viernes, 27 de noviembre de 2020

2019 - TUSCANNY CROSSING (103 KM Y 3200 +) 27 DE ABRIL DE 2019

   

TUSCANY CROSSING 103 KM Y 3200 +

CASTIGLIONE D,ORCIA (TOSCANA-ITALIA)

27 DE ABRIL DE 2019


           Siempre me he sentido más corredor que montañero y creo que eso nunca cambiará.  Me gusta disfrutar de las montañas, de sus paisajes y de toda su grandeza, tanto en carreras como paseando por ellas, modo senderista.  Sin embargo, cuando participo en algunas carreras donde la pericia técnica se hace imprescindible, donde ponerse a correr puede suponer la asunción de un importante riesgo, mi sensación de disfrute disminuye de modo exponencial y en esas situaciones lo primero en lo que pienso es que tengo responsabilidades personales y familiares y una salud que cuidar, por lo que mi mente me advierte y aún si, continuo pero evitando riesgos innecesarios y con la idea clara de salir cuanto antes de esos sitios, entre otras razones, porque no me encuentro cómodo.   Doy fe que otros corredores en esas situaciones avanzan mucho más rápido, diría que se crecen pero, en mi caso, bajo bastante el rendimiento y me vuelvo demasiado torpe.  Disfruto corriendo por las montañas, haciendo estas y otras pruebas de ultradistancia por todo tipo de terrenos pero siempre que haya una mínima posibilidad de avanzar corriendo sin peligro de lesionarme o caerme, circunstancias que, en algunas carreras, no se produce.  Por eso, muchas veces en las crónicas, decimos eso tan manido de “sendero corrible”, porque a veces no lo son.


 

           Digo todo esto porque hay ultras de montaña donde se requiere un mínimo de experiencia en ese entorno, en la utilización del material mínimo indispensable y, en fin, en el desenvolvimiento en condiciones más o menos difíciles y otras ultras donde se puede disfrutar más del paisaje y preocuparse menos del terreno que uno pisa, donde puedes o no avanzar más rápido porque el terreno te lo permite y donde, en fin, las bajadas y las subidas tienen ese desnivel suficiente para sentir esa sensación de libertad que nos da el correr sin el estrés de esos descensos imposibles plagados de piedras y raíces de todos los tamaños.  Y eso es en definitiva, la Tuscanny Crossing y otras muchas carreras en las que atraviesas amplias zonas a través de pistas forestales, llanuras, zonas de monte bajo, caminos de tierra compacta, alguna zona montañosa más elevada y sobre todo, pequeños pueblos con mucha historia y bonitos senderos a la sombra de frondosos bosques.


 

           Si la carrera estaba prevista para finales de abril de 2019, creo recordar que la inscripción la realicé mucho tiempo antes, sobre octubre del año 2018.  La razón era que la carrera se desarrolla en la Toscana, más cerca de Siena y Florencia que de Roma pero mi pensamiento era coger un vuelo directo a Roma y a la vuelta de la carrera visitar uno de los yacimientos arqueológicos mejor conservados de la antigua Roma, Hostia Antigua, muy cerca de la ciudad y del aeropuerto internacional de Fiumicino.  Por lo tanto, para este viaje tenía tres motivaciones: la aventura del viaje en sí, la propia carrera y por último, la visita al yacimiento de Hostia Antigua.  Otra razón por la que me decanté por esta carrera era por sus paisajes toscanos y porque allí se rodaron escenas de una gran película “Gladiator” que ya he visionado unas cuantas veces.  En esa película, los paisajes toscanos próximos a Castiglione d,Orcia hacían referencia a las fértiles llanuras de una ciudad que conozco muy bien y que está en mi tierra, “Emérita Augusta”(Mérida), de donde era originario el personaje (ficticio) del general romano Máximo Décimo Meridio.

            En este año 2019 ya llevaba sobre mis espaldas varias carreras, entre ellas, otras 100 millas Sierras del Bandolero y 3 semanas después la primera edición de la Ultra Héroes contra Duchenne, de 84 km. y 3700 +.  Si en Bandoleros 2019 me encontré bastante bien, terminando por debajo de 30 horas, llegando en un buen pico de forma, no lo fue así tanto en la Ultra Héroes de Laujar de Andarax donde ese estado de forma quedo atrás.  Si bien la terminé sin muchos contratiempos, tuve la sensación de que podía haberlo hecho mejor.   En fin, luego vino el viaje a Japón con la familia, en la primera semana de abril donde apenas entrené, salvo una tirada de 20 km cerca de Tokio, con muy malas vibraciones, por cierto, y en esa situación, esperando recuperar la forma perdida, es como llegué a la Tuscany Crossing 2019, de 103 kilómetros y 3200 +; por cierto, mi tercera ultra en tierras italianas, después de la Lavaredo Ultra Trail en 2016 y el Grand Trail Courmayeur en 2018.


            

            El viernes 26 de abril, muy temprano, me dirigí al aeropuerto de Málaga, como siempre, en mi coche.  Tras dejarlo aparcado a unos cuantos kilómetros, pequeño paseo nocturno con la maleta hasta la terminal.  Antes de las 7 de la mañana ya volaba en dirección a Lisboa con la compañía TAP Portugal, aeropuerto de escala, antes de aterrizar en Fiumicino, Roma, sobre las 12,45 de la mañana.   Hasta aquí, todo fácil, pero al llegar al aeropuerto siempre se complican algo las cosas, sobre todo, si tienes que alquilar un coche.   Siempre que puedo he intentado viajar al lugar de las carreras en transporte público pero muchas veces no es posible.  En esta ocasión, viajo a un pequeño pueblecito de la Toscana y sólo hay una opción de llegar: por carretera y en coche particular.   No se si alguno se pone a ver las opiniones en Internet de la gente sobre las empresas de rentacar.  Después de leer unas cuantas de esas opiniones, se te quitan las ganas de alquilar un coche.  Uno llega a la conclusión que, salvo error u omisión, son unos auténticos estafadores.  En mi caso, ya llevo varias aventuras y por ahora, no me puedo quejar demasiado.

            La cuestión es que después de dar un buen paseo con mi maleta entre los edificios de aparcamientos próximos al aeropuerto de Roma, tras hablar con un orondo italiano, encontré la empresa de rentacar en uno de esos edificios, en la cuarta planta.  Como la experiencia es un grado, las últimas veces trato de hacer la reserva, siempre online que es más barata, y si es posible a todo riesgo, evitando que tengan que pasarme la tarjeta de crédito y pegarle un buen “bocado” sin tener certeza de cuando te lo van a devolver.    No obstante, las empresas de alquiler van a lo que van y me la pidieron.  Les dije que no, que, en mi reserva ponía claramente que no hacía falta.  Y bien, por esta vez, lo aceptaron.  Me entregaron las llaves y me dijeron donde se encontraba aparcado el vehículo.  Y ahora, pues eso, ¡búscate la vida!.  Por que cada marca y cada coche tienen sus pequeños trucos y la mayoría de estos coches son de los más modernos y con la última tecnología.  En la mayoría, ya no es necesario la llave tradicional.  Algunos son con una tarjeta, en otros hay que apretar un botón, otros es pulsando ese botón y a la vez pisando el embrague, otros…., en fin, qué voy a contar?  Y claro, el coche, a lo mejor, está aparcado junto a una columna, con poco espacio para maniobrar, y uno, no es precisamente un “Fernando Alonso”.   Luego, te hacen firmar una especie de radiografía del coche con los arañazos que ya tiene, si es que tiene alguno y resulta que, al salir del garaje y al pararte en cualquier gasolinera o restaurante de carretera, le encuentras varios arañazos o golpes que tú no has dado pero que no sabes si ellos los han visto o, a lo mejor, te los quieren achacar a tu conducción cuando lo vayas a entregar.

            Mejor no pensarlo mucho y despacio y con sumo cuidado, agarré el volante y salí de allí.  Y eso hice, bajé las cuatro plantas del edificio, se me abrió la valla de manera automática y salí a una rotonda del aeropuerto.  Sin solución de continuidad busqué nuevas salidas hasta que llegué a una bifurcación que ya sí me condujo a una autovía en dirección al norte, hacia Civitavechia.  Para complicar un poco más la situación se puso a llover. Tienes que buscar los mandos del limpiaparabrisas porque cada marca de coche tiene sus pequeños trucos.  Para estar más tranquilo decidí salir de la autovía y hacer varias comprobaciones para que todo estuviera en orden, así como una verificación de los posibles arañazos o golpes que tuviera el coche.

            Por esta vez, todo estaba en orden, por lo que con la ayuda de la aplicación del móvil google maps, puse dirección hacia Castiglione D,Orcia.  Ni que decir tiene que no es la mejor idea subir a la Toscana desde el aeropuerto de Roma, cuando tienes el aeropuerto de Florencia mucho más cerca.  Y en efecto, el recorrido en coche se me hizo bastante largo, por carreteras, algunas de ellas, en muy lamentable estado de conservación.  Luego nos quejamos de las carreteras en España …...  En fin, serían las 17 horas aproximadamente cuando llegué al hermoso pueblo de Castiglione d,Orcia, situado en lo alto de un monte, con calle estrechas y empinadas y con su inaccesible castillo bien amurallado, Rocca Aldobrandesca se llama, mandado construir por la familia Aldobrandesci, del siglo X, que se encuentra semiderruido y que en otros tiempos controlaba el antiguo camino que conduce al monte Amiata.   A escasa distancia, dentro del pequeño pueblo de Rocca d,Orcia que casi convive con Castiglione d,Orcia, se alza majestuosa otra fortaleza, esta mucho mejor conservada como es la Roca di Tentennano, fortaleza medieval (siglo XIII) destinada a controlar la vía Francígena.  Ni que decir tiene que este último castillo acabó quitando todo el protagonismo y el control de las vías, tanto la del monte Amiata como la Francígena, al castillo de Castiglione.  

 

 

Volviendo a los prolegómenos de la carrera, comentar que por el pueblo de Castiglione había muy buen ambiente y la ultra de las 100 millas, en su primera edición, acababa de partir hacía algo más de una hora (16 horas del viernes).  Como siempre, el idioma es un impedimento para hacerse entender, más, en mi caso, que no hablo más que el castellano y defendiéndome con palabras sueltas en inglés y francés.  Pero para recoger un dorsal, la camiseta y algún regalo, tampoco se precisa mucho más y ya son unas cuantas carreras fuera de España.  No obstante, a veces me equivoco y me cuesta bastante comprender que me están diciendo?   Tras recoger el dorsal la organización me insistió con dos palabras que se me han quedado grabadas para el resto de mi vida: “Paco Gara”.  Como veían que no me enteraba, uno de los voluntarios me acompañó a ver al tal Paco.  ¿Quién será ese Paco Gara? – me preguntaba. 

  Y no pude, si no esbozar una divertida sonrisa cuando llego a la carpa donde, en efecto, se podía leer: “pacco gara”, lo que en italiano, en una traducción literal sería algo así como paquete de carrera y que en  España, lo conocemos como bolsa del corredor. Y allí me dieron varios productos de la zona y una buena botella de vino tinto (no creo que fuera el famoso brunello de Montalcino) que no me pude llevar por las malditas restricciones de los aeropuertos y de la que dieron buena cuenta los “amigos” del rent a car.

           Tras la anécdota, seguí por allí, deambulando por el pueblo, interactuando con unos y otros corredores, hasta que volví al coche para encaminarme al hotel que había reservado en un pueblo próximo: Seggiano.  Al hotel, una casa antigua en lo alto del cerro, llegué casi al anochecer, bastante cansado y con ganas de tumbarme pero previamente había que preparar la logística de la carrera y dejar todo bien atado para que, al levantarme, todo resulte más rápido y mecánico.  Así lo hago y así lo seguiré haciendo Mejor levantarse tranquilo con todo colocado y preparado, sabiendo lo que me voy a poner y lo que voy a llevar en la mochila.  


 

           Sobre las cuatro de la madrugada sonó el despertador.  Nuevamente, como en otras muchas ocasiones, hay que autoconvencerse para afrontar este nuevo reto.  Muchas veces no es fácil.  No siempre uno está igual de motivado, amén de las circunstancias concretas de la carrera, hotel, tiempo, etc.   Por de pronto, en esta ocasión evito tener que llevar los bastones y el material obligatorio es muy reducido (mochila, teléfono móvil, vaso y poco más).  Aprovecho para comentar algo sobre el tema de los bastones. En cuanto a cuando llevarlos y cuando no. En mi caso, no hay una regla universal.  En esta ultra, por ejemplo, ví a bastantes corredores con bastones. A mi modo de ver, cuanto mayor desnivel y tecnicidad de la ultra, más necesarios son, aunque la distancia sea muy inferior a 100 kilómetros.  Y a partir de más de 100 kilómetros, al menos ya interesa plantearse la cuestión de llevarlos o no, y en mi opinión, en unas 100 millas siempre es conveniente llevarlos.  Si alguna vez no los he llevado es por el abuso de los aeropuertos que por unos sencillos, reducidos y plegados bastones de carbono nos obligan a facturar las maletas.  Por último, sobre el tipo de bastones, creo que en esto coincido con muchos ultreros porque en los avituallamientos, al soltarlos para comer, suele haber cierta confusión con la propiedad de algunos, puesto que somos muchos corredores los que llevamos los mismos, esto es, bastones plegables de carbono (130 cm, es mi medida) de la marca Black Diamond, ligeros y muy resistentes.  

        Todavía de noche arranco mi coche de alquiler y con mucho tiento salgo del aparcamiento y avanzo en el silencio de las calles.  Hace frío y el coche se llena de vaho.  Cuesta encontrar la palanca adecuada para accionar el antivaho.  Aunque no está muy lejos, parece que tardo una eternidad en llegar a Castiglione d,Orcia.  Al llegar al pueblo, los corredores más madrugadores ya merodean por la línea de meta.  En mi caso, soy una persona de costumbres cuasi-fijas y vuelvo a aparcar el coche en el mismo sitio de la tarde anterior, lo más alejado posible de las aglomeraciones de la salida/meta.


 

           Como hace demasiado frío, me refugio en el edificio de la Asociación que alberga un escenario y un gran comedor y utilizado la tarde anterior para la presentación de la carrera y que luego se utilizará para el avituallamieto postcarrera.  Creo que soy el único español entre tanto italiano pero casi me siento como en casa.  Se va acercando la hora del inicio.  En un primer momento, la organización quiere colocar la salida cerca del edificio de la asociación, pero al final realizamos una pequeña salida neutralizada por un parque próximo para conducirnos junto a otro arco improvisado, casi a la salida de la carretera.  Como siempre ansía y nervios (creo recordar esas palabras en boca de alguien) y dispuesto a darlo todo.

            Y sobre las 6 de la mañana, cuando el amanecer empezaba a despuntar, los trescientos corredores de la Tuscanny Crossing de 103 km, salimos disparados  por las calles de Castiglione d,Orcia.  Escribo esta crónica después de año y medio y aún mantengo grabados en mi mente, como si fueran de ayer mismo, los primeros kilómetros de la ultra.  Tras la inicial subida por asfalto, una fuerte bajada donde adelanto a varios corredores dejándome llevar por la simple inercia y en seguida, transitamos por el pueblo de Rocca d,Orcia, limítrofe a Castiglione. Luego trotando por bonitos senderos salpicados de frondosidad mientras empieza a clarear el día, a un ritmo bastante alto y en fila de a uno, atravesando el arroyo Onsola y el río Orcia, para acabar llegando a un balneario (Bagno Vignoni), pasando antes por unas antiguas termas romanas (Libere), hoy lugar turístico, donde nos hacen correr por los soportales alrededor del enorme estanque termal, salpicado por alegóricas sombrillas color turquesa, mientras del agua emergen tenues vapores blanquecinos. 


            

       En estos primeros kilómetros ya coincido con la pareja con la que compartiré bastantes kilómetros, dos franceses.  Sobre todo recuerdo a la chica, bajita, morena y delgada con una camiseta de la Eco Trail Paris (80 km).

           Van pasando los kilómetros y los primeros rayos de sol van asomando por las colinas.   Subimos al “Valle di Terrapille”, famoso por ser la escena de los Campos Elíseos en la película “Gladiator”.  Atravesamos preciosas hondonadas, suaves colinas cubiertas de viñedos, cipreses perfectamente alineados en el camino como enormes balizas que nos van guiando en la larga travesía.  Y empezamos a adelantar a los corredores más rezagados de la carrera de las 100 millas que, tras hacer un primer bucle de 60 kilómetros, entran luego en el recorrido de la Tuscanny Crossing de 103 km.    Y sin darme cuenta, llegamos al primer avituallamiento, sobre el kilómetro 15 situado en el precioso pueblo medieval de Pienza que, como casi todos, se sitúa en un altozano dentro del valle de Orcia.  Como curiosidad referir que este pequeño pueblo es Patrimonio natural, artístico y cultural de la UNESCO y es el lugar donde nació el Papa Pio II, quien mandó reconstruirlo allá por el año 1462.


 

           La temperatura va ascendiendo aunque corre una suave brisa primaveral y siento que estoy disfrutando dentro del esfuerzo y el pulso acelerado que ello supone.  Es una ultra “fácil”, tan sólo de correr y correr, por caminos y senderos, donde uno puede confiarse y levantar la vista y regocijarse con la naturaleza que nos rodea y sentirse feliz con uno mismo por el tesón mostrado, por tener la suficiente salud para afrontar estos retos, y en fin, por esos momentos de embriaguez donde uno puede dejarse llevar por los pensamientos, por el tiempo vivido y por futuros proyectos. 

          Los caminos serpentean por las verdes colinas, distinguiendo al fondo más corredores a los que intentar alcanzar y más a lo lejos, otra construcción, la iglesia de Vitaleta, en mitad del camino, y después, otro pueblo donde poder comer algún dulce y tomar otro vaso de refresco de cola.  En este caso, ese otro lugar es el pueblo medieval de San Quirico d,Orcia, sobre el kilómetro 23, famoso por sus vinos (Brunello de Montalcino).  Recuerdo que al entrar en este pueblo, se accede al casco histórico por un hermoso arco, flanqueado por banderas.   Por este punto me sigo encontrando bien.  Siento que llevo un buen ritmo, tal vez demasiado alto, pero el perfil de la ultra, el lugar y la temperatura, invitan a correr.  Y seguimos avanzando, trotando en llano y en las bajadas y andando rápido cuando el terreno tiende a subir.  Sobre San Quirico d, Orcia, comentar que se encuentra en la famosa vía Francígena, ruta de peregrinación que une Canterbury con Roma y que atraviesa toda la Toscana. 

Esta primera parte de la carrera, hasta Montalcino, km. 50 aproximadamente, es más abierta y de verdes prados, surfeando entre colinas salpicadas por cipreses, hayas, castaños y olivos.  A partir de Montalcino, la ultra se adentra en paisajes más umbríos y boscosos, con más kilómetros de subida y desnivel. 


          

           Tras atravesar el valle de Triboli, me voy acercando al siguiente avituallamiento situado en el pueblo de Torronieri, km 38, donde doy buena cuenta de varios dulces, entre ellos la típica tarta italiana, la famosa crostata, muy buena, por cierto.   Como suelo hacer en casi todos los avituallamientos, lo importante es parar lo menos posible, esto es, rellenar de líquido los bidones de plástico, picar algo de comida y si puedo, llevarme algo en la mano que me voy comiendo mientras voy caminando y una vez termino, siempre retraso unos minutos más de lo habitual el reinicio en el trote con la idea de que me asiente bien en el estomago.  Tal vez por esa costumbre o porque empiezo a notar algo de cansancio, algún corredor me rebasa a la salida de Torronieri.

           Sobre los siguientes kilómetros no hay mucho que contar.  Seguimos adelantando a corredores de las 100 millas mientras seguimos admirando el paisaje y vamos notando como las fuerzas se van resintiendo.    

                  Poco a poco me voy acercando al ecuador de la carrera y a la subida más dura y vertical de la Tuscanny Crossing, como es la del Canilicchio por el que se asciende a la colina donde se asienta la hermosa ciudad amurallada de Montalcino (km. 50), ciudad de origen etrusco y romano de donde procede uno de los vinos más conocidos de Italia, el brunello.   Ni que decir tiene que había muchísimo turismo por las calles en aquella mañana de sábado, a finales de abril de 2019, en medio de la Toscana. Las balizas me dirigen, ya dentro de las calles de Montalcino, a un edificio con un gran patio donde comen y descansan bastantes corredores.  La organización nos ha enviado una mochila con nuestras pertenencias a este punto.  Como siempre, echo mucha ropa que luego sé que no me voy a poner.  Lo único que hago es tomarme una bebida isotónica, un “Powerade” que había metido en la mochila y dar buena cuenta de un plato de pasta, cortesía de la organización.  Y en poco más de 10 o 15 minutos estaba dando las gracias a los voluntarios y saliendo por la puerta para afrontar la mitad de la ultra. 

            A partir de aquí, mis recuerdos son más escasos.  Tras dejar Montalcino entre una marabunta de turistas, hago un descenso algo más técnico por una zona boscosa.  Luego el terreno se vuelve más favorable pero dejando atrás los prados.  Bien es verdad que esta parte tiene más desnivel y uno ya está más cansado.   El recorrido alterna algunos senderos con bastante pista.


            

Tras dejar atrás otro punto de interés con es la Abadía Sant,Antimo, atravieso otro pequeño pueblo, Castellnuevo dell,Abate, pasado el kilómetro 60, donde se encuentra el siguiente avituallamiento y del que apenas recuerdo nada.  Sin embargo, si guardo en la memoria que el siguiente avituallamiento estaba en un cruce de caminos y había bastante gente animando.  Creo recordar que tomé algo de zumo o que no había bebida isotónica, no lo recuerdo exactamente; la cuestión es que a partir de aquel momento empecé a encontrarme con peores sensaciones.  Posiblemente este avituallamiento fuese el del kilómetro 72, Amerini.

Vuelvo a encontrarme con la pareja de franceses en un duro repecho en medio de un descampado donde consigo adelantarles.  Les saludo.  Creo que la chica va regular y el chico trata de animarla.  Más adelante, en otra zona de subida pero ya por pista, el chico me sobrepasa a muy buen ritmo.  Entiendo que su pareja le ha dejado marchar para que haga la mejor marca posible y para animarle le habrá dicho que no se preocupe, que ella terminará al ritmo que pueda.  En fin, es el peaje que uno tiene que pagar al ir en grupo, ¡que si!, que vas acompañado y que la carrera se hace más distraída pero el ritmo te lo marca siempre el que va peor.  

 Tras atravesar de nuevo el río Orcia y llegar al punto más bajo de la ultra, empieza la subida más fuerte en dirección a otro pueblo del mismo valle, Vivo d,Orcia, kilómetro 86, alcanzando la altura máxima de unos 1100 metros de altitud pero bastante lejos del monte Amiata (1738 m) por el que no llegamos a pasar.

 


En Vivo d,Orcia, kilómetro 86, volví a tomar algo de zumo y alguna que otra bebida que no me sentaron nada bien.   En aquel avituallamiento departí con algunos voluntarios. Recuerdo que uno de ellos me preguntó por mi procedencia dentro de España y si ese lugar era Cataluña.  No se exactamente qué le contesté.  De todas formas, por aquel punto ya iba tocado y con el estómago revuelto. De hecho, poco después, al retomar el camino, subiendo por una dura vereda (sendero del agua) tuve nauseas y vomité. A diferencia de otras veces, las nauseas pasaron rápido y seguí subiendo a buen ritmo aunque con la respiración más acelerada.    Este tramo es muy boscoso pero aún así, no lo suficiente para no percatarse de otra enorme torre, Rocca de Campigliola, que se yergue formidable en medio del bosque antes de llegar a otro pueblo del frondoso valle, Campiglia d,Orcia, sobre el kilómetro 92 por el que también circundamos su pequeña torre.   Llego al avituallamiento con mejor ánimo que al pueblo anterior, habiendo corrido en el descenso unos cuantos kilómetros. Apenas si descanso unos minutos y continúo avanzando, terminando la preciosa ultra por la Toscana (Tuscanny Crossing).  Sin embargo, en los últimos kilómetros, todo descenso y por pista, me encuentro sin fuerzas y apenas tengo capacidad para trotar.  Me adelantan varios grupos de corredores y no puedo seguirles el ritmo.    Al fondo, allá, en todo lo alto, ya diviso el pueblo de Castiglione d,Orcia y el castillo de la Roca Aldobrandesca, mandada construir por la familia Aldobrandesci, pero los últimos kilómetros son en una fuerte ascensión por un camino pedregoso … y mi pulso se acelera y no puedo disimular mi cara de esfuerzo.   Y bueno, y como casi todo se acaba en esta vida, al final conseguí entrar en meta en un buen tiempo, dentro de mis limitaciones, en concreto en 13 horas y 36 minutos en el puesto 38 de la general absoluta y en el 32 en categoría masculina de 194 que finalizaron y si  … muy contento.

Al terminar la ultra, recogí la mochila que había dejado en Montalcino y aunque no tenía mucha hambre, pasé a tomarme algo en el avituallamiento fin de carrera. Ahí aprendí otra palabra en italiana: bicchiere (vaso).  En Courmayeur, en el Grand Trail Courmayeur de 2018 se me quedó grabada otra: cucchiaio (cuchara).             Supongo que en la siguiente aprenderé como se dice en italiano otro utensilio de cocina.  En fin, curiosidades aparte, comentar que no se me ocurrió otra cosa durante esta comida postcarrera que tomar un vaso de vino.  No creo que fuera el famoso brunello de Montalcino.  Lo cierto es que no me sentó nada bien y durante la madrugada terminé vomitando lo que no lo había hecho durante la carrera.  A partir de entonces, otra lección que me ha dado mi cuerpo.  Ni se me ocurra tomar ningún tipo de alcohol, ni antes, ni durante, ni después de una ultra y creo que puede hacerse extensivo a muchos otros corredores, pero bueno, cada cuál es libre de ingerir lo que le apetezca.

         Por la mañana, más recuperado y tras desayunar en el pequeño pueblo de Seggiano me encaminé a la Ciudad Eterna, donde llegué por mejor carretera y en menos tiempo, lo suficiente para hacer la ansiada visita a uno de los yacimientos arqueológicos mejor conservados de Italia: Hostia Antigua, muy cerquita de Roma y al lado del aeropuerto de Fiumicino. Y bien, mereció la pena tanto la visita a la antigua ciudad romana, como todo el viaje en sí, como mi participación en esta ultra.  Si la salud me acompaña, volveré para hacer las 100 millas…., pero eso ya será otra historia. 


 

            

 

 

            

 

          

           

 

lunes, 12 de octubre de 2020

2018 - 100 Millas Valle del Genal 2018 (166 km)

 

100 Millas Valle del Genal (166 km)

26 y 27 de 2018

      

     Recuerdo esta ultra como si la hubiera vivido hace varios días.  Sin embargo, escribo esta crónica mucho tiempo después. Aún así, los momentos vividos siguen grabados en mi mente, imborrables, imperecederos….  Pero empecemos por los preámbulos.

            Hacía varias semanas que había terminado la Ultra Pirineu 2018 (110 km) con muy buen sabor de boca, con un buen tiempo dentro de mi nivel, sin lesiones y plenamente recuperado de los problemas que arrastraba desde la UTMB y que me obligaron a retirarme en la Fouly (Suiza).    A la semana de finalizar la Ultra Pirineu, sin estar plenamente recuperado, varios compañeros de mi club y el que escribe compartimos una maravillosa mañana de domingo subiendo el kilómetro vertical de Los Reales por Sierra Bermeja, partiendo desde el puerto de Estepota y subiendo al vértice geodésico de dicho pico.  Este es el primer tramo de la primera edición de las 100 Millas del Genal y hay que reconocer que, para una ultra de una distancia tan considerable, empezar con esa subida tan vertical te hace replantear muchas cosas, sobre todo, cuando aterrizas exhausto en el avituallamiento de Genalguacil (sobre el km. 40 aproximadamente).


 
           Aquel domingo, 7 de octubres, sentí que mi cuerpo tenía un pequeño don y es la relativa facilidad que tiene para recuperarse.  No siempre es así y a veces, me siento fatigado durante semanas y el cuerpo parece no querer reactivarse pero, en cambio, en otras épocas y después de otras tantas carreras, parece que mi cuerpo ha absorbido bien el esfuerzo y tiene ganas de entrar en otra batalla.  Y en esta ocasión, estaba en ese caso.

            Ni que decir tiene que tengo grabada en la memoria aquel bonito entrenamiento con mis compañeros de Trail Running Málaga (Gustavo, Antonio, Patricia y Jose) y por supuesto, con las vistas de la costa, Gibraltar y África al fondo mirando hacia el sur y con el frondoso bosque que se abría hacia el norte, hacia el Genal y la zona por la que debía seguir nuestra ruta en esa primera edición de las 100 Millas del Genal.  Por cierto, de mis compañeros, tres de ellos también se presentaban a las 100 Millas.  En aquella quedada solo faltó el otro Antonio (Nono). José, en cambio iba a la Ultra de 130 km.

       Los días previos a esta ultra resultaron bastante especiales por cuestiones meteorológicas que estuvieron a punto de suspender la ultra o al menos, eliminar varios tramos.  Si no recuerdo mal, algunos pueblos como Alpandeire sufrieron torrenciales lluvias aquellos días y muchas de las sinuosas carreteras que serpentean por el valle del Genal quedaron maltrechas y cubiertas de barro.    Aún así, la organización hizo un gran trabajo y aunque en algunas zonas cambiaron el trazado, prácticamente se mantuvieron los 165-170 km y más 8000 + de desnivel.  

            Otra cuestión a tener en cuenta es que iba a disfrutar de la primera edición de estas 100 Millas del Genal.  De hecho la organización no garantizaba que al año siguiente se fuera a realizar.  Esta ultra era como una especie de edición especial, tal vez irrepetible.  Pensé que había que estar y me preinscribí en mayo y tras el sorteo, conseguí plaza directa.

 Hasta la fecha, esta ultra se había realizado en una distancia entre 125-130 km y 6500 – 7000 + aproximadamente, recorriendo todos los pueblos del valle, creo que son unos 14, siempre en un ambiente festivo y con agradables temperaturas para correr este tipo de ultras.  En mi caso, esta ultra ya la había realizado dos veces, en 2015 y en 2017, la primera con un gran recuerdo por ser una de mis primeras ultras y en la que hice un gran tiempo y terminando con muy buenas sensaciones en el pequeño pueblo de Benarrabá, y en la segunda, con problemas estomacales y mucha fatiga, pero que, al menos, terminé dignamente en Gaucín.

 Aquel viernes 26 de octubre, con un cielo azul y una temperatura envidiable, salí unas horas antes del trabajo y tras llegar a casa y comprobar que no me faltaba nada y que la logística de la ultra estaba lista, cogí mi coche y por la autovía de la costa me dirigí a Estepona.  A partir de ahí, paciencia y conduciendo con cuidado a lo largo de bastantes kilómetros por carretera estrecha y sinuosa con interminables zonas con derrumbes, alguna que otra máquina excavadora y en fin, las consecuencias propias de las lluvias torrenciales acaecidas una semana antes.  

 


Y por fin llegué a Genalguacil, un bonito y pequeño pueblo blanco enclavado en pleno bosque del valle del Genal, con calles muy empinadas.  Tras recoger el dorsal y depositar las dos bolsas de vida que nos permitía la organización, una en Genalguacil (sobre el kilómetro 40) y la otra en Alpandeire (sobre el kilómetro 110), me dirigí a descansar un rato en la zona habilitada por la organización como suelo duro y ya de paso preparar el colchón que iba a utilizar para descansar al finalizar las 100 millas del Genal. 

 Recuerdo que aquel día hablé con mi padre por teléfono, contándole un poco algo de la carrera y a lo que me enfrentaba y también que hacía bastante calor.  Por dentro me corría ese nerviosismo vital previo a una prueba de tal envergadura.

Tras subir y bajar varias veces una de las calles principales del pueblo, ya de vuelta al coche para prepararme, me encontré con Gustavo, compañero de muchas expediciones en este mundillo de la ultradistancia y de correr por las montañas y uno de los más destacados de mi club, Trail Running Málaga.  Tras hablar un buen rato, nos pusimos manos a la obra para ponernos el uniforme de faena.

 Poco a poco vemos pasar corredores camino del punto de reunión donde varios autobuses nos van a transportar de Genalguacil a Estepona.  Algunos son conocidos, otros no.  Recuerdo que otro coche que aparcó justo a mi lado venía muy bien equipado.  Son furgonetas que las han adaptado como medio de transporte y como lugar de descanso, previo y posterior, a una ultra.  Con esos vehículos no necesitan suelo duro ni nada.  Me comentó que lo utilizó para ir con la familia a los Pirineos y que ese verano venía de correr las 100 millas de los Pirineos pero que ya llevaba a sus espaldas ese año 2018, 3 o 4 pruebas de 100 millas (no recuerdo bien), lo que en el argot de los corredores de montaña se puede denominar como “bicho”.

 Entre ellos, vuelvo a encontrarme con los Antonios, Antonio Sánchez (Bulla) y Antonio Martín (Nono), otros dos experimentados corredores de ultratrail y compañeros de club.  Nos saludamos.

 Recuerdo que sentía cierto nerviosismo y que se me olvidó algo importante, ya no recuerdo qué (creo que una bolsita con dinero), por lo que tuve que volver de nuevo al coche.  Lo cierto es que cogí el segundo autobús y no pude ir con ellos.  El trayecto es largo y sinuoso y durante ese tiempo pude reflexionar sobre mi estado físico y sobre cómo me encontraría a mitad de carrera.  Escuchaba a otros corredores hablar de pruebas como Ronda del Cims o Euforia, ambas en Andorra y mucho más duras que estas 100 millas del Genal y sentía como si mi fuerza mental se debilitaba y me surgían multitud de dudas.   Ese año 2018 no había estado exento de malos momentos.  Recuerdo lo mal que lo pasé en la Transgrancanaria, vomitando desde el kilómetro 75 hasta casi el final.  Me llegaron a inyectar un “pimperan” pero no me hizo nada.  También recuerdo la salvaje Scenic Trail y el Grand Trail Courmayeur de 2018 donde también sufrí vómitos, sin olvidarme de la retirada en la reciente UTMB 2018 donde padecí todo tipo de problemas y llegué a Courmayer (kilómetro 80) sin apenas comer nada y habiendo tomado sólo varias infusiones en tantos kilómetros, llegando sin apenas fuerzas.  Menos mal, que en la Ultra Pirineu me recuperé algo y me salió una carrera más o menos redonda, aunque también acabé vomitando.  De ahí, que ante los momentos previos a afrontar estas 100 millas del Genal tuviera muchas dudas.  Para esta carrera, recuerdo que llevaba dos innovaciones.  Un móvil con mucha autonomía y cargado de música épica para animarme y pastillas de glucosa de la marca Isostar.  Ambas medidas resultaron en esta ultra muy eficaces, sobre todo, las pastillas de glucosa.  Aprovecho para comentar algo sobre el material que llevé en esta ultra.  La mochila, toda una veterana, Salomon S-Lab de 12 litros y de zapatillas, las Hoka Mafate Speed 2 y que todavía conservo a día de hoy (octubre de 2020), a pesar de que en bajadas técnicas pronunciadas o con muchas piedras, me hacen bastante daño.


 Ya en Estepona, el autobús desembarcó cerca del centro a una pléyade de corredores que nos encaminamos a un parque céntrico donde la organización había preparado un avituallamiento previo donde poder cargar, por ejemplo, los bidones de plástico.  Allí coincidimos con unos de los mejores corredores de ultras de España y tal vez, de los más mediáticos, Juan María Jiménez Llorens.  Como recuerdo, los 4 corredores de Trail Running Málaga y el élite que os refiero, nos hicimos una foto juntos.   En su canal de youtube, Juan María Jiménez Llorens mencionaba que iba a probar un nuevo reloj, el Garmin Foretrex 601 que permitía una autonomía de entre 45 y 48 horas y como a nuestro Gustavo le gusta mucho el tema de los gps y los tracks, después de la foto, se quedaron charlando.   Mencionar que Juan María Jiménez junto con Dani García eran los grandes favoritos para ganar estas 100 millas, como así fue.   Por cierto, recuerdo que Juan María Jiménez, a través de su canal, comentó que iba a hacer la ultra a base de carbohidratos y sales minerales pero siempre en estado líquido de la marca 226ers y que el seguimiento se lo hacía su pareja, eso sí, ayudado y guiado por un chaval de la zona  

 La espera se hacía larga y decidí buscar un bar donde tomar un café y terminar de prepararme.  Creo que cargué los dos bidones con bebida isotónica bien fresquita.  Allí coincidí con los dos Antonios. mientras Gustavo desapareció o no nos encontró.

Ya faltaba menos para que arrancara esta edición especial de la Gran Vuelta Valle del Genal y que, como curiosidad, y ante la excepcionalidad de la misma, la organización había previsto que saliera desde el propio Orquidario que existe en Estepona. 

Ya era de noche cuando por fin coincidimos los 5 corredores de Trail Running Málaga que ibamos a afrontar estas 100 millas: los Antonios, Gustavo, el que escribe y la inconmesurable Patricia (Patrisaquis).  Nos hicimos las fotos de rigor, saludos a los hijos de Patricia y a su marido Isaac, que le iba a hacer el seguimiento.


 

Y bueno, llegó el momento y todos los corredores accedimos al precioso edificio (Orquidario) donde iba a tener lugar la salida de la ultra.  Allí, en penumbras, rodados de todo tipo de plantas, escuchamos las alentadoras palabras del gran orador Chito y después de esos minutos, tal y como habíamos entrado, volvimos a salir, bajando las escalinatas y deteniéndonos a las puertas del parque donde todos nos juntamos para, al poco, iniciar unos primeros kilómetros neutralizados por Estepona. La salida fue sobre las 21 horas de la noche.

 Como digo, esos primeros kilómetros voy a buen ritmo por las calles del centro de Estepona, a la altura de los Antonios.  La gente en las terrazas nos anima y me siento feliz conmigo mismo por hacer y mantenerme en estas increíbles aventuras, otra más.   Veo como Gustavo se nos escapa y se pone cerca de los primeros.  Está en plena forma.  Varias motocicletas retienen a la cabeza de carrera durante varios kilómetros hasta que salimos de las calles del pueblo y nos adentramos en la oscuridad del camino y comienzan a encenderse los frontales.

 

La noche es perfecta y la temperatura acompaña.  Sin darme cuenta iniciamos el kilómetro vertical de la subida a los Reales y que ya habíamos conocido semanas antes.  Justo al inicio de esta subida, un primer avituallamiento de líquido donde pude coger un paquete de galletas que luego me supo a gloria.

La subida es dura, todo por sendero, pero estamos frescos y sin darnos cuenta llegamos al refugio de los Reales.  Por el camino, el gran Fernadal nos brindó con su presencia y sus fotos (GRACIAS).   En el refugio nos saludan Isaac y sus hijos.  Casi coincidimos los 5 corredores de Trail Running Málaga.  Patricia llegó a los pocos minutos y creo que Gustavo iba por delante.  Por el Refugio (km 14) paso en 2 horas y 34 minutos en el puesto 48. 

Salgo después de comer algo de carne de membrillo y cargar los bidones de plástico.  La temperatura va bajando y sopla un fuerte viento. La oscuridad es absoluta.  Me uno a otro corredor y juntos, por asfalto, llegamos al pico de los reales.  A partir de ahí, viene un largo descenso que no conozco.

La bajada es técnica y la humedad del ambiente provoca que todo resbale.  Hay demasiadas piedras y mi ritmo se ralentiza.  Sufro.  Muchos corredores, más ágiles, empiezan a pasarme, entre ellos los Antonios.  También sufro por el daño que las zapatillas me están provocando en la parte alta del matatarso del pie izquierdo. Hay tantas piedras que acabo tropezando y cayendo al suelo pero al ir a un ritmo lento, no tiene consecuencias.   Este tramo se me hace eterno hasta que entramos en un terreno más favorable, con menos piedras.  Sigo corriendo pero cada el vez el daño en el metatarso se hace más insostenible.   Me quedan por delante muchos kilómetros de bajada y el pie izquierdo me duele bastante.

 Abandonamos los senderos para entrar en pista forestal y ahí me siento mejor y corro más rápido.  Doy alcance a algún corredor.  A uno de los que adelanto es a Gustavo.  Nos saludamos.  Al poco también adelanto a los Antonios.  Me voy animando.  Al poco llegamos a otro avituallamiento donde coincidimos casi todos los corredores de Trail Running Málaga.  Qué gracia!  El avituallamiento es escaso y salgo el primero y sigo bajando a buen ritmo.  Desciendo al nivel del río y empiezo la subida por el conocido sendero encauzado hacia Genalguacil.  El pie me sigue doliendo cada vez más.  Así no puedo seguir durante muchos kilómetros- pienso.  Tengo que parar en el avituallamiento y buscar una solución.

Y ya bien entrada la madrugada llegué al avituallamiento de Genalguacil (sobre el kilómetro 40 aproximadamente), muy ambientado por cierto.  Recuerdo que llegué con hambre y probé un bocado de una empanada que estaba deliciosa.  Pedí a un voluntario de la Cruz Roja para que me hiciera un vendaje provisional para evitar que se agrandara la rozadura, sobre todo la del pie izquierdo, que es la que más me dolía.  Para equilibrar me hizo un vendaje en ambos pies.   Al poco rato llegó Patricia como una exhalación y más tarde, cuando ya me marchaba, entró Gustavo.  A los Antonios no los ví y no volví a verlos durante toda la ultra, igual que a Gustavo.    Cargué bidones, volví a darle otro bocado a la empanada y salí guiado por algún voluntario.  Patricia iba por delante y me sentía con fuerzas.  Estaba contento porque sentía que mi cuerpo respondía y más aún, cuando note la mejoría en los pies y la desaparición casi absoluta del dolor.  Por este punto, Genalguacil, pasé a las 3 horas y 26 minutos de la madrugada, en el puesto 49 con casi 6 horas y media de carrera.

 Este tramo, por las lluvias había cambiado totalmente.  Tras subir por una pista forestal, con poco desnivel, tocaban muchos kilómetros de bajada.  Creo que fue en este tramo donde tropecé con un enorme socavón que habían provocado las lluvias.  Tal vez, deberían haberlo señalizado.   En fin, dejo la pista forestal y entramos en asfalto buscando el avituallamiento de Jubrique.  Alcanzo a Patricia que va acompañada por un chico.  Les saludo y trato de seguir a mi ritmo.

Patricia y yo coincidimos en el avituallamiento de Jubrique todavía de madrugada.  Al poco, una chica nos adelantó.  No sé que hacer, si ir con ella o seguir a mi ritmo.  No me gusta pararme mucho en los avituallamientos, salvo que me encuentre muy cansado.  Por ahora, decido salir solo y más adelante ya veremos.  Todavía hay fuerzas.

Salgo por delante y sigo mi camino pero al poco tiempo cuando empezamos a subir los cortafuegos, camino del “Capitán”, Patricia me adelanta y me resulta imposible seguir su ritmo.  En estas subidas, la respiración se me acelera y trato de sosegarme y bajar el ritmo.  Cada vez va haciendo más frío y al cabo de cierto tiempo, cuando una leve claridad asomaba por el horizonte y las copas de los árboles se movían con fuerza al compás del viento y te sientes como algo insignificante en medio de tanta naturaleza, aterrizo en el avituallamiento en lo alto del Capitán donde varios voluntarios intrépidos y ateridos de frío aguantan estoicamente las inclemencias del tiempo sin perder la sonrisa.  Le doy las gracias pero hace demasiado frío y no puedo pararme demasiado pues corro el riesgo de enfriarme.

 Ahora empieza el descenso hacia Pujerra.  Tras un tramo empinado, el resto del descenso se hace muy llevadero, siempre pisando en una alfombra de hojas y cáscaras de castaña.  Es un tramo que he hecho muchas veces y conozco a la perfección.  Al final se acaba desembocando en una carretera sembrada de castaños y tras varios kilómetros llego al siguiente pueblo: Pujerra.  Recuerdo que había bastante tráfico y como la carretera era estrecha, los coches pasaban demasiado cerca.  Serían las 8 de la mañana cuando llegué al siguiente avituallamiento pero la claridad del sol brillaba por su ausencia.  El día estaba muy nublado y amenazaba lluvia. 

No recuerdo si coincidimos o no en el avituallamiento de Pujerra, Patricia y yo.  A quien si saludé es a otra compañera del club, Noemí, que estaba siguiendo a su pareja.   Por cierto, allí no tropecé con ningún corredor. Por Pujerra pasé a las 8,03 de la mañana en el puesto 45, ya con más de 11 horas de carrera.


 

Volví a salir rápido y tras un tramo bastante duro de subida, el ascenso se hace llevadero por el castañar.  A lo lejos diviso a Patricia que lleva un ritmo parejo al mío.  Sigo con buenas sensaciones pero tal vez si me pongo a su ritmo puedo forzar más de la cuenta.  Por unos kilómetros me mantengo en la lejanía pero sin darme cuenta me voy acercando hasta que le doy alcance y así seguimos juntos un tiempo.  Estando así, no pasó como una exhalación el primer corredor de la Ultra del Gran Valle del Genal de 130 kilómetros.  Me saludó.  No lo reconocí en un primer momento.  Luego si.  Se trataba de Antonio Cayetano Orozco, todo un campeón, que, si no me equivoco, ganó la ultra.   A los pocos minutos nos pasó el segundo corredor, también a un ritmazo.   Estando en esas circunstancias Patricia y yo nos perdimos.  Por suerte, la pérdida fue leve y gracias un trabajador del campo (recolector de castañas, supongo) nos indicó el lugar donde retomar el track de la ultra. 

Empezamos un nuevo descenso rápido hacia Igualeja.  Comenzó a llover con fuerza y sin darme cuenta dejo atrás a Patricia. 

 En Igualeja, siguiente avituallamientos, nos recibe una gran multitud de familiares y amigos.  Saludo a Isaac y sus hijos y también a Antonio Pozo al que le pido que me compre en el bar una lata de Aquarius.  Amablemente lo hizo pero no me la quiso cobrar.  A los pocos minutos entró Patricia animada por la multitud y su familia.  Está haciendo un carrerón.   Es su primera 100 millas.

 Vuelvo a salir por delante.  El tiempo ha cambiado y empieza a hacer algo de calor.  El sol comienza a brillar con fuerza.  Camino del siguiente pueblo, encuentro en el camino una barrita de avena intacta.  Esto es señal de buena suerte – me digo.  La cojo y la guardo en la mochila.    Al poco Patricia me alcanza y ya si juntos seguimos la bajada hasta Parauta.   Apenas si recuerdo algo de los siguientes avituallamientos.  Si que debido a las lluvias algunos tramos habían variado y el tránsito por la dificultosa zona de los Riscos la habían quitado y la bajada a Juzcar resultó muy fácil.  De hecho, el siempre difícil tramo entre Cartajima y Juzcar se había quedado reducido a un fácil carril de sube y baja. Atravieso Juzcar en un tiempo de 15 horas, en el puesto 44 de carrera, sobre las 12 de la mañana.

 


Creo que seguimos juntos hasta el Faraján donde volvemos a coincidir con la familia de Patricia.  En este avituallamiento, creo que fue en el de Juzcar, sufrí el olvido de uno de los bidones de plástico.   Me di cuenta a unos 500 metros de salir.  Patricia me animó a volver los dos juntos para atrás y recogerlo pero me negué.  Tendría que hacer el resto de las 100 millas con un solo bidón.  Por este tramo, a través de carretera, la familia de Isaac nos siguen y nos animan desde el coche.   

 Una de las anécdotas de esta ultra es que al cabo de varios kilómetros después de abandonar el avituallamiento de Juzcar, un coche nos adelantó y el conductor nos llamó la atención.  Y aunque parezca increíble era uno de los voluntarios que había cogido su coche para acercarme mi bidón de hidratación que había dejado olvidado.  Muchas gracias!!  Fue todo un detallazo.  Patricia y yo seguimos juntos durante varios kilómetros más, a veces hablando, otras en silencio.  Creo recordar que le dije que no tenía que seguir a mi ritmo.  Que si se siente más fuerte, que tire.  Pero no hubo falta que tirara más, simplemente, empezaban a menguar mis fuerzas y cuando estábamos llegando a Faraján me iba quedando para atrás ante su mayor ritmo, sobre todo, si la cuesta se volvía demasiado empinada.  Recuerdo que algunos amigos o familiares la pararon en el sendero y yo seguí mi camino.

 Y de nuevo en el avituallamiento me la encontré con familiares y amigos.  Yo a lo mío, estos es, a comer algo y cargar de agua los bidones de hidratación.  Tal vez descansé un poco más que en otras ocasiones, incluso esperé un rato para decidir si seguíamos juntos o no, aunque tampoco tenía mucho sentido porque estaba claro que iba mucho más fuerte que el que escribe.

 En fin, como no me gusta esperar demasiado y para evitar enfriarme, decidí salir. Me despedí de ella, sabiendo que dentro de un rato me alcanzaría, como así fue.  Esta vez me cogió pronto y en la siguiente subida me rebasó con facilidad.  El calor seguía apretando.  Cada vez me costaba más subir, sobre todo, los senderos más verticales.  Si la subida era menos pronunciada, si tenía más facilidad para mantener un buen ritmo. 

Tras varios kilómetros de esfuerzo y lucha mental empiezo el ascenso hacia Alpandeire (sobre el kilómetro 106 aproximadamente) donde me adelanta Jose Enrique Romero, que está haciendo la ultra de 130 kilómetros.  No saludamos y me adelanta.  Pero bueno, al poco llego a Alpandeire, sobre 14 o 15 horas de la tarde.  Hay mucha gente.  Ya no recuerdo a cuántos saludé. A Noemí, de nuevo, a Oliver (de nuestro club que también está haciendo la ultra de 130 km) y a algunos más.


 

En el avituallamiento encuentro y saludo a Patricia que está dando buena cuenta de un plato de pasta.  Había donuts de chocolate y no pude resistirme a comer más de uno.  Me senté un rato buscando cierto descanso y al lado se sentó Jose.  Cogí mi bolsa y me tome un buen batido de recuperación, sabor chocolate, de la marca Victory Endurance. 

 Patricia se acercó a verme y a invitarme a seguir juntos.  Le dije que iba a descansar un poco más.  Que saliera ella antes y si tenía fuerzas, ya intentaría alcanzarla.  Le di las gracias.

 Por Alpandeire paso sobre las 15 horas de la tarde en el puesto 43 con más de 18 horas de carrera.

 Al cabo de un tiempo que consideré suficiente, salí del avituallamiento un poco desorientado.  Gracias a Noemí que me advirtió que iba en dirección contraria.  Recuerdo que ya fuera del avituallamiento saludé a otra compañera del CD Trail Running Málaga, Marisa. 

Los primeros kilómetros después de salir de Alpandeire son de descenso pero quiero ir tranquilo para que lo que he comido se me asiente bien.  Luego, empecé a trotar camino del siguiente pueblo, Atajate.  Al escribir la crónica me vienen a la mente recuerdos de pasos en las dos ediciones anteriores en las que participé en el Gran Trail Valle del Genal de 130 kilómetros.  Así, en la edición de 2017 llegué a Atajate exhausto y sin fuerzas y ya bien entrada la noche.  En esta ocasión, llegué en pleno día y mucho mejor.  Lo único que recuerdo de este paso es que en el avituallamiento probé unos dulces deliciosos que, además, me sentaron fenomenal.  Más energía para el cuerpo y a seguir.  De Patricia, ni rastro.  Debía ir como un cohete, como así fue.


 De los siguientes avituallamientos, lo único que recuerdo es que puse la música del móvil y me fui animando bastante y que atravesé los siguientes pueblos, Benadalid y Benalauría con suma facilidad y a buen ritmo y sin apenas molestias.

 Al llegar a Algatocín (km. 132), ya de noche, empecé a encontrarme más cansado y pasé por un comercio local para comprar un bote de bebida isotónica.  Creo que no tenían Powerade y me compré un Gatorade.  Lo mismo es.  Al menos, al estar fresco, me entró bien y eran más sales que le metía al cuerpo. Tras Algatocín seguí corriendo a buen ritmo camino de Benarrabá.     Recuerdo que adelanté a varios grupos de corredores, con mi música épica a tope, animándome.  Trataba de quitarla al llegar a los pueblos para no llamar la atención.  A diferencia del primer año en el que participé en la Gran Vuelta al Genal donde todos los pueblos y sus gentes nos recibían como auténticos héroes y los avituallamientos estaban muy surtidos, la edición de 2017 ya fue algo más pobre tanto en ambiente como en abundancia (opinión personal).  Y en estas 100 millas del Genal, recuerdo que había algunos avituallamientos bien surtidos pero otros eran más bien escasos.   Por Algatocín pasé sobre las 20,51 horas, con casi 24 horas de carrera y en el puesto 39.

 Sigo avanzando pero mi cuerpo empieza a sentir una fuerte fatiga y camino de Gaucín ya lo voy pasando algo mal, sobre todo, cuando llegan las subidas.  He quitado la música del móvil. La noche sigue avanzando y cada vez hace más frío.  Además, mis rodillas y cuádriceps empiezan a resentirse y ya dejo de ir cómodo.   En el pueblo de Gaucín, el track de la organización te obliga a dar una gran vuelta al pueblo subiendo al castillo pero durante un pequeño tramo coincidimos los que vamos al castillo con los que vuelven, y ahí, volví a encontrarme con Patricia a la que saludé muy efusivamente, igual que ella a mí.  Me quito el sombrero por la gran carrera que estaba haciendo y que finalmente hizo, quedando la segunda en categoría femenina y en muy buena posición en la general.

En cuanto a mí, tras dar la mencionada vuelta por el castillo de Gaucín, llego bastante tocado física y mentalmente a la nave donde han albergado el avituallamiento (sobre las 12 de la noche, con más de 27 horas de carrera, en el puesto 35). Apenas si como algo.  Cargo los bidones, me siento un poco para reposar pero al salir el contraste de temperatura entre el interior y el exterior es tan brutal o al menos, así lo sentí, que mi cuerpo se puso a temblar.  Intenté correr y andar deprisa para entrar en calor, hecho que poco a poco fui consiguiendo pero mis piernas y cuádriceps ya no respondían y me costaba mucho correr.  Además, siento algo de náuseas y desorientación.

 Recuerdo que, estando en ese mal momento, me adelantó un grupo muy nutrido de corredores, que ya no se si pertenecían a la ultra de 130 km. o a las 100 millas (creo que a la de 130 km).   Además de no poder correr, sufría mucho con las subidas y antes de llegar al avituallamiento de Las Corchas sabía que había una buena subida por cortafuegos.

 Con bastante viento y frío y con mucho sufrimiento, con cierta sensación de problemas estomacales, sin fuerzas, y tirando mucho del impulso de los bastones, dando algún grito de rabia de vez en cuando, realicé ese ascenso que mentalmente se me hizo interminable y que tengo grabado a fuego.  Pero todo llega y todo pasa y al final pude divisar las luces de la carpa y cierto alivio se reflejó en mi cara al llegar al último avituallamiento, el de las Corchas (km 155)   Y allí me encontré a varios voluntarios y ningún corredor, con un frío que helaba, pero ellos me recibieron con una amable sonrisa.  Recuerdo que comí un trozo de turrón blando que me supo a gloria y que acabó con las molestias estomacales.  Y también recuerdo que un conocido corredor, Jesús, me pasó como una exhalación y me animó a seguirle cuando ahora tocaba un fácil descenso por pista pero mi cuerpo y mis piernas gruñían en cuanto intentaba trotar.  Desistí de seguirle y me lo tomé en modo tranquilo, sabiendo que me quedaban pocos kilómetros y que las primeras 100 millas del Genal ya las tenía en el bolsillo. 

 Tras un buen rato descendiendo por carril en la fría noche, bastante tocado físicamente, llegué al río donde a punto estuve de perderme. Algo más desorientado de la cuenta (no conseguía localizar en la noche las luces del pueblo donde se ubicaba la meta) emprendí de nuevo el ascenso por el sinuoso sendero encauzado en dirección a Genalguacil y que ya había realizado antes, sobre el kilómetro 36 a 40.  En esta subida me adelantó algún que otro corredor, la mayoría de la ultra de 130 km.  De nuevo en la subida volví a sufrir, con alguna breve parada para tomar aire. Aunque aquí se resume en unas pocas líneas, esos momentos son realmente angustiosos y parece que nunca van a terminar.  No obstante, de la rabia acumulada por el sufrimiento de los últimos 30 kilómetros, al final, incluso llegué a acelerar el paso y pude hasta  correr y todo, entrando en meta en plena madrugada, casi sobre las 4 de la mañana, con un tiempo de 31 horas y 51 minutos en el puesto 35 de la clasificación general.

 Nada más terminar bajé al local donde se iban acumulando los corredores puesto que en el exterior hacía bastante frío.  Allí di buena cuenta de un plato de arroz y charlé con algunos corredores, entre ellos con Jesús.

Como curiosidad, después de ese tiempo de descanso y alimentación en el local habilitado por la organización, donde, por cierto, perdí la camiseta finisher, muy fatigado y dolorido me dirigí al edificio que se había habilitado como suelo duro, descubriendo con mucho pesar que mi colchón de dormir estaba rajado y como no tenía muchas más opciones en ese momento y en la calle hacía un frío que cortaba, además, de estar muy cansado, intenté reposar en suelo duro, nunca mejor dicho, hasta que amaneció un nuevo día y pude acercarme a otro edificio para darme una ducha reparadora.  Por el camino me encontré con el gran Antonio Pozo que me contó sus peripecias ese fin de semana y como había terminado la ultra para unos y otros.  Por último, indicar que la ultra 100 millas del Genal, primera edición en 2018, la ganó el malagueño Dani García en un bonito mano a mano con Juan María Jiménez LLorens.  Al final también terminaron Gustavo y los Antonios con muy buenos tiempo, y en mi caso, con un sabor agridulce por el bajón físico de los últimos 30-40 km, pero contento finalmente por el tiempo empleado para ser unas 100 millas.  Otra curiosidad más sobre la que dí cuenta a la organización es sobre la medalla.  No me parece justo que nuestra medalla fuera exactamente igual que la ultra de 130 km. Debería haber hecho mención a la distancia.  Espero que en ediciones anteriores lo hayan corregido.

 Recuerdo que también saludé a otro corredor que me frecuenta en mi trabajo, José Carlos, y con el que hablo muy a menudo sobre carreras y ultras.  En fin, cargado de endorfinas en aquella mañana resplandeciente de domingo, cogí el coche para volver sobre mis propios pasos con la mente en blanco, sólo deseando llegar a casa, abrazar a mis dos soles y descansar.