MARATHON MONT BLANC (90 KM Y 6200+) 28 y 29 de
junio de 2019
CHAMONIX (FRANCIA)
Escribo estas líneas recordatorias de
mi aventura por la Marathon Mont Blanc (90 Km y 6200 +) de finales de junio del año
pasado 2019, cuando me encuentro encerrado en casa, en plena cuarentena del
coronavirus, esto es, a principios de abril de 2020. Sobre el tema de esta pandemia, creo que
todos estamos viviendo una situación inconcebible hasta no hace mucho tiempo,
casi de película de ciencia ficción. En
mi caso personal, no están siendo días fáciles, en primer lugar, porque te
recortan derechos fundamentales básicos e intocables hasta hace unos días
(básicamente nos han encarcelado en nuestras casas), y porque mi impulso
natural es salir a correr y disfrutar del esfuerzo, bien sea por el paseo
marítimo, por un parque o por la montaña.
Pero, vista la situación y ante la gravedad de la pandemia, lo
preferible es permanecer en casa y aprovechar este tiempo para hacer otras
cosas, a las que habitualmente, uno le dedica menos tiempo, como, por ejemplo,
entre otras, escribir crónicas de aventuras pasadas, pues eso son, básicamente,
mis participaciones en las ultras.
Dicho esto, me retrotraigo a
principios de junio de 2019. Tras mi
retirada forzosa en el Ultra Trail Sao Mamede del 18 de mayo de 2019
(insuficiencia de glucosa en sangre), volví de nuevo a la competición con una
ultra más pequeña en kilómetraje (66
Km ) aunque mucho más montañera, como fue la Picón
Castro, allá por el norte de Burgos, en
el pequeño pueblo de Espinosa de los Monteros.
No me fue nada mal la referida carrera de 66 kilómetros y además,
me sirvió para salir reforzado y afrontar con mayor optimismo la nueva ultra
que se me venía encima, la MARATHON MONT BLANC 90 KM (Chamonix), todo un
clásico internacional en el mundo del trail running.
Me costó entrar en esta ultra. Lo intenté en el año 2018 pero me quedé fuera
en el sorteo y lo volví a intentar al año siguiente. Al comprobar los resultados del sorteo para
ese 2019, no llegué a ver mi nombre y tras mandarle un correo electrónico a la
organización, solicitándole la devolución de la inscripción, me contestaron
diciendo que tenía plaza. ¡Qué alegría!
Como no puede ser de otra manera, la
Marathon de Mont Blanc empezó como una maratón de montaña (42 km ) en el año 2010, pero a
partir, del año 2013, incluyeron una modalidad ultra que, al principio tenía 80 km y 6000 +. En esa edición los ganadores fueron
corredores internacionales muy reconocidos:
Francois Dhaene y Caroline Chaverot.
Con el paso de los años, la carrera ha ido evolucionando y de los 80 km se ha pasado en las
tres últimas ediciones a los 90
km actuales, con 6200 +.
Si en la Marathon de Mont Blanc (42 km ) el rey es, si no me
equivoco, pues ha sido varias veces ganador Killian Jornet Burgada, en la
modalidad ultra, el campeón de los últimos años, (2017 y 2019) es Xavier
Thebenard. También recuerdo que en el año,
2014, fue campeonato del mundo de skyrunning y la ganó Luis Alberto Hernando,
siendo segundo Francois Dhaene. Como
se puede ver, se trata de una de las carreras y ultras más atrayentes a nivel
internacional, tanto para la élite como para los más modestos.
Como la carrera sale la madrugada del
jueves al viernes, opté por salir y coger el avión a Ginebra el miércoles 26 de
junio, por la tarde. Sobre las 19 horas
llegué a Chamonix y me alojé en un hotel antiguo, el hotel Richemond, en la
calle más comercial. Al día siguiente,
después de desayunar y tras dar un paseo disfrutando de las vistas y del
ambiente, me acerqué a la Plaza du Mont Blanc, a recoger el dorsal. Se trata de una ultra en la que salimos unos
1000 corredores, a diferencia de la Eiger Ultra Trail, por ejemplo, donde el
total de corredores se limita a 600. El
tiempo máximo son 24 horas con estrictos tiempos de corte. En la Eiger, el tiempo máximo se alarga dos
horas más, hasta las 26 horas. Para este
año 2019, por suerte daban muy buen tiempo. El problema es que durante esos
días una ola de calor estaba recorriendo el centro de Europa y precisamente,
para el viernes de la carrera, se presumía que iba a hacer excesivo calor y con
temperaturas, al mediodía, que podrían alcanzar más de 30 grados. Así fue.
Después, abandoné ese hotel y me
alojé en otro hotel próximo pero más moderno (Le Prieuré) y que también incluía
desayuno, donde coincidí con una camarera, muy guapa por cierto, de mi tierra,
de Cáceres. Y bueno, la tarde la
dediqué a descansar, a dar nuevos paseos y visitar más tiendas, curiosear por
los diversos stands de la feria del corredor, etc y luego regresé al hotel para
ir preparando la logística para la carrera.
Como ya he dicho, sale en la madrugada del viernes, a las 4 de la mañana
y había que acostarse pronto.
Al sonar el despertador, mejor no
pensar demasiado y levantarse rápido, es decir, mente en blanco y actuar de
forma más o menos automática, como una especia de obligación autoimpuesta. Y es que, a veces, en esas madrugadas
infernales previas al inicio de una carrera, sobre todo en invierno, cuando
abandonas el calor de las mantas y las sábanas, como digo, solo a veces, me
hago la misma pregunta: ¿Quién me mandará meterme en estas historias? ¡Con lo
bien que se está en la cama! Por lo general, esbozo una sonrisa y sigo
vistiéndome.
En cuanto a material, lo de siempre,
bastones Black Diamond de carbono ultradistance, que ya me acompañan desde hace
más 4 años y que siguen aguantando, las Hoka Mafate Speed 2 con un nuevo
resolado, calcetines Lurbel B-Max y el equipamiento habitual que suelo llevar
en casi todas las carreras.
A pesar de que la mente nos juega
algunas malas pasadas y uno no siempre se presenta a una ultra de la misma
manera, a veces con más entusiasmo, en otras con menos, etc., lo cierto que, al
salir del hotel, recuerdo que iba muy tranquilo, pues mi única intención era
terminarla, sabiendo que el sufrimiento estaba asegurado.
La línea de salida, la Plaza de la
Amistad de Chamonix, el mismo escenario que la UTMB, estaba hasta los topes de
ultreros venidos de medio mundo. Tal vez
me confié, pensando en que no habría tantos corredores pero al llegar, no tuve
más remedio que quedarme bastante retrasado y desde ahí comencé la ultra.
Una enorme pantalla nos fue marcando la cuenta atrás,
los últimos y emocionantes segundos. Y
sobre las 4 de la madrugada del viernes 28 de junio, dio comienzo la Décima
edición de la Marathon Mont Blanc, en su modalidad Ultra de 90 km .
Los primeros kilómetros son por asfalto en continua
subida. Vamos girando hacia la izquierda
buscando el sendero que asciende al teleférico de Brevent. Cruzamos por la calle elevada en relación a
la zona comercial de Chamonix, donde se encuentra la estación de salida del
teleférico que sube a Planpraz y seguimos por asfalto. A diferencia de otras ultras donde el ritmo
en estos primeros tramos por asfalto es bastante elevado, en esta ocasión, tal
vez porque me notaba mejor y con una respiración más acompasada, pude seguir a
buena velocidad, incluso adelantando a bastantes corredores.
Al llegar al sendero se produjo el habitual tapón y
luego, en fila de a uno, fuimos pasando.
Es difícil adelantar, por lo que decido tomármelo con paciencia y subir
al ritmo que me vayan marcando los corredores que van por delante. La estrecha y zigzagueante vereda asciende
por la falda de la montaña, primero por zona boscosa, con algo de barro y los
típicos arroyuelos que la atraviesan. Luego
el ascenso se hace más vertical, abandonando la vegetación y bordeando las
enormes rocas que, como enormes murallas, nos obligan a subir y subir, buscando
esos recovecos por los que el sendero se va abriendo camino. Según vamos cogiendo altura, las vistas del
valle de Chamonix y de las gigantescas montañas que tenemos en frente nos
alejan, por unos instantes, del esfuerzo y nos hacen sentir unos privilegiados
contemplando esas maravillas naturales.
El ascenso es bastante largo y da tiempo para
disfrutar del amanecer y de las magníficas vistas. El sendero bordea las murallas por nuestra
izquierda y luego tiende a girar hacia la derecha buscando el teleférico de
Brevent. Ya en la parte alta, pisamos
nieve, charcos y barro y bastante piedra grande e inestable, algunas mojadas y
tramos donde no se pueden utilizar los bastones. Comienza a hacer bastante frío
pero me siento animado porque la ascensión está a punto de terminar, casi 1500
+ de desnivel en 10 km .
Aunque no llegamos a subir hasta el teleférico de
Brevent, a 2453 de altitud, lo cierto es
que lo dejamos muy cerca. Por este punto,
Brevent, kilómetro 10, transité sobre las 6,33 de la mañana, en el puesto 581. Rodeando la montaña que encumbra al
teleférico, empezamos una rápida bajada por una pista cubierta de nieve. Hay que bajar con cuidado para no
caerse. Tal vez sean esos los momentos
más bonitos de la ultra, esos kilómetros de bajada por esa nieve blanda, con
ese cielo azul, avistando al otro lado del valle las descomunales montañas, los
sobrecogedores glaciares. Intentó no
caerme pues hay zonas donde es difícil mantenerse en pie. Algunos corredores aprovechan para grabar en
sus cámaras esos instantes tan especiales.
Recuerdo una bajada en la que había una voluntaria que nos pedía
calma. Por ese lugar, casi todos los
corredores nos lanzábamos sentados en la nieve.
La pista sigue bajando y la nieve va desapareciendo,
formando charcos, barro y piedras mojadas pero aún así se puede correr sin
problemas. En seguida, llegamos al primer avituallamiento, Planpraz, otra
estación de teleféricos, en el kilómetro
13, en un tiempo de 2 horas y 52 minutos, puesto 598.
Un consejo para esta ultra en cuanto a los tiempos de
cortes. En mi opinión, tal vez sean los
primeros puntos donde hay que tener más cuidado. Por ejemplo, en el de Planpraz el tiempo de
corte es a las 7,30 horas, es decir, 3 horas 30 desde la salida. Como he dicho, la subida a Brevent es por un
sendero muy estrecho donde es complicado adelantar. Además, cuando dejamos el asfalto, se produce
un importante tapón y si vas atrás, no vas a poder avanzar demasiado y te verás
obligado a seguir el ritmo que te marquen los corredores que tengas delante.
Recomiendo, salir en la parte delantera del pelotón y forzar en los primeros kilómetros
por asfalto para situarte en la subida en una zona intermedia que te permita
llegar con holgura al primer corte.
Recuerdo que llegué a Plampraz un poco estresado con
los tiempos de corte. Se trata de una
gran carpa con una mesa bastante alargada.
Aún así, al ser el primer avituallamiento hay muchos corredores y es
difícil encontrar un hueco para alcanzar algo de comida y bebida. Me detuve unos minutos para cargar los
bidones, comí algo y seguí mi camino.
Ahora vienen unos kilómetros que parecen fáciles pero
que no lo son. Al principio, se puede
disfrutar corriendo por una cómoda bajada pero el resto es un continuo sube y
baja por senderos que si bien no son técnicos, hay que andarse con cuidado con
las piedras, los troncos y las ramas de los árboles. Los tramos de bosque se agradecen porque el
calor ya enseguida empieza a apretar.
Voy dentro de un grupo de corredores y trato de correr y mantener un
ritmo uniforme.
Llegamos a la estación de la Flégère, kilómetro 18 de carrera,
sobre las 7,48 de la mañana, en el puesto 572. No me queda una gota de agua y pensaba que en
ese punto habría un nuevo avituallamiento o al menos, un punto de agua. Sigo avanzando y empezamos otro tramo donde
es posible correr pero el terreno siempre pica hacia arriba; es el segmento que
en la UTMB enlaza Tete aux Vents con la Flégére pero en el Marathon du Mont
Blanc (90 km )
lo hacemos en sentido contrario. Se
cruzan varios puentes de madera y encontramos ruidosas cascadas de agua, agua
fresca provenientes del deshielo. Como
casi todos los corredores, nos detenemos a refrescarnos y a cargar los
bidones. Algunos paran más tiempo y
otros casi ni se detienen. En mi caso,
me refresqué la cabeza y rellené los soft flask.
Un poco mejor, sigo la ascensión hasta Tete aux
Vents. Es una zona complicada, con
enormes piedras, zonas con agua y con barro.
Se puede correr pero con cuidado.
Luego viene el largo descenso por las escaleras de piedra, algunas
sujetas con peligrosos hierros, de los que se utilizan para armar el entramado
metálico de las estructuras de hormigón. Como consejo recomiendo tomarse con calma el
largo y sinuoso descenso de Tete Aux Vents.
Es una bajada casi perpendicular que machaca rodillas, tobillos y
cuádriceps. Adelanto a algunos
corredores que no pueden seguir corriendo y descienden como buenamente pueden. Al bajar Tete Aux Vents, casi al lado de la
carretera, junto a una casa, hay una fuente donde muchos corredores se agolpan
a beber y a cargar los soft flask.
Aunque voy seco, por no esperar demasiado, comienzo la bajada por la
zona del Col des Montets, tramo que se hace en sentido contrario y en subida en
la Utmb. En esta bajada tengo
sensaciones encontradas. Siento que no
voy del todo bien y que las piernas se me acalambran.
El calor sigue apretando pero no paro de correr hasta
llegar al siguiente avituallamiento, Buet,
en el kilómetro en el kilómetro 28
de la ultra en el puesto 549, sobre las 9,49 horas de la mañana. Por este punto llegué casi más agobiado que
en Planpraz. Tenía la sensación de estar
demasiado cansado. Por suerte, la
organización ha puesto un sistema de riego por aspersión a lo largo de toda la
carpa y es fácil refrescarse. Este
avituallamiento está bastante completo y es un buen sitio para descansar un
rato y recuperar fuerzas, pues hasta el embalse de Emosson, kilómetro 43 no
habrá otro avituallamiento. Recuerdo que
había mucha gente animando y que el sabor de la bebida isotónica no me gustó
nada. Esto es un problema en muchas
ultras donde la organización no cambia de líquidos durante todos los
avituallamientos, esto es, agua, isotónico siempre del mismo sabor y refresco
de cola. Si vas bien del estómago,
perfecto. Pero si vas regular, sería
interesante que en los avituallamientos se fuesen variando los líquidos y que,
por ejemplo, en algunos se añadieran otro tipo de bebidas o de sabores.
Como digo, salgo un poco mejor, aunque las
sensaciones no son del todo buenas. Creo
que me está afectando demasiado el calor.
Ahora viene un tramo muy bonito, por zona boscosa y paralelo a un arroyo
de aguas cristalinas, Eau de Bérard.
Dejamos atrás una preciosa cascada, Cascade de Bérard, y justo al
lado un lindo restaurante del mismo nombre.
Como siempre, después de comer trato de tomármelo con tranquilidad
durante cierto tiempo para que la comida se me vaya asentando. Creo que no soy el único.
Avanzamos por el precioso sendero sombrío hasta que,
tras cruzar un puente de madera, giramos a la derecha y nos volvemos a situar
paralelos al arroyo de Bérard pero en sentido contrario. Comienza una nueva subida sin ningún
problema técnico, primero por zona boscosa que siempre se agradece, y luego por
diversos descampados, ya sin ninguna protección frente a la cegadora canícula. En este tramo me acompaña una chica con un
traje negro. Sin hablar, realizamos la subida y buena parte de la bajada
siguiente. El sol nos golpea sin
piedad, aún así, la subida se me hace llevadera y en poco tiempo llegamos al refugio de Loriaz, kilómetro 35 de carrera, sobre las 11,10 de la mañana, en el puesto
495, con un tiempo en carrera de 7 horas y 11 minutos.
En este punto hay una manguera donde los corredores
nos agolpamos como las abejas a la caléndula. El chorro del agua es generoso y
toda la zona está encharcada y embarrada.
Pero no importa, hay que refrescarse como sea. Tras llenar los bidones con el agua fresca de
la montaña, iniciamos el descenso.
Recuerdo que al pasar por el refugio, había una pareja de avanzada edad,
relajados, sentados en una mesa, tomando un café y leyendo. Esbozo una sonrisa. ¡Estos si que saben! –
me digo.
Me pongo a correr por que la pista y luego el sendero
que desciende por la ladera de la montaña, me invitan a ello y porque todavía
me siento con fuerza. La chica del traje
negro se pone detrás y luego me adelanta.
La vereda es estrecha pero sin apenas piedras y de tierra compacta. Además,
la inclinación es la suficiente para dejarse llevar y correr sin ir reteniendo. Tal vez sea esta bajada, otro de los
momentos de la ultra donde más disfruté.
Pero el calor sigue apretando y cada vez más. Llegamos al siguiente punto de control, muy
cerca de Vallorcine, la Villaz, kilómetro
38 de carrera, en el puesto 470,
a las 11,46 horas de la mañana, donde la organización ha
puesto otro sistema de riego por aspersión y puedo llenar los bidones. Creo que en este punto de control no existía
avituallamiento aunque ya no lo puedo asegurar (sólo punto de agua). Por este sitio, el tiempo de corte sigue
siendo muy ajustado, las 13 horas, esto es, transito con apenas una hora y
quince minutos por encima. No será hasta el kilómetro 62, en Le Tour, cuando
esos tiempos comienzan a suavizarse.
Observando la ruta para del año 2019 y también la de 2020, la carrera
también denomina a este punto de paso, en el kiómetro 38 como Le Mollard
pero en el seguimiento on line del live trail se denomina la Villaz.
Me uno a la
chica que me había adelantado y juntos seguimos descendiendo camino del embalse
de Emosson. No volvería a verla más en la carrera. Mi primer momento crítico en la ultra del Mont
Blanc fue la durísima subida a Emosson.
Por cierto, en este tramo entramos en Suiza y como siempre, hay que
vigilar los móviles y quitarle la transmisión de datos porque luego llega la factura
y nos podemos llevar alguna sorpresa.
Esta subida se realiza por un sendero estrecho que va
bordeando el “barrage de Emosson”, con un gran desnivel y sin apenas descanso y
sin mucha protección frente al sol.
Además, el calor apretaba con fuerza y, en mi caso, las pulsaciones se me
disparaban. No tuve más remedio que
realizar varias paradas buscando algo de sombra y oxígeno, aunque no era el único
que se tomaba esos segundos para reposar y frenar la aceleración cardiovascular. Aunque ya ha pasado casi un año desde aquella
subida, todavía la recuerdo como uno de los momentos en los que peor lo he
pasado en una ultra, pues me veía impotente, con la respiración muy acelerada, agobiado
por el esfuerzo y el calor. Fueron unos minutos eternos, de enorme sufrimiento
que no se pueden explicar con palabras, hay que vivirlos para sentir la dureza
de este deporte llamado trail running.
Para hacer más llevadero la subida, recuerdo que me
puse música en el móvil pero al rato lo apagué, y en un sufrimiento contenido, seguí
avanzando, muy poco a poco, un pie, delante de otro, ya sin agua en los
bidones. El último tramo es piedra
suelta que aún complica más el ascenso.
Pero todo en la vida y también en el deporte, tiene un principio y un
final, y después de casi dos horas de lucha contra mi mismo y contra la
montaña, pude llegar, no sin alivio, a la carretera que atraviesa el
embalse. La altitud del embalse es de
casi 2000 metros
y si, a pesar de la hora del día y del sofocante calor, había bastante nieve
dura a los lados del asfalto. Me
embadurné con ella y me refresqué la cabeza y el cuello. Caminando por aquel lugar, ya un poco más
relajado, tratando de bajar el ritmo del corazón, tomando un poco de oxígeno y
contemplando las preciosas vistas que se abrían delante de mí, me iba
mentalizando para afrontar la dureza de todo lo que me quedaba, pues todavía no
había llegado, ni siquiera, al ecuador de la ultra. Recuerdo que, por un instante, después de lo
mal que lo había pasado en esa última subida, me planteé la posibilidad,
incluso, de retirarme en este avituallamiento (Emosson) aunque en seguida, lo
descarté. Había que continuar.
Por este punto de control, Emosson, donde los turistas, familiares, y senderistas nos
jaleaban, transité sobre las 13,42 del
mediodía, llevando en carrera más de 9 horas y media y en el puesto 474. El avituallamiento se encuentra en una curva
de la carretera que subía desde el propio embalse, justo al lado del
restaurante, desde el que se pueden admirar unas vistas de ensueño y un sitio
inigualable para sentarse a tomar una copa con un aperitivo pero … (mejor dejarlo para otra ocasión). En fin, volvamos a la carrera. Como siempre, había que beber mucho líquido, creo
que comí algo de pan, refresco de cola y recargué los bidones. Hasta el momento no había tenido problemas con
el estómago y quitando la sensación de enorme fatiga, me encontraba bien. Sin embargo, a partir de este punto, la
situación se empezó a complicar. Para
esta carrera, decidí llevar unos sobres de isotónico, sabor limón, de la marca
Infisport. No me sentaron muy bien y
definitivamente, como se vio en la Eiger Ultra Tail 3 semanas después y,
anteriormente, en otras carreras, creo que ya siempre me voy a decantar por los
sobres de Victory Endurance, sabor mandarina, que hasta ahora no me han
fallado. Un problema, para mí
importante, que no tuvo en cuenta la organización es el excesivo calor, de tal
forma que, sobre todo, los líquidos y en especial, los refrescos de cola,
estaban a temperatura ambiente, esto es, caldo con gas, que no bebida
refrescante, pues la temperatura de aquel día, durante las horas de más calor,
osciló entre los 30 a
35 grados. En mi caso personal, he
hecho ya bastantes carreras y ultras, algunas muy humildes, y sin embargo, en
la mayoría se han cuidado de ofrecerte agua y otros líquidos que sirvan para
refrescarte, según las condiciones climatológicas, y si hace mucho calor, lo más
normal es que te ofrezcan las bebidas frías.
A partir de Emosson, y después del sufrimiento de la
subida al embalse, como digo, la carrera se me complicó bastante. Empiezo a sentir las primeras molestias
estomacales y noto como los gemelos se me van cargando más de la cuenta. Por de pronto, la nueva bajada no ayuda, pues
es mucho más técnica, hasta el punto de que al principio es bastante complicado
correr. Por ello, decido unirme a otros tres corredores que iban descendiendo a
un ritmo tranquilo. Es una zona con
partes de sombra y sol, con mucha vegetación media, raíces y piedras
puntiagudas. Avanzado el camino, la
situación mejora y podemos empezar a correr hasta que llegamos a las primeras
construcciones y casas en la falda de la montaña. Aunque no ha transcurrido
mucho tiempo, el calor nos obliga a beber continuamente y el líquido de los
bidones apenas si aguanta un rato. Por
esa razón, varios corredores nos sentamos a la sombra de una casa, típicamente
suiza, donde corría una estupenda agua fresca.
El calor me estaba matando y los gémelos me dolían. Apenas fueron varios minutos pero sirvió para
humedecerme la cabeza y cargar de nuevo los soft flask con el agua fresca de la
montaña.
Este tramo es más fácil y sigo corriendo, casi todo
por sendero, atravesando puentes, llanos con hierba baja, algún arroyo y tramos
de bosque hasta que llego al siguiente punto de control, que no
avituallamiento, de Chatelard Village,
en el kilómetro 47, todavía en Suiza.
Llegó con el corazón revolucionado, acalorado y los gemelos
ardiendo. Veo una carpa con dos camillas
vacías y varios fisioterapeutas de la organización cruzados de brazos. Como mi objetivo es terminarla y mi cuerpo
me pide un descanso, aprovecho el “parón” para darme un masaje, cortesía de la
organización en ese punto de control, mientras mi respiración y mi corazón se
van acompasando.
Al salir de allí, las pulsaciones han bajado, no así
el calor. Me encuentro algo mejor de los
gemelos pero las sensaciones estomacales van empeorando. A los 100 metros de abandonar Chatelard
Village, sobre las 15 horas de la tarde, tropiezo con un amplio estanque de
agua de la montaña. A veces los
corredores parecemos manadas de ñúes cuando llegamos a las fuentes, arroyos o
estanques a calmar la sed. Al menos,
allí no hay cocodrilos que nos amedrenten.
A partir de ahí, nueva subida pero menos
empinada. Trato de controlar la
respiración y las pulsaciones, sin pensar demasiado y con la única idea de
avanzar, paso a paso. A mediación de la
subida, creo recordar que me encontré con otro avituallamiento que, sin
embargo, no aparecía señalizado en el live trail (seguimiento telemático) y, al
menos, en 2019, no hubo punto de control.
Investigando un poco en la documentación, el avituallamiento es, según
el panfleto que uno lea, se denomina Les
Jeurs o también Les Esserts. Se trata de un avituallamiento de
sólo líquido (agua, isotónico y refresco de cola caliente) Desde el principio de la ultra mi cuerpo no
ha tolerado el sabor del isotónico y desde el segundo avituallamiento lo he
dejado de tomar. He ido avanzando a base
de agua y refresco de cola pero a la larga sabía que no me estaba hidratando
bien. Entre el calor excesivo y esa
incorrecta hidratación, al final lo acabé pagando.
Recuerdo que la carpa se encontraba por encima de una
zona de agua embalsamada. Sigo sin
mejorar, a lo que no ayuda el sofocante calor.
Como había un grifo de agua de la montaña, opto por llenar los bidones
con el agua fresca, antes que con la que ofrecen en la carpa. Sigo mi camino. Al poco se abandona la pista para continuar
por un bonito sendero. Al menos, la
subida no es tan pronunciada y ayudándome mucho en los bastones sigo avanzando
sin forzar mucho la respiración y las pulsaciones. Vamos dejando atrás la zona boscosa para
llegar a zonas de alta montaña donde sólo sobrevive la vegetación baja. La temperatura en esta altitud es más
agradable. Se escucha el ensordecedor
ruido de las cascadas de agua o el de los pequeños arroyos que serpentean entre
la hierba. Volvemos a pisar nieve, algo
de barro y en mi rostro se dibuja una leve sonrisa. Parece que me encuentro mejor. Será por la el descenso de la temperatura o porque
me refresco la nuca y la cabeza con la nieve.
Esta nueva subida se me hace más llevadera. Abandonamos Suiza y volvemos a entrar en
Francia. Por detrás dejamos el embalse
de Emosson y delante se abre camino el precioso valle de Chamonix, situándose a
nuestra izquierda la Croix de Fer, Tete de Balme, Col de Balme y el refugio del
mismo nombre. Más allá, en la línea fronteriza que crestea
por las montañas, Les Grandes Otanes. Por Catogne,
kilómetro 53, a 2050
metros de altitud, otro punto emblemático en la UTMB y
en la CCC (Trent-Vallorcine), transito sobre las 16,51 de la tarde,
en el puesto 409. Como digo, me encuentro algo mejor pero sigo
bastante cansado. Es una zona de pastos,
con escasa vegetación y sin árboles donde poder cobijarse. Se trata de una zona esquiable con unas
vistas majestuosas del Mont Blanc y de los gigantescos glaciares de los
Alpes.
Al girar hacia la derecha en dirección al siguiente
punto, Col des Possetes, observo a un corredor sentado en la vereda. Le imito y descanso varios minutos antes de
emprender un nuevo descenso. En el
avituallamiento de Col des Possetes,
kilómetro 57, hay dos voluntarias en
una carpa plantada en mitad de la hierba, con agua y refresco de cola a
temperatura ambiente. Algún corredor
descansa tumbado en el frondoso pasto pero, en mi caso, tras recargar con agua
los bidones de plástico, reemprendo la marcha. Si me quedo unos minutos más,
también me hubiera tumbado.
Tras una leve subida por la ladera de la montaña,
nuevo descenso por sendero sinuoso pero trotable para bajar hacia el pueblo de
Le Tour. Son unos cuantos kilómetros
en los que avanzo corriendo a buen ritmo, por una senda con algo de arenilla y
piedras pero nada que ver con el descenso técnico de Emossson. Sigo esbozando una leve sonrisa de euforia, después
de los malos momentos pasados, y sin darme cuenta, abandono el sendero y me
presento en un parking asfaltado, para continuar por la carretera que nos
conduce, atravesando buena parte del pueblo de Le Tour, entre los ánimos
y los aplausos de la gente, hacia otra gran carpa donde la organización alberga
el siguiente avituallamiento y punto de control, sobre el kilómetro 62. Por este punto, nos hicieron el control de
material haciendo especial hincapié en la chaqueta impermeable, el frontal con
pilas de repuesto y la manta térmica.
El avituallamiento está bastante completo aunque
sigue el problema de los líquidos, que siempre son los mismos y que no están
fríos. Entro y paso de largo por la zona
de alimentos sólidos. El problema
estomacal sigue latente y no quiero tentar a la suerte. La organización ha
dispuesto bastantes catres para que los corredores puedan descansar. También hay masajistas y/o
fisioterapeutas. Pienso que necesito
descansar un rato y tomar algo de aire, por lo que decido darme otro pequeño
masaje en los gemelos y cuádriceps que también se están sobrecargando. Tras
el masaje, me tomo un cuenco de fideos, sin caldo, que me sienta bastante bien
y retomo la ultra. Por Le Tour paso a las 18,24 horas, en el puesto 380
(por Plampraz, kilómetro 13, iba en el puesto 598) A pesar de todos los problemas, continuo
mejorando la posición
Ahora vienen unos largos 10 kilómetros hasta
Les Bois, que, sin embargo, son los más fáciles. Casi todo el recorrido es por pista forestal,
a través de mucho bosque y zona de sombra que amortigua el calor. Parece que la pasta se ha asentado bien en el
estómago y disfruto de estos kilómetros, corriendo y avanzando rápido. Atrás dejo los pensamientos de Emosson donde
me planteé la posibilidad de abandonar.
Siento que la carrera está más cerca y que ya sólo me queda una última
subida hasta Montenvers. Como se verá, estaba muy equivocado y los últimos 18 kilómetros se
convirtieron en un verdadero infierno.
El hecho de correr esos 10 kilómetros y
avanzar tan rápido me hizo llegar a la siguiente carpa, en un gran descampado
lleno de gente, bastante acelerado.
Seguía buscando líquidos fríos que la organización no se preocupaba en
disponer. O agua, o isotónica, siempre
del mismo sabor, o refresco de cola, todas a temperatura ambiente. Eso es lo que había en todos los
avituallamientos. Me senté unos minutos
cuando lo que debería haber hecho es seguir avanzando. Aunque a toro pasado todo es más fácil. Y volví a equivocarme al solicitar un nuevo
masaje cuando apenas me había dado otra “friega” 10 kilómetros
antes. Supongo que el esfuerzo y sobre
todo el calor me estaban afectando más de la cuenta. Pero
bueno, en mi mentalidad, estaba y siempre está la idea de disfrutar de todos
los momentos y en aprovechar, si es el caso, de los servicios que te pueda
brindar la organización. Por Les Bois, kilómetro 72, transité en la mejor posición de la ultra, en el puesto 376, sobre las 20,12 de la tarde, con más de 16 horas
de carrera.
Como digo, el descanso en Les Bois me sentó muy
mal. Salí de allí con muy malas
sensaciones, con ganas de vomitar y sin energías. Trato de no pensar demasiado y avanzar, a ver
si supero los malos momentos pero lejos de marcharse se incrementan hasta que
subiendo por una zona fácil de pista, empiezo a sentir arcadas y vomito varias
veces, sin apenas echar nada. Lo peor de estas situaciones es el apuro de que
me vean otros corredores. Según la ultra
y el lugar, al verte en esa situación hay más o menos corredores que te
preguntan. Si me preguntan le doy las
gracias. Recuerdo que en la
Transgrancanaria 2017, un corredor extranjero me ofreció un caramelo de
jenjibre que, aunque no estaba muy bueno, me ayudó en la subida a Roque Nublo.
De todos modos, tengo claro que me siento responsable
de mis actos y que soy consciente de las aventuras en las que me embarco. Muchas de estas carreras pueden convertirse
en auténticas salvajadas, en las que muchos se retiran o son retirados, y en cierto
modo, asumo, asumimos que vamos a pasar muy malos ratos, que tal vez, el calor,
el frío, la lluvia, la niebla o el viento nos pueden complicar la carrera,
cuando no algo peor como una lesión en los metatarsos, una caída, un esguince
de tobillo, un dolor en los tibiales, diarreas, vómitos o náuseas o que se te
cierre el estómago y no puedas comer nada.
Ya cada cual, decide como
gestionar todos esos problemas y hasta donde está dispuesto a llegar.
En fin, tras pasar unos minutos desagradables, me reincorporo
a la carrera y sigo progresando, bastoneando al ritmo que el cuerpo me
deja. La mente empieza a traicionarme,
pues al dejar la pista, pienso que ya estamos llegando a Montenvers pero nada
de eso. Todavía me quedará un largo
calvario hasta llegar al siguiente avituallamiento. Después de Emosson, esta subida me resultó la
peor, no tanto por su dureza sino por el factor mental. Como digo, tras dejar la pista, el sendero se
complica. La ascensión se vuelve más
empinada y cada minuto se convierte en una hora. Recuerdo que al inicio, tropezamos con un bar
donde algunos corredores optaron por detenerse para tomar un refresco. Decidí seguir. Se trata de un tramo técnico, con mucha
piedra escalonada que te obliga a un esfuerzo mayor. Necesito descansar y aprovecho esos escalones
para hacer alguna que otra parada. Mi
respiración se acelera y las pulsaciones también. No me encuentro demasiado bien. Sigo
sintiendo nauseas. Se me hace de noche y
enciendo el frontal. Algunos corredores
comienzan a adelantarme. Vuelvo a hacer
otra pequeña parada. Y así
sucesivamente, descansando, reanudando la marcha, con mucho sufrimiento, voy
subiendo. Después de un tiempo que se me
hizo interminable, allá en lo alto, se divisan luces. Aún así, todavía quedará un buen rato hasta
llegar al sendero que comunica Montenvers con la gruta de hielo excavada en el
glaciar de La mer de Glace. Al llegar a
la estación de Montenvers, casi de forma sorpresiva, mi cuerpo eclosiona y
empiezo a vomitar sin parar. Me aparto a
un lado y en la noche, apenas si algún corredor se dio cuenta. ¡Qué mal!
Llego al punto de control y avituallamiento de Montenvers, kilómetro 77, a más de 1800 metros de altitud,
sobre las 22,21 de la noche, en el
puesto 384. El avituallamiento es una carpa
junto al Hotel Montenvers, un vetusto hotel de principios del siglo XX. Montenvers es una estación de un tren rojo de
cremallera, de la misma época del hotel, que conecta Montenvers con Chamonix. Busco
una silla para sentarme y descansar. La
temperatura es agradable pero comienzo a estremecerme. Recuerdo que me eché un vaso de refresco de
cola y tras el primer sorbo lo tiré. Mi
estómago está cerrado y sé que todo lo que tome lo voy a expulsar. Me encuentro bastante mal. Me coloco la chaqueta impermeable para entrar
en calor. Apenas si miro lo que hay en
el avituallamiento. Quiero terminar la
carrera pero necesito descansar y tratar de cortar las arcadas. El problema es que mi estomago está vacío y
apenas he probado bocado en las últimas horas.
Además, mi hidratación no ha sido la más correcta y tal vez me esté
pasando factura. Supongo que el calor
también ha influido bastante para llegar a esta situación. Sólo con agua no basta para hidratarme. La cuestión es que no tengo fuerzas y si como
algo lo voy a vomitar.
Como siguen los temblores y empiezo a enfriarme
decido salir del avituallamiento. Justo al abandonar la carpa y antes de entrar
en el sendero hay una casa con luz.
Desde fuera, a través de un ventanal, observo a varios voluntarios
atendiendo a otro corredor que también se encuentra bastante mal, creo que
igual o peor que yo. Le pregunto al
voluntario que me abre la puerta si puedo pasar y descansar unos 15 minutos. Se hace el interesante pero al final me busca
una especie de cuchitril polvoriento donde intento tumbarme unos minutos. El
corredor al que están tratando ya se ha retirado y el voluntario me pregunta si
también me voy a retirar. Esta cantinela
ya me suena. En fin, creo que esta
decisión, la de entrar allí a tumbarme unos minutos, a toro pasado que siempre
es muy fácil, también fue un error pero en aquel momento me encontraba muy mal
y buscaba, por decirlo así, un sitio donde dejar reposar el cuerpo y tal vez,
la mente. Lo único que conseguí fue enfriarme y sufrir
más náuseas y vómitos.
Apenas si estuve 10 minutos que no sirvieron para
nada y enseguida salí por la puerta. El
voluntario, en una actitud, por decirlo de modo suave, muy poco colaborativa,
me volvió a preguntar si me iba a retirar.
Supongo que me vería con la cara muy blanca. Y me lo volvió a preguntar con la mirada
cuando nada más salir de la casa y tomar el sendero, volví a vomitar por varias
veces.
Con cara de pocos amigos, le digo que no. Muchas gracias por tu ayuda– le espeté. Y
seguí mi camino.
Apenas si me quedaban 13 kilómetros para
terminar la ultra. Al fondo se veían las
luces de Chamonix pero ahora, sin saberlo, me quedaba una suave ascensión por
una zona bastante técnica, o al menos, así me lo pareció. Albergaba la idea de que fuera una travesía
fácil, un falso llano pero no. Se trata
de un nuevo tramo de subida y todo lo que era subir me aceleraba la
respiración. No es un trecho
especialmente peligroso pero hay que tener en cuenta que, al lado derecho, en
algunos pasos, había una interesante caída.
Por este tramo seguí haciendo lo mismo, es decir, parar y avanzar. Lo más acuciante en ese momento, una vez que
había vomitado muchas veces, y parecía que las arcadas iban desapareciendo, era
hidratarme correctamente. Me fueron
pasando varios corredores. A algunos de ellos, de forma aleatoria, les pedí si
llevaban isotónico o un sobre con polvos de electrolitos, cualquiera que fuese
la marca. Me decían que no. Obviamente, les hablaba en español y allí
había corredores/as de todas las nacionalidades por lo que no se si me
entendían. Si recuerdo a un corredor que
al hablarle, automáticamente compartió la mitad de su soft flask conmigo. Lástima que sólo llevara agua, aún así le
estaré eternamente agradecido porque lo hizo con una determinación que me dejó
sin palabras.
Y así seguí avanzando en la noche, sólo, con algunas
luces por delante y algún frontal por detrás, divisando muy abajo, como un halo
de esperanza, la ansiada meta, el valle de Chamonix, plagado de luces, como si
de un enjambre de luciérnagas se tratara.
Son 6 kilómetros
hasta el último avituallamiento, Plan de l´Aiguille, y como las subidas
a Emosson y a Montenvers, también se me hicieron eternos. De hecho, estos 18 últimos kilómetros son,
junto a los de la Ultra Haria Extreme de noviembre de 2016, los más
largos. Obviamente, según avanzaban los
minutos, lo que menos me importaba era la clasificación pero al menos, seguía
albergando la intención de terminar la carrera.
En estos momentos, también la mente juega su papel y por un segundo estuve a punto de dejarlo. Llevaba ya
bastante tiempo caminando cuando, a lo lejos divisé una potente luz que,
enseguida asocié al último refugio de montaña, Plan de l´Aiguille. A pesar de las circunstancias, una alegría
contenida empezó a invadirme, pues si esa luz representaba llegar al último
refugio, ya solo me quedaría descender. Me
fui aproximando y la luz seguía resplandeciendo con fuerza pero cual fue mi
desilusión cuando al llegar, no encontré más que dos voluntarios, un chico y una
chica, con un potente foco y rodeados con material de emergencia y rescate. Aún
así me detuve a hablar con ellos. Les
comenté que me encontraba bastante mal, que estaba deshidratado. Les pedí si tenían bebida isotónica o algo
que llevarme a la boca y que me pudiera sentar bien. Nada.
Lo único que si acepté fueron unas gominolas. No hablaban español pero aún así nos podíamos
entender. Esta situación me recordó a mi
encuentro con aquellos voluntarios en aquella cabaña, en los Alpes Marítimos,
en la segunda noche de la durísima Ultra Trail Cote d´Azur Mercantour de agosto
de 2017. Me tomaron la tensión y la
saturación del oxígeno en sangre y todo bien.
También me abrigaron con una manta térmica. No recuerdo exactamente cuanto tiempo estuve
con ellos, posiblemente más de una hora. Si recuerdo que por un instante pensé en
abandonar allí y bajarme con los dos voluntarios. Pero me quedaba muy poco para terminarla. No
sabía qué hacer. Delante de nosotros
pasaron corredores y más corredores pero allí me encontraba bien y decidí
seguir sentado. ¿Hasta cuándo? El tiempo seguía avanzando, inexorable. Los tiempos de corte se iban
aproximando. Si no salía, tal vez no
podría terminar la ultra a tiempo.
Al final me levanté y les dije que seguía en carrera.
Iba a intentar terminarla. Les dí las
gracias y continué mi camino. Han pasado
muchos meses desde esta ultra, desde aquella noche subiendo a la estación de Montenvers
y desde Montenvers al refugio de montaña de Plan de l´Aiguille. Escribo esta crónica en estos días inciertos
de cuarentena del año 2020 pero aún así, sigo recordando nítidamente la
determinación de aquel corredor desconocido ayudándome con el agua de su soft
flask y la de aquellos chicos, amables voluntarios, tratando de ayudarme.
Avanzo. Atravieso una zona de charcos, nieve y barro
y más charcos que trato de sortear con cuidado y sigo caminando. Como siempre,
todo resulta muy fácil escribiendo una crónica desde el ordenador, en la
comodidad de la casa. Por eso intento
explayarme en los malos momentos, con el afán de aproximarme al verdadero
sufrimiento que padecí en esos concretos instantes en lo que, como loco, iba
buscando otra nueva luz, pero esta vez trataría de asegurarme que fuera la del
refugio. Y en efecto, después de un tiempo
que volvió a ser interminable, pude llegar al último avituallamiento y refugio
de Plan de l´Aiguille, a 2200
metros de altitud, sobre la 1,20 de la madrugada del
sábado 29 de junio, en el puesto 485 (más de 100 corredores me adelantaron). Allí había congregados muchos
corredores. Hablé con uno de los
voluntarios y le comenté que estaba muy deshidratado. Le pedí si me podía ofrecer algo distinto de
lo que tenían en el avituallamiento (agua, isotónica y refresco de cola) y me
dijo que no. Les pregunté por las
bebidas del bar del refugio pero se negaron.
Lo único que me ofrecieron fue te caliente. ¿Qué hice? Pues lo único que podía. Buscar un lugar
donde sentarme y muy tranquilo, tomarme a sorbos la infusión y “rezar” lo que
supiera para que me sentara bien. Creo
que estuve unos 15 minutos. Tenía tiempo
para descender y llegar a meta aunque tampoco me podía confiar porque
desconocía la dificultad de la bajada.
Se trata de una larga bajada en continuo zigzag donde
en menos de 7
kilómetros se descienden 1100 metros de
desnivel. Salvo el primer tramo, más o
menos técnico, el resto se hace llevadero aunque hay que tener en cuenta que la
senda es bastante pronunciada. Intento
correr en varios tramos y adelanto a algún que otro corredor pero como siento
que no me encuentro bastante bien, al llegar junto a un numeroso grupo que baja
bastante tranquilo, decido unirme a ellos.
Vamos andando a un buen ritmo, todos en silencio, sólo roto por nuestras
pisadas. Se nota que estamos muy
cansados y en nuestros semblantes es fácil descubrir unas ganas locas de
terminar, por fin, la aventura. Se trata
de un sendero por la ladera boscosa de la montaña y fácilmente observable desde
Chamonix. De hecho, si uno toma el
teleférico L'aiguille du Midi, podría percatarse del mismo. El descenso es muy largo y me da tiempo para
recordar los malos momentos pasados y la alegría por, a pesar de todo, tener el
coraje y la voluntad de haber continuado.
Las luces de Chamonix parece que siempre están muy a lo lejos y que
pasan los minutos y seguimos igual.
Tras una bifurcación los carteles no engañan y la meta se encuentra
cerca. Por fin, pasamos por un arco de
control y salimos al parking trasero del teleférico de L'aiguille du Midi,
donde algún familiar nos aplaude. Por
fín, puedo resoplar y decir que la carrera se ha terminado. Algún que otro corredor me adelanta y se pone
a correr para arañar unos minutos al crono. En mi caso, me da igual un puesto
arriba o abajo. Si recuerdo que un
hombre mayor, al adelantarme, me saludó y me sonrió, y en su idioma, aunque
perfectamente entendible, me dijo que la ultra era muy técnica y exigente.
Avanzo por la calle comercial de Chamonix, bandera de Trail Running Málaga en mano, giro a la
izquierda, en dirección a la Plaza de la Amistad, entrando en meta en un tiempo
de 23 horas y 19 minutos, sobre las 3,19 de la madrugada, en el puesto 491 de
la general de 555 que terminaron, de mil corredores que habían partido unas 24
horas antes.
Al llegar a meta, tras la entrega de la bonita y
merecida medalla, no tanto por el tiempo, sino por el sufrimiento y esfuerzo
realizado, me quedé allí un buen rato, contemplando la entrada de los últimos
corredores mientras disfrutaba saboreando algunos dulces que habían dispuesto
allí. En realidad, lo poco que había
comido lo había vomitado y al llegar y descansar, tenía hambre. Después
me fui a dormir y descansar al hotel pero como la organización de esta carrera
se alarga durante todo el fin de semana (la prueba reina es la Marathon que se
celebra el domingo), al amanecer del sábado, a primera hora, me dirigí al
gimnasio L´ensa, cerca de la Plaza Mont Blanc, donde me dieron un último masaje
y posteriormente, a almorzar en el Centro Deportivo Richard Bozon. Y fin de la historia.