DE BELMONTE A PROENCA A NOVA
La primera vez que tuve noticias de esta ultra fue gracias a un corredor argentino residente en Málaga, Nicolas Kierdelewicz que, además de participar en ella, consiguió ganar la prueba con un tiempo de unas 50 horas. En aquel momento, ese tipo de ultras sin balizar, tan largas y además, en pleno verano, no estaban entre mis predilectas pero, al menos, empecé a conocerlas y a leer sobre ellas en las redes sociales.
Con el paso del tiempo y viendo que ya durante los años 2018 y 2019 comenzaba a plantearme la posibilidad de participar en la ultra Algarviana (
A consecuencia de la pandemia que nos fue asolando desde marzo de 2020 y debido a la continua cancelación de carreras y viendo que la organización de
La PT281 es una ultra pensada para pocos corredores para la que hay que estar bastante mentalizado. Mentalizado para ponerse en esa línea de salida y luego mentalizado para enfrentarse al recorrido y adaptarse al intenso sufrimiento. No hay muchos locos que se planteen una ultra de
Y viendo que me quedaba sin posibilidad de acudir a las ultras a las que me había inscrito, entre ellas, por ejemplo las
También he de decir que no me gusta correr con calor y en estos años de corredor de ultras y carreras por montaña, siempre que he podido, durante las fechas veraniegas, he tratado de realizar ultras y/o carreras por zonas de montaña o con climas más benignos, bien por el norte de España o, sobre todo, por los Alpes o Pirineos. De hecho, en verano, mis entrenamientos se centran mucho en Sierra Nevada, pues es la zona donde se puede correr sin sufrir con temperaturas demasiado elevadas. Pero en esta ocasión, la prueba buscaba precisamente eso. No sólo te ibas a enfrentar a una prueba de ultradistancia con todas sus circunstancias y posibles contratiempos, sino que ibas a convivir con un factor añadido, expresamente buscado: el calor. Por esta razón se hace en el mes de julio, en las fechas más calurosas y en una zona de Portugal donde las temperaturas pueden superar con relativa facilidad más de 40 grados. Doy fe de ello porque he vivido durante muchos años y me desplazo con frecuencia a mi tierra, Extremadura, y allí, en verano, hace un calor seco y a veces, extremo. De hecho, la propia organización, reconoce que su prueba se inspira en carreras como la mítica Badwater (EEUU), en el valle de la muerte de California donde se pueden dar temperaturas próximas a los 50 grados o
A lo largo de los meses de mayo y junio de 2020 y viendo que tenía la posibilidad de participar en
Sin embargo, como a casi todos nos ocurre en el mundo de las carreras y de la competición en general, al terminar una ultra o un reto, todo lo pasado se olvida o se relativiza, como el sufrimiento vivido, y a los pocos días, ya estamos delante de un ordenador para buscar una nueva aventura. Una cuestión importante para la que si me sirvió el reto Ponferrada-Santiago,
A mediados de julio, después de un buen entreno por Sierra Nevada con Gustavo y José, decidí darme un pequeño capricho viajando, entre restricciones y mascarillas, a Andorra para realizar dos buenos entrenamientos de
Y en esa situación, un día antes del inicio de la prueba, esto es, el jueves a las 18 horas, desde el castillo de Belmonte, salí con mi coche hacia mi lugar de origen y residencia de mis padres y buena parte de la familia: Coria, en la provincia de Cáceres. Durante esos días previos iba viendo como el tiempo que se pronosticaba para los días de
A diferencia de una ultra normal, este tipo de pruebas tan largas requiere tomarse unos cuantos días de vacaciones, entre los días previos para desplazarse, los propios de la carrera y luego uno o varios para dormir y recuperar el sueño perdido y otro para volver a casa. Al final, la carrera casi requiere una semana y ya he dicho que el precio de la inscripción no es precisamente barato, cuestiones que, para un corredor aficionado, con su familia, su trabajo y sus circunstancias personales, no son algo baladí. Volviendo a los prolegómenos de
En mi viaje no tuve ningún problema, con excepción de una pequeña anécdota provocada por el gps y que, resumiendo, me quería hacer pasar con el coche por un sendero pedregoso, tras guiarme por un pequeño pueblo de calles estrechas donde sus habitantes se podían contar con los dedos de la mano.
Lo bueno de viajar a Portugal es que siempre es una hora menos y aunque pienses que llegas tarde, al final, esa hora menos te ayuda a llegar a tiempo para recoger dorsal y para el inicio de carrera. Sobre las 10 de la mañana, hora portuguesa, llegué a Proenza a Nova, ya con mucho calor. Aún así, ya había corredores recogiendo dorsales. Hice lo mismo y tras descansar un rato en el césped me puse a preparar las mochilas que había que dejar en las distintas bases de vida. He aquí una de las cuestiones más importantes para este tipo de ultras: la posibilidad de que la organización de la ultra nos traslade mochilas con alimentos, ropa y lo que consideremos necesarios en bases de vida ubicadas cada 25-
Poco a poco fueron llegando corredores que recogían los dorsales y luego se colocaban a la sombra, en el césped, bien a descansar o bien a preparar la logística para la carrera. Estando en esos menesteres se acercó a saludarme un corredor español, Ginés Macía Molina, del levante español, de Elche creo, todo un corredor de ultrafondo. De hecho, aquella mañana el que escribe llevaba una camiseta de finisher de la ultra de Caravaca de
Tras entregar las mochilas, me tumbé un rato en el coche pero con el calor que hacía y con los incipientes nervios me resultó imposible. Aproveché para dar un paseo por los alrededores y tomar un café pero con el tema del coronavirus y las dichosas mascarillas, este año está resultando de lo más surrealista y muchas veces notas en las caras de la gente, al entrar en una cafetería, en un bar o en otros establecimientos, cierto velo de tristeza.
Sobre las 15 horas un autobús puesto por la organización recogió a buena parte de los corredores para trasladarnos al norte, al punto de salida, al castillo de Belmonte. Como anécdota, uno de los corredores se olvidó de la baliza y el autobús tuvo que darse la vuelta.
No recuerdo exactamente la hora a la que llegamos pero cada vez estaba más nervioso y más con el tema de la mascarilla y mi gps. En cuanto llegué, bastantes corredores buscamos el primer supermercado abierto para comprar agua fresca, cargar los bidones e ingerir más líquido porque el calor seguía apretando con fuerza. Ya advierto que esta compra se puede obviar porque la organización tiene en el propio castillo de Belmonte un gran avituallamiento con agua, refrescos, zumos, etc. así como fruta, dulces y otros alimentos sólidos, por lo menos en esta edición de 2020. El autobús nos dejó a unos 500 o
Tras una pequeña charla, todos los corredores, con las mascarillas de rigor, nos arremolinamos junto al arco de salida del castillo de Belmonte, mientras el que escribe, algo nervioso, andaba algo liado con la configuración del gps y apenas si estaba pendiente a esos momentos. Sobre las 18 horas portuguesas, con un calor sofocante, se lanzó la prueba y enseguida nos encontramos con una bajada técnica para descender el cerro en el que se ubica el castillo y el pueblo de Belmonte. Adelanto y me adelantan. Todo es una locura. Enseguida, trato de tranquilizarme y coger un ritmo llevadero. Esto acaba de arrancar. Y a los pocos minutos, el agobiante calor te advierte que no puedes y que no debes seguir esos ritmos y que tienes que empezar a andar y dosificar. En cuestión de una hora, corriendo y caminando por algunas zonas de regadío y cultivo y por otros tramos más áridos, me había quedado solo. Dejamos la pista de tierra y tomamos una carretera con una fuerte y larga subida. Luego la bajada también por asfalto y vuelta a pista forestal hasta que girando a nuestra izquierda encaramos una subida dura y sinuosa por sendero. Ya antes de la subida me he quedado sin agua y voy seco. Alcanzo al grupo en el que va Luca Papi y decido seguir ese ritmo, deseando como un loco llegar a algún pueblo o fuente donde saciar mi acuciante sed. Y, por fin, sobre el kilómetro 19 alcanzamos una aldea con un hermoso castillo medieval, Sortelha, donde nos reciben familiares y varios fotógrafos que retratan esos instantes.
Con los bidones ya cargados y algo mejorado, sigo avanzando a pesar del calor. Recuerdo que este tramo es una amplia pista forestal que curvea por el campo mientras el atardecer nos va cubriendo con su sombría capa. Luego un nuevo tramo de bajada por sendero. Seguimos corriendo y me encuentro bien. El gps ya está configurado y todo lo llevo ajustado (dorsal, calzado, mochila, pantalón, etc.). Al entrar la noche, enciendo el frontal y sigo avanzando a buen trote aunque el calor no disminuye. Cualquier fuente de agua es válido y recuerdo que en un estanque de aguas verdosas, un diminuto grifo soltaba un hilo de agua que nos fue suficiente para llenar los softflax.
Y pasaron los minutos y los kilómetros sin pérdidas e incidencias que reseñar en aquella noche calurosa de julio, hasta que avistamos las luces de un pueblo grande, Sabugal, donde nos hicieron pasar por el enorme y precioso castillo y luego recorrer algunas de sus calles para llegar a la primera base de vida en el kilómetro 35. El avituallamiento es una planta baja de un edificio con distintas habitaciones y algún pasillo. En una de ellas hay mesas y sillas donde comen y descansan varios corredores, también hay muchos acompañantes. En otra mesa tienen gran cantidad de botellas de refrescos, agua, etc recién sacadas del frigorífico. Aquí cometí uno de los mayores errores en esta ultra como fue la de ingerir demasiado líquido con gas que el cuerpo no absorbió debidamente. En esta base de vida no había dejado ninguna bolsa personal y tal vez, podría haber hecho uso de ella para dejar alguna bebida o alimento al que hubiese estado más acostumbrado. Por esta primera base de vida pasé sobre las 10,44 de la noche del jueves.
Salí de allí con malas sensaciones que se confirmaron a los pocos kilómetros. Ya era de madrugada y el calor no remitía. Y empezó mi infierno personal por aquellos páramos sin que remitieran las altas temperaturas y siendo consciente de la lejanía de la siguiente base de vida en Penamacor. No recuerdo cuántas veces acabé vomitando pero si que fueron muchas. Me quedé sin fuerzas, tocado mentalmente y sufriendo por la escasez de agua. No podía correr y avanzaba en un continúo lamento, por la impotencia de no poder correr y por la distancia que me quedaba.
Después del pantano, cruzamos un puente por carretera para llegar a la población de Malcata (km 45), ya en plena madrugada, donde hay una fuente y consigo rellenar los bidones.
Y después de un primer pantano, bordeamos un segundo pantano. Una vez cruzada la presa, la pista de tierra se coloca paralela a un canal de regadío y así durante unos cuántos kilómetros que me resultaron eternos. Sigo avanzando lentamente. Recuerdo que por esta zona volvió a adelantarme Luca Papi y un grupo de corredores. Algunos me preguntaban si me encontraba bien. Le daba las gracias pero les invitaba a seguir su camino.
Sin embargo, las altas temperaturas hacían estragos en otros corredores y hasta andando a paso rápido llegué a adelantar a algún corredor que, a juzgar por su comportamiento, iba peor que yo. Como digo, este tramo de canal se me hizo interminable. Continuamente miraba el gps, ampliaba el campo de visión para ver cuando el track de la carrera se separaba del dichoso canal pero necesitaba mucha ampliación y el track se desdibujaba en la pantalla del gps ¡Maldita sea!
Cuando vas corriendo el tiempo se acelera y la distancia se acorta pero cuando vas andando ocurre todo lo contrario. Y al final todo llega y el del canal también. Giramos a la izquierda, me adelantó un grupo de tres corredores jóvenes, subimos una fuerte pendiente y tras una bajada pedregosa llegamos a una iglesia o ermita y luces más abajo.
Y más abajo estaba el pueblo (Meimoa, km 70 aproximadamente) donde volví a encontrármelos al lado de una fuente en la que pude rellenar los bidones. Y seguí mi camino, sin nadie a la vista, atravesando carreteras y calles vacías, sin tener la más remota idea de donde me encontraba y buscando desesperadamente una gasolinera o una máquina expendedora donde comprar una bebida isotónica o un refresco de cola. Crucé un puente y la ultra nos encaminó por un camping desierto. Tenía mucha sed y estaba muy fatigado. Y de repente, me percaté que una chica se movía junto a una furgoneta. Me acerqué a preguntarle si sabía de la existencia de una gasolinera próxima o de algún sitio abierto. Para mi sorpresa me responde en perfecto español. Qué necesitas! – me dice. Un vaso de refresco de cola me vendría bien. Espera un momento a ver qué lo que tengo. Entra en la furgoneta y al momento me ofrece una lata de Coca-Cola fresquita. Le doy las gracias, casi emocionado, y me despido de ella. Sigo mi camino preguntándome qué hace una chica en un pueblo perdido en medio de la nada en Portugal, durmiendo en una furgoneta y despierta a las cuatro de la madrugada. Nueve o diez horas después tendría la explicación.
Lo cierto es que aquel refresco de cola lo saboreé como un tesoro, a sorbos, sentado sobre un muro en un lugar en medio de la nada, en silencio, en la soledad de la noche, pendiente de que nadie me estropeara esos momentos. Luego seguí con la ultra pero mucho más animado.
Sigo avanzando, volvemos a una zona de bosque y monte con algunas subidas. Me voy aproximando a Penamacor. Recuerdo que en una de esas subidas volví a sentir la última sensación de náusea pero no llegué a vomitar. Por suerte, mi estómago se había vuelto a estabilizar. Amaneciendo, la temperatura se volvió más agradable, es decir, más fresca. Durante un tramo caminé paralelo a la carretera que indicaba que Penamacor se encontraba a unos
El camino se adentra por un bosque de pinos en un continuo ascenso y luego la pista se eterniza hasta que, al doblar a la derecha se divisa a lo lejos Penamacor. Recuerdo que en una bajada empecé a correr y a sentirme mejor, tal vez por la proximidad de la siguiente base de vida, volviendo a tropezarme de nuevo con Luca Papi que departía con sus dos acompañantes franceses. A lo largo de la noche me había percatado que la mochila se había roto, debido al peso del móvil y solo pensaba no haber perdido nada. Y como siempre ocurre, la base de vida no se encuentra donde uno quiere. Giramos a la izquierda y sin llegar a cruzar la carretera, dejamos al precioso pueblo al otro lado. Entramos de nuevo en el asfalto y por fin, tras varios kilómetros más, al fondo, en el arcén de la carretera, diviso el siguiente avituallamiento donde han habilitado varias carpas. Llegó muy fatigado y con la respiración acelerada. Allí me encuentro con varios voluntarios y miembros de la organización. Recojo la mochila que he dejado en ese punto y me tomo una bebida de recuperación que me sienta de lujo. Tengo los gemelos cargados. En una de las carpas un masajista está tratando a varios corredores. Pienso que me vendrá bien parar y descansar un rato. Espero mi turno y la refriega del fisioterapeuta y el descanso me hacen “rejuvenecer”. Es el kilómetro 82 aproximadamente de la ultra.
Estando en la carpa el Director de la carrera se acerca a entregarme el gps obligatorio que llevamos todos los corredores para tenernos localizados y me advierte que tenga cuidado de no perderlo. Por lo visto, unos kilómetros más atrás, se me ha caído de la mochila. Le explico lo que ha pasado (la mochila se había rajado) y le pido disculpas.
En una de las carpas coincido con varios corredores españoles. Hablan entre ellos. También llega un corredor de habla inglesa que por lo visto ha corrido todas las ediciones de
Entre los españoles con los que coincido en esa carpa, uno de ellos, que ya ha participado en otras ediciones de
En el avituallamiento me tomo varios refrescos de cola. No hay mucho surtido y me llama la atención ver, entre la escasa variedad, ensalada con lechuga y tomate.
Al poco tiempo llegó Luca Papi con sus compañeros de fatiga. Recuerdo que se sentaron y dieron buena cuenta de una ensalada a esas horas de la mañana. Como consejo a la hora de avituallarse en una ultra y no sufrir muchos problemas de estómago, hay que comer aquello a lo que estás acostumbrado o que, por lo menos, te entre por los ojos. Nunca recomiendo tomar algo que vayas a comer con asco por muy recomendable que sea. Los vómitos y el mal cuerpo casi están asegurados. Por esta segunda base de vida, pasé sobre las 7 de la mañana del viernes.
La organización me avisa que, a partir de ahora, vienen unos
Cargo toda el agua que puedo en los bidones y en la mochila de hidratación que, por suerte, está protegida por una bolsa térmica que mantiene el vital líquido a una temperatura bebible y salgo con ánimos renovados en dirección a Monsanto.
Camino y troto por una pista forestal que zigzaguea por un campo yermo y sin apenas vegetación. El calor de la mañana se empieza a notar pero todavía es bastante llevadero. Me cuesta correr pero voy cogiendo ritmo y empiezo a avanzar más rápido. Adelanto a varios corredores y atravieso huertas y zonas de cultivo. Llego a otro pequeño pueblo (Aldeia do Bispo) Cruzo la plaza donde observo a los lugareños tomando su copita de vino o simplemente charlando o tomando el sol. Nos miran con curiosidad. Decido no parar, de esa manera no corto el buen ritmo que llevo. Salgo del pueblo y asciendo por una carretera. A lo lejos veo una gasolinera y decido acercarme para comprar agua y tomarme algo aunque ello suponga salirse unos metros del track. Hablo por teléfono con mi hermana. Ella, mi madre y mi sobrino, se han acercado desde Coria para verme y animarme. Me esperan en Monsanto.
En la gasolinera charlo amigablemente con el portugués encargado de la gasolinera. Es un pueblo pequeño y apenas tienen variedad de refresos y bebidas isotónicas. Todo lo más, refresco de cola, cerveza y ginebra. Me comenta que sólo tiene eso porque es lo único que vende. La cerveza para los portugueses y la ginebra para los ingleses que residen por los alrededores. Que conoce marcas como Aquarius, Gatorade, Powerade, etc. pero que esas bebidas sólo se encuentran en ciudades con bastante población.
Me despido del portugués de la gasolinera y emprendo la marcha. El calor aprieta cada vez más y cuesta correr. Aun así, sigo trotando, primero por asfalto y luego por una pista con tierra suelta. Veo en un cartel que quedan
Comienzo a sufrir los efectos del calor. Apenas me queda agua y cada vez me cuesta más correr. Siento como las pulsaciones se aceleran. A la sombra de una gran encina tropiezo con tres corredores portugueses que están descansando. Me aconsejan parar un rato. Charlo durante varios minutos con ellos pero prefiero seguir avanzando y llegar cuanto antes a Monsanto y ver a mi familia. Seguro que será un gran revulsivo para continuar.
A lo lejos voy divisando el cerro sobre el que se asienta el pequeño pueblo. Mi gps marca la proximidad al punto de agua de Monsanto pero este parece alejarse o tal vez, mi ritmo es tan lento que no avanzo y siempre veo muy lejano ese punto en el gps.
Adelanto a algún corredor que me pregunta por ese punto de agua. Le digo que el gps me marca su proximidad, a unos
Salgo de la pequeña plaza, mirando mi gps y justo al doblar la calle me encuentro con mi hermana, mi madre y mi sobrino. Siento una gran alegría pues, casi siempre, en mis andanzas ultreras me he encontrado más solo que la una y el hecho de encontrar caras amigas o de familiares suponen una gran ayuda, sobre todo, psicológica. Me aparto del camino, nos sentamos en un bordillo elevado y les cuento las desventuras de la carrera hasta ese momento, agradeciéndole sus ánimos y el hecho de acercarse esa calurosa mañana de julio desde Coria a tierras portuguesas, a Monsanto y Penhas García. Tomo agua fría y un refresco de cola y todos juntos seguimos camino por las calles del turístico pueblo.
Más abajo, en la terraza de un bar, me encuentro con los tres portugueses que se encontraban descansando a la sombra de una gran encina. Nos saludamos y nos deseamos suerte en la larga travesía que todavía nos espera.
Y poco después, tropiezo con otros dos corredores, uno de ellos es el de Ciudad Real. Le acompaña toda su familia, mujer e hijos incluidos. En seguida reconozco a su mujer. Es la simpática y amable chica que me ofreció el último refresco de cola de su furgoneta en la madrugada pasada. Me dice: Si es chico de la coca-cola- con irónica simpatía. Esbozo una enorme sonrisa de agradecimiento. Me comenta que no fui el único y que muchos más corredores le pidieron algo de líquido pero que ya no le quedaba. Le presento a mi familia que me están acompañando. Qué pequeño es el mundo!- les digo. Tras unas risas y comentarios varios nos despedimos.
Avanzo con mi familia unos
El calor se hace insoportable. Son las 14 horas del mediodía y no hay cuerpo humano que aguante semejante temperatura. El camino avanza por una pista amplia de tierra sin apenas sombra. Recuerdo que me voy acercando a un corredor. El agua comienza a calentarse y la boca se me reseca.
Abandono la pista de tierra para girar a mi derecha y continuar por asfalto, por la cuneta de una carretera con bastante tráfico. Son unos kilómetros muy duros, donde la acumulación del cansancio, esfuerzo, falta de sueño y unas temperaturas infernales, hacen que, cada paso, cada metro, tengan un plus añadido con respecto a una carrera de ultradistancia “normal”.
Siempre he dicho que aquellos corredores que cuentan con familiares y/o amigos que les animan, les ayudan o reciben asistencia parten con una gran ventaja, sobre todo psicológica y una ultra es mitad esfuerzo, coraje y resistencia y mitad mental. Y en esta ocasión, no me pude quejar porque faltando pocos kilómetros para llegar a Penhas García volvieron mi hermana, madre y sobrino en el coche a animarme. Y otros tantos corredores también recibieron visitas de sus familias en aquella carretera cerca de Penhas García.
Llegando al pueblo el track nos desvía hacía la izquierda, dejando la carretera para subir a la parte alta e histórica del pueblo. Recuerdo que en estos kilómetros, callejeando por el casco antiguo del pueblo, me sorprendió el buen ritmo de una chica de avanzada edad que se me unió en ese tramo y los como dos juntos, corriendo por las calles, entramos en la base de vida, aproximadamente por el kilómetro 132 de la ultra.
La base de vida de Penhas García está situada junto a una pista deportiva. Llegué a esta tercera base vida sobre las 14 horas del viernes. Hay un nutrido grupo de corredores y familiares, entre ellos Luca Papi, fácilmente reconocible con su uniforme de color amarillo y la gorra con su simpático muñeco. Allí me están esperando mi madre, hermana y sobrino. Intento comer y descansar algo pero es complicado. De hecho, trato de tumbarme en una tarima pero lo descarto. Hace mucho calor. Aprovecho esos minutos en la base de vida para descansar y cambiarme de ropa y beber mucho líquido. Coincido de nuevo con el corredor de Ciudad Real y su familia. Ya ha participado en otras ediciones y sabe de la dureza de la prueba. Habla con su mujer y de su conversación deduzco que tiene intención de retirarse como así ocurrió.
Mi hermana me ofrece el coche para tumbarme y descansar. Lo hago pero a pesar de estar a la sombra, el calor es sofocante y comienzo a sudar. Decido emprender la marcha a pesar de la que está cayendo. Me anima el hecho de que Luca Papi acaba de salir. Si él puede, yo también.
Pasadas las 15 horas, con más de 40 grados y un sol de justicia, salgo de nuevo a por el siguiente tramo de la ultra, otros
Volviendo a la crónica y a mi tránsito por uno de los tramos que más me castigó, tengo que decir que la bolsa de hidratación de la mochila con su imprescindible funda térmica salvaron mi continuidad en la PT281. Aún así, no toda el agua de la bolsa de hidratación se podía aprovechar, pues la que quedaba en el tubo, a los pocos minutos se volvía caldo, esto es, siempre procedía a dar dos sorbos, uno para escupir el agua caliente que se había acumulado en el tubo y otro, si, para absorber el agua fresca que conservaba la funda térmica.
Sigo avanzando con la única compañía de mis pasos y mi respiración. Los minutos se convierten en horas. El polvo del camino me cubre y lo ensucia todo, mochila y pantalones incluidos. Al menos, el paisaje va cambiando y durante un largo tramo, cuento con mayor vegetación y algo de sombra. Un corredor avanza cerca de mí pero luego desaparece y no vuelvo a verlo más.
El camino se va despejando de árboles y al fin supero la zona cubierta de ese polvo fino que se introducía entre zapatillas y calcetines. Recuerdo tropezarme con una persona que iba en su utilitario al que pedí un poco de agua. Me dijo que no tenía, pero que el pueblo quedaba cerca.
Y por fin, conseguí llegar al pequeño pueblo de Alcafozes, sediento, vacío y con el cuerpo muy acalorado. Pregunto a un chico y entro en el bar del pueblo que hace las veces de hogar del jubilado, lugar de reunión y bar. Varios lugareños me miran con cara de asombro. En seguida, pido una botella de agua fresca de litro y medio y varios refrescos. Intento calmar la respiración y bajar la temperatura de mi cuerpo y poco a poco me voy hidratando. Tras un buen rato en el bar y cargado tanto los bidones de plásticos como la bolsa de hidratación, reanudo la marcha ya más tranquilo y con algo menos de calor. Este segundo tramo me resultó más ameno. Empecé a encontrarme más relajado y con bastante sueño. Me adelantó algún corredor.
Al llegar al Santuario de Nossa Señora do Almortao, cerca de Idanha a Nova, decidí descansar un rato y tumbarme en un banco. No conseguí dormir nada pero creo que algo me ayudó. Aprovechando el atardecer y una larga bajada por asfalto decidí ponerme a correr. Al fondo, se divisaban las luces de la ciudad mientras me animaba porque estaba superando el ecuador de la prueba. Los kilómetros, el cansancio y la falta de sueño cada vez pesan más y recuerdo que la subida a Idanha a Nova, ya con noche cerrada, se me hizo especialmente dura. Tal vez por esa falta de sueño o por el cansancio acumulado me despisté a la hora de encontrar el avituallamiento ubicado en este pueblo, a la sazón en un pabellón deportivo a las afueras. Recuerdo que me paré y di varias vueltas en una plaza, preguntando a gente sentada en un bar pero no habían visto corredores ni sabían donde estaba el avituallamiento. Al final, seguí avanzando, siguiendo el track y conseguí dar con el pabellón deportivo de Idanha a Nova, sobre el kilómetro 150 de la ultra. Llegué a esta cuarta base de vida sobre las 22,17 horas del viernes. Este fue un momento crucial de mi aventura en la PT 281. Llegué muy desorientado y bajo de moral, con el estómago cerrado y con mucho cansancio y falta de sueño. Lo primero que hice fue buscar mi mochila y una colchoneta para dormir y descansar un rato. Imposible. Tenía el cuerpo acalorado y la temperatura en el interior del pabellón era bastante alta. Intenté, pero no pude, sacar la colchoneta al exterior. Traté de mojarme el cuerpo y la cabeza en los vestuarios, descubriendo, para mi sorpresa, que estaba sangrando por la nariz. Todo contribuía a una visión muy pesimista sobre mi continuación en la PT 281. Recuerdo que en uno de los pasillos me encontré a un corredor que se acababa de duchar y que me animó. Que intentara descansar un buen rato, una ducha y comer algo – me dijo.
En la planta superior del pabellón había una fisioterapeuta dando masajes. Puesto que no podía dormir, al menos me vendría bien un masaje como el que me dieron en Penamacor. Luego, con paciencia, traté de comer algo y poco a poco, me fui recuperando tanto física como mentalmente.
Al cabo de tres horas, ya de madrugada y con una temperatura más agradable, junto con varios corredores, decidí salir y continuar en la carrera. Afrontaba ahora el tramo más duro de la PT281, unos
Comencé a trotar por asfalto en el silencio y la soledad de aquella noche de julio acompañado por pensamientos positivos. Me sentía como si hubiera renacido, no tanto físicamente como mentalmente.
Los kilómetros van pasando. Los corredores con los que he salido se desperdigan, cada uno a su ritmo. Trato de seguir a uno de ellos pero me acabo quedando solo y así continuo hasta el pueblo de Ladoeiro.
La falta de sueño me va haciendo mella. Necesito dormir unos minutos. En una de las calles, fuera del track, descubro un banco y decido tumbarme. Tal vez estuve escasos minutos, una especie de “microsueño”, pero algo creo que me ayudó.
Sigo avanzando por una carretera desangelada, flanqueada por vallas a los lados. El camino no tiene pérdida. Todo recto por una yerma llanura. No consigo quitarme la sensación de sueño. Creo que me voy a dormir caminando. Necesito parar de nuevo. No hay un lugar donde tumbarse. Vallas a ambos lados me lo impiden. Me acuclillo y cierro los ojos por unos minutos. Vuelvo a levantarme y sigo avanzando. Así durante varias veces, microsueños que me ayudaron a sobrellevar el segundo amanecer.
Van pasando las horas y tropiezo con varios corredores. Despuntan los primeros rayos de sol en mitad del páramo. La sensación de sueño va remitiendo. La temperatura es muy agradable y me invita de nuevo a trotar, encontrándome cada vez mejor. La claridad del día también ayuda a subir la moral.
Voy dejando atrás a varios corredores con los que he compartidos kilómetros por el páramo durante el amanecer. Recuerdo hacer una llamada a mi familia informando de mi situación en la PT281. Llegué a hablar con mi hija pero no con mi mujer.
Ahora el recorrido empieza a cambiar. Llegamos al río Ponsul, afluente del Tajo. El track nos hace girar a la izquierda y el recorrido se hace más sombrío, con mucha más vegetación. Sigo corriendo durante muchos kilómetros, sintiéndome con energías renovadas. Abandono un sendero paralelo al río y entramos en una pista forestal que serpentea por varias lomas hasta que consigo divisar, en lo alto de una ladera, el pequeño pueblo de Lentiscais pero el avituallamiento no aparece. La mañana sigue avanzando y el calor comienza a apretar. Atravieso el pueblo, ante alguna mirada incrédula, y adelanto a un nuevo corredor. Comienza un descenso por asfalto y al poco tiempo llego al río y a la carpa donde han ubicado el avituallamiento de Lentiscais, sobre el kilómetro 202 de la PT281. A la base de vida de Lentiscais, quinta, accedí sobre las 9,13 horas de la mañana del sábado.
Llego muy reforzado mentalmente después de los malos momentos en Idanha a Nova. Allí coincido con Ginés Macía Molina. Le saludo. Recupero fuerza a base de pasta y atún, isotónico y refresco de cola y aprovecho para cambiarme de ropa. Cargo toda el agua que puedo y al cabo de una hora, reinicio la marcha para afrontar un nuevo tramo con todo el calor de la mañana. Se trata de un tramo de unos 25-
El calor es insoportable. Apenas puedo trotar. Al poco me adelanta corriendo Gines Macia. Accedo a un camino polvoriento buscando la primera población a la que llego tras
Pasarían 20 o 25 minutos hasta que me encontré algo repuesto, dejando allí a la chica y regresando a la tórrida intemperie. Avanzo con mucho esfuerzo. A los pocos minutos de reiniciar la marcha vuelvo a encontrarme sediento, con las pulsaciones aceleradas y sufriendo el implacable e inhumano calor. Llego al siguiente pueblo (Perais) y encuentro una fuente y una buena sombra, un lugar que invitaba a quedarse. Descanso unos minutos y quedo tentado de parar la marcha, descansar y esperar varias horas a la sombra hasta que el termómetro bajase unos grados. No era mala idea pero no la seguí aunque creo que para el que lea esta crónica y se plantee hacer la PT281 puede ser un buen consejo y seguro que en la edición 2020 más de un corredor paró allí.
Como digo, seguí mi camino con varios kilómetros más por asfalto. Cuál es mi sorpresa cuando veo al fondo a otro corredor algo desorientado y observo, según me acerco, que se trata de Gines Macia. Le saludo y juntos abandonamos el asfalto y empezamos unas fuertes rampas por un camino de tierra. Gines me comenta que no acaba de orientarse con el gps y comienza a quedarse para atrás. En mi caso, lo estoy pasando mal (el calor me está matando), y deseo llegar cuanto antes al siguiente avituallamiento, Vila Velha de Rodao.
Camino por un nuevo páramo, una árida meseta, todavía más inhóspita por el insondable calor que nos aplasta. La nueva pista se encuentra salpicada de árboles de varios metros de altura pero que no llegan a dar demasiada sombra. Y estando en éstas, creo que ya un poco aturdido por el calor, el cansancio y la falta de sueño, hago una tontería como es la de sentarme debajo de un árbol, en la poca sombra que ofrecía, cubriéndome con la manta térmica para tratar de dormir un poco y refugiarme del punzante calor. Menos mal que a los pocos minutos me recogió el sorprendido Ginés y juntos seguimos avanzando. Por suerte, quedaba poco para divisar el nuevo pueblo y el río Tajo.
Descendimos de la meseta y mi situación cambió radicalmente al divisar, a lo lejos, una gasolinera. Ni que decir tiene que al llegar allí, lo primero que hice fue sentarme en una mesa (se trataba de una gasolinera y un bar a la vez) y disfrutar del aire acondicionado y beber mucha agua y varios refrescos. Sin embargo, me quedé perplejo viendo como mi compañero de fatigas no llegó a entrar y se quedó unos 15 minutos fuera. Para mi sorpresa se quedó a esperarme a pesar de que quedaba poco para llegar al avituallamiento de Vila Velha de Rodao (kilómetro 230), lugar espectacular junto al río. Recuerdo que se atravesaba un puente y bastante zona ajardinada. Daban ganas de zambullirse al agua y refrescarse un poco.
Llegamos al avituallamiento donde la organización ha habilitado una amplia carpa a la intemperie con varias colchonetas. La hora exacta de llegada a esta base vida se produjo sobre las 16,17 horas de la tarde del sábado. A pesar de la sombra, las altas temperaturas no permitían dormir. Eso sí, varios voluntarios nos sirven bien de comer. Recuerdo que repetí por dos veces un plato de garbanzos con verduras que me sentó de lujo. Hacía mucho calor por lo que mi compañero y yo decidimos descansar hasta que fueran pasando las horas con las temperaturas más elevadas. Recuerdo que me vino a saludar el corredor que iba a organizar el Privilegio de las
Al final, no recuerdo exactamente la hora, decidimos salir y rematar la pedazo aventura de finalizar la PT281 con el handicap de vencer al sueño y el cansancio en la tercera y última noche. El nuevo tramo que había que afrontar tiene varias subidas interesantes, con una primera parte de mucho asfalto y una segunda por tierra arenosa. Los primeros kilómetros son de continuo ascenso por barrios alejados del pueblo. Caminamos sin parar de hablar, contándonos carreras y aventuras de toda índole, por lo que este tramo se hace muy ameno. Al principio me encuentro sin fuerzas pero poco a poco empiezo a sentirme mejor. Sin embargo, observo como Ginés empieza a renquear. De hecho, coge un palo que encuentra en la cuneta y lo usa a modo de bastón. Van pasando los kilómetros y cada vez el ritmo es menor. Recuerdo, ya de noche, que nos pasó un corredor y al poco un coche de la organización nos ofreció unas galletas y nos hizo hincapié en un tramo duro y roto que teníamos que afrontar.
Cada vez el ritmo era más lento y me sentía más fuerte. No quería dejar a mi nuevo compañero de fatigas porque veía que, a ese ritmo podíamos terminar la PT281 pero, por otra parte, quería concluir cuanto antes y notaba que mis piernas respondían. Al pasar por un pueblo (Foz de Cobrao), Gines, tuvo el detalle de animarme a seguir en solitario y al poco, le tomé la palabra y decidí apretar el ritmo cuando comenzaron las primeras subidas.
La noche era hermosa y calurosa. A cada paso que daba me encontraba mejor, tanto física como mentalmente, a pesar de llevar 2 noches sin dormir. A lo lejos, entre los montes, en la oscuridad, se divisaban luces de algunas poblaciones. La subida que afronto es bastante exigente y lo que es peor, con otro tramo de tierra arenosa que lo ensucia todo.
Sigo ascendiendo por esa pista rota y llena de tierra hasta que alcanzo una población en lo alto del monte (Carregais). Atravieso las calles sin cruzarme un alma. Pensaba que ya había subido a lo alto del puerto pero tras subir unas empinadas cuestas por las calles de la pedanía, vuelvo a otra pista de tierra que sigue subiendo. Mi gps se queda sin pilas y cubierto de polvo y sudor, en una vereda alfombrada de tierra suelta y flanqueada por vegetación alta, consigo cambiarle las pilas. Alcanzo la cima e inicio una fuerte bajada, dejándome llevar. Sigo con buenas sensaciones pero las piernas protestan y piden un descanso. Pasados 3 o
Tras salir del pueblo, ya en plena madrugada, avanzo por asfalto durante una larga recta hasta que el gps me dirige por un sendero en leve descenso a través de un tupido bosque. Este último tramo es tal vez el más difícil de seguir con el gps. Hay muchos tramos por carretera, por calles, otros por senderos, bifurcaciones inesperadas, tramos de escalera, alguna fuente, creo que un parque, etc. Por lo tanto, aconsejo en este último tramo estar muy pendientes del gps teniendo en cuenta que será la tercera noche y todo lo que eso conlleva.
Tropiezo con un corredor veterano que ya me había adelantado y que se había parado a dormir un rato. Paso por muchas zonas urbanizadas que luego consulto y compruebo que se trata de dos pueblos, Pena Falcao y Oliveiras. Llego a alcanzar a otro corredor, un chaval que ya se encontraba en el avituallamiento de Vila Velha de Rodao (km 230). Va acompañado y camino con ellos pero en una bajada se separan y los voy siguiendo durante varios kilómetros hasta que los pierdo de vista. La noche sigue avanzando y a pesar de no haber dormido nada en las tres noches, no estoy sufriendo apenas alucinaciones. No obstante, recuerdo que en los últimos kilómetros sentía silbar el viento. Era un silbido extraño, como un susurro, como si el viento quisiera hablarme. Lo curioso es que no se movía una brizna de hierba. Creo que estaba sufriendo una alucinación pero, sinceramente, en aquel momento, era mi última preocupación.
Dejo atrás un pueblo más grande, Sobreira Formosa, cruzando sus calles vacías en el silencio de la noche.
Recuerdo que subí varias cuestas por asfalto con una fuerte inclinación. La fatiga sube otro peldaño más pero la fuerza mental lo compensa. Apenas me quedan
Un último repecho. Amanece. El gps ya me ubica muy cerca de la meta. Entro en Proenza a Nova recorriendo, orgulloso, los últimos metros. Lo he conseguido. Cruzo la meta sobre las 7 de la mañana del domingo, en el puesto 19 de la clasificación general, en un tiempo de 60 horas justas, entre los aplausos de unos pocos voluntarios de la organización. Luego me senté en una carpa con mirada contemplativa y media sonrisa, tranquilo, paladeando el momento.
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