viernes, 27 de noviembre de 2020

2019 - TUSCANNY CROSSING (103 KM Y 3200 +) 27 DE ABRIL DE 2019

   

TUSCANY CROSSING 103 KM Y 3200 +

CASTIGLIONE D,ORCIA (TOSCANA-ITALIA)

27 DE ABRIL DE 2019


           Siempre me he sentido más corredor que montañero y creo que eso nunca cambiará.  Me gusta disfrutar de las montañas, de sus paisajes y de toda su grandeza, tanto en carreras como paseando por ellas, modo senderista.  Sin embargo, cuando participo en algunas carreras donde la pericia técnica se hace imprescindible, donde ponerse a correr puede suponer la asunción de un importante riesgo, mi sensación de disfrute disminuye de modo exponencial y en esas situaciones lo primero en lo que pienso es que tengo responsabilidades personales y familiares y una salud que cuidar, por lo que mi mente me advierte y aún si, continuo pero evitando riesgos innecesarios y con la idea clara de salir cuanto antes de esos sitios, entre otras razones, porque no me encuentro cómodo.   Doy fe que otros corredores en esas situaciones avanzan mucho más rápido, diría que se crecen pero, en mi caso, bajo bastante el rendimiento y me vuelvo demasiado torpe.  Disfruto corriendo por las montañas, haciendo estas y otras pruebas de ultradistancia por todo tipo de terrenos pero siempre que haya una mínima posibilidad de avanzar corriendo sin peligro de lesionarme o caerme, circunstancias que, en algunas carreras, no se produce.  Por eso, muchas veces en las crónicas, decimos eso tan manido de “sendero corrible”, porque a veces no lo son.


 

           Digo todo esto porque hay ultras de montaña donde se requiere un mínimo de experiencia en ese entorno, en la utilización del material mínimo indispensable y, en fin, en el desenvolvimiento en condiciones más o menos difíciles y otras ultras donde se puede disfrutar más del paisaje y preocuparse menos del terreno que uno pisa, donde puedes o no avanzar más rápido porque el terreno te lo permite y donde, en fin, las bajadas y las subidas tienen ese desnivel suficiente para sentir esa sensación de libertad que nos da el correr sin el estrés de esos descensos imposibles plagados de piedras y raíces de todos los tamaños.  Y eso es en definitiva, la Tuscanny Crossing y otras muchas carreras en las que atraviesas amplias zonas a través de pistas forestales, llanuras, zonas de monte bajo, caminos de tierra compacta, alguna zona montañosa más elevada y sobre todo, pequeños pueblos con mucha historia y bonitos senderos a la sombra de frondosos bosques.


 

           Si la carrera estaba prevista para finales de abril de 2019, creo recordar que la inscripción la realicé mucho tiempo antes, sobre octubre del año 2018.  La razón era que la carrera se desarrolla en la Toscana, más cerca de Siena y Florencia que de Roma pero mi pensamiento era coger un vuelo directo a Roma y a la vuelta de la carrera visitar uno de los yacimientos arqueológicos mejor conservados de la antigua Roma, Hostia Antigua, muy cerca de la ciudad y del aeropuerto internacional de Fiumicino.  Por lo tanto, para este viaje tenía tres motivaciones: la aventura del viaje en sí, la propia carrera y por último, la visita al yacimiento de Hostia Antigua.  Otra razón por la que me decanté por esta carrera era por sus paisajes toscanos y porque allí se rodaron escenas de una gran película “Gladiator” que ya he visionado unas cuantas veces.  En esa película, los paisajes toscanos próximos a Castiglione d,Orcia hacían referencia a las fértiles llanuras de una ciudad que conozco muy bien y que está en mi tierra, “Emérita Augusta”(Mérida), de donde era originario el personaje (ficticio) del general romano Máximo Décimo Meridio.

            En este año 2019 ya llevaba sobre mis espaldas varias carreras, entre ellas, otras 100 millas Sierras del Bandolero y 3 semanas después la primera edición de la Ultra Héroes contra Duchenne, de 84 km. y 3700 +.  Si en Bandoleros 2019 me encontré bastante bien, terminando por debajo de 30 horas, llegando en un buen pico de forma, no lo fue así tanto en la Ultra Héroes de Laujar de Andarax donde ese estado de forma quedo atrás.  Si bien la terminé sin muchos contratiempos, tuve la sensación de que podía haberlo hecho mejor.   En fin, luego vino el viaje a Japón con la familia, en la primera semana de abril donde apenas entrené, salvo una tirada de 20 km cerca de Tokio, con muy malas vibraciones, por cierto, y en esa situación, esperando recuperar la forma perdida, es como llegué a la Tuscany Crossing 2019, de 103 kilómetros y 3200 +; por cierto, mi tercera ultra en tierras italianas, después de la Lavaredo Ultra Trail en 2016 y el Grand Trail Courmayeur en 2018.


            

            El viernes 26 de abril, muy temprano, me dirigí al aeropuerto de Málaga, como siempre, en mi coche.  Tras dejarlo aparcado a unos cuantos kilómetros, pequeño paseo nocturno con la maleta hasta la terminal.  Antes de las 7 de la mañana ya volaba en dirección a Lisboa con la compañía TAP Portugal, aeropuerto de escala, antes de aterrizar en Fiumicino, Roma, sobre las 12,45 de la mañana.   Hasta aquí, todo fácil, pero al llegar al aeropuerto siempre se complican algo las cosas, sobre todo, si tienes que alquilar un coche.   Siempre que puedo he intentado viajar al lugar de las carreras en transporte público pero muchas veces no es posible.  En esta ocasión, viajo a un pequeño pueblecito de la Toscana y sólo hay una opción de llegar: por carretera y en coche particular.   No se si alguno se pone a ver las opiniones en Internet de la gente sobre las empresas de rentacar.  Después de leer unas cuantas de esas opiniones, se te quitan las ganas de alquilar un coche.  Uno llega a la conclusión que, salvo error u omisión, son unos auténticos estafadores.  En mi caso, ya llevo varias aventuras y por ahora, no me puedo quejar demasiado.

            La cuestión es que después de dar un buen paseo con mi maleta entre los edificios de aparcamientos próximos al aeropuerto de Roma, tras hablar con un orondo italiano, encontré la empresa de rentacar en uno de esos edificios, en la cuarta planta.  Como la experiencia es un grado, las últimas veces trato de hacer la reserva, siempre online que es más barata, y si es posible a todo riesgo, evitando que tengan que pasarme la tarjeta de crédito y pegarle un buen “bocado” sin tener certeza de cuando te lo van a devolver.    No obstante, las empresas de alquiler van a lo que van y me la pidieron.  Les dije que no, que, en mi reserva ponía claramente que no hacía falta.  Y bien, por esta vez, lo aceptaron.  Me entregaron las llaves y me dijeron donde se encontraba aparcado el vehículo.  Y ahora, pues eso, ¡búscate la vida!.  Por que cada marca y cada coche tienen sus pequeños trucos y la mayoría de estos coches son de los más modernos y con la última tecnología.  En la mayoría, ya no es necesario la llave tradicional.  Algunos son con una tarjeta, en otros hay que apretar un botón, otros es pulsando ese botón y a la vez pisando el embrague, otros…., en fin, qué voy a contar?  Y claro, el coche, a lo mejor, está aparcado junto a una columna, con poco espacio para maniobrar, y uno, no es precisamente un “Fernando Alonso”.   Luego, te hacen firmar una especie de radiografía del coche con los arañazos que ya tiene, si es que tiene alguno y resulta que, al salir del garaje y al pararte en cualquier gasolinera o restaurante de carretera, le encuentras varios arañazos o golpes que tú no has dado pero que no sabes si ellos los han visto o, a lo mejor, te los quieren achacar a tu conducción cuando lo vayas a entregar.

            Mejor no pensarlo mucho y despacio y con sumo cuidado, agarré el volante y salí de allí.  Y eso hice, bajé las cuatro plantas del edificio, se me abrió la valla de manera automática y salí a una rotonda del aeropuerto.  Sin solución de continuidad busqué nuevas salidas hasta que llegué a una bifurcación que ya sí me condujo a una autovía en dirección al norte, hacia Civitavechia.  Para complicar un poco más la situación se puso a llover. Tienes que buscar los mandos del limpiaparabrisas porque cada marca de coche tiene sus pequeños trucos.  Para estar más tranquilo decidí salir de la autovía y hacer varias comprobaciones para que todo estuviera en orden, así como una verificación de los posibles arañazos o golpes que tuviera el coche.

            Por esta vez, todo estaba en orden, por lo que con la ayuda de la aplicación del móvil google maps, puse dirección hacia Castiglione D,Orcia.  Ni que decir tiene que no es la mejor idea subir a la Toscana desde el aeropuerto de Roma, cuando tienes el aeropuerto de Florencia mucho más cerca.  Y en efecto, el recorrido en coche se me hizo bastante largo, por carreteras, algunas de ellas, en muy lamentable estado de conservación.  Luego nos quejamos de las carreteras en España …...  En fin, serían las 17 horas aproximadamente cuando llegué al hermoso pueblo de Castiglione d,Orcia, situado en lo alto de un monte, con calle estrechas y empinadas y con su inaccesible castillo bien amurallado, Rocca Aldobrandesca se llama, mandado construir por la familia Aldobrandesci, del siglo X, que se encuentra semiderruido y que en otros tiempos controlaba el antiguo camino que conduce al monte Amiata.   A escasa distancia, dentro del pequeño pueblo de Rocca d,Orcia que casi convive con Castiglione d,Orcia, se alza majestuosa otra fortaleza, esta mucho mejor conservada como es la Roca di Tentennano, fortaleza medieval (siglo XIII) destinada a controlar la vía Francígena.  Ni que decir tiene que este último castillo acabó quitando todo el protagonismo y el control de las vías, tanto la del monte Amiata como la Francígena, al castillo de Castiglione.  

 

 

Volviendo a los prolegómenos de la carrera, comentar que por el pueblo de Castiglione había muy buen ambiente y la ultra de las 100 millas, en su primera edición, acababa de partir hacía algo más de una hora (16 horas del viernes).  Como siempre, el idioma es un impedimento para hacerse entender, más, en mi caso, que no hablo más que el castellano y defendiéndome con palabras sueltas en inglés y francés.  Pero para recoger un dorsal, la camiseta y algún regalo, tampoco se precisa mucho más y ya son unas cuantas carreras fuera de España.  No obstante, a veces me equivoco y me cuesta bastante comprender que me están diciendo?   Tras recoger el dorsal la organización me insistió con dos palabras que se me han quedado grabadas para el resto de mi vida: “Paco Gara”.  Como veían que no me enteraba, uno de los voluntarios me acompañó a ver al tal Paco.  ¿Quién será ese Paco Gara? – me preguntaba. 

  Y no pude, si no esbozar una divertida sonrisa cuando llego a la carpa donde, en efecto, se podía leer: “pacco gara”, lo que en italiano, en una traducción literal sería algo así como paquete de carrera y que en  España, lo conocemos como bolsa del corredor. Y allí me dieron varios productos de la zona y una buena botella de vino tinto (no creo que fuera el famoso brunello de Montalcino) que no me pude llevar por las malditas restricciones de los aeropuertos y de la que dieron buena cuenta los “amigos” del rent a car.

           Tras la anécdota, seguí por allí, deambulando por el pueblo, interactuando con unos y otros corredores, hasta que volví al coche para encaminarme al hotel que había reservado en un pueblo próximo: Seggiano.  Al hotel, una casa antigua en lo alto del cerro, llegué casi al anochecer, bastante cansado y con ganas de tumbarme pero previamente había que preparar la logística de la carrera y dejar todo bien atado para que, al levantarme, todo resulte más rápido y mecánico.  Así lo hago y así lo seguiré haciendo Mejor levantarse tranquilo con todo colocado y preparado, sabiendo lo que me voy a poner y lo que voy a llevar en la mochila.  


 

           Sobre las cuatro de la madrugada sonó el despertador.  Nuevamente, como en otras muchas ocasiones, hay que autoconvencerse para afrontar este nuevo reto.  Muchas veces no es fácil.  No siempre uno está igual de motivado, amén de las circunstancias concretas de la carrera, hotel, tiempo, etc.   Por de pronto, en esta ocasión evito tener que llevar los bastones y el material obligatorio es muy reducido (mochila, teléfono móvil, vaso y poco más).  Aprovecho para comentar algo sobre el tema de los bastones. En cuanto a cuando llevarlos y cuando no. En mi caso, no hay una regla universal.  En esta ultra, por ejemplo, ví a bastantes corredores con bastones. A mi modo de ver, cuanto mayor desnivel y tecnicidad de la ultra, más necesarios son, aunque la distancia sea muy inferior a 100 kilómetros.  Y a partir de más de 100 kilómetros, al menos ya interesa plantearse la cuestión de llevarlos o no, y en mi opinión, en unas 100 millas siempre es conveniente llevarlos.  Si alguna vez no los he llevado es por el abuso de los aeropuertos que por unos sencillos, reducidos y plegados bastones de carbono nos obligan a facturar las maletas.  Por último, sobre el tipo de bastones, creo que en esto coincido con muchos ultreros porque en los avituallamientos, al soltarlos para comer, suele haber cierta confusión con la propiedad de algunos, puesto que somos muchos corredores los que llevamos los mismos, esto es, bastones plegables de carbono (130 cm, es mi medida) de la marca Black Diamond, ligeros y muy resistentes.  

        Todavía de noche arranco mi coche de alquiler y con mucho tiento salgo del aparcamiento y avanzo en el silencio de las calles.  Hace frío y el coche se llena de vaho.  Cuesta encontrar la palanca adecuada para accionar el antivaho.  Aunque no está muy lejos, parece que tardo una eternidad en llegar a Castiglione d,Orcia.  Al llegar al pueblo, los corredores más madrugadores ya merodean por la línea de meta.  En mi caso, soy una persona de costumbres cuasi-fijas y vuelvo a aparcar el coche en el mismo sitio de la tarde anterior, lo más alejado posible de las aglomeraciones de la salida/meta.


 

           Como hace demasiado frío, me refugio en el edificio de la Asociación que alberga un escenario y un gran comedor y utilizado la tarde anterior para la presentación de la carrera y que luego se utilizará para el avituallamieto postcarrera.  Creo que soy el único español entre tanto italiano pero casi me siento como en casa.  Se va acercando la hora del inicio.  En un primer momento, la organización quiere colocar la salida cerca del edificio de la asociación, pero al final realizamos una pequeña salida neutralizada por un parque próximo para conducirnos junto a otro arco improvisado, casi a la salida de la carretera.  Como siempre ansía y nervios (creo recordar esas palabras en boca de alguien) y dispuesto a darlo todo.

            Y sobre las 6 de la mañana, cuando el amanecer empezaba a despuntar, los trescientos corredores de la Tuscanny Crossing de 103 km, salimos disparados  por las calles de Castiglione d,Orcia.  Escribo esta crónica después de año y medio y aún mantengo grabados en mi mente, como si fueran de ayer mismo, los primeros kilómetros de la ultra.  Tras la inicial subida por asfalto, una fuerte bajada donde adelanto a varios corredores dejándome llevar por la simple inercia y en seguida, transitamos por el pueblo de Rocca d,Orcia, limítrofe a Castiglione. Luego trotando por bonitos senderos salpicados de frondosidad mientras empieza a clarear el día, a un ritmo bastante alto y en fila de a uno, atravesando el arroyo Onsola y el río Orcia, para acabar llegando a un balneario (Bagno Vignoni), pasando antes por unas antiguas termas romanas (Libere), hoy lugar turístico, donde nos hacen correr por los soportales alrededor del enorme estanque termal, salpicado por alegóricas sombrillas color turquesa, mientras del agua emergen tenues vapores blanquecinos. 


            

       En estos primeros kilómetros ya coincido con la pareja con la que compartiré bastantes kilómetros, dos franceses.  Sobre todo recuerdo a la chica, bajita, morena y delgada con una camiseta de la Eco Trail Paris (80 km).

           Van pasando los kilómetros y los primeros rayos de sol van asomando por las colinas.   Subimos al “Valle di Terrapille”, famoso por ser la escena de los Campos Elíseos en la película “Gladiator”.  Atravesamos preciosas hondonadas, suaves colinas cubiertas de viñedos, cipreses perfectamente alineados en el camino como enormes balizas que nos van guiando en la larga travesía.  Y empezamos a adelantar a los corredores más rezagados de la carrera de las 100 millas que, tras hacer un primer bucle de 60 kilómetros, entran luego en el recorrido de la Tuscanny Crossing de 103 km.    Y sin darme cuenta, llegamos al primer avituallamiento, sobre el kilómetro 15 situado en el precioso pueblo medieval de Pienza que, como casi todos, se sitúa en un altozano dentro del valle de Orcia.  Como curiosidad referir que este pequeño pueblo es Patrimonio natural, artístico y cultural de la UNESCO y es el lugar donde nació el Papa Pio II, quien mandó reconstruirlo allá por el año 1462.


 

           La temperatura va ascendiendo aunque corre una suave brisa primaveral y siento que estoy disfrutando dentro del esfuerzo y el pulso acelerado que ello supone.  Es una ultra “fácil”, tan sólo de correr y correr, por caminos y senderos, donde uno puede confiarse y levantar la vista y regocijarse con la naturaleza que nos rodea y sentirse feliz con uno mismo por el tesón mostrado, por tener la suficiente salud para afrontar estos retos, y en fin, por esos momentos de embriaguez donde uno puede dejarse llevar por los pensamientos, por el tiempo vivido y por futuros proyectos. 

          Los caminos serpentean por las verdes colinas, distinguiendo al fondo más corredores a los que intentar alcanzar y más a lo lejos, otra construcción, la iglesia de Vitaleta, en mitad del camino, y después, otro pueblo donde poder comer algún dulce y tomar otro vaso de refresco de cola.  En este caso, ese otro lugar es el pueblo medieval de San Quirico d,Orcia, sobre el kilómetro 23, famoso por sus vinos (Brunello de Montalcino).  Recuerdo que al entrar en este pueblo, se accede al casco histórico por un hermoso arco, flanqueado por banderas.   Por este punto me sigo encontrando bien.  Siento que llevo un buen ritmo, tal vez demasiado alto, pero el perfil de la ultra, el lugar y la temperatura, invitan a correr.  Y seguimos avanzando, trotando en llano y en las bajadas y andando rápido cuando el terreno tiende a subir.  Sobre San Quirico d, Orcia, comentar que se encuentra en la famosa vía Francígena, ruta de peregrinación que une Canterbury con Roma y que atraviesa toda la Toscana. 

Esta primera parte de la carrera, hasta Montalcino, km. 50 aproximadamente, es más abierta y de verdes prados, surfeando entre colinas salpicadas por cipreses, hayas, castaños y olivos.  A partir de Montalcino, la ultra se adentra en paisajes más umbríos y boscosos, con más kilómetros de subida y desnivel. 


          

           Tras atravesar el valle de Triboli, me voy acercando al siguiente avituallamiento situado en el pueblo de Torronieri, km 38, donde doy buena cuenta de varios dulces, entre ellos la típica tarta italiana, la famosa crostata, muy buena, por cierto.   Como suelo hacer en casi todos los avituallamientos, lo importante es parar lo menos posible, esto es, rellenar de líquido los bidones de plástico, picar algo de comida y si puedo, llevarme algo en la mano que me voy comiendo mientras voy caminando y una vez termino, siempre retraso unos minutos más de lo habitual el reinicio en el trote con la idea de que me asiente bien en el estomago.  Tal vez por esa costumbre o porque empiezo a notar algo de cansancio, algún corredor me rebasa a la salida de Torronieri.

           Sobre los siguientes kilómetros no hay mucho que contar.  Seguimos adelantando a corredores de las 100 millas mientras seguimos admirando el paisaje y vamos notando como las fuerzas se van resintiendo.    

                  Poco a poco me voy acercando al ecuador de la carrera y a la subida más dura y vertical de la Tuscanny Crossing, como es la del Canilicchio por el que se asciende a la colina donde se asienta la hermosa ciudad amurallada de Montalcino (km. 50), ciudad de origen etrusco y romano de donde procede uno de los vinos más conocidos de Italia, el brunello.   Ni que decir tiene que había muchísimo turismo por las calles en aquella mañana de sábado, a finales de abril de 2019, en medio de la Toscana. Las balizas me dirigen, ya dentro de las calles de Montalcino, a un edificio con un gran patio donde comen y descansan bastantes corredores.  La organización nos ha enviado una mochila con nuestras pertenencias a este punto.  Como siempre, echo mucha ropa que luego sé que no me voy a poner.  Lo único que hago es tomarme una bebida isotónica, un “Powerade” que había metido en la mochila y dar buena cuenta de un plato de pasta, cortesía de la organización.  Y en poco más de 10 o 15 minutos estaba dando las gracias a los voluntarios y saliendo por la puerta para afrontar la mitad de la ultra. 

            A partir de aquí, mis recuerdos son más escasos.  Tras dejar Montalcino entre una marabunta de turistas, hago un descenso algo más técnico por una zona boscosa.  Luego el terreno se vuelve más favorable pero dejando atrás los prados.  Bien es verdad que esta parte tiene más desnivel y uno ya está más cansado.   El recorrido alterna algunos senderos con bastante pista.


            

Tras dejar atrás otro punto de interés con es la Abadía Sant,Antimo, atravieso otro pequeño pueblo, Castellnuevo dell,Abate, pasado el kilómetro 60, donde se encuentra el siguiente avituallamiento y del que apenas recuerdo nada.  Sin embargo, si guardo en la memoria que el siguiente avituallamiento estaba en un cruce de caminos y había bastante gente animando.  Creo recordar que tomé algo de zumo o que no había bebida isotónica, no lo recuerdo exactamente; la cuestión es que a partir de aquel momento empecé a encontrarme con peores sensaciones.  Posiblemente este avituallamiento fuese el del kilómetro 72, Amerini.

Vuelvo a encontrarme con la pareja de franceses en un duro repecho en medio de un descampado donde consigo adelantarles.  Les saludo.  Creo que la chica va regular y el chico trata de animarla.  Más adelante, en otra zona de subida pero ya por pista, el chico me sobrepasa a muy buen ritmo.  Entiendo que su pareja le ha dejado marchar para que haga la mejor marca posible y para animarle le habrá dicho que no se preocupe, que ella terminará al ritmo que pueda.  En fin, es el peaje que uno tiene que pagar al ir en grupo, ¡que si!, que vas acompañado y que la carrera se hace más distraída pero el ritmo te lo marca siempre el que va peor.  

 Tras atravesar de nuevo el río Orcia y llegar al punto más bajo de la ultra, empieza la subida más fuerte en dirección a otro pueblo del mismo valle, Vivo d,Orcia, kilómetro 86, alcanzando la altura máxima de unos 1100 metros de altitud pero bastante lejos del monte Amiata (1738 m) por el que no llegamos a pasar.

 


En Vivo d,Orcia, kilómetro 86, volví a tomar algo de zumo y alguna que otra bebida que no me sentaron nada bien.   En aquel avituallamiento departí con algunos voluntarios. Recuerdo que uno de ellos me preguntó por mi procedencia dentro de España y si ese lugar era Cataluña.  No se exactamente qué le contesté.  De todas formas, por aquel punto ya iba tocado y con el estómago revuelto. De hecho, poco después, al retomar el camino, subiendo por una dura vereda (sendero del agua) tuve nauseas y vomité. A diferencia de otras veces, las nauseas pasaron rápido y seguí subiendo a buen ritmo aunque con la respiración más acelerada.    Este tramo es muy boscoso pero aún así, no lo suficiente para no percatarse de otra enorme torre, Rocca de Campigliola, que se yergue formidable en medio del bosque antes de llegar a otro pueblo del frondoso valle, Campiglia d,Orcia, sobre el kilómetro 92 por el que también circundamos su pequeña torre.   Llego al avituallamiento con mejor ánimo que al pueblo anterior, habiendo corrido en el descenso unos cuantos kilómetros. Apenas si descanso unos minutos y continúo avanzando, terminando la preciosa ultra por la Toscana (Tuscanny Crossing).  Sin embargo, en los últimos kilómetros, todo descenso y por pista, me encuentro sin fuerzas y apenas tengo capacidad para trotar.  Me adelantan varios grupos de corredores y no puedo seguirles el ritmo.    Al fondo, allá, en todo lo alto, ya diviso el pueblo de Castiglione d,Orcia y el castillo de la Roca Aldobrandesca, mandada construir por la familia Aldobrandesci, pero los últimos kilómetros son en una fuerte ascensión por un camino pedregoso … y mi pulso se acelera y no puedo disimular mi cara de esfuerzo.   Y bueno, y como casi todo se acaba en esta vida, al final conseguí entrar en meta en un buen tiempo, dentro de mis limitaciones, en concreto en 13 horas y 36 minutos en el puesto 38 de la general absoluta y en el 32 en categoría masculina de 194 que finalizaron y si  … muy contento.

Al terminar la ultra, recogí la mochila que había dejado en Montalcino y aunque no tenía mucha hambre, pasé a tomarme algo en el avituallamiento fin de carrera. Ahí aprendí otra palabra en italiana: bicchiere (vaso).  En Courmayeur, en el Grand Trail Courmayeur de 2018 se me quedó grabada otra: cucchiaio (cuchara).             Supongo que en la siguiente aprenderé como se dice en italiano otro utensilio de cocina.  En fin, curiosidades aparte, comentar que no se me ocurrió otra cosa durante esta comida postcarrera que tomar un vaso de vino.  No creo que fuera el famoso brunello de Montalcino.  Lo cierto es que no me sentó nada bien y durante la madrugada terminé vomitando lo que no lo había hecho durante la carrera.  A partir de entonces, otra lección que me ha dado mi cuerpo.  Ni se me ocurra tomar ningún tipo de alcohol, ni antes, ni durante, ni después de una ultra y creo que puede hacerse extensivo a muchos otros corredores, pero bueno, cada cuál es libre de ingerir lo que le apetezca.

         Por la mañana, más recuperado y tras desayunar en el pequeño pueblo de Seggiano me encaminé a la Ciudad Eterna, donde llegué por mejor carretera y en menos tiempo, lo suficiente para hacer la ansiada visita a uno de los yacimientos arqueológicos mejor conservados de Italia: Hostia Antigua, muy cerquita de Roma y al lado del aeropuerto de Fiumicino. Y bien, mereció la pena tanto la visita a la antigua ciudad romana, como todo el viaje en sí, como mi participación en esta ultra.  Si la salud me acompaña, volveré para hacer las 100 millas…., pero eso ya será otra historia.