro patas”, avanzamos siguiendo las balizas atadas a las rocas.   En algunos sitios hay que ver si por ahí el avance es factible.  Por un rato perdemos las balizas.  Más arriba las volvemos a encontrar.  La respiración se me acelera.  Trato de mirar donde pongo los pies y donde me agarro.   Creo que solo por este tramo no merece la pena llevar bastones.  Sólo miro hacia arriba, viendo por donde continúan los otros corredores.  Los tengo justo encima.  También hay piedras sueltas, estas ya son de las grandes y alguna que otra cae.  Hay que estar atento.   Mi pensamiento es seguir subiendo, no parar, ya llegaremos arriba, ya sean cinco minuto o media hora.  Y en efecto, lo conseguimos, subimos a Guinate. 

Allí, había un nutrido grupo de gente animando. Es el punto más conocido y destacado de la Haria Extreme Lanzarote.  Es más, al final, en mi subida aparecí un poco alejado de las maromas que tienen puestas en el último tramo. Ya no me hacen falta, pensé.  Estoy arriba.  Podía subir sin agarrarla pero la gente como que me insistía en que la cogiera, como si se tratara de un ritual.  La cogí, y me animaron como a todos los que iban apareciendo por aquella pared.   Supongo que lo de Extreme es sobre todo por esta última subida.

Al subir la pared de Guinate está el avituallamiento, kilómetro 94 de carrera.  Para variar, con el estómago cerrado no puedo más que beber un poco de agua y otro trago de refresco de cola.  Ya son las 11 de la noche y casi 15 horas y media de carrera.  La voluntaria del avituallamiento me anima.  Le pregunto si me puedo sentar.  ¡Si, claro!.  Descanso unos minutos.  Me quedan unos 6 o 7 kilómetros más.

Reemprendo la marcha.  Todavía toca seguir subiendo varios kilómetros más pero ya por un sendero con un desnivel transitable.  Este último tramo ya es más fácil.  Si estuviera bien podría correrlo pero por esta vez, me conformo con terminarla. 

Poco a poco se empiezan a escuchar los sonidos y la música de meta, así como al inigualable animador en esto del mundo del trail, el gran Depa. 



Para rematar la aventura de esta carrera me perdí en los últimos kilómetros.  Creo que no fui el único.  La cuestión es que acabé en el pueblo de al lado, Máguez. Luego sólo era cuestión de seguir la carretera.  Tal vez supusieran unos 10 o 15 minutos más.   Entrando en el pueblo me encontré con la Policía que ya me indicó por donde se hacían los últimos 600 metros para llegar a la Plaza de la Iglesia donde tienen instalada la meta.

Y lo logré, en 17 horas y 26 minutos.  Con mucho tesón, sin darme por vencido, a pesar de encontrarme muy mal, sobre todo, a partir del avituallamiento de Arrieta pude ser finisher de una espectacular y dura ultra, como siempre enarbolando la bandera de mi club.  Hasta la próxima.






lunes, 7 de noviembre de 2016

IV ULTRA TRAIL GRAN VUELTA VALLE DEL GENAL (29 Y 30 DE OCTUBRE DE 2016) 125 KILÓMETROS Y 6200 +

CRÓNICA ULTRA TRAIL GRAN VUELTA VALLE DEL GENAL 29 y 30 OCTUBRE DE 2016 – 125 kilómetros y 6200 +.

            Por segunda vez participaba en esta gran prueba, ya consolidada a nivel de Andalucía, incluso nacional con sus 125 kilómetros y 12400 de desnivel acumulados (6200 +). Esta es la IV edición.  Ya participé y con bastante buen resultado, al menos para mi nivel, en el año 2014 terminando en el puesto 45 de la general absoluta en 21 horas y 27 minutos, pero creo que la carrera de este año ha sido más dura, más técnica y con mayor desnivel positivo.

            Por otro lado, esta carrera a su vez ha sido el tercer campeonato de Andalucía de Ultras de montaña siendo igualmente mi tercera participación.  El resultado, en lo que a posiciones se refiere ha sido bastante peor que los anteriores.  Puesto 97 de la general absoluta de los 260 que consiguieron finalizar en 22 horas justas.  Tal vez haya influido que había más nivel porque esta carrera también era la tercera y última prueba del Campeonato de España de Ultra Trail.


            En cuanto a la carrera en si, decir que tras la UTMB de finales de agosto pasé un mes de septiembre con muy pocos entrenamientos y si mucha bicicleta no llegando a estar recuperado del todo en el Maratón Ultra Trail Madrid de Cercedilla, a pesar de que salí más o menos contento.  Tras la carrera pensaba que el proceso de recuperación había finalizado o faltaba poco, pero no fue así.  El mes de octubre me deparó molestias varias, primero en la zona del piramidal que pasó rápido (una semana) y luego en los gemelos de la pierna izquierda que no me permitieron acudir a la Cxm de Olvera del 15 de octubre a la que me había inscrito.  El sábado anterior a la ultra (22 de octubre) salí por los montes de Málaga a probarme y tras 22 kilómetros noté que la molestia no había desaparecido. ¿Cómo iba a afrontar una prueba de 125 km. y más de 6000 +?  Toda una incógnita y además con muy poco entrenamiento en las últimas semanas. Lo mismo aguantaba que me retiraba a los pocos kilómetros o bien, forzar e intentar acabarla andando.  Además, como siempre, mi lesión crónica en los isquiotibiales de la pierna izquierda que, aunque con algo de dolor, me dejan correr.

            El viernes por la tarde salimos de Málaga, junto con Angel Ortiz y anocheciendo nos presentamos en Gaucín.  Como iba a pasar la noche en suelo duro, dejé colchón y saco de dormir en el gimnasio habilitado para los corredores y nos dirigimos a recoger el dorsal.    Mucho ambiente en la nave donde habían concentrado la línea de meta, feria del corredor, bar, etc.  Saludé a los compañeros de Trail Running Málaga que iban a hacerla en equipo (David y Curro Amores), a José (ni un paso atrás), Victor Pimentel y a alguno más.   Con dorsal (nº 33) y baliza en la mano volví al gimnasio a intentar pasar la noche en un espacio no muy grande donde se concentraban más de 50 o 60 corredores que iban a las distintas pruebas: la Ultra que salía a las 6 de la mañana, la Ultra por equipos y en relevos que salía a las ocho y por último, el trail cuya hora de salida era más tarde.
            Tras preparar la logística, baliza incluida, y comer algo, me introduje en el saco de dormir y aunque no mucho (frontales, pisadas, ruidos de colchonetas y esterillas, etc.) algo dormí.  No siempre, pero de vez en cuando y también por ahorrarse algún euro, trato de darle más aventura a la carrera aun sabiendo que no voy a ser capaz de dormir mucho.  ¡Cómo envidio (sana ¡ehh!) a esos que se ponen a roncar a pierna suelta a los cinco minutos!  En fin, a las 4 de la mañana “tocó diana” (vamos, que encendieron luces en el gimnasio) y casi todo el mundo empezó a prepararse para la batalla.  Algunos no iban a nuestra carrera y se vieron bastante fastidiados.

           
            No hacía mucho frío y la mañana parecía más tranquila de lo que se preveía.  La experiencia de las carreras me va diciendo que los días nublados con algo de llovizna son los mejores para afrontar estas pruebas tan largas.  El calor te acaba matando, como así fue.

            En línea de salida, el ambiente, como en el año 2014, espectacular.  Saludé a Nono y Antonio Bulla, dos máquinas del Trail Running Málaga, a Antonio Pozo, gran montañero y mejor persona y a algunos más.  Allí, estaba, como no el gran Chito Speacker que ameniza la salida y la meta de gran parte de las carreras de montaña por Málaga y allá donde le llamen.  Faltando pocos minutos para la salida, todos los corredores encendimos frontales.  Se leyó una poesía y sobre las 6,10 horas de la mañana, salió el pelotón de ultreros desde Gaucín.   Los primeros kilómetros siempre son frenéticos.  Las fuerzas están intactas y el sendero es estrecho por lo que muchos corredores tratan de adelantar para situarse mejor. 

Tras dar la vuelta al castillo de Gaucín empieza una bajada bastante técnica por un sendero con mucha piedra.  Decido bajar tranquilo.  Detrás mías se colocan Bulla y Nono y el resto de su equipo y juntos hacemos el descenso.  Al finalizar la bajada empieza una zona de carril.  Voy bien de respiración pero el isquiotibial empieza a darme más guerra de la cuenta.  Por ahora, los gemelos de la pierna izquierda van bien.
Por esta zona me pasa Silvia Marfil, una auténtica jabata.  Nos saludamos.   Intento seguirla.   Empieza el primer gran cortafuego.   Toca clavar bastones y medir mucho el esfuerzo.   La pendiente es brutal.  Me encuentro bien y avanzo.  Atrás quedo al equipo de Bulla y compañía. 


Llego arriba y enseguida una bajada rápida para llegar al primer avituallamiento, Las Corchas.  Ahora comienza una bajada muy rápida por carril.  Como tengo que alargar la zancada, la tensión de los isquiotibiales de la pierna izquierda aumenta.    Me pasa Mercedes Pila y Noelia Camacho, dos de las mejores corredoras que, por lo visto, se habían perdido y estaban recuperando posiciones.  Al rato, me adelanta de nuevo Silvia Marfil, acompañada por Silvia Hidalgo.    En esta bajada nos va amaneciendo.   Parece que vamos a tener un día nublado.   El ritmo de “las Silvias” es superior al mío.  Por esa zona adelanto a Gonzalo Zea al que acompañaré durante unos cuantos kilómetros.  Tras la bajada al río, subida hasta llegar a Genalguacil, kilómetro 21 de carrera y sigo sin problemas en los gemelos.  Y yo que pensaba que no iba a poder concluirla.  A Silvia Hidalgo la adelanto en la subida a Genalguacil pero a Silvia Marfil ya no la volveré a ver más.  Una máquina. Creo que la ha terminado en poco más de 20 horas.
Hay algo que me gusta mucho en esta carrera y son los mensajes de ánimo que te van dejando al entrar en los pueblos.  Creo que fue en Jubrique o Genalguacil donde leí uno que me ayudó a sobrellevar la carrera y que resonó con fuerza en los malos momentos y que venía a decir que mientras puedas, intenta correr y si ya no puedes correr, anda pero nunca te rindas.  Básicamente, fue lo que hice, no rendirme.
El siguiente tramo es corto y llano por carril hasta Jubrique y a partir de ahí, empieza una de las partes más duras de la ultra, la subida al Jardón.  Dejamos Jubrique y tras una zona de sendero, empieza el carril.   Sopla un viento fuerte y fresco.  Me empiezo a encontrar solo.  Me adelanta Gonzalo Zea al que ya no le volveré a ver más.  Al doblar una curva, ¡sorpresa!.  Han cambiado el perfil de 2014 y nos han preparado un estupendo cortafuego con un desnivel bestial.  De nuevo, toca controlar respiración, clavar bastones y medir los esfuerzos.   Al llegar arriba nos han preparado una especie de “cresteo”, a veces por camino, otra por cortafuego hasta llegar al siguiente avituallamiento, en lo alto del Jardón, kilómetro 35. 
En estos kilómetros la temperatura es fresca, sopla bastante viento y hay niebla baja.  Aunque me pasan algunos corredores, me encuentro bien y siento que estoy disfrutando.  Parece que las molestias de los isquiotibiales disminuyen y la pantorrilla de la pierna izquierda aguanta.  Tras el Jardón, bajada de unos cuatro kilómetros hasta Pujerra donde como carne de membrillo y bebo refresco de cola.  En este avituallamiento hay bastantes corredores esperando para hacer el primer relevo.  Por la fiesta de la castaña de Pujerra no llegamos a entrar al pueblo y en seguida nos desvían a la derecha para coger una zona de carril con bastante subida.



Este tramo de Pujerra a Igualeja, de unos 10 kilómetros, es uno de los que más me gustan.  Pasas por zonas sombrías, con enormes castaños, con senderos cubiertos de hojas y todo ello, rodeado del típico amarillo otoñal que todo lo cubre.    De hecho, nos cruzamos con gran cantidad de senderistas y recolectores de castañas.  Las nubes van despareciendo y el día cada vez va avanzando y con ello el calor.      Sigo realizando mi carrera, a mi aire, sin seguir el ritmo de nadie.  Algunos me pasan y posteriormente los vuelvo a adelantar.   En Igualeja (kilómetro 50), aproximadamente sobre las 13 horas y algunos minutos del mediodía, tras atravesar todo el pueblo, llego avituallamiento donde como fruta e isotónica y sigo mi camino.  La gente del pueblo nos anima.  Es la hora de comer y ahí mucha gente en la calle.  La molestia de los isquiotibiales parece que ha remitido pero el calor sigue apretando.  Aún así, creo que este uno de los tramos donde mejor me encuentro.  Subo todavía con fuerzas.  Después de tantos kilómetros parece que la contractura en los gemelos de la pierna izquierda no ha llegado a aparecer.  Toco madera.

El siguiente pueblo es Parauta donde apenas si paro.  La chica del avituallamiento nos anima diciendo que vamos entre los 50 mejores.  Me animo y bajo con fuerza y con bastante ritmo hacia el río Genal, adelantando, tal vez, a unos diez corredores.  Tras cruzar el río empieza la subida  a Cartajima.  En esta subida sufro el bajón más fuerte de la Ultra.  Creo que me dio un golpe de calor.  Sentí escalofríos y se me cerró el estómago.  De repente, de ir muy bien paso a no tener fuerzas para subir.  Me empiezan a pasar corredores. Mentalmente me vine un poco abajo.   Además, ahora venía la zona de los Riscos, la más técnica.   Bueno, ya pasará el mal rato.  Deseando que anochezca pero todavía queda bastante.  A diferencia de otras carreras, donde consigo recuperarme bastante, en esta ocasión no fue así, y ni siquiera el fresco de la noche me dio ese impulso que necesitaba.

Aún así, atravieso la zona de los Riscos y me voy animando porque se acerca el punto intermedio de la carrera, Juzcar y ya son casi 70 kilómetros los que acumulamos a las espaldas. No obstante, noto que ya no voy tan bien como hasta Parauta, sobre todo en las subidas.   El golpe de calor me ha hecho mella.  
Antes de llegar al pueblo azul me pierdo con otros tres corredores.  No son muchos minutos pero fastidia.   En el “pueblo pitufo”, como un plato de macarrones con atún y tomate.  Es el avituallamiento con mayor animación.  Descanso unos 20 minutos y salgo con destino a Faraján. 
Tras pasar Juzcar se une un nuevo problema.  Siento pesadez de estómago.  Corro buenos tramos pero no voy a gusto y las fuerzas ya me flaquean.  En las subidas sufro bastante.   Este tramo es bastante bonito, al menos para mí. Estoy en el centro del valle, rodeado de castaños y moteado por los pequeños pueblos blancos.  Dejas a la izquierda la Real Fábrica de hoja de lata de San Miguel y vas paralelo al río.  Una chica vestida de rosa se pega detrás de mí y juntos hacemos el camino hasta de subida hasta Faraján.  Bebo refresco de cola y como algo pero sin ganas.  La pesadez de estómago continúa.   
Tras Faraján hay una fuerte bajada en la que me vuelvo a perder.  Son unos minutos pero uno ya no está para regalar metros.  En fin, bajamos corriendo y avanzamos rápido en zonas llanas pero en seguida vienen nuevos senderos y muchos con una gran pendiente.  Siguen pasándome corredores.  En las subidas no puedo seguirles el ritmo.   Trato de que no me afecte.   La chica me adelanta y junto con un grupo me dejan atrás.  Algunos corredores empiezan a tener problemas.  Un chaval lleva los cuadriceps sobrecargados y no puede correr.  Algo parecido sufrí en la UTMB y lo entiendo.  En esta ocasión, los cuadriceps no me están dando guerra pero la mente siempre trata de buscar excusas para detenerte.  No llevas ritmo, me dice.  Vas muy lento y por eso te adelantan.  Y el problema es que no se puede desconectar.  Y por qué haces carreras tan largas?, me dice.  ¿No te das cuenta que se sufres mucho?. 


De esta guisa seguimos avanzando, subiendo por sinuosos senderos hasta llegar al siguiente avituallamiento, Alpandeire y kilómetro 81 de carrera.  Ya hace más fresco.  Este avituallamiento está poco surtido.  Buscaba café o refresco de cola pero no hay nada de eso.   Caldo, dátiles y unos “dulces” extraños de color azul que no me entran por los ojos.  Como fruta y agua y a seguir haciendo camino.   En Alpandeire también hay muchos corredores, ya que es el segundo punto de la carrera por relevos.  Ya va anocheciendo.  Ahora viene un tramo bastante largo de descenso por carril.  Me pongo a trotar y me animo.  Lo hago del tirón.  Aún así, la pesadez de estomago me limita un poco.   Ya es noche cerrada, noche muy oscura sin atisbo de luz. La luz de la luna es inexistente. Solo los frontales nos iluminan.  A lo largo de estos tramos he ido coincidiendo con algunos corredores a los que adelanto y me vuelven a adelantar.  De hecho, en este tramo adelanto a unos cuantos, entre ellos a la chica de rosa con la que hice el tramo de Juzcar a Faraján. Hay un dúo totalmente reconocible ya que van escuchando música, tal vez a través del móvil.   Nos saludamos cada vez que nos vemos pero cada uno sigue su ritmo. El perfil de dientes de la Ultra nos sigue diciendo que todo lo que baja al río, luego sube al siguiente pueblo y así es.   Llego a Atajate, tras una larga cuesta por asfalto, bastante reventado.  Me siento unos minutos y me tomo varios vasos de refresco de cola.  Cargo agua e isotónica y vuelvo a salir.  Las horas se acumulan al igual que el cansancio.   Cada vez corro con menos fuerza pero la cuestión es no parar.  La pesadez de estómago no cesa.

Los siguientes pueblos median entre ellos una distancia aproximada de unos 5 kilómetros pero el tránsito entre pueblo y el siguiente avituallamiento se me hacen eternos.    Todos destacan iluminados y parece que están relativamente cerca pero es un espejismo, en este caso, nocturno.  Parece que el pueblo siempre se va alejando, que nunca llegas a alcanzarlo y cuando crees que ya estás cerca, te hacen girar a la izquierda y de pronto, desaparece y te obligan a dar un nuevo rodeo y entonces las luces de un pueblo se confunden con las de otro y te sientes perdido.
Cada vez me pasan menos corredores de la ultra y si algunos de la prueba por relevos que, obviamente, van con mucha más fuerza. 
A pesar del fresco de la noche, no consigo sentirme mejor.  No logro remontar y siento que las fuerzas me van abandonando.  Con mucho esfuerzo y pundonor llego a Benadalid, kilómetro 96 de carrera.  Me siento un rato, apenas unos minutos.  Me como un trozo de empanadilla que me sabe a gloria.  Pido café pero decido no tomarlo.  Vuelvo a encontrarme con el dúo musical.   Tomo refresco de cola, cargo agua y emprendo la marcha.    En este tramo, dirección a Benalauría, nos tienen preparado una sorpresa, una subida brutal primero por sendero y luego por carril de asfalto que a estas alturas resulta un infierno.   Mentalmente voy tocado. Maldices todas las ultras del mundo y te dices que, ni una más, o como mucho, no más de 50 kilómetros.   El problema es que a los cinco minutos que has terminado, ese sufrimiento se ha volatilizado y con el “subidón” que tienes al llegar a meta, ya estás pensando en la siguiente.

En este tramo, mal que bien, también corro siempre que el camino pica hacia abajo.  Sigo sufriendo en las subidas.    Al fin llegamos a Benalauría donde nos reciben las gentes del pueblo ubicadas en la plaza, bastante abrigados.   Ya es de madrugada.  El reloj se me ha parado y decido no cambiarle la pila.  La isotónica ya no me entra.  Sólo me apetece refresco de cola pero bebo poco para no excederme (sólo un vaso).  Hay melón pero apenas lo pruebo.  Eso sí, trato de beber bastante agua.  Aun sufriendo me voy animando porque los kilómetros van pasando y sigo… no me rindo.  Los problemas estomacales continúan y hay veces que siento como si fuera a vomitar pero sólo se queda en un amago. 
Tras cinco kilómetros más atravieso el avituallamiento de Algatocín, kilómetro 107, y ya siento que la carrera es mía, que ésta la termino como otras tantas pero con el mismo sufrimiento o más.  En Algatocín me colocan en la mochila una pinza con el nombre del pueblo.  A pesar de las horas de la madrugada, están de muy buen ánimo y te reciben con mucho cariño.

Sólo me restan unos 13 kilómetros para terminar.    Ya no tengo fuerzas para correr y decido andar lo más rápido que pueda.  Las piernas las siento muy cargadas y el cansancio me duele.    A pesar de ir andando, casi nadie me adelanta, ni siquiera los de la carrera de relevos.  A lo lejos veo frontales, voces, pero nadie cerca en la noche, sólo mis propias pisadas y la respiración jadeante me acompañan.  Bueno, muchas veces, también los ladridos de los perros.  Creo que se sienten confundidos ante tantas luces que viene y van. ¿Qué pasa esta noche? Y como un perro se ponga a ladrar, los demás le acompañan.  Una sinfonía de ladridos.
 A veces, alguna mariposa se acerca al frontal, en otras se enturbia la visión por el relente.
Llego a Benarrabá, último avituallamiento.  Bebo un vaso de refresco de cola fría que me bebo con agrado.  Me siento unos minutos.  Este es el tramo final de los relevos, donde sale el equipo completo.  El cansancio invade todo mi cuerpo pero hay que levantarse y continuar.   Al poco de salir, tengo que cambiar el frontal.  A los pocos minutos me adelantan Bulla, Nono y Angel Ortiz y algunos más que van en equipo.   Me saludan y me animan pero no puedo seguirles el ritmo.  Ni siquiera lo intento. 
Una chica se coloca detrás de mí y juntos realizamos parte de la ascensión.  Luego me deja atrás y le sigo la estela del frontal y la luz roja intermitente mientras se aleja. Al cabo de un rato la vuelvo a ver parada en medio de la oscuridad.  Parece que tiene problemas.  Está cambiando las pilas al frontal y no puede. Me paro y la ilumino con el mío.   Se pone algo nerviosa, cree que ha colocado mal las pilas.  Se agobia porque me está reteniendo.  Le digo que no se preocupe, que unos minutos más dan lo mismo.  Al final, parece que se le ha roto.  Me pide si puede ir conmigo.  Faltaría más.  De nuevo, juntos, seguimos el duro ascenso final.  Ya hemos abandonado el sendero y ahora es más tendido por el carril.  Al cabo de un tiempo, un chico nos adelanta.  Es extranjero, tal vez francés.  Va más rápido y la chica me da las gracias pero que todavía tiene piernas y prefiere seguirle a  él.  Totalmente comprensible, esto es ante todo una carrera.   
Por fin, llegamos al final de la subida y ahora es todo para abajo.  Tal vez queden unos 5 kilómetros.  Poco a poco me voy animando.  Ya estoy cerca.  Las molestias parece que van remitiendo.  Incluso me animo a correr.  Al final, todo es mental.  El tramo es por un sendero zigzagueante que ya conocía de la edición de 2014.  Gaucín se va acercando.  La meta se va acercando.  Ya no hay dolor o si, pero se ha solapado.  A lo lejos veo algunos frontales que se acercan.  Empiezo a correr más rápido.  Éstos ya no me cogen, me animo.  De hecho, incluso, adelanto a un corredor ya entrando en el pueblo.  Giro a la izquierda y tras un fuerte repecho, el arco de meta.  Despliego la bandera de Trail Running Málaga, como siempre, ya como una especie de ritual.  Lástima que no haya un fotógrafo que retrate el momento. Espero equivocarme.  Son las 4 de la madrugada y hay poca gente en meta pero soy feliz porque a pesar de todo, he seguido luchando y no me he rendido.  Han sido 22 horas de carrera y mucho sufrimiento acumulado.
Me colocan una medalla al cuello y me entregan un polo de finisher, bastante chulo, por cierto.  Me saluda la chica del frontal.
Me siento a comer un plato de macarrones y una cerveza sin alcohol. Me lo he ganado.  Saludo a algunos corredores.  Entrego la baliza y recojo la fianza, la tarjeta federativa y la bolsa de Juzcar, y así, cansado y algo entumecido atravieso el pueblo de Gaucín en dirección al gimnasio.  Al final, me han respetado los isquiotibiales de la pierna izquierda y los gemelos.  Lástima el golpe de calor y los problemas estomacales.  A ver si en otra estoy mejor.
Ducha y al saco de dormir.  Ahora si que me dormí a los cinco minutos. Y ya pensando en la siguiente.  Haría Extreme Lanzarote: 102 kilómetros por terreno volcánico.  Espero disfrutarla y sufrirla.
En fin, enhorabuena a los finisher de esta dura carrera y a aquellos que lo intentaron.  Al año que viene volverán, seguro. 
La primera vez que repito una ultra y no es precisamente de las pequeñas.









           









 

domingo, 9 de octubre de 2016

2016 - II Maratón Ultra Trail Madrid - 25 de septiembre de 2016 - Cercedilla - 42 km y 2300 +

 II Maratón Ultra Trail Madrid - 25 de septiembre de 2016 - 
(Cercedilla - MADRID) 42 km y 2300 +
Crónica

         El domingo 25 de septiembre de 2016 corrí el Maratón de la ULTRA TRAIL MADRID en Cercedilla, con 42 km y 2300 +.   Me la tomé como una prueba para medir el estado físico y de recuperación tras el UTMB y también como una excusa para ver a mis padres y hermana y echar un fin de semana familiar.

          El sábado, tras pasar unas horas en Alcalá de Henares, crucé Madrid en dirección al Norte, a la Sierra de Guadarrama, hasta llegar al pueblo de Cercedilla donde ese día ya se había celebrado la media maratón y por tanto, con el arco de salida-meta y todas las carpas ya montadas. 

            A diferencia de lo que me ocurrió en la Ultra del Desafío Calar de Yeste para el que nos habilitaron un pabellón desvencijado donde la intemperie campaba por doquier, pasando mucho frío, en esta ocasión, también nos ofrecieron suelo duro en el pabellón municipal pero nada que ver.   Por de pronto estaba totalmente cerrado, bien equipado y con colchonetas.  No tuve ni que inflar mi colchón.  No es que durmiera como un bebé pero al menos conseguí pegar ojo y no pasé frío.

          Tras recoger los aparejos y vestirme, me dirigí a recoger el dorsal.  La temperatura era agradable.  Como bolsa del corredor, una camiseta técnica y nada más. 

 
            
    Se preveía lluvia y de hecho, en los primeros kilómetros algo lloviznó pero sin importancia.  Fue un día de mucho calor que se sobrellevó bastante bien porque es una carrera que, salvo los primeros 8 kilómetros, transita por zonas de bosque con abundante sombra.

   Tras el recital del speaker, se produjo la salida pasada las 8 de la mañana, aproximadamente unos 200 corredores.   Al principio, fue una salida muy tranquila recorriendo las calles del pueblo en dirección oeste pero poco a poco, las liebres empezaron a imponer un fuerte ritmo   No iba todo lo bien que yo quisiera, con la respiración bastante acelerada, tal vez por querer llevar un ritmo desacostumbrado.
           

            Algunos de los corredores se mantendrán conmigo hasta el final, como son la 2ª y 3ª clasifica de la carrera que entraron en meta unos minutos antes que el que escribe.

            La subida se hace por carril de arena compacta.  Durante los primeros kilómetros de asfalto me  van pasando varios corredores con más velocidad de crucero que la mía.  Luego, en el inicio de la subida por el carril mantengo la posición alternando tramos de subida andando y otros corriendo. 

           Sobre el kilómetro 5 aproximadamente viene un descenso por carril de varios kilómetros y nuevamente subida en dirección a la Peñota.  Al principio por carril y luego ya por sendero.  El tramo final de subida a la famosa Peñota es bastante técnico y costoso.  Sigo con la respiración acelerada y no voy nada cómodo.  Todavía no he recuperado bien de la UTMB, -pienso.


            Comienzo la bajada con mucha piedra y arena suelta y llegamos al tercer avituallamiento sobre el kilómetro 16.  Agua, isotónico y fruta y a seguir bajando, nuevamente por carril los primeros kilómetros y otra vez por sendero técnico.

            Y como todo lo que baja hay que volver a subir, pues nuevo sendero con piedra, arena y raíces para volver al mismo avituallamiento del kilómetro 16 pero en el 21.  Esta subida me costó más de la cuenta.  El calor ya apretaba bastante y me quedé sin agua.  A partir del kilómetro 21 y tras hidratarme bien y comer más fruta, creo que empecé a mejorar bastante y a encontrarme mejor, en parte también porque había más tramos corribles aunque, en general, la carrera es todo un continuo sube y baja por senderos más o menos técnicos.


            A destacar de todos esos kilómetros un tramo de bajada que, si no me equivoco, se trataba de una calzada romana, otro tramo bastante llano donde tenías que ir apartando a gran cantidad de grupos de senderistas y una subida por asfalto de varios kilómetros en dirección a la zona de la Fuenfría.    En todos ellos sentí que mejoraba y en los que adelanté a unos cuantos corredores, sobre todo, en las subidas.

            En la última bajada, tras sendero técnico, entrada a zona de carril hasta llegar a Cercedilla en un tiempo de 6 horas y 19 minutos, en el puesto 55 de carrera.    Feliz por las sensaciones con las que terminaba y feliz por encontrarme en meta con mis padres y sobrinos.
            Tras comer algo en el avituallamiento de meta, ducha, hotel y tarde en familia por las calles de Cercedilla.