domingo, 17 de noviembre de 2019

2018 - VI GRAND TRAIL COURMAYEUR-MONT BLANC -105 KM Y 7000 + (14 y 15 de julio de 2018)


GRAND TRAIL COURMAYEUR 105 KM Y 7000 +
14 y 15 de julio de 2018

      Escribo esta crónica más de un año después de realizar esta ultra por una de las zonas más espectaculares de los Alpes, junto al mítico Monte Blanco. A pesar de la tardanza, guardo en el recuerdo muchas imágenes, situaciones y momentos de aquella travesía.  Tal vez sea ésta, la de recordar lo vivido, una de las razones por las que me embarco en estas aventuras, esto es, esas largas y extenuantes travesías por media montaña (a veces alta), unas veces corriendo, otras andando pero siempre avanzando.  Y lo hago, entre otras razones, por salir de la rutina, de la vida fácil, lo hago por recordar días y circunstancias concretas que, de lo contrario, desaparecerían, sin más, como un día más, un día más vivido pero al poco olvidado, como tantos otros; en fin, hago esto por hacer algo fuera de lo común, tal vez excepcional o no.  Lo cierto es que lo significativo de todo esto es precisamente eso, la posibilidad de recordar lo que alguna vez pensaste o soñaste ….. pero que seguro no es fácil, porque sino todo el mundo lo haría.


Para esta carrera llevaba un triste bagaje de entrenamientos, tan solo dos tiradas largas desde la Scenic Trail (Lugano-Suiza)(113 km y 7800 +) de principios de junio.  Tras aquella salvaje ultra en Lugano, terminé con el tobillo izquierdo bastante hinchado y dolorido.  Después de varias semanas, en el viaje a Nueva York realicé una improvisada tirada de unos 26 kilómetros por la ciudad de los rascacielos y parecía que lo del tobillo era agua pasada.  Pero no, de vuelta a Málaga, un entreno de unos 20 kilómetros por Jarapalos (no por asfalto y con terreno más irregular) sacó a la luz las secuelas y la falta de recuperación completa del tobillo.  Aún así, decidí arriesgarme e intentar completarla, aunque fuera en modo conservador y teniendo sumo cuidado de controlar las pisadas.

De nuevo volví al aeropuerto de Milán-Malpensa con Easyjet.  Esta vez si cogí la lanzadera de la Terminal 2 a la Terminal 1 y en esta ocasión, opté por pagar algo más y alquilar un vehículo más “digno”, un “Mini-coupé” muy coqueto con el que disfruté de un entretenido y largo viaje a Courmayeur.  Si a Lugano llegué enseguida, el viaje a Courmayeur se hace bastante largo desde el aeropuerto de Milán y al dejar la autovía (Milán-Turín) y entrar en el valle de Aosta, todavía quedan bastantes kilómetros hasta Courmayeur.  No obstante, sin demasiados contratiempos (alguna marcha atrás en el acceso a alguna autopista), pude llegar al hotel que había reservado en Pré Saint-Didier, a unos 4 o 5 kilómetros de Courmayeur.   Después del ingreso en el hotel, me acerqué a recoger el dorsal y dar una vuelta por el turístico y lujoso pueblo.  La recogida del dorsal, por cierto, fue bastante caótica.  Nada que ver con la organización en UTMB o en la propia Scenic Trail.  Dando el paseo recordé la única vez que había pisado con anterioridad Courmayeur, a finales de agosto de 2016, cuando disputaba y sufría la UTMB (170 km y 10000+).  Recordaba perfectamente el río, el centro deportivo que nos sirvió de base de vida y la calle por la que ascendíamos, con el continuo repiqueteo de los bastones sobre el asfalto, buscando el sendero para subir al refugio Bertone, ascensión que también se realizaba en el Grand Trail Courmayeur, posiblemente en horario nocturno.

Al llegar al hotel, como siempre, a preparar la logística de la ultra lo antes posible para luego dedicar todo el tiempo posible para descansar.  El pronóstico del tiempo era benévolo hasta el mediodía.  Luego había probabilidad de lluvia y tormenta.
      Como siempre, con una carrera al día siguiente, cuesta dormir y olvidarse de todo.  Duerme uno inquieto.  No obstante, será ya por el número de carreras o por la adaptación de mi cuerpo, lo cierto es que últimamente consigo desconectar y al menos, dormir unas cuantas horas previas a la ultra de turno, que siempre me vendrán bastante bien para compensar la falta de sueño, sobre todo en las ultras de más de una noche.  

Me acerqué con mi flamante y efímero vehículo de alquiler a Courmayeur, y tras dejarlo bien aparcado y comprobar que llevaba todo la logística, con los bidones de plásticos llenos, me dirigí al centro del pueblo, lugar habitual de salida de unas cuantas carreras: Tor des Geants, Tor des Glaciers, TDS y CCC, entre otras; “casi nada”.
  

En cuanto a expectativas a la hora de afrontar la carrera, ninguna en especial, tan sólo conseguir finalizarla ya iba a ser un gran logro para mí, puesto que la ultra, por recorrido y desnivel, resultaba bastante exigente y dura.  Además, venía medio lesionado en el tobillo izquierdo (desde la Scenic Trail), con muy poco entrenamiento y no sabía como iba a responder.  La estrategia, por tanto, era ir tranquilo y  no pensando más allá del siguiente avituallamiento que traducido al mundo del fútbol sería el manido dicho de “partido a partido”.  Sobre material volvía a confiar en las Hoka Stinson ATR 4, en la mochila Salomon de 12L. y en los bastones Black Diamond Distance Carbon Z de 130 cm. y por otro lado, estaba el tema de los vómitos en carrera que no conseguía solucionar. Me pasó por primera vez en la Ultra Trail de Niza, Cote D´Azur Mercantour, luego en la Transgrancanaria y por último en la Scenic Trail. Y como se suele decir, “no hay 3 sin 4”.  Por último, debía tener en cuenta el tema de la nieve y ver como gestionaba el uso de crampones, por tratarse de mi primera carrera donde era obligatorio llevarlos.  

Como siempre nervios, ganas de que empiece la fiesta y todos esos comentarios que se pueden leer en crónicas diversas sobre los segundos antes de que una carrera arranque.  Y a las 7 de la mañana, los más de 300 corredores pusieron su reloj en marcha y dio comienzo la edición 2018 y prueba reina del Grand Trail Courmayeur de 105 km y 7000 +. 




Tras dar una vuelta por las calles de Courmayeur nos dirigimos en rápida y cómoda bajada por pista, rodeados de mucha vegetación, hasta el pueblo donde me alojaba, Pré Saint-Didier.  Y tras cruzar el pueblo, comenzaba la primera subida seria de la carrera.  Las vistas son espectaculares y me tomo el inicio con tranquilidad relativa.   Se sube también por pista sin excesivo desnivel.  Pero todo cambia cuando llegamos al primer avituallamiento, Petosan, sobre el kilómetro 13 a las 9,15 de la mañana.  Abandonamos las zonas cómodas y empezamos a subir por sendero tortuoso y salpicado de piedras y alguna zona expuesta aunque nada del otro mundo.  De este tramo recuerdo que un grupo de corredores, entre los que yo me encontraba, nos equivocamos y perdimos el sendero hasta que nos avisaron y retomamos el camino correcto. Y paso a paso, sin nada que destacar, salvo las maravillosas vistas de aquellas insondables montañas, llegamos al Refugio Deffeyes, kilómetro 23, lugar también de paso del Tor des Geants.  La mañana era estupenda y había mucho montañero y senderista, tanto en el refugio como en la bajada del mismo, hacia el pueblo de La Thuile.  En la bajada, como digo, muchos senderistas y familias enteras subían hacia el refugio de montaña.  Recuerdo que era una bajada no excesivamente técnica (según con la que se compare) pero si con muchas piedras y raíces y que cuando el sendero se adentraba en el bosque había mucho zigzag. 

Y tras castigar bien los cuádriceps en el descenso, volvemos a la civilización, al asfalto y al bonito pueblo de La Thuile, sobre el kilómetro 30 y con 6 horas en las piernas  Recuerdo que esos metros de asfalto se me hicieron eternos y que llevaba un fuerte dolor de piernas pero aún así no deje de correr, pensando que si paraba  en llano y en asfalto en ese kilómetro, con lo que me queda por delante, flaco favor le hacía a mi moral.   Como digo, llegué algo agotado a ese avituallamiento (ristoro).  No obstante, tras comer algo y llenar los bidones, decidí volver a la carrera lo antes posible.  Lo de comer es un decir, porque el miedo a vomitar me hace elegir con sumo cuidado que comer o que no, y la primera regla es que lo que coja me tiene que entrar por los ojos y ante la duda, mejor no comerlo y hay veces, que paso de largo de algunos avituallamientos, solo recargo agua, porque no encuentro nada para llevarme a la boca, no porque no esté bueno ni me guste, sino porque con el esfuerzo continuado muchos alimentos dejan de apetecerme.  Algo parecido me pasa con los líquidos, salvo el agua y tal vez el refresco de cola.  Me pasa en bastantes ultras que al tercer o cuarto avituallamiento, repitiéndose la misma bebida isotónica, acabo aborreciéndola.   Por lo que, casi siempre, voy tirando de agua y de refresco de cola, y si está fresca mucho mejor, cuestión que casi nunca ocurre.
  


Tras abandonar el cuidado y hermoso pueblo de la Thuile, empezamos una nueva y larga subida, primero por sendero y luego por pista.  Y subiendo por esta pista cambió la climatología; del calor pasamos rápidamente al frío y a la lluvia.  Casi todos los corredores, casi al unísono, nos pusimos los impermeables y seguimos el lento ascenso hasta llegar al siguiente avituallamiento, Bate di Youlaz, sobre el kilómetro 38, una especie de cobertizo en medio de la inmensidad de aquellas montañas y en la que se iban agolpando muchos corredores, tratando de refugiarse de la lluvia que, en aquel momento, apretaba con ganas.  Recuerdo que en este avituallamiento tomé refresco de cola y tal vez fuera por la lluvia o por el frío, salí bastante animado.   El barro hizo acto de presencia en algunos tramos pero nada digno de destacar.   Al cabo de cierto tiempo dejó de llover y el frío no era tal, sobre todo cuando llevas el impermeable puesto y subes con el corazón y la respiración acelerada.  A mi modo de ver, este tramo, del kilómetro 38 al 48 es el más espectacular de la ultra.  Se trata de unas infinitas laderas, auténticos páramos, que ascienden hacia las montañas con una línea uniforme, lugares con escasa vegetación, y en las que se divisan muchas zonas blanqueadas por la nieve que aún cuelga de los barrancos y de las faldas de esas inescrutables montañas.

Precisamante en estos kilómetros se encuentran las zonas más expuestas, sobre todo por el peligro que supone la nieve y la posibilidad cierta de sufrir una caída por un resbalón, y por ser la zona donde se cruzan la mayoría de los tramos en los que, tal vez, hubiera sido conveniente usar los crampones.  Lo cierto es que no los llegué a utilizar, siguiendo el ejemplo de los corredores que me precedían, y la verdad que algunos tramos daban un poco de susto, por no decir otra cosa.  Traté de ir despacio, clavando bien los bastones y asentando los pies en las huellas de los que ya habían pasado y por supuesto, nada de mirar hacia abajo.  Por suerte, había dejado de llover y aunque hacía algo de frío, este era soportable y pude sortear los tramos de nieve sin ningún resbalón ni contratiempo.


Y paso a paso, al final de una interminable cresta, bajando el pico, se divisa, al fin, el siguiente avituallamiento Mont Fortin, kilómetro 48, donde descanso unos minutos.  Recuerdo que hacía frío y que en el avituallamiento, más bien escaso, había latas de carne. Ya en este momento comenzaba a sentir cierta sensación de angustia viendo que se me cerraba el estómago y que nada me apetecía.  Mal asunto porque si no como, tarde o temprano, terminaré desfalleciendo. Son las 17 horas de la tarde y ya son 10 horas trotando y caminando por los Alpes.

Y comenzamos a bajar por sendero estrecho, a veces corrible, a veces con mucha piedra, zona de charcos, barro, canchales, neveros, un poco de todo. En fin, si algo he aprendido haciendo ultras es que avanzar es lo más importante, aunque sea a un ritmo lento, pues, paso a paso, se van sorteando las difíciles y técnicas bajadas, los largos ascensos, los interminables tramos con agua o barro, con lluvia, frío o nieve, etc.  En definitiva, se trata de convencer a tu mente que si seguimos durante unas horas más de esfuerzo, de sufrimiento, lo conseguiremos.    El problema reside cuando el sufrimiento se alarga durante demasiado tiempo, días enteros, con sus respectivas noches.




  
Volviendo a la ultra, comentar que buena parte de estos kilómetros son en bajada y trato de animarme.  Bajando encuentro lugares conocidos de otras ultras como UTMB y TDS.  Me dirijo a la zona en la que, en esas carreras, se coloca el avituallamiento de Lac Combal, pero que, en el Grand Trail Courmayeur requiere un pequeño esfuerzo para subir al siguiente avituallamiento, Refugio Elisabetta, sobre el kilómetro 61 y 12 horas de carrera.  En este avituallamiento, lo recuerdo vívidamente, había zumo de piña y creo que bebí demasiado.  Al no poder tirar de la bebida isotónica y ver el cartón de zumo de piña, me hicieron chiribitas los ojos y di buena cuenta de aquel zumo.  Aunque salí animado de aquel avituallamiento, al poco me di cuenta que, tal vez, me había pasado con tanto zumo.  En fin, seguimos sumando kilómetros, ascendiendo el famoso paso de Arete du Mont Favre para iniciar luego, corriendo, el largo descenso hasta el siguiente avituallamiento, Maison Vieille (kilómetro 71) donde creo recordar, pedí una sopa de fideos sin caldo. Sigo con problemas de estómago. Cargo los bidones con agua y seguimos.  Como curiosidad, señalar que, en las carreras UTMB y TDS, en distintas direcciones, este avituallamiento es conocido como Col Checrouit.  Por este punto transito en 14 horas justas, sobre las 21 horas de la noche. 

          Poco a poco, va transcurriendo el día y el cielo sigue bastante nublado.  Mi rostro va dibujando una leve sonrisa pensando en que ahora tocan 4 o 5 kilómetros de bajada a Courmayeur, igual que en la UTMB, con lo que se finalizaba el primer bucle de la carrera.  La pregunta que me repetía en esos instantes era si sería por el sendero repleto de escalones de la UTMB o por la pista por la que se asciende en la TDS.  Pues, para mi moral, ni lo uno ni lo otro, sino mucho peor.  A lo lejos, ya de noche, veía frontales y pensaba que no podían corresponder a la ultra porque lejos de descender, seguían subiendo, cuando debería tocar una intensa y “escalonada” bajada. No era posible, - me decía.  Pero sí, aquellos frontales pertenecían a corredores de la ultra.   De hecho, al escribir esta crónica me doy cuenta que estábamos subiendo a la cima del Mont Chetif, sin llegar a coronarlo. Y bueno, para rematar la faena y destrozar mi maltrecha moral, empezó a llover con fuerza.  Por un momento, pienso que me estoy equivocando, que ese no es el recorrido. Apenas veo algún frontal.  ¿Porqué siempre que empieza a llover en ascensos técnicos, como por arte de magia, desaparecen el resto de corredores?  Como digo, aunque corta, la subida es técnica, con alguna pequeña trepada y con zona de piedras que, por efecto de la lluvia, en seguida, se vuelven resbaladizas.  Coincido con una chica y juntos afrontamos el primer tramo de bajada, hasta que salimos a una zona más fácil y que ya si, coincide con el sendero terroso y escalonado que se baja en la UTMB en dirección a Courmayeur.   Es un tramo de 4 o 5 kilómetros, conocido por muchos ultreros, en el que se baja un desnivel brutal, tal vez 1000 +, y que solo sirve para machacar tobillos, rodillas y cuádriceps.  Recuerdo como, en la UTBM de 2016, terminó por destrozarme los cuádriceps.

Ya es noche cerrada cuando atravieso las calles del pueblo de Courmayeur buscando el avituallamiento de Dolonne, kilómetro 75, con muy malas sensaciones aunque con mucho margen sobre los tiempos de corte. Llego a las 22,50 horas y el tiempo de corte por este punto es a las 5 de la madrugada.  

El avituallamiento es una enorme carpa donde hay todo tipo de comida, mucha de ella caliente, así como un montón de bancos y asientos donde departen corredores y familiares.   Pero mi estómago está cerrado por completo y no me apetece nada.  Ni siquiera me acerco para ver lo que hay… pero también traigo mucha fatiga acumulada y el estómago muy estropeado y bueno, decido como inicio, antes de plantearme si quiera si me iba a retirar o no, la opción de descansar un rato y ver que tal me sienta.  En este punto, también tenemos la posibilidad de recoger nuestra bolsa de vida y, en mi caso y en el de todos los corredores (este es el punto donde más se retiran), un acicate para debilitar mi fuerza mental, el coche a unos 400 metros y el hotel a unos 4 o 5 kilómetros.   Lo dicho, pregunto a la organización y me acuesto por espacio de una hora sobre un catre.  Apenas duermo nada. Hace frío y demasiado ruido de corredores entrando y saliendo.   Lo único que consigo es enfriarme.


Me incorporo.  Siento escalofríos y peores sensaciones.  ¿Por qué no me retiro y me voy al hotel a descansar? ¿Lo tengo al lado? Me encuentro muy mal! - intenta traicionarme el subconsciente.  Pido mi bolsa de vida y me obligo a tomar un litro de bebida isotónica del Decathlon que tomo a sorbos.  En estos momentos, no me preocupa el tiempo ni el resto de los corredores.  Ya es un reto personal, una lucha contra uno mismo.  Siento envidia sana viendo como otros corredores comen con ansia, como si no hubiera un mañana, con el apoyo de la familia y amigos, mientras, en el otro extremo de la bancada, otro ultrero, sólo, no puede probar bocado, ni siquiera una simple bebida isotónica …

Me convenzo y ya entrada la madrugada, consigo salir del avituallamiento, siendo muy consciente de mi estado, por eso a escasos metros, casi al salir, me vienen las arcadas y vomito una y otra vez y echo todo lo que tengo en el cuerpo.  Me limpio como buenamente puedo y deshidratado, sin un gramo de fuerza, sigo avanzando por las calles de Courmayeur buscando la ascensión del Refugio Bertone.   Al llegar junto a unas escaleras, muy cerca del inicio del sendero me doy cuenta que apenas tengo fuerzas.  Me siento un rato para descansar y reflexionar sobre si seguir o no.  No pasa ni un corredor. ¿Qué hago? Conozco la subida al refugio.  Es bastante dura y todavía me quedan unos 30 kilómetros.  Intento subir los primeros tramos del sendero y en seguida se me acelera la respiración y el pulso… no voy – trato de convencerme para abandonar … y decido volver sobre mis propios pasos con la intención de retirarme pero … vuelvo a recapacitar.  Me paro de nuevo en las escaleras.  Me quedo de pie buscando algo a lo que agarrarme para subir al refugio Bertone. Es más de la 1 de la madrugada y aunque estoy muy mal, se que si me retiro me lo voy a echar en cara y tendré que volver otro año a terminar lo que empecé.  ¿Acaso no es esto luchar contra uno mismo, tratar de superarse? No me digo muchas veces que rendirse no es una opción.  ¿Acaso estoy lesionado? ¿Tengo alguna molestia en el tobillo izquierdo? No. ¿Qué son 10 horas más de sufrimiento? Casi nada. Tú puedes!!!, Vamoooosssss!!! - Me digo.  Lo peor es la subida al refugio, si lo consigo puedo terminarla. El sendero hasta Bonatti es fácil (lo conozco), luego el refugio Malatrá, col Sapin y la ultra es tuya. – Sigo animándome.


Estando en estas meditaciones un corredor me pasa y decido seguirle, sin más. Trato de no pensar en nada, de ir peldaño a peldaño, intentar ponerme un ritmo llevadero, pararme si es preciso pero seguir subiendo. Sofoco mi respiración y parece que el pulso se apacigua.  El ritmo del corredor no es muy fuerte y me permite seguirle.  Así paso muchos minutos en el silencio de la noche, solo roto por el ruido seco de las pisadas. Y los minutos se convierten en más de una hora.  Y ya no recuerdo quien dejó a quien pero si que, en solitario, conseguí llegar al refugio Bertone y maltrecho, muy fatigado, accedo a sentarme a la mesa con los dos voluntarios, una pareja de jubilados muy simpáticos que, obviamente no hablaban español y que daban buena cuenta de unos bizcochos con café. Sentía que la situación era dulcemente surrealista pero ya poco importaba.  Me sentía mucho mejor conmigo mismo aunque la sensación de fatiga y malestar no desaparecía.  De hecho, creo que no tomé nada en el refugio Bertone.   Sobre las 3,20 de la madrugada, con 17 horas y 37 minutos de carrera, me despedí de la pareja de voluntarios y continué mi camino, sólo, a la luz del frontal y bajo un manto de estrellas.  



Sigo luchando y avanzando, con paradas intermitentes, zafándome de insectos varios que, de vez en cuando, se acercan al frontal y a mi cara.  Cada vez esta carrera me recuerda más a la Ultra Trail Mercantour, del verano de 2017. Los kilómetros van cayendo y sin darme cuenta (eso lo digo ahora, cómodamente sentado mientras tecleo) llego a las proximidades del Refugio Walter Bonatti pero el sendero es esquivo y me obliga a seguir subiendo, y subiendo, hasta uno de esos refugios portátiles que trasladan en helicóptero en la zona de Malatrá Giué.  Llego justo al amanecer a este refugio, sobre las 5 de la mañana, y me encuentro tan mal que pido descansar unos minutos dentro de la urna transparente.  Descanso unos 20 minutos, bebo algo de líquido que vuelvo a vomitar poco después.  Sigo con el estómago cerrado.  Hace algo de frío pero soportable, mientras avanzo por el valle de Malatrá y comienzan a despuntar los primeros rayos de luz, y puedo contemplar el bello paisaje, buscando, en vano, el famoso paso del Col de Malatrá … pero este queda demasiado lejos, a mi izquierda.  En el Grand Trail Courmayeur 105 km. se gira a la derecha buscando otro paso, el Pas Entre-Deux-Sex a 2521 metros de altitud y después el Col Sapin.   En el descenso del Col Sapin, ya algo más recuperado, a base de beber agua de los manantiales, me acoplo con dos italianos.   El sendero es estrecho y poco trotable y así, con algún repecho endiablado de vez en cuando, llegamos al último avituallamiento Curru, sobre el kilómetro 98, a las 8 de la mañana, acompañado de los dos italianos.  Por fin, puedo picotear algo y cada vez me siento mejor.    Y ya, por un sendero más amable, incluso puedo correr, aunque con los cuádriceps muy cargados, y dejarme llevar camino de Courmayeur.  Y, con mucho sufrimiento y resistencia mental, consigo cumplir mi objetivo y ser finisher del Grand Trail Courmayeur 105 km y 7000+ (edición 2018), en 26 horas y 47 minutos, en el puesto 138 de 170 con un gran número de retirados, sobre todo, en el kilómetro 75.   Me entregaron una bonita sudadera de color verde a la que le tengo un especial cariño. La meta, en ese año, la colocaron en la plaza principal, justo donde comienza la calle más turística de Courmayeur y como anécdota, recuerdo que me quedé a saborear esos minutos, allí en la lujosa heladería de la plaza, tomándome un helado de yogur con frutas, a modo de pequeño homenaje, mientras veía entrar a los siguientes corredores.  

sábado, 15 de junio de 2019

2019 - I ULTRA HEROES CONTRA DUCHENNE 84 KM. Y 3700 + (30 DE MARZO DE 2019) LAUJAR DE ANDARAX (ALMERÍA)




ULTRA HEROES CONTRA DUCHENNE (84 KM Y 3700 +)
LAUJAR DE ANDARAX (ALMERÍA) 30 DE MARZO DE 2019

           En un primer momento, mi intención para estas fechas era correr la Ultra Marao Compressport de 100 km y 6000 + (Amarante-Portugal) pero como sabía que tres semanas antes iba a participar en las 100 Millas Bandoleras y sabiendo que la Ultra portuguesa me iba a resultar demasiado dura y no iba a estar totalmente recuperado, decidí decantarme por buscar otra más próxima a Málaga y con menor kilometraje y desnivel.   Y buscando, la ITRA publicó esta carrera y a los pocos días resolví inscribirme … y no me arrepiento.
          

           Una vez terminada las 100 Millas Bandoleras (1 y 2 de marzo), con la rodilla derecha algo maltrecha, opté, a la semana siguiente, por hacer una Travesía de resistencia, a modo de recuperación: la Travesía de resistencia de Sierra Morena (48 km y 1200 +) que, saliendo de Córdoba recorre la sierra próxima, la zona de Cerro Muriano y el Parque Periurbano Los Villares, meseta Blanca, cerro Torre Árboles y ermita de Santo Domingo, entre otros lugares de interés. Me sentí bastante recuperado con esta Travesía y después de varios entrenamientos largos en las dos semanas siguientes, comenzaba a rescatar buenas sensaciones después de las 100 Millas.
          

           Y es la recuperación después de una ultra potente donde, a mi entender, se notan las grandes diferencias entre carreras de montaña cortas o, a lo sumo, no superior a los 50 kms y las ultras.  Con una media maratón de asfalto, con una maratón o incluso, con una carrera de montaña (entre 20 km a 35 km aprox) no acabas demasiado machacado y, en cierto, modo, pasadas unas dos semanas después de competir se adquiere, no siempre, un pico de forma que para nada existe en la fase, por decirlo de algún modo, post-ultra.   Después de una ultra (igual o superior a 100 km o inferior en kilometraje pero con mucho desnivel), mi cuerpo queda maltrecho y dolorido, con molestias en músculos y articulaciones, no siempre, pero sí en un porcentaje alto.   Al cabo de una semana, esos dolores van remitiendo, pero no significa que esté recuperado.  Es cuando vuelvo a correr o al intentar subir escaleras de forma rápida cuando percibo que la reparación del cuerpo, en todos los sentidos, no se ha producido y todavía necesito de varias tiradas, más o menos suaves, y unos cuántos días más, para encontrarme mejor.

           Volviendo a la Ultra Héroes contra Duchenne, reseñar que el viernes 29 de abril, salí por la tarde con mi coche y al cabo de 2 horas y media estaba llegando a Laujar de Andarax.  La temperatura rozaba los 11 grados. El pueblo, al igual que otros muchos de la zona, está enclavado entre la sierras de Gador y Sierra Nevada.  Nuestra carrera, prácticamente, atraviesa toda esa zona de la sierra de Gador llegando a la zona más elevada en Nuevo Mundo para luego adentrarse en los pinares del rio Andarax y en el encinar de Sierra Nevada (Sulayr).


           En el pabellón deportivo de Laujar me encontré con algunos corredores y voluntarios.  Uno de la organización, con el que pude charlar durante un buen rato, me explicó buena parte del recorrido de la carrera. Me indicó que casi toda era corrible y me advirtió de la zona alta de Sierra de Gador, con mucha pista forestal, pero a gran altitud y muy llana, sin avituallamiento, desde el km 29 al 44 y que podía resultar bastante dura.  Luego di un paseo por el pueblo y otro paseo siguiendo las balizas, viendo por donde discurría la ultra.

           Dos cuestiones más antes de seguir con la crónica.  En primer lugar, varias semanas antes le envié un correo a la organización para saber si se iba a celebrar ya que el número de inscritos era mínimo y no me hacía mucha gracia que varios días antes acordaran suspenderla por falta de corredores. Me respondió que se iba a celebrar pese al reducido número.  Al final, nos encontramos en la salida de Castalá, si mal no recuerdo, 26 corredores.
           La otra cuestión es el carácter solidario de esta ultra.  Duchenne es una distrofia muscular que avanza rápidamente; y es la más común diagnosticada durante la infancia reduciendo la expectativa de vida hasta los 30 años, aproximadamente.
       Bueno, es una ultra y si además se colabora con una buena causa, mejor que mejor.



            
           Tras recoger el dorsal, tenía alojamiento en el pueblo cercano de Beires donde llegué ya entrada la noche. Sobre las 4 de la mañana, sonó el despertador y como ya lo tenía todo preparado, no tardé mucho en desayunar y vestirme.  A veces, me levanto con ánimos renovados y dispuesto a comerme la ultra de turno, pero otras veces, sinceramente, me pregunto qué estoy haciendo y porque no me vuelvo a acostar o me voy para mi casa.   En fin, siempre la debilidad humana, siempre el lado mental hace acto de presencia.   Reseteé mis pensamientos afanándome en los preparativos y combatiendo esos pensamientos negativos con la idea de que en unas cuantas horas, 12 o 13, a lo sumo, estaría descansando, de nuevo, en una habitación de hotel pero con los deberes hechos. En fin, pensamientos y ánimos de un ultrero. 

Al salir al exterior, la temperatura no era tan fría como pensaba.  Tal vez, 8 o 9 grados.  En unos 15 o 20 minutos me desplacé por la solitaria carretera hacia Laujar de Andarax, donde, transcurridos unos lentos 20 minutos, nos recogió un autobús de la organización que nos dirigió al Parque Periurbano de Castalá, lugar donde se encontraba fijada la salida.  Como ya he dicho, éramos pocos corredores, no más de 30.  Nos acompañaba un “chaval” de la organización bastante majo.  Nos dio su teléfono móvil y nos deseó suerte.  Estuvo con nosotros durante la casi media hora que estuvimos allí, en aquel pinar, junto al arco de salida, en una zona recreativa, con mesas y zona de barbacoas, pasando algo de frío, hasta las 6 de la mañana y él fue el encargado de dar la salida.  Aproveché para relajarme, disfrutar del momento y observar a algún que otro corredor. No conocía a nadie y como dato curioso, sólo había una chica.
          
En cuanto al material que he utilizado en esta ultra, pues el habitual, las Hoka Mafate Speed 2, la mochila Salomon S-Lab de 12 litros, mallas kalenji y calcetines Lurbel.  En cuanto a alimentación, llevo varias ultras utilizando las pastillas masticables de Isostar y por ahora, me va bastante bien, abandonando las pastillas de sales de 226ers y de Victory Endurance.

           Lamentó el chaval de la organización que la salida fuera algo decepcionante, debido, sobre todo, al reducido número de corredores, pero como digo, a las 6 de la mañana, noche todavía cerrada, salimos disparados por el pinar.  Las primeras sensaciones fueron bastante malas.  Me costaba aguantar el ritmo de los últimos y mi respiración se aceleraba por momentos. Sentía como si no me llegara suficiente oxígeno y me costaba mantener el ritmo.  No obstante, pasados 10 o 15 minutos, empecé a encontrarme mejor y según avanzaba la subida fui adelantando varias posiciones y de paso tranquilizándome.  Tras el duro repecho una larga bajada por un sendero precioso bordeando la ladera y construido sobre muros de albarrada y que disfruté como nunca, bajando dentro de un equipo de trail de Almería.  Se animaban mucho entre ellos, se preguntaban continuamente cómo iban y se avisaban de los diversos obstáculos que nos íbamos encontrando: piedra, raíz, piedras sueltas, etc.  Uno de ellos se autodenominaba “cacho perro” y de vez en cuando, ladraba, y yo en medio del grupo como si de un extraño se tratara.  La bajada es larga y durante esos kilómetros nos amanece. A unos centenares de metros se divisan varios corredores que van delante, a un ritmo superior al nuestro.  Al final del descenso nos juntamos más corredores, entre ellos, la única chica de la carrera. 


Al dejar el sendero me escapo y tras un breve tramo por asfalto llegamos al primer avituallamiento de la carrera, Celín, kilómetro 11.   Tomo bebida isotónica y algo de fruta y chocolate y empiezo en solitario la larga subida.  Se trata de un sendero con bastante inclinación y piedra suelta.  Mi respiración se acelera y de repente me siento bastante fatigado. Trato de controlar el pulso y la fatiga.  Por delante un chico espigado con uniforme negro me va marcando el ritmo y por detrás el grupo del trail de Almería se me va acercando.  En un tramo de subida me equivoco y tengo que volver sobre mis propios pasos.  Al final, el chico que iba delante, el grupo de Almería Trail (creo que eran unos 6 componentes) y el que escribe seguimos juntos la ascensión hacia Nuevo Mundo.   Otro chico más y la única chica de la carrera no quedan muy atrás.
          Sobre la mitad de la larga subida, se suaviza la pendiente y me permite continuar la ascensión de forma más sosegada. 

      Abandonamos la vereda y cogemos la pista forestal que nos lleva al siguiente avituallamiento, Fuente Alta, sobre el kilómetro 19, tras más de 1200 metros positivos.  Tomo isotónico de sabor tropical, varias barritas, cargo los bidones de plástico y retomo el ascenso por pista.  El grupo de trail de Almería junto con el chico del uniforme negro, se me han escapado, aunque los mantengo a la vista.  El día empieza a nublarse un poco y cada vez hace más frío.  Las vistas son espectaculares. Es un paisaje yermo y con escasa vegetación, un páramo.   Al fondo se divisan las antenas hacia las que nos dirigimos.
           Coronamos el punto más alto de la carrera y empieza un larguísimo descenso por pista forestal a bastante altitud. Consigo unirme al grupo y juntos trotamos por esos parajes hasta llegar al siguiente avituallamiento, cruce de senderos, sobre el kilómetro 29 de carrera.  A pesar de ser pocos corredores, lo cierto es que, por ahora, en todos coincidimos 8 o 9, por lo que comer un poco de chocolate o fruta se antoja harto complicado.  Bueno, aún así, tratamos de avituallarnos de forma ordenada y seguimos corriendo por la Sierra de Gador.  Ahora, como ya me avisó el chaval de la organización, vienen unos largos 15 kilómetros en descenso por pista forestal con algunas subidas y falsos llanos que pueden resultar muy duros.


           En este tramo se me vuelve a escapar el equipo de Almería trail y el del uniforme negro y hago unos cuantos kilómetros en compañía de la única chica, una auténtica campeona.  No nos dirigimos la palabra durante el tiempo que corrimos juntos pero no importa.  La observo.  Se ve que es toda una ultrera, bastante curtida en ultradistancia.  Cada uno va a lo suyo.  A ella se la ve muy centrada en la carrera. Corre despacio, pero sin parar.  Yo, hago más paradas, pero cuando corro creo que voy más rápido. Los gemelos los llevo algo cargados y de ahí, lo de las continuas paradas.

A veces escribir estas crónicas pueden no transmitir el sufrimiento que todo corredor de ultradistancia debe soportar, por lo menos, desde mi humilde punto de vista.  Por ejemplo, en esta carrera, el dolor de gemelos fue bastante considerable durante 15 o 20 kilómetros y en esos momentos concretos me digo, -recuerda lo que estás sufriendo; intenta escribirlo y transmitirlo en la crónica.  Pero, pasados unos días, se olvida casi todo lo malo y lo que durante la carrera resultó un gran sufrimiento, pasado cierto tiempo se difumina y al escribirlo, casi siempre meses después, casi ni se acuerda o lo pasa por alto o sólo digo que los gemelos iban algo cargados como en esta ocasión.  No es cierto.  El dolor, a veces, resultaba insoportable.  Bueno, al menos esta vez, hago constar el lacerante dolor de gemelos que sufrí en la Ultra Héroes contra Duchenne, hasta que empezamos la bajada camino de las Minas de Martos, allá sobre el kilómetro 44, y las molestias se fueron trasladando a los cuádriceps.


 En fin, vuelvo con la narración de aquellos kilómetros junto a la única chica de carrera. Seguimos juntos hasta que llega una última subida un poco más larga y donde, casi sin darme cuenta, bastoneando, impongo un ritmo más fuerte y ella poco a poco, se va rezagando.  Ya no la volveré a ver más. 
           Adelanto a un corredor que va un poco tocado y tras pasar por unas enormes construcciones en lo más alto de la montaña (esta zona está rodeada de minas), con unas maravillosas vistas de Sierra Nevada al fondo, iniciamos un descenso más pronunciado, primero por camino de tierra compacta y luego por asfalto.   No pierdo de vista el equipo trail de Almería y el chico del uniforme de negro que corre con ellos, y poco a poco comienzo a recortarles terreno hasta que logro alcanzarlos y sobrepasarlos.  Como somos pocos, uno de ellos me preguntó, cuando lo adelantaba, la categoría en la que corría.  Le dije que en veteranos.
           El descenso es bastante rápido y en poco tiempo llego al siguiente avituallamiento, Minas de Martos, kilómetro 44 de carrera.  Justo al llegar sale un corredor de ese avituallamiento.  Le pregunto a la voluntaria por mi posición y me dice que voy el octavo de la ultra. ¡Qué! ¡No me lo creo!  Si voy en el top 10 de la carrera.  Esto me da un subidón de energía.  Tomo refresco de cola, cargo los soft flask de la marca Aonijie y sigo el descenso, ahora por una sinuosa vereda.


           En seguida, el sendero con mucha vegetación y bordeando una ladera, nos conduce a un duro repecho entre pinares.  La mañana ya va entrando y cada vez tengo más calor. Siento como el equipo de trail de Almería se me va acercando.  Escucho sus voces, y casi su respiración.  Reconozco que es una tontería.  Mi objetivo, como siempre, es terminarla, pero ese aliciente de luchar para que no te alcancen … supongo va muy dentro de cada uno. En fin, consigo pasar la tachuela por delante y seguimos descendiendo por un largo y estrecho sendero con mucha arenilla y piedra suelta. Tal vez, la bajada más técnica de la Ultra Héroes contra Duchenne. Decido no mirar hacia atrás e intento bajar lo más rápido que puedo, dentro de mis posibilidades.   Algunos tramos están mejor, otros con demasiada piedra y arena, algunos a la sombra y otros sin refugio alguno.  Durante estos minutos me adelantó un corredor que luego descubrí que pertenecía a la modalidad maratón y al que rebasé al empezar el camino de la Hidroeléctrica.   
Y el calor sigue apretando y por fin llegamos al valle del Andarax, al llano y a una zona de ramblas hasta coger un camino asfaltado que nos conduce al siguiente avituallamiento y a completar el primer bucle de la ultra.
          

Al entrar en el pueblo, los voluntarios nos guían hasta el pabellón donde está ubicado el avituallamiento y base de vida, Laujar de Andarax, kilómetro 56.  Voy con el pulso acelerado, pero bastante contento porque al nutrido grupo de corredores de Almería los he dejado atrás, luego sigo el octavo en la ultra.    
   En el avituallamiento de Laujar aprovecho para tomarme dos Powerade, bebida isotónica que me va bastante bien, a diferencia de las marcas blancas de algunos supermercados, y cargo una barrita de avena de 120 gramos.   Y retomo la marcha para hacer el segundo bucle de unos 28 kilómetros aproximadamente, tramo que comparten la Ultra, el Maratón y el Trail.   Se pasa por el camino de Nacimiento y en seguida, se tuerce a la derecha para enfilar la sinuosa senda de la Hidroeléctrica, paralela al río Andarax.   Justo en este sendero me encuentro a dos corredores de la maratón que vienen de vuelta. Me comentan que se han perdido y que no ven más balizas y que al atravesar uno de los túneles en oscuridad absoluta….  Les digo que este es el único camino y que es hacia delante.  Y así es.  Me hacen caso y volvemos a cruzar la acequia y los túneles y casi sin ver ninguna baliza, seguimos adelante, cuando se puede, trotando, cuando no, caminando, hasta que dejamos el sendero de la Hidroeléctrica y cambiamos por otra vereda, la senda del Aguadero, recorrido mejor marcado.


           Al poco llegamos a otro avituallamiento, Cortafuegos, sobre el kilómetro 63, una manta en la hierba con 4 o 5 voluntarios, por donde ya han pasado casi todos los corredores y ya les va quedando poco. Según el rutómetro, este avituallamiento estaba al final de la subida, pero su ubicación real es al principio.  Allí se quedan los dos maratonianos.  Uno tenía intención de retirarse, el otro creo que siguió.
Y empiezo en solitario una larga subida por una senda bien marcada, la del Aguadero, entre pino carrasco y encinares, con mucha sombra, pero a la hora de más calor y mentalmente se me hace muy dura.   La respiración se acelera y necesito hacer alguna parada corta para tomar oxígeno.  Suelto algún grito de furia y rabia.   Me cuesta subir.  Me pasan varios corredores de la maratón y uno de la ultra, pero solo uno, el chico del uniforme de negro.  Paso a la posición novena de la Ultra.  Y así, con mucho esfuerzo, subimos a lo más alto por una senda amable, casi acolchada, pero con el corazón acelerado y la boca seca y buscando como un loco el próximo avituallamiento.  Tras bajar al Castaño Milenario del Cortijo de la Rosa y cruzar el Barranco de las Palomas, tramos por la senda del Aguadero y el Sulayr, con algunos trechos de descenso más o menos complicados, aterrizamos, bastante cansados en la carpa y avituallamiento denominado Cruce de Caminos,  km. 69.  Una mujer y varios niños se afanan en ayudarnos. Ya me queda poco, me animo.  Tomo isotónico y refresco de cola, cargo los bidones y emprendemos una nueva subida, mucho más suave que la anterior, en compañía, de otra chica, pero ésta es la primera, creo, en la modalidad de maratón.  La senda está bien, apenas hay piedras y raíces y si mucha vegetación.  Se trata del encinar de Sierra Nevada o del Sulayr.  Cruzamos el barranco del Horcajo y por pista forestal llego al último avituallamiento.   En el camino la chica me ha dejado atrás y siento las pisadas de otro corredor, pero creo que también es de la maratón. 




La organización denominó a este avituallamiento Fin de Sulayr, km 75, aproximadamente.  Percibí en aquel avituallamiento mucho entusiasmo y ánimos. Comí un poco de fruta, cargué a la mitad los bidones y empecé el largo sendero de descenso para llegar a meta.  La senda es muy bonita, sombría, con mucho pino carrasco y cada vez más vegetación.  El chico de la maratón también me adelantó, pero yo, a pesar de molestias varias y con las piernas algo pesadas, ya iba disfrutando del momento, de la proximidad de la meta, del merecido descanso, del desayuno buffet que me iba a dar en el hotel de Laujar, etc.   Luego, entramos en otro sendero, el de Monterrey y que recorre la senda opuesta a la de la Hidroeléctria y también paralela al Andarax.  Un último repecho y ya tengo al pueblo a la vista y sigo en novena posición de la ultra, top10.  Y sin parar de correr, cruzando las calles del pueblo, entro en meta en la posición novena, en 12 horas y 20 minutos tras 84 kilómetros y 3700 +.  Y fin de la ultra, esbozando una sonrisa de alegría y más feliz que una perdiz.