domingo, 29 de octubre de 2017

I Santiago Pontones Trail Weekend 2017 - Long Trail Sierra de Segura (50.3km / 2150m+)

I SANTIAGO PONTONES TRAIL WEEKEND 2017 - LONG TRAIL SIERRA DE SEGURA (50,3 KM y 2150 +) (23 de SEPTIEMBRE DE 2017)

            Después de la Ultra Trail Mercantour decidí concluir a temporada con carreras más cortas y menos lesivas.  Ya estaba inscrito para la Turdetania, a mediados de octubre y para el Doñana Trail, a principios de noviembre.

            Al descubrir esta carrera por las redes sociales y conocer ya parte de la zona de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas, así como el propio pueblo de Santiago de la Espada (provincia de Jaén), pensé en una buena candidata para comprobar mi estado de recuperación después de la Ultra Mercantour, cuatro semanas después, por lo que me decidí inscribirme y probar.

            Durante el mes de septiembre realicé dos buenos entrenamientos.  El primero de casi 50 kilómetros entre El Burgo y Ronda, pasando por el Puerto de Lifa en unas 7 horas y media y con más de 1200 +.  El segundo fue la XI Travesía Trevélez-La Zubia de otros 50 kilómetros y más de 2000 +, donde pasé mucho frío en el primer tramo de subida al Alto del Chorrillo.  Lo peor fue que se me volvió a resentir el tibial izquierdo y ese dolor si que es invalidante.


            Y claro, en una semana, esa molestia no desaparece, aunque confiaba que no me molestara demasiado.  Me equivoqué.   Con mucha ilusión, como siempre, me aventuré a una nueva carrera el propio sábado 23, cogiendo el coche muy temprano para poder llegar con tiempo a Santiago de la Espada. 

            Sobre las 9 de la mañana, con una temperatura de 11 grados, pude recoger el dorsal en el aislado pueblo de Santiago de la Espada, acompañada con una estupenda bolsa del corredor que incluía “buff”, cinta para el pelo, dos “geles” y una camiseta, sobre todo, si tenemos en cuenta que el precio de inscripción era de 25 €uros.  Las voluntarias, muy amables.

            A las 11 en punto de la mañana un autobús dispuesto por la organización nos llevó al punto de partida de la Long Trail Sierra de Segura de 50 kilómetros, el pequeño pueblo de Pontones.  Durante el trayecto pude charlar con algún conocido como Oscar del Alpino Benalmádena, aunque pertenece a un grupo llamado Marea Naranja y al que ya pude saludar en la salida de Bandoleros 2017.  Le acompañada otro chaval llamado Antonio.


            El pueblo de Pontones se encuentra enclavado en el nacimiento del río Segura.  Son cuatro casas alineadas junto al río en una zona con una orografía muy escarpada, lo que también le añade cierto encanto, con unos paisajes dignos de visitar.  Antes de empezar vimos desfilar a los primeros corredores de la Ultra donde contaban con un avituallamiento en ese paso, siendo para ellos el punto de control del kilómetro 50 de carrera.  La distancia de la ultra son 100 kilómetros.  Algún año la intentaremos hacer.

            En la zona de salida nos pudimos echar unas fotos.  Había buen ambiente.  También saludé a más gente, en este caso, de Rincón de la Victoria, a Antonio, un gran ultrero, luchador en mil carreras y a uno que se está iniciando, aunque ya tiene sus años, pero nunca es tarde, José Carlos Sánchez Navarro-Millán.
            
           Según la organización, había unos 140 corredores.  La temperatura fue ascendiendo a lo largo de la mañana y a las 12 del mediodía, ya hacía bastante calor.
            
           Y puntual, a las 12 horas del día 23 de septiembre de 2017, se dio el pistoletazo de salida a la primera edición de la Long Trail Sierra de Segura.   Como siempre, salgo a ritmo conservador, controlando las sensaciones y la respiración.  En seguida, a Oscar de Marea Naranja y a su compañero les perdí de vista y es que mi preparación cardiovascular deja mucho que desear.  Tengo resistencia pero nula velocidad.


Los primeros 5 kilómetros discurren por carril, paralelos al río y subimos al collado Masegoso aunque apenas es perceptible.  Es un continuo sube y baja que se hace rápido.  Al llegar al kilómetro 5 nos desvían a la izquierda del arroyo y empieza el sendero.  Igualmente, también es un sube y baja.  Empieza a dolerme la tibia izquierda.  Puede tratarse de periostitis tibial.  No lo sé.  La semana pasada, como ya he dicho, terminando la Travesía de resistencia Trevélez-La Zubia (16 de septiembre) comencé a sentir esas molestias que durante la semana desaparecieron pero se trataba de un espejismo.  La molestia persistía y estos kilómetros por sendero se me hicieron bastante duros al tener que soportar ese dolor.    El recorrido es muy bonito y el sendero bastante trotable, con cuidado de no lastimarse la cara en algunos tramos, por la tupida vegetación.   Así llegamos al primer avituallamiento, Huelga-Utrera en el kilómetro 9.2 donde apenas si bebo dos vasos de isotónico. Atravesamos la pedanía y algo de asfalto y vuelta al sendero paralelo al río.  Este tramo es más técnico, con más piedra, menos transitado, con zonas de ramblas, algún punto de escalada, donde, por cierto, me perdí aunque solo fueron unos minutos.

El dolor me sigue fustigando pero parece que lo voy controlando.  Se me pasa varias veces por la cabeza abandonar la carrera, es decir, no forzar para evitar males mayores.  De hecho el dolor me obliga a parar varias veces y a bajar bastante el ritmo.¡Maldita sea!
No obstante, siento que el ibuprofeno que me he tomado en carrera me va haciendo efecto y aunque persiste, se hace más llevadero.  En realidad todo este recorrido es el que conecta la pedanía de Pontones con la Toba, pero este segundo tramo, al tener una carretera paralela ha quedado en desuso o al menos, eso creo.


Y por fin, llegamos al siguiente avituallamiento, la Toba, sobre el kilómetro 17, en un tiempo de 1 hora y 58 minutos y donde me alimento a conciencia porque ahora viene un fuerte repecho, la subida al collado Marchena.  Durante unos kilómetros de ascensión el ritmo se ralentiza, dejamos de correr y empezamos a apretar los dientes y a subir andando pero rápido.  Me encuentro bien y empiezo a adelantar a unos cuantos corredores.  Se empiezan a vislumbrar espectaculares parajes con el embalse al fondo.  Es una vereda sombría que zigzaguea en la falda de la montaña, entre la frondosidad del bosque, dejando abajo el río Segura y el pantano de Anchuricas y la Toba. 

Con esas buenas sensaciones llego al siguiente avituallamiento, collado Marchena, en su primer paso, en el kilómetro 21,8 donde cargo bidones y me tomo varios refrescos de cola fresquita.


A partir de aquí, es un sendero estrecho y algo inclinado donde se puede correr pero con cierta dificultad.  Es como trotar por la playa pero peor.  Lo bueno es que las vistas son espectaculares.  Dos enormes laderas boscosas bajan hasta el agua del pantano de Anchuricas.    Este tramo es de ida y vuelta, por lo que me puedo cruzar con los primeros corredores o no.  Al final, llegamos a una zona de sendero con más piedras que bordea una parte de la ladera más rocosa y a la vez más despejada y que permite contemplar un paisaje sobresaliente.  Tal vez, para mi gusto, sea el tramo más destacado, en cuanto a paisajes y espectacularidad de la Long Trail Sierra de Segura. Es en este punto donde me cruzo con el primer corredor.  Nos saludamos.  Al llegar a este punto donde un voluntario nos indica el camino, hay una magnífica bajada de 5 o 6 kilómetros por sendero sombrío con la pendiente adecuada y de tierra compacta, es decir, ese tipo de veredas donde, en mi caso y creo que en el de muchos, más se disfruta del trail.


Al terminar la bajada, vienen 500 metros de carril hasta llegar a otra nueva pedanía y punto de avituallamiento, Miller, kilómetro 31, por donde transito con un tiempo de 4 horas y 14 minutos.  En la bajada hacia Miller coincido con Óscar, el de Marea Naranja. Como plátano, barritas y un poco de refresco de cola y empieza una nueva subida.   Me encuentro bien y con fuerza aunque el dolor en la tibia se mantiene pero, además de no impedirme correr, creo que me espolea.


Hago una rápida subida adelantando a unos cuantos corredores hasta llegar a la Pililla.  En la bajada buscando el sendero que nos devolverá al avituallamiento del collado Marchena, adelanto a Oscar y le pregunto por su compañero.  Me dice que va un poco por delante.  Al final no pude cogerlo. Creo que se llama Antonio Rubio Andrade y quedó en la posición 17, en un tiempazo de 7 horas y 13 minutos.
La temperatura empieza a descender y de vez en cuando sopla una brisa fresca que siempre es bienvenida.  En esta ligera subida por el sendero de ida y vuelta coincidimos con algunos corredores de la ultra.

De nuevo visito el avituallamiento del collado Marchena pero ya en el segundo paso y sobre el kilómetro 39,8.  A partir de este punto la subida ya es por carril.  Intento trotar de vez en cuando pero enseguida se cargan demasiado los gemelos.  Es una zona de páramo, sin apenas vegetación. Sigue bajando la temperatura y ascendemos al punto de mayor altitud de la carrera, el collado Retozar, kilómetro 44, a 1724 metros de altitud.  Apenas si paro y con ganas de terminar enfilo los últimos kilómetros, tal vez los peores.  Tras un tramo de carril, una bajada casi campo a través con sendero roto y bastante peligroso.  Luego una subida con muchas piedra y sobre todo, por la larga bajada final donde se necesitaba una gran habilidad y técnica para correr sin doblarte un tobillo o caerte de bruces.


Iba con un grupo de tres corredores y traté de forzar y seguir con ellos, pero al final no pude.  Decidí bajar a mi ritmo, más lento. Me faltaban escasos dos o tres kilómetros para terminar y no era plan de sufrir una torcedura o una caída.   A la entrada del pueblo mucha gente congregada, así como en meta. Como siempre pude desplegar mi bandera de Trail Running Málaga y disfrutar de una feliz recompensa, la satisfacción de haberlo dado todo, a pesar del dolor, y haberlo conseguido.  

             Al día siguiente, al ver la clasificación me di cuenta que había quedado en el puesto 25 de los 101 corredores que terminaron, en un tiempo de 7 horas y 29 minutos.  Para mi nivel no está nada mal.  En definitiva, carrera absolutamente recomendable con unos paisajes preciosos y a la vez, casi desconocidos, todo en el enorme término municipal de Santiago-Pontones.  Perfecta organización, buenos avituallamientos y gran acogida.  Al terminar, masaje y ducha, y vuelta a casa, ya noche cerrada.  Habrá que volver.



           


            

miércoles, 4 de octubre de 2017

III Ultra-Trail Côte d'Azur Mercantour 25, 26 y 27 de agosto 2017

25- 27 AGOSTO 2017
           

            Este año no pudo ser y el sorteo de la UTMB, a principios de enero de 2017, para participar en las míticas 100 millas rodeando el Mont Blanc 2017 debería aplazarse para el 2018, siempre que la suerte nos acompañe en el próximo sorteo.   Desde ese momento estuve barajando diversas carreras con un desnivel y distancia similar para sustituir a la UTMB.  Por esas fechas me acabé decantando por alguna de las siguientes: L'Échappée Belle, por la referida ULTRA-TRAIL COTE D'AZUR MERCANTOUR o realizar la primera edición del TOT DRET (la pequeña del Tor Des Geants).   Al final, sobre el mes de marzo, opté por la que consideré menos fuerte o más fácil sobre el papel, aunque después de terminarla, mi opinión ha girado 160 grados.

 

            Llegué a Niza el jueves 26 de agosto, creo que más o menos recuperado del esfuerzo de la Ehunmilak.  Hice turismo ese mismo día visitando la zona comercial y la Plaza Masena, el centro histórico y la zona del castillo, luego recogida de dorsales el jueves por la tarde, descanso y listo para afrontar lo que me esperaba: 143 kilómetros y 10.000 +.

 

            La carrera comenzaba a las 17 horas del día 25 de agosto a las afueras de Niza, en mitad del campo.  El año anterior arrancó desde el Paseo Marítimo de Niza de forma neutralizada.  Este año, por las razones por todos conocidas, decidieron llevar a los corredores bastante lejos.

 

            En primer lugar, cogí la línea del tranvía hasta la parada “Comte du Falicon”, junto al estadio de fútbol, para después tomar, ya en compañía de los demás corredores, una lanzadera puesta por la organización que nos conducía hasta la zona de salida, Aire Saint Michel.

 


            Llegué pronto a la zona de salida y pude descansar a la sombra de los árboles durante casi una hora, tras grabar alguna toma con una mini-cámara deportiva.  Es otra forma de conseguir fotos y vídeos de cada carrera, a modo de recuerdo de cada evento.  En la salida, repartidos por la arboleda no se veían demasiados corredores.  Al final, la organización hablaba de algo más de  400 “corremontañeros”. En los folletos informativos de la Ultra me quedé sorprendido cuando los dos años anteriores, el 51% de los corredores no la había terminado.  Un porcentaje bastante alto para una ultra que transcurre por zonas montañosas donde no azota con tanta fuerza las inclemencias meteorológicas.  Esto ya me puso sobre aviso que lo que me venía encima no iba a ser nada fácil.

 


            Antes de seguir con la crónica, hago un pequeño inciso en cuanto a la preparación realizada durante el verano.   No me machaqué demasiado.  Casi todos los entrenamientos fueron en Sierra Nevada, en altura.   Por otra parte y visto que durante la Ehunmilak sufrí dolores en los tendones rotulianos de ambas rodillas, decidí probar unas rodilleras y utilizarlas solo en carrera, en previsión de que llegaran a reproducirse esas molestias en el tendón rotuliano.  El problema es que no es lo mismo un entrenamiento de 5 o 7 horas que continuar con las rodilleras puestas durante 30 o 40 horas.

 

            Volviendo al inicio de la carrera. Como siempre los últimos minutos son momentos de nervios. Tras los prolegómenos de rigor, el speaker de turno, obviamente todo en francés, y la música de la Conquista del Paraíso se dio el pistoletazo de salida a la Ultra.  Salí muy relajado grabando con la mini-cámara.  La vereda enseguida empieza a subir por una zona bastante técnica con mucha tierra y polvo.  La gente congregada nos anima.  Hace bastante calor y sudo en abundancia.  La respiración se acelera y trato de no cebarme.  Me pasan corredores.  Se asciende la primera tachuela, el Mont Chauve (Altitud 690 m.) y comienza la primera de las múltiples bajadas técnicas con mucha piedra suelta y arenilla.   Llego al primer avituallamiento, Tourrette Levens, en una hora y 15 minutos. Más que un avituallamiento, lo que hay es una fuente con agua y muchos garrafones.  Eso sí, mucha gente, sobre todo familiares, animando a los corredores. Apenas si paro para beber un poco de agua y comenzamos una segunda subida por un bosque de pinos, acompañado por la música de Bob Marley que llegaba desde un chalet lejano, y con algún tramo con una fuerte pendiente en dirección al kilómetro 14 donde se encuentra el segundo avituallamiento: Ruines de chateauneuf.  El último kilómetro es por asfalto y en bajada.  Por ahora voy bien y el cuerpo responde.  En el avituallamiento bebo refresco de cola, como plátano y algún dulce y reanudo la marcha.  Hay también unos extraños aperitivos salados de queso y jamón.  Por este punto transito en 2 horas y 38 minutos en el puesto 114 de la carrera.  De vez en cuando extraigo la cámara y hago alguna pequeña grabación pero con cuidado de no tropezarme ni clavarle los bastones al que va delante o detrás.

 


            Después de los primeros 14 kilómetros siento que la carrera se complica.  El sendero en línea ascendente está salpicado de muchísimas piedras lo que entorpece la subida.   Empieza a soplar algo de viento y poco a poco va anocheciendo.  Durante algunos kilómetros la Ultra discurre por un estrecho sendero con mucha vegetación. Me siento fuerte y corro con alegría. Luego la pendiente se vuelve a elevar y la noche se va cerniendo sobre las montañas. Algunos corredores empiezan a tener los primeros problemas.  El grupo con el que iba me ha dejado atrás y voy solo.  De ir bien paso en pocos minutos a estar tocado mentalmente.  Este tramo se me hace bastante largo, tanto física como, sobre todo, psíquicamente.  Con el paso de los minutos voy recobrando la moral y consigo enlazar con un grupo de tres corredores, ya noche cerrada.  Adelantamos a otros, alguno ya medio hundido y con visos de retirarse en el próximo avituallamiento, cubierto con la manta de supervivencia.  Al fondo se ven las luces de la civilización y por un tiempo el sendero crestea buscando un nuevo pico: Férion, tour de guet, con una altitud de 1412 m.   Me he quedado sin agua antes de llegar a la cima y lo paso regular.  En lo alto hay varios voluntarios.  Todavía les queda una garrafa con agua que aprovecho para rellenar, al menos, uno de los bidones y así empiezo una nueva bajada, al principio por carril, pero enseguida se introduce en un peligroso sendero con mucha tierra.  Bajo con cuidado, ayudándome de los bastones y tratando de que no se resientan demasiado las rodillas, hasta que el sendero se hace más llevadero y vuelvo a correr camino de la primera base de vida: el pueblo de Levens en el kilómetro 30, ya con 5 horas y 48 minutos de carrera, y mejorando bastante, en el puesto 70 de carrera.   Llego seco y lo primero que hago es beber agua y cargar los bidones con agua sin gas.  Al menos en Francia, en los puestos de avituallamiento suelen poner bastante agua con gas.  Hay que tratar de hacerse entender para decirles que lo que uno quiere es agua normal.  Con algunos voluntarios cuesta un poco, con otros es más fácil.  Además, el agua con gas está caliente.  Creo que uno de los aspectos a mejorar por esta Ultra es la de una mayor variedad de líquidos para que los corredores se hidraten y que, por supuesto, estos estén fríos.

 

            En este avituallamiento tienen una amplia carpa donde ya hay corredores descansando, otros recibiendo masajes y otros comiendo.  Tras dar una vuelta por las viandas existentes me decanto por un plato de macarrones con queso  y tomate que me sabe a gloria, al menos, al comerlo, pero que, a la larga, parece que me provocaron malestar estomacal que acabó desembocando en varias vomiteras.

 

            Vuelvo a reiniciar la marcha y como es en bajada, en seguida me animo y vuelvo a correr durante unos cuantos kilómetros por una senda, a veces carril, en otras por sendero, a veces muy corrible, en otras con atención, vigilando las rocas y la piedra suelta.  En poco tiempo me planto en el fondo del valle, en el río, y de nuevo empezamos un nuevo ascenso.   Ya voy más tocado y el cambio de terreno me cuesta.  Aminoro la marcha, trato de recuperar el resuello y mentalizarme que ahora vienen muchos kilómetros de subida y que hay que tomarlos con tranquilidad.    No consigo acompasar la respiración.  Siento como si me faltara oxígeno y me veo obligado a respirar por la boca. Aún así, enlazo con un grupo y tras un control en una pedanía donde hay una fuente pública de agua potable, en la que todos nos refrescamos y utilizamos para recargar bidones, sigo el ascenso en dirección al siguiente avituallamiento: Utelle en el kilómetro 44.   Si la anterior subida se me hizo larga, esta fue un auténtico calvario, al menos, desde un punto de vista mental.  Como casi siempre trato de ir a mi ritmo aunque casi siempre hay algún grupo de corredores que consigue sobrepasarme.   Es un sendero con bastante piedra y con cuestas empinadas.  Al menos, la noche es hermosa y mi sufrimiento se compensa con algún vistazo al cielo estrellado.  A los problemas de respiración, en estos kilómetros de interminable subida empiezo a sentir ciertas molestias estomacales. 

 

             Al llegar a lo alto de un pico, sobre el kilómetro 37, se escuchaban voces, el sonido de algún instrumento musical de viento, tal vez un cuerno, así como el sonido de cencerros junto con los gritos de ánimo al paso de los corredores.  Estos ruidos animan en el silencio de la noche y a mí personalmente, me espabilan y me ayudan a seguir y ver la fuente de donde llegan esos ruidos lejanos. Con ese acompañamiento, comienza una suave bajada muy trotable, feliz, creyendo que el siguiente avituallamiento estaba próximo pero no era así.  De nuevo frente a uno se presenta esa columna vertical de luces, como pequeñas luciérnagas esparcidas por el monte que buscan la escapatoria conducidos por incontables balizas.

 

            Al final, subimos al Col d,Ambellarte, en el kilómetro 39 donde nos jalean los voluntarios alegres y ruidosos y atravesamos el Sanctuaire de la Madone d’Utelle (altitud 1.180m) sobre la 1 de la madrugada, en el puesto 75 y con más de 8 horas de carrera.

 

            Ya desde estos primeros kilómetros percibo que la ultra está siendo muy dura, que hay mucho desnivel y bastante pronunciado, y que las bajadas, salvo alguna fácil, la mayoría son técnicas.  Todo ello repercute para que el tiempo de carrera en atravesar los mismos kilómetros se vaya alargando. 

 

            En el Sanctuaire Madone d’Utelle llego seco y siguiendo la estela de varios corredores que se están avituallando en una carpa.  Al acercarme, una voluntaria en francés, directamente nos echa y no nos deja acercarnos a tomar, aunque sea, un vaso de refresco de cola.  Por lo visto, es una carpa de voluntarios.  Me parece muy bien pero veo, fastidiado, como a otros corredores si los dejan.  No me parece bien.  Como dice el refrán, o todos moros o todos cristianos.  En fin, por no ponerme a discutir para que, además, no me entiendan, decido seguir el camino y hacer el esfuerzo de recorrer 4 o 5 kilómetros más, sin una gota de agua, hasta el pueblo de Utelle donde está el siguiente avituallamiento: kilómetro 44. 

            Alcanzo este avituallamiento exhausto y con 9 horas en las piernas.  Busco algo fresco pero no tienen nada. Creo que es un fallo que debería corregir la organización para próximas ediciones.  Cargo bidones y bebo refresco de cola pero a sorbos.  De la bebida isotónica paso por que la tienen en un gran barreño donde un corredor se está sirviendo metiendo las zarpas hasta el codo. 

            

          El pueblo está muy ambientado.  Hay bastantes lugareños.  Entre las viandas hay unos enormes racimos de uvas.  Decido comer algunas. ¡A ver como me sientan! 

      Sin tenerlo muy claro, por las malas sensaciones que presiento se avecinan, reemprendo la marcha, con una nueva subida brutal y encarando un nuevo pico: Brèche du Brec d'Utelle (1550 metros de altitud).

            Al poco de iniciar la subida mi cuerpo dice basta.  Necesito parar y bajar el ritmo.  No voy bien. Paro unos minutos y  reinicio la ascensión.  Tampoco puedo detenerme demasiado porque corro el riesgo de enfriarme.  Me adelantan corredores.  Algunos no me dicen nada. Otros me preguntan en francés por mi estado.  Muy bien, les digo. ¿Qué les voy a decir?

           

        Así, de este modo, con la respiración por la boca, tratando de absorber la mayor cantidad de oxígeno, con numerosas paradas, consigo realizar la ascensión al dichoso pico.  Luego viene un tramo corto pero bastante técnico hasta que el sendero empieza a llanear.  Y es en este momento cuando, de forma inesperada, siento nauseas y empiezo a vomitar sin parar, hasta 4 o 5 veces. ¡Qué mal lo paso! Lo echo todo. Es la primera vez que me ocurre en una carrera y desconozco como me va a afectar. Sigo caminando y como la vereda serpentea en descenso, trato de correr pero el cuerpo no responde.  No tengo una pizca de fuerzas y llevo la respiración acelerada.  Me vuelvo a parar y me siento en la hierba.  Descanso unos minutos.  Me reincorporo y decido tomarme un gel, a ver si me entono y cojo fuerzas.  Lo bueno de haber vomitado es que me ha aliviado cierta pesadez de estómago y a los pocos minutos, empiezo a encontrarme bastante mejor, hasta el punto de que empiezo a correr por el sendero que durante unos 4 o 5 kilometros llanea y permite trotar.

            Empiezo a recuperar la confianza perdida y me siento más animado.  Enlazo con un nutrido grupo de corredores y a buen ritmo iniciamos la subida al Col  d,Andrion buscando el siguiente avituallamiento en el kilómetro 55.

            Recuerdo que en ese avituallamiento iba buscando tomar algún caldo pero lo que había no me apetecía demasiado.  Además, a veces cuesta hacerse entender con algunos voluntarios por el tema del idioma. Casi no sabía qué llevarme a la boca pero algo debía comer.  Al final, empecé a comer fruta, sobre todo, naranjas y algún trozo de plátano.

            Por este punto de control el tiempo en carrera se dispara a las 12 horas y media.  La madrugada va avanzando y son más de las 5,30 de la mañana. Falta menos para que amanezca- me digo. 

            Trato de animarme y reanudo la marcha pero siento que el estómago sigue sin ir bien. Tras un tramo de carril en descenso, se inicia otra fuerte subida camino del Mont Tournairet con una altitud 2086 m.   Transito por un sendero muy bonito, con zona de helechos, hierbas altas, en un hermoso bosque mientras el alba va iniciando su lento nacimiento.



            Y de nuevo el cuerpo, sin previo aviso, me hace girar a la izquierda y de nuevo, vomito otras 4 o 5 veces.  Creo que algo que he comido no estaba en buen estado. ¿Habrá sido el tómate que le eché a los macarrones en el avituallamiento de Levens, en el kilómetro 30? En cierto modo, siento como una liberación y enseguida vuelvo a encontrarme algo mejor.  Amanece y me quito el frontal. Un peso menos.

            Sigo avanzando y vuelvo a quedarme sin agua. Una cuestión que si se puede alabar a esta Ultra es la gran cantidad de voluntarios que te vas encontrando, generalmente en grupo de dos.  Además, cuenta con muchos puntos de control cada pocos kilómetros, con sus tiendas de campaña y sus sacos de dormir. Siempre que puedo, aprovecho para pedirles un vaso de agua y salvo en dos ocasiones, siempre accedieron amablemente a ello.   Durante estos kilómetros me voy planteando qué hacer al llegar a Roquebillière, si seguir o abandonar.  

 

            Corono el Mont Tournairet y empieza una nueva bajada técnica muy pronunciada campo a través, un auténtico rompe articulaciones, con cuidado de no resbalarme y de no torcerme un tobillo.    Es una bajada que se me hizo muy larga.  Más abajo se fue abriendo un sendero pero con mucha piedra y muy roto y con gran desnivel.  Luego había que cruzar tramos de grandes piedras.  Había que olvidarse de correr.  Bajar con cuidado y apoyándome en los bastones.  Ni que decir tiene que los paisajes eran espectaculares pero uno andaba demasiado concentrado en busca de la siguiente pisada.    Definitivamente esta ultra estaba siendo más dura de lo que pensaba. 

 

            Con el calor de la mañana llego al bonito pueblo de Roquebillière, kilómetro 70 en casi 17 horas, y en el puesto 77, punto intermedio de la ultra y segunda base de vida de la carrera en la que te entregaban la mochila, previamente depositada al recoger el dorsal.  Se utilizaba el pabellón deportivo del pueblo, muy bien acondicionado, y situado junto al río, con nutrida presencia de familiares en las gradas. Había posibilidad de recibir un masaje, duchas y cambiarse de ropa.   Como un poco de pasta con queso pero sin tomate y una barrita de las mías y tomo un vaso de café sólo con azúcar. Solicito un masaje pero al ver tanto corredor esperando, desisto.  En algunos avituallamientos el idioma es un pequeño contratiempo.  No descarto para próximas aventuras en el extranjero, el aprendizaje de un pequeño vocabulario “montañero-ultrero” del idioma del país donde se realice la ultra.

            Me embadurno bien los pies para el tema de las ampollas, las partes nobles y me cambio de calcetines.  Aproveho también para quitarme las rodilleras. La de la derecha, tras más de 17 horas me estaba haciendo daño.  Aún así, vuelvo a colocármela y decido seguir con ella;  y después de unos 25 minutos aproximadamente, arranco la segunda parte de la UT Mercantour con el sol pegando con fuerza, ya sobre las 11 de la mañana.   A diferencia de la Ehunmilak, donde en el punto intermedio (Tolosa) ya sufría de dolores en los tendones rotulianos de ambas rodillas, en la UT Mercantour, las rodillas ya iban fatigadas pero sin dolores.

 

            Justo en la salida del pabellón había un corredor desvistiéndose y al pasar a su lado, de improviso, perdió el conocimiento cayendo a plomo.  En seguida, varios voluntarios acudieron a socorrerlo.  Creo que luego se lo llevaron en helicóptero.  ¡Ojalá no fuera nada!

 

            Y del valle volvemos a ascender hacia las montañas.  Atravieso el pueblo de Belvedere en compañía de otros dos corredores.  Allí nos encontramos con un avituallamiento improvisado, con refresco de cola fresquita y el agua de una fuente “regentado” por un entrañable caballero de avanzada edad.  Nos mojamos bien para aliviarnos del calor y a seguir.

            De esta subida, de gran dureza, destacar que voy mejor, voy controlando mejor la respiración, sudo en abundancia e incluso adelanto a varios corredores pero empiezo a padecer un pequeño contratiempo: los calcetines se bajan y cada cierto tiempo tengo que parar y ajustarlos.  Un incordio que sobrellevaré hasta meta en todas las subidas.   También hace mucho calor y aunque voy racionando el agua, veo que no me llega.  Llegó a un control, kilómetro 79, Croix de Suolcle, pidiendo agua pero los dos voluntarios, bien instalados en su tienda de campaña, me dicen que la que tienen es para ellos.



            Seguimos subiendo las empinadas cuestas por senderos, a veces inexistentes, y en otras ocasiones, muy roto.  Me cruzo con un chaval que está entrenando.  Más tarde lo vuelvo a ver.  Le pido agua.  Creo que me ve tan desesperado que al llegar a la carretera, va a su coche y nos ofrece un refresco caliente que comparto con otro corredor.  Algo es algo.  Luego habla con otras dos chicas de otro coche y al momento aparecen con una nevera portátil y nos ofrecen a varios corredores lo que contiene, esto es, batido de chocolate, refresco de cola y agua fresquita.  Tomo un vaso de batido que, por fortuna, me sienta bien.

           

            Y sigo el ascenso, siguiendo, a lo lejos, los pasos de otro corredor que utilizo como referencia hasta conseguir pasar el siguiente alto: Crête Serre de Crapeiroule.  La bajada, aunque técnica y por un estrecho sendero la hago más animado y al trote.  Luego más relajado, camino por un carril paralelo al río disfrutando de los paisajes y siguiendo la estela del otro corredor y tras 20 horas y 41 minutos alcanzo el siguiente avituallamiento: Relais des Merveilles. Gordolasque en el kilómetro 85, en el puesto 66 de la Ultra.  No está mal la clasificación a pesar de todos los problemas que he ido sufriendo.

 

            Este avituallamiento está junto a un Bar-Merendero al lado del río, con mucho césped.  Está bastante ambientado.  Son aproximadamente las 14 horas del sábado.  El sol se está replegando y la temperatura es más suave. Descanso un rato. Gracias a una voluntaria que acude a la cocina del merendero, puedo tomarme varios refrescos de cola con hielo que me saben a gloria.  Como un poco de queso, cargo bidones y retomo la aventura.

 

            El inicio del nuevo tramo me lo tomo con mucha tranquilidad.  Avanzo andando por asfalto, siguiendo las balizas para que me muestren el nuevo sendero infernal que debemos tomar.   Y en efecto, como me temía, la nueva ascensión tiene una pendiente “inhumana”. Toca otra vez armarse de paciencia, regular la respiración y subir, subir paso a paso, avanzar siempre, subir sin pensar demasiado en nada, porque con estos esfuerzos, si empezamos a darle vueltas a la cabeza, lo único que conseguimos es abrir la puerta al pesimismo, a la desesperación y a los pensamientos negativos, a la imposibilidad de conseguirlo.  Ya he visto a más de un corredor que ha desistido de seguir subiendo y se ha dado la vuelta para retirarse en el anterior punto de control.

 


            En esta etapa se sube a la Cime de la valette de Prals con una altitud de 2496 m.  Tengo que realizar varias paradas para recuperar la respiración. Casi todos los corredores hacen lo mismo.  La subida lleva tiempo y pronto empieza a escasearme el agua  … y las fuerzas. Al dejar la zona boscosa, tropiezo con una pequeña casita de pastores, y el ruido del agua fresca y clara cayendo por una manguera.  El agua está fresquita y aunque tengo dudas si beber o no, ya que el entorno está rodeado de excrementos de cabra, al final lo hago.  Este será el primero de muchos en el que tengo que beber y creo que los problemas estomacales que fui padeciendo a lo largo de la carrera no se debieron a beber el agua de las montañas.

 

            Poco a poco el cielo se ha ido cubriendo de nubes.  Al principio no resultaban amenazantes pero con el paso de los minutos, empieza a soplar un fuerte viento, baja la temperatura y empieza a llover.   Varios corredores, en la distancia, delante y detrás se paran para ponerse el impermeable. Estas circunstancias me estimulan, me alivian de tanto calor y empiezo a sentirme mejor, con más energía para intentar atacar la cima que corono a las 16,15 del sábado, en el puesto 67.   Son momentos de felicidad, en las alturas, en el páramo, disfrutando de unas vistas maravillosas, más o menos recuperado de las "vomitonas" y con ganas de afrontar el descenso.   En la cima, una tienda de campaña fuertemente amarrada y como voluntarios, un padre y su hijo pequeño, tal vez de 10 a 12 años aproximadamente me reciben y me pasan el escaner por el dorsal.

 

            La bajada tiene dos partes.  En una primera el sendero es trotable, con poco desnivel, aunque bastante estrecho.  Corro todo lo que puedo, siguiendo a dos corredores jóvenes.  En el siguiente punto de control, me saluda una voluntaria española que vive por allí. ¡Qué alegría!  Me ofrece agua y me da muchos ánimos.

            La otra parte de la bajada es más pronunciada y llena de piedras sueltas.  No se puede correr, al menos en mi caso. Bajar con cuidado, utilizando los bastones y navegar entre la arena, las piedras sueltas y las rocas puntiagudas.  En este tramo de 12 kilómetros entre Relais des Merveilles. Gordolasque (kilómetro 85) y el siguiente avituallamiento Route de la Madone (Valon Madone de Fenestre) (kilómetro 97) apenas si me pasa algún corredor.   De hecho, transito por este punto en el puesto 65, pasadas las 5 de la tarde y con 24 horas y 36 minutos de carrera.

 

            El cielo se ha despejado y vuelve a hacer calor.  El avituallamiento es una pequeña carpa en un carril, al lado de la carretera.  Hay algunos corredores y todos con cara más o menos desencajadas.  También hay familiares, esposas e hijos, alentando al corredor.  Decido comer algo. Me hago un pequeño bocadillo con queso y salami y un vaso de refresco de cola mientras vigilo que algún niño no me tire o me rompa los bastones.   Cargo los soft flash y a seguir en carrera.

 

            El siguiente tramo es algo más suave.  Son 11 kilómetros hasta Le Boreon.  La subida es también muy pronunciada por zona boscosa, con alguna que otra fuente por el camino y con los corredores muy distanciados unos de otros.  Realizo varias paradas para recuperar y tras franquear una nueva cima, cima du Pisset, con 2233 de altitud y el consiguiente paso por otro punto de control con la pareja de voluntarios de turno, encaro otra nueva bajada por una vereda rota y con muchos surcos, en la que, a tramos, se puede correr, hasta que llego a la parte técnica de piedra suelta donde hay que descender con mucha precaución, ayudándome, como siempre, de mis inseparables bastones.

 

            Tras el descenso hay un llano por una vereda sombría, ya no sólo porque se cierne el atardecer, sino porque la exhuberancia del bosque apenas si deja pasar la luz.  Es un senda de tierra compacta y bastante trotable pero como me encuentro muy cansado, decido hacerla andando rápido, empujándome con los bastones.  A veces me rebelo y pruebo a correr pero desisto.  Como no consigo arrancar, no queda otra opción que seguir andando rápido y mentalmente, esos kilómetros fáciles, se me hacen eternos.  Y es en este tramo tan sombreado y frondoso y en el que me tengo que parar para colocarme el frontal cuando se me hace de noche, llegando al siguiente avituallamiento en 29 horas y 43 minutos. En realidad llegué mucho antes pero estos tiempos siempre son tomados al salir del avituallamiento.

 

            A este avituallamiento llego entre los aplausos de la gente, reconociendo el esfuerzo realizado.  Son varias carpas que acogen varias zonas, la de descanso por si el corredor quiere dormir un rato y descansar, una zona de masajes, y otra para que los corredores puedan sentarse  y comer y beber mientras les asisten y ayudan sus entrenadores, cuando no los familiares y amigos.   La verdad que entro bastante reventado y algo acelerado, siendo el foco de todas las miradas y recibiendo aplausos de bienvenida.  Incluso un voluntario me quiere quitar los bastones para que me mueva libre por las carpas.  Le digo que no hace falta. Al tratarse de la tercera y última base de vida, decido aprovecharla con la idea de descansar un rato, una hora aproximadamente, y darme un pequeño masaje, pero cometo un grave error. Cansado de tanta agua y refresco de cola, pregunto si hay algo diferente.  En ese preciso momento, observo una botella diferente. ¡Parece zumo!  Pregunto si puedo servirme y al echar el viscoso líquido en un vaso de plástico, miro la etiqueta y leo, ¡en francés, claro!: sirope de grosella.  Me comentan que lo suyo es combinarlo con agua y eso hago.  Me bebo el vaso y reconozco que aquello estaba bueno pero fue mi perdición porque, de nuevo, se activaron todos los problemas estomacales.

 

            En fin, lo dicho, sudoroso, lleno de polvo y barro, algo atrofiado y literalmente exhausto por el cansancio, me subo a una mesa de madera y no a una camilla confortable y ahí me dan un masaje de unos quince minutos en gemelos, cuadriceps e isquiotibiales.    Luego me tumbo un rato en unas hamacas de estilo militar, con una manta de supervivencia.  No me duermo pero al menos descanso algo.  Al cabo de una hora me despierta la voluntaria, tal como habíamos acordado. 

            Al incorporarme, entumecido, paso unos malos momentos.  Me he enfriado y, al malestar general, vienen los temblores provocados por el frío.  Apenas si como algo por que no me encuentro bien y nada me apetece.

 

            Al salir del avituallamiento, los voluntarios me hacen un pequeño control. Me preguntan si estoy bien.  Creo que debería tener la cara pálida porque insistieron varias veces.  Les digo que todo perfecto. ¿Qué les voy a decir? Justo al salir y cruzar el puente, volví a vomitar, otras 4 o 5 veces.  Me quedé regular, sin fuerzas pero como el tramo era fácil, por asfalto, seguí andando.  Varias veces pensé en darme la vuelta y dejarlo pero pensaba que no había hecho una preparación, un viaje a Niza, a los Alpes Marítimos, a la Ultra Trail Mercantour, a esta nueva aventura para desistir tan fácilmente.  El problema es que, a pesar de haber vomitado no me encontraba bien.  Tenía el cuerpo cortado, sin fuerzas y con evidente malestar.  Son aproximadamente las 11 de la noche y con más de 30 horas de carrera.  A los pocos kilómetros voy entrando en calor y ya me sobra la chaqueta impermeable.  Dejo el asfalto y volvemos a los senderos de montaña, a esas sendas empinadas donde el efecto palanca de los bastones es fundamental.  Me cruzo con otro voluntario, muy amable, al que le pido un vaso de agua, que me sirve con sumo gusto.  Vuelvo a incidir que esta Ultra tiene repartido infinidad de voluntarios cada pocos kilómetros, en algunos hay punto de control donde te toman el tiempo, en otros no.  Salvo alguno, la mayoría me saludaban con una sonrisa, advirtiéndome de lo que fuera menester e indicándome el camino a seguir.

 

            Inicio una primera ascensión que se me hace interminable.  Realizo incontables paradas.  Me pasan algunos corredores que en seguida pierdo en la distancia.  No me encuentro bien y voy penando. Sigo parándome.  Trato de distraer la mente divisando las luces del valle y arriba, las de las estrellas.  Cruzo otro punto de control, ya de madrugada, con su tienda de campaña y su hoguera, en el que el voluntario es un “chavalín” de unos 12 o 13 años, no más.  Supongo que su padre o su madre no andarían muy lejos.  Pasadas varias horas, ya en plena aurora, en lucha contra mi mente y mi cuerpo, logró superar la primera ascensión, toda ella casi en solitario. Por suerte, disfrutamos de una noche agradable con el cielo estrellado.  Después del ascenso, el terreno se suaviza e intento correr pero no voy.  Me tumbo un rato en una roca grande, al lado del sendero, a intentar descansar, pero lo único que consigo es quedarme frío.  Este enfriamiento, supongo, me provoca que se active un dolor en la articulación de la rodilla derecha (pata de ganso), dolor que ya no me abandonará hasta finalizar la carrera.  A veces el nuevo dolor se hace insoportable y ya no sé que es peor si el malestar general o la articulación lateral de la rodilla derecha. 

 

            Es también en este tramo cuando de nuevo vuelvo a vomitar otras tantas veces pero creo que lo único que llegué a expulsar es bilis porque el estómago estaba vacío.  ¿En la hora que tomé aquel sirope de grosella? En fin, como diría el refrán, “a perro flaco todo son pulgas”.

           

            En esas circunstancias  llego a un refugio de montaña del que veo salir a un corredor.   Al fondo, en mitad de un descampado, un helicóptero de la organización está a punto de despegar.  Al salir el corredor que se encontraba en la cabaña, aprovecho para acercarme a la voluntaria y le pregunto si me puede dar algo de comer o beber.  Me dice que no, que sólo están para la seguridad de los corredores.  Todo esto entendiéndonos chapurreando palabras en francés, italiano y español.   Entonces le digo que me encuentro bastante mal, que no paro de vomitar y que me duele la rodilla.

            

           Me hace pasar a la diminuta y acogedora casa de madera, auténtico refugio de montaña, con su chimenea y su candil.  Me prepara un té caliente y hablamos un poco.  Me dice que tenemos que esperar a la enfermera, que está en el helicóptero.  Luego entra otro voluntario. Hablan en francés y a mi se dirigen en italiano.  Todo me parece encantadoramente surrealista.  El té caliente me sienta fenomenal.  Vuelve la enfermera y me toma la tensión y me mide el azúcar en sangre.  Los resultados indican que todo parece ir bien.  Luego me aplica una pomada analgésica sobre el lateral de la rodilla.  Me pregunta si puedo continuar en carrera.  Entiendo que si me hace esa pregunta es porque cree que estoy en condiciones de seguir.  Además, pienso, y me pregunto: ¿qué iba a hacer allí, viendo pasar corredores, durante horas y horas?  Se que al día siguiente me iba a arrepentir.  Le digo que si, que voy a intentar continuar, por lo menos, con la intención de llegar al siguiente avituallamiento. Ahí ya decidiré qué hacer.  

           

            Hago en este punto un pequeño paréntesis en la narración de la UT Mercantour.  Creo que este modo de proceder en una ultra cuando las fuerzas o algún malestar o dolor nos lastran y la mente nos mueve a abandonar, puede servir como uno de los pocos, o tal vez el único consejo que puedo dar a cualquier corredor “popular” de una ultra, es decir, no rendirse tan fácilmente siempre que la salud no esté en verdadero riesgo.  No entregarse a la desesperación y al abatimiento y no actuar en caliente.  Siempre intentar llegar al próximo punto de control y/o avituallamiento, sin entregar el dorsal al primer voluntario que veas.  A pesar del sufrimiento y la fatiga, tratar de reflexionar, dejar pasar el tiempo, descansar en la medida en que se pueda, para ver si el cuerpo y/o la mente se recuperan y se cambia de opinión.  Pasadas las horas que te puedes permitir, según los tiempos de corte para poder finalizar la ultra, es cuando hay que sopesar si puedes y quieres o si solo quieres pero verdaderamente no puedes. ¿Tú decides? ¿Seguir sufriendo unas cuantas horas más o no?

 

            Vuelvo a la narración. Como digo, todas las paradas en una ultra cuando las cosas no van bien, siempre son bienvenidas, y a veces un rato de charla, unas palabras de ánimo, el fulgor de un recuerdo, una bebida caliente, pueden hacerte resurgir.  En mi caso, salgo del refugio de montaña con ánimos renovados, algo mejor del estómago pero con un fuerte dolor de rodillas.  Sin embargo ese euforia se diluye pronto. Después de unos primeros minutos de optimismo vuelve la auténtica realidad de mi estado.  Afronto la subida al Mont Archas con una altitud de 2526m, con numerosas paradas,  sobrellevando una respiración acelerada, un dolor en la rodilla “in crescendo” y un malestar general, y preocupado, viendo el perfil, por la segura y muy inclinada bajada técnica que me esperaba.  Y así fue, no estaba equivocado.  Otro descenso campo a través, parecido al del Mont Tournairet, pero más prolongada. Se trata de una nueva bajada con un desnivel muy pronunciado (casi para hacerla rodando), larga y salpicada de socavones y surcos, tierra y vegetación baja, sin atisbo de una senda que encamine nuestras pisadas y en los que las únicas guías son las balizas que, por cierto, a veces cuesta divisar. Intento bajar con sumo cuidado, pendiente de no caerme, de no resbalar y concentrado en no tropezar o doblarme un tobillo y en comprobar que sigo el camino correcto.   Me pasan varios corredores. También tuve que hacer varias paradas en el descenso porque el cuerpo no me respondía.  Algún corredor, al pasar a mi vera me pregunta, en francés, como voy.  Cuando nos miramos, mi cara lo dice todo.  Sigue su camino y yo vuelvo a levantarme para seguir avanzando.  Sentía que me faltaba oxígeno y el dolor en el lateral de la rodilla derecha me estaba fustigando sin tregua.   Para rematar el momento, se me apaga el frontal de forma inesperada.  Menos mal que llevo uno de repuesto y puedo seguir sin mayor problema.

 

            Y así, en esas circunstancias voy haciendo esos duros kilómetros hasta que un sendero definido comienza a abrirse camino en el bosque.  Al cabo de cierto tiempo comienzo a vislumbrar las luces y el ruido de los generadores del avituallamiento de Vallon d,Anduébis, una carpa a 1500 metros de altitud, en un descampado, en medio de altas montañas y sobre el kilómetro 120.  Son las 5 de la madrugada aproximadamente y hace fresco.  Llego muy tocado, tanto física como mentalmente. No tengo ganas de comer.  No acabo de recuperarme de esa sensación de malestar general pero albergo la posibilidad de que puedo continuar. Voy con bastante tiempo sobre el corte en ese punto kilométrico y tal vez, si consigo descansar pueda recuperarme.   Para nada me importa el puesto y el tiempo, mi único objetivo es acabarla y apenas me quedan 23 kilómetros.  En un apartado de la carpa hay 3 o 4 corredores tumbados en cartones y arropados con las mantas de supervivencia.  Hablo con la voluntaria de ese avituallamiento y le digo si es posible que me haga un hueco para poder dormir un rato.  La voluntaria me prepara el hueco pero ya no quedan cartones.  Utiliza una manta de supervivencia para protegerme del suelo y otra manta de supervivencia para resguardarme del frío.   En este tramo, de apenas 13 kilómetros, he tardado la friolera de más de 6 horas, lo que muestra el lento avance realizado en este intervalo.  Puede que haya sido uno de los peores momentos que he pasado en una ultra.

 

Los corredores siguen pasando.  La claridad del día avanza.  Apenas si he dormido pero, al menos ha servido para que mi cuerpo descanse.  Los corredores tumbados en los cartones han seguido su camino y nuevos corredores ocupan sus sitios, se tumban y tratan de dormir algo.

Necesito comer algo si quiero terminar la carrera.  Me preparo un pequeño bocadillo con salami y queso y un vaso de café.  Parece que mi estómago lo acepta bien.  Tengo frío y el cuerpo algo entumecido pero me levanto, cargo los bidones flexibles de agua y despidiéndome de los voluntarios, emprendo la marcha y la dura subida al Mont Pépoiri, con una altitud de 2674 metros.   Son las 7 de la mañana del domingo y llevo en carrera unas 38 horas y obviamente, he bajado muchos puestos, hasta el 150, pero tal como lo estoy pasando, me sentiré feliz si consigo terminarla.

 

La subida es a través de un sendero inexistente, con mucha pendiente, paralelo al bosque y bordeando una gran mole de piedra.  En seguida, el sol empieza a calentar y a sobrarme toda la ropa. Subo a un ritmo lento pero constante y casi sin paradas.  Intento controlar la respiración.  Aún así, adelanto a varios corredores.  Dejamos atrás un enorme refugio de montaña que parece abandonado.   Las vistas son espectaculares. A la izquierda se distingue el Mont Archas y la pronunciada ladera que bajamos en la madrugada.  El Mont Pépoiri ni siquiera se divisa.   Una vez atravesado una pequeña y verde planicie donde una pareja de voluntarios, muy jóvenes, nos escanean el dorsal, seguimos ya en zona de alta montaña y terminamos de bordear la gran mole de piedra.  Todo es un páramo de piedra y rocas y en lo alto, ya si se distingue el vértice geodésico del Mont Pépoiri.  Y por fin, corono el punto más alto de la ultra y ahora viene una larga bajada. Los primeros tramos son técnicos, luego suaviza.  Ahora si que puedo decir que la Ultra la he conseguido pero todavía me quedan unas cuantas horas de sufrimiento.  Apenas si puedo correr.  Siento un cansancio extremo pero ya voy descendiendo a ritmo rápido, con mucho calor.  Un grupo de montañeros disfrutan de la mañana, junto a su tienda.  Me animan y me ofrecen agua.  Se la acepto y sigo mi camino.  Otro punto de control y sigo bajando ya por carril mientras disfruto de unas preciosas vistas, con el pueblo, creo que de Saint-Martin-Vésubie, en el fondo del valle, buscando con la vista La Colmiane. Troto a ratos pero prefiero parar.  El dolor en el lateral de la derecha rodilla sigue molestando. Nos cruzamos con muchos senderistas y gente entrenando.  El día es espléndido.

 

Y en ese estado llego al último avituallamiento, la estación de invierno de Valdeblore La Colmiane, kilómetro 133, en 43 horas y 24 minutos, sobre las 12:25 horas de la mañana del domingo en el puesto 147.  Un nutrido grupo de voluntarios, casi adolescentes, nos atienden.  Como queso y jamón cocido, bebo algo de refresco de cola, relleno los bidones de líquido y al cabo de cinco minutos, salgo para afrontar los últimos 10 kilómetros.   El calor sigue apretando.  Tras una subida por carril, cruzando la zona de las pistas de esquí, la carrera se adentra por un sendero boscoso.    En seguida, una pléyade de corredores me sobrepasan a buen ritmo.  Es el trail de 25 kilómetros.  Me incitan a correr pero me entra la risa.  Algunos nos reconocen de la ultra y nos animan.  Cruzamos el pequeño pueblecito de Venanson y giramos a la izquierda buscando la ansiada meta: Saint-Martin-Vésubie.

 


Sobre las 14,30 del domingo, después de 45 horas y 32 minutos, superados casi 145 kilómetros y 10400 de desnivel positivo, consigo llegar a meta. Como siempre el mismo ritual, pliegue de bastones y despliegue de la bandera de mi club, Trail Running Málaga.  Al final, puesto 147 de 204 finisher de más de 400 corredores que partieron de Niza en esta dura Ultra.  Otra más a la saca y tras un largo descanso espero, a finales de septiembre, poder afrontar la Long Trail Sierra de Segura en Santiago-Pontones.