2016 - VI HARIA EXTREME DE LANZAROTE (102 km. y 3200 +) 19 de noviembre de 2016

VI HARIA EXTREME LANZAROTE (102 KM. Y 3200 +)
19 DE NOVIEMBRE DE 2016

Han pasado más de dos semanas desde que conseguí terminar la Haria Extreme de Lanzarote y al final me he puesto a escribir la crónica de la última prueba de la Spain Ultra Cup 2016.

  Me ha costado, todo hay que decirlo.  Hay veces que me resulta más fácil sentarme y teclear y recordar lo vivido que en otras.  Y mira que esta carrera no defrauda por la espectacularidad de sus paisajes. Supongo que también se deberá a las sensaciones que uno ha padecido durante la carrera y que, a veces, intenta contar a los demás pero que en otras, piensa uno, ¡que más da!  Si lo único que he hecho ha sido luchar contra uno mismo para no abandonar y poder llegar a meta aunque sea de forma agónica.


En fin, con la intención de recordar estas vivencias que, con el tiempo, tienden a olvidarse y casi desparecer, y también para que aquellos corredores que tengan a bien leer esta experiencia y con ello tengan un mayor conocimiento y sepan algo más de esta ultra, aquí dejo una breve historia de mi calvario por la Extreme de Lanzarote.


Bueno, para empezar diré que esta ha sido la carrera en la que más turismo he hecho, salvo el año pasado en la UTMB.  Llegué el jueves, alquilé un coche y esa misma tarde me acomodé en el hotel, en Costa Teguise, visisté el entorno, hice una pequeña compra y por último, me dirigí  a Haria a recoger el dorsal.

Al día siguiente, prácticamente me recorrí buena parte de la isla y quedé gratamente impresionado por su espectacularidad.  Pude ver, in situ, algunos tramos de la carrera bordeando un sinfín de volcanes, el lugar de la salida, el echadero de camellos, el Parque Nacional de Timanfaya, el Parque Natural de los volcanes, etc.  Paré en varias bodegas.  Hacia un sol radiante y se disfrutaba sentado, tomando un café y viendo tanto volcán.   Por todos lados mucho turista extranjero y también mucha bicicleta de carretera y de triatlón.  Supongo que el efecto del Ironman de Lanzarote tendrá su influencia.  Eso sí, la vegetación en la isla es nula. Algunas palmeras desperdigadas, los viñedos y poco más.  Son paisajes de un tono entre grisáceo y amarillento, desérticos, lo cual no quiere decir que sean feos, todo lo contrario.
Lo que si que quiero destacar es que las carreteras están muy bien y no hay excesivo tráfico. Sitio ideal para pasar una semana de entrenamiento haciendo ciclismo y también trail.
En cuanto a la carrera, si advertí que la mayoría de los senderos contaban con mucha arena y eso, a la larga, iba a suponer un desgaste mayor de lo normal.  No es como correr por la playa pero en algunos tramos…casi.

En fin, de regreso al hotel y tras comer algo, como siempre, a preparar la logística, dorsal, etc.  Puse el despertador a las 3 de la mañana.  Sin embargo, no llegué a pegar ojo por culpa de los vecinos de habitación. Es anecdótico pero lo cuento.   Durante el día ya escuchaba una musiquita de transistor de los años 60, por lo menos.  ¿Dónde vendrá esa música?  En una de las salidas inspeccionando el hotel, me doy cuenta que junto a mi terraza están sentados 2 parejas de extranjeros octogenarios, con el pelo canoso y más bien, con aspecto de fumadores empedernidos y, claro, uno de ellos llevaba el “maldito” transistor.  
Me acuesto pronto y durante hora y media o más tengo que aguantar el espectáculo musical del hotel para entretener a la clientela.  Mi habitación estaba cerca del hall del hotel y del bar.  Hasta ahí, ¡soportable!.  Cuando creía que había terminado, empezó la musiquita del transistor.   Al principio, tratas de dormir con ella pero empiezas a dar vueltas y más vueltas y nada… ¡qué no hubo manera!  No soy de los de protestar demasiado pero tenía la sensación de que la música iba a más.   La cuestión es que llegado un momento me harté y propiné varios golpes fuertes en la pared, a ver si se daban por aludidos, pero nada…

Opté por vestirme y llegar a recepción para quejarme de la música de los vecinos.  Era la 1,30 de la madrugada.  El de recepción me acompañó y llamó a la puerta de la habitación de los guiris.  Yo entré en la mía.  Creo que llamó a la puerta por espacio de 5 minutos, cada vez más fuerte y los guiris sin abrir y la música seguía sonando.   No sé porque no abrieron, puesto que escuchar, se escuchaba.  A todo esto, el de recepción, “un poco mosca”, volvió a su puesto y les llamó por teléfono.  Lo cogieron y por fin, cesó la música pero empezó la tos.  Supongo que el guiri no lo hizo con esa intención, pienso, pero la hora siguiente se la tiró tosiendo y yo sin dormir ni media hora.  En fin, historias para no dormir.  Al final me levanté.  No hizo falta que sonara el despertador.  Me fastidió pero al rato, una vez vestido y ya en el coche conduciendo hacia Haria, casi ni me volví a acordar.  

Sobre las 4,15 de la mañana ya estaba en la Plaza de la Iglesia de Haria, esperando para que nos recogiera el autobús para llevarnos al otro extremo de la isla.  En seguida, se llenó de corredores.  Saludé a Mayayo, al que le pedí que me hiciera una foto con la bandera de Trail Running Málaga.  Ya en el autobús, la directora de la carrera nos deseó mucha “mierda” y nos advirtió que la carrera, a partir del risco de Famara era otra bien distinta y que guardásemos fuerzas. ¡Cuánta razón!

Sobre las 6 de la mañana el autobús nos soltó en el “echadero de camellos”, Parque de Timanfaya, lugar con aspecto marciano donde los camellos cargan a los turistas y los suben por las dunas.  
Todavía era de noche y hacía bastante frío, por lo que muchos corredores, yo entre ellos, decidimos acercarnos a los servicios públicos para resguardarnos.  Ni que decir tiene que aquello “petó” de corredores.  Alguna incluso, sacaba la manta térmica para resguardarse.  ¡No era para tanto¡

Según se acercaba la hora nos dirigimos a la zona de arena, flanqueado por dos centenares de camellos.  Justo estaba amaneciendo y la llanura de piedra volcánica que se nos abría ante nosotros con los primeros rayos de sol, nos invitaba a correrla.   Y así salí, demasiado rápido.   Los primeros 4 kilómetros de llanura volcánica a 5 minutos el kilómetro.  Como siempre, mi dolor en los isquiotibiales de la pierna izquierda.  Ya es una molestia crónica que la voy tratando pero persiste.  Casi siempre me deja correr pero cuanto más alargo la zancada, más me duele, es decir, que llevo bastante tiempo que lo de entrenar series “va a ser que no”, aunque antes, cuando no tenía esa lesión, tampoco es que lo hiciera muy a menudo.  Supongo que soy uno de esos corredores que no quieren salir de su “zona de confort”.


 En fin, los primeros kilómetros como siempre son también de tanteo corporal.  Ninguna molestia por aquí, ninguna molestias por allí.  Parece que voy bien.  Si que es verdad que desde el principio notaba cierta pesadez de estómago pero muy liviano. Toca disfrutar, ahora que tengo fuerzas y, claro, lo típico.  Te unes a un grupo, te fijas en varios y tratas de mantener su ritmo.   Pero bueno, como llevaba bien la respiración y las piernas respondían, seguí a ese ritmo.   Atravesamos el pequeño pueblo de Uga y tras un tramo de asfalto, empieza la arena y los senderos de un aspecto negruzco, lo que viene siendo arena volcánica. Como es algo novedoso, gusta. Eso sí esta arena, como todas, cuando te quieres dar cuenta ya te ha entrado en las zapatillas. Como el desnivel no es muy elevado, salvo algún repecho, casi todo lo hago corriendo.  Subimos varios montes y de repente, estás al otro lado de la isla, avistando al fondo Puerto del Carmen y Arrecife y más al fondo, Costa Teguise.  La verdad es que la isla es pequeña pero encantadora. Tras bajada por carril otra subida fuerte con mucha arena.  Por ahora me encuentro bien.  Ya he bajado el ritmo y llevo bien la respiración.   Asciendo por arena y bajo por arena, entre los viñedos y las oquedades constructivas del lugar.  Bajamos a la carretera y justo en una de las bodegas donde había estado el día anterior, está el primer avituallamiento, La Gería, kilómetro 13,6.  Apenas si paro.  Un trozo de plátano y un vaso de isotónica.   A partir de ahora, toca correr mucho por llano, entre las plantaciones de los viñedos y los volcanes que jalonan todos estos parajes.  Del día anterior recuerdo el nombre de varios de ellos: montaña colorada, montaña negra y montaña del cuervo.  Son pequeños volcanes, la mayoría entraron en erupción en Lanzarote entre 1730 y 1736.  Bordeamos estos volcanes.  Me sigue entrando arena en las zapatillas y a veces me molesta pero decido no parar.  Durante los primeros kilómetros mantengo el ritmo de una chica que va bastante sobrada y un italiano, el cual se paró varias veces a sacudirse las “bambas”.  

Dejamos atrás la zona de los volcanes y entramos en otra inmensa llanura, rodeada por piedra volcánica camino del siguiente avituallamiento, Mancha Blanca.  No paro de correr.  Son carriles con arena y piedras.  No es un terreno técnico aunque antes de llegar a Mancha Blanca si que nos metieron por un sendero con algún tramo algo más complicado. 

Por Mancha Blanca, paso en el puesto 88 de la clasificación y con 2 horas y 50 minutos.  Ya son las 10 de la mañana.



Pasado el avituallamiento de Mancha Blanca, kilómetro 27, donde paré unos minutos para comer varias barritas de Overtims, refresco de cola, isotónico y algún plátano, emprendemos una ligera subida por sendero pedregoso, una nueva bajada y otra subida y de repente, aparece ante nosotros una inmensa llanura y al fondo los acantilados de Famara y la isla de la Graciosa.  ¡Grandioso!  Por esta zona sopla bastante viento en contra y en algunos tramos el carril también cuenta con bastante arena, por lo que con ambos obstáculos correr se vuelve más duro si cabe.  Ya son más de 30 kilómetros en las piernas y el cansancio empieza a hacer acto de presencia pero el paisaje lo calma todo.   Por estos lares, voy solo, algún corredor a más de 200 metros por delante y otros, a lo lejos, por detrás, inmerso en mis pensamientos.  
Poco a poco, me voy animando porque adelanto a varios corredores mientras nos encaminamos hacia la zona costera.   Nuevo avituallamiento, Soo, otro pueblo blanco típico de la isla, en el kilómetro 38.   Como sandía, refresco de cola, queso y jamón. 
Comí varios trozos de sandia pero tampoco en exceso.  Lo digo porque a partir del kilómetro 65 me empezó a doler la tripa pero bueno, ya llegaremos a ese punto.  Aquí coincido con otro italiano, Giorgo Zanninello, un veterano bastante dicharachero venido de la zona de los dolomitas.  

Vuelvo a salir rápido por sendero pedregoso en una zona bastante desértica y abandonada.  Adelanto a un chico con un pantalón rosa y empieza una nueva bajada, está vez más pronunciada en dirección a la costa.  Como siempre, la arena que nos acompaña y martiriza.  Hace mucho viento y el bramido de las olas al chocar contra las piedras negras nos acompaña durante un buen rato.   La pesadez de estómago se incrementa y con ello también el sufrimiento.   La molestia en los isquiotibiales de la pierna izquierda no me quiere dejar.  En otras carreras, el dolor me abandona a los 15 o 20 kilómetros.  Esta vez no.   Cada vez nos vamos acercando a los gigantescos acantilados y al fondo, la isla de la Graciosa.  Sigo corriendo.  
Giorgio y otro corredor al que luego conoceré, me adelantan justo al llegar al avituallamiento de Caleta de Famara, kilómetro 48, un pueblecito pesquero con una playa que te deja sin palabras.  De las que nos gustan a todos, de arena fina en la que te puedes adentrar sin que apenas te cubra, con esas olas que se esparcen mansamente en la arena. Hay bastante gente tomando el sol y bañándose, otros haciendo surf.  Si aquello no es el paraíso, pienso que le falta poco y más desde nuestra perspectiva, corredores cansados y sudorosos trotando por la arena de la playa con una pedazo subida en ciernes y cuando más calienta el sol.  
Por este punto de control subo hasta el puesto 79 y con cinco horas y 29 minutos de carrera.
En el avituallamiento coincido de nuevo con el italiano que va alegrando y animando a la gente, tan pronto te pinta un corazón en la playa con los bastones y se lo dedica a una pareja, como da un brinco o un giro y saluda al primero que se le pone a tiro como si lo conociera de toda la vida. ¡Todo un personaje!

Al llegar a este avituallamiento ya me doy cuenta que algo me pasa.  No voy bien del estómago y voy más cansado de la cuenta.  Me está repitiendo la sandía.
Empieza la subida al Risco de Famara.   Hay un primer tramo de asfalto, paralelo a una urbanización.  Vamos en fila de a uno.  Aquí entablo relación con un madrileño, militar, de unos 39 años, destinado desde hace más de 10 en Fuerteventura.  Creo que me dijo que era sargento.  Es bastante hablador y en poco tiempo nos vamos contando, de forma resumida, nuestras vidas así como alguna que otra carrerilla.   La subida es bastante técnica.  Me empiezo a sentir más fatigado de la cuenta.  Será el calor o que no me he hidratado bien, lo cierto es que al problema estomacal se unen calambres en los gemelos.  Durante la subida recibo varios amagos.   A pesar de ser unos 600 metros de desnivel positivo, parece la subida de la UTMB, la de Tete aux vents ¡qué dura!  En la subida nos adelanta una chica con unas enormes coletas y juntos, los tres, realizamos la ascensión, ora charlando, ora en silencio. Esta chica comentó que la Haria Extreme era su quinta ultra, junto con otras 29 carreras más por montaña hechas en 2016.   A la postre, al día siguiente subiría al escenario de Los “jameos” del agua, creo, que como segunda en la Copa Ultra de la Federación Canaria.

Al llegar arriba, se bordea parte del acantilado por un senderito que en algunos sitios se estrecha y a un lado hay una caída de más de 400 metros.  Por si las moscas, aquí, ni un tropiezo.  A lo lejos ya queda el pueblecito pesquero de Famara y su preciosa playa.  Llegando arriba los tres (el militar y la canaria Ultrera de enomes coletas) somos alcanzados, de nuevo, por el italiano Giorgio.  

En este tramo de llaneo bajo algo el ritmo.  Los calambres en los gemelos remiten o eso creía pero el problema estomacal se acrecienta.  Al llegar al avituallamiento de Lomo Cumplido, kilómetro 56 es cuando me doy cuenta que el estómago se me está cerrando. Me obligo a comer algo.  Como un poco de queso y jamón pero no me entra la bebida isotónica.  Bebo un vaso de refresco de cola y poco más.   Allí dejo a mis compañeros de fatigas, dos de ellos bien asistidos por sus parejas mientras el italiano se zampa un bocadillo de jamón y queso.    

Ahora toca bajada por una zona, a veces técnica, otras veces no, algún tramo con mucha piedra y arena y otros senderos más limpios.  La parte alta tiene algo de vegetación, arbustos del tipo tabaiba y poco más.   Apenas si hay árboles.  Es siempre un paisaje típico canario, es decir, bastante desértico.

Lo cierto es que en estos kilómetros hemos cruzado la isla de norte a sur.  Ya en la zona sur de la isla, entramos por el pueblecito de Mala y empezamos a bordear la costa por un sendero bastante técnico, con mucha piedra donde cuesta correr.  Algunos tramos están bastante cerrados por restos volcánicos.  Hay que tener cuidado de no tropezarse.  Sigue haciendo bastante viento y las horas van pasando y el cansancio se va acumulando.  Algunos tramos los hago andando, en otros me esfuerzo en correr.  Me alcanza la canaria de las grandes coletas y al poco también el italiano y el militar que me saludan muy sonrientes.   Creo que estos dos se han caído en gracia y la van a hacer juntos. ¡Me parece muy bien.! 
Por mi parte, siento que no voy bien. 
Llegamos al siguiente avituallamiento, el pueblo de Arrieta, kilómetro 65, en una carpa en medio de la playa.  

La verdad que la carrera está bien organizada y con un balizaje aceptable. Ni una queja por los muchos voluntarios, la mayoría chicos y chicas jóvenes, pero en cuanto a los avituallamientos creo que hubiese venido bien más variedad.  En todos había lo mismo, sandía, melón, naranja, y queso y jamón cocido sólo en algunos y de bebidas, siempre las mismas, isotónica de Overtims, agua y refresco de cola.  Eché de menos algo de café, algún caldito, chocolate, carne de membrillo, etc.  Pero bueno, es lo que había.

Supuestamente, aquí daban un plato de pasta.  Pero lo que hay es pasta en forma de caracoles sin nada, ¡a palo seco!.  Bueno, un compañero de fatigas me dice que hay orégano.  ¡Va a ser que no!.   Busco acomodo en una silla y me siento a comer los caracoles.  Siento como los gemelos y los cuadriceps me tiemblan.  Creo que voy “un poco deshidratado” pero soy incapaz de tomar isotónico.  Lo único que me entra es refresco de cola y tampoco mucho y algo de agua.

A pesar de todo, por este punto sigo mejorando y ya estoy en el puesto 71.  Obviamente, esto ni lo sé y casi ni me interesa durante la carrera pero ya que la organización, cuenta con live trail siempre resulta interesante consultar las estadísticas y los tiempos de paso.  Lo dicho, por este punto el tiempo de carrera se ha disparado a 8 horas y 35 minutos y son ya casi las 16 horas de la tarde.

Tras salir del pueblo de Arrieta me digo que tengo que tratar de solucionar los problemas estomacales y por lo que veo, ya todo va a ser avanzar en modo sufrimiento pero hay que ser finisher.  A los problemas estomacales, se ha unido un cierto dolor de tripa que, no sé porqué, achaco a la sandía. En varios avituallamientos he comido sandía y por la razón que sea no me ha sentado nada bien.   El problema estomacal que voy lastrando desde Famara me está complicando la carrera.
Aunque después de la carrera es lo primero que se olvida, cuando uno ya lleva tantas horas y el cansancio te hace mella, cada paso, el esfuerzo de cada zancada se multiplica y personalmente, el dolor muscular se torna punzante y a veces resulta duro soportarlo.

Volvemos a subir por una zona con muchas piedras y alguna que otra cavidad.  Empiezo a sentir nuevos amagos de calambres y en efecto, en una de esas zancadas para salvar un elevado escalón, siento el latigazo en la pierna derecha.  La contracción es bastante fuerte, incluso llega a contracturarse parte de los cuadriceps de esa misma pierna.  Intento disimular el dolor cuando me adelantan dos corredores.  Les digo que estoy bien, que se me ha subido un gemelo.  ¡Qué dolor!  No sé ni como ponerme.  Poco a poco va pasando.

Más mal que bien consigo recuperarme y continuar el ascenso.  Al llegar arriba, varias familias nos animan efusivamente.   Sigo vivo pero mentalmente algo tocado.  Ahora la carrera se torna más fácil.  Son tramos de sube y baja, por carril entre fincas privadas con muros de piedra autóctona.  Algunos tramos los hago corriendo a trote y cuando hay cierto desnivel los hago andando.  

Por esta zona entablo relación con un holandés gigante de avanzada edad, como mínimo, más de 50 años.  Me adelanta pero como entramos en una zona de asfalto en bajada, me dejó llevar y troto junto a él más de un kilómetro.  Me pregunta de donde soy, etc.  El es de Amsterdam pero como él no habla español y yo no hablo inglés la conversación no da para mucho.
Lo que si me hizo gracia es que, de repente le veo sacando de la mochila patatas fritas.  Me ofrece y le digo que no.  Gracias.
-          ¡Patatas fritas!, le digo mientras le miro con una sonrisa.
-          Si, patatas fritas holandesas.

Al final avanza a un ritmo superior al mío y vuelvo a quedarme solo.  Me doy cuenta que estamos pasando muy cerca de Haria pero el camino tuerce a la derecha, de nuevo, a la costa, en busca del pueblo de Orzola.  Ya está empezando a caer la tarde y de vez en cuando comienza a refrescar.  Sigo con los problemas estomacales.  De hecho llevo una barrita de avena que no quiero ni probar, amén de varios geles.   Estoy deseando llegar al avituallamiento y cuando llego no pruebo bocado.  

Antes de llegar al siguiente punto de control, nos sacan del carril y nos meten por una zona muy pedregosa, con piedras de todos los tamaños y colores, donde cuesta avanzar, donde apenas si se distingue el sendero.  Por suerte, lo hice de día porque de noche salir indemne de ahí, sin un esguince de tobillo o algo peor, es digno de admiración.  Claro, lo de Extreme tenía que salir por algún sitio.  Hay que darle salsa a la carrera.   Es un tramo complicado donde hay que estar muy concentrado para saber donde pisas.

Consigo salir y en pocos kilómetros de bajada, otra vez corriendo, llego al avituallamiento de Orzola.  En esta bajada coincides con los que suben y nos damos ánimos mutuamente.  Ya es de noche.  Me coloco el frontal.  Allí coincido de nuevo con el holandés.  Una alegría.  Sigo fatal, con el estomago cerrado. No me apetece comer nada, a los sumo un vaso de refresco de cola.   Ahora tenemos que hacer cinco kilómetros más, dos kilómetros y medio hasta el pueblo de Orzola y otros 2 y medio hasta llegar de nuevo al mismo avituallamiento.

Decir que a diferencia de los demás, aquí solamente hay una voluntaria, muy amable por cierto, que no para de trabajar. Preparando la bebida isotónica, cortando sandía, plátano, trozos de naranja y a todos indicándonos que tenemos que seguir hacia abajo, llegar al pueblo y volver.  

Salimos juntos el holandés y el que escribe.  Sigo regular pero me consuelo pensando que los kilómetros siguen avanzando.  Seguimos el cauce seco del arroyo.  Es un tramo bastante peligroso y técnico hasta que llegamos al tramo asfaltado del pueblo.  Corremos por el paseo marítimo y giramos a la izquierda para volver sobre nuestros propios pasos, a través de un sendero flanqueado por arbustos bajos. 

Cada vez refresca más.  Muy cerca se escucha el choque impetuoso de las olas rompiendo contra la costa.   A pesar de lo mal que voy, sigo corriendo y mantengo el ritmo del holandés.

A causa de tanto arbusto el de Amsterdam no ve una piedra y se da un buen rodillazo.  Exclama algo en inglés. Se para, sangra un poco pero no es grave.  Me paro y le pregunto si está bien. 

Seguimos juntos.  Ahora toca perderse.  No vemos las balizas.  Atravesamos una zona con varios muros, campo a través.  Por suerte, volvemos a dar con la señalización de carrera.  Al poco tiempo, estamos de nuevo con la voluntaria del avituallamiento de Orzola.  Y aquí es donde digo basta.  La voy a terminar pero no puedo dar una carrera más.  Con el estómago cerrado y casi sin comer nada, medio deshidratado, tarde o temprano, me iba a pasar factura.

Siento un ligero mareo y decido sentarme.  El holandés se sigue avituallando y se marcha.  Unas chicas me animan diciendo que ya me queda poco.  Les digo que no me encuentro muy bien.  También siento un poco de ansia.  Tal vez vomitar me podría aliviar o ponerlo todavía peor.  ¡Con lo que a mí me gusta la sandía!

De todos modos, tampoco puedo estar mucho tiempo sentado por que los gemelos y cuadriceps comienzan a latir y además, notaba que me estaba enfriando bastante rápido.

Tras unos cinco minutos, vuelvo a ponerme en marcha.  Ahora toca subida.  Mientras avanzo charlo un rato con uno de Bilbao pero en seguida me deja.  No puedo llevar su ritmo.  Aún así, en esta subida, todavía los hay que empiezan a bajar. Nos saludamos y nos damos ánimos.

La boca se me vuelve pastosa.  Lo dicho, destemplado, deshidratado y con un enfriamiento en el estómago, pasándolo realmente mal empiezo a subir la cuesta hacia el Mirador del Río.   Me tomo un gel y bebo agua.   De vez en cuando lanzo un grito al aire en mitad de la noche, tal vez para desahogarme, tal vez como un modo de liberación.  No lo sé.  Voy sólo y hace bastante viento y frío.  Ningún frontal por delante y uno por detrás.  A mediación de la subida me adelanta. Por suerte la subida no es técnica y aunque con esfuerzo y mucho padecimiento y algún que otro grito, llego al penúltimo avituallamiento, mirador del Río, kilómetro 88.  Ya son 13 horas y 22 minutos de carrera y casi las 9 de la noche.

Una voluntaria me pregunta si me rellena los softs flask.  Le digo que “voy regular” y que me quiero sentar un rato.   En el avituallamiento hay fruta y dátiles y como siempre, isotónico, refresco de cola y agua.  Pregunto si hay caldo caliente.  No.  Pido a ver si tienen un réflex.  Tampoco. Bueno, ¡qué se le va a hacer!  De todos modos, agradecer a los voluntarios que se esforzaron en buscar el réflex.

Lo dicho, con el malestar en el estómago no me apetece nada.  Otro vaso de refresco de cola. Me empiezo a enfriar y me pongo el impermeable. Las piernas me tiemblan y el cuerpo está aterido. Al cabo de varios minutos, al intentar levantarme me doy cuenta que apenas si puedo caminar.  Tengo las dos piernas acalambradas y siento por todo el cuerpo un fuerte entumecimiento provocado por todo un poco, la deshidratación, el cansancio, el dolor de tripa, etc.   Vuelvo a ser consciente de lo mal que estoy.

Le pregunto a uno de los voluntarios como es el terreno que me queda, a ver si me anima.  Todo lo contario.  Se muestra muy realista. Me dice que la subida de Guinate es muy dura y que si voy contracturado lo voy a pasar mal.  Me hago al cuerpo. ¡Vaya!  Creo que me estaba insinuando que me retirara.

Comienzo el descenso, primero por asfalto, luego por sendero.  Sólo pienso en llegar a meta, comer algo caliente, una ducha y descansar.  La bajada es por un acantilado, en un continuo zigzag.  En el fondo oscuro del acantilado resuena el chocar de las olas contra la costa.  Hay que tener cuidado porque hay mucha piedra suelta de todos los tamaños y también mucha arena y algunos “escalones” pueden resultar traicioneros y más en el estado en el que bajo.  Un mal paso y … mejor ni pensarlo. ¡Si es Extreme!  Bajo con cuidado.  La adrenalina provocada por la peligrosa bajada “diluyen” en cierto modo el “acalambramiento”.    A pesar de ir lento, apenas si me pasa alguien.  Al terminar el descenso me adelanta un grupo de corredores.  Nos damos ánimos mutuamente.  ¡Ya está hecho!- me dicen.  Giramos a la izquierda y allí, en lo alto se divisan los frontales que suben por Guinate. ¡Hasta allí hay que subir!

Trato de controlar la respiración.  Si consigo subir, la carrera es mía.  Un voluntario me avisa que la subida es bastante dura.  Que no me agobie, que voy con mucho tiempo de sobra.   Sus palabras me reconfortan.  Lento pero con paso firme es lo que extraigo de su comentario.

La subida es muy dura y vertical.  Al principio hay mucha piedrecilla redondeada y cuesta avanzar, pero cuando llegamos a la parte de roca maciza, me doy cuenta que estamos casi ante una pared, eso sí, con muchos salientes y agarraderas pero que prácticamente hay que escalar.   Como siempre, al final el cuerpo humano es más fuerte de lo que parece.  Ni contracturas ni nada, es como si todo me hubiera desaparecido como por arte de magia. 

Pienso, la pared hay que subirla como sea.  Junto a tres corredores y como dijo uno de ellos, “esto se sube a cuatro patas”, avanzamos siguiendo las balizas atadas a las rocas.   En algunos sitios hay que ver si por ahí el avance es factible.  Por un rato perdemos las balizas.  Más arriba las volvemos a encontrar.  La respiración se me acelera.  Trato de mirar donde pongo los pies y donde me agarro.   Creo que solo por este tramo no merece la pena llevar bastones.  Sólo miro hacia arriba, viendo por donde continúan los otros corredores.  Los tengo justo encima.  También hay piedras sueltas, estas ya son de las grandes y alguna que otra cae.  Hay que estar atento.   Mi pensamiento es seguir subiendo, no parar, ya llegaremos arriba, ya sean cinco minuto o media hora.  Y en efecto, lo conseguimos, subimos a Guinate.  

Allí, había un nutrido grupo de gente animando. Es el punto más conocido y destacado de la Haria Extreme Lanzarote.  Es más, al final, en mi subida aparecí un poco alejado de las maromas que tienen puestas en el último tramo. Ya no me hacen falta, pensé.  Estoy arriba.  Podía subir sin agarrarla pero la gente como que me insistía en que la cogiera, como si se tratara de un ritual.  La cogí, y me animaron como a todos los que iban apareciendo por aquella pared.   Supongo que lo de Extreme es sobre todo por esta última subida.

Al subir la pared de Guinate está el avituallamiento, kilómetro 94 de carrera.  Para variar, con el estómago cerrado no puedo más que beber un poco de agua y otro trago de refresco de cola.  Ya son las 11 de la noche y casi 15 horas y media de carrera.  La voluntaria del avituallamiento me anima.  Le pregunto si me puedo sentar.  ¡Si, claro!.  Descanso unos minutos.  Me quedan unos 6 o 7 kilómetros más.

Reemprendo la marcha.  Todavía toca seguir subiendo varios kilómetros más pero ya por un sendero con un desnivel transitable.  Este último tramo ya es más fácil.  Si estuviera bien podría correrlo pero por esta vez, me conformo con terminarla.  

Poco a poco se empiezan a escuchar los sonidos y la música de meta, así como al inigualable animador en esto del mundo del trail, el gran Depa.  



Para rematar la aventura de esta carrera me perdí en los últimos kilómetros.  Creo que no fui el único.  La cuestión es que acabé en el pueblo de al lado, Máguez. Luego sólo era cuestión de seguir la carretera.  Tal vez supusieran unos 10 o 15 minutos más.   Entrando en el pueblo me encontré con la Policía que ya me indicó por donde se hacían los últimos 600 metros para llegar a la Plaza de la Iglesia donde tienen instalada la meta.

Y lo logré, en 17 horas y 26 minutos.  Con mucho tesón, sin darme por vencido, a pesar de encontrarme muy mal, sobre todo, a partir del avituallamiento de Arrieta pude ser finisher de una espectacular y dura ultra, como siempre enarbolando la bandera de mi club.  Hasta la próxima. 







1 comentario:

  1. Enhorabuena!! Yo voy a hacerla por primera vez este año. Me ha servido mucho tu crónica. Estaba mirando información de los avituallamientos pero no he encontrado nada y la organización no me contesta. Pero por lo que veo no es nada del otro mundo ¡Buena aventura!¡ En este tipo de carreras es imposible no sufrir, algunas salen mejor, otras peor pero lo importante es que acabaste! Un saludo

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