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viernes, 7 de marzo de 2014

Mi primer ultra trail. III Ultra Trail Sierras del Bandolero 7, 8 y 9 de marzo de 2014.

Mi primera experiencia ultra.  Espero no aburrir demasiado con mi crónica. 

En primer lugar, agradecer a mi club TRM por los ánimos recibidos, a todos en general, y algún agradecimiento en especial por el interés mostrado. GRACIAS.

Han pasado dos días desde que abandoné la carrera por lesión en el kilómetro 60,7 en Ronda tras más de 14 horas de carrera y los recuerdos y vivencias se van asentando en mi cabeza. Sobre todo extraigo experiencias positivas y me va a servir de aprendizaje. La lesión parece que no tiene mucha importancia y me permite hacer vida normal. Espero recuperarme pronto.

Dar la enhorabuena a la organización y voluntarios, a todos los que lo han intentado y la han sufrido en mayor o menor recorrido, y por supuesto, a los héroes que han conseguido finalizarla, desde el primero al último. Finalizar un ultra tiene un mérito enorme.

La semana pasada me la tiré tratando de que no me faltara nada (material obligatorio, las mochilas de Ronda y Villaluenga, la logística de la noche cuando llegase a meta, etc.) y la verdad que, en cuanto a preparación de material y demás, llevaba bien aprendida la lección, salvo en el tema del frontal que luego contaré. 

Llegaba bastante descansado a la prueba, a mi pesar, por culpa de una lesión en la tibia izquierda que he llevado arrastrando durante todo el mes de febrero. Aun así, pude hacer dos tiradas largas con cierto desnivel en las últimas dos semanas, de 30km. una, y otra de 52 km., ninguna de ellas por la zona, por lo que desconocía por donde me iba a meter y las dos realizándolas prácticamente andando.

Tenía muchas dudas y sabía que iba a ser muy duro y que mis posibilidades reales de terminarlas eran escasas aun cuando no me hubiese lesionado. Luego estaba el tema de pasar casi dos noches sin dormir, la aclimatación a la noche, el efecto túnel del frontal, el frío, el tema mental y de nutrición, etc. 

Mi estrategia era clara: terminarla aunque fuera el último y con 39 horas y 59 minutos horas a mis espaldas, es decir, hacer todo el recorrido andando, salvo, si me encontraba bien, los primeros kilómetros hasta El Bosque.

En cuanto a la carrera en sí os comento mi vivencia. Tras la comprobación de material, recogida de dorsales y parafernalias varias, bandoleros incluidos, empezó la carrera puntual a las 6 de la tarde. Nervios típicos con el ajuste del dorsal, mochila, etc. Buen día de sol aunque a última hora empecé a notar un poco de frío. En los últimos minutos opté por ponerme la chaqueta y creo que acerté. Puede que entre los que hacían la prueba de forma individual y los que la hacían por equipo seríamos algo más de 400. Muy buen ambiente. Algunos ataviados de forma curiosa (uno, por ejemplo, con un paraguas pequeño a modo de sombrero con la bandera de España) y a otros que se les veía muy profesionales. 

Salí muy conservador y tras el primer repecho andando, empecé a correr al trote en el descenso hasta El Bosque sobre el kilómetro 6. En este descenso se fue estirando el grupo y al llegar al primer avituallamiento, kilómetro 7 ya iba sólo. Un poco antes me paré para echarme un spray efecto frío en la pierna izquierda por que notaba ciertas molestias. La mayoría iba con bastones. Como todavía no estoy acostumbrado decidí no llevarlos y no me arrepiento, sobre todo en las zonas técnicas donde más que ayuda, pienso, por lo que ví, que eran un estorbo y hasta un peligro. A veces se quedaban enganchados entre las piedras.

Una vez pasado el Bosque empieza la primera ascensión seria: un sendero en un fuerte desnivel, primero por un cortafuegos y luego adentrándonos en un frondoso bosque que casi ocultaba la luz del día. Aquí me encontré con un grupo de tres, uno de ellos, Antonio, un fisio de Rincón, al que conozco, buena gente, y con el que decidí realizar la ascensión mientras íbamos conversando. Alguna vez nos giramos y pudimos contemplar un maravilloso atardecer mientras nos alejábamos del pueblo.

Poco a poco fue entrando la noche y la parada obligada para ponerse el frontal. Empezaron a aflorar bonitas sensaciones: los pilotos rojos de las mochilas, los reflectantes, los frontales, el silencio y la soledad de la noche, el grito de alguno que se había extraviado o que llamaba a otro del equipo que se había parado. El sendero era estrecho. Se formaban algunos atascos, por algún momento perdimos de vista las balizas pero esto acababa de arrancar y había bastantes risas. En mi caso, mi grupo no paraba para ponerse el frontal y ya no se veía un "pimiento". Menos mal que acoplé a la mochila un frontal de 70 lumens que me iba guiando y que en la zona técnica me ayudó bastante. En un descampado decidí pararme y ponerme el frontal H14. En la revisión de material me dijeron que ese frontal consumía mucha batería y yo, novato, lo puse en modo de máxima potencia. Perdí de vista el grupo de Antonio y me uní a otro que iba más rápido de lo que considera oportuno, por lo que me quedé solo. Pasamos el siguiente avituallamiento que lo dejamos a un lado y que, en mi caso, ni siquiera pisé, y empezamos una fuerte ascensión al Puerto Boyar por un sendero con bastante barro y charcos de agua. Algún que otro grupo me adelanta hasta que encuentro a otro ultrero que lleva un ritmo parecido al mío y junto al que decido seguir. 

Ya es noche cerrada. Hay muchas estrellas. Cuando uno mira hacia arriba ya no sabe si son frontales o estrellas. Voy bien. El sendero sube paralelo a la carretera y algunos coches, al pasar, nos animan. Vuelvo a pararme para aliviar la molestia en la pierna izquierda con el spray. Sigo con el mismo, del equipo Irontriath, el cual, después de un rato juntos, sufre un traspiés y parece hacerse daño en el tobillo. Me llevo una sorpresa. A este le conozco yo. Es Guille, el de la tienda Irontriath. Casualidades de la carrera. No se ha hecho daño y seguimos juntos. Se acuerda de mí y empezamos a conversar. Subimos un apaño de escalera para atravesar una valla. Más adelante una chica nos salva de tomar un camino equivocado. Hay mucho barro y a veces, no sé ni donde pisar. 


La ascensión es larga y pasadas más de 3 horas y media aproximadamente de carrera llegamos a un primer control, el del Puerto Boyar donde se agolpan muchos corredores. Me aprovisiono con agua, isotónica y medio sándwich. Llevamos 20 km. casi nada para lo que nos queda.


No quiero entretenerme demasiado y salgo sólo. Ahora empieza lo duro. Un tramo muy técnico de más de 12 km. sin posibilidad de avituallamiento hasta Villaluenga en el kilómetro 32. Aquí me uno con un sevillano que ha hecho 4 veces los 101 y que el año pasado se retiró, precisamente, en Villaluenga por el temporal. En el ascenso ya con mucha piedra y barro, el caminar se hace peligroso. Las piedras están resbaladizas y hay que andarse con bastante cuidado. La tibia izquierda está respondiendo bastante bien. Las vistas de la bahía de Cádiz, en plena noche, son preciosas. Hacemos el descenso donde nos hacen un control sorpresa y en el que nos unimos a un grupo bastante grande, de unos 15, aprox. Subimos creo que se llama el Simancón donde sufro el primer contratiempo serio. El frontal me empieza a parpadear. Me quedo sin batería. Lo pongo al mínimo pero nada. El sevillano hace una pequeña parada. No se qué hacer. Si esperarle o seguir. Pienso que se incorporará por detrás al grupo y sigo avanzando. Es una lástima porque ya no vuelvo a verle en toda la carrera y apenas, si pude verle la cara. El camino está salpicado de piedras y más piedras. Sopla el viento y el frío hace mella. Continuo con el grupo y con mi frontal parpadeando hasta que llega un momento que se apaga definitivamente y sólo me quedo con el pequeño de 70 lumens. Aun así el H14, si lo enciendo vuelve a mantenerse parpadeando durante un rato hasta que otra vez se vuelve a apagar y así continuamente, encendiendo y apagando. De todas formas, al ir en grupo no hay mucho problema hasta que llega un momento que necesito pararme. Entonces me quedo sólo en la zona más técnica, casi sin luz y sin nadie por delante y por detrás. 


Avanzo con el haz de luz pequeño, con mucho cuidado. Las balizas se ven con dificultad. Además de las piedras, también hay mucho barro y agua. Me adelantan varios grupos. Decido ir lento y al ritmo que me permite mi frontal. El H14, aún casi sin batería, lo utilizo de vez en cuando como si fuera la larga de un coche para comprobar que no me pierdo y sigo las balizas. Entiendo que no es el lugar más adecuado para cambiar las pilas. Por lo visto, el año pasado uno se perdió en esa zona y se tiró más de una hora hasta que consiguió bajar. Apenas si se distingue sendero. La zona es bastante peligrosa y más de noche. Son grandes piedras donde hay que utilizar las manos para ir con seguridad. Me encuentro solo. Trato de no perderme y no ponerme nervioso. Es mi momento más crítico en la carrera. De vez en cuando vislumbro luces. Los tengo cerca. Al cabo de un rato, llegamos al descenso casi en vertical a Villaluenga y para alegría mía, me uno a un grupo numeroso que van muy despacio por el peligro que supone avanzar. Los bastones sobran. Hay que agarrarse a las piedras y tener mucho cuidado donde se pisa. Justo debajo están las casas del pueblo. Las vistas son espectaculares. Al fondo se ven luces de frontales como formando un camino en dirección a los llanos del Republicano. 


Llegamos a Villaluenga a las 2 de la madrugada aproximadamente. El pueblo está en silencio. El lugar de avituallamiento es una estancia grande. Nos toman el doral. Ya hay algunos retirados. El año pasado, allí se retiraron unos 30. Este año, por lo que he escuchado, sólo 11. La gente toma sus cafés, cola-cao, infusiones, coca cola, etc. Algunos se quitan las zapatillas y calcetines y descansan un rato. En mi caso, no quiero tomar demasiadas cosas, vaya que me sienten mal. Algo de fruta y poco más. No me encuentro excesivamente cansado. Cambio las pilas al frontal, como algo y sigo el camino. He pasado lo más difícil hasta que vuelva la zona técnica en el kilómetro 94, después de Cortés de la Frontera. 


Tras varios kilómetros en solitario por una pista asfaltada y luego de tierra compacta, llegamos a los llanos del Republicano donde hay barro y agua. Subimos el puerto del Correo con bastante viento. Me uno a un nuevo grupo de tres que apenas si perciben mi presencia. Al bajar a los llanos de Libar el viento sopla con mucha fuerza que casi nos tumba. Hay muchos arroyos y barro. Al cruzar uno de ellos y para evitar caerme meto los dos pies en el agua. Es mi segundo contratiempo. El agua está muy fría y con las zapatillas encharcadas y llenas de barro cuesta caminar. Además, hace mucho frío y el fuerte viento entorpece aún más. Sólo pienso en llegar al siguiente avituallamiento. Empiezo a notar ligeras molestias en la pierna derecha. Toda mi preocupación agolpada en la izquierda y resulta que las molestias se van a la otra. Todo se complica pero no pienso abandonar. Sabía que esto iba a ser duro. Me encuentro con fuerzas.


En ese avituallamiento, un cortijo en medio de la nada, se agolpan los ultreros tomando café. Dos chicos al abrigo de la chimenea van anotando los que van llegando. Una mujer se dedica a trocear plátanos y otra persona a servir cafés. La verdad que el trabajo de los voluntarios es de aupa y para agradecer. Eso sí, todo resulta un poco surrealista. Me hace gracia ver como para pasar la noche los dos chavales están fumando en una especie de cachimba que van compartiendo. Me entero que vamos bastante retrasados aunque bien de tiempo para pasar los controles. Me aprovisiono de agua, tomo algo de isotónica, me pongo el polar y sigo avanzando. Me encuentro con moral y contento con el esfuerzo realizado. A ver la pierna como responde.


Volvemos a la carrera. Ahora es una pista en la que se puede correr pero no puedo. La molestia en la pierna derecha se acrecienta. Utilizo el spray efecto frío que llevaba para la izquierda a ver si me alivia pero no da mucho resultado. También fisiocrem pero nada. Me pasan varios grupos que a pesar, de ir andando, avanzan rápido. Ahora si les ayudan los bastones. El cielo y la noche son preciosos. Es una sensación de libertad y paz en la soledad de la noche que son dignas de vivirlas, más que de contarlas. Me veo con fuerzas para llegar bastante lejos si aguanta la pierna. Montejaque queda a 10 kilómetros.

Noto como en las subidas voy bien pero en las bajadas me duele. Es una lástima. Al llegar a Montejaque me encuentro con otro grupo de tres que van bastante fastidiados. Dos se van a retirar en Montejaque y animan al otro compañero a seguir hasta donde pueda. Uno de ellos ha sufrido una caída en la zona técnica y le duelen la costillas. Al otro le cuesta respirar. En el avituallamiento de Montejaque me encuentro con el grupo del fisio de Rincón. Una gran alegría. Ahora ya si necesito un café. También hay dulces. Son aproximadamente las 6 de la mañana y queda poco para que amanezca. Decido continuar por lo menos hasta Ronda.

Subimos a la ermita de Montejaque y en el descenso el dolor me hace ir muy lento y de vez en cuando sufro pinchazos. Me pasan unos cuantos que me preguntan como voy. Disfruto del amanecer camino de Ronda pero no quiero forzar. A cada paso que doy siento que agravo la lesión y esto sólo es una carrera y primero está la salud. Lo intentaremos al año que viene, me digo para animarme. En la subida a Ronda me uno a otro buen tipo que hizo el ultra del Valle del Genal y que también iba tocado. Le animé a que continuara, por lo menos hasta Cortés. Me dijo que en la mochila de Villaluenga le esperaba un bocadillo de jamón. Pues entonces, no te lo pienses, le dije. Creo que ya sé lo que me llevaré en este tipo de carreras. Subiendo a Ronda había un tramo común. Muchos bajaban en dirección a Benaoján. Todos nos deseábamos suerte. ¡Qué lástima! 

En Ronda, sobre las 8,30 de la mañana, después de más de 14,30 de ultra, opté por no forzar. Me retiré. A pesar de todo estaba contento por el esfuerzo realizado y por la sensación de haberlo dado todo. Tal vez hubiese llegado a Benaoján o a Jimera de Libar pero ...a qué precio?. 

Una furgoneta acababa de llevarse a un grupo que también se había retirado en Ronda. Sobre las 10 de la mañana cuando finalizaba el control de paso por Ronda, con algo de frío y con el cuerpo entumecido por el parón, una furgoneta, tras recorrer varios pueblos a fin de llevar provisiones, visitar Ubrique, Benaocaz, de nuevo Villaluenga donde pudimos degustar unos bocadillos de tortilla y recoger las mochilas, nos dejó a las 13,15 del sábado en Prado del Rey.


La mayoría del grupo comentaba que la carrera les quedaba muy grande y que la zona técnica y el descenso a Villaluenga son muy peligrosos y más de noche y con viento. Salvo uno, de Chiclana, los demás hablaban de no volver a intentarlo. Reconozco que es verdad que la zona técnica de Villaluenga es bastante peligrosa y con demasiada piedra pero cada uno se ha inscrito siendo consciente de lo que afrontaba y pagando 80 €uros. Y eso que no hemos visto ni realizado la subida de Cortés de la Frontera ni la zona técnica de Villaluenga a Grazalema. En fin, una carrera dura como ella sola. Y eso es todo compañeros.