martes, 30 de mayo de 2017

III ULTRA TRAIL PICOS DE EUROPA (55 KM. Y 4300 +) 13 MAYO DE 2017


CRÓNICA III ULTRA TRAIL PICOS DE EUROPA (55 km y 4300 +)
Benia de Onis – 13 de mayo de 2017

            Esta carrera se presentaba justo tres semanas después de Penyagolosa por lo que la recuperación iba a ir bastante justa.  Durante esas semanas, realicé varias tiradas de no más de 18 kilómetros cada una y otras cuántas en bicicleta de carretera entre los 62 y los 76 kilómetros.

            A la vista de los videos (descensos verticales, barro y zonas de nieve) y diversas crónicas, la verdad es que le tenía bastante respeto.  Si a eso le unimos que la climatología, los días previos, parecía que no iba acompañar, la ultra se presentaba como una prueba técnica, con mucho desnivel, tanto de subida como de bajada, y bastante dureza y por supuesto, barro, mucho barro.  Sobre todo me preocupaba el descenso del canal de Culiembru y la ascensión por el canal de Trea.  Me gusta correr por montañas por la sensación de libertad que supone pero reconozco que no tengo mucha técnica y que tampoco soy muy rápido, por lo que en este tipo de carreras me ralentizo más que otros corredores que, en zona de muchas piedras, descienden mejor que uno.  Además, en esta carrera iba a probar unas nuevas zapatillas con la incertidumbre que eso puede suponer.  Se trata de las Mafate Speed 2 con suela Vibram.  Supuestamente deben agarrar bastante bien, por lo menos cuentan con unos buenos tacos.

            Una semana antes de la ultra, la organización nos comunicó que no se subía al pico Jultayu (1940 m.) por lo que nos restaban un 300 metros de desnivel positivo que siempre son bienvenidos (una ayudita nunca viene mal).

            Esta carrera también era bastante especial porque desde que se abrieran inscripciones, unos cuántos compañeros de mi club, TRAIL RUNNING MÁLAGA, decidieron inscribirse, así como alguno del ALPINO BENALMADENA y, posteriormente, del Atletismo Nerja.  En total, 11 corredores de la provincia de Málaga, la mayoría del TRAIL RUNNING MÁLAGA viajarían a Asturias a sufrir y disfrutar de esa alpina Ultra de Picos de Europa el día 13 de mayo de 2017.



            La mayoría decidió reservar vuelo y alquilar casa.  En mi caso, y dado que buena parte de mi familia vive en Coria (Cáceres) decidí tomarla como una buena excusa para pasar a ver a la familia y proponerles una excusión a la zona de Covadonga.  Mis padres aceptaron, a pesar de la paliza que supone y de algún que otro madrugón, de lo cual siempre les estoy eternamente agradecido.  Ya son unas cuántas en la que me han acompañado y espero que haya unas cuántas más.

            El jueves por la tarde, con mucha lluvia por el camino, salí de Málaga en dirección a Coria (Cáceres) y el viernes, un poco antes de las 9 de la mañana, también con algo de llovizna, retomamos el camino hacia Cangas de Onis donde teníamos el alojamiento.    A la llegada, entre verdes montañas, un fuerte aguacero nos recibió en este bonito y turístico pueblo y tras alojarnos, nos dirigimos hacia Benia de Onis a recoger el dorsal.

            En un pabellón abierto la organización tenía montado los stand con los dorsales para las distintas carreras (55, 33 y 22 km) y la feria del corredor.  Allí saludé a todos los integrantes de la expedición malagueña: Salva Rosado, Curro Amores, Miguel Ángel Campos (Nolly), Gustavo, Antonio Pozo, Oliver, Iván Martín, José Enrique Romero, Angel Accino y Javier Martín.  Tras las fotos de rigor, entre ellas, una con una gran corredora y ultrera como Nerea Martínez y sobre las 20 horas, justo antes del inicio de la charla técnica, volvimos a Cangas de Onis para descansar.  Todos comentamos que las previsiones meteorológicas daban lluvia por la tarde pero que por la mañana nos respetaría el tiempo.

           
            Como casi siempre no dormí bien.  En esta ocasión, la causa se debió a que desde mi habitación se escuchaba mucho ruido de la calle. 
            En fin, al día siguiente, sobre las 6,30 de la mañana, con la impagable compañía de mis padres, y tras tomar un café muy cargado en la Sidrería Moreno, tenía sensación de frío y con esa sensación unida a la lluvia que caería tarde o temprano, me indujeron a ponerme la chaqueta impermeable Marmot antes de reunirme con el resto de mis compañeros.  Sin embargo, observé como la mayoría no la llevaba y tal vez fuera lógico, pues puede que a los pocos kilómetros y con el esfuerzo en la subida tuviera que pararme para quitármela, por lo que decidí, a última hora, guardarla en la mochila.  Por suerte, hice bien.  Lo que no tenía duda es que había que llevar bastones.

            Mi idea era tomarme la carrera con tranquilidad e ir superando avituallamientos.  Con mucha gente en la salida, con la inestimable animación del speaker y con una mañana fresca y sin nubes en el horizonte, salimos los aproximadamente 500 corredores, y en seguida, se fueron formando los previsibles tapones en cuanto el carril tornó en sendero cenagoso.
           
            Los primeros kilómetros en continúa ascensión transitan por carriles y veredas con mucho barro y tramos de hierba.  Como casi siempre y ante el impulso de todo el pelotón, salgo con la respiración más acelerada de lo normal y por supuesto, con la sempiterna molestia en la inserción de los isquiotibiales de la pierna izquierda.   Tras adelantar a Nolly y Salva Rosado, hago lo mismo a los pocos metros con otros tres componentes de mi club, Oliver, Curro Amores e Iván.   Por delante van Javi Martín, Angel Accino y José Enrique a los que preveo que no llegaré a alcanzar.  En estos primeros kilómetros siento que la zapatilla derecha está demasiado suelta y corro el peligro de que sea engullida por algún lodazal.  Eso sí, compruebo que las Hoka mafate Speed II van bastante bien y tienen suficiente agarre y al final de la carrera acabo bastante contento con ellas.
  
            Poco a poco vamos dejando atrás el valle y las vistas de las montañas y los paisajes desconciertan por la belleza y majestuosidad en una mañana cada vez más reluciente.    De vez en cuando giro la cabeza atrás para recrearme en el espectáculo.  Muchos corredores me pasan.
            Tras unos cuántos kilómetros de barro llegamos al primer avituallamiento, LA BERRUGA, kilómetro 5, donde sólo suministran agua y decido no parar ya que todavía me queda líquido en los bidones.
            Seguimos la ascensión por una zona muy embarrada donde cuesta mantenerse en pie.  Trato de ir por la zona de hierba pero aún así, el avance se vuelve muy fatigoso.  Las zapatillas se recubren de una doble suela de barro, casi pesan el doble. En fin, me ayudo con los bastones y en varias ocasiones, a punto estoy de quedarme sin una zapatilla, la derecha, pero la zona no invita a detenerse y prefiero seguir.    Tras superar esta zona viene una bajada donde corro a buen ritmo atravesando una zona de nieblas bajas donde disfruto trotando por el sendero.  
            Vuelta al ascenso por una pista empinada de cemento donde como no hay peligro de tropezarse aprovecho para girarme y contemplar el paisaje. Al final de la subida se vislumbra el siguiente avituallamiento, CAMBA, kilómetro 11.  Paso rápido, bebo isotónica, como algunos trozos de barritas y cargo agua y a seguir en camino.  
           



            Empieza a soplar algo de viento fresco y me subo los manguitos.  También me paro a apretarme los cordones de las zapatillas, sobre todo, la de la derecha que iba muy suelta.  
            Los kilómetros siguientes son bastante técnicos, con subida por zonas de piedras y algún suave descenso por hierba que siempre se agradece.   Adelanto a algunos corredores y voy con cuidado de no lastimarme ya que son zonas de campo a través donde muchas veces no hay camino.  En realidad vas siguiendo las banderitas rojas y las pisadas de los corredores que han pasado antes que tú.  Además del sol, tenemos bastante animación: los cencerros de las vacas que resuenan en la primaveral mañana.   A algunas hay que hacerles algún gesto o pegarles una voz porque no se apartan.

            Comienzo la bajada y en seguida se une por detrás un compañero de mi club, Oliver.  Comentamos que no somos muy buenos en zonas técnicas, que somos del sur y que no estamos acostumbrados a estos terrenos con tanto barro, hierba y piedras.  Medio en broma, medio en serio echamos de menos los 101 de la Legión.  Por lo visto, en la charla técnica hicieron hincapié en el tramo de Buferrera a Entrepeñas, supongo que por el barro. Seguimos charlando y al rato se une también Iván Martín, y tras una foto de los tres, previa al descenso del Culiembru, iniciamos el descenso técnico. 


            Tiene mucha pendiente y bajo con cuidado.  Se trata de un canal inmenso donde no se ve el fondo entre dos macizos montañosos. Impresiona por la grandiosidad del lugar y a la inversa, por nuestra insignificancia.  
            Oliver se coloca justo detrás de mí y creo que Iván no queda demasiado lejos.  Hay mucha piedra suelta y siguiendo al que va delante, pasamos por algunos tramos donde hay que poner “culo a tierra” por la peligrosidad que conlleva.   Los bastones estorban pero a la larga también ayudan para no cargar tanto los cuadriceps.  La bajada se hace interminable.  Nos superan algunos corredores que bajan muy sueltos, alguno casi surfeando por encima de las piedras. 
            La bajada hasta la ruta del Cares se hace muy larga.  En el último tramo se nos une un corredor que la hizo el año pasado y nos comenta que esto es lo más técnico y que, por supuesto, la subida por el canal de Trea es brutal.   Con la ayuda de los bastones, hay algunas zonas con tanta piedra, que más que bajar parece que estuviésemos esquiando.
           


            Despacio y con buena letra llegamos al siguiente avituallamiento, ya en la ruta del Cares, CULIEMBRU, kilómetro 19, donde cargo agua y bebo isotónica.  No hay sólido, menos mal que llevo una barrita grande. 
            De golpe, allí aparece Gustavo, también de mi club, que debe haber hecho una buena bajada del Culiembru pues en el descenso ha adelantado a Iván.  Enseguida abandona el avituallamiento y decido seguirle.
            Son tres kilómetros por esta famosa ruta turística, la del río CARES, repleta de senderistas a los que vamos esquivando mientras no paramos de correr.   Comentamos que la carrera está siendo dura pero que es muy guapa y los paisajes son extraordinarios. 
            La verdad que esta zona es digna de reseñar. Sigue el curso del río Cares en la zona conocida como “la garganta divina” y fue construida a principios del siglo XX (1916 a 1921) a través de un espectacular desfiladero.  La senda está excavada en la roca y por su parte izquierda, en dirección a Caín de Valdeón, no hay nada, tan solo el vacío y un insondable precipicio y muy en el fondo el río Cares, que, a veces, hasta cuesta verlo.

            Tras los tres rápidos kilómetros al trote por la senda del Cares (esta ruta de 11 kilómetros hay que hacerla con la familia) y la correspondiente foto de rigor (Gustavo y yo), pasamos el control de la organización (4 horas y 17 minutos de carrera) y empieza la temible subida del Canal de Trea. Todo lo que pueda decir se queda corto.  Son 3 kilómetros en los que se superan 1300 + por otra vertiente de la ruta del Cares.  En realidad se trata de subir por una pared.


            El inicio de la subida transita por un tupido bosque por lo que, a pesar del esfuerzo y las pulsaciones elevadas, se sobrelleva mejor.   Detrás de mi, incansable, asciende Gustavo.  
            Aprovecho los bastones al máximo, trato de regular el esfuerzo y dosificarlo, e ir lo más tranquilo posible, centrándome en cada paso y sólo pensando en avanzar.  Durante el ascenso vamos sobrepasando a algún que otro corredor, tampoco muchos.  La verticalidad de la pendiente es tan descomunal que, a veces, si no pisas bien tienes la sensación de que te puedes caer hacía atrás.
            Abandonamos la zona de bosque y el sendero se vuelve más pedregoso, agreste y sin vegetación.  A mitad de camino hay una fuente y una pequeña zona de escalada.  Me cuesta subirla.
            Gustavo y yo seguimos paso a paso, sin parar, el duro ascenso.
            A veces, alzamos la mirada para comprobar por donde van otros corredores y muchas veces nos arrepentimos sólo de pensar hasta donde hay que subir.  Casi mejor, no mirar mucho y avanzar, sin pensar demasiado, centrarse en el esfuerzo que supone cada paso. 
            En algún momento empiezo a notar calambres y cada vez siento el estómago más vacío.  Me temo que si no como algo voy a sufrir una “pájara”.  Decido parar unos segundos para tomar aire y empezar a comer una barrita.  Me adelanta Gustavo y ahora es él el que tira.  También aprovecho esos momentos para echar un vistazo al paisaje que nos embarga.  Son sitios salvajes, naturaleza y montaña en estado puro y donde las palabras no alcanzan a describir esos lugares.

            Poco a poco, Gustavo me va sacando unos metros.  Subo sin cebarme y un voluntario nos da ánimos.  En media hora estáis en el Refugio de Vega de Ario- nos dice.  Por detrás, Iván nos pega una voz.  Está haciendo una magnífica ascensión y nos va pisando los talones.   De hecho, tras atravesar una zona de mucha piedra y tramos técnicos ya sin pendiente, entramos los dos juntos en el siguiente control y avituallamiento, en el refugio de montaña de VEGA DE ARIO, kilómetro 28

            Trato de sobreponerme del esfuerzo comiendo un plato de macarrones.  Lástima que no dispongan de refresco de cola.  Bebo isotónico, como algún dulce y cargo los bidones y ya me encuentro preparado para seguir.   Por este punto transitamos sobre las 13,30 horas y lo bueno es que ahora empiezan bastantes kilómetros de bajada.   Estoy impaciente por salir pero decido esperar a Gustavo e Iván.   El día se ha nublado y de vez en cuando nos cae alguna gota.  Aún así, son muchos los turistas que están disfrutando del día en los Lagos de Covadonga y que se aventuran a subir al refugio de Vega de Ario.

            Tras varios minutos de espera y empezando a sentir cierto enfriamiento, apremio a mis compañeros y les digo que empiezo a tirar.  Salgo tranquilo y con la certidumbre de que me van a coger ya que ellos descienden mejor que yo.  En efecto, tras varios kilómetros bajando a mi aire, con despiste incluido, me alcanzan, y los tres, junto con más corredores avanzamos rápido en dirección a los Lagos.    Iván se destaca pero tras una parada, lo adelanto y llegando cerca del Lago de la Ercina y viendo que la senda es más corrible me dejo llevar.  Atravesamos la verde pradera del lago y tras la subida al “Mirador de los dos lagos”, giramos a la izquierda y pasamos el control en 7 horas y 42 minutos.  Sin darme cuenta, veo que he sacado cierta ventaja a Iván y a Gustavo.     Tras bajada algo técnica nos encaminamos al otro lago, el de Enol, y luego una nueva subida, a la Porra de Enol.

            La subida a la Porra de Enol se me hace bastante dura.  Controlo la respiración, me centro en el momento actual y solo pienso en progresar paso a paso.  Me estoy quedando sin agua y estoy deseando llegar al avituallamiento de Buferrera.  El descenso de la Porra de Enol está lleno de lodo y piedra embarrada y corro con precaución hasta que llegamos a la carretera y me dejo llevar hasta el siguiente avituallamiento: BUFERRERA, kilómetro 38,5. 
           
            Como es habitual en mí, no paro mucho tiempo.  Relleno bidones, un vaso de refresco de cola, isotónico, trozos de barritas y un poco de fruta y a seguir.    Supuestamente en la charla técnica habían comentado que esta zona era bastante técnica, por lo que habrá que estar muy pendiente.

            Atravesamos el túnel del Furacón y bajamos por “El Escaleru”, vestigios de las explotaciones mineras en esa zona a principios del siglo XX, para acabar llaneando por otra vega, la vega de Comeya.  Al principio voy solo. Luego se une un corredor con camiseta amarilla.  Tras un nuevo repecho y cruzar una zona de juncos y barro empieza una bajada por la ladera de la montaña en la que son visibles las huellas de un reciente incendio.  No es una senda fácil para dejarse llevar y ahí que estar bastante pendiente.   Mantengo a la vista la referencia de ese corredor de camiseta amarilla y voy bajando a mi ritmo.   La senda vuelve a introducirse en zona frondosa con mucho barro y grandes piedras donde es fácil resbalar o sentir como alguna de las zapatillas puede ser fagocitada por el lodazal.
            Casi sin darme cuenta hemos llegado al siguiente avituallamiento, ENTREPEÑAS, kilómetro 44.  Otro refresco de cola y a seguir corriendo. 
            Tras atravesar una zona de barro intransitable, enseguida divisamos a lo lejos la pedanía de Demues y el hermoso paisaje que lo circunda.  Primero nos conducen por un carril asfaltado durante algo más de un kilómetro y después por un sendero que baja hasta el río, ya en una senda más embarrada.  Sigo corriendo y descendiendo a mi ritmo.  En esta bajada nos empieza a llover justo cuando transito por una pendiente muy resbaladiza.  Busco la hierba y me ayudo de los bastones y paso sin problemas, sin embargo, pienso que en esa zona se van a producir muchas caídas, como así fue.  La lluvia arrecia y te anima a correr con más ganas mientras otro corredor, detrás, acompasa mis pisadas.

            Tras finalizar la bajada y una zona llana por un sendero bastante encharcado, comienza la subida al pueblecito de Demues por una senda con muchas piedras y cubierta de vegetación.   En seguida escampa, y vuelve a salir el sol, filtrándose los rayos de luz entre la exuberante arboleda, mientras la ascensión se me hace un poco más larga de lo que indica el perfil.

            Al final entramos en el pequeño pueblecito del Concejo de Onis, DEMUES, kilómetro 49, donde unos voluntarios, lo más seguro que vecinos de la aldea, se encargan del avituallamiento bajo una carpa, con una mesa repleta de bebida  isotónica y de refrescos de cola. ¡Qué poco me queda! ¡Qué ganas de llegar a meta!

            Abandono la aldea y enfilo una nueva subida, la última, eso sí, con mucha pendiente, primero por una pradera y luego, tras un leve extravío, por una zona de campo a través y por fin, subo a lo alto del monte y al otro lado sólo quedan 3 kilómetros de bajada hasta Benia de Onis.  La verdad que esta carrera no regala ningún metro y tras una zona de asfalto fácil nos conducen a otro sendero encenagado que desemboca a pocos metros de la meta.  Me pasan algunos corredores pero prefiero bajar más lento, asegurando.   No tiene sentido arriesgar por dos puestos más arriba o dos más abajo.

            Antes de llegar a meta, extraigo mi bandera de Trail Running Málaga, mis padres me saludan con mucha alegría y cruzo la meta en 11 horas, 8 minutos y 50 segundos. Nuevo reto superado, nueva experiencia y al final, uno siempre trata de quedarse con lo positivo, en este caso, ninguna caida, bastante buenas sensaciones, sin demasiadas molestias, salvo al principio y los momentos de calambres subiendo el canal de Trea.

            Al llegar a meta, mis padres me ayudan con la logística mientras me dan un masaje con diatermia. Saludo a los compañeros que ya han terminado, unos máquinas, Angel Accino y José Enrique.  También a Javier Martínez que ha hecho otro tiempazo.

            Luego van llegando los demás, Iván, Gustavo y Oliver a los que también felicito.   Me hubiese gustado quedarme más tiempo pero mis padres llevan muchas horas allí y están cansados, por lo que sintiéndolo mucho, me despido de los allí presentes.    Eso sí, al final todo el grupo fue finisher de una exigente, montañera y espectacular carrera: la III ULTRA TRAIL PICOS DE EUROPA (13 de mayo de 2017).

                  


viernes, 19 de mayo de 2017

VI CSP PENYAGOLOSA TRAILS (118 KM Y 5400 +) 21 y 22 abril 2017

Crónica VI PENYAGOLOSA TRAILS CSP 118 KM Y 5400 + 21 Y 22 ABRIL 2017
           
            Tenía mucho interés en participar en esta Ultra.  Tal vez sea una de las de mayor prestigio de España.  De hecho, desde su creación en su modalidad larga ha sido varias veces Campeonato de España de Ultras, pertenece al circuito de la Spain Ultra Cup y este año ha entrado a formar parte del Ultra Trail World Tour.  Además, para el 2018 será la sede del campeonato del mundo.

            Resulté uno de los 600 agraciados en el sorteo, tras la correspondiente preinscripción, por lo que, de entrada, no resulta fácil poder participar y ya que lo había conseguido, había que estar en la línea de salida y obviamente, intentar finalizarla, objetivo primordial de todo ultrero.

            Como siempre, la semana previa a la carrera reduje los entrenamientos y me dediqué a la logística y a memorizar desnivel, avituallamientos y tiempos de paso, a mi entender, bastante ajustados en los primeros 48 kilómetros
            El jueves por la mañana salí en dirección a Castellón y el viernes a primera hora ya estaba en el centro de Castellón recogiendo el dorsal (2222) en la feria del corredor. 

            Por la tarde, la dediqué a descansar y a estudiar el perfil de la carrera pero como siempre me ocurre en este tipo de pruebas que salen al anochecer, la espera se me hizo bastante larga.   La temperatura en Castellón iba a ser agradable pero en el interior se iban a dar temperaturas muy bajas, bordeando los 0 grados y por la zona de Culla, ermita de San Batolomé, Vistabella, etc., apenas si se alcanzarían los 13 grados como temperatura máxima.  Como curiosidad, decir que esta es una de las carreras veteranas en el panorama de carreras de ultradistancia por montaña en nuestro país, sobre todo la MIM, de unos 65 kilómetros y cuyo recorrido se basa en los senderos utilizados por los peregrinos en su viaje desde Useres hacia el Santuario de San Juan de Penyagolosa y cuyo origen se remonta a la Edad Media.

            Sobre las 10 de la noche cogí el coche y me dirigí a la zona universitaria, al estadio de atletismo San Jaime I.  La temperatura era muy fresca y tras hacer tiempo escuchando música, entregué a la organización las dos mochilas, una para Culla (km. 71) y la otra para línea de meta.  A la vuelta al coche me encontré con dos compañeros de este “mundillo”, dos máquinas, uno de ellos el campeón de Andalucía de Ultra Trail, ¡ahí es nada!, como es Antonio Cayetano García Orozco y el otro Rafael Llorente Tamayo que realizó una impresionante gesta y es que con una semana de diferencia se ventiló el verano pasado (2016) la Ehunmilak (170 km y 11000 +) y la Ultra Sierra Nevada (100 km y 6000+).  Por lo visto, había un tercer corredor en este grupo pero no lo llegué a ver y a saludar. Estuvimos hablando que, según la charla técnica, y viendo vídeos, no parece muy técnica y es más de correr.  También sobre ir bien abrigados porque la noche iba a ser muy fría.  Luego, el tema de la salida de las ultras al anochecer donde a algunos corredores les viene mejor y a otros no tanto.  En fin, me despedí de ellos, deseándonos suerte y siempre con el objetivo de terminarla.
    Tras pasar por el corralito y el control de material, accedí a la pista de atletismo de la Universidad de Castellón, San Jaime I.




            En cuanto al material y dado que se preveían temperaturas bastante frías, llegando a los 0 grados, salí con pantalón largo y con la chaqueta Salomón Bonatti.  También decidí ponerme unos guantes.  Las decisiones sobre material resultaron todo un acierto y no fue hasta el kilómetro 60 en el pueblecito de Benáfigos que no me quite la chaqueta.  Sobre zapatillas, corrí con las mismas de las últimas carreras, las Hoka Mafate Speed, que ya tienen más de 1000 kilómetros.

            Volviendo a la salida.  Allí había un gran ambiente.  Muchos corredores de élite iban resonando por megafonía: Timothy Olsson, Yeray Duran, Pablo Criado, Gemma Arenas, Mercedes Pila, Remi Queral, Sebas Sánchez, Didrik Hermansen, Xari Adrián, Francesca Canepa, etc.  Como siempre en este tipo de carreras, Depa de la revista, Trail Run, se convertía en uno de los principales protagonistas y animadores de estos minutos previos.


            A las 12 de la noche salimos los 600 corredores de la CSP.  Como siempre, a ritmo conservador, sin cebarme con nadie y a sabiendas de que estas carreras son muy largas y cualquier exceso al principio se puede pagar después.  Tras unos primeros kilómetros por asfalto subimos el primer repecho y luego bajada técnica por senda en dirección a Borriol (kilómetro 8 aproximadamente), primer avituallamiento, en unos 57 minutos.  Mucha gente congregada en el pueblo animando.  Apenas si bebo un vaso de isotónica. 
            Tras Borriol viene una fuerte subida, primero por cemento, luego carril y finalmente sendero.  La respiración se acelera.  Hay mucho nivel y me adelantan bastantes corredores.  Yo sigo a lo mío. En este tramo se mezclan algunos trechos de asfalto, carril y senderos pedregosos. 
            Como en las últimas carreras, los inicios siempre son duros.  No tengo muy buenas sensaciones.  Voy con bastantes molestias en la inserción de los isquiotibiales la pierna izquierda (biceps femoral y semitendinoso) y en la zona de la ingle.  También la cintilla de la pierna derecha me está dando más la lata de la cuenta.  Ni que decir tiene que no hay carrera que en esos momentos me diga que no me voy a inscribir a ninguna ultra más, que tengo que guardar más reposo, que me duelen muchas partes del cuerpo, que esto es muy duro y que debo tomarme unas largas vacaciones, sin embargo, al terminar, según van pasando las horas comienza un proceso inconsciente de barrido cerebral y todo ese sufrimiento se va olvidando y al cabo de varios días, uno ya está navegando por Internet a la caza de una nueva ultra.  Incluso, al escribir la crónica, tengo que hacer esfuerzos para recordar como en aquel kilómetro y en el siguiente corría con todo tipo de dolores.

            En el siguiente avituallamiento, Bassa de Les Orenetes (kilómetro 23) nos recibe una estatua de cartón-piedra de considerables dimensiones con ambiente discotequero.  La noche es fría y limpia mientras la música resuena con fuerza y los voluntarios nos reciben con los brazos abiertos.  Cargo agua y como algo, entre ellos, unos dulces en forma de trenzas con relleno que me saben a gloria.  Una de las cosas de hacer ultras es que en los avituallamientos puedes comer sin restricciones, tanto dulces como lo que se tercie. Por este punto, ya llevo 3 horas y 41 minutos de carrera, en el puesto 363 y junto con las molestias de los primeros kilómetros, se suman a la fiesta los gemelos.

            Seguimos por un terreno con tramos de carril y mucho sendero de piedras bastante técnico donde hay que ir muy pendiente al suelo.  La verdad es que de estos tramos no guardo muchos recuerdos, ya sea porque era de noche o porque no tenían nada de especial o porque iba demasiado concentrado para ir recordando los tramos. Tan solo que la sensación de un continuo sube y baja y de que los senderos tienen mucha piedra suelta y hay que ir con cuidado.  Como siempre, hay corredores que empiezas a conocer de vista y que en cierto modo te van sirviendo de referencia.  Te han pasado y luego tú los adelantas en la subida y posteriormente ellos me adelantan en la bajada.  En uno de esos grupos había una chica bastante joven que me adelantó en la subida y con la que coincidí durante toda la ultra.

            Los kilómetros van cayendo, adentrándonos cada vez más en el interior de la provincia de Castellón y cada vez con más frío.  Tras una dura subida llegamos al bonito pueblo de Useres (kilómetro 32) sobre las 4,45 de la mañana en la posición 375.  Vuelvo a cargar hidratos con los dulces “trenzados”, cargo agua e isotónica y a seguir en carrera.  Los dolores persisten y siento que estoy sufriendo un poco más que en otras ultras.  Intento seguir el ritmo de algunos grupos pero al final me quedo atrás. A lo largo de estos primeros kilómetros atravesamos varias ramblas pedregosas.

            Tras unos cuantos kilómetros comienza una bajada técnica.  Ahora vamos buscando un nuevo pueblo, Atzeneta del Maestrazgo, pero antes nos desviamos hacia el siguiente punto de control, Torreselles, para lo cual debemos bajar por un sendero bastante técnico y embarrado y luego una dura subida.   Este avituallamiento también está muy animado.  Se trata de una ermita en lo alto de un peñón, la ermita de les Torreselles que utilizan los peregrinos en su tránsito desde Useres hasta San Juan de Penyagolosa.  Son las 6 y 36 minutos cuando paso por este punto de control, mejorando algo mi posición, 353, y animado porque estaba a punto de llegar el alba.  Y ese amanecer se produce en el descenso camino de Atzeneta del Maestrazgo.  Tal vez sea, junto con el del Mont Blanc, en Arete du Mont Fabre, uno de los amaneceres más espectaculares que he vivido en una ultra.  Sólo por esos instantes ya merece la pena todo el sufrimiento pasado.  Para mí, son momentos mágicos que disfruto en silencio mientras me dejo llevar por el carril que serpentea por la ladera de la preciosa comarca del maestrazgo.    Mi ritmo de bajada es lento.  Siguen las molestias en la inserción de los isquiotibiales de la pierna izquierda y en la cintilla de la derecha.  Aun así, no paro de correr. Abandonamos el carril para seguir por sendero hasta que vislumbramos al fondo el pueblo de Atzeneta y todo su valle.

            Por este punto de control, Atzeneta, kilómetro 48, ya llevo en carrera 7 horas y 30 minutos y sigo mejorando algún puesto, 342.   Había muchos corredores y voluntarios y el avituallamiento estaba bastante bien surtido, con comida caliente que se agradecía mucho ya que la temperatura apenas si llegaría a los 2 o 3 grados.  Recuerdo una chica que llegó instantes después al avituallamiento, con su pareja, y con la rodilla ensangrentada.  Le decía que le dolía mucho y que no podía continuar.  Al final, con la rodilla vendada, doy fe de que llegaron a meta.  Toda una campeona.   Como siempre, no llegué a sentarme y tras comer algún sándwich, seguí mi camino.

            Tras salir del pueblo ahí un buen tramo de asfalto y de carril ancho. Después de los avituallamientos, siempre sale uno más tranquilo. Algo se ha ingerido y, por lo general, se nota un poco más pesado el estómago, por lo que siempre esos primeros metros los suelo hacer andando hasta que se asienta la comida y empiezo a correr.

            Desde Atzeneta se observa en la lejanía varios pueblos, tal vez nuestro próximo destino.  Le pregunto a un lugareño pero no me sabe responder.

            Las molestias persisten y también empiezo a notar los cuadriceps algo más cargados.  Esta es una zona donde uno podría recortar bastante pero no voy muy bien por lo que me limito a andar rápido hasta que varios corredores me pasan al trote y trato de seguirlos. Es por esta zona donde decido tomar un sobre ibuprofeno.  No los suelo tomar pero casi siempre llevo algúno.  A veces me ha hecho efecto y la mayoría de las veces no.

            De zona fácil y de carril pasamos a una zona llana pero bastante técnica, una zona de ramblas y de tierra caliza, con grandes escalones, encajonada entre barrancos donde correr se hace difícil.

            Tras ese tramo vuelve una zona de carril o de senda ancha, hasta que comenzamos a afrontar la zigzagueante y fuerte subida de Benáfigos, primero con una pendiente suave y luego mucho más vertical.  El calor empieza a apretar.  La luz de la mañana realza la frondosa vegetación que vamos dejando a ambos lados.    La chica joven que ya me adelantó en el descenso de la ermita de Torreselles lo vuelve a hacer en la subida al pequeño pueblo de Benáfigos.

            Al llegar al avituallamiento, lo primero que hago es quitarme la chaqueta impermeable Bonatti y los guantes y quedarme en manga corta.  La temperatura ha subido, la mañana es espléndida y entre el ánimo de los lugareños y que la distancia recorrida supera ya los 60 kilómetros, algo más de la mitad de la ultra, pues todo se empieza a ver con mejor cara.  Además, parece que alguna de las molestias van remitiendo.  Por este punto de control, Benáfigos llevo en carrera 9 horas y media y sigo mejorando alguna posición, puesto 330.

            El tramo de Benáfigos hasta Culla, de más de 10 kilómetros, es bastante duro.
Se trata de una zona espectacular con enormes macizos y espectaculares cortados.   Primero es una bajada por una senda estrecha a través de un frondoso bosque de carrascas hasta que llegamos a las zonas de ramblas y al lecho del río Monlleo y a partir de ahí, viene la subida a Peñacalva, tal vez la subida más fuerte de la Ultra.  Poco a poco me voy encontrando mejor y la bajada por sendero la hago sin parar de correr a un buen ritmo, junto con tres corredores valencianos.  La subida es otra historia.  Es muy vertical y mi respiración se acelera.  Me cuesta bastante, aún así adelanto en la misma a varios corredores.

            Tras la agónica subida y después de atravesar varios kilómetros llanos, nos encaminamos al supuesto punto intermedio de la prueba, Culla, bonito pueblo en lo alto de otro pequeño monte, con fortaleza incluida, y que en la ultra representa  el kilómetro 71, y lugar donde se puede recoger la mochila con el material que cada uno ha pensado que puede necesitar (cambio de ropa, frontal, barritas, zapatillas).   Como casi siempre el espacio es reducido y los bastones estorban más de la cuenta.  Hay muchos corredores, algunos un poco magullados, otros cambiándose de ropa, otros curándose las ampollas, etc.  En mi caso, aprovecho para tomar un batido recuperador de la marca 226ers y comer un buen plato de macarrones. Cargo bidones y listo.  Paso el control de material y vuelvo a la carrera.   Por Culla sigo mejorando algunas posiciones, 281, y ya son 12 horas y 22 minutos de carrera.

            De nuevo una fuerte bajada.  Tras un primer tramo de asfalto y otro de carril, enfilo una larga y sinuosa senda que tomo con buena cadencia y sin parar de correr llego al lecho de otro río, zona de ramblas y piedras para, de nuevo, enfilar otra larga subida en dirección a la ermita de San Bartolomé.    En esta subida siento que me quedo sin fuerzas.  En cierto modo sufro una leve “pájara”.  Me pasan unos cuantos corredores.  Los ánimos flaquean.  Al menos la ascensión se hace rodeada de un auténtico vergel de frondosidad y a la sombra de la arboleda.  Opto por tomármelo con tranquilidad buscando el ansiado avituallamiento del kilómetro 81, la ermita de San Bartolomé.
           
            Por este punto de control transito en la posición 280 y con 14 horas y 22 minutos en las piernas.   Este avituallamiento no está tan bien surtido.  Hay unos cuantos corredores retirados, uno de ellos con la manta térmica encima. Cargo agua, bebo isotónica y sigo el avance.   El siguiente tramo, con ligera ascensión pero que en la práctica casi resulta llano.  Se trata de unos kilómetros de fáciles de sendas con alguna que otra bajada donde se puede trotar.   Poco a poco me voy recuperando del desfallecimiento sufrido en la subida a la ermita de San Bartolomé.  Mantengo durante estos kilómetros la referencia con varios corredores mientras voy bebiendo y comiendo algo por el camino, a la vez que voy disfrutando de los paisajes.  El cielo se ha nublado un poco y siempre ayuda a bajar unos grados la temperatura, aunque tampoco es excesiva.

            El siguiente avituallamiento, Vistabella, kilómetro 89, es una pequeña población encantadora, como su propio nombre indica.  Por este punto ya son casi las 16 horas de la tarde y mantengo casi la misma posición en la clasificación general. Aprovecho para tomar dos vasos de zumo de piña.  A veces hay que cambiar de bebida ya que uno se acaba hartando de tanto isotónico y refresco de cola.  Me tomo dos platos pequeños de pasta caliente con atún y queso que me saben a gloria.  Sentado, mientras daba buena cuenta de la pasta, otro corredor me saluda.  Al principio, no le conozco hasta que me dice que nos vimos en la GR 10-Xtrem, Ultra Trail de Valencia del año 2016.  Entonces le recuerdo.  Es verdad. Anduvimos juntos durante unos cuantos kilómetros en esa ultra, tratando de volver al recorrido ya que nos habíamos perdido.
            En fin, me cuenta que ha tenido que abandonar en la ermita de San Bartolomé, creo que por deshidratación y por habérsele cerrado el estómago.  De hecho, le tuvieron que poner suero y era este corredor el que llevaba la manta térmica en la ermita de San Bartolomé.
            Termino de avituallarme, me despido de este ultrero valenciano y vuelvo a la carga. 


            De nuevo, zona de sendero pedregoso y técnico de bajada hasta las zonas de ramblas.  Me vuelve a pasar la chica.  Como digo, bajamos al lecho del río y empezamos una ligera subida por zona bastante sombría y boscosa.  Me ayudo de los bastones y noto que los dos platos calientes de pasta me han sentado genial.  Me noto con fuerzas renovadas y trato de zafarme de un corredor que mantiene mi ritmo y al que le escucho a uno 10 o 15 metros por detrás.  Al final lo consigo perder de vista.  Vuelvo a correr más rápido, incluso troto en algunos tramos cortos de subida y esa euforia se va traduciendo en que mi ritmo se incrementa empezando a pasar a varios corredores.   La senda llanea por la ladera de la montaña buscando la siguiente población y avituallamiento, Xodos, por el que marcho sobre las 18 horas y mejorando en casi 20 posiciones mi clasificación.    Como varias galletas, cargo agua y apenas si descanso varios minutos y sigo mi camino.

            En seguida, la senda gira bruscamente a la izquierda en fuerte subida por un camino adoquinado, luego a la derecha por carril, volviendo a entrar en zona boscosa.  Sigo adelantando a más corredores. Apenas si noto las molestias que me han acosado durante la primera mitad de la ultra.  Tras nuevas zonas de ramblas intransitables accedemos a una vereda en fuerte subida que luego se convierte en carril al salir de la espesura de la vegetación.  Poco a poco la tarde va cayendo y comienza a sentirse el fresco de la noche pero no me quiero parar.

            Llego al avituallamiento del Collao, una carpa en mitad del campo repleta de jóvenes voluntarios.  Como varias barritas, refresco de cola y en varios minutos retomo la carrera.  Por Collao ya son las 19,30 de la tarde.  Algunos corredores se paran a ponerse la chaqueta.  Empieza a hacer bastante frío pero creo que aguanto.

            Nuevos kilómetros de vereda limpia pero en ligera ascensión mientras divisamos, cada vez más cerca, los enormes y espectaculares macizos de San Juan de Penyagolosa.  En la bajada corro como si fuera el inicio de la ultra, adelantando a muchos corredores que ya sólo pueden caminar.  Me siento eufórico. Por el punto de control de Marcen son las 8 y 30.  Está anocheciendo y es hora de ponerse el frontal pero eso supone pararse y quitarse la mochila.  No lo hago.  Creo que puedo llegar con la tenue luz del atardecer. 
            Tras una subida por carril empiezo a escuchar al fondo la música de meta, pero de golpe el sonido se esfuma y comienzo, tras un primeros metros alegres por carril, lo que viene siendo una bajada técnica y en tramos hasta peligrosa y sin apenas visibilidad pero sigo sin ponerme el frontal.  He plegado bastones y extraído mi bandera de Trail Running Málaga pero, a decir verdad, la bajada se me hizo más larga de lo previsto.

            En un trecho del descenso aprovecho para colocarme detrás de otro corredor.  Muy amable me ofrece la iluminación de su frontal.  El problema es que va tocado de los cuadriceps y apenas si puede correr.  Va demasiado lento.  Después de un rato, unos senderistas nos indican que nos quedan unos 15 minutos. En fin, dejo al chaval y me arriesgo a correr en la penumbra.  Bueno, más que correr voy dando saltos para evitar tropiezos.  Y si, sin caer, consigo llegar a meta en un tiempo de 21 horas y 25 minutos, en el puesto 233.  Luego me enteré que al estar la meta en una zona protegida (parque natural) la organización tenía prohibido mantener la música más allá de las 21 horas.

            En fin, acabé muy contento corriendo por la alfombra roja, casi al sprint, para evitar que varios corredores me alcanzasen, lo que ya en frío, si uno lo piensa un poco, no tiene mucho sentido (puesto arriba, puesto abajo), pero en esos momentos el afán de superación y la competitividad te obligan a no regalar ni un metro.

            Al llegar a meta saludé a Antonio Cayetano García Orozco, un campeón, que había hecho 16 horas y 49 minutos. ¡Bestial! 
            Tras ducha reparadora y un bocadillo, un autobús nos retornó a la Universidad de San Jaime I y fin de la aventura y bastante contento con las buenas sensaciones finales.
            La siguiente Ultra, dentro de tres semanas, el día 13 de mayo en Benia de Onis: Ultra Trail Picos de Europa, que en el momento de escribir estas líneas ya he finalizado pero que, obviamente, la contaré en otra crónica.






           
           


           
           







miércoles, 3 de mayo de 2017

VI ULTRA TRAIL SIERRAS DEL BANDOLERO (100 millas y 6500 +) 3,4 y 5 marzo 2017

CRÓNICA PRIMERA EDICIÓN CIEN MILLAS BANDOLERAS 166 km y 6500 +
(3,4 y 5 de marzo de 2017)
“Cuando la montaña se vuelve infierno”

            Por tercera vez afrontaba la Ultra de Bandoleros, este año con la novedad de alcanzar la simbólica cifra de las 100 millas. Era una ocasión especial de volver a territorio Bandoleros, a la meseta del Simancón y a la Sierra de Grazalema.  Recuerdo que me inscribí el 1 de noviembre de 2016, festividad de Todos los Santos, en un día de senderismo, subiendo el Pico del Grajo y a través del móvil.

            Como la sierra de Grazalema es una zona con una alta pluviometría, la cuestión de la climatología resulta especialmente relevante, más si cabe, por las zonas bastante técnicas y peligrosas por donde transita la carrera. Y una semana antes, ya pude comprobar como para esos días, 3 y 4 de marzo, daban lluvia, viento y fuertes bajadas de temperaturas.

            Tenía muy claro que el tema del material iba a resultar de vital importancia.  Más vale que me sobrara que no echarlo de menos en plena carrera.  Me puse manos a la obra, sobre todo, en dos aspectos: guantes y chaqueta impermeable y transpirable.  Sobre los guantes, tras buscar algo impermeable de forma rápida, opté por los típicos guantes de fregar como medio para impermeabilizar (emulando a los guantes que nos venden en el UTMB) y debajo unos guantes térmicos pero la solución no me convencía, de hecho, me costaba ponérmelos.  Me acordé de que tengo unos guantes gruesos para la nieve y aunque pesan, decidí llevarlos.  Creo que fue todo un acierto aunque para mi desgracia, están hechos para la nieve y no para una lluvia interminable.

            En cuanto a la chaqueta impermeable, y descartada mi Salomón Bonnatti roja que de impermeable ya no le queda nada, la única solución era comprar una nueva, barata pero fiable.   Tras buscar por Internet me fui dos tardes antes de la carrera al centro de Málaga en busca de la chaqueta.  Y por suerte, en la tienda Irontriath pude comprar, a muy buen precio, una buena chaqueta, marca Marmot que durante la carrera me respondió con solvencia, aguantando las 24 horas seguidas de lluvia.  El único inconveniente es el tema de la capucha que no lograba ajustármela bien.     
           
            Por lo que se refiere a la preparación, sigo con la misma rutina de los últimos meses, más gimnasio y bicicleta que correr.   Como máximo dos veces a la semana y siempre acabando con molestias en la ingle izquierda y por supuesto, con la limitación de la tendinopatía en los isquiotibiales de la misma pierna, molestia que ya ha cumplido dos años en febrero, justo después de la Cxm Sierra Blanca 2015, es decir, lo que se dice crónica.   Además, en las últimas carreras, a partir de cierta distancia, había sufrido fuertes dolores en los gemelos y de hecho, el día antes de la Ultra acudí de “urgencias” a un masajista para que me hiciera una leve descarga de los mismos.  

            Me tomé el viernes de vacaciones y tras preparar la logística de carrera los días previos, cogí el coche y me encaminé hacia Prado del Rey.  La idea es que me hubiera acompañado mi familia pero entre el resfriado de mi mujer y el mal tiempo que se pronosticaba, lo descartamos.  ¡Lástima!, no iba a poder contar con su apoyo moral en Grazalema.  ¡Otra vez será!

            En el viaje en coche, a partir de Ronda, empezó a caer una ligera llovizna y pasando El Gastor, la llovizna tornó en un fuerte aguacero y  además, soplando un gélido viento.  El cielo, sembrado de nubes bajas con unos colores bastante amenazantes, no daba la esperanza de que se fuera a abrir en bastantes horas.  En fin, unas ganas locas de salir a correr por el monte. 

            En Prado del Rey los niños salían del colegio mientras caía un fuerte aguacero junto a un intenso viento.  Aparqué al lado del Instituto y esperé hasta que amainara. Sentía frío y me encontraba con el cuerpo casi cortado, incluso con temblores. Aguardé en el coche durante un buen rato pero viendo que el mal tiempo iba para largo, me puse el chubasquero y haciendo de tripas corazón, acudí a recoger el dorsal.  Hacía frío. La organización ha puesto una gran carpa en la plaza. Allí, saludé a varios compañeros, recogí el dorsal nº 44 y vuelta al coche.  
            En el Instituto, esperando a que nos permitieran entrar en el gimnasio (suelo duro) para preparar nuestro colchón hinchable y para poder cambiarnos, charlé con dos compañeros de mi club, dos máquinas totalmente sincronizadas: Bulla y Nono.   Espero que nos veamos y podamos compartir muchas más carreras, pues eso será buena señal para ellos y para mi.  Por, de pronto, creo que nos volveremos a ver de nuevo en julio de 2017 en el País Vasco, disfrutando y sufriendo en la EHUNMILAK (170 km y 11000 +).

            Me voy dando cuenta, cada vez más, que en muchas de estas carreras-aventuras siempre somos los mismos o al menos, parte.  Entre estos, pude conocer y charlar con otro crack, Francisco Berben, que iba acompañado de otro fenómeno, Mark Woolley.  También estaba por allí otro ilustre, Fali Coleta, al que no tengo el gusto de conocer.

            Otra decisión clave para que pudiera terminar la carrera fue el cambio de ropa.  Cuando ya estaba preparado, salí al coche, a la intemperie y aunque ya iba con la chaqueta sentía mucho frío. ¿Qué sería cuando estuviera por la zona del Simancón con ventisca y posiblemente, nieve?  A la vuelta al gimnasio, me desvestí y me puse una camiseta térmica gruesa y la malla-pantalón térmico.  Creo que estas cuatro acciones: guantes gruesos, chaqueta Marmot y camiseta y pantalón térmico me permitieron afrontar y sobrevivir en la Ultra, sin pasarlo demasiado mal.

            Tras dejar las dos mochilas para utilizar en carrera, Villaluenga y Ronda, saludé un chaval que conocí en una carrera (Cxm del Zenete) en Jerez del Marquesado, cerca de Guadix.  Se llama Oscar y pertenece al club Marea Naranja.  Juntos entramos en el corralito y al poco, tras la foto de rigor, conseguí ver y saludar de nuevo a los Antonios (Nono y Bulla), también a Gustavo, todos del TRAIL RUNNING MALAGA y a Manu, creo que del Jarapalos Trail.  No llegué ver a Paco Marfil.   Por suerte, el tiempo nos permitió una salida sin lluvia.  Se había despejado el cielo y relucía un tímido sol que nos duró hasta el primer cortafuegos, pasado el avituallamiento en El Bosque.
           
           
      Faltando varios minutos para los trabucazos del inicio de la prueba, pedí ayuda a Gustavo para configurar el garmin foretrex 401 y estando en esos menesteres se inició la Ultra.  Los primeros metros los hice andando hasta que puse el reloj en estado óptimo.  Tras dar la vuelta a la plaza de Prado del Rey tomamos rumbo hacia el Bosque, sobre el kilómetro 11 por un carril salpicado de charcos y barro pero apto para correr.  
           
            A diferencia de los años 2014 y 2015, el nuevo recorrido hasta El Bosque transita íntegramente por carril.   Son 11 kilómetros llanos con ligera bajada al principio.  A mitad de recorrido volví a encontrarme con Gustavo.  Me molestaba más de lo normal la tendinopatía de los isquiotibiales de la pierna izquierda, por lo que decidí aminorar el ritmo y hacer varias paradas.  Esto acababa de empezar – me digo.  Vamos a ir tranquilo – pienso.

            Llego al Bosque tras una hora y 10 minutos en el puesto 169 de carrera. Como algo en el avituallamiento donde nos anima un crack, finisher de la UTMB, como Juanjo Montesinos y es entonces, cuando empieza lo bueno.  Trato de buscar mi ritmo, sin cebarme en ningún corredor.  El sendero está embarrado y hay que clavar bien los bastones.  Me colocó detrás de una pareja y avanzo.   Al cabo de cierto tiempo empieza a llover pero es muy liviana.  Anochece.  La nueva distancia del ultra de Bandoleros, para llegar a las 100 millas, ha incorporado nuevos senderos que se concentran en estos primeros kilómetros.  Tras la ascensión, hay un tramo de descenso por un sendero estrecho pero bien marcado con mucha vegetación.  En una curva, se me va el pie y me resbalo.  Se trata de una caída sin consecuencia y sigo corriendo.   Al poco me vuelvo a encontrar con Gustavo.  Me cuenta que ha estado a punto de abandonar la carrera en El Bosque por un fuerte dolor en la rodilla pero que era demasiado pronto.  Sigue con molestias.   Le sobrepaso y bajo la tenue lluvia llegamos al avituallamiento de líquido y chocolate que han colocado sobre el kilómetro 19.  Todo bien y vuelta a un nuevo ascenso por sendero.  Mientras avanzamos se empieza a escuchar que hay una bajada muy peligrosa y luego llega una subida por cortafuegos con un desnivel brutal. Y, en efecto, al llegar a ese tramo de bajada, con el paso de los corredores, la lluvia, el fuerte desnivel, aquello ya no es un sendero, es un tobogán de barro.  Bajamos todos con cuidado pero mis Mafate Speed ya no tienen mucho agarre y también uno que no tiene mucha habilidad y a las primeras de cambio sufro una nueva caída.  Me vuelve a pasar Gustavo.  Al poco tiempo, en otro tramo, en un despiste, vuelvo a sufrir otra caída, la tercera. Aquí me hago algo de daño en la muñeca pero sin más daños colaterales.  Bueno, algo más embarrado de la cuenta, con la preocupación propia del lugar por el que transitamos, empiezo la subida del cortafuego.  Al principio, me pongo un poco nervioso porque entre el desnivel y la lluvia, intentar subir por donde otros han pisado hace imposible la subida.  Tras varios amagos, decido ir más campo a través y pisar todo lo que pueda en la hierba, arbustos, etc. y así, zigzagueando y evitando el barro en todo momentom consigo coronar la dura subida.   La lluvia sigue apretando y la visibilidad con el frontal no es la mejor pero volvemos a correr por un bonito sendero.  Me coloco detrás de un chaval a cierta distancia, con un ritmo semejante y juntos hacemos unos cuantos kilómetros hasta el siguiente avituallamiento, Llanos del Campo, sobre el kilómetro 25.  Hasta aquí siempre voy rodeado de muchos corredores.  Pasado este avituallamiento empiezo a ir más en solitario.


            Recuerdo que al alcanzar el avituallamiento de Llanos del Campo, otro corredor detrás de mí, llegó y acto seguido, con clara determinación, entregó el dorsal alegando molestias en el tobillo.  Bueno, tras un poco de isotónica y algo sólido, empezamos la subida al Puerto Boyar.  La lluvia arrecia y cada vez hace más frío.  Son algo más de 6 kilómetros ya conocidos que se hacen duros.  El sendero es un barrizal, todo cubierto de charcos que al principio se tratan de esquivar pero llega un momento que ya te da igual.  La lluvia sigue apretando.  Trato de colocarme la capucha pero me tapa el frontal y entonces si que no veo nada. Además, la lluvia reduce la visibilidad.  Hace frío y empiezo a notar como las manos se me entumecen.   De esta guisa llego al siguiente avituallamiento, Puerto Boyar, en el kilómetro 33.   La aglomeración de corredores en este punto es fácilmente explicable.  Llueve con fuerza, hace frío, el espacio techado es bastante reducido y creo que muchos corredores se están pensando seguir o no seguir, puesto que ahora viene uno de los tramos más duros, largos y técnicos de la carrera hasta llegar a Villaluenga del Rosario.  En este punto, veo como un grupo de corredores decide no seguir, que no merece la pena, que no han venido a esto. La verdad es que es para pensárselo más de dos veces.    A mi favor, que conozco el tramo y que llegados a Villaluenga hay bastantes kilómetros “fáciles”  
            En puerto Boyar, los voluntarios ayudan en lo que pueden.  Como puedo me abro un poco de hueco, dejo los bastones y como, no recuerdo bien, un bocadillo de jamón de pavo, cargo los bidones y decido ponerme los guantes gruesos para la nieve.  Al tener las manos mojadas y ateridas de frío, soy incapaz de ponérmelos.  Menos mal que dos voluntarios me ayudan en estos menesteres y tras varios intentos, no sin esfuerzo, lo conseguimos.  Toca volver a la carga entre el frío y el fuerte aguacero.
            Salgo y veo ya varios coches cargados de corredores que han decidido abandonar.  Lo segundo que distingo es la entrada al sendero, totalmente inundada.  Somos varios los que empezamos la ascensión y eso anima. Sin embargo, el sendero, en forma de peldaños, en algunas partes ya es una cascada de agua, con enormes charcos, algunos vadeables y otros no.  Mucho barro y muchas piedras embarradas pero como es subida se puede avanzar sin mucho peligro.   Poco a poco, se va difuminando el grupo y cada uno va subiendo como puede.   En la bajada todo se complica. Me ayudo mucho de los bastones en algunos tramos más complicados y con mucha concentración realizo una primera bajada.  La lluvia sigue sin dar tregua. En los años anteriores, la organización nos hacía un control sorpresa pero este año no hay nadie.  Las condiciones no invitan a ello.  Cada vez hace más frío.  Adelanto a un corredor que va totalmente cubierto con un enorme chubasquero de color caqui.   Va lento pero seguro.    Llega la subida al Simancón y apenas si distingo delante de mí un frontal.  Trato de acelerar el ritmo y llegar a su vera.  Lo consigo.  Por ahora los guantes me están ayudando y poco a poco las manos van entrando en calor.  El resto del cuerpo, gracias a las mallas y camiseta térmica están bien.   En la subida empiezo a encontrarme con bastante nieve.  La atención todavía debe ser mayor porque el peligro de un resbalón se incrementa.   El corredor con el que estaba haciendo la ascensión se para. Decido seguir.  Al poco tiempo me quedo totalmente sólo, oscuridad delante y oscuridad detrás, y cada vez con más nieve.  La subida al Simancón es dura pero paso a paso lo conseguimos.  En la parte alta sopla mucho viento, a veces, la fuerza me detiene y sencillamente no puedo ni avanzar. También hay que estar muy pendiente de las balizas y no perderse porque en esta zona el sendero se difumina bastante.  Trato de seguir las pisadas aunque en algunas zonas de piedra apenas si hay rastro.  A veces tengo que para para comprobar que hay alguna baliza más adelante y que no estoy perdido.  Ni que decir tiene que se me agolpan bastantes pensamientos negativos, sobre todo lo que podría ocurrir en caso de una caída o cuanto tardarían en rescatarme o donde podría refugiarme o qué hacer en caso de perderme.  
            Tras un tiempo que se me hace eterno comienzo con mucho cuidado la bajada del Simancón con bastante nieve.  El viento sigue soplando con fuerza y muchas veces cuesta avanzar pero todo se va superando.  Sigo teniendo problemas con la capucha y a veces el viento y la lluvia me dificultan la visión.  Son ya varias horas por esta zona y sigo solo.  Poco a poco, según desciendo, el viento va amainando.  Cada vez me queda menos para llegar a Villaluenga, aunque antes hay que atravesar el peligroso barranco final.   Por un momento me pierdo.  En ese instante, al volver la vista atrás veo un gran número de frontales.  Vuelvo a encontrar la baliza y aminoro el ritmo para acoplarme con el grupo que viene detrás.  Subimos el último repecho, ya dentro del grupo de corredores.  El viento vuelve a bufar con mucha fuerza.  Los corredores de este grupo llevan buen ritmo y en la bajada del barranco me dejan atrás.  Prefiero ir más lento y seguro.  Esta bajada, por el precipicio de Villaluenga del Rosario es muy peligrosa en condiciones normales. Con el viento, la lluvia, el barro y lo resbaladizo de las piedras la bajada puede ser muy peligrosa.  Una caída, un mal paso, un resbalón … mejor no pararse a pensar.  En fin, sigo descendiendo. Me ayudo de los bastones y cuando me resulta demasiado peligroso, opto sin pensarlo por la opción más segura, es decir, “culo al suelo” y agarrándome donde buenamente puedo.   

            Por fin, consigo llegar al siguiente punto de control y avituallamiento, Villaluenga del Rosario, en el kilómetro 45, tras 9 horas y 39 minutos,  a las 3 y 43 de la madrugada en el puesto 144.  Nada más entrar un médico de la organización me pregunta si me encuentro bien.  Le digo que si.   A mi alrededor, muchos corredores, unos ateridos de frío, otros, tal vez, con alguna contusión por caída, otros tomando un caldito calentito, otros sacudiéndose el barro de las zapatillas o cambiándose de ropa y otros, creo, que se están pensando en seguir o no seguir.

            Me tomo mi tiempo para comer alguna barrita, algún dulce y llenar los bidones de agua.  Creo que he pasado el tramo más inhóspito y técnico y si el tiempo amaina, lo que viene ahora, puede ser mucho más llevadero.  Salgo de Villaluenga y junto con un grupo de tres realizamos una dura subida por carril de cemento.  Luego se paran y en la bajada hacia los Llanos del Republicano, aprieto el ritmo hasta llegar a la base del Puerto del Correo.  Me noto con fuerzas y sin muchas molestias y empiezo la ascensión.  Adelanto a un corredor. En la cima del Puerto del Correo, me alcanzan los tres de la salida y juntos nos encaminamos hacia los Llanos de Libar.  Este tramo de carril tiene mucho barro y hay zonas donde es inevitable volverse a mojar los pies.  Sigue lloviendo y correr se vuelve muy dificultoso.  Trato de correr por la zona de hierba.

            Llegando al avituallamiento del refugio de Los llanos de Líbar vuelvo a cruzarme con Gustavo.  Charlamos.  Me comenta que va fastidiado de la cintilla, que no puede correr y que está sopesando retirarse.   Comentamos que la carrera está siendo muy “heavy” y así, charlando mientras no cesa de llover, entramos en el Refugio de los Llanos de Líbar.   Apenas si paramos.  Comemos algo y volvemos al camino.  Ahora viene la mejor zona para mi, zona fácil por carril de arenilla, sin barro, tramo en el que si tienes fuerzas puedes avanzar bastante y recortar tiempo y distancia.  Durante un rato sigo con Gustavo andando y charlando.  Me dice que no puede correr y reflexiona diciendo que tiene que aprender a retirarse.  Me pregunta, sobre lo qué haría yo.  Bueno, en la UTMB, está el ejemplo, es decir, pensarlo mucho antes de entregar el dorsal.  Le digo que si puede seguir andando que la intente terminar, que hay tiempo pero tampoco quiero condicionarlo con mi opinión.  Supongo que en ese tramo fue pensando qué hacer hasta llegar a Montejaque.    En otra parte del recorrido, hubiera seguido con Gustavo y más en una carrera en estas condiciones, pero era bajada por carril, me sentía con fuerza y tenía que aprovechar este tramo para recuperar tiempo.  Al fin y al cabo, estamos en una carrera.
            Me despido de Gustavo y vuelvo a correr con ganas, primero en bajada y luego en llano.  Comienzo a adelantar corredores, sigue lloviendo con fuerza y al cabo de un rato largo consigo llegar al siguiente punto de control en Montejaque (kilómetro 58).   Allí me tomo dos tazas de cacao y unos dulces, y vuelta a la carrera.  Por Montejaque paso a las 6 y 43 de la mañana.  El tiempo en carrera sube a las 12 horas y 41 minutos.
            Subo a la ermita del mismo nombre y en la bajada apenas si puedo correr debido al barro acumulado.  Busco las zonas donde no me patinen las zapatillas y trato de mantener el equilibrio, siempre ayudado de los bastones. En este tramo me amanece pero a diferencia de otras ultras, no hay alegría en ese amanecer.  El cielo está oscuro y muy nublado y obviamente, sigue lloviendo.  A ritmo lento, corriendo a veces, pero sin buscar riesgos para evitar una caída bajo a la zona de las vías del tren donde comienza el asfalto y una fuerte subida camino a Ronda, pero al menos es por asfalto y se puede andar más rápido.  Durante este tramo, mantuve en el horizonte la referencia de un chaval con un impermeable amarillo e igualmente, por detrás, otro corredor que me utilizaba de referencia.   Por este tramo, junto con la lluvia pertinaz y el galopante frío, el viento se sumó a la fiesta.  
            En la subida a Ronda, me encontré con un corredor.  Si llevaba dorsal, lo llevaba camuflado pero por como me miró y como iba, creo que era de la carrera y que estaba atajando o a lo mejor, lo estaba haciendo sin darse cuenta.  En el año 2015, al empezar la bajada de la cuesta del cachondeo, la organización tenía un punto de control.  Este año no se encontraba o al menos, no lo vi.  Si se ha quitado, creo que ese control debería mantenerse ahí, para evitar  las posibles picarescas de algunos.
            Llego a Ronda (kilómetro 66) empapado y con bastante frío.  Aún así, el pantalón térmico me aguanta, igual que el chubasquero Marmott, que me están salvado la carrera.  El problema con el chubasquero es la capucha, que soy incapaz de colocarla bien y más que ayudar, me estorba, por lo que prefiero no llevarlo aunque suponga llevar la cabeza calada.
            Los guantes de nieve están mojados pero me siguen sirviendo ya que me aportan calor en las manos.  Me los quito y los escurro.   Las zapatillas y los pies están encharcados pero no siento molestias de ampollas o uñas negras.
            En Ronda avanzo un poquito hasta el puesto 79 de carrera, en 14 horas y 14 minutos.  Son las 8 y cuarto de la mañana.
            Decido no utilizar la mochila intermedia que la organización nos traslada a este punto.  Aparte porque supone perder bastante tiempo, porque, en mi caso, pienso, que no me iba a servir de mucho, ya que una vez cambiado, al salir, me iba a empapar igualmente en pocos minutos.
            Allí saludo a otros dos compañeros de mi club, Nono y Bulla. Tras tomar un leche con cacao y algunos dulces, a modo de desayuno, lo normal es que hubiera salido pero prefiero seguir acompañado.  Tampoco es que vaya muy sobrado y dadas las condiciones, no tiene sentido ir delante para que al poco me tiempo me sobrepasen.  Vistas las condiciones de la carrera, lo único que me interesa es terminar.
            Espero un rato más.  A Bulla lo veo bastante entero pero Nono no para de tiritar.  
            Al cabo de varios minutos, salen mis compañeros del TRM, Nono y Bulla.  Como desconozco el ritmo que van a llevar y al no querer representar ninguna rémora en su carrera, prefiero que salgan ellos antes y si soy capaz de cogerlos es que puedo aguantarles, por lo menos, durante algún tiempo.   Si veo que no puedo, prefiero seguir a mi aire.
            El recorrido por las calles de Ronda es un infierno.  Hace mucho frío y viento y llueve de forma inmisericorde.    Al llegar a la bajada de la cuesta del cachondeo se paran a “evacuar líquidos”.    Me paro y me quedo con ellos.  Nos hacemos alguna foto con el tajo de Ronda al fondo y seguimos en carrera juntos mientras vamos charlando y animándonos mutuamente.    
            En este tramo de vuelta en dirección al siguiente avituallamiento, Benaoján, nos encontramos con Gustavo que sigue en carrera.  Nos hacemos la foto de rigor (foto para el recuerdo).  Nos cuenta que entregó el dorsal pero visto que no le recogían para llevarlo devuelta a Prado del Rey, decidió seguir hasta Ronda y la organización le permitió, de nuevo, recoger el dorsal y volver a la carrera.  Se le veía bastante motivado.


            Un poco después topamos con otro máquina, Javier Portales, pero, a diferencia de Gustavo, le ví más pálido y con menos ganas.  De hecho, se retiraría posteriormente, creo que en Benaoján.
            En este tramo nos llueve muchísimo.  Son muchos kilómetros por pista llena de charcos.  Juntos vamos haciendo caco (caminar-correr).  Por este tramo noto que se empiezan a cargar en demasía los gemelos y también la cintilla de la pierna derecha.  El dolor en la inserción de los isquiotibiales de la pierna izquierda ha pasado a un segundo plano. Nos van pasando algunos corredores.   Ni que decir tiene que los pies y las zapatillas van encharcadas.      La subida previa a Benaoján ya va formando un buen regato de agua.
            Recuerdo que al llegar al avituallamiento de Benaoján (kilómetro 79), la lluvia se había transformado en un fuerte aguacero que no daba tregua.   En Benaoján, mejoro hasta el puesto 63.  Son ya las 10:43 de la mañana y un tiempo de 16 horas y 41 minutos en carrera.
            Aquí, Nono y Bulla se toman su tiempo.  Hablan por teléfono, se cambian de ropa, etc. mientras algunos corredores llegan y siguen su curso.  Aprovecho el tiempo para tomar varios calditos y un poco de queso y para quitarme zapatillas y escurrir calcetines y por supuesto, los guantes, que pesan unos cuántos kilos más.   Supongo que será por la fricción pero al quitarme las zapatillas, sale hasta humo.  Ni que decir tiene que los pies son la parte que más está sufriendo.  Tienen un aspecto blanquecino y las uñas, por momentos, van adquiriendo un tono morado. Llevan demasiadas horas a remojo y poco a poco se van reblandeciendo.  También alguna incipiente llaga comienza a hacer acto de presencia junto con las molestias y dolores varios, propios de los kilómetros ya acumulados.  También en este punto de control, al intentar cambiar las pilas al garmin foretrex, el gps me dio error y a partir de ese momento perdí ese entretenimiento que te va indicando la hora, distancia, ascensión y tiempo empleado.   Creía que le había entrado agua pero al llegar a casa pude comprobar que el gps está en perfecto estado.
            En mi caso, mi logística es más bien escasa y aparte de no llevar mucho recambio, prefiero no parar demasiado y salvo circunstancias de fuerza mayor y mientras no tenga demasiadas molestias, intentar seguir con lo que tengo.
            Tras media hora aproximadamente de parada en el punto de control de Benaoján, con el fuerte aguacero acechante, volvemos a la carrera.
           
            Este tramo hasta el siguiente avituallamiento, Jimera de Líbar, es un tramo de sendero que discurre paralelo a las vías del tren y al río.  En condiciones normales es bastante corrible pero en esta ocasión, hay demasiado barro y charcos aunque no será nada con lo que nos encontraremos de camino a Cortés de la Frontera.  Por este tramo, nos vamos dando ánimos, Bulla grava algún vídeo y a ratos corremos y a ratos caminamos, según la pendiente.  Por lo general, prefiero ir atrás y dejar a ellos que impongan el ritmo.  A veces se paran y me coloco delante por espacio de algún tiempo.  De este modo, con la lluvia como fiel acompañante, llegamos a Jimera de Líbar (kilómetro 88), tras un duro repecho con mucho barro y senderos convertidos en improvisadas cascadas, llegamos sobre las 12,52 de la mañana del sábado, tras 18:50 horas en carrera.  En mi caso, sufro un retroceso y subo al puesto 70.

            El avituallamiento en este punto es una carpa demasiado concurrida por la lluvia. Hay de todo. No recuerdo exactamente lo que comí pero si que estaba bien surtido, como casi todos.  Aquí paramos poco tiempo.
            A la salida de Jimera hay un tramo de descenso.  Recuerdo que llevaba la cara acartonada por el frío y que me costaba hablar.  Del avituallamiento salimos un grupo bastante grande que al cabo de unos quinientos metros se fue difuminando, cada uno a su ritmo.  Yo me rezago, tal vez voluntariamente.  El chaparrón por esta zona es bastante intenso y trato de ajustarme el gorro pero no hay manera.  Hay mucho barro y lo que queda de sendero está bastante resbaladizo, más en bajada.  De vez en cuando, Bulla o Nono se giran buscándome. Me animan.  Los mantengo a la vista.  Esto es una carrera y entiendo que si tienen más fuerza, lo suyo es que tiren pero por esta zona es difícil progresar.  Todo está encharcado, los senderos son arroyos.   Los cuadriceps comienzan a cargarse.
            Tal vez, este tramo sea el más duro por la lluvia.  En lo que antes eran senderos, ahora hay arroyos y a su vez, estos senderos son franqueados por otros con un caudal más grande.  Cruzarlos supone meter las piernas, muchas veces por encima de las rodillas, en un agua helada, pero no hay otra opción, mientras la lluvia no nos abandona en ningún momento.  
            Me siguen pasando algunos corredores y vuelvo a reagruparme con Nono y Bulla.  Comentamos que aquello es todo menos una carrera.  Se llega a hablar de la posibilidad de abandonar.  Hay que entender que son muchas horas de mal tiempo, de kilómetros de barro, de agua, de lluvia, de frío, de viento, nieve y granizo y que la mente comienza a flaquear y sabemos que todavía la meta queda muy lejos.  Este tramo se nos hace a todos muy largo, tanto física como mentalmente.
            Por esta zona, en dirección a Cortés de la Frontera, no se puede correr, amen de que las fuerzas, al menos las mías, están bajo mínimos.   Tras unos cuántos kilómetros de intransitables senderos y otros cuántos de carril llenos de barro, entramos en otro tramo donde el carril, ya de arenilla, tiende hacía arriba.   Me duele la cintilla y siento bastante cargados los cuadriceps.  Noto molestias varias en los pies, cada vez más entumecidos y mientras la pertinaz lluvia sigue cayendo sin piedad.
             
            Tras bajar trotando por asfalto hacia la Estación de Cortés de la Frontera, Cañada Real del Tesoro, viene una fuerte subida hasta Cortés.  En esta subida, Nono y Bulla tiran con fuerza y yo me rezago por lo que trato de subir sin cebarme.  Aún así, adelanto a varios corredores.  Mi respiración se acelera y doy todo lo que puedo.             
           
            En el avituallamiento de Cortés de la Frontera (Kilómetro 100), situado en una de las plazas del pueblo, puedo sentarme y descansar un rato.  Por este punto transitamos en la posición 73 de carrera.  Son más de las 3 de la tarde del sábado y el tiempo en carrera asciende a las 21 horas y 38 minutos.  Bulla y Nono, con su espectacular logística, vuelven a cambiarse.  Lo tienen todo muy controlado y perfectamente organizado. A mi solo me da para quitarme los calcetines y escurrirlos y lo mismo con los guantes que pesan unos cuántos kilos más.   Trato de entrar en calor.  A pesar de los guantes, tengo las manos y los pies con bastante frío. Me alimento lo mejor que puedo, cargo agua y tras unos 15 o 20 minutos, salimos los tres.
           
            Como veo que ellos tienen más fuerzas, prefiero que me vayan dejando.  Esto es una carrera y no quiero suponer una dificultad añadida. No obstante, ellos se giran varias veces y me animan a seguir, pero no puedo llevar su ritmo de subida.   Aquí, prácticamente se disuelve nuestro agrupamiento temporal y vuelvo a continuar solo en esta épica ultra, sin duda la más dura de todas las que he hecho hasta la fecha (con permiso de la UTMB 2016).  En esta subida, por un continuo sendero en zigzag parece que la lluvia nos da una tregua.  Me acoplo a un grupo de 3, entre ellos una chica, llamada Cristina, con bastante experiencia en ultras, que trata de animar a otro corredor.  No paran de charlar y esa charla también me sirve para mantener la concentración y los ánimos.    Antes de llegar a la zona de “las lagunas” de los Llanos de Libar, sufro la cuarta y última caída-resbalón de la carrera, un buen rodillazo, pero sin consecuencias.   Ese tramo vuelve a ser muy técnico, con mucho barro, hierba mojada y piedras de todas las formas y tamaños.  Trato de buscar zonas no demasiado pisadas para evitar más resbalones.   Me duelen los cuadriceps, el cansancio me va haciendo mella y en los pies siento varias ampollas que se disputan la supremacía en cuanto al daño que me pueden hacer.  Además, al tener los pies tan reblandecidos por el agua, cada golpe o patada contra una piedra es un suplicio y el daño es mucho mayor.  Una de esas patadas me provoca un fuerte dolor en el dedo gordo del pie derecho.   
            Atravieso los Llanos de Libar siguiendo los pasos de la chica y su grupo, lo que supone cruzar varios ríos efímeros y alguna que otra laguna, tramos de 7 u 8 metros de agua hasta la rodilla o más, teniendo bastante cuidado en mirar donde se pisa y en que la corriente no te tumbe.
            Vuelvo a subir y bajar el Puerto del Correo y tras atravesar nuevos arroyos, por fín, alcanzo una zona limpia de carril en los Llanos del Republicano.  En esta subida, me encuentro mejor y trato de dar alcance a varios grupos que, en las zonas técnicas me han dejado atrás.  En la bajada a Villaluenga, me pongo a correr, no sin dolor, y les doy alcance y los supero, llegando bastante bien de moral al avituallamiento de Villaluenga del Rosario (kilómetro 110), por segunda vez, donde nos recibe un nutrido grupo de personas que nos animan.

            En el avituallamiento no cabe un alfiler. Mucha gente, muchos voluntarios y muchísimos corredores, todos calados.  En este punto coincidimos por primera con la Bandolerita, la “carrera corta” que ha salido el sábado a media mañana, lo que explica también la aglomeración de corredores.  Trato de buscar con la mirada a Nono y Bulla pero no los localizo.  Como buenamente puedo, consigo un asiento, me cambio de calcetines, tomo algo de pasta y un batido recuperador y cargo agua.  La verdad que esto que resumo en una línea daría para escribir un pequeño relato, sobre todo, por lo que transmiten las miradas de unos y otros.  Allí saludo a una campeona como Silvia Marfil y a su padre, Paco Marfil, otro campeón, al que se agradecen las muestras de ánimo y ayuda que recibo.   En Villaluenga, en su segundo paso, transito en la posición 69 en 25 horas y 18 minutos.         
            Antes de salir, vuelvo a echar una mirada al numeroso grupo de corredores del avituallamiento sin ver a Nono y Bulla, más que nada para saludarlos porque en seguida me iban a dejar atrás.  Están mucho más fuertes que yo y tienen más destreza en las zonas técnicas.  En fin, con ánimos renovados porque cada vez me queda menos, retomo las balizas del último tramo duro y técnico de carrera, unos 12 kilómetros, en dirección a Grazalema.  Ya es de noche cuando emprendo el camino, sobre las 7,30 de la tarde, y enciendo el frontal.  Tengo bastante frío y varios temblores me sacuden el cuerpo.  Decido apretar el ritmo para entrar en calor.  Esto es muy duro! – pienso.  Por lo menos, ya no llueve.

            La subida es muy técnica y empinada.  Apenas si puedo andar.  Voy con cuidado para evitar un posible acalambramiento.  En algunos repechos me ayudo de las manos.  Todo está cubierto de charcos y barro y aunque es en subida, hay que tener cuidado con lo resbaladizo del terreno.  Hay mucho fango rojizo y la luz del frontal rebota sobre la roca mojada.  Mientras vamos subiendo, nos adelantan muchos corredores de la Bandolerita e igualmente nos cruzamos con otros que bajan en dirección a Villaluenga.  Es una zona muy técnica con un trasiego de corredores enorme.  Nos saludamos mutuamente y muchos nos dan la enhorabuena por la proeza de continuar en carrera.  Realizo esta subida junto a un corredor de la larga, bastante animoso, hasta que le dejo ir para no cebarme ya que su ritmo era superior al mío.  El resto de este duro tramo lo realizo andando todo lo rápido que puedo.  Apenas intento correr ya que me duelen bastante los cuadriceps y ambas cintillas, sin olvidar ampollas varias y algunos dedos maltrechos.   La noche sigue avanzando y el sendero, sinuoso, atraviesa el bosque mientras sigo avanzando, sin mirar atrás, pero ya sin el trasiego de corredores.   Es un momento bonito, son 3 o 4 kilómetros en soledad, en el silencio de la noche, únicamente acompañado por mi respiración y la cadencia de las pisadas.
           
            Llego a Grazalema (kilómetro 124) sobre las 11 y cuarto de la noche del sábado, mejorando bastante mi posición, en el puesto 58 y ya con 29 horas y 11 minutos de carrera.  Repongo algo mis maltrechas fuerzas con varios vasos de leche con cacao y algunos dulces.  Es lo que me entra en esos momentos.

            Reanudo la marcha en dirección a Benamahoma. 
            Por las calle de Grazalema saludo a mis dos compañeros de fatiga, Nono y Bulla, que bajan corriendo en dirección al avituallamiento que acabo de dejar.
            El cielo se ha despejado y la subida a Puerto Boyar la realizo sintiendo que las fuerzas están muy mermadas.  No obstante, me siento con ánimos por seguir luchando y tener cada vez más cerca la meta.   Es un tramo por un sendero limpio y muy bien acondicionado para los senderistas, atravesando varios puentes de madera y tras esa subida, los kilómetros restantes son ya en bajada o en llano pero, al menos, apenas ya no hay más desnivel, salvo algunas tachuelas finales.

            Al llegar al Puerto Boyar comienza la bajada.  El barro y las piedras la han convertido en intransitable y bastante peligrosa.  Bajo despacio y evitando una nueva caída.  Comienzan a adelantarme algunos corredores de la corta y supongo que por esta zona me pasaron Nono y Bulla, aunque ni yo me di cuenta ni ellos se percataron.  En algunos tramo corro pero es difícil mantener el equilibrio y la concentración después de tantos kilómetros, de noche, con el cansancio acumulado, con dolores de todas las intensidades y con tantas piedras y barro.  Mi objetivo es llegar – me digo.  Antes de alcanzar el pueblo de Benamahora adelanto a un corredor con un impermeable rojo que va mucho más tocado que yo pero que parece no rendirse.
           
            En el avituallamiento de Benamahoma, me siento durante unos minutos. La hija de una voluntaria me sirve un café.  Está demasiado caliente y sólo puedo con la mitad.  Como algo, cargo bidones y a por otros pocos kilómetros en dirección a El Bosque.  En este tramo se me agota la luz del frontal y lo cambio por el otro. Ahora viene el laberinto y la humedad del río Majaceite.  Escaleras para arriba, escaleras para abajo, ahora cruzo por este puente a la izquierda, ahora lo cruzo por este otro puente a la derecha. Por un momento me extravío y ya no se si voy en la dirección correcta.  Varios corredores que vienen detrás encuentran en seguida el camino y la continuación de las balizas. Les sigo. Algunos escalones, bastante elevados, me cuesta subirlos.  El dolor de cuadriceps y las dos cintillas me atormentan por momentos pero hay que seguir. Me siguen adelantando corredores de la carrera corta, pero creo que ya ninguno de la larga.  Tras el laberinto del río, otros tantos kilómetros de carril amplio  me conducen al bonito pueblo de El Bosque.  –Qué poco me queda – me digo.  Esto ya está casi hecho – me voy dando ánimos.

            Último avituallamiento de la Ultra, El Bosque (kilómetro 150).  Por este punto paso en 33 horas y 37 minutos, en el puesto 58.  Son las cuatro menos veinte de la madrugada del domingo 5 de marzo.   Allí nos reciben varios voluntarios disfrazados con muchas ganas de fiesta.  Nos animan.  Me río.  Ni siquiera aprovecho para descansar y sentarme sino que en pocos minutos vuelvo a salir.  ¡Qué dolor de piernas llevo! 
           
            Salgo del Bosque buscando el largo tramo que todavía nos queda hasta Prado del Rey.  La carrera nos vuelve a conducir al río Majaceite.  En el 2015, este tramo se me hizo muy duro por la humedad.  Esta vez no me afecta tanto.  Voy sólo.  Ningún frontal delante, ninguna luz atrás.  Dejo el sendero del río y tomo un carril amplio en continua ascensión pero sin barro.  Ando todo lo rápido que puedo.  La proximidad de la meta me insufla renovadas fuerzas.  Parece que no tengo tanto dolor y las ampollas son algo del pasado. Al final descubres que todo es mental – me digo.  ¿Hasta donde está el límite de uno mismo? ¿Cuánto es capaz el cuerpo humano de aguantar el sufrimiento?  Supongo que hasta donde a cada individuo, le deja la fuerza física, pero sobre todo, la fuerza mental y la voluntad. Entre estas y otras cuestiones voy reflexionando en esta subida, entreteniendo la mente y apartándola del dolor.

            Abandono el carril y retomo otro, ya en bajada, mucho más fatigoso.  Trato de correr pero está muy resbaladizo y cubierto de barro. Me ayudo de los bastones para no caer y sigo avanzado.  Son unos cuantos kilómetros de fango.  Vuelvo a buscar la hierba para caminar mejor.  A pocos kilómetros de la meta adelanto a varios corredores de la corta.   Uno de ellos me pregunta dónde está la meta, qué si queda mucho.   Entro en el asfalto de los últimos kilómetros, adelanto a otro grupo de la carrera corta.  Se dan cuenta que soy de la larga y me dan la enhorabuena a su manera. Emprendo la fuerte y dura subida final a Prado del Rey.  Subo rápido, con todas mis fuerzas.  Giro a la derecha y me pongo a trotar por la alfombra roja de la meta.  Saco mi bandera de Trail Running Málaga, pliego bastones y con el puño cerrado del brazo derecho en alto finalizo la primera y durísima ultra de Bandoleros, en la distancia de 100 millas, en un tiempo de 36 horas y 13 minutos, en el puesto 56, a las 6 y cuarto de la madrugada del domingo.