jueves, 17 de agosto de 2017

VIII EHUNMILAK -7,8 y 9 de julio 2017 (168 km. y 11000 +)

     CRÓNICA EHUNMILAK 2017 (168 KM. y 11000+)

     Ha pasado más de un mes desde que finalicé la EHUNMILAK 2017 (168 km. y 11000 +) y aunque me ha costado más escribirla que correrla, no obstante, tal y como había prometido, subo esta crónica-aventura de la carrera al blog y a las redes sociales, y como siempre, espero que sirva de ayuda para otros corredores en los años venideros.


       Desde un punto de vista objetivo, sobre todo por el desnivel acumulado, sin duda que es la más dura que he realizado hasta la fecha, aunque, a posteriori, una vez concluida, tal vez no sea en la que más haya sufrido, pues sabía, aun cuando estuve parado casi 2 horas, una vez bajado el Aizkorri y debido a un fuerte dolor de rodillas, que, en ningún momento pasó por mi cabeza la idea de retirarme, idea que si estuve a punto de cumplir en la UTMB 2016, amén de otras ultras como la Ultra Sierra Norte 2014 o la Haría Extreme 2016, donde los picos de sufrimiento y agonía alcanzaron fuertes cotas.

      Al final, una vez que lo consigues, pierde toda importancia el tiempo. No obstante, a priori, si bien mi principal propósito, como el de todo ultrero, era el de finalizar la prueba, albergaba la esperanza, según como se desarrollara, la de intentar bajar de 42 horas y, por supuesto, para mi ya sería un gran logro terminar por debajo de las 40 horas. Ni lo uno, ni lo otro, pero aún así, me siento muy satisfecho con haberlo conseguido en esas 42 horas y 20 minutos.

     Volviendo al inicio. Encaraba esta carrera con mucho y profundo respeto, tanto por la distancia, como sobre todo, por el desnivel. Sufrí muchísimo en la UTMB de 2016, terminándola en más de 43 horas y sabía que esta, más dura, me acarrearía un tiempo similar, o lo que es lo mismo, casi dos días con sus dos noches. Como digo, esta carrera la he estado siguiendo durante los últimos años, (ficha técnica, crónicas, vídeos etc.) y sabía que tarde o temprano iba a tocar. Durante los meses de invierno lo estuve meditando y al final, antes de que finalizara el primer periodo de inscripción, el más barato, me decanté por intentarlo y probar suerte.

     Pero como en todas estas pruebas, casi siempre te inscribes 5 o 6 meses antes de realizarla y no sabes, cuando llega el momento, como te vas a encontrar, tanto física como mentalmente. En mi caso, tras la épica Ultra de Bandoleros, empecé a sentir ligeras molestias en la rodilla izquierda que despertaron definitivamente a finales de mayo y que casi me impidieron la participación en el Trail de Bosques del Sur.

     Aprovecho este comentario para hacer una reflexión a título personal (sin ánimo de aconsejar a nadie) sobre estas pruebas de ultra resistencia. A mi modo de ver, desde el punto de vista de un corredor popular con más pundonor que capacidad física y genética, este tipo de ultras, sobre todo, las que conllevan más de una noche, suponen un desgaste físico en todo el organismo de una magnitud enorme que, tarde o temprano, pueden acabar pasando factura. En cierto modo y en mi humilde opinión, son pruebas inhumanas, es decir, creo que superan las capacidades orgánicas, musculares y articulares de un ser humano medio, lo cual no quiere decir que no se puedan realizar. De hecho, hay auténticos titanes, con una genética y unas cualidades prodigiosas que las finalizan en tiempo record, incluso en pruebas más duras que la Ehunmilak, con un kilometraje y un desnivel superior, aunque, bien es verdad, a tenor de los comentarios y crónicas personales, dichos esfuerzos no están exentos de grandes sufrimientos y esfuerzos que les llevan a dosificar tales gestas, y en ocasiones, a transitar por largos periodos de recuperación cuando no de lesiones continuas.

       Se trata de un deporte con muy pocos años de vida y donde se desconoce la repercusión que tales esfuerzos pueden producir, a la larga, en el organismo y donde, en muchas ocasiones, se observa una competencia entre los organizadores para ver cuál es la más dura y exigente o cuál es la más técnica o montañera. En muchas, cada año van modificando el recorrido para incrementar la distancia pero sobre todo para buscar ese sendero olvidado, esa pedrera intransitable, ese barranco resbaladizo, etc. que, tal vez, para ciertos corredores no supongan mucho riesgo pero que para el común de los mortales y para muchos corredores, entre los que me incluyo, además del agotamiento acumulado cuando llevas en tu cuerpo horas y horas de esfuerzo, de fatiga, de falta de sueño, etc. suponen un peligro real. Si a eso le añadimos, situaciones atmosféricas desfavorables y habituales en la montaña, tales como lluvia, nieve, granizo, niebla densa, vientos fuertes, relámpagos, o intenso calor, entonces, reza todo lo que sepas si quieres seguir o lucha contra el sentido común, tu mente y una lógica aplastante para decirte que lo que haces es de gran dureza y está movido por un superior afán de superación y si no, siempre está la opción de una “valiente” y tal vez, sensata, retirada a tiempo, salvo que la organización entienda que hay un peligro real y modifique el recorrido o suspenda la carrera. Ni que decir tiene que si la terminas, sabes del esfuerzo y sufrimiento que te ha supuesto y que salvo los que la han terminado y los habituales en este mundillo, la mayoría desconocen, pero a veces, y me incluyo, no valoramos lo suficiente el peligro real de los lugares por donde hemos transitado. Por supuesto, que hay carreras y carreras, y si en algunas no ves a más voluntarios que los de los avituallamientos y poco más, en otras, como en esta, la Ehunmilak, he de decir que la organización es asombrosa y el número de voluntarios está repartido por todo el recorrido, siempre con unas formas amables y unas palabras de ánimo (“oso ondo”).

      Resumiendo, y acabo con esta reflexión, aunque, dicho sea de paso, no soy el mejor ejemplo a seguir, se desconoce el impacto que a la larga puede producir no solo a nivel articular o músculo-esquelético-tendinoso, si no también en el organismo en general, por ejemplo, a nivel cardiaco (arritmias), la realización de estas “carreras-gestas”. Como siempre y afortunadamente, cada ser humano es único y las respuestas fisiológicas de cada uno van a ser distintas, influyendo multitud de aspectos tales como alimentación, descanso, entrenamiento, exposición a las condiciones atmosféricas, correcta hidratación, genética, estrés, etc. aunque, pienso, a decir verdad, que tampoco hay que ser un experto en anatomía o medicina para hacer ese tipo de predicciones, puesto que se trata de un deporte con gran exigencia física, muy lesivo, con mucho impacto y con infinitos movimientos repetitivos. Mi respuesta siempre será la misma: escucha los avisos de tu cuerpo, cancela o no te inscribas a las carreras en las que veas que no vas a poder llegar, dosifica los entrenamientos (más vale llegar bajo de forma que sobre-entrenado) y cuídate mucho para que esta afición y la de muchos, se alargue en el tiempo. Aunque claro, entre la lógica y el deseo, entre la razón y la voluntad, al final, uno siempre hace más carreras y kilómetros de los que debe.

      Volviendo a las semanas previas a la carrera, decir, que, precisamente por esas molestias en la rodilla izquierda estuve a punto de no acudir a la Ehunmilak. De hecho, casi durante una semana, a mediados de junio, y viendo que persistía el dolor, me había hecho a la idea de que no iba. Lo curioso del tema es que no podía volcarme en el entrenamiento cruzado, es decir, la bicicleta de carretera, porque es precisamente el movimiento de pedalear el que más afecta a la articulación. Con pesar, tuve que dejar durante todo el mes de junio la bicicleta, y ya trataría de retomarla después de la ultra. Eso sí, decidí subir el sillín, a ver si con la nueva posición disminuía el dolor de la rodilla izquierda en el pedaleo.

     Como digo, aunque estuve a punto de cancelar el viaje, sin embargo, después de un entreno en Sierra Nevada, subiendo y bajando el Veleta, noté no solo cierta mejoría si no que me remitía la molestia. Seguí con esos entrenamientos, escasos, para no forzar, y con un método de fisioterapia basado en ondas de choque y sin tocar la bici, y bueno, al final, se veía algo de luz al terminar el túnel y en las últimas semanas, tuve claro que iba a hacer el viaje y que, con seguridad, estaría en la línea de salida aunque soy consciente que la rodilla no está del todo recuperada. Lo que iba a ocurrir en la ultra iba a ser toda una incógnita. Son tantas horas, tantos kilómetros y tanto desnivel, amén de otras circunstancias, que uno no sabe nunca como va a responder el cuerpo.

       En cuanto a mi otra lesión, la que se ha vuelto crónica y padezco desde febrero de 2015, es decir, la tendinopatía en la inserción proximal de los isquiotibiales, sobre todo, el bíceps femoral, parece que, tras las últimas sesiones de EPI y fisioterapia, mejora algo aunque sigue presente. Por suerte, en esta carrera, apenas si apareció y después de tanto tiempo, creo que la tengo controlada o tal vez no, y sea el cuerpo el que con sus mensaje me tiene controlado a mí.

        Centrándonos ya en los días previos a la carrera, decir que el miércoles, por la tarde, al salir del trabajo y tras un fugaz paso por casa y despedida de mis niñas (mujer e hija), cogí el coche y me encaminé hacia tierras extremeñas como punto intermedio para descansar y pasar noche en Coria (Cáceres) y de paso, visitar a mis padres.
Al día siguiente, tras un buen desayuno y muy bien atendido, salí en dirección a Beasain donde llegué sobre las 15,30, tras más de 1000 kilómetros de carretera. Una vez descansado, ya en la habitación del hotel, en el pequeño pueblo de Olaberria, esa misma tarde pasé a recoger el dorsal.

        
       Recuerdo que para esa tarde daban tormentas pero al final no llovió, misma tormenta que anunciaban para el inicio de la carrera, sobre las 6 de la tarde del viernes y que tampoco se produjo. En la recogida del dorsal, con muchos voluntarios, te colocan una cinta en la muñeca con un sensor que tienes que ir pasando en cada control (se observa muy bien en los videos). Luego también llevamos una baliza, la misma que en el Ultra del Genal, que pesa unos cuantos gramos y que cada uno coloca en la mochila como puede.

        El viernes por la mañana aproveché para preparar las mochilas que se podían dejar en las dos bases de vida, la de Tolosa, en el kilómetro 77 y la de
Etxegarate, sobre el kilómetro 130, y dejé la habitación del hotel. Otra pequeña reflexión sobre una cuestión monetaria. Ya en su momento mandé un correo a la organización sobre la utilización del pabellón como suelo duro pero me dijeron que no, que se podía utilizar durante el día para descansar pero no para pasar la noche. En principio, había reservado 4 noches de hotel pero luego, pensé que, si todo iba bien, dos noches iba a estar danzando por la montaña. ¿Para qué pagar por un servicio que no recibes? Al final, decidí cancelarlas y coger sólo dos noches, esta primera en Olaberria, de jueves a viernes, y luego otra noche, del domingo al lunes, para descansar en otro hotel, cerca del pabellón. Me ahorré casi 100 euros. El único inconveniente es que no pude echarme una siesta el viernes después de comer en la pasta party.

        En cuanto al material que iba a utilizar, el de las últimas carreras, es decir, la mochila Salomón 12 litros, la chaqueta impermeable Salomón Bonnatti y las zapatillas Hoka Mafate Speed 2 que van sumando kilómetros. Los bastones, los de siempre, los Black Diamond Distance Z de 130 cm. A pesar de que daban bastante probabilidad de lluvia, decidí arriesgarme con la Bonnatti en vez de una más impermeable como la Marmot y que ya utilicé con muy buenos resultados en Bandoleros 2017. En cuanto a barritas y geles, los del Decathlon, los más baratos (paso de gastarme una pasta en otras marcas) alguna caña de chocolate del Lidl (para solucionar una bajada de azúcar), una barrita de 85 gr de Victory Endurance y un gel líquido, detalle de la tienda Triaworld de Rincón de la Victoria.

        
     
         Sobre las 13 horas me dirigí al Palacio Igartza, construido en el siglo XVI, en el centro de Beasain, y rodeado de jardines, a la comida de convivencia previa a la carrera, la pasta party. Un buen plato de macarrones con tomate, dos plátanos y un poco de brazo gitano fue lo que comí. Allí, compartí mesa con los periodistas de varios países que iban a transmitir en directo, vía radio, en formato “non stop”, las primeras 30 horas de carrera, entre ellos Mayayo Oxígeno, todo un representante de este mundillo. Al poco, me encontré con mis compañeros de club, dos máquinas totalmente sincronizadas, Nono (Antonio Martín Herrera) y Bulla (Antonio Sánchez García), y con Manuel Gutiérrez Fernández, creo que del Jarapalos Trail. Me cambié de mesa y me uní a ellos y juntos charlamos un poco de todo, de la carrera de la organización, de los planes futuros, etc. Allí también conversé con un vasco que había hecho la Ehunmilak 7 veces, ¡ahí es nada!; llegando a finalizar un año en 31 horas, lo cual es un verdadero tiempazo. Lástima pero no llegué a saber su nombre. Le pregunté por las zonas más complicadas y me remitía a los 15 kilómetros entre Lizarrusti y Etxegarate, del 115 al 130 de carrera, donde se atraviesa un bosque con mucho barro cuando ya se llevan muchos kilómetros en las piernas. Lo mismo vino a señalar un gallego, Gonzalo Novoa Rodríguez, otro titán, que ya la hizo en 2014 y este año repetía. Le pregunté por algún tramo técnico y me decía que lo más dificultoso era el barro acumulado. Al gallego lo volví a ver en los vestuarios del pabellón, dos horas antes del inicio de la ultra y también pude desearle suerte en la salida. Hablando con él me comentó que tiene un blog, en gallego, cuyo título es su propio nombre y como dato curioso, ha hecho ya en tres ocasiones la Ultra de Bandoleros, entre ellas, la de este año 2017 que, si no me equivoco, la completó en un tiempo de 27 horas, un tiempazo. Aprovecho esta crónica para felicitar a este gran corredor que finalizó la Ehunmilak en un tiempo extraordinario de 28 horas y 41 minutos, en el puesto 16 de la general. Sencillamente, brutal. Igualmente, le deseo mucha suerte en las próximas gestas seguidas que intentará en agosto y septiembre, UTMB y TOR DES GEANTS, “casi nada”. Desde estas líneas, mucha suerte en tu aventura y como bien me dijiste: “no sólo de carreras y ultras de montaña vive el hombre, hay muchas más cosas en la vida y de vez en cuando siempre viene bien un largo descanso” lo que enlazo con la reflexión del inicio de esta crónica.

        
       Tras la comida y las fotos de rigor, me despedí durante unas horas de Nono, Bulla y Manuel Gutiérrez (ellos se iban a echar una siesta a la casa que habían alquilado) y yo aproveché para entregar las bolsas de las bases de vida de Tolosa y Etxegarate. En ese camino me encontré con otros dos máquinas malagueños, Javier Martín Losada y Pablo Martínez Espino. El primero es de Nerja y lo conocí en la Ultra de Picos de Europa. Consiguió un grandísimo resultado en el Ultra Trail Bandoleros 2017, igual que Manuel Gutiérrez. Al segundo no lo conocía y me lo presentaron. Creo que es de Ronda. Ambos hicieron la carrera juntos y finalizaron en un tiempazo de 38 horas y 50 minutos. También saludé a Carlos Javier García López que, por cierto, me adelantó en la mañana del domingo, llegando al último avituallamiento en Mutiloa, y que, dos semanas después realizó como corredor escoba el Gran Trail Aneto-Posets, ¡otra fiera!.

        Tras depositar las mochilas, traté de relajarme en una cafetería, releyendo el periódico y escuchando las batallitas que un hombre mayor contaba sobre su vida a la camarera del local. Al cabo de varias horas, me fui al pabellón deportivo a prepararme para la Ehunmilak, donde como ya he dicho, coincidí con Gonzalo Novoa y otros corredores. Uno de ellos también me previno de la bajada hacia Azpeitia (km. 53) y por la bajada hacia Tolosa (km. 77); que tuviera cuidado en las mismas - me advirtió; y que si hacía mucho calor, que tratara de apretar durante las noches. Como consejos, están muy bien pero luego, la capacidad física y demás circunstancias, nos dejarán avanzar como buenamente se pueda.

       En el vestuario hace calor y sudo bastante. Me refresco varias veces y sin darme cuenta se me echa el tiempo encima. Al salir del pabellón, paso por mi coche para dejar una mochila y realizar los últimos preparativos como, por ejemplo, cargar los soft flash con bebida isotónica. Hace bastante calor, humedad y mucho ambiente por las calles y los corredores nos vamos encaminando hacia la salida. La tormenta no acaba de formarse. Esperemos que pase de largo y no afecte al desarrollo de la carrera.

Cuando voy andando, con aparente tranquilidad hacía la línea de salida, me doy cuenta que me falta un complemento obligatorio, el DNI y, según el reglamento, si no llevas uno de los materiales obligatorios, ese incumplimiento supone la expulsión de la carrera. ¡Maldita sea! Vuelta en dirección contraria a la carrera (falta unos 20 minutos para el “chupinazo”), vuelvo corriendo al coche a recoger el DNI que se me había olvidado. Este contratiempo quedó en anécdota pero en ese momento me dio bastante rabia y más con el calor que hacía.

      
     


Pasado el mal rato, atravieso el control de salida y me acerco donde están Nono, Bulla y Manuel Gutiérrez. Ya más tranquilo converso con ellos y les explico lo ocurrido. Veo delante, entre otros a Javier Domínguez Ledo, posiblemente el favorito para ganar la ultra, como así sucedió. También saludo a otro grandísimo corredor, ni más ni menos, que el ganador este año de la épica Ultra Trail Bandoleros 2017, muy joven y con gran futuro en el mundo del trail, Rafael Romero Sánchez. Al final, consiguió un buen resultado en la Ehunmilak llegando en 30 horas y 54 minutos, en el puesto 38, aunque creo, por lo mostrado en Bandoleros que puede hacerlo mucho mejor y sino, al tiempo. Saludé también a la ganadora en categoría femenina, Silvia Trigueros Garrote, a la que sigo a través de las redes sociales no solo por los resultados que cosecha sino por la sinceridad con la que escribe sus detalladas crónicas. ¡Todo carácter!

      Las previsiones meteorológicas para los próximos días no estaban muy claras. ¿Habría o no tormenta? ¿Habría mucho barro? Lo más seguro que tuviésemos llovizna intermitente y que mejoraría en la mañana del sábado pero no estaba muy claro. Las predicciones cambiaban casi cada hora.

     Tras los últimos prolegómenos, como la típica danza de la cultura vasca (aurreskus y bertsolaris) y los consejos y las advertencias de la organización reclamando paciencia a los corredores por las medidas que se puedieran adoptar en caso de tormenta o malas condiciones atmosféricas y ante una expectante afición que se congregaba en las calles de Beasain, móviles en mano, empezó a sonar la música de Vangelis…y con los típicos nervios y ansias de todos, se dio la salida, a las 18 horas del viernes 7 de julio.


     Tras cruzar las calles de Beasain, atestadas de gente animando, giramos hacia la derecha buscando la primera montaña con su antena-repetidor en lo alto y divisible desde la ciudad. Como siempre, la carrera nace muy comprimida y hay que ir haciéndose hueco, evitando en los primeros metros cualquier tropiezo o la pérdida de algún gel, barrita o lo que es peor, material obligatorio.

      En seguida, pierdo de vista a Nono, Bulla y Manuel Gutiérrez que avanzan a un ritmo superior al mío y al poco me pasan Javier Martín Losada y Pablo Martínez, y un poco más tarde Carlos Javier García. Los primeros kilómetros transcurren por asfalto hasta que entramos en carril de tierra. El primer contratiempo de la carrera se produce cuando no soy capaz de desplegar los bastones debido a la humedad. Tengo que parar de correr y utilizar mi propia camiseta para abrirlos.

        
       Siguen pasándome corredores pero voy tranquilo. Esto acaba de empezar y no quiero forzar más de la cuenta. Sobre el kilómetro 3 se produce un tapón cuando abandonamos el carril y entramos en un estrecho y empinado sendero en medio del bosque. Me viene bien para recuperar la respiración, que siempre se acelera más de la cuenta. La subida es bastante fuerte y poco a poco me voy estabilizando, tanto en posición como en el control de la respiración. Comentar también que durante este primer tramo coincido en varias ocasiones con tres corredores, los tres con camisetas azules, que van formando equipo y son de Málaga, o por lo menos, residen en Málaga. Uno de ellos es un habitual de las carreras por Andalucía, Luis Amores Cuberos. Los otros no los conocía. Nos animamos mutuamente.

      En este primer tramo, hasta Mandubia, hay 1000 + y 10 kilómetros. Se sube a lo alto de un repetidor-antena, donde se agolpa gran cantidad de aficionados que nos jalean con gran entusiasmo. Luego viene una bonita bajada por sendero de tierra en la que empiezo a recuperar y a correr con cierta alegría, para seguir por zona de carril con continuas subidas y bajadas y siempre en medio de un frondoso bosque y con una temperatura agradable pero con mucha humedad y eso sí, con mucha gente animando en algunos puntos donde pueden llegar los coches. Tras ese tránsito ondulante por la parte alta de la montaña, casi todo por carril en perfecto estado, comienza una bonita bajada por senda dejando al margen derecho una hermosa pradera para luego adentrarnos, de nuevo, en el bosque y seguir descendiendo por un sendero casi sin piedras, muy trotable, hasta llegar al primer avituallamiento situado en otra verde explanada, justo antes del pueblo de Mandubia (kilómetro 10) y donde se agolpa gran cantidad de gente animando. En esta bajada empecé a sentir molestias en el pie izquierdo por tener bastante apretado los cordones de la zapatilla pero por ahora sólo era una leve molestia por lo que seguí avanzando con esa ligera contrariedad y no fue hasta el avituallamiento de Gorlako Gaina, ya en el kilómetro 29, cuando decidí parar un momento para desaflojarme un poco los cordones, quitándolos del último ojal, aunque el moratón ya me lo había producido. Volviendo a los primeros kilómetros, como es evidente, estamos a tope de fuerza y el descenso lo hago bastante rápido y con agrado, disfrutando porque el cuerpo va respondiendo a los kilómetros, aunque todavía es muy pronto, pero nunca está de más empezar bien. El tiempo por este punto lo realicé en una hora y 36 minutos, si bien, bastante retrasado en la clasificación general, en el puesto 264.

        
        Rellené bidones, comí algún trozo de plátano, un vaso de isotónica y otro de refresco de cola y a seguir.  El siguiente intervalo, hasta el pueblo de Zumárraga, son otros 10 kilómetros. El principal escollo es una dura subida por un sendero en zig-zag con mucha pendiente y en cuya cima hay una enorme cruz donde algunos voluntarios de la organización nos animan con alegre entusiasmo. Se trata del monte Izazpi. Pero antes tenemos unos cuantos kilómetros por carril con subidas y bajadas y en los que aprovecho para ir más o menos tranquilo y comiendo y bebiendo algo. En estos kilómetros me uno con un grupo bastante simpático al que también se acaba sumando el equipo malagueño. Juntos, justo por detrás Luis Amores y el resto del equipo malagueño, con alguna simpática “charleta”, subimos la fuerte pendiente a la cruz del Izazpi. Ni que decir tiene que las vistas son espectaculares.

      Tras pasar unos primeros kilómetros con la respiración acelerada, empiezo a sentirme mejor. Parece que la tormenta no despierta aunque nos acompaña una niebla bastante densa, que viene y que va, aunque nos permite divisar las montañas y las verdes laderas boscosas y que también alivia y refresca, aunque luego, ya en la noche, esa niebla se transformó en una pertinaz llovizna que nos fue calando durante toda la oscuridad nocturna.

       El grupo con el que realicé la ascensión al Izazpi o Izaspi, no lo volví a ver durante toda la carrera. Respecto de los malagueños, al final me alegro por ellos, pues consiguieron ser finisher de la Ehunmilak.

       
       El descenso hasta el siguiente punto de control, Zumárraga (kilómetro 20) es muy llevadero y los últimos kilómetros son por asfalto que hago sin parar. Me siento feliz porque las rodillas están respondiendo y me todavía me encuentro pleno de fuerzas. Atravesamos todo el pueblo donde se congrega muchísima gente que nos alienta. En el avituallamiento, dentro de un pabellón, hay demasiados corredores aglomerados y casi me estreso por lo agobiante de la situación, con tantos bastones, queriendo todos llenar los bidones enseguida, etc.. Trato de salir rápido de aquella marabunta. Cojo lo que puedo y salgo andando del pabellón mientras voy dando buena cuenta de unos dulces. Cruzo varias calle de Zumárraga con el pueblo animando, con expresiones tales como ánimo, “aupa” y el típico “oso ondo” (muy bien).

       Tras dejar atrás el pueblo Urretxu, pegado a Zumárraga, comienza ahora un nuevo ascenso con un buen tramo de asfalto que hacemos andando rápido y con el típico “claqueteo” de los bastones. Luego la subida transita por sendero. En esta subida se nos hace de noche. Como salí con el frontal puesto no tuve más que tocar el botón, sin necesidad de pararme. Es una estrategia que ya he utilizado en carreras que salen a las 6 de la tarde y en las que la noche cae antes de 21 horas, así me ahorro tener que pararme.

       De este tramo recuerdo que la niebla y algo de frío comenzaron a hacer acto de presencia y que, en la parte alta había cierto “cresteo” por piedras y algún que otro tramo de sendero técnico y otros demasiado cerrados por la flora y que dificultaban el avance. Recuerdo que en una de las subidas, adelanté a Carlos Javier García, que iba acompañado por otros dos corredores y a los que volví a ver en el último avituallamiento de la carrera, en Mutiloa, el domingo por la mañana. Este tramo, en el que se sube el monte Irimo, es de unos 9 kilómetros, aunque mentalmente me costaron bastante, con un desnivel de 750 +, tal vez por que me quedé sin agua antes de lo previsto. Además, la niebla se había apoderado de la noche y dificultaba bastante la visión, no alcanzando a veces a ver más allá de 4 o 5 metros. Luego, también la continua sensación de humedad y la llovizna o densa niebla que nos iba calando sin darnos cuenta. A veces, notaba que llovía y otras veces me preguntaba si sólo era la niebla. Lo cierto es que los senderos empezaron a humedecerse y a embarrarse. Recuerdo que llegué al avituallamiento de Gorlako Gaina totalmente deshidratado, con temblores en los gemelos y con el dolor en el empeine producido por los cordones de la zapatilla. Debido a ello, casi instintivamente, pedí permiso a un voluntario por si podía coger dos bebidas isotónicas que tenían en el refrigerador. Luego, ya más tranquilo, decido sentarme un momento para quitar un ojal a los cordones de las Hoka One One, y luego, ya sí pude rellenar los bidones y comer un poco de todo, y creo que repuse fuerzas porque arranqué otra nueva subida por asfalto a buen ritmo. Ya llevo en carrera 5 horas y 5 minutos, y son más de las 11 de la noche y empezamos un largo tramo de 14 kilómetros hasta el siguiente avituallamiento, Madarixa, y en el que se asciende el Hirukurutzeta, pero se trata de un intervalo con menor desnivel, tanto de subida como de bajada.

       Me uno a varios corredores y juntos hacemos buena parte de estos kilómetros ya en plena madrugada. Hay tramos de sendero y muchos otros de carril no apto para turismos, con terrenos con más barro que otros, agua y zonas de hierbas más o menos altas, pero sin peligro de sufrir algún resbalón. En estos kilómetros trato de no pensar en nada. Lo importante es el momento actual y no cebarme con los kilómetros que me restan, es decir, solo pensar en dar un paso tras otro, y avanzar, siempre avanzar, y siempre con el objetivo de llegar al siguiente avituallamiento.

     Tras unos cuantos kilómetros, el grupo de 6 o 7 corredores en el que voy integrado, nos encontramos con un hombre en medio de la nada, en plena madrugada, en una noche que invitaba a quedarse en su casa, animándonos a voces y comentando a gritos que solo nos quedaban dos kilómetros para otro avituallamiento. ¡No cuadraban las cuentas! Luego, alguno comentó que ese avituallamiento no era el oficial, que era uno montado por algunos vecinos y, en efecto, tras una larga bajada topamos con ese avituallamiento extraoficial, que releyendo otras crónicas, parece que ya es un clásico en la Ehunmilak, donde unas fantásticas personas, no puedo decir otra cosa, al lado del camino, junto a una casa, a las tantas de la madrugada, en aquella noche desapacible, habían montado una mesa con diversos alimentos sólidos, entre ellos había flanes, creo que bizcocho y líquidos varios. Algunos se pararon un rato y otros siguieron. En mi caso, paré a tomar un vaso de refresco de cola. Con esta parada se disolvió el grupo, y el resto de los kilómetros hasta Madarixa, los hice prácticamente sólo, con la obstinada llovizna como único acompañante. Haciendo memoria, recuerdo que en otra subida topamos con un grupo de chavales jóvenes que nos animaban con mucho entusiasmo en plena madrugada y cuando ya habían pasado más de 100 corredores por ese punto.

       Por el avituallamiento de Madarixa (kilómetro 43), situado en un merendero o camping, ya llevo más de 3000 +, con 7 horas y 30 de minutos de ultra, transitando en el puesto 117 de la general. Vamos bien! – me digo. Tras el ritual acostumbrado, salgo con renovadas fuerzas para afrontar otro tramo de 10 kilómetros, subiendo a la sierra de Izarraitz y bajando en dirección a la ciudad de Azpeitia (kilómetro 53) con un fuerte descenso y un supuesto tramo técnico por una “calzada romana” que todas las crónicas mencionan (desconozco si efectivamente es o no una calzada romana), con muchas piedras y que la humedad había vuelto bastante resbaladizas.

      La verdad es que de este tramo no recuerdo mucho en cuanto a la subida se refiere. Si que los primeros kilómetros son por carril ancho donde algunos voluntarios nos siguen animando, a pesar de la niebla y de las horas de la madrugada. Tal vez sean estos kilómetros donde la niebla se volvió más espesa. Lo dicho, no recuerdo ninguna dificultad reseñable, salvo el continuo murmullo de la lluvia en las hojas de los árboles. En este tramo se sube al pico Erlo. Justo en lo alto, hay un refugio de montaña, refugio de Izarraitz, donde había unas 12 o 15 personas pasando la noche y animando a los corredores de la Ehunmilak. Una chica me ofreció un vaso de agua y me previno que bajara con cuidado los primeros kilómetros porque había mucha piedra y una calzada romana. Recuerdo que por este punto, pudimos divisar, muy a lo lejos, los rayos y como la tormenta se estaba precipitando en el océano, sin que, ni siquiera nos llegaran los ecos de los truenos ¡Menos mal!.

       
        Tras esos momentos de alivio, volví a centrarme en la bajada, con unos primeros metros bastante técnicos y empinados, para luego encontrarme con un sendero de tierra aplastada bastante “corribles” durante varios kilómetros, donde me divertí, a pesar del cansancio acumulado y a la espera de tropezarme con las piedras. Además, como todo no iban a ser malas noticias, dejó de llover o por lo menos sentí que la espesa niebla se había evaporado y que se podía ver el cielo. Por fin, llegaron las zonas de las piedras pero después de cómo me lo habían puesto, apenas si sufrí un leve resbalón, y rápido y ayudado por los bastones y con la alegría de ver las luces de la civilización en el valle, las de Azpeitia, y que había dejado de llover, y que la niebla nos daba un respiro, transité en poco tiempo por ese terreno hasta que lo dejé y entramos en asfalto y de ahí, todo fue coser y cantar, descendiendo hacia el valle de Iraurgi, hasta el siguiente avituallamiento, Azpeitia (kilómetro 53), no sin antes tropezarme con otro avituallamiento extraoficial, otro clásico en la Ehunmilak, una mesa al lado de una casa, justo al terminar la calzada romana, donde había un poco de todo. Como iba rápido decidí no pararme ni coger nada. Tal vez le pudiera ayudar a otros que fuesen peor. Desde esta crónica, agradecer a ese estupendo vecino-voluntario por el detalle que mantiene año tras año.

        Con fuerza y alegría, con los ánimos de la gente que nos llevaban casi en volandas, entré en el avituallamiento de Azpeitia, acondicionado, si no me equivoco, en un frontón de pelota vasca. Allí saludé a Nono y Bulla que, justo en el momento en el que yo entraba, ellos salían. Luego me dijeron que, con ellos también estaba Manuel Gutiérrez, al que no vi. Ni que decir tiene que eso me dio aun más moral porque indicaba que mi ritmo era aceptable. Por Azpeitia, transito en plena madrugada, más de las 03:30 horas de la noche, en 9 horas y 35 minutos de ultra.

       Tras reponer fuerza, vuelvo a la carga corriendo por las calles de Azpeitia, atravesando el río Urola y buscando la fuerte subida en dirección al siguiente avituallamiento, Zelatun, con 13 kilómetros y más de 1000 + y con la ascensión al monte Ernio o Hernio. Sin embargo, en esta subida las cosas se empiezan a torcer. Los primeros tramos son por carril y en algún giro veo a poca distancia a Nono y Bulla, sin embargo, como digo, empiezo a sentir como las fuerzas me abandonan, noto que la respiración se acelera y empiezo a encontrarme vacío, sin reservas. Me adelanta un valenciano y tras charlar un rato me va dejando. Para agravar la situación vuelve la densa niebla, la humedad y la lluvia. Además, entramos en una zona donde apenas si hay marcada alguna senda y donde cuesta ver la siguiente baliza. Apenas si se ve un palmo, el viento y el agua nos da en la cara y en los ojos, y casi nos dejan sin visión y además, las rampas son durísimas, con mucha hierba alta que nos van calando los pies. Es una zona donde ir poco a poco, clavando bastones. También hace bastante frío pero no llego a pararme para ponerme la chaqueta impermeable. Aguanto sólo con los manguitos. Aparte, que, en esa situación, iba a ser muy complicado la operación.

      Por esta zona, tras perder de vista al valenciano, voy sólo, sin fuerzas, con falta de oxígeno y siento que es uno de esos momentos duros que se deben salvar en toda otra ultra, momento de “bajón” para luego poder resurgir, y como digo, a pesar de las circunstancias, sigo avanzando. Justo al llegar a la parte alta, hay dos voluntarios bien abrigados y encapuchados, controlando el paso de los corredores. Mi más sentido agradecimiento a esos duros voluntarios que aguantan parados en zonas bastante duras e inhóspitas a esas horas de la madrugada. Por ese punto me pasa un grupo de 5 o 6 corredores a los que hago un esfuerzo para seguir. No lo recuerdo a ciencia cierta pero creo que, en algún momento, al terminar la subida y debido al viento frío que soplaba, decido ponerme el impermeable.

       Tras unos cientos de metros por sendero de hierba y algo de barro, donde como algo y me tomo un gel, mientras voy andando para recuperar el resuello me uno a 3 corredores, del grupo de 5 o 6, que, al parecer, se han parado por razones fisiológicas y que, compruebo que se conocen y van juntos. Me coloco detrás de ellos, y a su ritmo, empezamos a hacer tramos de “caco” (caminar-correr) por un carril pedregoso y embarrado, mientras la llovizna o chirimiri o también “calabobo”, como la conocen por estos entornos, no para. Veo que los componentes de ese grupo van discutiendo, tal vez porque alguno de ellos va renqueante y con intención, creo, de hacer alguna parada.

     Al llegar al final de la bajada, tropezamos con una casa y varios voluntarios y, en efecto, allí deciden pararse. En mi caso, no pierdo un segundo y aprovechando que ya clarea algo la noche por que está a punto de amanecer sigo, de nuevo a mi ritmo, en una larguísima ascensión por carril pedregoso y embarrado. Mentalmente se me hace dura, sobre todo la soledad de esos kilómetros y que parece no terminar nunca. Como digo, vuelvo a estar solo y únicamente acompañado por el chirimiri o la llovizna que no cesa y que golpea en los árboles pero, al menos, ya está amaneciendo y eso siempre supone un plus de energía mental en todo ultrero. Si la subida en dirección a Azpeitia apenas si la recuerdo, la subida a Zelatun la tengo grabada a fuego y creo que pasaran años hasta que se difumine de mi pensamiento.

       No obstante, de vez en cuando empiezo a recobrar la fuerza psicológica cuando percibo que estoy dando alcance a varios corredores o será mi imaginación que me está jugando malas pasadas. No, no son espejismos, al fin diviso un grupo, al girar a la izquierda y dejar el carril para subir una alta loma de hierba. El grupo en cuestión es el de Nono y Bulla, junto con otros corredores. Desde la lejanía me saludan. Bueno, al final, casi los voy a alcanzar- me digo, aunque tampoco me quiero cebar por que el cansancio y las horas de sueño también me están haciendo mella. A todo esto, una buena noticia: está amaneciendo y en seguida me va a sobrar el frontal.

     Al subir a lo alto de la loma donde el frío, la niebla y el viento arrecian con fuerza, empieza una bajada buscando el refugio de montaña que acoge el avituallamiento de Zelatun. Es una zona típica de alta montaña, salpicado de piedras y cubierto de verdes lomas. Al intentar correr me doy cuenta que me duelen las rodillas más de lo normal por lo que decido parar y andar rápido. La hierba está muy mojada y tras pasar varios pasos técnicos, en uno de ellos, ayudado con el trabajo y señalización de dos voluntarios, llegó al refugio de montaña de Zelatun, kilómetro 66, una casa grande en medio de ninguna parte, en un tiempo de 12 horas y 33 minutos.



    Saludo a Nono, Bulla y Manuel Gutiérrez. Me cuentan que se están ralentizando porque Manuel ha empezado a sentir problemas estomacales hasta que le ha dado un buen bajón, ya que apenas si podía ingerir alimentos. Le pregunto a él directamente y me dice que a ver si mejora. Al menos lo veo comiendo.  Al final, poco después me entero de la causa de esos problemas. Se debe al cinturón porta-bastones que le comprime el estómago más de la cuenta, exactamente igual a lo que sufrí en la Transgrancanaria Advanced. Fue quitarse el cinturón y al poco sentirse mejor, y empezar a comer. En mi caso, no he vuelto a utilizarlo. De hecho, lo he vendido.

   En el avituallamiento charlo con algunos voluntarios que están pasando toda la madrugada allí, y me cuentan las aventuras de otras ediciones y hablamos de la tormenta que, por suerte, ha pasado de largo. También me dicen que todavía queda una zona técnica de subida hasta empezar a descender a Tolosa. En fin, voy haciendo algo de tiempo mientras sigo reponiendo fuerzas, comiendo un poco de todo, con intención de salir con ellos (Nono, Bulla y Manuel) aunque se que van más rápido que uno. Al final, después de pensarlo, como de todas formas me iban a coger, les digo que me voy adelantando y salgo de Zelatun, en dirección al punto intermedio de la carrera y base de vida, donde hemos depositado una de las mochilas, Tolosa, en el kilómetro 77.

      Los primeros kilómetros siguen siendo en subida, por senda, con mucha piedra, zona técnica y embarrada. Me cuesta arrancar y más aún subir. La respiración se me vuelve a acelerar. Me paro para quitarme la chaqueta. Empiezo a sentir todo tipo de molestias en los pies debido a las ampollas. Toda la noche con esa densa niebla han provocado uno de los efectos no deseados. Los pies se han cocido dentro de las zapatillas y ahora, cuando empiezas a pisar sobre las piedras, al menos, en mi caso, es cuando hacen acto de presencia. Releyendo comentarios y crónicas, la mayoría de corredores, al llegar a Tolosa, padecían esas consecuencias. Luego, hay que tener fuerza mental y capacidad de sufrimiento para soportar los dolores y seguir avanzando, al menos, así lo pienso.

     Poco a poco empezamos a bajar y a trotar. Hay mucho barro y tramos peligrosos y como siempre, a ritmo tranquilo y buscando la seguridad y si tengo que poner manos y cuerpo en tierra o en barro, pues los pongo. A decir verdad, este descenso hacia Tolosa lo encontré más peligroso que la de la calzada romana camino de Azpeitia y que tanta fama tiene.  El día ha amanecido muy nublado aunque al menos, ya no hay niebla.

         Se empieza a vislumbrar la ciudad de Tolosa cuando me alcanzan Nono, Bulla, Manuel y un chico nuevo. Luego me entero que es un bilbaíno que se ha acoplado con ellos y al que, por lo visto, han ayudado. Van a buen ritmo. Me animan y si bien, algo rezagado y en última posición, consigo acoplarme al grupo. Llevo las rodillas algo resentidas (tendón rotuliano) pero después de las horas de carrera y de la alegría de llegar a otro avituallamiento en otra ciudad, en la “civilización”, habiendo pasado ya la primera noche y en compañía de este grupo, pues me siento más animado. Incremento mi ritmo habitual y les sigo, sin llegar a forzar demasiado. Del grupo tira sobre todo Nono, al que veo bastante sobrado y esbozo una sonrisa cuando Bulla grava con su mini cámara la entrada de los 5 en las calles de Tolosa.

      Al terminar la bajada, en terreno llano, hay que transitar por una de las avenidas principales de Tolosa para llegar al pabellón deportivo. Como vamos algo cansados y como correr en llano es más fatigoso, casi por mayoría triunfa la opción de seguir andando y así, más o menos relajados, charlando con el bilbaíno sobre los tramos duros que nos quedan (Txindoki, San Adrián, Aizkorri, Andraitz etc.), pasamos por el siguiente punto de control: Tolosa (kilómetro 77), con un tiempo de 14 horas y 54 minutos. Todavía no son las 9 de la mañana del sábado 8 de julio. El tiempo límite previsto para este punto está fijado a las 14 horas, luego vamos con tiempo de sobre los tiempos de corte.

    Este es una de las dos bases de vida de la carrera (la otra es la de Etxegarate en el kilómetro 130), donde todos los corredores tenemos la opción de dejar una mochila con ropa limpia, zapatillas, barritas, cremas etc. . El pabellón es enorme y hay mesas y sillas de sobra para que los corredores puedan sentirse más o menos cómodos. Ni que decir tiene que había muchos voluntarios y bastantes corredores, algunos más doloridos que otros. Allí saludo a Javier Martín Losada y Pablo Martínez Espino.

      Nono, Bulla, Manuel Gutierrez y el bilbaíno vienen preparados y se toman con tiempo esta parada. Aprovechan para ducharse y comer tranquilos. También veo muy relajados al de Nerja y a su compañero. En mi caso, no tenía previsto ducharme por lo que no eché en la mochila lo necesario para ello. No soy partidario de ducharme hasta finalizar una carrera pero creo que, en esta ocasión, me equivoqué. No me hubiera venido mal pero bueno, de todo se aprende.

    Si me cambié de camiseta y de calcetines, amén de cremas varias por las partes donde se pudieran producir rozaduras. Los pies estaban irreconocibles, de un blanco pálido y totalmente enmohecidos y con ampollas por todos lados. Los unto bien de vaselina y vuelvo a ponerme las Mafate Speed 2 totalmente embarradas.

    Tras comer un buen plato de macarrones con queso y atún, un vaso de refresco de cola y cargar bidones y viendo que el dolor de rodillas iba en aumento, me dirijo a una de las camillas y hablo con una de las fisioterapeutas, con idea de que me coloque unas cintas de taping, a ver si noto algún alivio. Tras echarme en la camilla y a pesar de la buena voluntad de la fisio, aquellas tiras apenas si pegaban y nada más salir del avituallamiento me las tuve que quitar porque estaban colgando.

    Al final me tiré más tiempo del previsto y tras pasar el control de material donde, como anécdota graciosa, me pidieron si llevaba el silbato. Como es sabido, la mayoría de las mochilas lo incorporan y para hacer la gracia lo probé, a ver si funcionaba. En fin, el de Nerja y su compañero acababan de salir. Saludé al grupo de Nono y Bulla y volví a ponerme en marcha para afrontar la siguiente etapa hasta Jazkue Gaina, con 10 kilómetros de distancia y unos 550 +.

      
        Tras pasar por una zona de polígono industrial en las afueras de Tolosa, con cierta alegría contenida y tratando de tomarme los siguientes kilómetros más o menos tranquilo voy avanzando mientras la mañana sigue bastante nublada. Tras unos primeros kilómetros con zonas de asfalto empezamos las primeras subidas. De vez en cuando me voy girando para ver si veo acercarse al grupo de Nono y Bulla pero nada. Me pasan varios corredores. Poco a poco voy recobrando fuerzas y alcanzo a una pareja que unos minutos antes me había pasado y junto a ellos hago buena parte de este intervalo. Es una zona de continuas subidas y bajada por zonas de sendero y carril limpios, apenas sin piedras y con mucha vegetación y sombra. Se puede correr bastante y así hago. Dejo atrás a esa pareja de corredores y cada vez noto que me encuentro mejor aunque el dolor de rodillas persiste pero hasta ese momento es soportable. En ese estado de euforia contenida llego al siguiente avituallamiento, Jazkue Gaina, en el kilómetro 87, con un tiempo de 17 horas y 32 minutos, una carpa en medio del carril donde topo, de nuevo con el de Nerja y su compañero. Justo cuando estoy cargando bidones me alcanza el bilbaíno. Me saluda, come algo y vuelve a salir como un rayo. Por lo que se ve, ha dejado a los otros y va como un tiro. Además, conoce lo que queda de carrera. Durante un tiempo trato de seguirlo pero va demasiado rápido por lo que opto por seguir a mi ritmo.

      Son ya las 11,30 de la mañana y hace tiempo que se ha despejado el día y el calor empieza a apretar. Afortunadamente, hay bastante zona de sombras y no es un calor extremo, sin embargo, en el siguiente trecho hasta Amezketa, el calor y el dolor de rodillas intensificaron su agresividad. Aún así, me encontraba bien y sigo avanzando a buen ritmo, sin ver a nadie por delante y sin que ningún corredor me de alcance por detrás. Recuerdo que hay una larga bajada que hago sin parar de correr, hasta que llego a una pequeña pedanía, cruzo la carretera y encaro una empinada subida por zona de pradera, donde pregunto a un lugareño por las balizas y que muy amable me lo indica, y otra nueva bajada por carril asfaltado circundado de verdes praderas y mucho ganado pastando, hasta que llego a un cruce de carreteras. Giro a la izquierda y al fondo diviso el pueblo de Amezketa. Voy tropezando con los vecinos y la gente del pueblo que me siguen animando mientras los kilómetros empiezan a pasarme factura. El tiempo vuelve a nublarse y la humedad es muy alta.

     En el avituallamiento de Amezketa, kilómetro 96, vuelvo a encontrarme con Javier Martín Losada y Pablo Martínez Espino. Nos saludamos y me acerco a comer algo, sentarme y tratar de descansar unos minutos. Por este punto transito en 18 horas y 50 minutos.
Como siempre, trato de no perder demasiado tiempo. Allí tienen un proyector, creo, que está retransmitiendo en directo el tránsito de los corredores de la otra carrera, la G2Haundiak Goierri Trail, por el avituallamiento de Mutiloa. ¿Quién pudiera ir ya por ese punto?
       En fin, ahora viene una durísima subida, la del Txindoki y me cuesta salir. A veces, ya no sabes que comer y el cuerpo ya rechaza la bebida isotónica y los refrescos de cola.
Veo que Javier Martín Losada se prepara, en media botella, una bebida energética con mucho hielo que le han comprado unos chiquillos que hay en el avituallamiento.
      Aprovechando la salida de otro corredor, les saludo y me despido de ellos. Son más de las 13 horas del sábado 8 de julio y comienzo más de 7 kilómetros de subida, con casi 1000 + hasta el siguiente punto de control, Txindokiko Lepoa, que no avituallamiento, en el kilómetro 103. El siguiente avituallamiento está en Uarrain, en el kilómetro 108.

       
      En la subida coincido con un portugués, de Lisboa, con el que hago toda la subida al Txindoki. No es muy hablador y la hacemos en silencio. Sólo al final, le comento varias ultras por Portugal y consigo sacarle alguna que otra sonrisa. Como nos advirtió el bilbaíno es bastante larga pero no llega a tener unas pendientes muy pronunciadas. No obstante, la subida me cuesta y las fuerzas las siento bastante menguadas, amén del dolor de rodillas y de las punzadas que recibo continuamente desde las distintas ampollas que asolan mis pies y que, sobre todo, siento cuando piso sobre las piedras. En el ascenso hay tramos de sendero, muchos de carril amplio hasta que empieza lo realmente duro cuando bordeamos la montaña por un sendero salpicado de muchas piedras y donde los senderistas y deportistas varios que van bajando nos animan. Al menos, a diferenta de otros años, el calor no es agobiante. Incluso, con la ascensión se va nublando hasta que empezó a acariciarnos la espesa niebla. Antes hemos pasado por una zona de restaurantes y barbacoas donde los senderistas y las familias dejan los coches para comer, para subir al Txindoki o para pasar el día o la tarde en compañía de la familia. Creo que se trata de la zona de descanso de Larraitz, una de las entradas al Parque Natural de Aralar. Por este punto nos adelanta una chica con un ritmo de bastoneo envidiable. En toda la subida tropezamos con gran cantidad de senderistas. Alguno de ellos nos advierten que más arriba hay una fuente pero cada paso cuesta y lo que parecen unos metros se convierten en interminables minutos de fatiga, sobre todo, mental, hasta que llegamos a ese punto y podemos cargar de agua los bidones. Poco a poco, según vamos cogiendo altitud, la niebla vuelve a cubrirlo todo. Encontramos arriba otra fuente y volvemos a refrescarnos mientras el viento sopla con fuerza y remueve la niebla y nos dificulta el avance.

    La densa bruma no deja ver absolutamente nada. Trato de distinguir algo del paisaje y de percibir la belleza del lugar. Parece como si estuviéramos en una loma frondosa y sin darnos cuenta, pasamos por el punto de control de Txindokiko Lepoa, kilómetro 103, con un tiempo de 20 horas y 53 minutos, donde unos cuantos voluntarios, con varias tiendas de campaña llevan ya bastantes horas soportando el fuerte viento y la niebla. Este punto no es exactamente el punto más alto del Txindoki, que, por lo visto, lo dejamos a un lado. Como dato anecdótico, decir que por este punto consigo mi mejor clasificación en la Ehunmilak, en el puesto 98 de la general.

     A partir de este punto, se suaviza la pendiente y vienen varios tramos técnicos de subida y bajada por varios picos o lomas en una zona con vegetación baja, praderas y piedras típica de alta montaña. El dolor de ampollas no remite y cada vez va a más, sobre todo, al pisar las piedras. En concreto, siento un ampolla en el talón del pie izquierdo que me está matando. Las rodillas, en la zona del tendón rotuliano, tampoco cejan en su empeño.
No obstante, por esta zona disfruto con los paisajes y los vaivenes de la niebla. Ahora ves las balizas, ahora ya no las ves. El portugués que iba conmigo se descuelga y avanzo en solitario, buscando a una pareja que va unos cuantos cientos de metros por delante. En estos kilómetros subimos dos picos, los Ganbos, y alguna que otra loma. El viento sopla con fuerza y a veces disipa la niebla, lo que nos permite ver el ganado que plácidamente pasta por estas praderas. Supuestamente también hay ovejas latxas, típicas en el País Vasco y que es la materia prima del famoso queso de Idiazabal, aunque, no recuerdo ver ninguna, al menos, a mi paso. Sin duda, que esta zona posterior al Txindoki es uno de los tramos más espectaculares de la Ehunmilak.

    Así, sin darme cuenta, llegó al siguiente avituallamiento, el de Uarrain, una mesa, varios voluntarios y una tienda de campaña en medio de una pradera de alta montaña, en el kilómetro 108 de carrera, donde me paro lo justo para coger un plátano y cargar bidones. Hace algo de frío y mucho viento. El día se está nublando.

      Y empieza mi suplicio con las rodillas. La bajada es casi, campo a través durante unos kilómetros y además, bastante empinada. El sendero está muy difuminado hasta que llegamos a una zona de carril donde hay varios vehículos todoterrenos de la organización. Trato de correr y de ayudarme con los bastones pero me cuesta mucho y el dolor es penetrante y continuo. Mentalmente, estos kilómetros, un total de 8, entre el avituallamiento de Uarrain a Lizarrusti se me hacen eternos. Es una lástima porque los últimos kilómetros son por un sendero sombrío, llano y trotable, pero que decido recorrer andando porque el dolor de rodillas se me está volviendo bastante insoportable.

    En esas circunstancias, a media tarde, entro en el avituallamiento de Lizarrusti, una gran carpa blanca en un aparcamiento, kilómetro 116 de carrera, en un tiempo de 23 horas y 35 minutos. Estoy exhausto, con el cuerpo cortado y con el estómago algo cerrado. Miro el avituallamiento y casi no me apetece nada. Son las 17 y 35 del sábado 7 de julio.


    Me acerco al puesto de la Cruz Roja, a ver si me pueden dar una solución provisional al fuerte dolor de las rodillas. Les comento la posibilidad de ponerme un pequeño vendaje o una tira de “taping” en la zona del tendón rotuliano de ambas rodillas. Me mira el médico y dice que hay que vendarlas. Y dos voluntarios, un chico y una chica, con el uniforme de la Cruz Roja, se ponen manos a la obra. El de la rodilla izquierda lo dejan bastante bien, sin apretar demasiado para no afectar la movilidad de la misma y con ese vendaje finalizaré la ultra. El de la derecha está demasiado fuerte y me lo vuelven a vendar. Aún así, no queda del todo bien y posteriormente me lo volverán a vendar en una casa de pastores al bajar el Aizkorri. Junto a mí, también hay otros corredores que demandan servicios de fisioterapia, así como de podología (curación de ampollas, sobre todo).

    Después de un buen rato, y ya algo más descansado, como algo, cargo los soft flash y reemprendo la marcha en dirección a la segunda base de vida de la Ehunmilak, Etxegarate, kilómetro 130. Como me he quedado frío, me coloco la chaqueta impermeable. Cuando estoy a punto de salir llegan Javier Martín Losada y su compañero. Les saludo y me despido de ellos.

     Este era uno de los tramos más temidos por todos, bastante largo (14 kilómetros), con mucho barro y con continuas subidas y bajadas. Los primeros kilómetros son infernales, subiendo un sendero empinado por un bosque tupido y sombrío. La respiración y el corazón se aceleran. Sudo con profusión y opto por quitarme la chaqueta. Sigo subiendo con mucho esfuerzo. Me doy ánimos a mi mismo y trato de no caer en el desánimo que siempre se incrementa cuando vas muy fatigado y en solitario y más en aquel infinito robledal. Como digo, no veo a ningún corredor. De hecho, durante más de dos horas no veré a nadie. Estoy solo en un bosque en el que es fácil perderse sino fuera porque está bien balizado. El día se ha nublado del todo y según me adentro en el bosque, la niebla es más baja y densa. Parece un bosque fantasmagórico, más aún cuando empiezo a padecer todo tipo de visiones por la falta de sueño y el cansancio. De hecho, circunstancia poco habitual hasta la fecha, empiezo a bostezar bastante y a sentir la necesidad de dormir. Supongo que cada carrera es un mundo y en esta mi cuerpo responde así.

    Poco a poco, la pendiente se suaviza y empieza el tobogán de bajadas y subidas. El vendaje funciona y el dolor de rodillas me ha remitido, aunque sólo será de forma temporal. Sigo gastando las escasas fuerzas que me restan y subo con ganas las cuestas y me dejo llevar corriendo por las bajadas o bien andando rápido e impulsándome con los bastones. Las ampollas también parece que remiten o ya no las siento tanto. Lo que va en aumento son las visiones y delirios. Las formas de los árboles son caprichosas y a lo lejos, uno parece divisar un ser mitológico o algo parecido y no me convenzo de la irrealidad hasta que paso cerca y me doy cuenta que no son más que dos ramas de un roble. En otras ocasiones, creo ver a un niño o a un animal en el sendero y sin embargo, no son más que dos piedras los que generan esa ilusión óptica. Si que recuerdo como en un determinado momento me encontré con un corredor tumbado en el suelo y hablando por teléfono que se despedía con el típico “agur”. Creo que aquello no era una alucinación aunque no me paré para comprobarlo.

     
      Otra curiosidad que tiene este tramo y que la organización repite cada año y que mentalmente te hunde es que sólo en este tramo, en los 14 kilómetros que conducen a Etxegarate, que en este año 2017, en la tarde de aquel sábado, quedó cubierto por una densa niebla, es que están marcados los kilómetros, uno a uno, y aunque al principio, se hace duro, poco a poco me iba dando ánimos porque los dichosos cartelitos iban cayendo y con ellos, también los kilómetros.

     Faltando una media hora para salir del bosque y llegar al siguiente avituallamiento topé con una carpa con dos voluntarios muy majos. Estos si que no eran una alucinación. Me ofrecieron un vaso de café frío con un poco de leche que me sentó fenomenal y algo me despejó. Les hizo gracia que les dijera lo del bosque fantasmagórico. Me animaron y me comentaron que si apretaba un poco podía coger a varios corredores que iban delante. Estas palabras me dieron bastante fuerza porque, a pesar de todo, nadie me había dado alcance en el bosque, y sin embargo, estaba a punto de coger a otros corredores con lo que, pensaba, que muy mal no lo estaba haciendo.

    En estos kilómetros finales la niebla dio paso de nuevo a la llovizna. Había más barro y el tránsito en algunos tramos se hacía muy fatigoso. Justo cuando empezaba a clarear el paisaje y alguna verde y húmeda pradera se dejaba ver entre la lluvia, alcancé al grupo de tres corredores.

    Los adelanté sin mucho esfuerzo y cuidando de no resbalarme en la bajada, debido a la gran cantidad de lodo, hierba aplastada y a la pendiente, conseguí llegar a la base de vida de Etxegarate, kilómetro 130 de carrera, en un tiempo de de 27 horas y 14 minutos.

      En una gran carpa habían dispuesto una gran cantidad de mesas y bancos y sillas para los corredores, más bien pocos, y en otra zona estaban los familiares. En Etxegarate me encuentro con el bilbaíno, el que iba con Nono y Bulla. Me comenta que quería hacer entre 34 o 35 horas pero que, si no recuerdo mal, por problemas estomacales se iba a retrasar bastante y ha decidido abandonar en ese punto. En fin, allá cada cual con sus objetivos.

También había muchos voluntarios con los que charlé amigablemente. Me comentan que llevan 8 años de voluntarios en ese avituallamiento y que casi siempre han sido los mismos y que, por supuesto, repetirán al año siguiente. Lo consideran ya como una tradición, como un día al año, en el mes de julio, que se la dedican a la Ehunmilak. En fin, allí cojo fuerzas con un buen plato de pasta, huevos cocidos y algo de membrillo.
Los voluntarios me entregaron la segunda mochila que apenas utilicé más que para cambiarme de camiseta. Tal vez una ducha o un descanso más largo me hubiesen venido bien pero ya sólo me quedaban 38 kilómetros y tenía ganas de terminar. Me sentía muy cansado y con bastante sueño y no quería enfriarme en exceso.

Cuando voy a salir llegan a ese punto el de Nerja y su compañero. Sólo veo a Pablo Martínez Espino, al que saludo. Entrego mochila al voluntario y tras pasar control de material salgo del avituallamiento en dirección a San Adrián, un tramo de 9 kilómetros y 700 +, tal vez el tramo donde peor lo pasé. El voluntario me dijo que el avituallamiento estaba dentro de la propia cueva y así me lo imaginé durante las más de dos horas que invertí en llegar.

El día, ya casi de noche, sigue muy plomizo y con la sempiterna llovizna. Me coloco el frontal y, tras pasar por zona de asfalto y atravesar un túnel por debajo de la autovía, giro a la izquierda y comienzo una nueva y fuerte rampa. Me siento exhausto y sin fuerzas. Me cuesta un ímprobo esfuerzo subir cuando la pendiente es pronunciada y toca clavar bastones. Las rodillas vuelven a molestar y las ampollas avisan de su presencia, amén de los continuos bostezos por la falta de sueño.

La primera parte se me hace mentalmente muy dura. Se ha hecho de noche y ahora transito por un auténtico lodazal, con mucha niebla donde no veo absolutamente nada, ni se donde estoy y si voy bien o he entrado en un bucle porque tengo la sensación de que todo me parece igual o repetido. Luego empiezo a bajar por un camino resbaladizo y cubierto de lodo. A veces tengo que parar para encontrar la siguiente baliza, enfocando con el haz de luz en busca de la siguiente señal o bien mirar con detenimiento donde piso para no hundir demasiado las zapatillas en el limo. Trato de no pensar mucho y seguir con una marcha digna. No veo a ningún corredor. Es otro duro tramo en soledad.

Por suerte, llega un momento que la niebla se despeja y el camino, otrora lleno de barro, se convierte en un buen carril de arenilla que, aunque, en subida, se hace muy llevadero. Pero al cabo de varios kilómetros volvemos a los senderos sinuosos, resbaladizos y saturados de barro. Vuelvo a tener la sensación de que estoy perdido y dando vueltas sin rumbo fijo.

Al fin escucho voces y veo como al fondo, el sendero desemboca en una carretera. Al atravesarla hay bastante gente animando. Me ofrecen agua. Doy las gracias pero no necesito. Estoy calado hasta los huesos con tanta llovizna y tanta niebla y me entretengo leyendo los carteles informativos de la famosa e histórica cueva de San Adrián, sitio de paso principal en la Edad Media entre Castilla y Europa y de gran importancia en la historia de Guipúzcoa. Al menos, no voy perdido, - me digo, aunque, personalmente, sobre todo la conozco a través de los videos de la maratón de la Zegama-Aizkorri.

Ahora toca otra nueva subida por asfalto, bastante dura. Mentalmente voy destrozado y físicamente extenuado. Empiezan a pasarme varios corredores. Un animalito brillante cruza la carretera y me digo que no es una alucinación, que es real. Incluso me paro y compruebo que se trata de una simpática musaraña que se detiene justo en la cuneta.

Vuelve la niebla y las fuertes rampas cubiertas de lodo. Mi respiración se acelera y tengo que hacer un leve receso. Lo estoy pasando fatal. Me digo a mi mismo que necesito descansar y dormir un poco. Sigo sin ver nada por la infausta niebla. Incluso, algún corredor que me ha pasado, vuelve sobre sus pasos porque no encuentra la siguiente baliza y cree haberse perdido. Estoy como loco por llegar al siguiente avituallamiento, casi desesperado. Supuestamente, la cueva de San Adrián está a 1000 metros de altitud pero ahora toca una nueva bajada. ¡No lo entiendo! Si sólo eran 9 kilómetros pero.. ¡qué largos se me hicieron!.
A través de estas veredas la Ehunmilak transita por el Parque Natural de Aizkorri-Aratz, uno de cuyos tesoros es la cueva de San Adrián. Supongo que debe ser un sitio muy bonito para ir en modo senderista o con la familia, pero que, en aquella noche, me resultó un calvario. Solo distingo a mi derecha una valla que nos acompañó durante un largo trecho. Me siento muy desorientado.
Me adelantan más corredores, entre ellos reconozco al portugués con el que hice la subida al Txindoki. Y vuelta a subir por más rampas con piedras, hasta que, por fin, llego al avituallamiento, una casa o refugio, que está unos cientos de metros más abajo que la cueva de San Adrián propiamente dicha.
El tiempo de paso por el punto de control de San Adrián es de 30 horas y 35 minutos, sobre las 12 horas y 35 minutos de la noche, ya del domingo 9 de julio.

Al llegar lo único que hago es sentarme. Los voluntarios me preguntan si quiero algo y les digo, lo más amablemente que puedo, que solo quiero descansar un rato. Apenas si tengo hambre aunque se que debo comer porque ahora he de afrontar una durísima subida a la montaña más alta del País Vasco, el Aizkorri. Los pocos corredores que había van saliendo poco a poco y me quedo solo con los voluntarios del avituallamiento y los de la Cruz Roja. Les pregunto si hay habilitado algún sitio para tumbarme y dormir un rato o descansar aunque sea en una camilla. Me dicen que no.


En el tiempo que estuve allí, aproximadamente una media hora, se produjo el intercambio de voluntarios. Los que se iban me dieron ánimos y los que entraban me preguntaban, de nuevo, si quería algo. Lo único que me reconfortaba era saber que sólo me quedaba una última subida, muy dura, eso sí, pero que al llegar al kilómetro 158, en Oazurtza, ya tendría la carrera en el bolsillo. Y eso mismo me decían algunos corredores.
Al final, aprovechando que una buena chiquillería subía a la ermita de San Adrián, justo a la entrada de la cueva, decidí salir, y con más sufrimiento del soportable, emprendí la lenta marcha de ascensión.
Al cruzar la famosa cueva, recibí los fuertes ánimos de los chicos que me habían adelantado en su rápida caminata. Y tras San Adrián, girando a la derecha y sin solución de continuidad, cuatro duros kilómetros verticales de piedras y más piedras para subir al famoso Aizkorri.
La subida, al menos como yo la viví, es un auténtico pedregal, sin una vereda, sin un tramo fácil que te permita cierto respiro o con algo de menor desnivel. Es una ascensión dura e implacable. Con las piedras, el dolor de las ampollas se me acrecentó exponencialmente, sobre todo, una que llevaba padeciendo a lo largo de muchas horas en el talón de la pierna izquierda. ¡Qué dolor! Al menos las piedras no están mojadas y no hay tanto peligro de sufrir un resbalón.
En fin, aprieto los dientes y me conjuro en que esa montaña la voy a subir como sea, cueste lo que me cueste, tarde lo que tarde, pero paso a paso, sin parar, muy lento pero sin desfallecer, respirando por la boca para acaparar más oxígeno, continuo subiendo, apoyándome en los necesarios y valiosos bastones.

La suerte que tuve en la dura subida al Aizkorri es que la noche se despejó y pude distinguir de la montaña lo que me permitía la noche, las enormes piedras, el zigzagueo de las balizas, la luz de la casa refugio en lo más alto y la escalera natural que se abría a la izquierda, así como la inmensa negrura del vacío a la derecha.
Subiendo me preguntaba si la famosa maratón Zegama-Aizkorri transitaba por aquel entramado de piedras. Al llegar al refugio me dijeron que no, que por allí no pasaba.

Con mucho sufrimiento consigo subir el Aizkorri. Recibo los gritos de ánimos de dos voluntarios y como estoy tan cansado, aprovecho para sentarme un momento, pero a los pocos minutos empiezo a enfriarme por lo que me despido de ellos y sigo avanzando por una zona difícil y técnica donde lo pasé realmente mal. Me dijeron que en dos kilómetros había un refugio donde había un médico que me podría tratar el dolor en las rodillas. Debido al viento vuelvo a colocarme la chaqueta, momento en el que me pasan Javier Martín Losada y su compañero. Nos saludamos. Ellos van muy rápido y yo estoy pasando un momento de crisis. En esos minutos en los que me coloco la chaqueta siento que mi cuerpo está exhausto y acalambrado, con un fuerte dolor en ambas rodillas, en concreto, en la zona del tendón rotuliano y con los pies llenos de ampollas y aterido de frío.

Aún así, respiro hondo y sigo avanzando y trato de entrar en calor. Me siguen pasando más corredores. Siento que me encuentro fatal. El dolor de rodillas me está matando. Necesito descansar y dormir algo – me digo. Voy bien de tiempo y lo único que pretendo es ser finisher. Ya no me importa tanto el tiempo. Para empeorar la situación, vuelve la niebla y la llovizna. Me animo pensando que he pasado lo peor y que en dos kilómetros estaré abajo pero el tramo cada vez se complica más. Apenas se ve a dos metros, el viento sopla con fuerza y la calina se convierte en un denso manto blanco que choca contra el frontal y que apenas te deja ver la siguiente baliza. A veces tengo que parar para buscar la siguiente. Voy con mucho cuidado, tratando de mantener el equilibrio para no caerme, a pesar del estado de fatiga en el que me encuentro. Es un descenso muy técnico con muchas piedras, a cual más resbaladiza. Prefiero asegurar y en algunos pasos, pongo bajo el cuerpo a tierra. Tal vez sea el tramo donde peor lo paso de toda la Ehunmilak, junto con los últimos kilómetros de subida a San Adrián. En fin, los dos kilómetros de descenso se me hacen eternos.


No obstante, aunque muy lento, al fin consigo dejar la zona de las piedras y enseguida llego al refugio, una casa de pastores, apenas visible entre la niebla. Allí les comento que sufro un fuerte dolor en ambas rodillas. Me hacen sentar. Ven los vendajes. Les digo que el dolor lo siento en el tendón rotuliano de ambas, y que uno de los vendajes, el de la rodilla derecha, me está haciendo bastante daño. Me ofrecen un anti-inflamatorio que me tomo y se ponen manos a la obra para vendarme la rodilla derecha. Estando en esas circunstancias, llega al refugio de pastores, el grupo de Bulla, Nono y Manuel Gutiérrez. Nos saludamos y me preguntan como voy. Les digo que voy regular, que sufro un fuerte dolor en las rodillas. Los voluntarios, unos 4 o 5, me comentan que, a lo mejor, un descanso me podría venir bien. Dicen que otro corredor se ha metido en la pequeña casa y ha descansado durante media hora y luego ha vuelto a retomar la carrera.

En mi interior pienso que esa recomendación me puede venir bien. Si ese corredor, tras descansar un rato ha vuelto a la carrera, yo también lo puede hacer. Mi intención es terminar la Ehunmilak y en mi estado, el tiempo ya es lo de menos.
Les acompaño al interior de la casa mientras Bulla me avisa que no entre, que tal vez no vuelva a salir y no continúe en carrera. Nono me dice lo contrario, qué tal vez me venga bien descansar. Les despido y entro en la pequeña y acogedora casita. Tienen estufa y un colchón. Me tumbo pero decido ni echarme sin, ni siquiera quitarme las zapatillas. Cierro los ojos pero no me duermo. Durante una hora y media, casi sin moverme, mi cuerpo y mis piernas, al menos, descansan, mientras siento a los voluntarios que entran y salen, les escucho hablar en vasco, a veces en español. Tratan de no hacer ruido y apagan la luz de la estancia pero mi mente está demasiado activada como para relajarse y dormir. No obstante, creo que esta tregua me vino bien aunque el dolor de rodillas persistiera.
Al cabo de un buen rato me levanto. Los voluntarios me tratan con mucha amabilidad. Me han puesto la chaqueta impermeable en la estufa y está seca. Me ofrecen galletas. Les doy las gracias por todo y vuelvo a la carrera. La salida es bastante dura, al pasar del calor acogedor de la estancia, a la intemperie y llovizna del exterior. Siento escalofríos y siento el cuerpo cortado, pero no hay más remedio que ponerse en marcha. Me comentan que la subida al Andraitz es por hierba, y sólo al final hay un tramo de piedras, luego todo es en descenso por senda hasta Oazurtza, kilómetro 148.

La niebla y la noche siguen dificultando la visibilidad. Bajo un kilómetro por carril y al entrar en la zona de pradera donde se difumina el sendero, me pierdo y sin darme cuenta acabo cogiendo el mismo carril de vuelta a la casa de pastores. ¡Maldita sea! Justo en ese momento me encuentro con dos corredores, y decido unirme a ellos. De nuevo, volvemos a la pradera y esta vez si, cogemos el camino correcto. Subimos al Andraitz a través de la pradera, casi campo a través, siguiendo y a veces buscando las balizas. Me cuesta el ascenso, sigo exhausto y sin fuerzas pero aún así, trato de no despegarme de ellos. En esta subida nos amanece y en escasos minutos el cielo se despeja y adquiere un hermoso tono azulado.
Hay muchas piedras marcadas con un punto redondo. Uno de ellos me comenta que es el balizaje de la famosa maratón de la Zegama-Aizkorri. El sendero es muy pronunciado y el dolor de rodillas vuelve a incrementarse. Pierdo de vista a los dos corredores y sigo a mi ritmo, más lento.
Cierta alegría se instala en mi mente. Ha salido el sol y se ha ido la niebla. La sensación de desorientación durante la noche se ha esfumado. Aunque muy cansado recobro los ánimos y bajo lo más rápido que me permiten las rodillas, en dirección al siguiente avituallamiento, Oazurtza, kilómetro 148, por donde paso en 37 horas y 30 minutos, es decir, sobre las 7,30 horas de la mañana.


Apenas si paro unos 5 minutos en aquella carpa en medio del bosque. Como un sándwich de jamón y queso, y retomo la marcha. Los últimos 20 kilómetros con su desnivel, ya son mucho más fáciles. Hay tramos de carril, otros de sendero con barro, continuas subidas y bajadas, pero nada que ver con lo que pasé por la noche. Apenas si veo a algún corredor. Sigo teniendo mucho sueño y de vez en cuando se me escapa algún bostezo. Vuelvo a tener más alucinaciones pero me las tomo un poco a broma. Un perro me ladra en mitad del sendero y me digo que aquello no es una alucinación, igual que la musaraña. Adelanto a un corredor que va muy tocado. Le pregunto que tal va y me dice que muy fastidiado con las ampollas. Trato de andar lo más rápido que puedo pero a cada paso, el lacerante dolor de ambas rodillas me recuerda el sufrimiento vivido. No puedo correr, ni siquiera lo intento, para no forzar demasiado. Atravieso un pueblo pero no es Mutiloa; revisando el track, creo que se trata del pueblo de Ceráin.
Los kilómetros van pasando lentamente y el calor de la mañana empieza a apretar. Llegando al último avituallamiento me pasa Carlos Javier y su grupo. Charlamos y trato de mantenerme con ellos, y juntos transitamos por el último punto de control, Mutiloa, en un tiempo de 39 horas y 55 minutos.
El avituallamiento es otro frontón de pelota vasca. Como algo de membrillo y poco más, y salimos todos juntos, ya con muchas ganas de concluir. Se nota que hay bastantes familiares animando a los corredores. Como van más rápido, el grupo de Carlos Javier también me acaba dejando. Hay algunos tramos de subidas, con alguna rampa fuerte que me cuesta más esfuerzo de lo normal. Voy muy tocado.
El calor de la hermosa mañana en la frondosidad del bosque, entre carriles y senderos, subiendo y bajando, recibiendo los ánimos de los innumerables voluntarios me hacen más llevadero estos últimos kilómetros.
Aun más, cuando, a pesar de todo, saco fuerzas e incremento el ritmo y en algunas bajadas troto, ayudado por los bastones. Me da tiempo a adelantar a 4 o 5 corredores que van peor que yo. Sigo con alguna alucinación pero mentalmente vuelvo a recobrar la alegría. Ya me queda poco. Esto está hecho- me digo. Pliego los bastones y saco la bandera de Trail Running Málaga.
Tras la última bajada, entro en la avenida principal de Beasain, los últimos kilómetros. No me planteo correr aunque podría hacer un último esfuerzo pero no tiene sentido. Prefiero seguir andando. Comienzo a recibir felicitaciones y ánimos de todos. La gente paseando me aplaude, la gente de los bares también, todo el mundo parece ser consciente del gran esfuerzo y sufrimiento empleado en completar las 100 millas vascas. Les saludo. Se agradecen los ánimos.


Los últimos metros son realmente especiales. Hay mucha gente en línea de meta y todo el mundo se pone a aplaudir. De repente, en un segundo me viene a la mente todo el padecimiento, todas las horas de carrera, ante aquellos aplausos de reconocimiento. Se me forma un nudo en la garganta y reprimo alguna lágrima. En el repecho final, con la bandera desplegada, me pongo a correr entre los aplausos de la gente y así, feliz y con una sonrisa de satisfacción por el deber cumplido, entro en meta en un tiempo de 42 horas y 20 minutos, en el puesto 138 de 215 finisher de la EHUNMILAK 2017. Enhorabuena a todos los corredores que la completaron porque creo que tiene mucho mérito ser finisher de la misma, y a los que no, a intentarlo el año que viene, porque verdaderamente merece la pena.

Ya en meta, coincido con los “Antonios”, Nono y Bulla, a los que saludo con mucha satisfacción, al igual que a Manuel Gutiérrez, unos auténticos campeones que terminaron en menos de 40 horas.


Y eso es todo, gracias a mi familia por permitirme estas locas aventuras, a los compañeros de Trail Running Málaga por los ánimos y el minucioso seguimiento, y gracias a tantos voluntarios y a tanta gente de Euskal Herria por hacer de esta carrera, tal vez, una de las mejores Ultras del mundo. 

2 comentarios:

  1. Impresionante,sin palabras, Enhorabuena

    ResponderEliminar
  2. Soy un mendizale vasco,corro en G2H y ni me planteo hacer Ehunmilak. Gente de mi entorno la corre y conozco bien su dureza. Quería felicitarte por tu logró y por la emoción que transmiten tus palabras. Una gozada leerte. Ondo izan!
    Que todo te vaya bien!;)

    ResponderEliminar