CRÓNICA DEL ULTRA TRAIL ALGARVIANA (300 KM Y 7000 +)(ALUT)
DEL 28 DE NOVIEMBRE AL 1 DE DICIEMBRE DE 2019
La de 2019
ha sido la tercera edición de la ultra más larga de
Portugal, la Ultra Algarviana (ALUT). Se
trata de una prueba de ultradistancia sin balizar, siguiendo el track en un
dispositivo gps y que atraviesa Portugal de este a oeste, esto es, desde el
pequeño pueblo de Alcoutim, en la ribera del Guadiana, hasta el faro del Cabo
de San Vicente, pasando por 11 municipios del Algarve: Alcoutim, Castro Marim, Tavira, Sao Bras de Alportel, Loulé, Silves, Monchique, Aljuzur, Lagos, Portimao y Vila do Biospo. Son unos 300 km y casi 7000 + dando
la organización un tiempo máximo para terminarla de 72 horas. En las dos primeras ediciones el vencedor ha
sido el mismo corredor: Joao Oliveira, un ultrafondista portugués con mucho
nivel.
Desde la primera edición seguí los pasos de esta
ultra a través de Internet y ya, en la de 2018, tuve la intención de
inscribirme pero los 300 km
y las muchas horas que preveía echar me hicieron dudar. Durante el año 2019 me fui mentalizando para
ello, más aún si cabe, cuando me suspendieron la otra gran prueba que tenía
prevista para el año 2019, en el Pais Vasco, en septiembre, la Bocineros
Deiadar Extreme de 200 km
y unos 11000 +. Una lástima. Espero que en los próximos años la organización de
la Bocineros reconsidere la posibilidad de volver a intentarlo.
Volviendo con la Algarviana. Pues eso, a la vista de la suspensión de la Bocineros
Deiadar, pensé que ya no había excusas para lanzarme a la aventura, saliera esta
como saliera. Este era el pensamiento
que me rondaba durante buena parte de los meses de agosto, septiembre y
octubre. Y en efecto, tras varios amagos y a pesar de algunos problemas con la
inscripción (retrasos de la organización en contestar), al final acabé
pagándola, sobre principios de octubre, y después de varias ultras de distancia
intermedia en esos meses y la maratón de Jarapalos, ya a principios de
noviembre, como prueba final preparatoria, en el Algarve me presenté a finales
de noviembre de 2019 en su capital, Faro, con la única intención de terminarla,
que no es poco.
La Algarviana
ha sido mi primera carrera más allá de las 100 millas y mi primera
carrera sin balizar, solo con la ayuda de un gps para orientarme, siguiendo la
ruta que previamente has cargado en el dispositivo, y con avituallamientos-bases
de vida muy distanciados, la mayoría de ellos, entre 25 y 37 kilómetros .
Para esta ultra no realicé ningún entrenamiento nuevo,
ni nada específico pensando en como afrontar esos 300 km y esas 72 horas como
máximo que daban en la prueba. Lo único
que me preocupaba era la orientación a través del gps. Aunque sabía que muchos llevaban los típicos
gps de mano (garmin etrex 20x, etrex 10x o etrex 30x, por ejemplo), me decanté
(error) por el Garmin Foretrex 601, un buen reloj de tipo militar pero que no
sirve para orientarse bien o al menos, no lo supe interpretar. Y si hice algún entrenamiento especial, fue precisamente
para probar la orientación con ese Garmin, haciendo una pequeña parte del
camino Mozárabe desde Málaga hasta Almogía y otro entrenamiento con dos
compañeros del Trail Running Málaga por Carratraca (Bulla y Gustavo) y a
primera vista, parecía que no era muy difícil el seguimiento. Pues no. Estaba
equivocado.
El miércoles 27 de noviembre de 2019, salí por la
tarde desde Málaga hacia el Algarve, con mi coche cargado de bolsas y mochilas. Pasé la noche en un buen hotel cerca de Faro,
en la turística Quarteira y por la mañana, antes de salir, comprobé y revisé
que todo estaba en orden (frontales con baterías cargadas, móvil, gps, las
distintas bolsas que iba a dejar, etc.).
Por suerte, aquella noche dormí bastante bien, sin pensar demasiado en
la carrera. No siempre me ocurre. Parece una tontería pero
cuando uno va a pasar casi tres noches sin dormir, creo que es importante
descansar en condiciones los días previos.
A las 13 horas nos recogió el autobús de la
organización en la estación de trenes de Faro.
Un nutrido grupo de aventureros venidos de todo Portugal. También algunos españoles, franceses y algún
inglés. Ya en el autobús pude hablar con
alguno de ellos, sobre todo con un uruguayo residente en España y que repetía
por segunda vez en esta épica prueba, poniéndome al día sobre algunos extremos
de la Ultra Algarviana, según la experiencia vivida en el 2018. También había una española, gallega, pero que
competía con un equipo portugués.
El viaje se hace un poco largo. Tuvimos que esperar a un corredor y cuando
llegamos a Alcoutim, en la frontera con España, mi reloj marcaba las 15,30 hora
local y a las 16,30 horas partía la carrera.
El autobús nos dejó en el centro del pueblo y andando, cargado con
nuestros petates y bolsas, nos dirigimos a una carpa junto al río Guadiana. En
esa hora había que ponerse en cola para recoger el dorsal y la bolsa del
corredor (nos entregaron una sudadera muy chula de color gris pero distinta de
los de la organización que era de color amarillo). Junto al dorsal también te entregan una baliza
que te acompañará durante toda la ultra, con lo que tienen a todos los
corredores controlados en todo momento y doy fe de que nos siguieron en todo
momento. Luego tienes que buscar alguna
silla libre y preparar definitivamente las bolsas que vas a dejar en las
distintas bases de vida, ponerles la correspondiente etiqueta. Luego hay que cambiarse de ropa y ponerse el
“uniforme” de carrera, zapatillas, vaselina, colocación de dorsal, etc. Y no hay mucho tiempo. Creo que la organización debería recogernos
una hora antes de Faro para no llegar tan estresados o bien retrasar un poco e
inicio de la carrera.
En fin, mientras uno de los organizadores daba la
charla técnica, en portugués obviamente, aproveché para comer algo, un poco de
refresco de cola y membrillo. Y sin
solución de continuidad, todo el grupo se encaminó hacia un embarcadero donde
nos hicieron fotos y videos de todos los tamaños y colores. También toda la organización, con sus
flamantes sudaderas amarillas, se sumó a las fotos. Aquello no parecía una carrera, sino una gran
familia, todos dispuestos a embarcarse, más que en una carrera, en una colosal aventura
para cruzar algún desierto o algo por el estilo. Y
bueno, en cierto modo, es un largo viaje donde cruzamos un país de este a oeste
y atravesamos las Sierras del Caldeirão,
Espinhaço de Cão y Monchique.
Minutos después todos estábamos colocados debajo de
la línea de salida, dispuestos a sufrir y disfrutar a lo largo de ese periplo
por la ruta algarviana. En mi caso,
siempre con alguna circunstancia que me distraía. En este caso, era el gps que continuamente se
me apagaba y no reconocía el track de la ultra. ¡Malditos gadgets! Y sin muchos preámbulos, desde una de las
calles de Alcoutim próximas al Guadiana, sobre las 16,30 hora portuguesa,
salimos. Creo que, en total, había unos
68-70 corredores, más seis equipos compuestos, creo por 3 corredores, que
salían por equipos una hora después.
Tras salir del pueblo, los primeros kilómetros van
paralelos al río Guadiana siguiendo un sendero amplío de gran recorrido, el
GR15. Voy con buena cadencia y me acoplo
con otro chaval con una camiseta naranja.
Los primeros han salido a un gran ritmo y en seguida los hemos perdido
de vista. Al poco giramos a la
izquierda, buscando el GR13, la propiamente vía Algarviana. Hago un inciso para comentar que, a lo largo
de los próximos 300
kilómetros , encontraremos muchos postes y marcas
señalizando la senda de gran recorrido de la vía Algarviana, y en mi caso, si
bien no impidieron perderme en muchas ocasiones, si que me ayudaron en momentos
de incertidumbre respecto a si seguía o no la ruta correcta.
El recorrido del inicio se realiza por un terreno
fácil, con mucha pista forestal y con continuas subidas y bajadas. Poco a poco, algún que otro corredor nos va
adelantando pero la idea es no parar de correr y seguir avanzando. Observo como el chaval de la camiseta naranja
controla bastante el tema del gps a diferencia de un servidor. Al menos, mi reloj, que ya funciona
correctamente (al menos ya no pierde la conexión con el satélite) si me está
marcando el track pero muchas veces no coincide exactamente con el recorrido y
se aleja bastante de mi posición. El
problema vendrá cuando esté solo y no tenga ninguna referencia. El primer avituallamiento está a unos 37 km de la salida, en uno de
los muchos pueblos que atravesamos, Furnazinhas.
Enciendo el frontal y la noche va entrando. La temperatura es agradable y me siento con
fuerzas. Dejó atrás al corredor de la camiseta
naranja y poco a poco, las fuerzas y la carrera van poniendo a cada corredor en
su sitio. Vamos atravesando pequeños
pueblos en los que hay que buscar el callejón que te lleve a la siguiente pista
forestal, siguiendo el track que te marca la carrera y no siempre es fácil. De hecho en los pueblos es donde más me
despisto. En algunas ocasiones, por
tener a un corredor cerca, prefiero parar y dejar que otro me marque el
camino. Pero no siempre voy a tener esa
suerte. De hecho, en otro pueblecito en
medio de la nada, no hay nadie y y como mi garmin no ayuda mucho, al final tomo
un camino equivocado. A los pocos
metros, me ladran y me persiguen algunos perros y a unos 300 o 400 metros más adelante
compruebo que me he equivocado. Me giro
160 grados y veo frontales a mi derecha por otro camino paralelo. Ni corto ni perezoso, arriesgándome a
encontrarme con un canal o una valla o algo peor, subo el monte campo a través,
a ciegas, abriéndome camino entre jaras, retamas y otras hierbas, para
reincorporarme al camino correcto y por suerte, no sin dificultad, consigo
alcanzarlo, perdiendo alguna que otra posición y gastando más energías de la cuenta.
En este primer tramo y en el siguiente, todavía más
de madrugada, atravesamos muchos pequeños pueblos del interior del Algarve.
Muchas son pequeñas aldeas, sin un alma que nos anime, como mucho el ladrido de
algún perro o algún gato escurridizo que nos acecha desde su escondite. De hecho, varios de aquellos pueblos
fantasmas los atravesamos en el completo silencio de la noche, solo roto por el
ruido de nuestras zapatillas.
Otra cuestión importante es que son muchos kilómetros
entre avituallamientos por lo que hay que comer y beber a menudo. Al final decidí llevar 1 litro de agua y me
equivoqué porque al poco tiempo tenía las dos botellas vacías. En uno de los pueblos me encontré con voluntarios
de la organización a los que pedí agua.
Por suerte, poco después, todavía sin salir del pueblo, encontré una
fuente (agua potable?)y cargué los dos bidones.
Aún así llegué a Furnazinhas sin una gota de agua.
Al perder varias posiciones, empecé de nuevo a
adelantar corredores y volví a tropezar con el corredor de la camiseta naranja
y decidí seguir otro buen rato con él. Pero pasado un tiempo me doy cuenta que voy
más rápido y casi sin darme cuenta me vuelvo a escapar y a encontrarme solo de
nuevo y en otra bifurcación me vuelvo a perder.
Esta vez no tengo tanta suerte y cuando me percato que me he perdido,
intento cortar por la tangente para volver al track correcto pero con la mala
suerte que me tropiezo con una valla y una carretera. No veo posibilidad de saltarla sin salir más
o menos perjudicado. No me queda otra opción
que correr campo a través pegado a la valla para volver de nuevo a la
bifurcación donde me perdí, mientras, muy a mi pesar, observo los frontales
como van avanzando por el camino correcto pero en dirección contraria a la mía. Al llegar a la bifurcación me encuentro con
dos españoles que también se iban a perder.
Les aviso y los tres nos reincorporamos al track correcto. He perdido muchas posiciones pero trato de no
fustigarme demasiado. No obstante,
aprieto un poco más el paso y adelanto a unos cuantos corredores, hasta que
llego a la altura de dos portugueses con los que comparto unos cuantos
kilómetros. Me comentan que ya han
estado a varias carreras por España, como las Millas Romanas de Mérida o los
101 de la Legión. Así, charlando van
pasando los minutos. Si en un
pueblecito la organización no me dieron agua, hay que reconocer que en otro
punto del recorrido donde era fácil equivocarse, nos estaban esperando para
guiarnos y al pedirle agua, me ofrecieron un botellín. Ya me quedaba poco para Furnazinhas. Por cierto, avanzando, avanzando volví a
encontrarme con el chaval de la camiseta naranja y juntos llegamos al dichoso
pueblo, a casi 38,5 km de la salida. Por la primera base de vida, Furnazinhas, paso sobre las 22,39 horas. Llego casi deshidratado pero con buen ánimo y
con idea de parar muy poco tiempo, puesto que no había dejado ninguna bolsa. Recargué los bidones, comí algún dulce y poco
más. Ni que decir tiene que el
avituallamiento estaba completo y ya
había corredores que se estaban cambiando de ropa y demás.
Salgo de Furnazinhas con ánimo renovado y tras andar
unos primeros cientos de metros por asfalto para asentar la comida, empiezo a
correr de nuevo. Sigo sólo. Por
detrás llevo una pareja que utilizo como referencia para saber que voy
bien. Luego me pasarán y seguiré su
estela durante bastante tiempo. En este
tramo, nos adelantan los corredores que hacen la Algarviana por equipos. Recuerdo que atravesamos el cauce seco de un
arroyo y luego afrontamos una larga subida en la que adelanté a varios
corredores. La noche sigue avanzando y la
temperatura resulta agradable, aunque, según qué zonas, se deja sentir cierta
bajada de las mismas. Continuo con
fuerzas, corriendo en llano y en bajada y andando a buen ritmo en subida,
apoyándome en los bastones. A lo largo
del camino, cada cierto tiempo existe un balizamiento (la marca del GR13) que
indica que seguimos bien, es decir, que vamos por la vía Algarviana. Entre ese balizamiento y el reloj gps que
casi nunca atina, voy tirando. Aunque
este tramo me está resultando más cómodo para guiarme. Todavía hay algún frontal por delante o por
detrás que me sigue orientando. Aún así,
hay veces que dudo y en muchas ocasiones opto por detenerme un momento hasta
que diviso algún frontal por detrás que me indica que voy por el camino
correcto.
Y vuelvo a encontrarme con el corredor de la camiseta
naranja. En un primer momento me
mantengo detrás de él y luego le adelanto.
Pero para mi sorpresa me vuelve a adelantar. No le puedo seguir el ritmo y lo pierdo de
vista y al llegar a otro pueblecito me desoriento. Giro a la izquierda y entro en otro pueblo o
aldea cuasi-abandonada, llena de perros que me ladran desde todos los
callejones. No veo ninguna marca del GR
de la Algarviana. Mejor darme la vuelta.
Creo que por aquí no es- me digo. Vuelvo
a la bifurcación para esperar a otros corredores porque el gps no me aclara la ruta
o yo no sé interpretarla. De repente,
empiezo a sentir mareos que achaco a los kilómetros realizados sin haber comido
mucho. Decido tomármelo con tranquilidad,
parar y comer una barrita de avena e ingerir más líquido y, en efecto, poco
después de comérmela empiezo a
encontrarme mejor. A los pocos minutos
aparecen 4 corredores que giran a la derecha y les sigo. En esta zona hay tramos con mayor humedad y
algún que otro sendero. Van dos chicos y
dos chicas, eso sí, los cuatro encuadrados en categoría veteranos; igual que un
servidor. Llevan buen ritmo pero voy descansado y les sigo sin problemas. Por cierto, las dos chicas no las volveré a
ver hasta llegar a la penúltima base de vida, Barao de Sao Joao, cuando me
sobrepasaron, consiguiendo ser, ambas, finisher de la ALUT.
Por lo demás, apenas si tengo molestias y muy importante
es que sigo comiendo y bebiendo sin problemas.
Sobre el tema de la hidratación, atravesamos bastantes pueblos y siempre
hay alguno que tiene una fuente donde puedo recargar agua. El primer frontal junto con la batería de
repuesto mueren en la primera noche. Menos
mal que llevo cuatro frontales más, repartidos entre las distintas mochilas que
he dejado en las distintas bases de vida.
Aún así me preocupa. Espero no
tener problemas en la tercera noche.
Y así, junto a los cuatro corredores llegamos a la
siguiente base de vida, Cachopo, kilómetro 75,7, otro pueblecito, sobre
las 4,50 de la madrugada del viernes. La base de vida es una habitación pequeña, bastante
caldeada, con varios voluntarios, y rodeada de mesas llenas de comida y bebida.
También hay un sofá que invita a sentarse y descansar un rato porque a estas
horas ya hace más frío y se agradece entrar en una habitación con una
temperatura más acogedora. Así lo
entendieron mis cuatro compañeros ocasionales, pues aprovechando el sofá, se
sentaron juntos para dar buena cuenta de alguno de los alimentos que había en
esa base de vida. Por cierto, al llegar
me encuentro con el chico de la camiseta naranja y minutos después siguió su
camino. Sin embargo, algo le tuvo que
pasar u olvidar porque volvió al rato.
Aquí, en Cachopo, he dejado mi primera bolsa. Me tomo un batido recuperador de sabor
chocolate y cargo otra barrita de avena.
Como bastante, creo recordar que un plato de pasta con vaso de refresco
de cola, pero decido no descansar más de lo justo y me reincorporo en seguida a
la carrera. No quiero enfriarme
demasiado.
Al salir, todavía dentro del pueblo, me cuesta
encontrar el camino para seguir el track de la carrera. Al final, doy con la
pista forestal y empiezo una nueva subida hasta llegar a un cortafuego donde me
vuelvo a despistar y acabo entrando en una finca privada. Al menos no hay perros. Vuelvo otra vez sobre
mis pasos, me desoriento varias veces más y por suerte, tras girar y girar la
muñeca y el reloj, consigo dar con la pista correcta después de perder otros
valiosos 20 minutos aproximadamente.
Tras una larga bajada, comienza una nueva subida y al final de la misma vuelvo
a tropezar con el chaval de la camiseta naranja. Esta vez va bastante lento y le paso sin
problemas. Ya no volveré a verlo
más. Creo que no termino la ALUT.
La noche sigue avanzando y me animo pensando que
pronto va a amanecer. Otra nueva bajada
y vuelta a subir. Vuelvo a estar
totalmente solo. Por delante de mi no veo a nadie y por detrás ha quedado muy
lejos el chaval y apenas si diviso algún frontal. Creo
que este tramo que va desde Cachopo (km 75) a Barranco do Velho
es uno de los que más me gustó o del que más imágenes se han quedado grabadas
en mi recuerdo. Tal vez se deba a que fue
el primer amanecer de la ultra, con bastante frío, sólo, sin ver a ningún
corredor y casi a ninguna persona durante unas cuantas horas por un paisaje
agreste y deshabitado. También fue el
encuentro con los madroños, ese fruto rojo y salvaje que iba alegrando y adornando
el camino y el ascenso. No probé ninguno
por miedo a que me sentaran mal. Como
dato curioso, si nadie me corrige, los portugueses lo llaman “modroño”.
Durante este trayecto tuve menos problemas con el
gps, entre otras cuestiones, porque no había muchas bifurcaciones y el track
estaba bastante despejado. Aún así, al
llegar al pequeño pueblo de Castelao, al amanecer y con las manos
entumecidas por el frío, tuve mis dudas sobre hacia donde seguir. Tras
pasar por el pueblo y después de una larga bajada, comencé un prolongado
ascenso rodeado de árboles, sobre todo madroños mientras, entretenía la mente
observando, a lo lejos, los enormes molinos de energía eólica, el campo y mucho
monte, mientras despuntaban los primeros rayos de sol y las manos tornaban de
un rosáceo cálido. Al final, la pista
forestal en su largo ascenso conducía a otro pueblo, Parizes, donde sino
me equivoco, había un centro de interpretación de la vía Algarviana. Cómo iba escaso de agua, me vino muy bien
encontrar una fuente de agua fresca.
Cargué los bidones y me tome un sobre de bebida isotónica, sabor
mandarina, de la marca Victory Endurance, que me suelen venir bastante bien y
sobre las que ya he hablado en otras ultras.
Es una forma de ingerir líquido, sales e hidratos y además, está muy
bueno.
Y tras una pequeña tregua de unos minutos retomamos
la marcha, ahora en descenso. Tal vez
por el frío o por los kilómetros acumulados mis piernas no responden muy
bien. Me duelen las rodillas y tengo las
piernas como acartonadas. Aún así, el
descenso es bastante empinado y me dejo llevar. Poco a poco nos vamos adentrando en un
barranco rodeado de exuberante vegetación mientras el suave calor de la mañana
va reconfortando.
Desde que salí de Cachopo en el kilómetro 75 sólo he
visto a un corredor al que adelanté.
Desde entonces voy completamente solo.
Nadie por delante, ni por detrás.
Por suerte, este segmento de Cachopo-Barranco do Velho de casi 30 kilómetros es el
más fácil de seguir, pues no hay muchas encrucijadas y aunque a su manera, el
reloj me ayuda a continuar por la ruta correcta. La pista forestal que transcurre por el
barranco tiende a llanear y en estos momentos de la ultra, me siento demasiado
cansado por lo que trato de avanzar andando rápido. Así pasa el tiempo hasta que llegamos a un
duro cortafuegos donde una señal (no es de la carrera) indica que Barranco
do Velho se encuentra a 1,8
km . El calor
empieza a apretar y la subida se me hace bastante dura. Se me acelera la respiración y comienzo a sudar
más de la cuenta. Al llegar arriba, hay
otra subida escondida en la siguiente curva y luego una bajada y por último,
otro duro repecho. Esos dos kilómetros
finales para llegar al siguiente avituallamiento se me hicieron eternos pero,
con mucho esfuerzo, llegamos a la siguiente base de vida de Barranco do Velho, kilómetro 104, a las 10,22 de la mañana del viernes 29 de noviembre
de 2019.
En el avituallamiento me encuentro con bastantes
corredores. Uno de ellos me resulta peculiar puesto que va con un sombrero y le
acompaña su mujer. Por supuesto, está en
plena forma y me adelanta fácil al salir de Barranco do Velho. Otros dos corredores que también encontré en
ese punto de control son los hermanos Silva que, para mí, serán determinantes
para finalizar la Algarviana. Por
espacio de unos minutos intento comer todo lo que me entra por los ojos, pues
aquí no he dejado mochila. Cargo los
bidones con una especie de limonada baja en calorías, que por suerte me sentó
bastante bien. Y al poco, me pongo otra
vez en marcha hacia la siguiente base de vida de Benafim. Hasta aquí la ultra había discurrido como
una ultra más, a pesar de haberme desorientado varias veces. A partir de aquí, sobre todo al llegar a
Salir la cuestión se me complica.
Los primeros kilómetros de este nuevo segmento
transcurren paralelos a la carretera por un sendero fácil con ligeras subidas y
bajadas hasta que giramos a la izquierda y comienza una larga bajada por una
vereda con bastante pendiente donde adelanto a varios corredores, entre ellos a
los dos hermanos, y coincido con otro corredor que se había perdido y que me
ayuda a encontrar el camino correcto.
Por este punto siento que voy por una zona que más o menos conozco pues
no en vano, durante dos años seguidos (2018 y 2019) he corrido el Ultra Trilhos
Rocha da Pena que sale desde el pueblo de Salir. Y precisamente a Salir me dirigía pero antes
hubo que cruzar la rambla de un río, varios senderos y distintos caminos. En este trayecto recuerdo que un fotógrafo
que iba en el coche me divisó a lo lejos. Detuvo el coche y salió del mismo, se
tiró al suelo (o se arrodilló) ya no lo recuerdo, para hacerme varias
fotos. Ante tal entusiasmo no me quedó
otra que ponerme a correr a todo lo que daba en aquel momento y así salió la foto,
con una sonrisa de oreja a oreja y dándole las gracias al vehemente
fotógrafo. El momento surrealista de
aquella mañana fue cuando me encontré con el corredor portugués del sombrero. Se llama José Simoes y apareció por mi
derecha por otro camino distinto al mío con aires como de ir de paseo y con una
botella pequeña de agua en la mano. Me pregunta si sigo el track. Le digo que si con la cabeza pero me
sorprende esa pregunta. ¿Cómo voy a poder
seguir en carrera si no es siguiendo el track?.
En fin, se pone a correr y decido seguirle. Observo que no tiene el track o, si lo tiene,
no lo mira pero si que va siguiendo las marcas de la algarviana. Ahora no sigo el gps y me dejo llevar por mi
nuevo compañero. Zigzagueamos por
distintos caminos y senderos entre huertos y fincas. Al final se adentra en un sendero asfaltado
que conduce a una finca particular donde una señora y varios perros ladrando
nos reciben. El portugués trata de callarlos echándole agua de la botella. Luego le pregunta y la mujer le indica donde
se ha perdido. Volvemos sobre nuestros
pasos y encontramos la marca. Y junto seguimos hasta que llegamos al pueblo de
Salir. Como siempre, al entrar en el
pueblo el gps se vuelve loco y me siento muy desorientado. Al pasar por un bar, mi compañero decide
entrar a tomar una cerveza y me dice que me invita a otra. Le digo que no y continuo mi camino. Por suerte, vuelven a aparecer más
corredores que me siguen orientando por las calles. En la plaza del pueblo, cargo bidones en una
fuente. Jose Simoes vuelve a adelantarme
y le sigo por el laberinto de calles hasta que, por fin, abandonamos Salir y ya
si cogemos una carretera que no tiene mucha perdida. Como digo este compañero está en plena forma
y sigue corriendo. En mi caso, decido avanzar
un tramo andando y le pierdo de vista. Antes de seguir, un pequeño inciso sobre José
Simoes. La razón por la que no sigue el
track es por que no le hace falta. Se conoce la carrera. Es la tercera edición
de la ALUT y su tercera participación y sólo tres corredores, después de la
edición 2019, pueden presumir de haber sido finisher en las tres ediciones,
siendo uno de ellos Joao Oliveira, el ganador de la Ultra Algarviana en 2017 y
2018.
Pero, por
suerte, a pesar de perder la estela de Jose Simoes, vuelvo a sentirme
acompañado de una pareja, un chico y una chica con muy buena equipación (muy
profesionales) y bastante bien compenetrados.
Ambos, con sus gps de mano, parecen controlar en todo momento la
dirección correcta por lo que me coloco detrás y me despreocupo de la ruta
mientras siga con ellos. Todo este tramo se realiza por asfalto y
ocasionalmente por sendero, siempre llaneando.
Al cabo de cierto tiempo, el corredor tiene un apretón y decide parar
pero no la chica por lo que me voy con la chica. Sin embargo, marca un fuerte ritmo corriendo
que al final me deja atrás.
Al poco, hay un giro de casi 360º y abandonamos la
zona asfaltada para entrar en un sendero de tierra y piedra roja por una zona
con vegetación media donde siguiendo las marcas de la vía Algarviana me vuelvo
a perder para acabar dando una vuelta y volver al mismo sitio. En fin, lo cierto es que al volver sobre mis
propios pasos me encuentro con los hermanos Silva que, por un casual, se habían
parado. Me confirman que no es por donde
dicen las marcas sino que hay que seguir de frente y subir por pista pedregosa
que se divisa como una raya blanca en la verde espesura del monte. Se trata de una dura cuesta los tres
ascendemos juntos. Luego giramos a la
derecha buscando el pueblo de Benafim.
Son dos hermanos, uno se llama Joao Silva, el mayor y más bajo y el
otro, Nuno que es más joven y sin embargo, bastante más alto, casi como yo o
más. Tras adelantarnos mutuamente por
una zona árida y expuesta durante varios kilómetros, volvemos a seguir juntos,
al trote hasta entrar en las calles de Benafim.
En Benafim,
kilómetro 129 de carrera, vuelvo a encontrarme con Jose Simoes que sale en
ese momento del avituallamiento. Cada
vez somos menos corredores. Me encuentro
con un chico que, al parecer, tiene los pies algo fastidiados pero cuenta con
bastante ayuda, su mujer y sus padres.
De este lugar recuerdo unos pasteles energéticos de chocolate
riquísimos. Tomé otra bebida de
recuperación, sabor chocolate, que había dejado para este avituallamiento y
poco más. Aún así, salgo el último y
ver la estela de otros corredores. Me
siento perdido entre las calles del pueblo hasta que un voluntario me anima y
me guía para encontrar la dirección correcta.
Como he comido bastante, decido andar durante varios kilómetros para que
se me asiente la comida. Al poco,
adelanto a los hermanos Silva que se han parado. Les pregunto si voy bien y me indican que si. Avanzo y la carrera se adentra por una zona
agreste de monte y tierra roja donde, por casualidades de la vida, el camino se
encuentra balizado. Tras la subida,
nueva bajada y sigo a las balizas. Llega
un momento que hay una pista que gira a la derecha y otra, la de las balizas,
que gira hacia la izquierda y el garmin que no me ayuda o no soy capaz de
interpretarlo. Lo cierto es que nunca
voy sobre el track; como mucho, a veces me acerco a unos 200 o 300 metros . En definitiva, que sigo las balizas pensando
que las ha puesto la organización y durante una hora, sin saberlo, voy en dirección
contraria camino de nuevo a Benafim. Al
salir a un camino asfaltado me extrañó ver marcas de la Algarviana pero más
petrificado me quedé cuando dos miembros de la organización se acercan en una
furgoneta para decirme que he hecho un bucle y que ahora, he vuelto a entrar en
el track de la carrera. Os podéis
imaginar mi indignación y rabia. Les
dije que seguí las balizas que había. Ellos
me comentaron que esas balizas no eran suyas.
Que debo seguir las marcas de la Algarviana. Lo cierto es que se despiden de mí y me
vuelvo a encontrar como casi al principio.
Pero antes que venirme a bajo, la rabia que llevaba dentro me hizo
apretar el ritmo. En la subida por la
vereda de piedras y tierra roja, me animó el hecho de hablar por teléfono con
mi mujer y mi hija, circunstancia que me reforzó la moral.
Vuelvo al punto donde me despisté a causa de las
balizas y después de un rato dando vueltas con el gps sin encontrar el camino,
decidí seguir por la pista de la derecha. Cientos de metros después el gps me
indicaba que iba en la buena dirección lo que se acrecentaba con la siguiente
marca de la algarviana.
Sigo mi camino, atravesando una zona muy bonita de
acampada y piscinas (Praia fluvial de Alte) y con mucho cuidado y suerte
salgo bien parado atravesando el pueblo de Alte por el laberinto que
supone seguir un track entre tantas calles.
Luego un tramo de sendero estrecho y con bastante piedra que zigzaguea
por una zona de matorral y vegetación baja, hasta llegar a otra pedanía, donde
por suerte, encuentro otra fuente en la que hago una pausa para tomarme otro
sobre de isotónico.
Sigo enrabietado y voy a buen ritmo pero las dudas y
las pérdidas son continuas y en este segmento se atraviesan muchas calles y
pedanías donde es más fácil perderse.
Aún así, ya casi anocheciendo, encuentro una amplia pista de tierra
donde se van divisando las marcas de la Algarviana y por donde resulta
imposible perderse. Son varios
kilómetros donde me dejo llevar y me recreo corriendo a un ritmo bastante
fuerte. Recuerdo que tenía una molestia
en la cadera derecha pero a fuerza de alargar la zancada se me acabó
pasando. Abandono la enome pista donde
había disfrutado, me colocó el frontal porque ya es noche cerrada y sigo
marchando con preocupación. Al fondo
diviso muchas luces y el bullicio de la carretera. Poco a poco, me voy acercando a varios
pueblos y a la autovía A-2 (escribiendo la crónica veo por Google Maps que la
mayoría empiezan por Messines). A pesar
de encontrame bien y con fuerzas, cada desvío supone una indecisión, significa
perder varios minutos de acá para allá, dando vueltas, hasta encontrar el
camino correcto, si es que lo encuentro.
Tras abandonar otro camino de tierra
entro, a la altura de una gasolinera, en el arcén de una carretera nacional
bastante transitada. A pesar de todo, el reloj algo me ayuda y
entre las marcas y el Garmin voy teniendo suerte y sigo avanzando a pesar de todos
los contratiempos. De hecho, cuando el
camino es fácil avanzo muy rápido corriendo.
Tras correr varios kilómetros por un camino de tierra
flanqueado por huertas y sembrados, llego a una carretera asfaltada donde me
vuelvo a perder. Cerca hay una
gasolinera y aprovecho para comprar un refresco de cola. Ya puestos le pregunto al
encargado de la estación por la vía Algarviana y no me sabe responder. Le pregunto por Messines y me dice que si,
que está muy cerca, qué debo tomar esta carretera y luego otra. ¿Qué hacer? Sigo
dando vueltas y no encuentro forma de seguir.
Llamo a la organización pero no me cogen el teléfono. Estoy desesperado. Me planteo seriamente seguir en carrera. En
última instancia, decido volver sobre mis propios pasos y casi de por azar y casi media hora
después vuelvo a encontrar el track de la ultra y alcanzo a ver nuevas marcas
de la Algarviana.
Trato de correr de nuevo, con más brío, con más
coraje, pero dos o tres kilómetros
después me vuelve a surgir una nueva indecisión. Este tramo de la ultra desde
Benafim a Sao Bartolomeu de Messines, de apenas 25 km . lo tengo grabado a
fuego. Recuerdo muchos lugares, momentos
y paisajes, calles y cruces. Por
supuesto, en todos estos kilómetros no me encuentro con ningún corredor. Es una lucha en solitario.
Tras subir por una cuesta empedrada, progreso por la cuneta de una carretera que
ya sí me lleva a la ciudad de Sao Bartolomeu
de Messines. A diferencia de los otros
avituallamientos situados en pequeños pueblos, Messines es una ciudad bastante
grande donde localizar el avituallamiento iba a ser más difícil. En el reloj ya
me marca el punto exacto del mismo y a él me dirijo. Me cuesta encontrarlo. No hay indicaciones, ni flechas, ni
nada. Casi estoy encima del punto y no
lo localizo. Al final, lo logro.
Entro en el avituallamiento bastante cabreado pero a
la vez feliz de haber llegado a Messines
(km. 155) sobre las 20,55 horas de viernes 29 de noviembre de 2019, es
decir, con más de 28 horas de carrera. Allí vuelvo a coincidir con Jose Simoes
y con los hermanos Silva. Hablo con la
organización. Les digo que les he llamado. Asienten pero nada más. Otro chico
de la organización, sin embargo, se esfuerza en hablar conmigo en español. Me
indica que tengo que seguir el track porque la ultra, a veces no sigue las
marcas de la algarviana. Le enseño el reloj y me dice que lo suyo era llevar un
gps de mano de tipo etrex 20 o 30. Si, ya lo sé pero es lo que tengo.
El avituallamiento está ubicado en la primera planta
de un edificio, en una sala amplía. Hay
corredores tumbados en esterillas, tratando de dormir o descansar algo. En mi caso, me encuentro bien, sin falta de
sueño pero obviamente con el cansancio acumulado de los primeros 150 kilómetros de
carrera.
No pierdo el tiempo y descanso unos minutos mientras
como un plato de arroz blanco y varios trozos de pollo con un vaso de refresco
de cola que, muy amables, me sirven miembros de la organización. Entonces hablo con Joao Silva (en ese
momento no conozco su nombre, ni siquiera que son hermanos) y les pregunto si
puedo ir con ellos, puesto que me pierdo continuamente a causa de mi gps. Me comenta que lo va a hablar con su hermano Nuno
pero ya me advierte que éste tiene un problema en la rodilla derecha y lo más
seguro es que vayan a un ritmo lento. Le
digo que no hay ningún problema. Mi
objetivo es terminar la Algarviana.
Minutos más tarde me dicen que si. Que dentro de un
rato van a salir y que no les importa que vaya con ellos. Ellos han podido
dormir y descansar durante una hora aproximadamente. En cambio yo no. A partir
de este momento, mi carrera cambia radicalmente. Mi único objetivo es terminar la ultra y quedo
supeditado a los tiempos que ellos me vayan marcando. Lo bueno es que voy más tranquilo y más
despreocupado. Los dos hermanos llevan
gps y parecen dominarlo. Saldríamos
aproximadamente sobre las 10 de la noche del viernes 29 de noviembre. Hace frío, vamos abrigados y apenas nos
alumbra la luna.
Otra diferencia fundamental a partir de ahora es que
no estoy solo y el tiempo transcurre más rápido pues no paramos de hablar
durante todo el trayecto hasta el siguiente punto de control en Silves, kilómetro
182 de carrera. Hablamos de muchas
carreras, de ultra trail de medio mundo, de material de trail running, de
distintos corredores, y por supuesto de los corredores de la Algarviana. Al principio, todo parece indicar que el
ganador vuelve a ser Joao Oliveira. Sin
embargo, este corredor acababa de terminar otra ultramaratón en Brasil y tal
vez, no estaba lo suficientemente recuperado.
Otro corredor con opciones es Paul Giblin que ya quedó segundo en la
primera edición. Nuno parece estar al
tanto de todos los corredores y me comenta que la pareja muy bien compenetrada
que me adelantó después de Salir.
Avanzamos parsimoniosos pero aún así, conseguimos
adelantar a un corredor que va más lento que nosotros. Este segmento de la ultra atraviesa lugares
muy hermosos, el río Arade y una zona de embalses (Albufeira da Barragem do
Funcho) pero al ser noche cerrada apenas distinguimos la oscuridad del agua
y como el camino serpentea por los barrancos adyacentes al pantano. De vez en cuando, Nuno me anima a correr. Le digo que no, que gracias, que voy bien con
ellos. Al cabo de cierto tiempo, nos
adelanta una corredora que se saluda con los hermanos portugueses. Se llama Cidalia Martins y el año pasado ya
fue finisher de la Ultra Algarviana.
Aunque nos adelanta, al final nos unimos los cuatro y avanzamos
juntos. Abandonamos la zona cómoda de pista y
empezamos continuas subidas y bajadas por sendero de piedra y arena. Recuerdo que en la subida final nos animan
varias personas que han preparado una enorme fogata. A partir de este momento, Cidalia es que la
que toma la cabeza del grupo y yo detrás.
La chica lleva un reloj de muñeca (no el típico gps de mano que llevan
casi todos) pero parece orientarse bastante bien. Atravesamos una zona con mucha humedad y
vegetación y un sendero muy poco transitado. Son continuas subidas y bajadas en
lo más profundo de un bosque. Me siento perdido y desorientado y parece que
no avanzamos, como si estuviésemos en un bucle infinito. Mi cuerpo está fatigado y la falta de sueño
comienza a debilitarme. Trato de no
pensar demasiado. Estoy como loco por
llegar a Silves y tumbarme un rato para descansar.
Cidalia marca, cada vez, un ritmo más enérgico y los
hermanos portugueses se quedan atrás. En
un sendero de bajada la chica pisa mal o se hace una torcedura. Lo desconozco. Parece que se ha hecho
daño. Me acerco pero le resta
importancia y seguimos. Y sobre las
3,56 de la madrugada del sábado 30 de noviembre, Cidalia y yo llegamos al
siguiente avituallamiento, Silves,
kilómetro 182 de carrera.
Es una sala amplia, con calefacción, casi en penumbra
y en silencio, apenas roto por el susurro de las conversaciones entre los
voluntarios. A un lado varias mesas con
los alimentos sólidos y líquidos del avituallamiento (dulce, salado, arroz,
pollo atún, café, chocolate, etc.), con los voluntarios con las sudaderas
amarillas de la organización, y al otro, unas cuantas colchonetas donde varios
corredores y también voluntarios duermen, o al menos, descansan. Busco una colchoneta próxima a los baños, me
quito las zapatillas y me tumbo. No me
llego a dormir pero me sirve para aliviar la fatiga acumulada de tantas horas y
kilómetros.
Creo que estuve recostado por espacio de una hora y
aunque no llegué a dormir, me reconfortó ese descanso. Sin embargo, la carrera continuaba y había
que seguir. Me cambié de calcetines,
tomé una bebida de recuperación de mi mochila y luego desayuné otro plato de
arroz con pollo y un café. Los dos
hermanos también se estaban preparando y al cabo de unos 15 o 20 minutos
salimos a la gélida mañana mientras despuntaba un nuevo amanecer. Lástima por
Cidalia, nuestra nueva compañera que, por problemas en el tobillo, creo,
decidía retirarse en ese punto.
El nuevo segmento de la Ultra Algarviana, de unos 32 kilómetros , nos
conducirá a la zona con mayor elevación y desnivel, subiendo a la Sierra de
Monchique para llegar al pueblo del mismo nombre. En seguida nos amanece, y tranquilos, en fila de a uno, vamos
progresando. Es un terreno árido y yermo,
con amplios campos quemados por los incendios del verano, por veredas antiguas,
con continuas subidas y bajadas y siempre divisando al fondo la zona más alta y
rocosa de la Sierra de Monchique. En
portugués, Nuno, a lo largo de todo este tiempo que estamos juntos, varias
veces me comenta que todo el Algarve es igual, es decir, una especie de
infinito monte ondulado que no para de subir y bajar y decorado con mucha
vegetación media. Asiento con la
cabeza.
Este es un tramo que, a diferencia del de Benafim a
Mesines por las continuas pérdidas y del del Mesines a Silves por ser noche
cerrada y estar muy cansado, disfruto mucho más. Apenas siento molestias y el frío de la
mañana me ayuda a sentirme mejor.
Además, mis ánimos se sienten renovados tras hablar a primera hora con
mi mujer y mi hija y explicarles mi situación y que voy acompañado con dos
hermanos portugueses.
Dejamos el sendero por el que hemos transitado en un
continuo ascenso y tomamos una amplia pista forestal con prolongadas bajadas y
llaneo. En condiciones normales, hubiese
avanzado corriendo bastante rápido pero en ese momento entendía que iba en
grupo y debía esperarlos. Como me
explica Joao, la rodilla de Nuno sufre más en las bajadas. No importa, le digo. Vamos al ritmo que
marque. No obstante, me encuentro bien y
sin correr, solo andando rápido, casi sin darme cuenta me voy separando de
ellos hasta que, al cabo de varios kilómetros, me detengo en la cuneta o me
siento en alguna piedra o barandilla a esperarlos y así avanzamos hasta llegar
a los pies de la enorme sierra.
Nos reagrupamos en el último tramo por asfalto,
giramos a nuestra izquierda y comenzamos la subida atravesando una bonita
arboleda con varios puentes de madera que cruzan una ribera de aguas transparentes. Según me cuentan, estos puentes no estaban el
año pasado por lo que los corredores de la ALUT 2018 (supongo que también en la
primera edición) tuvieron que calarse hasta las rodillas con lo que luego
supone a efectos de ampollas y problemas varios en los pies (uñas).
La subida nos conduce por un sendero estrecho a unas
casas en ruinas, un pequeño poblado deshabitado hace mucho tiempo. En el interior de las casas aún queda alguna
silla, los restos de una chimenea, etc. Allí
nos perdemos y es Joao, comprobando el gps, el que indica que hay que regresar
sobre nuestros propios pasos y buscar el camino correcto. Aunque bastante escondido, logramos dar con
la estrecha vereda que zigzaguea por la sierra. Durante esta subida empiezo a tener mucho
calor y me sobra todo. Se me acelera el
corazón y la respiración. También comienza
a soplar un recio viento. Por fin llegamos
a un terraplén donde hacemos una leve parada y tras el terraplén ascendemos y avistamos
una pequeña hondonada con vegetación baja y enormes piedras. También hay algunas casas aisladas. Precisamente de una de estas casas salió
enloquecido un enorme perro ladrando en dirección a nuestra posición. Es un perro grande y negro y no viene
precisamente a saludarnos. Nos
protegemos con los bastones como si de soldados se tratara. Por suerte, el perro no llegó a abalanzarse sobre
nosotros aunque nos llevamos un buen susto.
Detrás del perro salieron dos adolescentes, un chico y una chica, que
consiguieron amarrarlo y llevarlo de nuevo a su parcela.
Tras el pequeño sobresalto, volvemos a subir por un
nuevo sendero muy vertical. Hace mucho
calor y mi pulso se acelera. Tal vez sea
este uno de los momentos en los que peor lo pasé de toda la ultra. Además, apenas si tengo agua y en este tramos
no hemos visto ni una fuente. Joao se
adelanta y nos deja atrás. Nuno se
rezaga. Voy entre los dos hermanos. La subida es bastante larga. A mitad de la subida, Nuno se detiene y se
sienta en una roca. Parece que no puede
continuar. La rodilla lo está machacando
más de la cuenta. Sin decir nada, Joao,
con cristalina determinación, coge su gps, le cambia las pilas y me lo presta
para que yo pueda seguir en solitario.
Me explica el funcionamiento básico del modelo gps garmin etrex 30 y me
comenta que él tiene la intención de quedarse con su hermano. Me lo entrega con tal vehemencia que siento
que se puede ofender si lo rechazo. No
sé qué hacer ni qué decirles. Pienso que si se encuentra tan mal, lo suyo sería
llamar a la organización para que vengan a recogerlo. De todos modos, nos quedan pocos kilómetros
para llegar a Monchique y ahí puede pensar qué hacer o lo puede ver un médico. Tal vez sea un dolor pasajero y con un poco de
reposo puede continuar. De todos modos,
no sé porqué pero al darme el gps supe que esa aventura en solitario no iba a
llegar muy lejos, tal vez porque luego me cogerían o yo me acabaría extraviando
o porque, sencillamente, el avituallamiento estaba cerca y allí me los
encontraría o por que, tal vez, Nuno hubiese pasado ese momento de bajón físico
y/o moral. En fin, lo dicho, no sé qué decirles, salvo darles las gracias. Siento que es una relación entre hermanos y no
soy quien para animar a Nuno a que siga o a que haga esto o lo otro. Me despido de ellos, casi más con gestos que
con palabras y con una sensación agridulce, sigo la ascensión, pero ahora con
mi nuevo dispositivo y la responsabilidad que eso conlleva. Según voy subiendo los observo, allí, parados,
junto a una roca a pleno sol, hablando.
La luz del sol dificulta la visibilidad de la pantalla pero aún así,
resulta mucho más fiable que mi garmin foretrex 601.
Al llegar arriba el track de la ultra nos conduce por
una carretera estrecha a través de una arboleda con algunas construcciones y
viviendas. En una de ellas, en la pared
de una arqueta sombría, descubro un grifo.
Decido parar y tomarme, con esa agua fresquita de la sierra, otro sobre
de bebida isotónica, sabor mandarina, de Victory Endurance. Cargo los bidones y al iniciar la marcha me
giro y los veo venir a los dos hermanos.
Ya me lo decía! Nos saludamos de nuevo, nos reímos y acto seguido le
devuelvo el gps. Continuamos la subida
los tres juntos. El tiempo va cambiando
y el cielo se va encapotando sobre la Sierra de Monchique y el punto más alto,
el pico da Foia con sus 902
metros de altitud. Si bien no cruzamos por ese punto sino que el
track de la Algarviana nos conduce a otro pico, Picota (773 m ). Según ascendemos, las vistas hacia la
izquierda son espectaculares. Se divisa Portimao y el río Arade con su gran
ensanche antes de llegar al océano, también Lagos y muy a lo lejos se atisba el
Cabo de San Vicente, final del destino de esta aventura.
Al llegar al punto más alto de la ultra, Picota,
nos recibe entusiasmado nuestro amigo fotógrafo, Joao Delgado, que nos hace unas
cuantas fotos que siempre son bien recibidas.
El tiempo sigue cambiando y cada vez hace más fresco. Ya algún voluntario nos comentó que
posiblemente iba a llevar en la última noche de la Algarviana. Y ahora, tras un tramo de piedras algo
técnico, una rápida bajada hasta el pueblo de Monchique. Sigo ágil de piernas y a pesar de la brutal
travesía realizada hasta ese punto, bajo fácil y sin apenas molestias. En
cambio Nuno, que sube bien, le cuesta mucho bajar debido al dolor de la
rodilla. No obstante, realizo varias
paradas para seguir con ellos.
Al llegar al pueblo, nos cuesta ubicar el siguiente
avituallamiento. Varios portugueses están siguiendo la carrera con sus coches y
ellos nos indican la dirección a tomar para llegar al avituallamiento de Monchique.
Conseguimos localizarlo junto al parque de bomberos. Apenas es un pasillo de entrada al edificio
donde han colocado dos colchonetas y varias mesas. No obstante tienen de todo. Hay tres voluntarios que nos reciben con
amabilidad y nos ofrecen lo que tienen.
Por este punto de control, Monchique,
kilómetros 214 de la ultra, transitamos a las 15,05 horas del sábado 30 de
noviembre y nuestros cuerpos ya llevan casi 48 horas batallando contra la
mente, la fatiga y el sueño. Desde que
salimos de Silves no hemos visto a ningún corredor, si bien los voluntarios de
Monchique nos indican que detrás todavía vienen unos cuantos. Lo cierto es que todavía nos quedan muchos
kilómetros y el tiempo va pasando por lo que, con cierto tacto, trato de
apremiar a mis buenos compañeros portugueses.
La rodilla inflamada de Nuno parece que sigue funcionando. No
recuerdo exactamente que comí en este avituallamiento pero, por regla general,
desde el avituallamiento de Mesines (kilometro 150) mi alimentación consistió
básicamente en pollo, arroz blanco o atún.
Nuestro próximo destino es Marmelete, a unos 16 kilómetros . Tras afrontar una dura subida llegamos a una yerma
planicie donde sopla un frío y recio viento.
Ahora sé que muy cerca de ese punto, a nuestra izquierda, dejamos atrás
el pico Foia, el punto más elevado de la Sierra de Monchique (902 m .) y que junto al de Picota (773 m .), son las dos sierras
que flanquean el pueblo de Monchique.
El tiempo sigue cambiando pero a peor. Abandonamos la
carretera y avanzamos por un sendero, pasando por varias pesadas compuertas
metálicas para evitar que se escape el ganado.
Luego el sendero se convierte en pista forestal y además del viento, se
incorpora a nuestra odisea una espesa niebla y mucho frío. Nos detenemos y tanto los hermanos Silva como
uno mismo, tratamos de abrigarnos. Mi
chaqueta Bonatti no abriga demasiado pero trato de moverme aunque no lo
suficiente para evitar alguna que otra tiritona. Seguimos avanzando por la agreste sierra
acompañados del frío y del viento y también del ruido de las enormes aspas de
los grandes molinos de energía eólica.
Las descomunales aspas se mueven a gran velocidad, casi asustan, y
silban y silban al compás del incesante viento.
Comenzamos el descenso por pista forestal. En muchos tramos voy trotando para soltar
piernas aunque luego tenga que esperarles un rato en alguna bifurcación. Las marcas de la algarviana son bastante
visibles y sin darme cuenta me vuelvo a despegar de los hermanos Silva. Enciendo el frontal porque ya la noche se va
cerniendo sobre nosotros. El silbido de
los molinos desaparece, la temperatura asciende y el viento apenas llega a la
entidad de soplo. Pero estos 16 kilómetros hasta
Marmelete no lo van a poner fácil. Como
me encuentro mejor, tal vez porque el frío me ha activado, sigo trotando pero al
cruzar una carretera y tomar un nuevo descenso por una pista de tierra fina
comienza a llover. La pista se adentra
en un denso bosque. Al principio, las
gotas de agua brillan a la luz del frontal y apenas empapan el impermeable. Se
trata de una lluvia fina que, incluso, se agradecía, pero, poco a poco, empezó
a hostigar con más fuerza hasta calarnos.
Tras cruzar el bosque, llego a una explanada en la que me siento
perdido. Había varias máquinas de carretera y decido
esperar a mis compañeros. La lluvia ha
tornado en chubasco y los tres, calados por esa lluvia fría, nos encontramos y
seguimos por otro camino. Ahora viene
una larga subida por una pista estrecha.
La lluvia sigue apretando y, sin darme cuenta, solo queriendo llegar
pronto a un lugar cubierto, elevo el ritmo pensando en que estoy muy cerca del
avituallamiento y que siguiendo ese camino no tendré problemas para dar con el
pequeño pueblo de Marmelete. Sigo
estando equivocado puesto que en otra bifurcación, al no tener claro la
dirección, decido esperarlos. Les vuelvo
a esperar y algo resignado, entramos juntos en las calles de Marmelete. De nuevo, los voluntarios, desde su coche nos
indican que el avituallamiento está al final del pueblo.
Por el
avituallamiento de Marmelete (kilómetro 230 de carrera), ya noche
cerrada, transitamos a las 19,47 horas del sábado 30 de noviembre, con un
tiempo en carrera de más de 50 horas.
Se trata de una especie de local para actos sociales, con tarima incluida. Como siempre, los voluntarios, con sus
flamantes sudaderas amarillas, nos atienden con mucha amabilidad y
presteza. Vuelvo a comer lo mismo de
siempre (pollo, atún y arroz) con un vaso de refresco de cola. También tomo otro sobre de recuperador de la
marca Victory Endurance, sabor chocolate.
Aprovecho el momento para cambiarme la ropa interior, restregarme bien
de vaselina y cuidarme los pies. Por
ahora, después de tantos kilómetros, mi cuerpo, sobre todo, mis piernas y pies,
apenas se han quejado. Aún así, no
quiero mirar demasiado. Veo que por
algunos dedos de mis pies asoman enormes ampollas inyectadas en sangre pero lo
importante es que las tolero y apenas si me molestan. Lo desconocía pero mis compañeros portugueses
cuentan con una buena asistencia. Se
trata de la pareja de Nuno. Por supuesto, que en este tipo de ultras, la
asistencia de un familiar o un amigo puede suponer una gran ayuda, sobre todo,
a nivel mental. Y en el caso de Nuno,
con la rodilla maltrecha, esa compañía podía serle de gran refuerzo mental. Seguimos sin ver a ningún corredor desde que
el sábado de madrugada saliéramos de Silves.
Tras más de media hora en aquel punto de control, los
tres partimos en busca del siguiente segmento de la ultra camino del penúltimo
avituallamiento de la ultra: Barao de Sao Joao. Como siempre, los primeros metros, al salir,
son difíciles, al cambiar el calor acogedor de la calefacción po la fría
intemperie del exterior. En mi caso,
tras alguna tiritona voy entrando en calor.
Este tramo es todo llano pero son 36 kilómetros , tal
vez demasiados, después de los que llevamos en el cuerpo. Y si, creo que fue este tramo el peor para
todos.
Recuerdo que al salir, Joao nos iba indicando la ruta
por las callejuelas de Marmelete. Veía como él seguía con su gps nuestra trayectoria
y el track de la ultra, identificando calles y más calles en la pequeña
pantalla del etrex 30. En cambio,
en mi reloj sólo se distinguía una flecha, que es la que me representa y una
línea (el track de la ultra) y nada más, con el agravante de que indicaba que
mi ubicación estaba alejada del track más de 500 metros . Imposible seguirlo. Al salir del pueblo, tomamos la cuneta de una
carretera nacional con algo de tráfico.
Sigue lloviendo con fuerza. Me
siento desorientado. Si no fuera por la ayuda de mis compañeros
portugueses, estas entradas y salidas a los pueblos, así como muchas otras
bifurcaciones …...
Abandonamos la carretera y tomamos una pista de
tierra con bastante barro. Deja de llover
y poco a poco la temperatura resulta más agradable. Las nubes van desapareciendo y la oscuridad
del firmamento se hace clara y visible, y también las estrellas. Tal vez sea una tontería pero una de las
cosas que más disfruto en los tramos nocturnos de las ultras es contemplar el
cielo estrellado, obviamente, siempre que el sendero o el camino me lo
permiten. Es en esos momentos cuando me
siento afortunado por tener la fuerza mental y la salud para poder realizar
estas aventuras. Algo parecido me ocurre
con los atardeceres y el amanecer.
En estos primeros kilómetros volvemos a charlar
animadamente de nuestras experiencias en carreras, aventuras, etc., casi todo
relacionado con el mundo del atletismo y el trail running. Es en esta conversación cuando en realidad me
entero que ellos son hermanos y que viven en una casa de dos plantas en una
ciudad cerca de Oporto (Trofa), una planta para cada hermano y que,
generalmente, suelen ir juntos a las mismas ultras. Me hablan mucho de la ultra Serra da Freita.
Salimos de la pista embarrada y avanzamos por
carretera. A diferencia de otras ultras donde si he sufrido bastantes
alucinaciones, en esta ocasión, tal vez por el acompañamiento, apenas si me han
afectado. De hecho, cuando en la
oscuridad de la carretera había alguna luz extraña o fantasmagórica, preguntaba
a mis compañeros portugueses si ellos también la veían o si era una alucinación
mía. Me respondían con una sonrisa que
si, que ellos también la estaban viendo.
Andar rápido por una carretera desierta en plena
noche resulta agotador y anodino pero cuando las piernas y el resto del cuerpo
llevan más de 55 horas sin parar, sin dormir, sin apenas descansar, la travesía
se convierte en una auténtica tortura. A
ello hay que sumar una nueva y dolorosa sensación, una desagradable quemazón en
los pies. Trato de trotar de vez en
cuando, de hacer estiramientos, de mover los dedos de los pies, etc. pero todo
esfuerzo se hace inútil. Cada paso es
como si cientos de pinchos se clavaran en la planta del pie y así un paso y
otro paso. Intento caminar por la zona
de tierra de la cuneta pero tampoco hay resultados. Junto con la subida a Monchique, este es el
otro momento de crisis que tuve en la Algarviana, amen de las desorientaciones
y bucles en el segmento de Benafim a Messines.
Recuerdo que este tramo, sin duda, se me hizo el más
largo y duro. No paraba de preguntar a Joao cuantos kilómetros habíamos
avanzado y cuantos kilómetros nos quedaban.
Parecía como si cada kilómetro fuese eterno. A veces íbamos juntos, en otros tramos,
separados o bien se adelantaba Joao o Nuno o este que escribe. En algún tramo tropezamos con enormes charcos
que ocupan todo el camino. A veces
buscamos alternativas para evitar mojarnos pero la mayoría los sorteamos como
buenamente podemos. De vez en cuando
Nuno me animaba a correr y a seguir mi camino.
Asentía pero mis fuerzas también estaban al límite. Tal vez se sintiera algo “culpable” por
ralentizar, a veces, nuestra marcha y me impulsaba a seguir a mi aire. Aprovechaba para decirle que gracias a ellos
iba a conseguir terminar la Algarviana. Recuerdo
que durante estas largas horas iba admirando el pundonor de Nuno en querer
seguir y terminar la Algarviana. No
recuerdo exactamente a partir de que momento la cojera se hizo más que evidente
pero si que, durante estos 36 kilómetros el esfuerzo y sufrimiento al que
se enfrentó fue muy superior al nuestro.
Les preguntaba por el dolor de pies y a ellos también les estaba
pasando.
¿Por qué hago esto? ¿Qué me impulsa a pasar este
sufrimiento? Releyendo el libro de Dean Karnazes, Ultramaratón, en cierto modo,
hago mías sus reflexiones. Podría dar muchas respuestas y razonamientos pero
básicamente lo hago porque no me gusta seguir el camino fácil, lo hago para
salir de la rutina, para vivir experiencias y acumular recuerdos, lo hago para
conocer nuevos horizontes y nuevos paisajes, para paladear el descanso y la
satisfacción por lo conseguido y por que tal vez, la vida se hace una pizca más
hermosa y un poquito más apasionante. Lo
hago porque me gusta la soledad y porque a la vez es un modo de encontrarme a
mi mismo, en definitiva, lo hago para sentirme vivo. Y, ¿Qué es la vida?; sino
la infinita concatenación de recuerdos. Tras esta pequeña reflexión sobre el
significado de correr una prueba de ultradistancia con tanto sufrimiento y a
pesar de que apenas consigo trasmitir al lector ni el 50% del sufrimiento real,
puesto que nuestra mente, en cuanto, terminamos creo que hace un borrado
selectivo de todo aquello que nos ha pasado, pues en cuanto llegamos a meta,
con la satisfacción y el orgullo de haberlo conseguido, casi todo se olvida, y
uno sigue auto-convenciéndose que aún puede llegar más lejos.
Seguimos avanzando, en el silencio de la oscuridad,
viendo luces que no son, solos con nuestros pensamientos y acompañados por el
ruido de nuestros pasos. De repente, una
luz parece acercarse demasiado deprisa.
Luego son dos. Nos damos cuenta que es un vehículo del que
salen varias personas o tal vez no sean personas sino solo una
alucinación. Nos vamos acercando. Si, son
reales, no son seres en pijama que levitan sobre el asfalto, son los
voluntarios que ya hemos visto en otros pueblos y que se paran a animarnos y a
hablar con nosotros. ¡Increíble! ¡A esas horas de la madrugada!
Reconfortan esos ánimos y nos sacan de la
rutina. Nuno vuelve a encabezar el grupo
con su visible cojera e impone un fuerte ritmo. Luego se ralentiza y me deja a
mí para que siga tirando. Dejamos la
carretera y nos adentramos en otra pista de tierra. Sigo andando rápido y sin darme cuenta los
dejo atrás. El dolor de pies, el
cansancio y la falta de sueño me están matando.
Necesito llegar y tumbarme un rato, descansar y cerrar los ojos. Aprieto el paso pero luego me acabo
deteniendo y los vuelvo a esperar. Me
siento en el muro de un puente hasta que llegan los dos hermanos. Se sientan conmigo y Nuno me enseña el móvil
con el seguimiento de la Algarviana en el que aparecen todos los corredores y
la ubicación exacta de cada uno. La
verdad que, como después de Silves no hemos vuelto a ver a ningún corredor,
desconozco nuestra posición en carrera, si vamos los últimos, si se han
retirado muchos por delante o por detrás de nuestra posición. Ahí me señala como el programa nos indica que
vamos en la posición 19 de la ultra. Me
alegra saber que no lo estamos haciendo nada mal, a pesar de todo. Supuestamente, por detrás, bastante lejos,
vienen más corredores.
Seguimos andando y sin mucho esfuerzo me vuelvo a
despegar de mis compañeros portugueses. Esta vez sigo avanzando, pensando que me
quedaba poco para llegar a Barao de Sao Joao y allí nos volveríamos a
juntar. Son varios kilómetros en solitario hasta que llego a un nuevo pueblo, Bensafrim,
donde el gps me vuelve a confundir. Tras
idas y venidas por distintas calles sin encontrar el track correcto, algo
desesperado y a la vez enojado, me vuelvo a sentar en el muro circundante de
una casa para esperar a mis compañeros portugueses. Un hombre de avanzada edad me habla y me anima
en portugués. De sus palabras deduzco
que sabe de la carrera que estamos realizando y los kilómetros que nos quedan
para llegar a meta. Por cierto, estando
sentado en aquel muro, sentí las alucinaciones más fuertes y casi las únicas de
la Algarviana. Justo enfrente, la fachada de una casa se convertía en un
mosaico de cuerpos semidesnudos que se contorneaban de forma voluptuosa como
incitándome a unirme a su orgía. No
obstante, como ya tengo experiencia con estas cosas, traté de despejar y
concentrar la mente y apartar aquellas extrañas imágenes, de tal modo, que lo
que parecía un aquelarre de seres del inframundo no eran más que piedras
decorativas superpuestas en la portada de aquella casa.
Al cabo de un buen rato, diviso los frontales de Nuno
y Joao. Nos saludamos y les explico que
me resultaba imposible seguir y que para estar dando vueltas, prefiero
esperarlos. Están cansados y se sientan
conmigo. Después de cierto tiempo,
levantamos nuestros anquilosados cuerpos y seguimos. Justo al salir de Bensafrim, se presenta
la furgoneta de la organización para comprobar si seguimos bien. Supongo que como me han visto dar muchas
vueltas y luego detenerme, se han acercado a ver qué me pasaba. Al menos, nos tranquiliza saber que la
organización nos vigila y trata de cuidarnos y de encaminar nuestros pasos.
Los últimos kilómetros hasta Barao de Sao Joao son
interminables a través de una pista de
tierra suelta que serpentea por zonas de huertas y de cultivo pasando junto al
Parque Zoológico de Lagos. Además, en
este último tramo empiezan a dolerme mucho los tibiales, supongo que por la
fricción durante tantas horas de correr y caminar. Por fin, dejamos atrás la pista de tierra y
salimos a otra carretera y ahora sí, a nuestra izquierda se alzan las casas
blancas tenuemente iluminadas por las farolas, del pequeño pueblo de Barao de
Sao Joao. Aunque nos cuesta localizar el local donde la
organización ha ubicado el avituallamiento, al final, extenuados y hambrientos,
llegamos al siguiente punto de control, Barao
de Sao Joao, (kilómetro 266 de
carrera) sobre las 5,35 horas de la madrugada del domingo 1 de
diciembre de 2019, casi 60 horas de carrera.
El local es pequeño y allí se mezclan varios
corredores y voluntarios. Me preguntan
si quiero algo de comer y les digo que lo único que quiero es tumbarme y
descansar. Trato de apartarme y buscar
un lugar lo más tranquilo posible para intentar dormir un rato sobre una
esterilla, pero el lugar elegido no parece el mejor porque detrás de mi, los
voluntarios entran y salen por un gran ventanal que llega hasta el suelo. Además, también hay un imponente perro negro
que pasea por la habitación. En
definitiva, las circunstancias propias para no dormir nada. Sin embargo, lo que
en mi mente fueron varios segundos en realidad supuso casi una hora de sueño
profundo. En efecto al levantarme veo el reloj y ya han pasado más de 50
minutos. ¡No me lo creo! Aunque parezca una tontería esos minutos de descanso
me dieron la vida.
Me levanto y los tres nos miramos. Me siguen doliendo mucho los tibiales pero no
soy el único. Un miembro de la organización me rocía los tibiales con un spray de
frío local. Noto como se contraen y en
seguida siento una leve mejoría.
Todavía nos queda un largo trecho para terminar. Hay
que seguir. Con mucho esfuerzo me vuelvo a calzar las zapatillas, me levanto e
intento comer algo. Tengo hambre y desayuno
de lo que hay, sobre todo, chocolate y un café.
Algún corredor nuevo entró en este avituallamiento durante ese tiempo,
entre ellos, dos corredoras, Flor Madureira y María Ferreira, las mismas
corredoras que me acompañaron la primera noche en los últimos kilómetros antes de llegar a Cachopo (km. 75).
Siendo todavía noche cerrada, con mucho viento y
frío, reemprendemos la marcha por las calles de Barao de Sao Joao. A lo lejos se divisan los frontales de las
dos chicas, Flor Madureira y María Ferreira, que han salido justo antes que
nosotros. Tras pasar por algunos tramos
de subidas y bajadas en los que, sobre todo Nuno, muestra que, a pesar de la
rodilla, sigue con bastante fuerza.
Cruzamos el Parque Nacional de Barao de Sao Joao y seguimos llaneando,
deteniéndonos, de vez en cuando, para hacer nuestras necesidades fisiológicas.
Amanece por aquellos parajes y arboledas, sembrados
de los gigantes molinos de viento (parque eólico) que siguen zumbando y
silbando al compás del fiero viento. El
frío me vuelve aliviar la inflamación de las articulaciones y a restañar los
dolores. Empiezo a sentirme mejor y la claridad del nuevo día impulsa ese
optimismo.
A lo lejos sigo divisando a nuestras competidoras y
como adelantan a otro corredor. De
nuevo, andando, me voy alejando de Joao y más al fondo se queda atrás
Nuno. Mi espíritu competitivo me anima a
seguir y acercarme a los corredores que van por delante. Y de repente, las nubes se ciernen sobre
aquellas tierras y empieza a llover con fuerza.
Esa lluvia me impulsa a avanzar más rápido para entrar en calor y
también beneficia el alivio de las articulaciones o al menos, eso pienso,
porque el dolor de los tibiales parece haberse evaporado. Y a todo ello hay que
sumar la alegría de contemplar un precioso arco iris en esa fría mañana de
diciembre invitándonos a seguir luchando por nuestros sueños.
Me voy acercando a un nuevo corredor con impermeable
azul al que estoy a punto de adelantar.
Estando en ese trance, nuestro querido fotógrafo Joao Delgado nos vuelve
a retratar por ese paso. Me siento en un
momento de euforia y fuerzas. Además,
acabo de hablar por teléfono con mi familia y trato de transmitirles esa
alegría y la gesta que estoy a punto de concluir.
A lo lejos se divisan varios pueblos, el primero
Raposeira, por el que no llegamos a entrar y el segundo Vila do Bispo, nuestro
siguiente punto de control y avituallamiento.
Pero el track de la ruta nos desvía y nos hace dar un buen rodeo y
aunque tengo algunos problemas con el track debido a mi dichoso gps, sigo bien
y animado. Llegando a Vila do Bispo me
vuelve a llover con fuerza hasta el punto de que me obliga a agachar la cabeza
y protegerme con la capucha del impermeable.
Por detrás, a unos minutos vienen mis compañeros portugueses. Entro en Vila
do Bispo y no sin dificultades, consigo localizar el pabellón donde se
aloja el siguiente avituallamiento, kilómetro
289, llegando sobre las 12 horas de la mañana del domingo 1 de diciembre,
con 67 horas en carrera. Antes de
entrar me saludan y animan algunos corredores, entre ellos, el vencedor de las
dos ediciones anteriores y tercero en esta de 2019, Joao Oliveira, todo un
campeón. Aprovecho para comentar que el ganador de esta edición fue el inglés
Paul Giblin.
En el interior hay mucha gente, entre voluntarios,
organización, corredores que ya han terminado y familiares. Distingo, entre otros, a la ganadora
femenina, Patricia Carvalho y algún que otro corredor que subió con nosotros en
el autobús de Faro. Algunos me saludan
y me dan la enhorabuena. Busco un lugar
donde sentarme y una voluntaria se me acerca para ver lo que quiero. Como siempre, un poco de pollo y arroz, le
digo. Y al momento me lo trajo. Estando sentado se me acercó José Simoes,
que me animó. Le pregunté como le había
ido y me dijo que la había terminado en 59 horas. Y que ya son tres las Algarvianas que lucen en
su pecho. Lo dicho, todo un
campeón. En fin, disfruto de esos minutos saboreando la
comida, con la certidumbre de que la Algarviana ya la tengo en el bolsillo
aunque todavía me quedan unos 12 duros kilómetros. En realidad, no tenía mucha hambre pero era
una forma justificada de hacer tiempo para ver si venían mis compañeros.
No obstante, los minutos van pasando y el impulso de
continuar la marcha y terminar la aventura, después de tantas horas, me
apremian a salir del pabellón y a seguir mi camino. Justo en la salida me encuentro con mis
buenos compañeros portugueses, acompañados por la pareja de Nuno. Nos saludamos y nos animamos mutuamente. Como digo, me falta muy poco y el impulso
por terminar es muy fuerte por lo que sigo caminando. Supongo que si tardan poco tiempo, en
seguida me cogerán, si no me pierdo antes. Una voluntaria de la organización me avisa de
que son unos 13
kilómetros muy largos y que mentalmente se pueden hacer
muy duros pues, desde muy lejos siempre se divisa el faro pero, a pesar de
caminar y caminar, parece que nunca vas a llegar.
Me voy alejando del pueblo de Vila do Bispo, con la
compañía de las otras dos corredoras, Maria Ferreira y Flor Madureira. Me adelantan y en cierto modo me sirven de
guía para terminar este último segmento de carrera. Sigue soplando el viento y la temperatura es
agradable. Luce un tibio sol de
invierno. Me encuentro bien, sin haber
sentido durante toda la ultra problemas estomacales, salvo molestias en algunas
articulaciones, como por ejemplos, los tibiales. Transito por una zona árida con vegetación
baja. Dejo atrás el sendero y giro a mi
izquierda, en paralelo a los acantilados.
Luego tomo una carretera asfaltada y cada vez me voy aproximando al faro
que se atisba en el horizonte. A lo
lejos, mis dos competidoras se van paulatinamente alejando. Por estas carreteras próximas al Cabo de San
Vicente, me vuelve a provocar una sonrisa de alegría uno de los fotógrafo de la
ALUT, Joao Delgado, y aunque estoy muy cansado me obliga a trotar varios
trechos.
En fin, a pocos kilómetros giro a la derecha para
encarar el último tramo de la Algarviana.
Llamo por teléfono a mi mujer y a mi hija para que compartan conmigo
esos momentos de satisfacción y por que el esfuerzo y el sufrimiento padecido
han merecido la pena.
Justo antes de llegar me saludan y animan algunos
turistas y miembros de la organización y al llegar a las proximidades del faro,
una afable voluntaria, con su reluciente sudadera amarilla, me coge de la mano
para entrar juntos en meta. Me hizo
varias fotos con su móvil pero no he conseguido localizarlas en las redes
sociales. Me colocó la medalla de
finisher y me entregó también una gorra.
Y casi sin dejarme respirar, me
condujo a un pequeño avituallamiento en uno de los locales de las instalaciones
del faro donde tomé asiento junto a las dos corredoras. Comí un trozo de bizcocho mientras observaba
los pies de mis predecesoras en meta, con varias pompas inyectadas en sangre,
muy parecidas a las mías.
Al rato, después de saludar y estrechar la mano a mis
compañeros portugueses, los inefables Joao y Nuno, que acababan de llegar y a
los que agradecí su trato y compañía, un voluntario me buscó un vehículo
particular para llevarme al pabellón de Vila do Bispo donde me pude duchar y
descansar. Ya en el pabellón empecé a
asimilar la aventura vivida y seguí compartiendo momentos y vivencias con otros
corredores y alguna que otra corredora como por ejemplo, la española, de
Galicia, Elena Domínguez González que también había conseguido terminar la
Algarviana. Aguantando el sueño volví a charlar con Joao
y Nuno, con los que me despedí, deseándoles buena suerte en sus nuevas
aventuras, asegurándoles que, tal vez, en alguna de ellas, volveríamos a
coincidir.
Y fin de la historia y crónica de mi paso por la
Algarviana 2019, con algunos kilómetros de más, pero con un ingente bagaje de
recuerdos y vivencias que han quedado grabadas a fuego en mi mente.