COMPRESSPORT ULTRA TRAIL MARAO (55 KM Y 3200 +)
24 DE MARZO DE 2018
AMARANTE (Distrito de Oporto)(PORTUGAL)
Los días siguientes a la participación en el Cxm
Rute, 18 marzo 2018, me dejaron algo tocado físicamente. Una carrera siempre es
una carrera y el nivel de exigencia siempre aumenta en relación a un buen
entrenamiento. Con el paso de los días
fueron desapareciendo las molestias y el jueves por la tarde, 22 de marzo, salí
en dirección a Coria (Cáceres), para pasar noche y seguir camino al día
siguiente hacia el norte de Portugal. Como dato curioso, decir que este viaje
del jueves 22 marzo lo hice en compañía de mi perro Toby. La idea era dejarlo durante dos semanas con
mis padres y luego regresar a Coria, después de Semana Santa, para recogerlo.
Como en otras ocasiones, me llevé a
dos de mis principales seguidores, mis padres.
Es más, una de las razones por las que busco carreras por la zona de
Castilla y León, Asturias, País Vasco, Portugal, etc, es por hacer noche y ver
a mis padres y bueno, ya si quieren, aprovecho para sacarlos de la rutina y que
me acompañen en algunos viajes. En
cierto modo, Coria, es mi punto logístico para los viajes al norte de la
península. Y en las carreras en las que
ellos vienen conmigo tengo siempre un extra de motivación.
Dicho esto, el viernes por la
mañana, salimos los tres, dirección Ciudad Rodrigo. Tras parar en la frontera, ya en zona
portuguesa (Vilar Formoso), seguimos por autovía el resto del viaje con mucha
lluvia y sobre todo, acompañados por una espesa niebla que apenas si nos dejaba
ver la carretera. La verdad es que este
invierno ha sido especialmente crudo y en esos días estaba lloviendo con
fuerza. De hecho, para ese fin de semana
las previsiones en Amarante y alrededores, eran frío y lluvia pero, en
realidad, buena parte del norte de la península estaba cubierto por una enorme
borrasca.
Nos alojamos en un hotel de tres
estrellas muy confortable y cercano al lugar de salida y meta (Hotel Navarras);
además, con desayuno incluido, que siempre se agradece. En este caso, como la salida era a las 8 de
la mañana, daba tiempo para desayunar relativamente tranquilo.
Ese mismo viernes, ya por la tarde,
aprovechamos para hacer algo de turismo visitando el casco antiguo de Amarante
con el puente de Sao Gonzalo atravesando el río Támega (afluente del Duero) y
la iglesia del mismo nombre (Gonzalo), como lugares a destacar. Luego ya nos dirigimos a por el dorsal. La tarde se fue estropeando hasta el punto de
que, una vez recogido el mismo, nos tuvimos que quedar un buen rato en el
interior de la carpa de la organización, esperando a que amainara el
temporal. Aproveché para ver y palpar
distinto material de trail running y comprar unas barritas energéticas de otra
marca que, hasta ahora, no había probado, “Gold nutrition”. Al final, como no
escampaba salimos los tres con un solo paraguas.
Los prolegómenos de las carreras
siempre están llenos de incertidumbres.
¿Nos respetará el tiempo? ¿Me saldrá una nueva molestia? ¿Qué ropa me
llevo? ¿Bastones si, bastones no? ¿Qué nos vamos a encontrar en el recorrido?
¿Será muy técnico o más de correr? ¿Habrá mucho barro? y un largo
etcétera. Por eso, intento que en la
maleta vaya un poco de todo. Mejor que sobre
que no que falte. Más de la mitad de la
maleta casi siempre vuelve intacta a Málaga pero prefiero ir con todo
controlado. Además, en el coche no hay
tanto problema. La cuestión se complica
cuando viajas en avión y sólo llevas una maleta de equipaje. Ahí si que hay que medir bien lo que uno se
lleva y lo que no.
Una costumbre que tengo desde hace
bastantes años es la de hacer siempre una cena muy ligera, a veces ni eso, y
siempre los últimos días previos a una carrera mantener cierta restricción
calórica para bajar un poco de peso con la idea de aliviar, en la medida que se
pueda, las rodillas y el resto de articulaciones. Tal vez, no sea lo más correcto o si. Lo cierto es que me suele ir bastante bien a
tenor de las “ultras” que llevo a las espaldas y el cuerpo sigue respondiendo. Y luego por las mañanas previas a la carrera,
una barrita de avena con batido de chocolate sin lactosa.
La habitación era muy cómoda y dormí bien, cuestión
que siempre ayuda, a pesar de que se tiró buena parte de la noche
lloviendo. Por la mañana, en el desayuno buffet del hotel,
coincidí con un nutrido grupo de corredores que iban al Trail do Marao. Desayuno con ambiente montañero.
Tras el desayuno nos dirigimos, con bastante tiempo,
al arco de salida, situada junto a la carpa. La ubicación es bastante buena,
muy cerca de un pabellón con piscina, vestuario y duchas y en una explanada con
bastante aparcamiento. Hace algo de frío
pero soportable. Decido salir sin la
chaqueta impermeable y subir y bajar los manguitos según el tiempo que haga en
cada zona. Por suerte, ha salido el sol
y parece que el día nos va a respetar.
Otra opción que siempre surge a la hora de hacer una ultra es la de si
llevar o no bastones. Decido llevarlos. Por último, las zapatillas, seguimos con las
Hoka Stinson ATR 4.
Nos pasan control de dorsal y de
material lo que hace que la carrera se retrase en casi media hora. El speaker nos anima mientras la gente, sobre
todo familias, se agolpan en la salida. El
speaker va pidiendo que levanten la mano los corredores según su
nacionalidad. Hay corredores de bastantes
lugares de Europa y algunos, no muchos, españoles, pese a su proximidad (25
españoles, en total, entre la Ultra de 100 km que había salido a las 12 de la noche y
ésta de 55 km .)
Y, como siempre, empiezan los
nervios y el final de la cuenta atrás. Y
sobre las 8,30 de la mañana arrancó el Trail do Marao de 55 km . Saludo a mis padres al pasar junto a ellos y
a regular, que una ultra siempre se hace larga.
Los primeros kilómetros son un puro sufrimiento
porque no consigo controlar la respiración. Me cuesta arrancar. Bien es verdad que con el paso del tiempo voy
cogiendo ritmo y empiezo a pasar corredores pero siempre, en los primeros
minutos siento que me quedo sin oxígeno.
En estos primeros kilómetros se sube bastante desnivel, buena parte por calles
empinadas entre urbanizaciones de Amarante.
Muchos corredores me adelantan, con lo que entre la agonía física y la
frustración de no poder evitarlo, paso unos minutos duros.
Al cabo de varios kilómetros, se
producen los primeros atascos al entrar en los caminos de tierra. Aprovecho para tomar aire y empezar a
recuperar sensaciones. Viene ahora un continuo sube y baja por caminos y
carriles de tierra y algunos de asfalto, atravesando pequeñas aldeas
flanqueadas por campos de cultivo y muchas tierras sembradas de vides. También, y será una constante en estos
primeros tramos, son las vistas a la autopista y puentes que atraviesa y
circundan las montañas. Me voy animando y sigo adelantando a más
corredores. Abandonamos los carriles
para entrar en senderos muy corribles, sin apenas barro. La tierra es muy negra y el terreno ya es más
agreste, sin cultivos, y salpicado de piedras de todos los tamaños. No estoy seguro, pero algunos páramos que
atravesamos y esa tierra negra puede que tengan su origen en los incendios que
han estado asolando Portugal los últimos años.
Tras estos primeros 10 kilómetros sin
barro y sin un desnivel elevado aunque siempre picando hacia arriba, comienza a
ponerse interesante cuando iniciamos una enorme subida a través de un cortafuego. El cielo se empieza a nublar y cada vez hace
más frío y viento. Algunos corredores se colocan los impermeables y a todos nos
cuesta la subida, más si cabe desde un punto de vista psicológico ya que hasta
donde alcanza la vista son visibles los corredores y el lugar por el que
debemos subir.
Al llegar arriba, primera bajada
técnica para llegar al primer avituallamiento, sobre el kilómetro 17, Covelo do Monte, un pequeño pueblecito entre
montañas. El avituallamiento está dentro
de una casa. Todos los corredores parece
que llegamos a la vez y casi no cabemos y más con el incordio de los
bastones. Uno no sabe donde ponerlos o
qué hacer con ellos. Cuesta abrirse paso para comer algo pero la espera merece
la pena, puesto que está muy bien servido, con una especie de bizcocho de
chocolate enorme y que estaba para chuparse los dedos. Bebo refresco de cola y relleno bidones de
plástico y salgo pitando. Creo que los
bizcochos tuvieron éxito y más de un corredor se tiró más tiempo allí del previsto,
dando buena cuenta de los mismos. Por
Covelo do Monte transito en 2 horas y 20 minutos, en el puesto 179 de la general.
A partir de ahí viene, tal vez, el
tramo más duro, una larga subida con gran pendiente por la ladera de una
montaña. La subida es muy técnica, con
barro, piedras, hierba mojada por una senda inexistente que seguimos gracias a
las balizas. Los bastones ayudan pero en
algunos tramos, por lo elevado de la pendiente, casi hay que echar las manos a
tierra y ponerse casi a escalar. Algunos
corredores se paran y otros, en marcha, se colocan el impermeable porque cada
vez hace más frío. Sigo subiendo lo más
rápido que pueda para no enfriarme demasiado.
Al llegar arriba, las manos no las siento por lo que hasta que no entren
en calor no puedo beber ni comer. Menos
mal que esta bajada es más carrilera, aunque parte de la misma es a través de
un cortafuego pero, al menos, se puede correr, eso sí con bastante viento y
unas temperaturas muy bajas.
Abandonamos el cortafuego y entramos
en una senda rodeada de una bonita arboleda.
Se ha formado un buen grupo de corredores, los cuales casi llegamos a la
par al siguiente avituallamiento, Parque
da Lameira, en el kilómetro 23,5. Mis dedos siguen congelados y apenas, si
los puedo mover. En el avituallamiento,
trato de cargar un poco de agua y coger unos pastelillos con muy buena
pinta. La única forma que veo para poder
cogerlos es utilizar la mano como una especie de pala excavadora. En
fin, paro muy poco tiempo porque la temperatura es demasiado baja y mis manos
las sigo sintiendo congeladas.
Reanudo la marcha y seguimos por
pista forestal con mucha piedra. Empieza
a llover pero en seguida esa lluvia se traduce en granizo. El problema es que tenemos el viento en contra
y el granizo empieza a golpearnos en la cara.
Apenas si tenemos visibilidad. La
pista forestal empieza a llenarse de pequeñas bolitas blancas. Voy solo y sigo corriendo, pero el granizo me
está dificultando más de lo previsto.
Utilizo la mano izquierda, a modo de visera, para taparme los ojos y con
la otra mano llevo los bastones.
Por fin, dejamos atrás el granizo y
seguimos bajando. Me adelanta una pareja
que me acompañará en bastantes momentos de la ultra. El descenso es bastante largo y a una chica
vestida con pantalón y camiseta negra le da tiempo para adelantarme. No tiene unas formas muy atléticas pero
corre. A todo esto, le acompaña un perro de aguas, que obviamente, también me
adelanta. Tras varios tramos por sendero corrible
mezclado con otros tramos de piedras donde hay que frenarse, llegamos al final
de la bajada por una senda “ex profeso” con bastante pendiente y con todo tipo
de raíces. Lo bueno del momento es que
vuelve a salir el sol y mis manos se calientan y empiezo a sentirme mejor. Apenas voy con molestias y mi ritmo me
permite seguir adelantando a corredores.
Llegamos al río y lo cruzamos por un
puente de madera. Hay mucho barro y no veo la baliza y una cuerda, junto a un
terraplén enfangado y sigo la vereda, también llena de barro. Al poco me doy cuenta que no veo baliza
alguna y aún así sigo unos 100
metros más hasta que salgo a una carretera. Me he
equivocado. Lo peor es que también
confundo a un grupo de 5 a
6 corredores que me siguen. Volvemos
sobre nuestros propios pasos y descubrimos, justo al lado del puente, la baliza
y la cuerda que ha puesto la organización para subir por un barranco enfangado.
Empezamos una nueva subida con mucho
barro al principio. Luego más pista
forestal. Apenas si recuerdo mucho de
esta parte de la carrera hasta que llegamos a un nuevo avituallamiento, Corvachá, kilómetro 33,4, donde
coincido otra vez con la pareja. Relleno
bidones y casi ni como. Lo que hay no me
llena demasiado. Aprovecho para tomarme
una de las barritas, muy buenas por cierto, y sigo mi camino. Y empieza una nueva bajada con mucha piedra y
terreno roto. Y en pocos minutos,
mientras bajamos, cambia de golpe el tiempo y empieza a llover. Y con el cuidado oportuno por la lluvia
bajamos por el empedrado de una aldea (Pardinhas). De golpe el empedrado tiene mucha pendiente y
cuando quiero darme cuenta doy de bruces contra el suelo. Menos mal que caí de lado, con el muslo
izquierdo y que pude soltar a tiempo los bastones. Me levanté en seguida y pude seguir sin mayor
molestia ni contratiempo. Tan sólo
varias heridas en las manos.
Y un poco maltrecho psicológicamente
por la caída comenzamos otra nueva subida con la lluvia y el barro como
acompañantes. Nos encaminan por zona de canales y pequeños senderos de hierba y
barro hasta que salimos a otra pequeña pedanía donde está situado un nuevo
avituallamiento, Travanca do Monte,
kilómetro 37,4. El cansancio
empieza a hacer mella. Como membrillo y
algún dulce, recargo agua y seguimos el ascenso a través de las calles del
pueblo, donde nos cruzamos con los autóctonos del lugar que, apenas si nos
prestan atención, afanados en sus quehaceres diarios. Tal vez, se preguntarán, ¿qué hacen estos
chicos/as (y no tan chicos) con bastones andando y corriendo por aquí, y con
este tiempo?¿deben haber perdido la cabeza?.
En fin, la lluvia deja paso de nuevo
al frío, a la niebla y a un fuerte viento.
Entramos en una pista forestal y seguimos subiendo hasta que llegamos a
una zona con grandes piedras graníticas donde el sendero de la ultra de 100 km se hace común con la
ultra de 55 km .
Y empezamos el último descenso
camino de Amarante. Al principio, es un
poco campo a través pero corrible, luego también por caminos y zonas
pedregosas, por cauces de arroyos secos con arena y piedra. Después cogemos nuevos senderos más
transitables, atravesamos otra pedanía (Aldeia Velha) y por fin, pisamos pista
forestal donde es más fácil y rápido sumar kilómetros. Cuando empiezo a coger ritmo nos desvían por
un sinuoso sendero al fondo del cauce de un arroyo caudaloso donde sólo hay
hojarasca y barro. Avanzamos entre el fango, esquivando troncos de árboles y
con cuidado de no caer al agua. Luego la
carrera vuelve a guiarnos por un sendero en zigzag hasta que se coloca paralela
a un canal. Por último, y ya con más
cuidado, las balizas nos dirigen a uno de los lados del canal y por el filo
seguimos unos metros hasta que llegamos al último avituallamiento, S. Simao de Gouveia, kilómetro 45, puesto 137 de carrera, donde
puedo descansar unos segundos y dar buena cuenta de una barrita de avena.
Y vuelta a la carga. Salimos a la carretera durante
unos metros para luego girar a la izquierda transitando por un sendero muy
chulo, con la pendiente adecuada para correr dejándose llevar. Adelanto a corredores y seguimos bajando ya
que el descenso es bastante largo. Parte
de la ciudad de Amarante, casas y más casas desperdigadas por varios montes y
en la parte baja los recodos del río Támega y como siempre, mucho campo de
cultivo sembrado de vides.
Y antes de terminar, una última subida que cuesta un
poco más de la cuenta. De nuevo la
pareja, el chico espigado y la chica, me vuelven a adelantar. Y ahora sí, por fin, afronto una última
bajada atravesando alguna urbanización, pedanías varias (Oliveira, Santinho,
Portela), más pista forestal hasta terminar en un sendero de tierra negra
curveando con fuerte pendiente para dejarnos a las orillas del río Támega. A partir de ahí, todo es llano pero son más
kilómetros de lo que parecen y se me hacen más largos de lo previsto. Algunos familiares avanzan al encuentro de
los corredores, señal de que la meta está cerca. Y para rematar la carrera, otra vez vuelve a
llover y de golpe, se levanta un fuerte viento.
Y así, con ese temporal que ha provocado incluso la caída del arco de
meta finalizo el Ultra Compressport do Marao en 8 horas y 40 minutos, en el
puesto 133 de 276 que finalizaron. Como
siempre mucha alegría interior por haberlo dado todo y volver a superarme a mí
mismo. Y como premio, siempre que puedo doy
buena cuenta de la comida que prepara la organización (en este caso, más
pastelillos, bebida reparadora y un plato de macarrones). Y allí, estaban mis padres, esperándome. Me ayudaron con bastones y mochila mientras
comía y me daba una ducha y fuera de la carpa, seguía lloviendo y continuaban
entrando más corredores.
Tras la ducha y algo cansado, tocaba conducir unos 350 km . hasta llegar a
Coria. Y bueno, otra aventura más, la
primera en Portugal. Creo que no será la
última pero si puedo evitar las autovías de pago, mucho mejor. Por cierto, esta
ultra la acabó ganando un español, Isaac Riera.