CRÓNICA
ULTRA TRAIL DEL MONT BLANC: 26, 27 y 28 de agosto de 2016. 171 km . y 10000 +.
Ha pasado algo más de una semana desde que finalicé mi
primera carrera de 100 millas , la UTMB 2016, con sus 171
kilómetros y
10045 de desnivel positivo. Poco a
poco se van asentando los recuerdos, las emociones, las sensaciones vividas en
unos días muy intensos. Es también mi
segunda carrera FINISHER del circuito ultra
trail world tour y es mi tercera, y espero que no sea la última, incursión en
las carreras de finales de agosto del Mont Blanc. Después de la OCC en 2014 y de la TDS en 2015, era
el momento de afrontar la prueba reina, la UTMB.
Hasta esta carrera lo máximo en desnivel que había
realizado era la TDS
de 2015 con sus 7200 +. En kilómetros,
mi mayor distancia recorrida se encontraba en Bandoleros 2015 con sus 150 km y sus más de 5000 +
en un tiempo no superior a 29 horas.
Este era mi bagaje en ultra-resistencia antes de afrontar esta dura
prueba, en mi opinión, la carrera de montaña de ultradistancia más importante
del mundo, donde si todo me iba bien, tal vez, podría terminarla en algo menos
de 40 horas, es decir, más de 10 horas por encima de lo que hasta ese momento
habían conocido mi mente y mis piernas.
Huelga comentarios sobre la dureza de lo que afrontaba.
Los días previos los dedicamos a hacer turismo por el
valle de Chamonix. El tiempo durante la
semana fue estupendo, cielo azul sin nubes, incluso hasta demasiado caluroso.
En esos días subimos a Aiguille du Midi, a Montenvers y al Mer de Glace, disfrutamos
de incontables paseos en el tren del Mont Blanc, (Argentiére, Les Tines, Le
Bueu, etc.), paseamos por el Salón del Corredor donde las marcas tratan de dar
a conocer los nuevos materiales en este negocio en que se está convirtiendo el
trail running. También aprovechamos
para realizar algo de senderismo, el miércoles por mi cuenta en plan
reconocimiento de esa zona (Vallorcine) y el viernes por la mañana, unas horas
antes de la carrera, en familia, en dirección a la frontera suiza y paralelo a
las vías del tren en dirección a Martigny.
Nos alojamos en un coqueto hotel-apartamento en el
pequeño pueblo de Vallorcine, a escasos dos kilómetros con la frontera Suiza y
en tren nos estuvimos moviendo toda la semana por el valle de Chamonix, como siempre
muy concurrido y lleno de turistas y corredores llegados de todo el mundo (87
nacionalidades). Estaba bien el sitio porque además, era
avituallamiento de la UTMB ,
aproximadamente sobre el kilómetro 164 de carrera, y contaba con llegar a una
hora prudencial por ese lugar para recibir el apoyo de mi mujer y mi hija.
El jueves por la mañana, temprano para evitar demasiadas
colas, recogimos el dorsal. (Nº 1088) Me
acompañaron mi mujer y mi hija.
Conseguí una foto para el recuerdo con el gran Marco Olmo y me llevé un
montón de propaganda de carreras de ultra trail que se celebran por todo el
mundo y que buscan el escaparate de esa semana para darse a conocer y atraer a
algún “insensato”.
En esta ocasión, además del que escribe, viajaron a Chamonix
otros 3 corredores del TRAIL RUNNING MALAGA, Gustavo Matez y Jorge Rodríguez,
también en la UTMB ,
y Curro Amores en la
CCC. El
jueves por la tarde, a pesar de los horarios de los trenes, mientras pasaban
los corredores de la OCC
y a escasos metros de la meta pudimos charlar un rato y compartir impresiones
de lo que se nos avecinaba. También
estaba con nosotros un máquina (me acompañó en 2014 en la OCC ) como José Romero que iba,
al igual que Curro, a la CCC.
En cuanto a la preparación, después de la ultra Sierra
Nevada, tampoco había hecho nada especial, aparte de mucha bicicleta de
carretera. Varias veces a Sierra Nevada,
dos Maromas con Curro Amores y Paco Rizos, varias tiradas por los montes y un
entreno nocturno por Torremolinos y Churriana con Choco (Jorge Rodríguez). En
estos entrenamientos noté que se me cargaban con demasiada facilidad los
cuádriceps.
Seguía con mi
lesión crónica en la inserción tendinosa del isquiotibial izquierdo y con
molestias en la cintilla de la pierna derecha, ¡vaya!, dos clásicos en el
historial de mis dolencias, eso sí, hasta la fecha, más o menos, con alguna
excepción, me dejan correr. Suponía que
con 170 kilómetros
por delante saldría alguna gotera más.
Había adquirido en oferta las Mafate Speed pero casi
todos los entrenamientos los había hecho con las Hoka Speedgoat, de hecho las utilicé
en la Ultra de
Sierra Nevada y en Lavaredo Al final,
decidí salir con las Mafate (los pocos kilómetros hechos me dejaron buenas
sensaciones, aunque a decir verdad, fueron realizados por caminos poco
técnicos) y dejar las Speedgoat en la bolsa de Courmayeur, y cambiar de
zapatillas o no, según como me encontrara.
El viernes, después de almorzar un plato de espaguetis y
tras haber preparado toda la logística para la carrera, así como la mochila
para Courmayeur, junto con mi mujer y mi hija, cogimos el tren en dirección a
la estación de Chamonix. A diferencia
de otras carreras, la noche anterior dormí bien, realizamos un paseo matutino en
las primeras horas de la mañana, jugué un rato a tenis de mesa con mi hija y
con esa tranquilidad llegamos a la ambientada Plaza del Triángulo de la Amistad donde está ubicada
la salida-meta.
Mucho ambiente y corredores de medio mundo en la zona a
pesar de que faltaban más de 2 horas para el inicio. Creo que algo más de 2600 corredores partían
para realizar el recorrido a todo el macizo del Mont Blanc. Me hidraté lo mejor
que pude y tras dejarlas (a mis principales seguidoras) unos minutos, me dirigí
al gimnasio donde deposité la bolsa para Courmayeur. Hacía calor.
Tras varias fotos para el recuerdo con la bandera de Trail Running
Málaga, cargado con la mochila Salomón 12 litros y el frontal
Nao ya colocado, nos sentamos un rato debajo de una carpa, a la sombra, y junto
a una fuente. A nuestro lado se colocaron varios japoneses que andaban algo
perdidos y que no sabían donde depositar las mochilas de Courmayeur. Tratamos
de explicárselo pero siguieron allí sentados.
Estos momentos los aproveché para observar a otros corredores, sus
zapatillas, indumentarias, tatuajes y la personalización del material, sobre
todo mochilas.
Al cabo de un rato nos acercamos a la cinta que separa a
los corredores elite de los populares.
La mayoría se encontraban sentados sobre el asfalto y como había espacio
me puse a la izquierda, cerca de ellas y al lado de un “cowboy”, y de nuevo, de
varios orientales, algunos muy peculiares.
También me senté sobre el asfalto de la calle, y en esa posición, y
junto con mi mujer y mi hija, disfrutamos de esa hora y media previa a la salida
de la UTMB , con
sus speakers, actuaciones, personajes, música, bailes, drones, cámaras y
charlas, sobre todo en francés, pero algunas también en español. Al poco,
miembros de la organización empezaron a solicitar a algunos corredores allí
sentados el material obligatorio.
No sé cuantas veces podré vivir una salida UTMB pero esta
ha sido inolvidable y la quería vivir, junto con mi mujer y mi hija, lo más
cerca posible. Como anécdota, decir, que
estando allí, un trozo de cornisa cayó sobre nosotros. Todo quedó en un susto. El más perjudicado fue un chino con un
paraguas sobre el que cayó una de las piedras, rompiéndole, además el susodicho
paraguas. Luego, por mi mujer, me enteré
que este oriental no corría. Estaba guardándole
el sitio a otro, todavía más peculiar, que portaba un pequeño taburete y que
dio buena cuenta de una coca-cola y un bizcocho. Todo un personaje pero que
hizo más amena la espera. Por cierto, un
diez para la organización. A los pocos
minutos un miembro de la organización revisó la cornisa del balcón de la plaza
arrancando otra enorme piedra que estaba a punto de desprenderse.
Vi llegar a los corredores elite, según clasificación
ITRA, a Gediminas Grinius, Luis Alberto, Javier Domínguez Ledo, Juan María
Jiménez Llorens, Gemma Arenas y otros muchos, etc. algunos conocidos y otros no
tanto. Aunque estuvimos pendientes de
localizar a Gustavo y Choco, al final no pudimos verles. Creo que su idea era
colocarse atrás. Poco a poco la pequeña
plaza se fue llenando de corredores de casi todas las nacionalidades. Ya no cabía un alfiler. Faltando unos veinte minutos, todos los
corredores nos levantamos. Nos
anunciaron que el sábado se preveían lluvias por la tarde. ¡Qué bien! Quitaron la cinta que separaba a unos
corredores de otros y todos nos apelotonamos en la salida, más de 2600
corredores. La música sonaba y el
speaker nos anunciaba la inminente salida.
Faltan 5 minutos. Empezó a sonar
“La conquista del Paraíso”. Nervios.
Alegría. Incertidumbre. Falta 1 minuto. Deseando salir. No hubo cuenta atrás, sencillamente una
marabunta de corredores se puso a correr a toda velocidad por unas calles
repletas de gente, bullicio, cámaras de móviles, cencerros, etc. Aquello era una fiesta que nadie se quería
perder y yo estaba dentro, disfrutándolo, con una sonrisa de oreja a oreja. El
tan ansiado momento había llegado y ahora tocaba darlo todo, correr, caminar,
sufrir pero siempre guardando fuerzas porque aquello era muy, muy largo y duro.
La salida por las calles de Chamonix me llenó de
euforia. Mucha gente agolpada en las
calles, animando y saludando a los corredores.
Son momentos que se viven de vez en cuando y en mi caso, han quedado
grabados a fuego. Ya en el primer
kilómetro, algunos ya me adelantan a un ritmo infernal.
Saliendo de la ciudad bajo la cadencia y me dispongo a
afrontar unos primeros 8
kilómetros de carril, casi llanos, con algún sube y baja
en dirección al primer avituallamiento en Les
Houches. Muchos corredores en estos
primeros kilómetros pero sin llegar a formarse una aglomeración
descomunal. Se puede correr aunque
siempre pendiente del que va delante y de los lados.
Atravesamos el pueblo de Les Houches y su avituallamiento
(apenas paré), también muy animado y empezamos el primer puerto serio: Le Delevret con casi 900 + y, por
supuesto, el despliegue de bastones. La
subida se hace a muy buen ritmo. Casi en
su totalidad es por carril. De vez en
cuando miro el macizo a la izquierda, alejándonos del Mont Blanc y al fondo Chamonix,
y así, escuchando alguna conversación entre corredores, en silencio, con las
fuerzas intactas, pasamos el primer punto de control en 1 hora y 52
minutos.
Tras una zona casi llana empezamos una fuerte y empinada
bajada, la mayor parte por sendero bastante corrible, con algunos tramos de
hierba. Hay que tener cuidado con las
piedras y las raíces. Está atardeciendo
y algunas zonas, por la espesura de los árboles, se ensombrecen demasiado y hay
que estar bastante atento para evitar alguna caída. Es la
típica bajada en la que los cuadriceps tienden a sobrecargarse. Por cierto, en la bajada siento como las
Mafate, en las zonas técnicas, me provocan ciertas molestias en el tobillo
izquierdo.
Así, bastante rápido y algo acelerado llegamos, casi anocheciendo,
a Saint Gervais, kilómetro 21 de
carrera, con un ambiente extraordinario.
Todo el pueblo volcado en la carrera.
Es una fiesta. El avituallamiento
está en la plaza principal del pueblo y hay de todo. Uno no sabe ni donde
acercarse. Cargo agua, bebo refresco de
cola, isotónico, un trozo de salchichón (por error) y poco más. En este punto
ya llevo 2 horas 42 minutos y voy en el puesto 661 de la general. Ya es de noche. Se pueden ver las estrellas y una luna
menguante que apenas ilumina la oscuridad nocturna.
Seguimos atravesando el pueblo, algunas zonas
residenciales, senderillos, otras zonas de carril, hasta que entramos en un
sendero con continuas subidas y bajadas, paralelo al río. Poco a poco vamos ascendiendo en dirección a
Les Contamines. Es un tramo poco técnico. Lo peor es una zona de asfalto junto a los
coches que asciendo lo más rápido que puedo. Por
ahora, me encuentro bien, voy a un fuerte ritmo y apenas sin molestias.
En el siguiente avituallamiento, repleto de corredores,
situado en el pueblo de Les contamines,
kilómetro 31, vuelvo a cargar agua. Bebo
bastante isotónico para hidratarme, refresco de cola, alguna barrita de
Overtims y a seguir. Como en Saint
Gervais, aquello es otra fiesta, todo el pueblo formando un pasillo por el que
los corredores atravesamos en dirección al siguiente punto de control: la Balme.
Ahora viene un tramo casi llano por carril que ya conocía
de la TDS 2015. En algún momento dejo de correr, para tomar
un poco de aire pero en seguida vuelvo a arrancar. Es una zona de acampadas y de
autocaravanas. La gente nos anima desde
sus hamacas o cenando junto a sus tiendas, otros ya más contentos dando cuenta,
supongo, que de alguna que otra cerveza.
Así, pasamos por Notre Dame de la George ,
su hoguera y el singular ambiente que hay por la zona. Por suerte, toda esta parte de la UTMB siento que la hago a
buen ritmo y casi sin molestias físicas.
La cintilla apenas da señales de vida y el isquiotibial me permite
correr, que ya es bastante.
Tras pasar por Notre Dame de la George se acaba lo “fácil”
y empieza lo realmente duro de la primera parte de la UTMB.
Una subida bastante pronunciada con bastante piedra. En algunos tramos se suaviza la ascensión. Luego se convierte en el típico carril de
arena. Al fondo se divisan las luces del siguiente avituallamiento. La serpiente de luces hacia delante y hacia
atrás en plena noche resulta fascinante, casi hipnótica.
Cuesta llegar a la
Balme. Parece que
está ahí, pero nunca se llega. Las
piernas muestran leves síntomas de agotamiento pero todo dentro de lo
normal. Por este punto de control, la Balme , kilómetro 39, avanzo
al puesto 520 de la general. Ya llevo 5
horas y 42 minutos y son casi las 12 de la noche. Vuelvo a cargar agua. El isotónico es el de frutos rojos de
Overtims. No está muy bueno, todo sea
dicho. Al principio, el sabor se deja
llevar y como uno va seco, se bebe hasta los charcos. Luego, cada vez cuesta más. Para mi gusto, deberían haber intercalado
sabores. En fin, como un poco de todo
y sigo la ascensión hacia el segundo puerto de la carrera, mucho más duro, con
casi 2500 + de altitud, la Croix de Bonhome.
Desparece el carril y el sendero se vuelve tortuoso y
cargado de piedras y algo de barro. La
altitud se deja sentir y el ascenso es bastante duro. Avanzo a mi ritmo. En algún momento paro por segunda vez para
orinar. Hace algo de viento y un poco de
frío pero sigo con los manguitos bajados.
Me adelanta un grupo en animada conversación en inglés.
En la parte alta, hay un llaneo técnico por sendero, (la Croix de Bonhome y el
refugio de Bonhome). Luego empieza la
bajada en zig-zag, algo técnico pero nada del otro mundo. Algún
tramo de piedra y barro pero al cabo de varios kilómetros entramos en carril de
hierba y en seguida, llegamos al punto de control de Les Chapieux donde me encuentro con otra leyenda del trail, Antón
Kupricka. No participa pero allí está. Este avituallamiento cuenta con sitios
habilitados para dormir y descansar que descarto. Hay bastantes corredores
comiendo y descansando. Hay baterías y
pilas para repuestos de los frontales. Todo
muy organizado.
Como siempre trato de no entretenerme demasiado. Agua, isotónico, algún plátano, dulces y una
compota de manzana. Apple, apple – me
repetía la voluntaria con toda su buena intención. Al
salir del avituallamiento, nos hacen un control de material (chaqueta
impermeable, gorra y teléfono móvil). A
mi me toca una señora muy amable. Me
obliga a quitarme la mochila. Bien. Todo ok.
Son las 2 de la madrugada del sábado, con más de 50 km . a las espaldas y
subiendo al puesto 505 de la general.
Ahora viene otra fuerte ascensión al Col de la Seigne. El primer tramo es por carretera asfaltada que se
prolonga durante bastantes kilómetros.
Voy bien y es tal vez, mi mejor momento en la
UTMB. La
noche, despejada y plagada de estrellas,
se deja observar sin peligro de un tropezón.
Utilizo el ritmo de un japonés como referencia. Luego el asfalto se
transforma en un carril salpicado de luces.
La ascensión, nuevamente, es larga y dura. Hileras de frontales se pierden en la lejanía
mientras subimos los 2500
metros de altitud del puerto. Esta subida al Col de la Seigne me deja bajo mínimos
el depósito de energía. Sin tiempo de recuperación empieza un corto descenso
por sendero de tierra compacta. Algún
corredor me adelanta a empujones para luego pararse bruscamente a comprobar
algo. En fin, hay de todo.
Tal vez sea esta la zona más salvaje de la UTMB , la subida y la bajada
de la Col des
Pyrámides Calcáires Tras el corto
descenso de la Col
de la Seigne
comienza un nuevo tramo de subida donde no se atisba el sendero. Hierba y barro y luego piedras, muchas
piedras, de todos los tamaños, jalonan la subida, con algún que otro nevero,
siempre resbaladizo. La zona es bastante
técnica y hay que estar ojo avizor. Con
tanta piedra, los bastones ayudan menos, casi estorban. En algunas ocasiones, hay y que ayudarse de
las manos. Algunos corredores se paran o se agachan apoyándose en los
bastones. Es una zona bastante dura. El descenso es peor, al menos para mí. Mucha piedra suelta de todos los
tamaños. Me vienen a la mente los
claveles de Peñalara y algunos tramos de la Vuelta al Aneto.
En fin, con más esfuerzo que técnica, con cuidado de no lastimarme,
atravieso lo más técnico de la UTMB. Me adelantaron 10 o 15
corredores. Luego el sendero seguía
siendo estrecho, peligroso (por la pendiente casi vertical de los barrancos) y
con piedras. Se me hizo bastante largo,
un poco por el cansancio acumulado y también porque los cuádriceps me empezaban
a doler pero al menos era más llevadero. Tal vez fuese algo mental porque en el fondo
del valle se observaban las luces del avituallamiento y aunque uno avanzaba,
parecía que siempre se encontraba a la misma distancia.
Las molestias en
el tobillo izquierdo por las zapatillas comenzaron a acentuarse, así como el
dolor y fatiga en los cuádriceps, primero en el de la pierna izquierda y luego
en las dos.
Este descenso lo realicé corriendo pero apoyándome bastante
en los bastones. Tomé como referencia a
un corredor que me adelantó, seguí su ritmo junto con otro que se pegó detrás
de mí, y de esta guisa, alcanzamos el avituallamiento de Lac Combal, kilómetro 66 de carrera, con ya 11 horas y 42 minutos
de carrera, mejorando hasta el puesto 460. Son ya las 5,43 h. de la madrugada.
En el Lac Combal creí perder uno de los soft flask. Despiste.
Estaba vacío y el que cargué de agua lo introduje donde estaba el vacío.
Menos mal. Alegría.
Veo muchos corredores sentados tomando sopa de fideos. Como algún plátano, dulces y a seguir
haciendo mi camino. Avanzar, siempre
avanzar. Al salir de Lac Combal viene un tramo de carril pegado al lago. Queda poco para que amanezca. Hace frío.
Las vistas deslumbran por su belleza y majestuosidad. A lo lejos se escuchan las cascadas de aguas
del deshielo. Te sientes minúsculo en
relación a la fuerza de tanta naturaleza, nieve y montañas incluidas. Una densa niebla cubre el valle donde se
asienta Courmayeur. No hay palabras.
Corro apoyándome en los bastones. Los cuádriceps empiezan a ladrar de
dolor. El carril termina y empieza una
nueva subida: Arrete du mont-favre. Todo se hace por sendero. Se forman pequeños grupos de corredores. El ritmo es ya mucho menos vivo. El cansancio se acumula. En el punto de control consigo mi mejor
clasificación en la carrera, puesto 437, kilómetro 71 y
un desnivel positivo ya acumulado de 4600 metros . Las vistas
son para vivirlas. Está amaneciendo y eso siempre ayuda. También ayuda la fuerte bajada por sendero
que hago corriendo al trote, a pesar de los dolores. Paso el avituallamiento del Col Chécrouit y sigo el descenso hasta
Courmayeur.
Como dato
anecdótico, en este avituallamiento (Col Chécrouit) solicité al voluntario de
turno un vaso de agua. Pedí un segundo
vaso de agua y cual es mi sorpresa que me sirve agua con gas. Sólo agua, por favor. Ya me ha pasado otras veces. Como no lo especifiques, en seguida te ponen
agua con gas. Otra cosa no será, pero
agua de calidad, les sobra.
Este último
tramo hasta Courmayeur es por sendero, con mucho polvo y tierra suelta, con
gran pendiente y con muchos escalones artificiales. Se me hace bastante largo y los cuádriceps se
fatigan aún más. Sufro bastante por las
zapatillas. Las Mafate tienen mucha
amortiguación pero no responden bien en zonas técnicas. Además, me están provocando daños en el
tobillo izquierdo. En esa bajada, decido
cambiarlas en Courmayeur por las Speedgoat.
Entro a las calles de Courmayeur pasadas las 8,30 de la mañana, en el puesto 444, tras 14
horas y 47 minutos. Muy cansado, con
los cuádriceps destrozados, cojo mi bolsa y entró en el pabellón donde se
encuentra el avituallamiento, bastante escaso para mi gusto, pese a ser punto
intermedio de la UTMB y más si se compara con otros (¡qué macarrones probé el
año anterior, en la TDS, en el avituallamiento de Cormet de Roselend!) En fin, como siempre, hay que adaptarse a
lo que hay. Como un plato de pasta,
refresco de cola y compota de manzana pero tengo la sensación de no estar
bien. Cambio la batería del frontal y de zapatillas
(Speedgoat). Al final me entretengo una
media hora y salgo de nuevo, ayudado por los ánimos de la gente pero sin físico
para seguir corriendo. Toca probar la
fuerza mental de uno mismo para seguir avanzando, pero ¿hasta cuando?.
Sólo en la Tenerife Blue Trail había sufrido tales
dolores en los cuádriceps, aunque no tan intensos y también sobre el kilómetro
75-80 pero se hacía un esfuerzo porque la meta estaba cerca y eso siempre
anima. Aquí la meta la veía muy, muy
lejana… Esta es una de las pequeñas diferencias entre una ultra de ciento y
poco kilómetros y otra de 170.
Subimos algo despistado las calles de Courmayeur, bonita
ciudad italiana entre majestuosas montañas de más de 4000 metros de altura. Suerte que la gente está pendiente y en
seguida me indican el camino correcto aunque también es cierto que las balizas
en ciudad siempre cuestan un poco más verlas.
Siento la
respiración acelerada y me doy cuenta que no voy bien. Me adelanta un grupo de corredores en la zona
de asfalto y me veo incapaz de seguirles.
En Courmayeur no tuve intención de abandonar (creo recordar), pera al
salir ya sentía que las piernas no iban.
Los cuádriceps me dolían a rabiar, sobre todo al correr en llano y en
las bajadas. En la subida me quedaba
sin fuerzas, ascendiendo a ritmo caracol.
Pero es lo que había. Tocaba
sufrir pero, ¿hasta cuando estaba dispuesto a sufrir? Dos horas, cinco, diez horas. La cuestión es que iba por el kilómetro 82 y
me quedaba más de la mitad de la ultra.
Empezaba a no tenerlas todas conmigo en cuanto a terminar la UTMB se refiere.
La ascensión al refugio
Bertone es muy exigente, sin un descanso y mentalmente me destrozó. Durante un buen rato intenté seguir la estela
de dos chavales que iban al mismo ritmo que yo.
A pesar de ser las primeras horas de la mañana, el calor apretaba. Menos mal que la ascensión se hace al abrigo
de muchos árboles, generando una bendita sombra y haciendo más soportable el
penoso caminar. Sudo mucho y apenas sin
agua, y pasando mucho calor, tras cinco kilómetros de calvario, consigo llegar
al punto de avituallamiento donde un helicóptero de rescate se dispone a
despegar.
Me mojo la cabeza y las piernas en una fuente. Cargo agua y bebo un poco de refresco de cola
pero sin ganas y ya un poco hastiado.
El estómago se me ha cerrado y apenas tengo ganas de comer. Me siento a la sombra de una cabaña durante
unos 10 minutos, a ver si tomo aire y recobro un ritmo normal de respiración. Una chica extranjera con unas zapatillas de
último diseño y que acababa de ver en la feria del corredor se sienta a mi
lado. Seguirá conmigo hasta el punto de
control de la
Fouly. Luego la perderé
de vista.
¡Qué mal me
encuentro!, pienso. Supuestamente, ahora
venía una zona de sendero, más o menos llano, hasta el refugio de Arnuva. A ver
si me ayuda.
En condiciones normales hubiera disfrutado mucho de este
entorno maravilloso, lleno de familias y senderistas, por unas veredas con unas
vistas majestuosas a más de 2000
metros de altura, pero los cuádriceps me dolían
demasiado. Traté de correr pero apenas
si podía dar cinco pasos seguidos. Al
menos podía andar deprisa. Me siguen
adelantando corredores.
Al final, me quedo en un grupo formado por dos ingleses y
una chica de Guatemala. Juntos
avanzamos. Los ingleses no paran de
hablar. Si al menos, entendiera de qué
hablan, en algo podría entretener mi mente.
Debo aprender inglés – me digo. Es lo que tienen las carreras con tantas
nacionalidades. Cuesta conocer a algún
corredor dispuesto hablar y que, además, lo haga en español.
Hay casas
abandonadas que parecen el refugio pero no lo son. Tuve la impresión que nunca llegábamos. Estos cinco kilómetros hasta el refugio
Bonatti se me hacen eternos. A lo lejos
ves corredores ascendiendo por la senda bien marcada que tan pronto baja como
luego sube pero el refugio se ha esfumado.
Por fin, descubres el dichoso refugio Bonatti, kilómetro 92 de carrera, tras 17 horas y 46
minutos. He perdido algunos puestos, voy
por el 460 de la general pero es lo de menos. Lo importante son las sensaciones
y estas se encuentran por los suelos. Al
menos tiene una fuente con agua muy fría.
Ya no me entra refresco de cola.
Sólo quiero agua y si es muy fría, mucho mejor. Me cuesta sentarme por el dolor. Descanso otros diez minutos. Me como dos platos de fideos con muy poco
caldo que algo me entonan. Me mojo la
cabeza repetidamente y trato de espabilarme pero el cansancio y el calor me
están matando (de los cuádriceps, mejor no hablar) y mentalmente tampoco es que
vaya mucho mejor.
Sobre las 12 de la mañana, reemprendo la marcha en
dirección a otro refugio, el de Arnuva.
Según el perfil tiene una parte de descenso. La senda sigue siendo un continuo sube y baja,
jalonado de continuos arroyuelos y de multitud de senderistas. Busco desesperadamente los corredores que
ascienden el Grand Col Ferret para ir haciéndome el cuerpo y la mente, o tal
vez, para comprobar su dureza y tomar otra decisión. No lo sé. Solo siento que estoy sufriendo mucho.
En fin, aun
con el dolor y el agotamiento físico, me obligo a correr y hago unos cuantos
kilómetros de descenso hasta el refugio que está al lado de una carretera y
junto a un río, el famoso refugio de
Arnouvaz La gente nos anima sentados
a la sombra desde sus tumbonas … ¡y yo con estos pelos!. Un sitio ideal para
abandonar la carrera, pienso. Al menos he hecho casi 100 km , me consuelo. ¡No
está nada mal! Es la “vocecilla” que
resuena en mi cabeza. Al fondo, veo a
los corredores que, en lenta y agónica ascensión, suben las empinadas rampas
del Grand Col Ferret, sin la más mínima sombra, y siento que la “vocecilla”
tiene mucha razón. Lo que viene es muy
duro y, además, me cuesta un mundo subir cualquier cuesta y más con el calor
que estaba haciendo.
El
avituallamiento tiene de todo pero apenas si tengo hambre. Ya no me apetece
refresco de cola y el isotónico de frutos rojos de Overtims tampoco me entra. Me obligo a comer plátano y naranjas y algo
de dulce. Hago caso omiso a la voz de mi
consciencia y salgo pitando. Si me
quedo, abandono. Mejor no tentarla.
La subida al
Grand Col Ferret es agónica, es sufrimiento en estado puro, es clavar bastones
y dar dos pasos y así sucesivamente, es agachar la cabeza y no pensar y no
mirar. Sólo avanzar aunque el ascenso
parezca interminable.
Atravesamos un
pequeño descanso donde un “amigo” ha colocado una manguera con agua potable,
sobre las bañeras que utiliza para que las bestias abreven. Cargo los bidones de plástico, me mojo la
cabeza y sigo. Siguen pasándome grupos
de corredores. Mentalmente fastidia, no por la posición que, ni la conozco,
sino porque sientes que vas muy mal y con la impotencia de no poder alcanzarles
o poner otro ritmo algo superior. No obstante,
otros muchos también se paran, son humanos.
Algunos se sientan o se refrescan en algunos de los arroyos. Otros simplemente se tumban a descansar. Más adelante les imito y hago otro descanso,
esta vez, en otra fuente con un exiguo chorro de agua donde una pareja de
jubilados charlan, mientras disfrutan de la inmensidad de las montañas. Lo cierto es que hay multitud de familias y
senderistas que, sobre todo van bajando.
Nos animan. Muchos, al ver el
dorsal, me llaman por mi nombre con su acento francés, italiano, inglés, etc. La distorsión que sufre mi nombre me hace
sonreír.
Al final, en una lucha contra uno mismo, consigo llegar a
la cima del Grand Col Ferret,
kilómetro 102. Son casi las 3 de la tarde y el tiempo en carrera es de 20 horas
y 34 minutos. Hay dos enorme tiendas de
campañas redondas a ambos lados pero allí no hay avituallamiento ni agua. Tomo varios geles líquidos y a descender.
El sufrimiento en el descenso me lo produce, ¡cómo no! el
dolor en los cuádriceps. No puedo correr. Trato de disimular el padecimiento que cada
zancada me transmite en ambas piernas.
Parece que también la cintilla se ha unido a la fiesta. Por varias veces intento arrancar pero
desisto. Intento recordar algunos párrafos del libro que he empezado a leer:
“Entrenamiento de la fuerza mental”, a ver si puedo alcanzar (ahora me río),
tal vez, un estado en el que la mente se abstraiga del dolor pero … la teoría
está muy bien. Siento impotencia y
desesperación pero es que realmente no puedo.
Me siguen pasando más
corredores. Me apoyo en los bastones e
intento andar lo más rápido que el dolor me permite. La vereda, en muchos tramos, casi se
transforma en un carril. Es una zona
donde se puede correr muy bien. Nos han
dicho que tras 4
kilómetros de bajada hay un avituallamiento solo con
agua. Las vistas siguen siendo
sobrecogedoras. El sendero bordea, acariciando
la ladera de la montaña.
Llegamos al avituallamiento de agua. Hay una ducha de la que mana agua muy
fresca. Casi me ducho. Cargo bidones, tomo aire y seguimos.
Ahora el camino llanea aunque el perfil de la carrera
diga lo contrario. El sendero se vuelve
estrecho y hay algunos pasos técnicos en un continuo tobogán. A lo lejos, dos chicas que llevo delante me
marcan el ritmo. Una de ellas es la
chica con las zapatillas amortiguadas de la feria del corredor. Nos encaminamos al siguiente avituallamiento,
la Fouly. Pendiente del sendero y
contemplando las vistas, cuando puedo, pasan los minutos y los kilómetros. Aprovecho para refrescarme en una fuente. Al menos, parado no siento dolor. Algunos corredores también se paran o se
tumban en cualquier lecho de hierbas a descansar. Trato de abstraerme del cansancio.
Por fin, abandonamos el sendero y entramos en un carril,
paralelo al río. Cruzamos un puente y
entramos en carretera asfaltada con destino al siguiente avituallamiento, ya en
zona suiza, la Fouly , sobre las 4,23 de la tarde.
Por este lugar, kilómetro 112 y puesto 490 (según live
trail) ya llevo 22 horas y 22 minutos en la pedazo ultra que es el UTMB. Sigo sin apetito. Sólo me apetece fruta, sobre todo
naranja. Descanso otros 10 minutos
aproximadamente. Sigue haciendo
calor. Observo como un corredor se monta
un buen bocadillo con salchichón. Al
ver que no estoy comiendo, decido hacer lo mismo pero el mío es más pequeño.
Salgo de la
Fouly y sigue el descenso.
Al principio, atravesamos una serie de prados y zona de carril, pero al
cabo de uno o dos kilómetros vuelve zona de sendero que corre paralelo al río,
algunos tramos con bastante piedra, otros no.
Decido no intentar correr y terminar la UTMB como buenamente pueda. El dolor en los cuádriceps me sigue matando.
A veces resulta insoportable. Tras unos cuantos kilómetros y un tramo de
carril con un fuerte descenso, llegamos a una zona residencial muy bonita. Ya estamos en Champex-Lac, - pensé. Tampoco ha sido para tanto. Craso error.
No es Champex-Lac. Bajamos por la
calzada bordeada por las típicas casas suizas (y no suizas) de madera, luego
por una zona de estrechas callejuelas hasta que cruzamos la carretera principal
y seguimos bajando en dirección a otro pequeño pueblo donde la organización ha
colocado indicaciones de numerosas fuentes con agua, incluso habilitando alguna
manguera.
¿Dónde está Champex-Lac?,
me pregunto. Cuando hice la OCC, había
un tramo de subida pero me resultó bastante suave. Pregunto a uno de la organización y me dice
que me faltan varios kilómetros y una subida de 300 o 400 metros de
desnivel. ¡Vaya!. Toca un nuevo ascenso.
En fin, la subida a Champex-Lac se me hizo bastante
fatigosa, vueltas y más vueltas y el maldito pueblo sin aparecer. Mi
fuerza mental se va resquebrajando. Cuando parecía que se llegaba al final de
un camino, había que girar a la izquierda para seguir subiendo. Mi
ritmo es lento. Me siguen pasando
corredores. Siento que la UTMB se me
está haciendo más larga de lo previsto, que la distancia y el desnivel me están
superando. Si físicamente voy
reventado, mentalmente no le voy a la zaga.
Una chica se coloca detrás de mí sin intentar
adelantarme. Le viene bien mi ritmo. ¡Increíble! Así, llegamos los dos al siguiente punto de
control: Champex-Lac, un idílico
pueblo suizo junto a un lago y rodeado de montañas. Un lugar ideal para descansar.
Por este lugar, kilómetro 126, ya llevo en carrera 25
horas y 40 minutos. Son las 7 y 41 de la
tarde y parece que el tiempo está cambiando.
De hecho se empiezan a escuchar inquietantes truenos y divisar
amenazantes nubes. Aquello tiene mala
pinta. Lo de que nos iba a llover por la
tarde (según la speaker de Chamonix) es una cosa, pero lo que se estaba
formando es otra bien distinta.
El
avituallamiento de Champex-Lac es una gran carpa donde hay de todo. Muchos corredores que me han adelantado están
allí, descansando. Hay un gran bullicio,
corredores y miembros de la organización por todos lados. Cuesta encontrar un sitio para dejar los
bastones y la mochila. Hay gran cantidad
de familiares y no familiares que van asistiendo a los corredores. Todo parece como muy profesional. No tengo mucha hambre, estoy muy cansado y
casi temo sentarme porque a lo mejor no me levanto. A diferencia de Arnouvaz, en principio, no
entré con intención de abandonar la carrera.
Hablo con una chica de la organización y le pregunto si
tienen algún spray, tipo réflex, para aliviar el dolor de cuadriceps. No me entiende.
No importa, - le digo.
Voy a comer algo y ahora seguimos hablando.
Sin mucho apetito, pero, al final, como dos pequeños
recipientes de macarrones con queso, con refresco de cola, y unos sabrosos
pastelillos de arándanos (creo que eso eran aquellas bolitas oscuras). Espero que me sienten bien, - me digo.
La chica de la
organización se vuelve a acercar.
Insiste en que me vea un médico.
No, no es necesario un médico, - le digo. ¡Tan mal me ve! - me pregunto. En fin, al cabo de un rato se presenta un
médico. Me habla de los kinesio. ¡Eeehhh!
Le digo que me duelen mucho los
cuadriceps. Me dice que puedo pasar al
servicio de “Kinesio”. Al principio
entiendo que me van a poner un vendaje de tiras de colores. Luego ya me entero mejor. Me habla de los fisioterapeutas. Por lo
visto, en Francia a los fisios parece que los relacionan con la kinesioterapia
o alguna terapia parecida. No lo sé. Creo que los llaman kinesi.. (tampoco estoy
seguro).
Como digo, este avituallamiento es gigantesco y tiene
habilitado en otras carpas más pequeñas un servicio de voluntariado de
fisioterapeutas de distintos países. En
seguida me atienden, me subo a una camilla y recibo un buen masaje en ambos
cuadriceps por espacio de unos 20 minutos aproximadamente. No me va a quitar el dolor pero al menos, me
puede aliviar, - pienso. Siguen
entrando más corredores a recibir atención de los fisios. Unos cuantos también vienen con los
cuadriceps tocados. Escucho a un español
diciendo que ya había corrido varias pruebas de 100 millas y no se le
habían cargado tanto los cuadriceps como en la UTMB.
El tiempo ha
cambiado y al salir de la carpa de los fisioterapeutas, siento frío. Al cansancio físico y mental, se suma un
cuerpo destemplado por la bajada de la temperatura. Decido ponerme la chaqueta impermeable para
entrar en calor. Además, se va a poner a
llover en cualquier momento.
Entre truenos y relámpagos, agotado tras más de 26 horas
de batalla, me coloco la mochila y el frontal, cargo agua y ya casi de noche,
salgo a afrontar un nuevo tramo de la
UTMB , sabiendo que la tormenta nos va a coger de lleno. ¡Qué
pocas ganas tengo de continuar! La
vocecilla vuelve a susurrarme al oído.
En el siguiente avituallamiento, te retiras y ya está.
Al final, casi
una hora me he entretenido en Champex-Lac, un record para mí, que muy pronto
sería pulverizado.
Es la primera vez que en carrera recibo un masaje. Esto suele ser al final de la misma, cuando
uno se está lamiendo sus heridas pero con la sonrisa de satisfacción del que ha
finalizado su trabajo y tiene su merecido descanso.
En fin, con tantas horas, uno siempre tiene tiempo para
pensar, reflexionar y seguir dándole vueltas al coco. Mi fuerza mental es casi inexistente.
Ya por las calles de Champex-Lac, junto al lago, empezó a
llover. En seguida viene un largo
descenso por carril durante varios kilómetros que ya conocía de la OCC de 2014. Llueve pero no con mucha fuerza. Me pongo a correr y el masaje ha hecho su
efecto. Me duelen pero es soportable. Tras bastantes horas de pasarlo mal, al fin
esbozo una sonrisa. Hago todo el descenso de carril al trote
flanqueado por un nutrido grupo de corredores que hemos salido a la vez del
punto de control.
Al poco se empieza a disolver. Algunos se paran a ajustarse las mochilas,
otros el frontal, otros se ponen el impermeable y otros se lo quitan. En mi caso, lo llevaba puesto pero tras
varios kilómetros empezaba a sudar demasiado y la temperatura no era muy
baja. Decido quitármelo. Parece que la lluvia cesa. No. ¡Qué equivocado! Los truenos resuenan
con más virulencia y al poco empieza a apretar con ímpetu. Atravesamos una zona de sendero técnico con
algunos arroyos caudalosos sorteándolos saltando de piedra en piedra. De pronto, empiezo a sentirme solo. ¿Dónde se han metido los corredores que iban
conmigo? La lluvia aprieta y me empiezo
a calar.
Comienza la ascensión propiamente dicha por un auténtico barrizal
salpicado piedras de todos los tamaños.
Desde lo alto de la montaña resuena el bramido de la tormenta. A decir verdad, intimida. Será el pequeño descanso, o que ya es de
noche y la temperatura ha bajado de forma considerable, o que el cuerpo ha
recuperado algo, o tal vez la situación provocada por la tormenta, o un poco de
todo, lo cierto es que aprieto dientes y subo con más impulso que antes.
Sigo subiendo y me uno a un grupo de tres. Dos parecen conocerse y el otro se ha
acoplado. Cada vez llueve con más
fuerza. Las Speedgoat son muy
transpirables. Entra y sale el agua con
suma facilidad.
Mantengo el ritmo a cierta distancia de este grupo. Se están formando grandes regueros, casi
pequeñas riadas, por lo que hace un rato era el camino de subida a la Giete.
En algunos tramos, los arroyos se han desbordado
formando enormes balsas en su rápido descenso.
Toca saltar de piedra en piedra o mojarse bien los pies en el agua
helada. Un poco de todo. En algunos tramos empinados el barro te hace
resbalar; hay que clavar los bastones con
ímpetu mientras la lluvia sigue cayendo sin misericordia.
Por un temporal parecido suspendieron el verano pasado
una carrera en Francia, en los Pirineos, ya no tanto por la lluvia sino por los
rayos, aunque según me han comentado, los bastones no los atraen ¿? Los árboles si.
Por detrás me doy cuenta que no viene nadie. No se distingue ningún frontal. Prefiero no estar solo y trato de dar alcance
al grupo que llevo delante. Lo hago. Pero al cabo de un rato, uno de ellos se
para. Y un poco más arriba los otros
dos. Me paro con ellos. Prefiero ir acompañado. No obstante, el tercero en discordia sigue
su camino. Prefiero seguirlo antes que
estar parado. Seguimos avanzando. La subida es larga. La temperatura sigue bajando y cada vez voy
más calado.
Vuelvo a estar solo pero a lo lejos veo más frontales, la
mayoría formando grupos. Hemos dejado la
zona boscosa y ahora el terreno es más abierto.
Entiendo que cada corredor avanza como buenamente puede.
Al llegar a una casa de montaña donde en la OCC 2014 las vacas nos impedían
el paso, decido parar y volver a ponerme la chaqueta y el pantalón impermeable
(por primera vez lo utilizo en una carrera).
Empiezo a sentir mucho frío y más al quedarme parado. También me pongo los guantes y el gorro. Exhalo vaho y reemprendo la marcha lo más
rápido que puedo.
De esta nueva guisa sigo la ascensión. Corono la Giete y empieza el descenso entre arroyuelos,
barro, mucho barro, piedras y raíces. Si
ya de por sí, es un descenso técnico, la lluvia lo ha convertido en
impracticable. Aunque estoy
calado, el impermeable, con muy poco efecto impermeabilizante, me permite
entrar en calor.
Bajo con cuidado.
La lluvia sigue arreciando, los relámpagos también. La temperatura sigue bajando.
Comienzan a adelantarme corredores. Los cuádriceps se han enfriado en la subida
y ahora me duelen mucho más. Me siento
exhausto. Tengo sueño pero es
soportable. El descenso es peligroso y
pienso hasta qué punto estamos poniendo en riesgo nuestra salud por una
carrera, ¿acaso hay que anteponer ser finisher a nuestra seguridad? Son cosas sobre las que voy reflexionando
mientras braceo, resbalo, clavo bastones y mantengo el equilibrio.
Al cabo de un rato deja de llover pero el sendero, lleno
de piedras, barro y raíces, no permite más que bajarlo con mucho cuidado, al
menos para mí. Algunos intrépidos me adelantan y se permiten casi correr.
Mentalmente estoy muy tocado. Siento que mi UTMB llega a su fin. No puedo más.
En el punto de control de Trient me retiro- pienso El dolor de cuadriceps durante tantos
kilómetros con el agravante de la tormenta y el barro, el cansancio y la falta
de sueño me están abocando a la retirada.
Durante toda esta bajada, mis
reflexiones van por ese camino.
A los pocos kilómetros pasamos por una cabaña donde nos
hacen control de dorsal de la
Giete y donde puedo tomar té caliente. Algo me entona.
Sigo el descenso.
Pasan los minutos y esto se hace interminable. Alguna vez llegaré abajo- me digo. El dolor de cuadriceps resulta insufrible.
Voy a ritmo “tortuga” y con mucho cuidado. El barro y las piedras mojadas son idóneos
para un resbalón. Me apoyo todo lo que
puedo en los bastones para evitar una desagradable caída. Un corredor se coloca detrás de mí. Le digo
que pase pero parece conformarse con mi ritmo.
En el valle empieza a vislumbrarse vida urbana. Aunque no lo parezca, poco a poco vamos
avanzando. Entramos en una zona asfaltada
pero el pueblo está mucho más abajo.
Toca un nuevo descenso por sendero más amplio pero también lleno de
barro. Otro golpe a la moral. En Trient, abandono. El nuevo camino tiene bastante pendiente, hay
que ir con los frenos puestos. Resoplo.
Siento que no puedo resistir el dolor mucho más. Quiero descansar, quiero retirarme. ¿Dónde
está el avituallamiento?. Al final,
llegamos al punto de control de Trient,
kilómetro 142, todavía en Suiza, sobre la una y cuarto de la madrugada del
domingo, tras 31 horas y 15 minutos de carrera. A pesar de todo es un buen tiempo. Voy entre los 600 mejores corredores de más
de 2600 aunque desde Courmayeur ya no puedo correr.
La “vocecilla” que me ha ido susurrando pensamientos
negativos desde Courmayeur siente que ha triunfado. En el punto de control entro con intención de
dejarlo pero … tal vez quede alguna leve
esperanza de seguir o no.
Al entrar en la carpa, creo que ni yo mismo sabía lo que
iba a hacer. Todo fue muy intuitivo. Recuerdo
perfectamente lo que hago. Entro y casi
no busco nada para comer. Nada me
apetece y nada pruebo. Sólo quiero
sentarme y descansar un rato. Busco un
banco libre, dejo la mochila y los bastones y me siento. Ni siquiera me quito la chaqueta y el pantalón
impermeable. En mi mente sólo bulle la
idea de retirarme pero … tomando la
decisión en frío. No tengo energías para
seguir; estoy muy cansado tal vez desorientado. Mentalmente no encuentro fuerzas para oponer
resistencia. No soporto el dolor de
cuadriceps y la tormenta lo ha venido a complicar todo. ¿Por
qué me paro y me quedo en esa situación durante más de 4 horas y media? Rebobinando, ni yo mismo acierto a buscar
una respuesta. Estaba consciente pero
era como si la voluntad se encontrase subyugada. ¿Sería la falta de sueño?
El avituallamiento de Trient está super animado. Suena música española y de toda clase. Es una fiesta. Hay multitud de familiares y amigos de los
corredores. Tres miembros de la
organización se encuentran a mis espaldas con sus ordenadores. Observo como van llegando más y más
corredores, algunos con la mirada extraviada y todos con evidentes síntomas de
fatiga. Veo como algunos tratan de
dormir un poco, sentados, echando el cuerpo sobre la mesa y utilizando las
manos como improvisadas almohadas.
Trato de hacer lo mismo. Cierro
los ojos pero soy incapaz de dormir. Tengo
frío en el cuerpo, a pesar de llevar puesta la chaqueta y el pantalón
impermeable y del calor humano existente en el avituallamiento.
Muchos corredores que van llegando van recibiendo
asistencia personalizada por familiares, parientes o amigos. Algunos reciben masajes, ánimos, alimentos y
suplementos nutricionales que ya tenían estudiado. Van pasando los minutos y no tengo fuerzas
ni para moverme. Temo que, al cabo de un
rato, cuando mi cuerpo se enfríe, me van a doler hasta las pestañas. Será otra
excusa más para abandonar – pienso.
En vano, trato de dormir algo. No es la falta de sueño lo que realmente me
sucede. Aun así, lo vuelvo a
intentar. De vez en cuando, levanto la
vista y sigo observando el ambiente, los voluntarios, los familiares, los
miembros de la organización, etc. Trato
de buscar una cara amiga que me anime y me obligue a salir de nuevo, que me
despierte del consciente letargo. ¿Cómo
le irá a Gustavo y a Choco? – pienso.
Recibo ánimos de un valenciano en su función de asistente,
tal vez como pariente o amigo de un corredor.
Me dice que tengo tiempo de sobra.
Que a Vallorcine solo hay 10 kilómetros .
Que trate de dormir un rato. De hecho, pregunta a la organización si hay
camas para descansar. Le dicen que sí.
El punto de control de Trient cierra a las 8 de la mañana y el de
Vallorcine a las 11,15, me comenta. ¡Vamos!,
¡que tienes tiempo!. Quedan unos 27 o 28 kilómetros hasta
Chamonix. Conozco las dos subidas y son muy
duras (la dureza de la Tete
aux vents no tiene nada que ver con la subida a la Flégere que hice en la OCC 2014). Me siento exhausto. Me niego a seguir. No quiero sufrir más. Van
pasando los minutos. Decido retirarme
pero me planteo qué sentido tiene entregar el dorsal ya, si no va a permitirme
salir de allí en seguida. Seguro que el
autobús que me recoja saldrá a última hora, al amanecer y además, me trasladará
a Chamonix y no a Vallorcine. En fin, me
retiro cuando amanezca. Siempre hay tiempo
para entregarlo – pienso.
Sigue pasando el tiempo.
Una oriental se sienta a mi lado.
Saca su smartphone, lo pone a cargar con su batería portátil, come
algo. Mira su reloj. Se echa sobre los brazos y trata de dormir
sentada en el banco de madera. De vez en
cuando se levanta. Entiendo que corre la
UTMB con un plan establecido, al menos, de descansos. Su objetivo no es el tiempo, es ser finisher.
El tiempo sigue pasando, al igual que los
corredores. Intento dar una cabezada y
vuelvo a incorporarme y así sucesivamente.
Parece que estoy en un bucle espacio-temporal en el que me han sustraído
la voluntad. Siento frío.
Tengo los pies entumecidos y no consigo que entren en calor. Un par de calcetines térmicos me hubiesen
venido de lujo.
Al cabo de bastante tiempo, tal vez más de 3 horas y
media aproximadamente, los de la organización me llaman. En francés me dicen que llevo mucho tiempo
ahí sentado, que si me pasa algo. Yo les
comento que estoy muy cansado, que tengo el cuerpo entumecido y que me duelen
los cuadriceps y que no me veo con fuerzas para seguir. Que pienso retirarme y que les entregaré el
dorsal más tarde, tal vez cuando amanezca. Uno
de ellos me dice: c´est fini. Asiento
con la cabeza.
Vuelvo a mi sitio.
Tras varios minutos, en mi mente siento que algo ha cambiado. Allí, echado sobre los brazos, haciendo como
que descanso, resuenan esas últimas palabras en francés. “C´est fini. Se acabó. Has terminado.” En ese momento, me digo que no, que esto
todavía no se ha acabado. Que sigo con mi dorsal ¿Y si lo intento?- trato de
animarme. Me doy cuenta que puedo andar
y que los músculos no se han acartonado demasiado. Tal vez si salgo ahora puedo
llegar a Vallorcine al amanecer y pueda recibir los ánimos de mi mujer y mi
hija. Sólo son 10
kilómetros , como me recalcaba el valenciano. Sería mi salvación. Para qué voy a coger el autobús si puedo
llegar andando a Vallorcine, en vez de a Chamonix. Mi objetivo ya no es hacerlo en menos de 40
horas. Mi objetivo es terminar la UTMB y andando a buen ritmo
puedo llegar. Además, dentro de un rato
amanecerá y eso también ayuda.
La chica oriental ya ha descansado. Se levanta, me sonríe como si me conociera,
como si pasar más de 2 horas sentados, juntos en un mismo banco de madera, sin mediar
palabra, hubiese creado cierto vínculo y luego se marcha deseándome suerte con
la mirada. Tiene un objetivo claro:
terminar.
Me levanto y salgo fuera de la carpa por necesidades
fisiológicas. En el exterior hace
frío. Curioseo por los alrededores y es
entonces cuando descubro otro servicio de fisioterapia, y además, hay
calefacción. En seguida, me ponen en
espera sentado en una silla. Hay
bastantes corredores recibiendo masajes (cuádriceps, sobre todo), a otros les
están curando los pies y otros están arropados con las mantas térmicas y
recibiendo calor.
De nuevo, al igual que en Champex-Lac recibo un nuevo
masaje en los cuá
Comienzo la subida a Catogne junto a un gran número de
corredores. Todos vamos a un ritmo
parecido, lento. Avanzamos. Subiendo el puerto nos amanece. Coronamos el puerto. Hay una zona de llaneo. Me acoplo con varios orientales y franceses
que no tienen mucha prisa. Yo tampoco. En el punto de control de Catogne subo del puesto 577 al 1035. El tiempo en “carrera” es de 37 horas y 30
minutos. Comienza el descenso. No puedo correr pero ayudado por los bastones
puedo andar deprisa. Los kilómetros,
aunque agónicamente, van cayendo. Cojo
moral y algo de fuerza y me lanzo hacia Vallorcine. Es temprano todavía. ¿Estarán mi mujer y mi hija en el
avituallamiento? ¿Estarán siguiéndome a través de live trail?
Abandono el sendero y entro en zona de asfalto. Hay mucha gente animando en Vallorcine. Allí no están. Al torcer la calle, a lo lejos, las veo,
junto a las vías del tren, con los impermeables que les regalé. Se me hace un nudo en la garganta y me entran
ganas de llorar. Consigo contener la
emoción. Nos abrazamos. Les cuento por encima lo mal que lo he
pasado, que he estado parado mucho tiempo con intención de retirarme, etc.
Entro en el avituallamiento y me tomo dos platos de
fideos con caldo. Me sienta muy
bien. Salgo y me despido de ellas. Les digo que cojan el tren y que sobre las 14
horas aproximadamente creo que puedo estar en Chamonix.
Esto ya es otra cosa.
Ahora avanzo mucho más rápido. He
recuperado toda la fuerza mental y algo la física. Paso Col
des Montets y empiezo el ascenso a la Cabeza de los vientos. Es la más dura y vertical de las 3 últimas
ascensiones, con mucha piedra y escaleras, algunas naturales, otras
artificiales. Empieza a hacer calor y
casi vamos sin agua. Seguimos subiendo y
aquello parece que no termina nunca.
Cuando creo que hemos llegado a la cima, vemos a los corredores cruzando
un nuevo horizonte. Al final, con mucho
esfuerzo, pasamos por el punto de control de “la tete aux vents” con 41 horas y quince minutos de carrera donde
tomo refresco de cola, cortesía de los voluntarios, aunque aquello no es el
avituallamiento. Son las 11 y 15 de la
mañana. A lo lejos se distingue la estación de la Flegere , a unos 4 kilómetros y el
sendero que atraviesa la montaña. No
puedo correr pero …sigo.
Por fin, siento que voy a terminar la UTMB. Llego a la
Flegere, kilómetro 164 de la ultra por el encima del puesto 1000 y sobre
las 12 y cuarto de la mañana, con una gran alegría, no ya por ser finisher, si
no por la capacidad que he tenido para sobreponerme a todas las contingencias
que me han ido surgiendo, aun cuando durante mucho tiempo me he sentido más
fuera que dentro.
Siento que he
vivido toda una experiencia, que lo he pasado muy mal y a pesar de todo, he
seguido vivo. Ha sido toda una aventura que me ha supuesto un nuevo aprendizaje
y es que 171
kilómetros y 10.000 + son cifras a considerar. He pasado
de una carrera de máximo 28 horas a otra donde el cuerpo ha aguantado hasta las
44 horas, sin dormir y “casi” sin descansar. ¿Podía haberlo hecho mejor? Creo que sí pero lo hecho, hecho está.
Lástima haberme parado tanto tiempo en Trient pero es que cuando llegué y
durante mucho tiempo mi única intención fue retirarme. Al menos, el aprendizaje no me ha impedido ser
finisher.
Empiezo el descenso de la Flegere, en dirección a
Chamonix por un sendero técnico que ya conozco.
Los cuadriceps dicen que esto no se ha acabado aún y que me van a hacer
sufrir los últimos 7
kilómetros , pero cuando uno está llegando a meta todos
los sufrimientos son más llevaderos. Me
adelantan unos cuantos corredores. Ya me
he acostumbrado. No puedo correr y más
entre piedras. A mi ritmo, sigo el
descenso, con dolor de cuádriceps y también de rodillas.
Entro en Chamonix.
Me obligo a correr el último kilómetro.
Consigo arrancar, me cuesta pero, al trote, sigo recorriendo las calles
de este hermoso pueblo de los Alpes franceses.
Llego a la Plaza
Mont Blanc, junto al Hotel Alpina, subo unos metros y giró a
la izquierda. Allí las encuentro, a mis
dos soles. Las abrazo. Me animan. Se ponen a correr conmigo durante los últimos
500 metros
y juntos entramos en la meta de la
UTMB mientras exhibo la bandera de Trail Running Málaga. Alegría y satisfacción, tras 43 horas y 50
minutos de carrera, y ahora si, se obtiene la recompensa del merecido descanso
del que ha hecho todo lo que ha podido y al final ha logrado el objetivo.
En fin, otra muesca más, esta bastante especial y muy
sufrida.
Gracias a mis
compañeros de Trail Running Málaga por el seguimiento y los ánimos recibidos, enhorabuena
a mis compañeros de club que también han conseguido ser finisher, enhorabuena a
los demás trail runners malagueños que han participado en la OCC , CCC y en la UTMB , y sobre todo, gracias a
mi mujer y mi hija por estar ahí y por haber compartido conmigo todos estos
momentos.