Crónica Eiger Ultra Trail 20 julio 2019 (E101)
Tal vez sea esta ultra, a mi modo de
ver, una de las ultras con más solera a nivel mundial. Las montañas, paisajes y en general, el
entorno que rodean a esta carrera no tienen nada que envidiar a pruebas como
UTMB, Lavaredo, Ultra Pirineu, etc.
Luego, además, forma parte del circuito del Ultra Trail World Tour desde
hace varios años y es una de las ultras más veteranas. En mi caso, llevo siguiéndola desde hace
bastante tiempo y no ha sido fácil conseguir plaza en la misma, a pesar de que
todos los años, 600 corredores se ponen en su línea de salida. Ese fin de semana, desde el precioso pueblo
de Grindelwald (Suiza) se organizan un gran número de carreras pero, por
supuesto, la prueba reina es la E101,
es decir, la Eiger de 101
kilómetros y 6500 +, y en el año 2019, coincidía, como
casi siempre, con la tercera semana de julio, en concreto el día 20.
Para esta Ultra venía algo más
fatigado de la cuenta, pues 3 semanas atrás había disputado el Marathon del Mont
Blanc en su versión larga de 90
km . y aunque la terminé, lo cierto es que acabé muy
cansado y con malas sensaciones pues acabé vomitando en los últimos kilómetros
y a punto estuve de retirarme. Además,
la semana anterior al viaje a Suiza, me había auto-programado un viaje relámpago
a Japón, en solitario, por espacio de 4 días y que, a decir verdad, aproveché
bastante bien con una ultra urbana de 66 kilómetros por
Tokio y la subida y descenso al Monte Fuji.
Al final, todo en la vida es cuestión de voluntad y proponerse las
cosas. Soy de la opinión que vivimos muy
poco tiempo, por esa razon, si tienes la oportunidad, hay que aprovecharla
porque los años y el tiempo van pasando.
Como diría aquel, menos proyectos y más realidades.
El día antes de la carrera, el
viernes 18, tomé un avión, EasyJet, rumbo a Ginebra y desde allí, desde la
estación del aeropuerto, cogí un primer tren en dirección a Berna. Allí hice una corta escala para coger otro
que me llevaría a Interlaken y, por último, otro tren, bastante más lento que
ascendía hasta Grindelwald. La verdad
que moverse por Suiza no es barato en ningún sentido y el viaje en tren me
salió por un pico, tanto la ida como la vuelta. Sobre la forma de llegar a Grindelwal por
avión, estuve barajando otras opciones como ir al aeropuerto de Zurich o al de
Basilea. Creo que la distancia y el
precio en tren ronda un importe parecido.
Sin embargo, me decanté por Ginebra porque es un aeropuerto que ya he
visitado en muchas ocasiones y me da más confianza pero si es verdad que todo
viaje conlleva bastantes gastos e implica una buena dosis de aventura, a veces,
casi más que la propia carrera.
Soy de esos corredores que las semanas antes de una
ultra empiezo a mirar el tiempo con la esperanza de que no nos azoten las
inclemencias meteorológicas, sobre todo que no llueva, y si es posible, que no
haga mucho calor. Para la Eiger, no me
puedo quejar con el tiempo pues apenas si llovió en la segunda noche y la
temperatura fue bastante soportable.
Grindelwald es un pequeño pueblo turístico de montaña
en la región de la Jungfrau en los Alpes berneses, a los pies de la cara norte
del Eiger y como dato
turístico, decir que desde allí sale un pequeño tren que asciende hasta la
estación más alta de Europa,
donde se pueden divisar unas fantásticas vistas de los picos del Monch, Eiger y Jungfrau, además del glaciar más grande de los Alpes.
Al llegar a Grindelwald (1034 metros de altitud)
y bajar del tren, se abría ante mí la majestuosidad de tres enormes moles de
piedra y roca. A saber, el Wetterhorn,
Mattenberg y el Eiger o por lo menos son los que más destacan desde el bonito
pueblo situado en la ladera de la montaña de enfrente, el Schwarzhorn, como uno de los más destacados. Las calles estaban atestadas de corredores y
turistas y en las terrazas y las tiendas de souvenirs, de deporte, etc. no se
cabía. Tras conseguir wifi en un bar,
gracias a la amabilidad de una camarera portuguesa, pude dar con el alojamiento
que había reservado, una habitación con dos literas y baño compartido. No resultó fácil llegar a lo alto del pueblo
donde se encontraba la pensión y más cargado con la maleta pero al final, sudando
y gastando más energías de la cuenta, di con el edificio de madera y aunque tuve
algunos problemas en la entrada (no había nadie, la señora que estaba no sabía,
etc.), lo cierto es que al final congenié bastante con el dueño del alojamiento
y a él le debo la foto de Mannlichen, muy fatigado, sentado en el
avituallamiento.
Tras asentarme en la pequeña habitación, bajé de
nuevo a Grindelwald a recoger el dorsal en el polideportivo (Sportzentrum) y
dar un paseo por los alrededores. Luego,
como es habitual, a prepararlo todo y a dormir pronto porque la ultra empezaba
a las cuatro de la mañana.
Al amanecer, y tras dormir algo, me preparé para
salir. Como siempre hago, me tomo una
barrita de avena y gracias a la cortesía del hotel, a pesar de las horas
intempestivas, varios corredores allí alojados, pudimos desayunar algo de café,
tostadas y mermeladas de sabores varios.
Luego,
coincidiendo con varios corredores, descendimos a la plaza, al lado del
polideportivo, lugar de salida y meta de la Eiger Ultra Trail. A diferencia de otras donde tengo más dudas,
en esta ocasión, me encontraba tranquilo, observando al resto de corredores y
con ganas de que empezara la fiesta. Y
en efecto, sobre las 4 de la madrugada, sin muchos preámbulos, salió todo el
pelotón a buen ritmo, recorriendo por asfalto la calle principal de Grindelwald
durante varios kilómetros. Tengo que
decir que no me gustan las subidas rápidas por asfalto porque me obligan a
forzar la máquina más de la cuenta cuando la carrera no ha hecho sino empezar. En
fin, me resigno a ir perdiendo posiciones pero trato de no rezagarme demasiado
hasta que dejamos la carretera y empezamos a subir por un sendero con bastante
pendiente. Se forma la serpiente de
luces y en fila de a uno, todos muy pegados, seguimos ascendiendo por espacio
aproximado de media hora hasta una abrupta bajada y de nuevo, vuelta a subir
pero ya mezclando algunos tramos de sendero con pista y así, pasando los
minutos, nos acercamos al primer avituallamiento, sobre el kilómetro 8,3, Grosse
Sheidegg, un refugio de montaña donde nos ofrecen agua e isotónico (sabor
limón de la marca Winforce) que me sienta fenomenal. Como
llevo la cámara aprovecho para grabar algunos vídeos con el Eiger y las otras
montañas enfrente mientras va amaneciendo.
Por este punto paso a las 5,33 horas en el puesto 307 de la general. El
siguiente tramo de carrera es bastante fácil, por sendero amable y con poca
inclinación. Hay fuerzas, se puede
correr, la temperatura es fresca y los paisajes son incomparables. En definitiva, momento de subidón, de los que
merece la pena vivir al correr una ultra.
La claridad del día va abrazando las montañas y seguimos subiendo y empezamos
a encontrar a mucha gente animando al llegar a las proximidades de la estación
de teleférico de First. Durante este tramo coincido varios kilómetros
con una chica rubia que mantiene un ritmo similar al mío pero la perderé de
vista pronto, en el descenso por asfalto al segundo avituallamiento, Bort, kilómetro 17,4 (6:42 horas en el
puesto 319). Tras un primer tramo por sendero, el resto
es una empinada carretera de montaña asfaltada que te hace descender en pocos
kilómetros bastante altura.
Cargo bidones y algo de comida en Bort y empezamos
una nueva subida por bosque, en un primer tramo por pista y luego ya por sendero
ascendiendo por una de las laderas
del Schwarzhorn en el Oberland bernés buscando una pequeña cumbre,
First. Voy bien y a mi ritmo,
disfrutando del paisaje y a la vez, yendo lo más rápido que puedo con bastones y
así va pasando el tiempo mientras continuo ascendiendo hacia la montaña y hacia
el mirador y estación de teleféricos de First donde se encuentra el siguiente
avituallamiento. De esta subida lo que
más recuerdo son los tramos finales donde se asciende por una zona escalonada
de roca muy sombría y húmeda hasta llegar a la pasarela metálica que circunda
la roca principal. Hay que agacharse y
no mirar mucho hacía abajo y tratar de no zarandear demasiado el puente
metálico, más aún si uno sufre de un poco de vértigo. En lo alto de la montaña donde se encuentra
la estación del teleférico y el incomparable mirador de First, a 2166 metros de altura, doy buena cuenta de dulces y todo
tipo de alimentos, así como del isotónico de la marca Winforce que está delicioso. Es el tercer avituallamiento y kilómetro 22 de carrera. Por cierto, la estación está llena de
familiares y senderistas y al salir me encontré con varios músicos vestidos con
sus trajes regionales y tocando la famosa trompa suiza o cuerno de los Alpes. Digno de ver y escuchar. Salgo de allí muy animado. Echando la vista atrás y recordando unas
cuantas ultras ya realizadas, he de decir que en esta es una donde he tenido
más momentos de euforia y disfrute.
Mientras voy comiendo algo seguimos subiendo aunque
el desnivel no es exagerado y podemos seguir disfrutando del magnífico día y de
los paisajes, con el Eiger siempre a nuestra izquierda. Son varios kilómetros por sendero amplio y
libre de piedras en la ladera de la montaña.
Adelantamos a algunos senderistas y nos vamos aproximando hacia Faulhorn,
otra montaña con 2681
metros de altitud y en la que se encuentra un hotel. Aquí la cosa se complica y hay un tramo
técnico de varios kilómetros hasta que bajamos al siguiente avituallamiento, un
establo en medio de la montaña, Feld, sobre
el kilómetro 29 de carrera. Como algo y sigo tomando la bebida
isotónica que ya empiezo a aborrecer y noto como el cansancio empieza a hacer
mella y siento que ya no voy tan bien de piernas. La nueva subida si es mucho
más dura y son unos cinco kilómetros de continúo y vertical ascenso que no
termina nunca. Mejor no mirar mucho
hacia arriba y centrarse en el momento concreto y en el siguiente paso,
controlar la respiración y seguir remontando la verde ladera.
Con mucho esfuerzo voy subiendo por la falda del
Faulhorn. Los últimos metros son un zigzag en lo alto de la cumbre. También hay bastante gente animando. El avituallamiento (Faulhorn, kilómetro 34) situado en todo lo alto es escaso y apenas
si como algo. Paso por la cumbre y punto
más alto (2681 m .)
de la E101 sobre las 10,20 de la mañana en el puesto 289 de la general con algo
de frío y malas sensaciones.
Como digo, salgo cansado de la subida y en los
primeros kilómetros de descenso me cuesta correr. No es una bajada extremadamente técnica pero
no es una senda amable donde uno se puede dejar llevar. Además, aunque el perfil no lo refleje, hay
varias subidas que te cortan el ritmo.
No desciendo muy rápido y aunque apenas me adelantan corredores, las
piernas no me permiten disfrutar mucho.
Luego hay varios tramos con mucha piedra y nieve. Por cierto que en uno
de esas zonas de nieve sufrí una caída sin consecuencias. En fin, seguimos bajando y al cabo de varios
kilómetros la organización ha ubicado una pequeña carpa con un avituallamiento
de solo agua. Me detengo para descansar y repostar más líquido. Luego el sendero crestea rodeado de un
paisaje maravilloso. Por un lado, la
ladera de la montaña y la frondosidad del bosque y al otro lado los lagos,
sobre todo el más próximo, Brienzersee y el más alejado, Thunersee,
y en medio la ciudad de Interlaken. Como digo, sigo sin encontrarme bien y el
descenso se me está haciendo muy largo.
Además, voy escaso de comida y mis piernas flaquean.
Llegamos a una
bifurcación de 160 grados, cerca de la estación de Schynige Platte, llena de gente, familias, senderistas, etc. que
nos van jaleando al pasar, con el típico sonido de los cencerros y demás. Se abandona el sendero, dejamos de divisar
los lagos y tomamos una pista forestal con mucha piedra. Al menos, se puede correr más suelto. Empieza a hacer bastante calor y me quedo sin
agua. La pista vuelve a ser un empinado sendero de tierra suelta que va
machacando rodilla y tobillos y justo antes de entrar en la zona más sombría
del bosque, llegamos al siguiente avituallamiento, Schwand (kilómetro 46) o también
denominado en los perfiles de la carrera entregados por la organización con el
nombre de Schynige Platte (este
nombre hace referencia al
famoso ferrocarril
de montaña Schynige Platte que recorre
las Tierras Altas de Berna en Suiza y que conecta la ciudad de Wildersil,
próxima a Interlaken, con la estación de Schynige Platte) El avituallamiento, si no me equivoco, era otro establo y en el mismo se agolpaba una multitud de
corredores sedientos. La organización había montado una especia de
climatización mediante aspersores para aliviar el calor. Aún así, como siempre,
apenas si paro lo justo para recargar los bidones, comer algo y salir.
Son las 12:34 de la mañana cuando parto de
ese avituallamiento, en el puesto 286 y sigo el largo descenso, esta vez por
senderos más sombríos, con algunos tramos técnicos y parando en alguna que otra
fuente de agua para refrescarme. Sigo
sin encontrarme demasiado bien pero como es bajada trato de acelerar el paso y
seguir hasta el siguiente control y punto intermedio de la ultra, donde todo
corredor tiene la opción de dejar una mochila con ropa limpia, comida,
productos energéticos, vaselina, cremas, zapatillas, etc. Y si, sobre las 13,45 (puesto 275) consigo
llegar al avituallamiento de Burglauenen,
kilómetro 53 y punto intermedio de la Eiger101, con la cara bastante descompuesta y con problemas estomacales. Es una zona abierta y asfaltada junto a la
carretera y a la vía del tren. De hecho,
está al lado de la estación de tren del mismo nombre. El ambiente es extraordinario; muchos
corredores y voluntarios se mezclan entre familiares, amigos y curiosos. Sin embargo, mi situación personal es
otra. Llego sediento y tomo varios vasos
de refresco de cola pero siento que no estoy bien. De hecho, para no sentir arcadas ni siquiera
miro lo que ofrecen en el avituallamiento.
Recojo la mochila que me permite la organización y busco un lugar donde
decidir qué hacer y qué tomar. Traté de
calmarme un rato, aunque eso supusiera perder algunos minutos más. Estos momentos son muy importantes para
seguir bien en esta o en cualquier ultra.
Me refiero a descansar un rato más, a no comer si tu cuerpo no te lo
pide pero si tratar de ingerir lo necesario para poder continuar. Últimamente estoy llevando en la mochila unos
sobres de isotónico de Victory Endurance, sabor mandarina, que me sientan
bastante bien y eso fue lo que hice. Me
tomé dos sobres y con ello introducía en mi cuerpo líquido, sales e hidratos de
carbono. Y bueno, a pesar de no
encontrarme demasiado bien, devolví la mochila a los voluntarios y seguí mi
camino, iniciando la segunda parte de la ultra, camino del pueblo Wengen.
La nueva subida no
tiene nada en especial, es una zona de bosque con senderos tapizado de raíces,
bordeando el pico Mannlichen y la estación de esquí que lleva su nombre, pero sin
alcanzar en este tramo vistas demasiado espectaculares del entorno.
Como siempre, cada
nueva subida me cuesta más. La respiración se acelera y el esfuerzo me va
pasando factura. Sigo muy cansado y sufro
con el ascenso. Además, el calor sigue
apretando. De este tramo recuerdo el
último repecho por un angosto sendero de hierba junto a un nutrido grupo de
corredores y lo recuerdo porque, todos, al llegar arriba buscamos como alma que
lleva el diablo, un abrevadero con una fuente donde disfrutar del agua fresca
de la montaña. Recargé los bidones y
tras tomar aire, bajar algo las pulsaciones, y descansar durante unos minutos, inicié
el descenso camino de Wengen. Al
principio, mis piernas no tenían muchas ganas de trotar pero al final arranqué
y durante 3 o 4
kilómetros no paré hasta llegar al hermoso pueblo Wengen, kilómetro 62 de carrera, sobre las 16 horas de la tarde en el
puesto 249.
El avituallamiento
está en el centro del pueblo, en un patio junto a la entrada de un local. Aquí hay muchos menos corredores. Me siento por primera vez, después de 12
horas de carrera y vuelvo a tomarme dos sobres de isotónico de Victory
Endurance, sabor mandarina. No tengo muy
buena cara pero parece que las arcadas y las malas sensaciones se van
diluyendo. Tras un pequeño contratiempo
al confundirme con los bastones (casi todos los corredores utilizamos los
carbono Black Diamond Z Distance) continué en carrera buscando la temida subida
de la Eiger, el ascenso a Mannlichen.
Revisando vídeos es tal vez una de las zonas más conocidas de la Eiger
Ultra Trail, con sus vallas en la ladera para contener la nieve y ese sendero
que asciende zigzagueante entre las mismas.
Se trata de una subida muy dura de poco más de 4 kilómetros pero muy
vertical. Trato de contener la
respiración y subir tranquilo pero voy regular y las pulsaciones se aceleran y
el ritmo mengua. No obstante, observo
como la mayoría de los corredores también sufren con los duros repechos. Tras hacer varias paradas tomo un poco de
aire sentándome junto a unos senderistas.
Las vistas sobre
el valle de Lauterbrunen son espectaculares y al fondo se
divisan los colosales Monch y sobre todo el Jungfrau.
Poco a poco, con
mucho esfuerzo, clavando con rabia los bastones, tratando de contener y
controlar la respiración asciendo la durísima subida de Mannlichen, nombre del
pico y la estación de esquí. Tal vez sea
la subida más dura de la ultra y punto clave para tener consciencia que lo más
duro ya se había superado y que las probabilidades de ser finisher se
multiplicaban.
Llegué al avituallamiento de Mannlichen (kilómetro 66) exhausto, sobre las 17,48 horas en el
puesto 247. Recuerdo que me apetecía
tomar una bebida isotónica fresquita, un “Powerade Blue”, por ejemplo. En fin, todavía no se han ido los problemas
estomacales y apenas si tomo algo. Ya no
me quedan sobres de isotónica de Victory Endurance. Estando sentado, de espaldas al Eiger, recibí
la grata sorpresa de una visita. Se trataba del gerente del hotel en el que me
alojaba en Grindelwald. Se mostró
sorprendido y a la vez asombrado. Me hizo varias fotos, me ofreció ayuda y lo
cierto es que me animó bastante.
Y bueno, tras varios minutos de recuperación emprendí la marcha. Ahora se bordea otro pico, el Tschuggen, por una pista amplia de tierra ennegrecida y con una suave y prolongada bajada. Me cuesta respirar y me encuentro muy cansado por lo que decido seguir caminando rápido. Me pasan algunos corredores pero la mayoría camina más que corre. Poco a poco me voy encontrando mejor. La temperatura va bajando y eso me beneficia. Tras bordear el pico giramos a la derecha y por otra ladera de verdes pastos empezamos una nueva subida buscando el punto de control de Lauberhorn donde los voluntarios te ofrecen refresco de cola y esta vez si, después de mucho tiempo, vuelvo a tomarla. Nueva bajada por sendero y pista, y algún tramo de campo a través, para llegar al siguiente punto de control Wengernalp. A partir de ahí, hay que afrontar una larga subida por pista forestal de arenilla compactada, en dirección al siguiente avituallamiento. Cada vez me encuentro mejor y acelero el paso en la subida. Avanzando en estos kilómetros nos vamos acercando a las grandes moles del Monch y el Eiger.
Sobre
las 20 horas llego al siguiente avituallamiento Kleine Scheidegg, kilómetro 77 (tiempo en carrera 15 horas y 30
minutos). Se trata de una nave o taller
de reparación de trenes de cremallera.
Busco mi espacio para descansar, me siento y descanso por unos
minutos. Creo que aquí volví a comer algo aunque muy poca cosa. Tras hacer algunos estiramientos y
sentadillas para evitar que se acartonen demasiado las piernas y sobre todo,
los cuádriceps vuelvo a carrera. Nada mas
salir, el frío me provoca escalofríos y me obliga a correr para entrar en
calor. Subimos a la estación propiamente
dicha de Kleine Scheidegg donde nos animan muchos turistas, familias y
senderistas.
En esta estación sale uno de los trenes de cremallera
más espectaculares del mundo, el Jungfraubahn que, con
una asombrosa subida se introduce en el interior rocoso del Eiger y del Monch llegando
hasta los 3454 metros
de altitud de la estación de Jungfraujoch,
la estación de tren a mayor altitud de Europa.
Y como digo, vuelvo a correr, sobre todo para entrar
en calor. Tras una bajada por un sendero
amable, nos acercamos a las impresionantes paredes del Eiger y emprendemos otra
dura y vertical subida por una vereda con arenilla y piedras. Como cada vez me encuentro mejor, ataco la
subida de otra forma, con mayor optimismo y con la alegría de saber que la
Eiger Ultra Trail ya si la empiezo a tener en el bolsillo. A pesar de su dureza se me hace corta y con
esa ilusión y mentalidad paso el punto de control de Eigergletscher sobre
las 21,10 horas. Atardece en el Eiger
con unas vistas espectaculares de Mannlichen y luego del valle y ladera en la
que se asienta Grindelwald. Me siento
feliz y afortunado por poder disfrutar de esos momentos pero la carrera sigue y
ahora vienen unos cuantos kilómetros de descenso por una vereda de montaña en
la que se puede correr pero sin apartar los ojos del camino. Vuelvo
a ponerme el frontal y sigo bajando, manteniendo un trote fácil, a veces saltando entre enormes piedras mientras seguimos bordeando las paredes del Eiger.
Llego con
falta de aire al siguiente punto de avituallamiento, Alpiglen (kilómetro 86) con la noche totalmente cerrada, sobre las
22,17 horas de la noche en el puesto 246 de carrera. Hay muchos voluntarios, como en casi todos
los avituallamientos y algunos tratan de interactuar conmigo y
preguntarme. Les digo que soy de España,
de Málaga. Me hablan en alemán y apenas
les entiendo. Tomo un vaso de té y a
sorbos, ingiero un poco de la bebida isotónica Winforce. Como dije, ya no me quedan sobres del
isotónico de Victory Endurance y además de agua, intento comer algo.
Aprovechando la salida de otro corredor, me despido
de los amables voluntarios y continúo mi camino. Ahora el tramo es muy fácil, bajada rápida
por asfalto hasta llegar prácticamente al río y vuelta a subir por un sendero
cubierto de raíces húmedas y piedra y bajo el velo del relente de la rivera. El clamor del agua no se deja de oír durante
todo este trecho. Aprieto los dientes
para avanzar más rápido. No me gusta este tramo y quiero llegar cuanto antes al
siguiente punto de control, Marmorbruch
(kilómetro 92). Con 19 horas y 35 minutos de carrera paso por
este avituallamiento donde me siento unos minutos, tomo un poco de aire, bebo
un poco de isotónico y reemprendo la marcha hacia el último
avituallamiento. Se trata de una nueva
subida por sendero con mucha piedra y humedad pero cada vez me encuentro
mejor. A solo dos kilómetros (kilómetro
94) la organización tiene ubicado un nuevo avituallamiento, Pfingstegg,
donde dos voluntarios de avanzada edad
te ofrecen con una amable sonrisa a que tomes algo o descanses un poco. Aunque ya estoy cerca de meta, decido
tomarme un café que me sienta genial; y ahora si, los 6 últimos kilómetros son
de los que a mi me gustan, sobre todo, si se trata de terminar una ultra, es
decir, bajada pronunciada, primero por pista y luego por asfalto en dirección a
Grindelwald. Como me siento con fuerzas,
corro bastante rápido, adelantando a algún corredor. Para darle más emoción a la llegada empieza a
llover con inusitado ímpetu. Por detrás
veo frontales que se acercan y aprieto la cadencia. Atravieso un enorme camping y giro a la
derecha para encarar la última subida al pueblo. La lluvia aprieta y la meta está cerca. Al llegar arriba, no hay dolor ni cansancio,
(el poder de la mente), ya no corro sino
que voy esprintando y así, con mucha fuerza y coraje entro en la meta de
Grindelwald, consiguiendo ser finisher de la Eiger Ultra Trail en un tiempo de 20 horas y 57 minutos en el puesto 244 de 600 corredores que arrancaron en
la Eiger 2019.
En definitiva,
ultra muy recomendable con bastante desnivel aunque menos técnica que, por
ejemplo, los 90 km
del Marathon del Mont Blanc que terminé tres semanas antes en Chamonix. Los paisajes, las verdes y frondosas praderas,
las colosales montañas, los glaciares, no tienen nada que envidiar a otras
zonas, como por ejemplo, las del valle de Chamonix o Courmayeur. El único inconveniente es que es Suiza y todo
es muy caro y te quieren cobrar hasta por respirar.
De hecho, como anécdota, al terminar la carrera, exultante,
me senté durante un rato en la carpa de la organización a saborear esos
minutos, esos dulces momentos del descanso del guerrero y a la vez, aprovechando
para dar buena cuenta de algún plato de pasta, un bocadillo caliente, etc. y
cual fue mi sorpresa cuando las chicas de la barra me querían cobrar 18 € por
un plato de macarrones. Menos mal que
pude convencerlas y disfrutar de ese tiempo mientras en el exterior llovía con
fuerza y seguían entrando más corredores.