PT 281 PORTUGAL
ULTRAMARATHON 23-26 JULIO 2020
DE BELMONTE A
PROENCA A NOVA
La primera vez que tuve noticias de
esta ultra fue gracias a un corredor argentino residente en Málaga, Nicolas
Kierdelewicz que, además de participar en ella, consiguió ganar la prueba con
un tiempo de unas 50 horas. En aquel
momento, ese tipo de ultras sin balizar, tan largas y además, en pleno verano,
no estaban entre mis predilectas pero, al menos, empecé a conocerlas y a leer
sobre ellas en las redes sociales.
Con el paso del tiempo y viendo que ya
durante los años 2018 y 2019 comenzaba a plantearme la posibilidad de
participar en la ultra Algarviana (300 km), que es un tipo de prueba de
ultradistancia con el mismo formato que la PT281, casi sin darme cuenta, se fue haciendo
hueco en mi mente la idea de inscribirme en esta ultra portuguesa pasando, de
opción muy lejana, a firme candidata para un futuro próximo, sino en el año
2020, tal vez en 2021. Ni que decir
tiene que, tras finalizar la ALUT
2019 (Ultra Trail Algarviana), la
PT 281 ya si entraba en mi calendario, sobre todo para el año
2021.
A consecuencia de la pandemia que nos
fue asolando desde marzo de 2020 y debido a la continua cancelación de carreras
y viendo que la organización de la
PT281 se mantenía firme en intentar llevarla a cabo y puesto que
me fui quedando sin opciones para realizar alguna ultra de 100 millas en el verano,
casi se quedó como mi única opción para el mes de julio.
La PT281 es una ultra pensada para pocos corredores
para la que hay que estar bastante mentalizado. Mentalizado para ponerse en esa
línea de salida y luego mentalizado para enfrentarse al recorrido y adaptarse
al intenso sufrimiento. No hay muchos
locos que se planteen una ultra de 281 kilómetros en
pleno verano, en el centro de Portugal, donde pueden alcanzarse temperaturas
superiores a los 40 grados. Por eso, tal vez en modo individual no se llegue a
los 100 corredores como mucho, y sumando las pruebas por equipo y relevos, puede
que no se alcance la suma total de más de 150 corredores. Y esto que puede suponer un problema, en este
año de pandemia le servía a la organización de la PT281 como argumentos para mantener en marcha la celebración
de esta ultra, estos es, al ser tan pocos corredores y con tantos kilómetros
para recorrer, las aglomeraciones son mínimas por lo que no suponía un gran
riesgo de contagio ni afectaba a las restricciones impuestas por muchos países a
las pruebas deportivas.
Y viendo que me quedaba sin
posibilidad de acudir a las ultras a las que me había inscrito, entre ellas,
por ejemplo las 100
Millas del Valle de Arán prevista a principios de julio,
pues todas se iban cayendo de la lista, me fijé definitivamente en la PT281 como ultra potente para
el verano 2020, en el primer año de la pandemia. No obstante, la organización, hasta dos
semanas antes no confirmó la realización de la prueba. Bien es verdad que, con un mes y medio de
antelación, ya habíamos hecho una preinscripción para que la organización
valorase el número de corredores interesados en participar. Por otro lado, también hay que tener en
cuenta el precio de la inscripción que se escapa un poco, según mi parecer, del
estándar habitual (340 €) cuando la Algarviana, ultra de las mismas características,
me salió, sino recuerdo mal, por unos 220 €uros aproximadamente. En cuanto a
los datos de la PT281
más sobresalientes, destacar que se trata de una ultra de 281 kilómetros con
6200 + a completar en un máximo de 66 horas, con unas cuantas barreras horarias
a lo largo de las distintas bases de vida.
También he de decir que no me gusta
correr con calor y en estos años de corredor de ultras y carreras por montaña,
siempre que he podido, durante las fechas veraniegas, he tratado de realizar
ultras y/o carreras por zonas de montaña o con climas más benignos, bien por el
norte de España o, sobre todo, por los Alpes o Pirineos. De hecho, en verano, mis entrenamientos se
centran mucho en Sierra Nevada, pues es la zona donde se puede correr sin
sufrir con temperaturas demasiado elevadas.
Pero en esta ocasión, la prueba buscaba precisamente eso. No sólo te ibas a enfrentar a una prueba de
ultradistancia con todas sus circunstancias y posibles contratiempos, sino que
ibas a convivir con un factor añadido, expresamente buscado: el calor. Por esta razón se hace en el mes de julio, en
las fechas más calurosas y en una zona de Portugal donde las temperaturas
pueden superar con relativa facilidad más de 40 grados. Doy fe de ello porque he vivido durante
muchos años y me desplazo con frecuencia a mi tierra, Extremadura, y allí, en
verano, hace un calor seco y a veces, extremo.
De hecho, la propia organización, reconoce que su prueba se inspira en
carreras como la mítica Badwater (EEUU), en el valle de la muerte de California
donde se pueden dar temperaturas próximas a los 50 grados o la BR135+ (Brasil) donde, junto a
mucho calor, se alcanza una humedad en el aire próxima al 95 %.
A lo largo de los meses de mayo y
junio de 2020 y viendo que tenía la posibilidad de participar en la PT281 decidí probarme y hacer
alguna tirada larga con mucho calor. Una,
a principios de junio, haciendo el camino Mozárabe desde Almogía a Antequera
donde me salieron algo más de 70 kilómetros con unos 2000 + y donde lo pasé
realmente mal, sobre todo, a la vuelta, sin agua y casi deshidratado. Sin embargo, fue a finales de junio, en el
segundo día del reto Ponferrada-Santiago (216 kilómetros en
modo ultra, en solitario y en autosuficiencia) cuando casi descarté
definitivamente la posibilidad de participar en la ultramaratón de Portugal, comprobando
en mis propias carnes como, en el segundo día, a partir de Melide, cuando ya
solo me quedaban unos 50
kilómetros, el fuerte calor me afectaba más de la cuenta
y, que, a pesar de pararme e hidratarme cada pocos kilómetros, mi cuerpo no acababa
de acostumbrarse, ni de aclimatarse.
Demasiado sufrimiento!- pensé. En
aquellos días de finales de junio ya me había preinscrito en su página web y en
principio, la organización contaba conmigo y a mí, a titulo personal, me cuesta
mucho dar un paso atrás, renunciar o retirarme de algún evento cuando ya me he
comprometido. Aún así, en este caso, lo
tenía claro. Les mandaría un correo en
los próximos días diciéndoles que no iba a participar en la ultra.
Sin embargo, como a casi todos nos
ocurre en el mundo de las carreras y de la competición en general, al terminar
una ultra o un reto, todo lo pasado se olvida o se relativiza, como el
sufrimiento vivido, y a los pocos días, ya estamos delante de un ordenador para
buscar una nueva aventura. Una cuestión importante para la que si me sirvió el
reto Ponferrada-Santiago, 216
km, realizada justo al finalizar el estado de alarma,
fue la de comprobar la facilidad con la que me hice con el uso del nuevo gps de
mano, el Garmin Etrex 20x, que me condujo durante todo el camino de Santiago
sin ningún problema. Ya comenté en la
crónica de la ultra Algarviana que con el Garmin Foretrex 601 no conseguía
orientarme bien y que si no llega a ser por los hermanos portugueses, tal vez
no hubiese concluido la ultra. Me perdí
muchas veces en los primeros 150
km hasta Messines por culpa del reloj. Ya me lo dijeron desde la organización. Ningún corredor utiliza ese tipo de gps. Lo
suyo es uno de mano como el etrex 10, el etrex 20, el etrex 30 o el 32. Bueno,
hay más modelos y marcas pero con estos es más que suficiente. De hecho, el que
me dejaron los hermanos portugueses en la Algarviana, creo que era un etrex 30.
A mediados de julio, después de un
buen entreno por Sierra Nevada con Gustavo y José, decidí darme un pequeño
capricho viajando, entre restricciones y mascarillas, a Andorra para realizar
dos buenos entrenamientos de 50 kilómetros cada uno, a ritmo tranquilo que,
sobre todo, más que a nivel físico, me ayudaron mentalmente para sentirme más
despejado. También me llevé el Garmin
Etrex 20x y me sirvió de nuevo, tanto para el seguimiento de los tracks que tenía cargados en el aparato como
incluso para seguir algunos senderos incluidos en los mapas cargados en el
reloj..
Y en esa situación, un día antes del
inicio de la prueba, esto es, el jueves a las 18 horas, desde el castillo de
Belmonte, salí con mi coche hacia mi lugar de origen y residencia de mis padres
y buena parte de la familia: Coria, en la provincia de Cáceres. Durante esos días previos iba viendo como el
tiempo que se pronosticaba para los días de la PT281 (23 a 26 de julio) se volvían más y más calurosos
y además, como un presagio, durante las tardes principales en las que se
desarrollaba la ultra, es decir, las tardes del viernes y del sábado principalmente,
se pronosticaban temperaturas entre las 14 y las 20 horas, que podrían llegar a
ascender hasta los 40 grados.
A diferencia de una ultra normal,
este tipo de pruebas tan largas requiere tomarse unos cuantos días de
vacaciones, entre los días previos para desplazarse, los propios de la carrera
y luego uno o varios para dormir y recuperar el sueño perdido y otro para
volver a casa. Al final, la carrera casi
requiere una semana y ya he dicho que el precio de la inscripción no es
precisamente barato, cuestiones que, para un corredor aficionado, con su
familia, su trabajo y sus circunstancias personales, no son algo baladí. Volviendo a los prolegómenos de la PT281, decir que tras llegar el
miércoles 23 de julio a la casa de campo de mis padres en Coria, me levanté el
día siguiente, jueves, muy temprano para salir en dirección al lugar donde se
recogían los dorsales, la baliza de seguimiento y la bolsa del corredor y
también lugar donde finaliza la PT
281 como es Proenza a Nova, ciudad pequeña y bastante moderna en el centro de
Portugal y a unos 300
kilómetros de Coria (Cáceres).
En mi viaje no tuve ningún problema,
con excepción de una pequeña anécdota provocada por el gps y que, resumiendo,
me quería hacer pasar con el coche por un sendero pedregoso, tras guiarme por
un pequeño pueblo de calles estrechas donde sus habitantes se podían contar con
los dedos de la mano.
Lo bueno de viajar a Portugal es que
siempre es una hora menos y aunque pienses que llegas tarde, al final, esa hora
menos te ayuda a llegar a tiempo para recoger dorsal y para el inicio de carrera. Sobre las 10 de la mañana, hora portuguesa,
llegué a Proenza a Nova, ya con mucho calor. Aún así, ya había corredores
recogiendo dorsales. Hice lo mismo y
tras descansar un rato en el césped me puse a preparar las mochilas que había
que dejar en las distintas bases de vida.
He aquí una de las cuestiones más importantes para este tipo de ultras:
la posibilidad de que la organización de la ultra nos traslade mochilas con
alimentos, ropa y lo que consideremos necesarios en bases de vida ubicadas cada
25-30 kilómetros
aproximadamente. Parece una tontería
pero una buena selección de lo que vayamos a introducir en esas mochilas puede
significar la supervivencia o no en la ultra y otro aspecto importante en este
tipo de pruebas es la gran distancias entre las bases de vida. En concreto, y después de vivir la PT281 2020, hay dos tramos en
esta ultra especialmente largos, el que va de Sabugal (km 36) a Penamacor (km
84) en la primera parte y que abarca buena parte de la primera noche y un
segundo tramo que va desde Idanha a Nova (km 155) a Lentiscais (km 200) que
interesa hacer en la segunda noche porque después de Ladoeiro no hay puntos de
agua. Hablando con otros corredores, me recalcaron encarecidamente
no hacer este segundo tramo de Idanha a Nova a Lentiscais, unos 50 kms.,
durante el día porque apenas vamos a encontrar puntos de agua pasado Ladoeiro,
km 170 y los últimos 30 pueden significar la muerte deportiva en la PT281.
Poco a poco fueron llegando
corredores que recogían los dorsales y luego se colocaban a la sombra, en el
césped, bien a descansar o bien a preparar la logística para la carrera. Estando en esos menesteres se acercó a
saludarme un corredor español, Ginés Macía Molina, del levante español, de
Elche creo, todo un corredor de ultrafondo. De hecho, aquella mañana el que
escribe llevaba una camiseta de finisher de la ultra de Caravaca de la Cruz con lo que le estaba
dando la excusa perfecta para acercarse.
Estuvimos charlando un rato y nos conocimos mucho a partir del kilómetro
200 de la ultra.
Tras entregar las mochilas, me tumbé
un rato en el coche pero con el calor que hacía y con los incipientes nervios
me resultó imposible. Aproveché para dar
un paseo por los alrededores y tomar un café pero con el tema del coronavirus y
las dichosas mascarillas, este año está resultando de lo más surrealista y
muchas veces notas en las caras de la gente, al entrar en una cafetería, en un
bar o en otros establecimientos, cierto velo de tristeza.
Sobre las 15 horas un autobús puesto
por la organización recogió a buena parte de los corredores para trasladarnos
al norte, al punto de salida, al castillo de Belmonte. Como
anécdota, uno de los corredores se olvidó de la baliza y el autobús tuvo que
darse la vuelta.
No recuerdo exactamente la hora a la
que llegamos pero cada vez estaba más nervioso y más con el tema de la
mascarilla y mi gps. En cuanto llegué,
bastantes corredores buscamos el primer supermercado abierto para comprar agua
fresca, cargar los bidones e ingerir más líquido porque el calor seguía
apretando con fuerza. Ya advierto que
esta compra se puede obviar porque la organización tiene en el propio castillo
de Belmonte un gran avituallamiento con agua, refrescos, zumos, etc. así como
fruta, dulces y otros alimentos sólidos, por lo menos en esta edición de
2020. El autobús nos dejó a unos 500 o 600 metros del castillo y
como todavía quedaba tiempo, aproveché para entrar en un bar para tomarme un
refresco de cola y de paso, rebajar la temperatura corporal gracias al aire
acondicionado. Cuando me quise dar
cuenta no había ningún corredor y hay que andar unos minutos para llegar al
castillo de Belmonte aunque el lugar no tiene pérdida. En el entorno del
castillo de Belmonte, muy bonito y espectacular, por cierto, a pesar de la
pandemia había mucha gente, corredores, familias, curiosos, etc. Entré en el castillo, me hice alguna foto y
volví a salir, justo en el momento en el que llegaba en coche uno de los
corredores élite de la PT281,
Luca Papi. De vuelta al interior del
castillo, me senté en el graderío circular para escuchar el briefing y encender
el gps. Si ya estaba algo nervioso por
la incertidumbre, por el aplastante calor, por todo lo relacionado con la
logística, etc., la cuestión se me complicó cuando mi gps, Garmin Etrex 20x no
llegaba a colocarse en el punto de inicio.
Se lo enseñé a otros españoles que estaban sentados justo debajo y ellos
me enseñaron su gps, parecido al mío y que les iba bien. Que reiniciara el aparato, ejecutara el track
y luego pinchara en la pantalla la opción:”ir” cuando me saliera el mapa. Y eso es lo que hice. En todo caso, con estos aparatos hay que
tener paciencia porque tardan en cargar el mapa.
Tras una pequeña charla, todos los
corredores, con las mascarillas de rigor, nos arremolinamos junto al arco de
salida del castillo de Belmonte, mientras el que escribe, algo nervioso, andaba
algo liado con la configuración del gps y apenas si estaba pendiente a esos
momentos. Sobre las 18 horas
portuguesas, con un calor sofocante, se lanzó la prueba y enseguida nos
encontramos con una bajada técnica para descender el cerro en el que se ubica
el castillo y el pueblo de Belmonte.
Adelanto y me adelantan. Todo es
una locura. Enseguida, trato de
tranquilizarme y coger un ritmo llevadero.
Esto acaba de arrancar. Y a los
pocos minutos, el agobiante calor te advierte que no puedes y que no debes
seguir esos ritmos y que tienes que empezar a andar y dosificar. En
cuestión de una hora, corriendo y caminando por algunas zonas de regadío y
cultivo y por otros tramos más áridos, me había quedado solo. Dejamos la pista de tierra y tomamos una
carretera con una fuerte y larga subida.
Luego la bajada también por asfalto y vuelta a pista forestal hasta que
girando a nuestra izquierda encaramos una subida dura y sinuosa por
sendero. Ya antes de la subida me he
quedado sin agua y voy seco. Alcanzo al
grupo en el que va Luca Papi y decido seguir ese ritmo, deseando como un loco
llegar a algún pueblo o fuente donde saciar mi acuciante sed. Y, por
fin, sobre el kilómetro 19 alcanzamos una aldea con un hermoso castillo
medieval, Sortelha, donde nos reciben familiares y varios fotógrafos que
retratan esos instantes.
Con los bidones ya cargados y algo
mejorado, sigo avanzando a pesar del calor. Recuerdo que este tramo es una
amplia pista forestal que curvea por el campo mientras el atardecer nos va
cubriendo con su sombría capa. Luego un
nuevo tramo de bajada por sendero.
Seguimos corriendo y me encuentro bien.
El gps ya está configurado y todo lo llevo ajustado (dorsal, calzado,
mochila, pantalón, etc.). Al entrar la
noche, enciendo el frontal y sigo avanzando a buen trote aunque el calor no
disminuye. Cualquier fuente de agua es
válido y recuerdo que en un estanque de aguas verdosas, un diminuto grifo
soltaba un hilo de agua que nos fue suficiente para llenar los softflax.
Y pasaron los minutos y los
kilómetros sin pérdidas e incidencias que reseñar en aquella noche calurosa de
julio, hasta que avistamos las luces de un pueblo grande, Sabugal, donde nos
hicieron pasar por el enorme y precioso castillo y luego recorrer algunas de
sus calles para llegar a la primera base de vida en el kilómetro 35. El avituallamiento es una planta baja de un
edificio con distintas habitaciones y algún pasillo. En una de ellas hay mesas y sillas donde
comen y descansan varios corredores, también hay muchos acompañantes. En otra mesa tienen gran cantidad de botellas
de refrescos, agua, etc recién sacadas del frigorífico. Aquí cometí uno de los mayores errores en
esta ultra como fue la de ingerir demasiado líquido con gas que el cuerpo no
absorbió debidamente. En esta base de
vida no había dejado ninguna bolsa personal y tal vez, podría haber hecho uso
de ella para dejar alguna bebida o alimento al que hubiese estado más
acostumbrado. Por esta primera base de
vida pasé sobre las 10,44 de la noche del jueves.
Salí de allí con malas sensaciones
que se confirmaron a los pocos kilómetros.
Ya era de madrugada y el calor no remitía. Y empezó mi infierno personal por aquellos
páramos sin que remitieran las altas temperaturas y siendo consciente de la
lejanía de la siguiente base de vida en Penamacor. No recuerdo cuántas veces acabé vomitando
pero si que fueron muchas. Me quedé sin
fuerzas, tocado mentalmente y sufriendo por la escasez de agua. No podía correr y avanzaba en un continúo
lamento, por la impotencia de no poder correr y por la distancia que me
quedaba. La Ultra se adentra por una ancha
pista que bordea un pantano (Albufeira de Sabugal). Me entretengo en divisar las luces de los que
van delante y detrás. Sigo teniendo
ansías de vez en cuando pero van remitiendo.
Cada cierto tiempo, algún grupo de corredores me adelanta. Recuerdo una chica que me adelantó en una
bajada pedregosa que me animó a correr, a pesar de no encontrarme bien.
Después del pantano, cruzamos un
puente por carretera para llegar a la población de Malcata (km 45), ya en plena
madrugada, donde hay una fuente y consigo rellenar los bidones.
Y después de un primer pantano,
bordeamos un segundo pantano. Una vez
cruzada la presa, la pista de tierra se coloca paralela a un canal de regadío y
así durante unos cuántos kilómetros que me resultaron eternos. Sigo avanzando lentamente. Recuerdo que por
esta zona volvió a adelantarme Luca Papi y un grupo de corredores. Algunos me preguntaban si me encontraba
bien. Le daba las gracias pero les
invitaba a seguir su camino.
Sin embargo, las altas temperaturas
hacían estragos en otros corredores y hasta andando a paso rápido llegué a
adelantar a algún corredor que, a juzgar por su comportamiento, iba peor que
yo. Como digo, este tramo de canal se
me hizo interminable. Continuamente
miraba el gps, ampliaba el campo de visión para ver cuando el track de la
carrera se separaba del dichoso canal pero necesitaba mucha ampliación y el
track se desdibujaba en la pantalla del gps
¡Maldita sea!
Cuando vas corriendo el tiempo se
acelera y la distancia se acorta pero cuando vas andando ocurre todo lo
contrario. Y al final todo llega y el
del canal también. Giramos a la
izquierda, me adelantó un grupo de tres corredores jóvenes, subimos una fuerte
pendiente y tras una bajada pedregosa llegamos a una iglesia o ermita y luces
más abajo.
Y más abajo estaba el pueblo (Meimoa,
km 70 aproximadamente) donde volví a encontrármelos al lado de una fuente en la
que pude rellenar los bidones. Y seguí
mi camino, sin nadie a la vista, atravesando carreteras y calles vacías, sin
tener la más remota idea de donde me encontraba y buscando desesperadamente una
gasolinera o una máquina expendedora donde comprar una bebida isotónica o un
refresco de cola. Crucé un puente y la
ultra nos encaminó por un camping desierto.
Tenía mucha sed y estaba muy fatigado. Y de repente, me percaté que una
chica se movía junto a una furgoneta. Me
acerqué a preguntarle si sabía de la existencia de una gasolinera próxima o de algún
sitio abierto. Para mi sorpresa me
responde en perfecto español. Qué
necesitas! – me dice. Un vaso de
refresco de cola me vendría bien. Espera
un momento a ver qué lo que tengo. Entra
en la furgoneta y al momento me ofrece una lata de Coca-Cola fresquita. Le doy las gracias, casi emocionado, y me
despido de ella. Sigo mi camino preguntándome
qué hace una chica en un pueblo perdido en medio de la nada en Portugal, durmiendo
en una furgoneta y despierta a las cuatro de la madrugada. Nueve o diez horas después tendría la
explicación.
Lo cierto es que aquel refresco de
cola lo saboreé como un tesoro, a sorbos, sentado sobre un muro en un lugar en
medio de la nada, en silencio, en la soledad de la noche, pendiente de que
nadie me estropeara esos momentos. Luego
seguí con la ultra pero mucho más animado.
Sigo avanzando, volvemos a una zona
de bosque y monte con algunas subidas.
Me voy aproximando a Penamacor.
Recuerdo que en una de esas subidas volví a sentir la última sensación
de náusea pero no llegué a vomitar. Por
suerte, mi estómago se había vuelto a estabilizar. Amaneciendo, la temperatura se volvió más
agradable, es decir, más fresca. Durante
un tramo caminé paralelo a la carretera que indicaba que Penamacor se
encontraba a unos 5
kilómetros. En
este punto, dos voluntarios, uno de ellos el jefe de la organización de la Algarviana, me saludaron
y me dieron ánimos.
El camino se adentra por un bosque de
pinos en un continuo ascenso y luego la pista se eterniza hasta que, al doblar
a la derecha se divisa a lo lejos Penamacor.
Recuerdo que en una bajada empecé a correr y a sentirme mejor, tal vez
por la proximidad de la siguiente base de vida, volviendo a tropezarme de nuevo
con Luca Papi que departía con sus dos acompañantes franceses. A lo largo de la noche me había percatado que
la mochila se había roto, debido al peso del móvil y solo pensaba no haber
perdido nada. Y como siempre ocurre, la
base de vida no se encuentra donde uno quiere.
Giramos a la izquierda y sin llegar a cruzar la carretera, dejamos al
precioso pueblo al otro lado. Entramos de nuevo en el asfalto y por fin, tras
varios kilómetros más, al fondo, en el arcén de la carretera, diviso el
siguiente avituallamiento donde han habilitado varias carpas. Llegó muy fatigado y con la respiración
acelerada. Allí me encuentro con varios voluntarios y miembros de la
organización. Recojo la mochila que he dejado en ese punto y me tomo una bebida
de recuperación que me sienta de lujo.
Tengo los gemelos cargados. En
una de las carpas un masajista está tratando a varios corredores. Pienso que me vendrá bien parar y descansar
un rato. Espero mi turno y la refriega
del fisioterapeuta y el descanso me hacen “rejuvenecer”. Es el kilómetro 82 aproximadamente de la
ultra.
Estando en la carpa el Director de la carrera se
acerca a entregarme el gps obligatorio que llevamos todos los corredores para
tenernos localizados y me advierte que tenga cuidado de no perderlo. Por lo visto, unos kilómetros más atrás, se
me ha caído de la mochila. Le explico lo
que ha pasado (la mochila se había rajado) y le pido disculpas.
En una de las carpas coincido con varios corredores
españoles. Hablan entre ellos. También llega un corredor de habla inglesa que
por lo visto ha corrido todas las ediciones de la PT 281 y que, además, consiguió ganar en una de
las primeras ediciones. Es un chaval
joven con una actitud muy humilde.
Entre los españoles con los que coincido en esa
carpa, uno de ellos, que ya ha participado en otras ediciones de la PT281, resulta ser el
organizador de una ultra a la que estaba inscrito en la primera edición de 2020
en tierras manchegas, en Ciudad Real, El Privilegio de las 100 millas que,
desafortunadamente, a causa de la pandemia no se pudo celebrar.
En el avituallamiento me tomo varios refrescos de
cola. No hay mucho surtido y me llama la
atención ver, entre la escasa variedad, ensalada con lechuga y tomate.
Al poco tiempo llegó Luca Papi con sus compañeros de
fatiga. Recuerdo que se sentaron y dieron buena cuenta de una ensalada a esas
horas de la mañana. Como consejo a la
hora de avituallarse en una ultra y no sufrir muchos problemas de estómago, hay
que comer aquello a lo que estás acostumbrado o que, por lo menos, te entre por
los ojos. Nunca recomiendo tomar algo
que vayas a comer con asco por muy recomendable que sea. Los vómitos y el mal cuerpo casi están
asegurados. Por esta segunda base de
vida, pasé sobre las 7 de la mañana del viernes.
La organización me avisa que, a partir de ahora,
vienen unos 35
kilómetros donde no hay un punto de agua y que sea
consciente de ello y por tanto, vaya racionando el preciado líquido. Asiento y
les doy las gracias: “obrigado” y reemprendo la marcha.
Cargo toda el agua que puedo en los bidones y en la
mochila de hidratación que, por suerte, está protegida por una bolsa térmica
que mantiene el vital líquido a una temperatura bebible y salgo con ánimos
renovados en dirección a Monsanto.
Camino y troto por una pista forestal que zigzaguea
por un campo yermo y sin apenas vegetación.
El calor de la mañana se empieza a notar pero todavía es bastante
llevadero. Me cuesta correr pero voy
cogiendo ritmo y empiezo a avanzar más rápido.
Adelanto a varios corredores y atravieso huertas y zonas de cultivo. Llego a otro pequeño pueblo (Aldeia do Bispo) Cruzo la plaza donde observo a los lugareños
tomando su copita de vino o simplemente charlando o tomando el sol. Nos miran con curiosidad. Decido no parar, de esa manera no corto el
buen ritmo que llevo. Salgo del pueblo
y asciendo por una carretera. A lo lejos
veo una gasolinera y decido acercarme para comprar agua y tomarme algo aunque
ello suponga salirse unos metros del track. Hablo por teléfono con mi hermana. Ella, mi madre y mi sobrino, se han acercado
desde Coria para verme y animarme. Me
esperan en Monsanto.
En la gasolinera charlo amigablemente con el portugués
encargado de la gasolinera. Es un pueblo
pequeño y apenas tienen variedad de refresos y bebidas isotónicas. Todo lo más,
refresco de cola, cerveza y ginebra. Me
comenta que sólo tiene eso porque es lo único que vende. La cerveza para los portugueses y la ginebra
para los ingleses que residen por los alrededores. Que conoce marcas como Aquarius, Gatorade,
Powerade, etc. pero que esas bebidas sólo se encuentran en ciudades con
bastante población.
Me despido del portugués de la gasolinera y emprendo
la marcha. El calor aprieta cada vez más y cuesta correr. Aun así, sigo trotando, primero por asfalto y
luego por una pista con tierra suelta.
Veo en un cartel que quedan 14 kilómetros para
Monsanto aunque mi siguiente base de vida se encuentra en Penhas García. Es
una zona de dehesas y encinas en las que comparto kilómetros con varios
corredores.
Comienzo a sufrir los efectos del calor. Apenas me queda agua y cada vez me cuesta más
correr. Siento como las pulsaciones se
aceleran. A la sombra de una gran encina
tropiezo con tres corredores portugueses que están descansando. Me aconsejan parar un rato. Charlo durante varios minutos con ellos pero
prefiero seguir avanzando y llegar cuanto antes a Monsanto y ver a mi
familia. Seguro que será un gran revulsivo
para continuar.
A lo lejos voy
divisando el cerro sobre el que se asienta el pequeño pueblo. Mi gps marca la proximidad al punto de agua
de Monsanto pero este parece alejarse o tal vez, mi ritmo es tan lento que no
avanzo y siempre veo muy lejano ese punto en el gps.
Adelanto a algún corredor que me pregunta por ese
punto de agua. Le digo que el gps me
marca su proximidad, a unos 500
metros. Veo que
el corredor está desesperado y decide parar a la sombra de un árbol. Sigo
avanzando. Sobre la una del mediodía
inicio el fuerte ascenso al pueblo de Monsanto sin encontrar la esquiva
fuente. Asciendo entre grandes piedras,
en un sendero que, en algunos tramos se presenta escalonado. Según voy subiendo comienzo a ver figuras
esculpidas en la piedra, majestuosas, mirando al horizonte. En lo alto, un fotógrafo de la organización
me avisa que ya queda muy poco para llegar a una pequeña plaza del pueblo
donde, por fin, se encuentra la dichosa fuente. Al fin doy con ella y consigo saciar la sed
aunque antes tuve que esperar a que dos corredores, una pareja, terminasen de
llenar sus bidones. Hay bastantes
avispas revoloteando alrededor de la misma.
Voy con cuidado. Cargo los bidones, añadiéndoles varios sobres de
isotónico.
Salgo de la pequeña plaza, mirando mi gps y justo al
doblar la calle me encuentro con mi hermana, mi madre y mi sobrino. Siento una
gran alegría pues, casi siempre, en mis andanzas ultreras me he encontrado más solo
que la una y el hecho de encontrar caras amigas o de familiares suponen una
gran ayuda, sobre todo, psicológica. Me
aparto del camino, nos sentamos en un bordillo elevado y les cuento las
desventuras de la carrera hasta ese momento, agradeciéndole sus ánimos y el
hecho de acercarse esa calurosa mañana de julio desde Coria a tierras
portuguesas, a Monsanto y Penhas García.
Tomo agua fría y un refresco de cola y todos juntos seguimos camino por
las calles del turístico pueblo.
Más abajo, en la terraza de un bar, me encuentro con
los tres portugueses que se encontraban descansando a la sombra de una gran
encina. Nos saludamos y nos deseamos
suerte en la larga travesía que todavía nos espera.
Y poco después, tropiezo con otros dos corredores,
uno de ellos es el de Ciudad Real. Le
acompaña toda su familia, mujer e hijos incluidos. En seguida reconozco a su mujer. Es la simpática y amable chica que me ofreció
el último refresco de cola de su furgoneta en la madrugada pasada. Me
dice: Si es chico de la coca-cola- con irónica simpatía. Esbozo una enorme sonrisa de agradecimiento. Me comenta que no fui el único y que muchos
más corredores le pidieron algo de líquido pero que ya no le quedaba. Le presento a mi familia que me están
acompañando. Qué pequeño es el mundo!- les
digo. Tras unas risas y comentarios varios nos
despedimos.
Avanzo con mi familia unos 200 metros más hasta que
ya nos despedimos a la altura del coche.
Sigo bajando por la empinada calle, y siguiendo el track, la carrera se
desvía por un camino empedrado por el que se desciende del pueblo. Ellos han quedado en esperarme en Penhas
García, sobre el kilómetro 132, y lugar de la siguiente base de vida.
El calor se hace insoportable. Son las 14 horas del mediodía y no hay cuerpo
humano que aguante semejante temperatura.
El camino avanza por una pista amplia de tierra sin apenas sombra. Recuerdo que me voy acercando a un
corredor. El agua comienza a calentarse
y la boca se me reseca.
Abandono la pista de tierra para girar a mi derecha y
continuar por asfalto, por la cuneta de una carretera con bastante tráfico. Son unos kilómetros muy duros, donde la
acumulación del cansancio, esfuerzo, falta de sueño y unas temperaturas
infernales, hacen que, cada paso, cada metro, tengan un plus añadido con
respecto a una carrera de ultradistancia “normal”.
Siempre he dicho que aquellos corredores que cuentan
con familiares y/o amigos que les animan, les ayudan o reciben asistencia
parten con una gran ventaja, sobre todo psicológica y una ultra es mitad
esfuerzo, coraje y resistencia y mitad mental.
Y en esta ocasión, no me pude quejar porque faltando pocos kilómetros
para llegar a Penhas García volvieron mi hermana, madre y sobrino en el coche a
animarme. Y otros tantos corredores
también recibieron visitas de sus familias en aquella carretera cerca de Penhas
García.
Llegando al pueblo el track nos desvía hacía la
izquierda, dejando la carretera para subir a la parte alta e histórica del
pueblo. Recuerdo que en estos kilómetros,
callejeando por el casco antiguo del pueblo, me sorprendió el buen ritmo de una
chica de avanzada edad que se me unió en ese tramo y los como dos juntos,
corriendo por las calles, entramos en la base de vida, aproximadamente por el
kilómetro 132 de la ultra.
La base de vida de Penhas García está situada junto a
una pista deportiva. Llegué a esta
tercera base vida sobre las 14 horas del viernes. Hay un nutrido grupo de
corredores y familiares, entre ellos Luca Papi, fácilmente reconocible con su
uniforme de color amarillo y la gorra con su simpático muñeco. Allí me están esperando mi madre, hermana y
sobrino. Intento comer y descansar algo
pero es complicado. De hecho, trato de tumbarme en una tarima pero lo descarto.
Hace mucho calor. Aprovecho esos minutos en la base de vida para descansar y
cambiarme de ropa y beber mucho líquido.
Coincido de nuevo con el corredor de Ciudad Real y su familia. Ya ha participado en otras ediciones y sabe
de la dureza de la prueba. Habla con su
mujer y de su conversación deduzco que tiene intención de retirarse como así
ocurrió.
Mi hermana me ofrece el coche para tumbarme y
descansar. Lo hago pero a pesar de estar
a la sombra, el calor es sofocante y comienzo a sudar. Decido emprender la marcha a pesar de la que
está cayendo. Me anima el hecho de que
Luca Papi acaba de salir. Si él puede,
yo también.
Pasadas las 15 horas, con más de 40
grados y un sol de justicia, salgo de nuevo a por el siguiente tramo de la
ultra, otros 30
kilómetros aproximadamente con la única posibilidad de
avituallarse en el pueblo intermedio existente. Tal vez sea este primer tramo de unos 15 kilómetros, uno de
los momentos más críticos en mi participación en la PT281 2020. El calor reinante sobre las 14 horas no era
descriptible con palabras. Había que estar allí para sentirlo y sufrirlo. Salgo del pueblo y avanzo por una pista con
escasa vegetación, casi midiendo cada paso y cada esfuerzo. Al poco el agua de los bidones de plástico se
calienta de tal modo que resulta imbebible.
Decido vaciarlos para aliviar peso. Tal vez sea este uno de los mejores
consejos que puedo ofrecer a todo el que participe en la PT281, esto es, cubrir
los bidones de plásticos con algún tipo de funda térmica para evitar que el
aplastante calor reinante durantes las horas centrales del día impida que el agua
se convierta en puro caldo que no sólo no serviría para hidratarnos sino que
tal vez nos podría perjudicar. El otro
consejo que puedo aportar, desde mi humilde experiencia y después de mi
participación en la PT281, es tratar de evitar en lo que se pueda la exposición
durante las horas centrales del día mediante el descanso en los
avituallamientos o con alguna parada en algún sitio fresco y sombrío y emplear
las horas con temperaturas más suaves, la noche y el amanecer para trotar,
correr y avanzar lo máximo que se pueda, dentro de las circunstancias de cada
corredor. Por supuesto, una buena gorra
y mucha crema solar también resultan imprescindibles.
Volviendo a la crónica y a mi
tránsito por uno de los tramos que más me castigó, tengo que decir que la bolsa
de hidratación de la mochila con su imprescindible funda térmica salvaron mi
continuidad en la PT281. Aún así, no
toda el agua de la bolsa de hidratación se podía aprovechar, pues la que
quedaba en el tubo, a los pocos minutos se volvía caldo, esto es, siempre
procedía a dar dos sorbos, uno para escupir el agua caliente que se había
acumulado en el tubo y otro, si, para absorber el agua fresca que conservaba la
funda térmica.
Sigo avanzando con la única compañía
de mis pasos y mi respiración. Los
minutos se convierten en horas. El polvo
del camino me cubre y lo ensucia todo, mochila y pantalones incluidos. Al menos, el paisaje va cambiando y durante
un largo tramo, cuento con mayor vegetación y algo de sombra. Un corredor avanza cerca de mí pero luego
desaparece y no vuelvo a verlo más.
El camino se va despejando de árboles
y al fin supero la zona cubierta de ese polvo fino que se introducía entre
zapatillas y calcetines. Recuerdo
tropezarme con una persona que iba en su utilitario al que pedí un poco de
agua. Me dijo que no tenía, pero que el
pueblo quedaba cerca.
Y por fin, conseguí llegar al pequeño
pueblo de Alcafozes, sediento, vacío y con el cuerpo muy acalorado. Pregunto a un chico y entro en el bar del
pueblo que hace las veces de hogar del jubilado, lugar de reunión y bar. Varios lugareños me miran con cara de
asombro. En seguida, pido una botella de
agua fresca de litro y medio y varios refrescos. Intento calmar la respiración y bajar la
temperatura de mi cuerpo y poco a poco me voy hidratando. Tras un buen rato en el bar y cargado tanto
los bidones de plásticos como la bolsa de hidratación, reanudo la marcha ya más
tranquilo y con algo menos de calor.
Este segundo tramo me resultó más ameno.
Empecé a encontrarme más relajado y con bastante sueño. Me adelantó algún corredor.
Al llegar al Santuario de Nossa Señora do Almortao,
cerca de Idanha a Nova, decidí descansar un rato y tumbarme en un banco. No conseguí dormir nada pero creo que algo me
ayudó. Aprovechando el atardecer y una larga bajada por asfalto decidí ponerme
a correr. Al fondo, se divisaban las
luces de la ciudad mientras me animaba porque estaba superando el ecuador de la
prueba. Los kilómetros, el cansancio y
la falta de sueño cada vez pesan más y recuerdo que la subida a Idanha a Nova,
ya con noche cerrada, se me hizo especialmente dura. Tal vez por esa falta de sueño o por el
cansancio acumulado me despisté a la hora de encontrar el avituallamiento
ubicado en este pueblo, a la sazón en un pabellón deportivo a las afueras. Recuerdo que me paré y di varias vueltas en
una plaza, preguntando a gente sentada en un bar pero no habían visto
corredores ni sabían donde estaba el avituallamiento. Al final, seguí avanzando, siguiendo el
track y conseguí dar con el pabellón deportivo de Idanha a Nova, sobre el
kilómetro 150 de la ultra. Llegué a
esta cuarta base de vida sobre las 22,17 horas del viernes. Este fue un momento crucial de mi aventura en
la PT 281. Llegué muy desorientado y
bajo de moral, con el estómago cerrado y con mucho cansancio y falta de sueño. Lo primero que hice fue buscar mi mochila y
una colchoneta para dormir y descansar un rato.
Imposible. Tenía el cuerpo
acalorado y la temperatura en el interior del pabellón era bastante alta. Intenté, pero no pude, sacar la colchoneta al
exterior. Traté de mojarme el cuerpo
y la cabeza en los vestuarios, descubriendo, para mi sorpresa, que estaba
sangrando por la nariz. Todo contribuía
a una visión muy pesimista sobre mi continuación en la PT 281. Recuerdo que en uno de los pasillos me
encontré a un corredor que se acababa de duchar y que me animó. Que intentara descansar un buen rato, una
ducha y comer algo – me dijo.
En la planta superior del pabellón
había una fisioterapeuta dando masajes. Puesto que no podía dormir, al menos me
vendría bien un masaje como el que me dieron en Penamacor. Luego, con paciencia, traté de comer algo y
poco a poco, me fui recuperando tanto física como mentalmente.
Al cabo de tres horas, ya de
madrugada y con una temperatura más agradable, junto con varios corredores,
decidí salir y continuar en la carrera.
Afrontaba ahora el tramo más duro de la PT281, unos 50 km hasta el próximo
avituallamiento, Lentiscais, casi sin ningún punto de agua. Lo bueno es que tenía toda la noche por
delante y en esta ultra es el tiempo en el que hay que avanzar más. Creo que este es uno de los mejores consejos
que puedo dar después de mi experiencia en la PT281.
Comencé a trotar por asfalto en el
silencio y la soledad de aquella noche de julio acompañado por pensamientos
positivos. Me sentía como si hubiera
renacido, no tanto físicamente como mentalmente.
Los kilómetros van pasando. Los corredores con los que he salido se
desperdigan, cada uno a su ritmo. Trato
de seguir a uno de ellos pero me acabo quedando solo y así continuo hasta el
pueblo de Ladoeiro.
La falta de sueño me va haciendo
mella. Necesito dormir unos
minutos. En una de las calles, fuera del
track, descubro un banco y decido tumbarme.
Tal vez estuve escasos minutos, una especie de “microsueño”, pero algo
creo que me ayudó.
Sigo avanzando por una carretera
desangelada, flanqueada por vallas a los lados.
El camino no tiene pérdida. Todo
recto por una yerma llanura. No consigo
quitarme la sensación de sueño. Creo que
me voy a dormir caminando. Necesito
parar de nuevo. No hay un lugar donde
tumbarse. Vallas a ambos lados me lo
impiden. Me acuclillo y cierro los ojos
por unos minutos. Vuelvo a levantarme y sigo avanzando. Así durante varias veces, microsueños que me
ayudaron a sobrellevar el segundo amanecer.
Van pasando las horas y tropiezo con varios
corredores. Despuntan los primeros rayos
de sol en mitad del páramo. La sensación
de sueño va remitiendo. La temperatura es muy agradable y me invita de nuevo a
trotar, encontrándome cada vez mejor. La
claridad del día también ayuda a subir la moral.
Voy dejando atrás a varios corredores
con los que he compartidos kilómetros por el páramo durante el amanecer. Recuerdo hacer una llamada a mi familia informando
de mi situación en la PT281. Llegué a
hablar con mi hija pero no con mi mujer.
Ahora el recorrido empieza a cambiar.
Llegamos al río Ponsul, afluente del Tajo.
El track nos hace girar a la izquierda y el recorrido se hace más
sombrío, con mucha más vegetación. Sigo
corriendo durante muchos kilómetros, sintiéndome con energías renovadas. Abandono un sendero paralelo al río y
entramos en una pista forestal que serpentea por varias lomas hasta que consigo
divisar, en lo alto de una ladera, el pequeño pueblo de Lentiscais pero el
avituallamiento no aparece. La mañana
sigue avanzando y el calor comienza a apretar.
Atravieso el pueblo, ante alguna mirada incrédula, y adelanto a un nuevo
corredor. Comienza un descenso por
asfalto y al poco tiempo llego al río y a la carpa donde han ubicado el
avituallamiento de Lentiscais, sobre el kilómetro 202 de la PT281. A la base de vida de Lentiscais, quinta,
accedí sobre las 9,13 horas de la mañana del sábado.
Llego muy reforzado mentalmente
después de los malos momentos en Idanha a Nova.
Allí coincido con Ginés Macía Molina.
Le saludo. Recupero fuerza a base
de pasta y atún, isotónico y refresco de cola y aprovecho para cambiarme de
ropa. Cargo toda el agua que puedo y al
cabo de una hora, reinicio la marcha para afrontar un nuevo tramo con todo el
calor de la mañana. Se trata de un tramo
de unos 25-30 km
hasta Vila Velha de Rodao con dos pueblecitos por medio que pueden servir para
calmar la sed.
El calor es insoportable. Apenas puedo trotar. Al poco me adelanta corriendo Gines
Macia. Accedo a un camino polvoriento
buscando la primera población a la que llego tras 4 kilómetros (Alfrivida). A partir de aquí todo se complica porque el
termómetro se va a acercando peligrosamente a los 40 grados. Continúo caminando otros cuatro o cinco
kilómetros hasta llegar a otra pequeña aldea en medio de la nada (Vale do
Pousadas). Hay un bar. Decido entrar y escapar durante un rato del
infierno y sobre todo, reponer mucho líquido.
Sudo en abundancia. Ocupo una
mesa y suelto encima todos los
accesorios que me acompañan, incluida la mochila. Siento que el corazón se
acelera más de la cuenta. Pido una
botella de agua fría que me restriego por el cuerpo y varios refrescos. Al poco tiempo el pequeño bar de la aldea
tiene un nuevo cliente, una corredora que también entra sedienta y acalorada.
Pasarían 20 o 25 minutos hasta que me encontré algo
repuesto, dejando allí a la chica y regresando a la tórrida intemperie. Avanzo con mucho esfuerzo. A los pocos minutos de reiniciar la marcha
vuelvo a encontrarme sediento, con las pulsaciones aceleradas y sufriendo el
implacable e inhumano calor. Llego al
siguiente pueblo (Perais) y encuentro una fuente y una buena sombra, un lugar
que invitaba a quedarse. Descanso unos
minutos y quedo tentado de parar la marcha, descansar y esperar varias horas a
la sombra hasta que el termómetro bajase unos grados. No era mala idea pero no la seguí aunque creo
que para el que lea esta crónica y se plantee hacer la PT281 puede ser un buen
consejo y seguro que en la edición 2020 más de un corredor paró allí.
Como digo, seguí mi camino con varios kilómetros más
por asfalto. Cuál es mi sorpresa cuando
veo al fondo a otro corredor algo desorientado y observo, según me acerco, que
se trata de Gines Macia. Le saludo y
juntos abandonamos el asfalto y empezamos unas fuertes rampas por un camino de
tierra. Gines me comenta que no acaba de orientarse
con el gps y comienza a quedarse para atrás. En mi caso, lo estoy pasando mal
(el calor me está matando), y deseo llegar cuanto antes al siguiente
avituallamiento, Vila Velha de Rodao.
Camino por un nuevo páramo, una árida meseta, todavía
más inhóspita por el insondable calor que nos aplasta. La nueva pista se encuentra salpicada de árboles
de varios metros de altura pero que no llegan a dar demasiada sombra. Y estando en éstas, creo que ya un poco
aturdido por el calor, el cansancio y la falta de sueño, hago una tontería como
es la de sentarme debajo de un árbol, en la poca sombra que ofrecía,
cubriéndome con la manta térmica para tratar de dormir un poco y refugiarme del
punzante calor. Menos mal que a los
pocos minutos me recogió el sorprendido Ginés y juntos seguimos avanzando. Por suerte, quedaba poco para divisar el
nuevo pueblo y el río Tajo.
Descendimos de la meseta y mi situación cambió
radicalmente al divisar, a lo lejos, una gasolinera. Ni que decir tiene que al llegar allí, lo
primero que hice fue sentarme en una mesa (se trataba de una gasolinera y un
bar a la vez) y disfrutar del aire acondicionado y beber mucha agua y varios
refrescos. Sin embargo, me quedé
perplejo viendo como mi compañero de fatigas no llegó a entrar y se quedó unos
15 minutos fuera. Para mi sorpresa se
quedó a esperarme a pesar de que quedaba poco para llegar al avituallamiento de
Vila Velha de Rodao (kilómetro 230), lugar espectacular junto al río. Recuerdo que se atravesaba un puente y
bastante zona ajardinada. Daban ganas de
zambullirse al agua y refrescarse un poco.
Llegamos al avituallamiento donde la organización ha
habilitado una amplia carpa a la intemperie con varias colchonetas. La hora exacta de llegada a esta base vida se
produjo sobre las 16,17 horas de la tarde del sábado. A pesar de la sombra, las altas temperaturas
no permitían dormir. Eso sí, varios
voluntarios nos sirven bien de comer.
Recuerdo que repetí por dos veces un plato de garbanzos con verduras que
me sentó de lujo. Hacía mucho calor por
lo que mi compañero y yo decidimos descansar hasta que fueran pasando las horas
con las temperaturas más elevadas. Recuerdo que me vino a saludar el corredor que
iba a organizar el Privilegio de las 100 millas en Ciudad Real, corredor que, si no
me equivoco, se retiró en Penhas García.
Con el paso de los minutos fueron llegando varios corredores que se iban
congregando en ese avituallamiento a la espera de un descenso del termómetro.
Al final, no
recuerdo exactamente la hora, decidimos salir y rematar la pedazo aventura de
finalizar la PT281 con el handicap de vencer al sueño y el cansancio en la
tercera y última noche. El nuevo tramo
que había que afrontar tiene varias subidas interesantes, con una primera parte
de mucho asfalto y una segunda por tierra arenosa. Los primeros kilómetros son de continuo
ascenso por barrios alejados del pueblo.
Caminamos sin parar de hablar, contándonos carreras y aventuras de toda
índole, por lo que este tramo se hace muy ameno. Al principio me encuentro sin fuerzas pero
poco a poco empiezo a sentirme mejor.
Sin embargo, observo como Ginés empieza a renquear. De hecho, coge un palo que encuentra en la
cuneta y lo usa a modo de bastón. Van
pasando los kilómetros y cada vez el ritmo es menor. Recuerdo, ya de noche, que nos pasó un
corredor y al poco un coche de la organización nos ofreció unas galletas y nos hizo
hincapié en un tramo duro y roto que teníamos que afrontar.
Cada vez el ritmo era más lento y me sentía más
fuerte. No quería dejar a mi nuevo
compañero de fatigas porque veía que, a ese ritmo podíamos terminar la PT281
pero, por otra parte, quería concluir cuanto antes y notaba que mis piernas
respondían. Al pasar por un pueblo (Foz
de Cobrao), Gines, tuvo el detalle de animarme a seguir en solitario y al poco,
le tomé la palabra y decidí apretar el ritmo cuando comenzaron las primeras
subidas.
La noche era hermosa y calurosa. A cada paso que daba me encontraba mejor,
tanto física como mentalmente, a pesar de llevar 2 noches sin dormir. A lo lejos, entre los montes, en la
oscuridad, se divisaban luces de algunas poblaciones. La subida que afronto es bastante exigente y
lo que es peor, con otro tramo de tierra arenosa que lo ensucia todo.
Sigo ascendiendo por esa pista rota y llena de tierra
hasta que alcanzo una población en lo alto del monte (Carregais). Atravieso las calles sin cruzarme un
alma. Pensaba que ya había subido a lo
alto del puerto pero tras subir unas empinadas cuestas por las calles de la
pedanía, vuelvo a otra pista de tierra que sigue subiendo. Mi
gps se queda sin pilas y cubierto de polvo y sudor, en una vereda alfombrada de
tierra suelta y flanqueada por vegetación alta, consigo cambiarle las pilas. Alcanzo la cima e inicio una fuerte bajada,
dejándome llevar. Sigo con buenas
sensaciones pero las piernas protestan y piden un descanso. Pasados 3 o 4 kilómetros llego a
otro pueblo más grande (Chao do Galego) donde pensaba que se encontraba el
último avituallamiento pero estaba equivocado.
Todavía tuve que caminar varios kilómetros más por asfalto y en ascenso
hasta llegar al último refrigerio de la carrera, Monte da Senhora, kilómetro
257 de la PT281, llegando sobre la 1,07 de la madrugada del domingo. El avituallamiento es un bar del
pueblo. Hay varios voluntarios y algún
miembro de la organización, con un ordenador portátil, realizando el seguimiento
de los corredores. Tomo un plato de
pasta con carne y un refresco de cola y al cabo de unos 10 o 15 minutos vuelvo
a la carrera para completar los últimos 24 kilometros.
Tras salir del pueblo, ya en plena madrugada, avanzo
por asfalto durante una larga recta hasta que el gps me dirige por un sendero
en leve descenso a través de un tupido bosque.
Este último tramo es tal vez el más difícil de seguir con el gps. Hay muchos tramos por carretera, por calles, otros
por senderos, bifurcaciones inesperadas, tramos de escalera, alguna fuente,
creo que un parque, etc. Por lo tanto,
aconsejo en este último tramo estar muy pendientes del gps teniendo en cuenta
que será la tercera noche y todo lo que eso conlleva.
Tropiezo con un corredor veterano que ya me había
adelantado y que se había parado a dormir un rato. Paso por muchas zonas urbanizadas que luego
consulto y compruebo que se trata de dos pueblos, Pena Falcao y Oliveiras. Llego a alcanzar a otro corredor, un chaval
que ya se encontraba en el avituallamiento de Vila Velha de Rodao (km 230). Va
acompañado y camino con ellos pero en una bajada se separan y los voy siguiendo
durante varios kilómetros hasta que los pierdo de vista. La noche sigue avanzando y a pesar de no
haber dormido nada en las tres noches, no estoy sufriendo apenas alucinaciones.
No obstante, recuerdo que en los últimos kilómetros sentía silbar el viento.
Era un silbido extraño, como un susurro, como si el viento quisiera hablarme. Lo curioso es que no se movía una brizna de
hierba. Creo que estaba sufriendo una alucinación pero, sinceramente, en aquel
momento, era mi última preocupación.
Dejo atrás un pueblo más grande, Sobreira Formosa,
cruzando sus calles vacías en el silencio de la noche.
Recuerdo que subí varias cuestas por asfalto con una
fuerte inclinación. La fatiga sube otro
peldaño más pero la fuerza mental lo compensa.
Apenas me quedan 5
kilómetros para terminar. Me voy animando. Continuamente amplio y reduzco el gps para
comprobar donde queda la meta, Proenza a Nova.
Parece que no se mueve y que el gps no funciona. El tiempo pasa muy despacio cuando uno camina
y no para de mirar el reloj. A veces la
lucha mental es más intensa que la física.
Un último repecho.
Amanece. El gps ya me ubica muy
cerca de la meta. Entro en Proenza a
Nova recorriendo, orgulloso, los últimos metros. Lo he conseguido. Cruzo la meta sobre las 7 de la mañana del
domingo, en el puesto 19 de la clasificación general, en un tiempo de 60 horas
justas, entre los aplausos de unos pocos voluntarios de la organización. Luego me senté en una carpa con mirada
contemplativa y media sonrisa, tranquilo, paladeando el momento.
Recuerdo que me hizo mi hija de esta durísima carrera.