2018 - VI GRAND TRAIL COURMAYEUR 2018 (105 KM Y 7000 +) 14 Y 15 JULIO DE 2018


GRAND TRAIL COURMAYEUR 105 KM Y 7000 +
14 y 15 de julio de 2018

      Escribo esta crónica más de un año después de realizar esta ultra por una de las zonas más espectaculares de los Alpes, junto al mítico Monte Blanco. A pesar de la tardanza, guardo en el recuerdo muchas imágenes, situaciones y momentos de aquella travesía.  Tal vez sea ésta, la de recordar lo vivido, una de las razones por las que me embarco en estas aventuras, esto es, esas largas y extenuantes travesías por media montaña (a veces alta), unas veces corriendo, otras andando pero siempre avanzando.  Y lo hago, entre otras razones, por salir de la rutina, de la vida fácil, lo hago por recordar días y circunstancias concretas que, de lo contrario, desaparecerían, sin más, como un día más, un día más vivido pero al poco olvidado, como tantos otros; en fin, hago esto por hacer algo fuera de lo común, tal vez excepcional o no.  Lo cierto es que lo significativo de todo esto es precisamente eso, la posibilidad de recordar lo que alguna vez pensaste o soñaste ….. pero que seguro no es fácil, porque sino todo el mundo lo haría.


Para esta carrera llevaba un triste bagaje de entrenamientos, tan solo dos tiradas largas desde la Scenic Trail (Lugano-Suiza)(113 km y 7800 +) de principios de junio.  Tras aquella salvaje ultra en Lugano, terminé con el tobillo izquierdo bastante hinchado y dolorido.  Después de varias semanas, en el viaje a Nueva York realicé una improvisada tirada de unos 26 kilómetros por la ciudad de los rascacielos y parecía que lo del tobillo era agua pasada.  Pero no, de vuelta a Málaga, un entreno de unos 20 kilómetros por Jarapalos (no por asfalto y con terreno más irregular) sacó a la luz las secuelas y la falta de recuperación completa del tobillo.  Aún así, decidí arriesgarme e intentar completarla, aunque fuera en modo conservador y teniendo sumo cuidado de controlar las pisadas.

De nuevo volví al aeropuerto de Milán-Malpensa con Easyjet.  Esta vez si cogí la lanzadera de la Terminal 2 a la Terminal 1 y en esta ocasión, opté por pagar algo más y alquilar un vehículo más “digno”, un “Mini-coupé” muy coqueto con el que disfruté de un entretenido y largo viaje a Courmayeur.  Si a Lugano llegué enseguida, el viaje a Courmayeur se hace bastante largo desde el aeropuerto de Milán y al dejar la autovía (Milán-Turín) y entrar en el valle de Aosta, todavía quedan bastantes kilómetros hasta Courmayeur.  No obstante, sin demasiados contratiempos (alguna marcha atrás en el acceso a alguna autopista), pude llegar al hotel que había reservado en Pré Saint-Didier, a unos 4 o 5 kilómetros de Courmayeur.   Después del ingreso en el hotel, me acerqué a recoger el dorsal y dar una vuelta por el turístico y lujoso pueblo.  La recogida del dorsal, por cierto, fue bastante caótica.  Nada que ver con la organización en UTMB o en la propia Scenic Trail.  Dando el paseo recordé la única vez que había pisado con anterioridad Courmayeur, a finales de agosto de 2016, cuando disputaba y sufría la UTMB (170 km y 10000+).  Recordaba perfectamente el río, el centro deportivo que nos sirvió de base de vida y la calle por la que ascendíamos, con el continuo repiqueteo de los bastones sobre el asfalto, buscando el sendero para subir al refugio Bertone, ascensión que también se realizaba en el Grand Trail Courmayeur, posiblemente en horario nocturno.

Al llegar al hotel, como siempre, a preparar la logística de la ultra lo antes posible para luego dedicar todo el tiempo posible para descansar.  El pronóstico del tiempo era benévolo hasta el mediodía.  Luego había probabilidad de lluvia y tormenta.
      Como siempre, con una carrera al día siguiente, cuesta dormir y olvidarse de todo.  Duerme uno inquieto.  No obstante, será ya por el número de carreras o por la adaptación de mi cuerpo, lo cierto es que últimamente consigo desconectar y al menos, dormir unas cuantas horas previas a la ultra de turno, que siempre me vendrán bastante bien para compensar la falta de sueño, sobre todo en las ultras de más de una noche.  

Me acerqué con mi flamante y efímero vehículo de alquiler a Courmayeur, y tras dejarlo bien aparcado y comprobar que llevaba todo la logística, con los bidones de plásticos llenos, me dirigí al centro del pueblo, lugar habitual de salida de unas cuantas carreras: Tor des Geants, Tor des Glaciers, TDS y CCC, entre otras; “casi nada”.
  

En cuanto a expectativas a la hora de afrontar la carrera, ninguna en especial, tan sólo conseguir finalizarla ya iba a ser un gran logro para mí, puesto que la ultra, por recorrido y desnivel, resultaba bastante exigente y dura.  Además, venía medio lesionado en el tobillo izquierdo (desde la Scenic Trail), con muy poco entrenamiento y no sabía como iba a responder.  La estrategia, por tanto, era ir tranquilo y  no pensando más allá del siguiente avituallamiento que traducido al mundo del fútbol sería el manido dicho de “partido a partido”.  Sobre material volvía a confiar en las Hoka Stinson ATR 4, en la mochila Salomon de 12L. y en los bastones Black Diamond Distance Carbon Z de 130 cm. y por otro lado, estaba el tema de los vómitos en carrera que no conseguía solucionar. Me pasó por primera vez en la Ultra Trail de Niza, Cote D´Azur Mercantour, luego en la Transgrancanaria y por último en la Scenic Trail. Y como se suele decir, “no hay 3 sin 4” Por último, debía tener en cuenta el tema de la nieve y ver como gestionaba el uso de crampones, por tratarse de mi primera carrera donde era obligatorio llevarlos.  

Como siempre nervios, ganas de que empiece la fiesta y todos esos comentarios que se pueden leer en crónicas diversas sobre los segundos antes de que una carrera arranque.  Y a las 7 de la mañana, los más de 300 corredores pusieron su reloj en marcha y dio comienzo la edición 2018 y prueba reina del Grand Trail Courmayeur de 105 km y 7000 +. 




Tras dar una vuelta por las calles de Courmayeur nos dirigimos en rápida y cómoda bajada por pista, rodeados de mucha vegetación, hasta el pueblo donde me alojaba, Pré Saint-Didier.  Y tras cruzar el pueblo, comenzaba la primera subida seria de la carrera.  Las vistas son espectaculares y me tomo el inicio con tranquilidad relativa.   Se sube también por pista sin excesivo desnivel.  Pero todo cambia cuando llegamos al primer avituallamiento, Petosan, sobre el kilómetro 13 a las 9,15 de la mañana.  Abandonamos las zonas cómodas y empezamos a subir por sendero tortuoso y salpicado de piedras y alguna zona expuesta aunque nada del otro mundo.  De este tramo recuerdo que un grupo de corredores, entre los que yo me encontraba, nos equivocamos y perdimos el sendero hasta que nos avisaron y retomamos el camino correcto. Y paso a paso, sin nada que destacar, salvo las maravillosas vistas de aquellas insondables montañas, llegamos al Refugio Deffeyeskilómetro 23, lugar también de paso del Tor des Geants.  La mañana era estupenda y había mucho montañero y senderista, tanto en el refugio como en la bajada del mismo, hacia el pueblo de La Thuile.  En la bajada, como digo, muchos senderistas y familias enteras subían hacia el refugio de montaña.  Recuerdo que era una bajada no excesivamente técnica (según con la que se compare) pero si con muchas piedras y raíces y que cuando el sendero se adentraba en el bosque había mucho zigzag. 

Y tras castigar bien los cuádriceps en el descenso, volvemos a la civilización, al asfalto y al bonito pueblo de La Thuile, sobre el kilómetro 30 y con 6 horas en las piernas  Recuerdo que esos metros de asfalto se me hicieron eternos y que llevaba un fuerte dolor de piernas pero aún así no deje de correr, pensando que si paraba  en llano y en asfalto en ese kilómetro, con lo que me queda por delante, flaco favor le hacía a mi moral.   Como digo, llegué algo agotado a ese avituallamiento (ristoro).  No obstante, tras comer algo y llenar los bidones, decidí volver a la carrera lo antes posible.  Lo de comer es un decir, porque el miedo a vomitar me hace elegir con sumo cuidado que comer o que no, y la primera regla es que lo que coja me tiene que entrar por los ojos y ante la duda, mejor no comerlo y hay veces, que paso de largo de algunos avituallamientos, solo recargo agua, porque no encuentro nada para llevarme a la boca, no porque no esté bueno ni me guste, sino porque con el esfuerzo continuado muchos alimentos dejan de apetecerme.  Algo parecido me pasa con los líquidos, salvo el agua y tal vez el refresco de cola.  Me pasa en bastantes ultras que al tercer o cuarto avituallamiento, repitiéndose la misma bebida isotónica, acabo aborreciéndola.   Por lo que, casi siempre, voy tirando de agua y de refresco de cola, y si está fresca mucho mejor, cuestión que casi nunca ocurre.
  

Tras abandonar el cuidado y hermoso pueblo de la Thuile, empezamos una nueva y larga subida, primero por sendero y luego por pista.  Y subiendo por esta pista cambió la climatología; del calor pasamos rápidamente al frío y a la lluvia.  Casi todos los corredores, casi al unísono, nos pusimos los impermeables y seguimos el lento ascenso hasta llegar al siguiente avituallamiento, Bate di Youlaz, sobre el kilómetro 38, una especie de cobertizo en medio de la inmensidad de aquellas montañas y en la que se iban agolpando muchos corredores, tratando de refugiarse de la lluvia que, en aquel momento, apretaba con ganas.  Recuerdo que en este avituallamiento tomé refresco de cola y tal vez fuera por la lluvia o por el frío, salí bastante animado.   El barro hizo acto de presencia en algunos tramos pero nada digno de destacar.   Al cabo de cierto tiempo dejó de llover y el frío no era tal, sobre todo cuando llevas el impermeable puesto y subes con el corazón y la respiración acelerada.  A mi modo de ver, este tramo, del kilómetro 38 al 48 es el más espectacular de la ultra.  Se trata de unas infinitas laderas, auténticos páramos, que ascienden hacia las montañas con una línea uniforme, lugares con escasa vegetación, y en las que se divisan muchas zonas blanqueadas por la nieve que aún cuelga de los barrancos y de las faldas de esas inescrutables montañas.

Precisamante en estos kilómetros se encuentran las zonas más expuestas, sobre todo por el peligro que supone la nieve y la posibilidad cierta de sufrir una caída por un resbalón, y por ser la zona donde se cruzan la mayoría de los tramos en los que, tal vez, hubiera sido conveniente usar los crampones.  Lo cierto es que no los llegué a utilizar, siguiendo el ejemplo de los corredores que me precedían, y la verdad que algunos tramos daban un poco de susto, por no decir otra cosa.  Traté de ir despacio, clavando bien los bastones y asentando los pies en las huellas de los que ya habían pasado y por supuesto, nada de mirar hacia abajo.  Por suerte, había dejado de llover y aunque hacía algo de frío, este era soportable y pude sortear los tramos de nieve sin ningún resbalón ni contratiempo.


Y paso a paso, al final de una interminable cresta, bajando el pico, se divisa, al fin, el siguiente avituallamiento Mont Fortin, kilómetro 48, donde descanso unos minutos.  Recuerdo que hacía frío y que en el avituallamiento, más bien escaso, había latas de carne. Ya en este momento comenzaba a sentir cierta sensación de angustia viendo que se me cerraba el estómago y que nada me apetecía.  Mal asunto porque si no como, tarde o temprano, terminaré desfalleciendo. Son las 17 horas de la tarde y ya son 10 horas trotando y caminando por los Alpes.

Y comenzamos a bajar por sendero estrecho, a veces corrible, a veces con mucha piedra, zona de charcos, barro, canchales, neveros, un poco de todo. En fin, si algo he aprendido haciendo ultras es que avanzar es lo más importante, aunque sea a un ritmo lento, pues, paso a paso, se van sorteando las difíciles y técnicas bajadas, los largos ascensos, los interminables tramos con agua o barro, con lluvia, frío o nieve, etc.  En definitiva, se trata de convencer a tu mente que si seguimos durante unas horas más de esfuerzo, de sufrimiento, lo conseguiremos.    El problema reside cuando el sufrimiento se alarga durante demasiado tiempo, días enteros, con sus respectivas noches.





  
  Volviendo a la ultra, comentar que buena parte de estos kilómetros son en bajada y trato de animarme.  Bajando encuentro lugares conocidos de otras ultras como UTMB y TDS.  Me dirijo a la zona en la que, en esas carreras, se coloca el avituallamiento de Lac Combal, pero que, en el Grand Trail Courmayeur requiere un pequeño esfuerzo para subir al siguiente avituallamiento, Refugio Elisabetta, sobre el kilómetro 61 y 12 horas de carrera.  En este avituallamiento, lo recuerdo vívidamente, había zumo de piña y creo que bebí demasiado.  Al no poder tirar de la bebida isotónica y ver el cartón de zumo de piña, me hicieron chiribitas los ojos y di buena cuenta de aquel zumo.  Aunque salí animado de aquel avituallamiento, al poco me di cuenta que, tal vez, me había pasado con tanto zumo.  En fin, seguimos sumando kilómetros, ascendiendo el famoso paso de Arete du Mont Favre para iniciar luego, corriendo, el largo descenso hasta el siguiente avituallamiento, Maison Vieille (kilómetro 71) donde creo recordar, pedí una sopa de fideos sin caldo. Sigo con problemas de estómago. Cargo los bidones con agua y seguimos.  Como curiosidad, señalar que, en las carreras UTMB y TDS, en distintas direcciones, este avituallamiento es conocido como Col Checrouit Por este punto transito en 14 horas justas, sobre las 21 horas de la noche. 

          Poco a poco, va transcurriendo el día y el cielo sigue bastante nublado.  Mi rostro va dibujando una leve sonrisa pensando en que ahora tocan 4 o 5 kilómetros de bajada a Courmayeur, igual que en la UTMB, con lo que se finalizaba el primer bucle de la carrera.  La pregunta que me repetía en esos instantes era si sería por el sendero repleto de escalones de la UTMB o por la pista por la que se asciende en la TDS.  Pues, para mi moral, ni lo uno ni lo otro, sino mucho peor.  A lo lejos, ya de noche, veía frontales y pensaba que no podían corresponder a la ultra porque lejos de descender, seguían subiendo, cuando debería tocar una intensa y “escalonada” bajada. No era posible, - me decía.  Pero sí, aquellos frontales pertenecían a corredores de la ultra.   De hecho, al escribir esta crónica me doy cuenta que estábamos subiendo a la cima del Mont Chetif, sin llegar a coronarlo. Y bueno, para rematar la faena y destrozar mi maltrecha moral, empezó a llover con fuerza.  Por un momento, pienso que me estoy equivocando, que ese no es el recorrido. Apenas veo algún frontal.  ¿Porqué siempre que empieza a llover en ascensos técnicos, como por arte de magia, desaparecen el resto de corredores?  Como digo, aunque corta, la subida es técnica, con alguna pequeña trepada y con zona de piedras que, por efecto de la lluvia, en seguida, se vuelven resbaladizas.  Coincido con una chica y juntos afrontamos el primer tramo de bajada, hasta que salimos a una zona más fácil y que ya si, coincide con el sendero terroso y escalonado que se baja en la UTMB en dirección a Courmayeur.   Es un tramo de 4 o 5 kilómetros, conocido por muchos ultreros, en el que se baja un desnivel brutal, tal vez 1000 +, y que solo sirve para machacar tobillos, rodillas y cuádriceps.  Recuerdo como, en la UTBM de 2016, terminó por destrozarme los cuádriceps.

Ya es noche cerrada cuando atravieso las calles del pueblo de Courmayeur buscando el avituallamiento de Dolonne, kilómetro 75, con muy malas sensaciones aunque con mucho margen sobre los tiempos de corte. Llego a las 22,50 horas y el tiempo de corte por este punto es a las 5 de la madrugada.  

El avituallamiento es una enorme carpa donde hay todo tipo de comida, mucha de ella caliente, así como un montón de bancos y asientos donde departen corredores y familiares.   Pero mi estómago está cerrado por completo y no me apetece nada.  Ni siquiera me acerco para ver lo que hay… pero también traigo mucha fatiga acumulada y el estómago muy estropeado y bueno, decido como inicio, antes de plantearme si quiera si me iba a retirar o no, la opción de descansar un rato y ver que tal me sienta.  En este punto, también tenemos la posibilidad de recoger nuestra bolsa de vida y, en mi caso y en el de todos los corredores (este es el punto donde más se retiran), un acicate para debilitar mi fuerza mental, el coche a unos 400 metros y el hotel a unos 4 o 5 kilómetros.   Lo dicho, pregunto a la organización y me acuesto por espacio de una hora sobre un catre.  Apenas duermo nada. Hace frío y demasiado ruido de corredores entrando y saliendo.   Lo único que consigo es enfriarme.

Me incorporo.  Siento escalofríos y peores sensaciones.  ¿Por qué no me retiro y me voy al hotel a descansar? ¿Lo tengo al lado? Me encuentro muy mal! - intenta traicionarme el subconsciente.  Pido mi bolsa de vida y me obligo a tomar un litro de bebida isotónica del Decathlon que tomo a sorbos.  En estos momentos, no me preocupa el tiempo ni el resto de los corredores.  Ya es un reto personal, una lucha contra uno mismo.  Siento envidia sana viendo como otros corredores comen con ansia, como si no hubiera un mañana, con el apoyo de la familia y amigos, mientras, en el otro extremo de la bancada, otro ultrero, sólo, no puede probar bocado, ni siquiera una simple bebida isotónica …

Me convenzo y ya entrada la madrugada, consigo salir del avituallamiento, siendo muy consciente de mi estado, por eso a escasos metros, casi al salir, me vienen las arcadas y vomito una y otra vez y echo todo lo que tengo en el cuerpo.  Me limpio como buenamente puedo y deshidratado, sin un gramo de fuerza, sigo avanzando por las calles de Courmayeur buscando la ascensión del Refugio Bertone.   Al llegar junto a unas escaleras, muy cerca del inicio del sendero me doy cuenta que apenas tengo fuerzas.  Me siento un rato para descansar y reflexionar sobre si seguir o no.  No pasa ni un corredor. ¿Qué hago? Conozco la subida al refugio.  Es bastante dura y todavía me quedan unos 30 kilómetros.  Intento subir los primeros tramos del sendero y en seguida se me acelera la respiración y el pulso… no voy – trato de convencerme para abandonar … y decido volver sobre mis propios pasos con la intención de retirarme pero … vuelvo a recapacitar.  Me paro de nuevo en las escaleras.  Me quedo de pie buscando algo a lo que agarrarme para subir al refugio Bertone. Es más de la 1 de la madrugada y aunque estoy muy mal, se que si me retiro me lo voy a echar en cara y tendré que volver otro año a terminar lo que empecé.  ¿Acaso no es esto luchar contra uno mismo, tratar de superarse? No me digo muchas veces que rendirse no es una opción.  ¿Acaso estoy lesionado? ¿Tengo alguna molestia en el tobillo izquierdo? No. ¿Qué son 10 horas más de sufrimiento? Casi nada. Tú puedes!!!, Vamoooosssss!!! - Me digo.  Lo peor es la subida al refugio, si lo consigo puedo terminarla. El sendero hasta Bonatti es fácil (lo conozco), luego el refugio Malatrá, col Sapin y la ultra es tuya. – Sigo animándome.


Estando en estas meditaciones un corredor me pasa y decido seguirle, sin más. Trato de no pensar en nada, de ir peldaño a peldaño, intentar ponerme un ritmo llevadero, pararme si es preciso pero seguir subiendo. Sofoco mi respiración y parece que el pulso se apacigua.  El ritmo del corredor no es muy fuerte y me permite seguirle.  Así paso muchos minutos en el silencio de la noche, solo roto por el ruido seco de las pisadas. Y los minutos se convierten en más de una hora.  Y ya no recuerdo quien dejó a quien pero si que, en solitario, conseguí llegar al refugio Bertone y maltrecho, muy fatigado, accedo a sentarme a la mesa con los dos voluntarios, una pareja de jubilados muy simpáticos que, obviamente no hablaban español y que daban buena cuenta de unos bizcochos con café. Sentía que la situación era dulcemente surrealista pero ya poco importaba.  Me sentía mucho mejor conmigo mismo aunque la sensación de fatiga y malestar no desaparecía.  De hecho, creo que no tomé nada en el refugio Bertone.   Sobre las 3,20 de la madrugada, con 17 horas y 37 minutos de carrera, me despedí de la pareja de voluntarios y continué mi camino, sólo, a la luz del frontal y bajo un manto de estrellas.  



Sigo luchando y avanzando, con paradas intermitentes, zafándome de insectos varios que, de vez en cuando, se acercan al frontal y a mi cara.  Cada vez esta carrera me recuerda más a la Ultra Trail Mercantour, del verano de 2017. Los kilómetros van cayendo y sin darme cuenta (eso lo digo ahora, cómodamente sentado mientras tecleo) llego a las proximidades del Refugio Walter Bonatti pero el sendero es esquivo y me obliga a seguir subiendo, y subiendo, hasta uno de esos refugios portátiles que trasladan en helicóptero en la zona de Malatrá Giué.  Llego justo al amanecer a este refugio, sobre las 5 de la mañana, y me encuentro tan mal que pido descansar unos minutos dentro de la urna transparente.  Descanso unos 20 minutos, bebo algo de líquido que vuelvo a vomitar poco después.  Sigo con el estómago cerrado.  Hace algo de frío pero soportable, mientras avanzo por el valle de Malatrá y comienzan a despuntar los primeros rayos de luz, y puedo contemplar el bello paisaje, buscando, en vano, el famoso paso del Col de Malatrá … pero este queda demasiado lejos, a mi izquierda.  En el Grand Trail Courmayeur 105 km. se gira a la derecha buscando otro paso, el Pas Entre-Deux-Sex a 2521 metros de altitud y después el Col Sapin.   En el descenso del Col Sapin, ya algo más recuperado, a base de beber agua de los manantiales, me acoplo con dos italianos.   El sendero es estrecho y poco trotable y así, con algún repecho endiablado de vez en cuando, llegamos al último avituallamiento Curru, sobre el kilómetro 98, a las 8 de la mañana, acompañado de los dos italianos.  Por fin, puedo picotear algo y cada vez me siento mejor.    Y ya, por un sendero más amable, incluso puedo correr, aunque con los cuádriceps muy cargados, y dejarme llevar camino de Courmayeur.  Y, con mucho sufrimiento y resistencia mental, consigo cumplir mi objetivo y ser finisher del Grand Trail Courmayeur 105 km y 7000+ (edición 2018), en 26 horas y 47 minutos, en el puesto 138 de 170 con un gran número de retirados, sobre todo, en el kilómetro 75.   Me entregaron una bonita sudadera de color verde a la que le tengo un especial cariño. La meta, en ese año, la colocaron en la plaza principal, justo donde comienza la calle más turística de Courmayeur y como anécdota, recuerdo que me quedé a saborear esos minutos, allí en la lujosa heladería de la plaza, tomándome un helado de yogur con frutas, a modo de pequeño homenaje, mientras veía entrar a los siguientes corredores.  

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