Me gustó tanto la primera edición de esta Ultra que, en abril, cuando se abrieron de nuevo las inscripciones para la segunda edición, no me lo pensé mucho para volver a inscribirme. Los recuerdos de la salida de Aguamarga, el frio que pasé en la salida, los primeros kilómetros viendo amanecer con esas vistas espectaculares de los acantilados, esos tramos de sendero junto al mar, el pueblo de Las Negras, La isleta del Moro, San José, el interminable carril por la zona de Cabo de Gata y Toyo-Retamar. Además, la llegada al pabellón me gustó bastante y la organización, para ser una primera edición, estuvo de lujo. El tiempo fue de un poco más de 12 horas y en esta segunda edición albergaba la idea de mejorarlo y bajar, al menos, de esas 12 horas.
En esta ocasión no me acompañaron mi mujer e hija por lo que el viernes, 9 de diciembre, tras salir con antelación del trabajo, cogí el coche y me encaminé a Almería. Tras recogida de dorsal me fui al coqueto y barato hotel en el pleno centro, a diferencia del año anterior, donde nos alojamos en un apartahotel de Roquetas de Mar (un poco lejos).
Al igual que el año pasado, el autobús nos recogió en el pabellón de Almería y nos trasladó hasta Aguamarga, Aproveché para echar una cabezadita ya que durante la noche había dormido poco debido a un aparato, tal vez de calefacción que se escuchaba en la habitación. En fin, ¡qué le vamos a hacer! Luego fueron unos rusos los que se pusieron a hablar como si fuera las doce de la mañana.
En la salida, con algo menos de frío que el año pasado, me encontré con dos compañeros de mi club, del CD Trail Running Málaga, Salva Rosado y Curro Amores, dos cracks. Como la semana antes había llovido con fuerza, ya nos anunciaban que iba a haber algún tramo con charcos. Tuvimos un día de lujo, como casi siempre por estos lares.
Los primeros kilómetros salí con más relajación que el año pasado. Tratando de que no se dispararan las pulsaciones y buscando más el disfrute de sentirme corriendo por esos senderos mientras iba amaneciendo. Enseguida me pasó Salva Rosado y antes de llegar al primer avituallamiento, también Curro Amores, que iba acompañado por un grupo de amigos. En ese avituallamiento de Las Negras, lo pasé y ya no volví a verlo hasta la línea de meta.
Al siguiente avituallamiento, Requena, sobre el km. 23 llegué bastante bien pero a partir de ahí empezó a acumularse el cansancio. La bajada técnica al avituallamiento de La isleta del Moro ya me costó más de la cuenta y notaba como se me cargaban la zona de los psoas, sobre todo de la pierna izquierda. En ese avituallamiento, la organización nos invitaba a piña natural. La primera vez que veo ese manjar en una carrera.
A partir de ahí, sufrí algunos problemas estomacales y empezaron a dolerme con fuerza los gemelos que no pararon de gritar hasta la llegada a meta ¡un calvario!
Seguimos avanzando hasta la mitad de la carrera, San José, sobre el kilómetro 45. Allí di buena cuenta de un buen plato de pasta. A ver si me aliviaban esos dolores. No hubo manera. Con más pundonor que otra cosa me obligaba a correr. Algunos corredores me iban adelantando y me esforzaba por mantenerlos a la vista. Los kilómetros seguían cayendo y así seguí hasta Vela Blanca, donde dos chicas se afanaban en atendernos lo mejor posible. Otro manjar que nos brindó la organización, inedito en mi odisea en la ultradistancia, fue zumo de naranja recién exprimido. Ni que decir tiene que me tomé un vaso de zumo de naranja recién exprimida.
Tras dejar las subidas, nos adentramos en la gran llanura próxima a Almería capital y en ese interminable carril de tierra y arena, paralelo al mar. En estos 10 kilómetros en dirección a Cabo de Gata, utilicé mucho la técnica caco y, a pesar del dolor de gemelos, pude avanzar bastante rápido. En el avituallamiento, descansé unos minutos, comí algún pastelillo y refresco de cola, pero al iniciar la marcha, el dolor se me hizo insoportable y no podía correr. Los siguientes doce kilómetros hasta Toyo-Retamar, apenas si pude correr. Me pasaron más corredores y me sentí impotente pero como siempre digo, cuando no se puede correr, toca andar, la cuestión es no rendirse.
Continuamente miraba el reloj y veía que me iba a costar más de la cuenta bajar de las 12 horas. En este tramo entre Cabo de Gata y Toyo-Retamar fue donde peor lo pasé. Por suerte, al llegar al avituallamiento de Toyo-Retamar que, a diferencia del primer año, lo habían ubicado dentro de un pabellón, contaban con dos camillas y dos chicas fisioterapeutas y/o masajistas. Pregunté si daban masajes, me sonrieron y me dijeron que si. Con esfuerzo me subí a la camilla y pedí una descarga de gemelos. Fueron unos 20 minutos de dolor pero me vinieron muy bien.
A pesar de que no iba a poder superar el tiempo del año pasado, traté de volver a correr. El dolor de gemelos había remitido lo suficiente como para dejarme trotar. Y a modo caco, parando cada 500 o 600 metros, descansando 5 o 6 segundos, seguí acumulando kilómetros. El atardecer se produjo en este tramo.
En el último avituallamiento, el de la Universidad, ya era noche cerrada. Después solo quedaban unos pocos kilómetros por el Paseo Marítimo y otro tramo por un sendero asfaltado hasta llegar al Pabellón, junto al estadio deportivo, en el que se encontraba la línea de meta.
Foto cortesía de Salva Rosado.
Al final 12 horas y 23 minutos en modo, como casi siempre, de puro sufrimiento, con mi habitual entrada en meta con la bandera de mi club. Allí coincidí con Salva Rosado y Curro Amores, mis dos compañeros de Trail Running Málaga, que habían hecho buenas carreras.
Tras recibir un suave masaje, comida final de carrera compuesta por un plato de estofado, otro de arroz y de postre piña en almíbar y flan, junto con dos refrescos. Todo un lujo. Otra más a la saca. Esta es una carrera de ultradistancia que me gusta, otorga dos puntos ITRA y está muy bien organizada. Espero correrla muchas veces.
Continuamente miraba el reloj y veía que me iba a costar más de la cuenta bajar de las 12 horas. En este tramo entre Cabo de Gata y Toyo-Retamar fue donde peor lo pasé. Por suerte, al llegar al avituallamiento de Toyo-Retamar que, a diferencia del primer año, lo habían ubicado dentro de un pabellón, contaban con dos camillas y dos chicas fisioterapeutas y/o masajistas. Pregunté si daban masajes, me sonrieron y me dijeron que si. Con esfuerzo me subí a la camilla y pedí una descarga de gemelos. Fueron unos 20 minutos de dolor pero me vinieron muy bien.
A pesar de que no iba a poder superar el tiempo del año pasado, traté de volver a correr. El dolor de gemelos había remitido lo suficiente como para dejarme trotar. Y a modo caco, parando cada 500 o 600 metros, descansando 5 o 6 segundos, seguí acumulando kilómetros. El atardecer se produjo en este tramo.
En el último avituallamiento, el de la Universidad, ya era noche cerrada. Después solo quedaban unos pocos kilómetros por el Paseo Marítimo y otro tramo por un sendero asfaltado hasta llegar al Pabellón, junto al estadio deportivo, en el que se encontraba la línea de meta.
Foto cortesía de Salva Rosado.
Al final 12 horas y 23 minutos en modo, como casi siempre, de puro sufrimiento, con mi habitual entrada en meta con la bandera de mi club. Allí coincidí con Salva Rosado y Curro Amores, mis dos compañeros de Trail Running Málaga, que habían hecho buenas carreras.
Tras recibir un suave masaje, comida final de carrera compuesta por un plato de estofado, otro de arroz y de postre piña en almíbar y flan, junto con dos refrescos. Todo un lujo. Otra más a la saca. Esta es una carrera de ultradistancia que me gusta, otorga dos puntos ITRA y está muy bien organizada. Espero correrla muchas veces.